CAPÍTULO 22

Pobre Gunray, pensó Dooku. Qué criatura más patética…

Pero se merecía todo lo que le había hecho Grievous por haber abandonado la mecano-silla en Cato Neimoidia.

Recluido en su castillo de Kaon, Dooku había hablado con el general y meditado sobre la mejor forma de afrontar la situación. Aunque el incidente de Belderone no era una prueba concluyente de que la República hubiera logrado descifrar el código separatista e interceptado la transmisión de Grievous, la prudencia aconsejaba actuar como si ése fuera el caso. Por tanto, Dooku ordenó al general que, de momento, se abstuviera de utilizar ese código. Pero la cuestión del transmisor de hiperonda era motivo de una preocupación mayor. El hecho que la República ayudase a Belderone, revelando así el éxito de su espionaje, implicaba que la mecano-silla podía terminar descubriendo todos sus misterios, proporcionando hasta pistas de secretos que asombrarían incluso a Grievous.

El general no estaba acostumbrado a perder batallas. Había sufrido muy pocas derrotas, incluso cuando era un general al mando de las tropas de su misma especie. Había sido eso lo que atrajo la atención de Sidious. Cuando el Señor Sith expresó al Conde su interés por Grievous, Dooku comunicó ese interés a San Hill, presidente del Clan Bancario Intergaláctico.

Pobre Grievous, pensó Dooku. Qué criatura más patética…

Grievous había sobrevivido a numerosos atentados contra su vida, tanto durante la Guerra Huk, como después de ella, cuando ya trabajaba para el CBI, así que se descartó otro accidente. Fue el propio Hill quien propuso la idea de un accidente de trasbordador, aunque eso presentase algunos riesgos.

¿Y si Grievous moría en el accidente?

Entonces los separatistas tendrían que buscarse un nuevo comandante en alguna otra parte, dijo Dooku a Hill. Pero Grievous sobrevivió… y bastante bien. De hecho, la mayoría de las heridas graves que acabaron poniendo en peligro su vida se le habían infligido después de ser rescatado de los llameantes restos del trasbordador. Y de forma muy calculada.

Cuando por fin accedió a ser reconstruido, tuvieron que prometerle que no modificarían su mente. Pero los geonosianos tenían formas de alterar la mente sin que el paciente fuese consciente de ello. Grievous estaba convencido de que siempre había sido el conquistador de sangre fría que era ahora, pero la verdad era que gran parte de su crueldad y de su capacidad eran consecuencia de su reconstrucción.

Sidious y Dooku no pudieron quedar más satisfechos con el resultado. Sobre todo Dooku, dado que no tenía el menor interés en dirigir un ejército de droides y ya estaba bastante ocupado intentando controlar a gente como Nute Gunray, Shu Mai y los representantes de las razas-colmena que acabarían formando el Consejo Separatista.

Además, el entrenamiento de Grievous fue delicioso. No necesitaba manipularlo para que diera rienda suelta a su furia o a su rabia, como Dooku tuvo que hacer durante el entrenamiento de sus supuestos discípulos Jedi Oscuros. Los geonosianos habían operado a Grievous para que sólo fuera furia y rabia. Y en cuanto a sus habilidades bélicas, pocos Jedi serían capaces de derrotarlo… Si es que alguno podía hacerlo. Durante las largas sesiones de combate, hubo momentos en que el mismo Dooku tuvo que emplearse a fondo para superar al ciborg.

Pero Dooku se había guardado algunos secretos.

Por si acaso.

La clase de manipulación sufrida por Grievous durante su transformación se encontraba en el mismo corazón de lo que significaba ser un Sith… Si es que las palabras «corazón» y «Sith» podían combinarse en la misma frase. La esencia del Lado Oscuro implicaba utilizar todos los medios posibles para conseguir el fin deseado… Lo que, en el caso de Lord Sidious, implicaba a toda una galaxia dominada por una sola mente, la más capaz, la más inteligente.

La guerra actual era resultado de mil años de cuidadosa planificación Sith, de generaciones transmitiendo de mentor a aprendiz todo el legado del conocimiento sobre el Lado Oscuro. Desde Darth Bane en adelante, y pocas veces más de dos por generación. Amo y aprendiz se consagraban a dominar y encauzar la fuerza que fluía del Lado Oscuro, aprovechando cualquier oportunidad para conseguir que la oscuridad prosperase. Estimulando la guerra, el asesinato, la corrupción, la injusticia y la avaricia, cuando y dondequiera que fuera posible.

