CAPÍTULO 42

Date prisa, Trespeó —gritó Padmé por encima de su hombro—. A menos que quieras que el Senado se convierta en tu tumba.

El droide de protocolo aceleró el paso.

—Le aseguro, señora, que me muevo todo lo deprisa que me lo permiten mis miembros inferiores. ¡Oh, maldito sea mi cuerpo metálico! ¡Terminaré enterrado aquí!

Los anchos y decorados vestíbulos que llevaban hasta la Gran Rotonda estaban atestados de senadores, ayudantes, miembros del personal y droides, la mayoría con los brazos llenos de documentos y discos de datos, y en algunos casos con caros regalos de agradecidos grupos de presión. Los guardias del Senado, con su uniforme azul, y los clones, cubiertos con sus cascos, hacían lo que podían para supervisar la evacuación, pero, por culpa de las sirenas y los rumores, lo que sólo era una alarma por precaución estaba degenerando rápidamente hasta convertirse en pánico.

—¿Cómo puede estar pasando esto? —decía un sullustano al gotal que se encontraba a su lado—. ¿Cómo?

Padmé oía la misma pregunta por todas partes, entre los bith, los gran, los wookiees, los rodianos…

¿Cómo era posible que Coruscant fuera invadido?

Ella también se lo preguntaba. Pero se preocupaba por algo más que Coruscant.

¿Dónde está Anakin?

Intentó llegar hasta él con su mente, con su corazón.

Te necesito. ¡Vuelve conmigo, deprisa!

El ataque de Grievous había sido cronometrado de forma impecable. Muchos delegados que habitualmente no estarían en Coruscant y que acudieron para escuchar el discurso de Palpatine sobre el Estado de la República, se habían quedado para asistir a las interminables fiestas que siguieron a la reunión. En vista del ataque sorpresa, las convicciones de Palpatine parecían ahora más tristemente prematuras que cuando las expresó. Y pese a que los comentarios optimistas del Canciller Supremo encontraron mucho eco en toda la Gran Rotonda, Padmé no dejó de notar que los senadores estaban rodeados por guardaespaldas o llevaban una coraza más o menos deportiva, mochilas antigravedad u otros dispositivos para huir rápidamente en caso de emergencia.

Las palabras de Palpatine no habían satisfecho a todo el mundo.

Trece años antes, Padmé podía manifestar que era una de las pocas dignatarias cuyos mundos natales habían padecido una invasión y una ocupación. Objetivo de la Federación de Comercio, Naboo cayó ante los neimoidianos, y sus padres y consejeros fueron arrestados y encarcelados. Ahora, sólo era una más entre los miles de senadores cuyos mundos habían sido igualmente invadidos y saqueados. No obstante, se negaba a aceptar que Coruscant pudiera caer ante la Confederación… incluso con su flota reducida a la mitad, incluso con sus efectivos desplegados en amplios y lejanos frentes de batalla. Los rumores decían que los edificios del Sector Diplomático estaban reducidos a escombros, que droides de combate aparecían sin cesar en la plaza Loijin, que los rascacielos del nivel medio se veían inundados de geonosianos y droides… Aunque esos rumores fueran ciertos, Padmé estaba convencida de que Palpatine encontraría la forma de expulsar a Grievous del Núcleo… otra vez.

Quizás hiciera regresar las unidades que participaban en los asedios a los mundos del Borde Exterior.

Y eso significaba que haría regresar a Anakin.

Se reprendió a sí misma por ser egoísta. Pero, ¿acaso no tenía derecho? ¿Acaso no se había ganado ese derecho?

¿Sólo por una vez?

De momento, el Senado parecía indemne. No obstante, Seguridad creía prudente evacuar a todo el mundo hasta los refugios profundamente enterrados bajo el hemisferio del edificio y la enorme plaza situada frente a él. Con la mayoría de las rutas autonavegables colapsadas, nadie podía huir de Coruscant. Y siempre existía la posibilidad de que Grievous se cebase en blancos civiles, tal como había hecho antes en innumerables ocasiones.

Empujada por la muchedumbre, Padmé chocó con un delegado de Gran que clavó sus tres ojos en ella.

—¡Y tú te oponías al Acta de Reclutamiento Militar! —le escupió en plena cara—. ¿Qué dices ahora?

No tenía respuesta. Además, llevaba recibiendo reproches similares desde el principio de la guerra. Era típico de todos aquéllos que no entendían que ella se preocupaba por la Constitución, no por el destino final de las rutas comerciales.

Oyó cómo alguien pronunciaba su nombre, y vio a Bail Organa y Mon Mothma acercándose hasta donde C-3PO y ella se encontraban momentáneamente bloqueados. Los acompañaban dos Jedi hembras…, las Maestras Shaak Ti y Stass Allie.

—¿Has visto al Canciller? —preguntó Bail.

