CAPÍTULO 1
La oscuridad invadía el hemisferio occidental de Cato Neimoidia, aunque la inminente noche era constantemente rasgada por reiterados intercambios de luz en la atmósfera del sitiado mundo. Bajo el cielo fracturado, compañías de soldados clon y droides de combate se mataban entre sí con fría precisión, en medio del huerto de árboles manax que tachonaba los baluartes del majestuoso recinto del virrey Gunray.
Un relampagueante abanico de energía azul iluminó los troncos de un macizo de árboles: el sable láser de Obi-Wan Kenobi.
Acosado por dos droides, Obi-Wan resistió el ataque a pie firme, moviendo su hoja a derecha e izquierda para bloquear y devolver los rayos láser contra sus enemigos. Ambos droides, alcanzados en el tronco por sus propios disparos, se hicieron pedazos con un estrépito de miembros metálicos.
Obi-Wan siguió avanzando.
Dio una voltereta que le hizo pasar por debajo del segmentado tórax de un escarabajo recolector neimoidiano, se puso en pie y corrió hacia delante. Explosiones de luz en el escudo deflector de la ciudadela iluminaban el terreno arcilloso entre los árboles, creando sombras alargadas de sus troncos retorcidos. Ajenas al caos que las rodeaba, columnas de escarabajos recolectores de cinco metros de largo seguían su infatigable marcha hacia la colina sobre la que se alzaba la fortaleza, portando cargas de follaje en sus mandíbulas afiladas o en sus elevados lomos. Los sonidos agobiantes de su incesante masticación formaban una cadencia escalofriante frente al retumbar de las detonaciones y el siseo y el silbido de las descargas láser.
Desde la izquierda de Obi-Wan llegó un repentino chasquido de servomecanismos; desde su derecha, un ahogado grito de advertencia.
—¡Al suelo, Maestro!
El Jedi se dejó caer al suelo antes incluso de que los labios de Anakin formasen la última palabra, con el sable láser apuntando al suelo para no empalar a su expadawan, que llegaba a la carrera. Un borrón de energía azul siseó en el aire húmedo, seguido del olor acre a circuitos quemados y del picante del ozono. Un rifle disparó contra el terreno. La acechante y alargada cabeza de un droide de combate cayó chisporroteando a apenas un metro de distancia de los pies de Obi-Wan, antes de rebotar y rodar hasta perderse de vista entre la maleza, mientras repetía: «Recibido, recibido… Recibido, recibido…».
Obi-Wan pivotó sobre el pie derecho a tiempo de ver cómo se derrumbaba el larguirucho cuerpo del droide. Que Anakin le hubiera salvado la vida no era ninguna novedad, pero la hoja láser del joven Jedi había pasado demasiado cerca para estar tranquilo. Se puso en pie, con ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Casi me cortas la cabeza.
Anakin mantuvo la hoja de su sable láser desviada hacia un lado. Bajo las luces estroboscópicas de la batalla, sus ojos azules brillaban con una retorcida diversión.
—Perdona, Maestro, pero tu cabeza estaba prácticamente en la trayectoria de mi sable láser.
Maestro.
Anakin utilizó el cargo honorífico no como un aprendiz dirigiéndose a su profesor, sino como lo hacía un Caballero Jedi a un miembro del Consejo Jedi. Tras su audaz actuación en Praesitlyn se había cortado ritualmente la trenza que simbolizaba su relación anterior. Su túnica, sus botas altas hasta la rodilla y sus pantalones ajustados eran tan negros como la noche. Su rostro estaba marcado por una cicatriz desde su enfrentamiento con Asajj Ventress, la asesina entrenada por el Conde Dooku, y mantenía la mano derecha mecánica oculta en un guante que le llegaba hasta el codo. En los últimos meses se había dejado crecer el pelo, que ahora le caía sobre los hombros, pero mantenía la cara bien afeitada, a diferencia de Obi-Wan, cuya fuerte mandíbula estaba delineada por una corta barba.
—Supongo que debería agradecerte que tu sable láser estuviera «prácticamente» en la trayectoria necesaria, y no «exactamente» en ella.
La mueca de Anakin se convirtió en una franca sonrisa.
—La última vez que me molesté en comprobarlo, los dos estábamos en el mismo bando, Maestro.
—Aun así, si llego a ser un poco más lento…
Anakin dio una patada al rifle del droide de combate, apartándolo a un lado.
—Tus temores sólo están en tu mente.
Obi-Wan frunció el ceño.
—Sin cabeza, no me quedaría mucha mente, ¿verdad? —hizo un movimiento florido con el sable láser, señalando una abertura en la muralla de árboles manax—. Después de ti.