Una tarea análoga a introducir una maldad oculta en el cuerpo político de la República y dirigir su contaminación de un órgano a otro, hasta que la masa crítica alcanzara un tamaño tal que empezase a destrozar sus sistemas vitales…

A causa de sus propias luchas internas, los Sith aprendieron que cuando el poder se convertía en la única razón de ser, los sistemas políticos terminaban autodestruyéndose. Cuanto mayor fuera la amenaza contra ese poder, con más dureza reaccionarían los amenazados.

Así había ocurrido con la Orden Jedi.

Durante los doscientos años anteriores a la llegada de Darth Sidious, el poder del Lado Oscuro había ido ganando fuerza, pero los Jedi apenas hicieron nada por evitarlo. Los Sith estuvieron encantados de que los Jedi también se volvieran poderosos; al fin y al cabo, el sentimiento de su propia importancia los cegaría ante lo que ocurría.

Así pues, dejemos que los pongan en un pedestal. Dejemos que crezcan y se vuelvan blandos. Dejemos que se olviden de que el bien y el mal coexisten inevitablemente. Dejemos que no vean más allá de su precioso Templo. Mientras contemplasen ese árbol, no podrían ver el proverbial bosque. Y, lo que es más importante, dejemos que se confíen con el poder que han acumulado, así serán mucho más fáciles de derrotar.

No la totalidad de los Jedi era ciega ante todos esos hechos, por supuesto. Muchos eran conscientes de los cambios, del lento declinar hacia la oscuridad. Y el que más, quizás, el anciano Yoda. Pero los Maestros que constituían el Consejo Jedi creían que esa tendencia era inevitable. En lugar de extirpar el mal desde su raíz, se contentaban haciendo todo lo posible por contenerlo. Esperaban el nacimiento del Elegido, creyendo, equivocadamente, que sólo él, o ella, podría restaurar el equilibrio.

Era el peligro de creer en las profecías.

Dooku nació en esos tiempos, y, gracias a su fuerte conexión con la Fuerza, fue admitido en una Orden que había crecido sintiéndose satisfecha de sí misma, arrogante a causa del poder que ejercían en nombre de la República, ciega ante las injusticias que la República tenía poco interés en eliminar, debido a los provechosos tratos que beneficiaban a todos los que manejaban las riendas del poder.

Aunque los midiclorianos determinasen, hasta cierto punto, la habilidad de un Jedi para utilizar la Fuerza, seguía habiendo otras características que también jugaban su papel…, pese a los esfuerzos del Templo por erradicarlas. Al provenir de la nobleza y ser muy rico, Dooku ansiaba conseguir prestigio. Ya de joven se obsesionó por aprender todo lo posible sobre los Sith y el Lado Oscuro de la Fuerza. Estudió con detalle el linaje Jedi y se convirtió en el mejor espadachín e instructor del Templo. Pero la semilla de su posterior transformación estuvo en él desde el principio. Sin que los Jedi se dieran cuenta siquiera, Dooku fue tan perjudicial para la Orden como acabaría siéndolo un niño que creció como esclavo en Tatooine.

El descontento de Dooku había crecido, exacerbándose por la frustración que le provocaba la actuación del Senado de la República, la del ineficaz Canciller Supremo Valorum y la miopía de los miembros del Consejo Jedi. El bloqueo de la Federación de Comercio a Naboo, los rumores de que habían encontrado al Elegido en un mundo desértico, la muerte de Qui-Gon Jinn a manos de un Sith… ¿Cómo era posible que los miembros del Consejo no vieran lo que estaba ocurriendo? ¿Cómo podían seguir negando que el Lado Oscuro era cada vez más influyente?

Dooku se lo decía a todo aquél que quisiera escucharlo. Exhibía su descontento como un estandarte. Aunque Yoda y él nunca disfrutaron de una buena relación estudiante-maestro, hablaron abiertamente de todos aquellos augurios. Pero Yoda era la prueba viviente del conservadurismo que conlleva una larga vida. El verdadero confidente de Dooku fue el Maestro Sifo-Dyas quien, aunque demasiado débil para actuar, también se preocupaba por lo que estaba sucediendo.

La Batalla de Naboo había revelado que los Sith ya no se ocultaban, y que un Señor Sith movía los hilos desde alguna parte.

El Señor Sith. Nacido con el poder suficiente para dar el paso adelante definitivo.