Padmé negó con la cabeza.

—Probablemente está en su oficina de trabajo.

—Nosotros venimos de allí —explicó Shaak Ti—. Y la oficina está vacía. Incluso sus guardias han desaparecido.

—Lo habrán escoltado hasta los refugios —sugirió Padmé.

Bail miró por encima del hombro y agitó la mano para llamar la atención sobre su persona.

—Es Mas Amedda —explicó en beneficio de Padmé—. Él sabrá dónde encontrar al Canciller.

El alto y grisáceo chagriano se abrió paso entre la multitud.

—El Canciller Supremo no tenía ninguna reunión programada hasta luego —dijo en respuesta a la pregunta de Bail—. Supongo que estará en su residencia.

—El República Quinientos —susurró Shaak Ti llena de frustración—. Precisamente vengo de allí.

Amedda la miró repentinamente preocupado.

—¿Y el Canciller no estaba?

—No lo sé, no estaba buscándolo —respondió la Jedi—. La Maestra Allie y yo revisaremos su despacho en el Edificio Administrativo del Senado y de la República. —Miró a Padmé, a Bail y a los demás—. ¿Dónde iréis vosotros?

—Donde pensábamos ir —dijo Bail.

—Los turboascensores no dan abasto a los refugios —informó Stass Allie—. Pasarán horas antes de que se evacúe todo el Senado. Mi flotador está en la plataforma de desembarco, al noroeste de la plaza. Con él podréis ir directamente a los refugios.

—¿No lo necesitaréis Shaak y tú? —se interesó Padmé.

—Utilizaremos la motojet con la que he llegado hasta aquí.

—Agradecemos vuestro gesto —dijo Bail—, pero dicen que la plaza está acordonada.

—Os escoltaremos —aseguró Stass Allie.

Varios soldados destinados en el pasillo abrieron camino para el grupo, y poco después llegaron hasta las puertas que daban a la plaza principal. Allí, les cortó el paso un comando clon.

—No pueden salir por aquí —dijo el comando de forma tajante.

—Vienen con nosotros —aclaró Shaak Ti.

Haciendo señas a sus compañeros de armadura blanca, el comando se hizo a un lado y franqueó el paso al grupo de Padmé. El cielo sobre la plaza estaba atestado de helicópteros y transportes de personal. Se estaban desplegando BT-TT y otras piezas de artillería móvil.

Las Jedi llevaron a Padmé, C-3PO, Bail y Mon Mothma hasta el flotador de techo abierto. La motojet estaba aparcada junto a él.

Shaak Ti pasó una pierna por encima del asiento y puso en marcha el motor. Stass Allie se sentó tras ella.

—Buena suerte.

Los senadores y el droide miraron cómo las dos Jedi despegaban en dirección al Edificio Administrativo del Senado. Entonces, con Bail pilotando, abordaron el flotador ovalado y se dejaron caer hacia el ancho cañón que se abría debajo de la plaza.

El tráfico también era denso allí, pero la habilidad de Bail hizo que encontrasen un hueco y se dirigieron hacia la entrada de los refugios, situada bajo los hangares del Centro Médico del Senado.

Sin advertencia previa, dos rayos de luz escarlata cayeron sobre ellos desde algún lugar por encima del domo del Senado.

—¡Cazas buitre! —gritó Bail.

Padmé se aferró a C-3PO, mientras Bail hacía girar al vehículo intentando escapar de los disparos de plasma. El caza droide con las alas en forma de vaina que había disparado sólo era uno de los varios que ametrallaban vehículos, plataformas de aterrizaje y edificios. Los helicópteros de la República los perseguían de cerca, disparando los poderosos cañones de sus alas.

La boca de Padmé estaba abierta de asombro. Aquello era algo que nunca hubiera esperado ver en Coruscant.

Bail hacía todo lo posible para esquivar los rayos láser y de plasma, pero no era el único piloto que lo intentaba y, rápidamente, las colisiones formaron parte de una carrera de obstáculos. Dejando que el flotador descendiera todavía más, Bail se dirigió hacia la entrada más cercana a los refugios, haciendo caso omiso del fuego amigo y enemigo, que cada vez llovía más cerca de ellos.

Una intensa llamarada de luz cegó a Padmé. El flotador se ladeó ostensiblemente, haciendo que sus ocupantes casi cayeran al vacío. Empezó a salir humo de la turbina de estribor, y la pequeña nave cayó prácticamente a plomo.

—¡Sujetaos fuerte! —gritó Bail.

—¡Estamos perdidos! —aseguró C-3PO.

Padmé se dio cuenta de que Bail se desviaba hacia una plataforma de desembarco rematada por un ancho puente. Las lágrimas brotaban de sus ojos a causa de una repentina náusea.

—¡Anakin! —gritó, apretándose el abdomen con una mano—. ¡Anakin!