Reanudaron su avance, moviéndose con la gracia y la velocidad sobrenaturales que les proporcionaba la Fuerza, y con la capa marrón de Obi-Wan arremolinándose detrás de él. Las víctimas del bombardeo inicial, montones de droides de combate, yacían desparramadas por el terreno. Otros colgaban de las ramas de los árboles sobre las que se habían visto arrojados como si fueran marionetas rotas.
Muchas zonas del frondoso bosque que cubría el paisaje estaban en llamas.
Dos droides chamuscados, reducidos a poco más que brazo y torso, alzaron sus armas cuando los Jedi se acercaron a ellos, pero Anakin movió su mano izquierda, enviando un empujón de Fuerza que los derribó de espaldas.
Se apartaron del camino dando volteretas bajo los anchos cuerpos de dos escarabajos recolectores, y esquivaron un macizo de maleza llena de púas que había conseguido echar raíces en el, por otra parte, meticulosamente cuidado huerto. Surgieron de entre los árboles para encontrarse en la orilla de un amplio canal de irrigación alimentado por un lago que delimitaba la ciudadela neimoidiana por tres de sus lados.
En el Oeste, un trío de cruceros de asalto clase Venator flotaba entre las veloces nubes. Por el Norte y el Este, el cielo se veía constantemente surcado por el rastro de cañones de iones, rayos de turboláseres y trazos de luz escarlata que ascendían hacia el cielo desde los emplazamientos de las armas defensivas de la ciudadela, situados al otro lado del escudo de energía. Alzándose desde la falda de las colinas, y hasta el extremo de la península, la silueta de la fortaleza recordaba las torres de mando de las naves de la Federación de Comercio, que, de hecho, habían sido su inspiración.
La élite de la Federación de Comercio se encontraba allí, en alguna parte de su interior, sitiada por las fuerzas de la República.
Con su planeta natal amenazado, y con los mundos administrativos de Deko y Koru Neimoidia arrasados, al virrey Gunray más le habría valido retirarse al Borde Exterior, como habían hecho otros miembros del Consejo Separatista. Pero el pensamiento racional nunca fue el punto fuerte de los neimoidianos; y menos cuando el virrey parecía no poder vivir sin sus posesiones en Cato Neimoidia. Había conseguido escabullirse hasta ese mundo, respaldado por unas cuantas naves de guerra de la Federación, en un intento de recuperar cuanto pudiera de la ciudadela antes de que cayese en manos de la República. Pero las fuerzas republicanas le esperaban allí, ansiosas por capturarlo vivo y llevarlo ante la justicia… con trece años de retraso, en opinión de muchos.
Cato Neimoidia estaba tan lejos de Coruscant que Obi-Wan y Anakin habían tardado casi cuatro meses estándar en llegar, y en cuanto terminaran de liberar los últimos puntos de resistencia que los separatistas aún controlaban en el Núcleo Galáctico y en las colonias, esperaban poder volver pronto a la lucha en el Borde Exterior.
Obi-Wan oyó movimiento al otro lado del canal de irrigación.
Un instante después, cuatro soldados clon surgieron de los árboles en la orilla opuesta, adoptando posiciones de tiro entre las rocas redondeadas por el agua que delimitaban el foso. Tras ellos, muy lejos, ardía una fragata derribada. La cola embotada del TABA (Transporte de Asalto de Baja Altitud) destacaba sobre el dosel de árboles, decorada con las ocho líneas que representaban la insignia estándar de la República Galáctica.
Un bote entró en su campo de visión procedente de río abajo y maniobró hasta donde esperaban los Jedi. En la proa, un comandante clon llamado Cody hizo señales con la mano a los soldados del bote y a los de la orilla opuesta, que de inmediato se dispersaron en abanico para crear un perímetro de seguridad.
Los soldados podían comunicarse entre sí gracias a los enlaces de sus cascos con visores en forma de «T», pero los Comandos de Reconocimiento habían creado un sistema detallado de gestos destinado a frustrar cualquier esfuerzo enemigo por espiar sus comunicaciones electrónicas.
Unos cuantos saltos ágiles, y Cody quedó frente a Obi-Wan y Anakin.
—Señores, traigo las últimas novedades del Mando Aéreo.
—Muéstranoslas —dijo Anakin.
Cody hincó una rodilla en tierra y, utilizando la mano derecha, activó un dispositivo injertado en su guantelete de la izquierda. Un cono de luz azul emanó del dispositivo, y apareció un holograma de Dodonna, el comandante de la fuerza de asalto.