Dooku pensó en buscarlo, quizás incluso en matarlo. Pero, aunque su fe en la profecía era escasa, bastaba para hacerle dudar de que la muerte de un Sith detuviera el avance del Lado Oscuro.

Seguro que llegaría otro, y otro más.

Al final no necesitó buscar a Sidious, fue Sidious quien contactó con él. Al principio, el atrevimiento del Señor Oscuro lo sorprendió; pero Dooku no tardó en sentirse fascinado por el Sith. En lugar de batirse a muerte con sables láser, se limitaron a discutir mucho, y, poco a poco, fue comprendiendo que sus diferentes visiones sobre cómo se podía rescatar a la galaxia de la depravación en la que había caído no eran tan distintas.

Pero comprender a un Sith no te convierte en uno.

El poder del Lado Oscuro, al igual que las artes Jedi, debía aprenderse. Y así empezó un largo aprendizaje. Los Jedi advertían que la furia era el camino más rápido hacia el Lado Oscuro, pero la furia sólo era una emoción. Para conocer de verdad el Lado Oscuro hay que trascender toda moralidad, dejar a un lado el amor y la compasión y hacer todo lo necesario para convertir en realidad la visión de un mundo bajo control…, aunque eso cueste algunas vidas.

Dooku era un buen estudiante, y Sidious lo tuteló de cerca. No quiso que le ocurriera lo mismo que le sucedió con otros sustitutos potenciales que admitió como aprendices: el salvaje Darth Maul, que sólo había sido un lacayo, Asajj Ventress o el general Grievous. Sidious había descubierto en Dooku a un verdadero cómplice, un igual ya entrenado en las artes Jedi, un duelista maestro y un visionario político. Sólo le quedaba calibrar la profundidad del compromiso de Dooku.

«Uno de tus antiguos confidentes en el Templo Jedi ha percibido el inminente cambio», le dijo Sidious. «Ha contactado con un grupo de clonadores y les ha encargado la creación de un ejército para la República. No es necesario anular ese encargo, ya que algún día podríamos utilizar ese ejército en nuestro provecho. Pero el Maestro Sifo-Dyas no puede seguir viviendo porque los Jedi no pueden conocer la existencia de ese ejército hasta que estemos preparados».

El asesinato de Sifo-Dyas había significado el abrazo definitivo de Dooku al Lado Oscuro, y Sidious le había recompensado con el título de Darth Tyranus. Su última misión, antes de abandonar para siempre la Orden Jedi, fue borrar de los archivos Jedi toda mención a Kamino. Fue entonces, siendo ya Tyranus, cuando se encontró con Jango Fett en Bogg 4 y ordenó al mandaloriano que se presentase en Kamino. Luego se ocupó de que los pagos para los donadores se efectuaran a través de tortuosos caminos…

Pasaron diez años.

La República logró recuperarse ligeramente gracias al mandato de un nuevo Canciller Supremo, pero también se hizo más corrupta y asediada con más problemas que antes. Sidious y Tyranus contribuyeron todo lo que pudieron a esa situación.

Sidious tenía la habilidad de prever el futuro, pero siempre había que contar con lo inesperado. Sin embargo, gracias al poder del Lado Oscuro, su visión ganó en flexibilidad.

Tras seguir el rastro de Fett hasta Kamino, Obi-Wan Kenobi llegó a Geonosis. De pronto, Dooku se encontraba ante el padawan de Qui-Gon Jinn. Cuando informó a Sidious de la presencia de Obi-Wan, el Señor Oscuro le dijo: «No intervengas, Darth Tyranus, deja que los acontecimientos sigan su curso. Nuestros planes se desarrollan exactamente según lo previsto. La Fuerza nos acompaña».

Ahora se enfrentaba a un nuevo problema: a consecuencia del error de Nute Gunray en Cato Neimoidia, la República y los Jedi habían encontrado una posible forma de rastrear el paradero de Sidious y exponerlo a la luz pública.

El transmisor de la mecano-silla, y otros similares, habían sido fabricados para Sidious por multitud de seres, algunos de los cuales seguían vivos. Y si los agentes de la República —o los Jedi, daba igual— eran lo bastante inteligentes y persistentes, podían descubrir más cosas sobre Sidious de las que a él le gustaría que se descubrieran…

Tengo que informarle, pensó Dooku.

¿O no?

Por un instante dudó, imaginándose el poder que su silencio haría recaer en sus manos.

Después se dirigió directamente al transmisor de hiperonda que Sidious le había entregado y empezó a transmitir.