—Generales Kenobi y Skywalker, según los informes de la unidad de reconocimiento, el virrey Gunray y su séquito se dirigen hacia la parte norte de la fortaleza. Nuestras fuerzas han estado martilleando el escudo desde el aire y la orilla del lago, pero el generador del escudo se encuentra en un lugar protegido y difícil de alcanzar. Nuestros cañones ya soportan el fuego constante de los turboláseres de la muralla baja. Si su equipo sigue dispuesto a capturar vivo a Gunray, tendrá que bordear esas defensas y buscar una forma alternativa de entrar en el palacio. En este momento no podemos enviarles ayuda, repito, no podemos enviarles ayuda.
Cuando el holograma desapareció, Obi-Wan miró a Cody.
—¿Sugerencias, comandante?
Cody realizó un ajuste en su proyector de muñeca, y un mapa tridimensional esquemático del reducto se formó en el aire.
—Suponiendo que la fortaleza de ese Gunray sea similar a las que encontramos en Deko y Koru, los niveles subterráneos contendrán granjas de hongos y zonas de procesamiento y embarque. Las zonas de embarque han de tener acceso a los criaderos de los niveles medios; y desde esos criaderos podremos infiltrarnos hasta los niveles superiores.
Cody llevaba el rifle DC-15 de corto alcance, la armadura blanca y el casco que se habían convertido en símbolos del Gran Ejército de la República, y había nacido, crecido y entrenado en el remoto mundo de Kamino, tres años antes. Pero ahora la armadura sólo era blanca en aquellos lugares libres de manchas de barro o sangre seca, agujeros, quemaduras o parches carbonizados. El escalafón de Cody estaba definido por las marcas anaranjadas del casco y los galones del hombro. En la manga de su brazo derecho llevaba insignias representativas de las campañas en las que había participado: Aagonar, Praesitlyn, Paracelo Menor, Antar 4, Tibrin, Skor II y docenas de otros mundos del Núcleo y del Borde Exterior.
Durante los años pasados en los campos de batalla, Obi-Wan había trabado amistad con varios Comandos Avanzados de Reconocimiento: Alpha, con el que había sido encarcelado en Rattatak, y Jangotat, en Ord Cestus. Las primeras generaciones de CAR habían sido entrenadas por el propio Jango Fett, el mandaloriano que sirvió de base genética para la clonación. Aunque los kaminoanos habían logrado eliminar parte de los rasgos personales de Fett en los clones normales, con los CAR fueron más selectivos y, en consecuencia, éstos desplegaban más iniciativa individual y más habilidades para el liderazgo. Resumiendo, se parecían más al difunto cazarrecompensas, lo que venía a significar que eran más humanos. Aunque Cody no era un Comando Avanzado de Reconocimiento por genética, había recibido entrenamiento de CAR y compartía muchos de sus atributos.
En las fases iniciales de la guerra, los seres humanos trataban a los soldados clon igual que a las máquinas de guerra que controlaban, o a las armas que disparaban. Para muchos, tenían más en común con los droides de combate, que surgían por decenas de miles de los talleres baktoides de los mundos separatistas, que con ellos. Pero, a medida que más y más soldados clon morían en combate, su actitud empezó a cambiar. La total dedicación de los clones a la República y a los Jedi evidenció que podían ser verdaderos camaradas de armas, y que se merecían todo el respeto y compasión de que disponían en este momento. Habían sido los mismos Jedi, junto a otros oficiales de la República con ideas progresistas, quienes insistieron en que la segunda y la tercera generación de soldados clon recibieran nombres y no números, para así fomentar un creciente compañerismo.
—Estoy de acuerdo en que probablemente podemos llegar hasta los niveles superiores, comandante —dijo por fin Obi-Wan—. Pero, para empezar, ¿cómo propone que lleguemos a las granjas de hongos?
Cody se irguió todo lo que pudo y señaló los huertos.
—Entraremos con los recolectores.
Obi-Wan miró inseguro a Anakin y se lo llevó a un lado para hablar con él.
—Sólo somos dos. ¿Qué opinas?
—Creo que te preocupas demasiado, Maestro.
Obi-Wan cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Quién va a preocuparse por ti si no lo hago yo?
—Ya lo hará alguien —respondió Anakin, sonriendo abiertamente.
—Sólo tienes a C-3PO. Y para eso tuviste que construirlo.
—Piensa lo que quieras.
Obi-Wan entrecerró los ojos.
—Oh, ya veo. Había supuesto que la senadora Amidala te interesaría más que el Canciller Supremo Palpatine —antes de que Anakin pudiera responder, añadió—: A pesar de que ella también es una política.
—No creo haber hecho nada para atraer su interés, Maestro.
Obi-Wan contempló a Anakin un momento, pensativo.
—Es más, si el Canciller Palpatine sintiera una sincera preocupación por tu bienestar, te habría mantenido más cerca de Coruscant.
Anakin puso su mano artificial sobre el hombro izquierdo de Obi-Wan.
—Quizá, Maestro. Pero entonces, ¿quién se preocuparía por ti?