Epílogo
El viento frío de norte, poco habitual en Texas, estaba azotando el paisaje con tanta fuerza que Rachel, Rebecca y Robin fueron las primeras en entrar en la casa del rancho.
—Perfecto, de lo más perfecto —protestó Robin mientras trataba de ponerse recta la falda blanca hasta la rodilla que llevaba—. ¿Es un presagio o qué?
—Déjalo ya, Robbie. No empieces a ponerte en plan raro —replicó Rebecca, intentando arreglarse con los dedos el pelo, que llevaba suelto sobre los hombros.
—Me confundes con Rachel. Ella es la que se dedica a las cosas raras —le recordó Robin, y señaló a Rachel, que estaba mirando por la ventana delantera hacia el largo camino que iba desde la casa hasta la carretera.
—Sí, pero no creo en presagios —repuso Rachel—. Y, además, se supone que debemos pensar positivamente. Chicas, ¿recordáis?
—Yo sí te voy a dar flujo de energía —masculló Robin.
—Aquí viene Flynn —informó Rebecca.
La puerta delantera se abrió de golpe y Flynn saltó dentro de la casa, luego se peleó con el viento para poder cerrar.
—Bastante desagradable ahí fuera, ¿no? —comentó, y se pasó los dedos por el pelo mientras miraba a su alrededor—. ¿Creéis que podríamos atizarnos una pinta de cerveza antes de comenzar?
—¡Flynn! —gritaron todas a coro.
—¡Perdón! —dijo, alzando una mano—. Pero ha sido un día bastante agotador y, con este tiempo... —Suspiró y, de repente, recibió un empujón por la espalda cuando la puerta se abrió de golpe, y Jack, Matt y el abuelo aparecieron en la entrada.
—Nunca he visto un viento del norte como éste —comentó el abuelo, meneando la cabeza—. Además, no sé por qué teníamos que desfilar todos hasta ese charco. Cualquiera con dos dedos de frente lo hubiera hecho aquí, al lado del fuego.
—Fue idea mía. ¡Oh, esto es un desastre! —se disculpó Rebecca.
—No pasa nada, Rebecca —dijo Matt—. Teniendo en cuenta las circunstancias, lo has hecho lo mejor posible. Con un tiempo tan malo, no creo que nadie pueda encontrar falta alguna en tu capacidad de programar eventos.
—Eso es cierto —lo apoyó Robin enérgicamente, moviéndose el cabello con los dedos mientras Jake le colocaba bien el cuello del abrigo—. Ahí fuera hace un frío que pela.
—Así, Flynn, que ésta es tu primera visita al Blue Cross, ¿eh? —preguntó el abuelo—. ¿Qué te parece este lugar?
—Fabuloso —contestó Flynn, paseando una mirada admirada por la elegante casa del rancho.
—Cuando acabes con todo eso de la escuela, deberías conseguir la carta verde. Podrías bajar aquí y alquilar algo, ¿eh?
—Quizá —repuso Flynn con un guiño—. Pero todavía no hemos decidido dónde acabaremos.
La puerta se volvió a abrir, y apareció Bonnie, cerrándose con una mano el cuello del abrigo y sujetándose el sombrero con la otra.
—No lo aguanto ni un momento más, no puedo —afirmó, pasando entre ellos—. Después de todo lo que hemos pasado, ¿se supone que debemos soportar esta mierda?
—¡Mamá! —gritó Rebecca.
—Lo siento, Bonnie, fue idea mía —dijo Aaron desde la puerta, arrastrando a la abuela mientras el reverendo la empujaba por la espalda.
—Oh, papá, sabía que querías un lugar con una bonita vista —repuso Rebecca—. Pero ¡está helando!
—¡Bueno, cariño, tu padre sabe que está helando! ¡Mírale el labio! —exclamó la abuela mientras cruzaba el vestíbulo y entraba en la gran sala donde rugía el fuego.
—Pensaba que el clima era bastante adecuado —explicó Aaron sonriendo—. Hubo un tiempo en que tu madre decía que volvería conmigo cuando el infierno se helara.
Bonnie se echó a reír y lo cogió del brazo.
—Nunca he dicho eso, Aaron Lear. Y nunca accederé a renovar nuestros votos matrimoniales en medio de una tormenta.
—El pastor celebrará la ceremonia en la sala grande —propuso Aaron—. ¿Por qué no entráis todos y buscáis donde sentaros?
—¡Espera! —gritó Rebecca cuando el abuelo comenzó a ir en esa dirección para unirse a la abuela—. Al menos, déjame preparar algo que sirva de altar. Ven, Robbie, ayúdame.
—¿Y? ¿Y qué pasa con Rachel?
—¡Yo también voy, Robin! —replicó Rachel poniendo los ojos en blanco, y le sonrió al pastor—. La verdad, reverendo —le dijo, tendiéndole la mano para acompañarlo a la gran sala—, me sorprende que siga usted aquí, con este grupo de paganos.
El pastor rió mientras se iba con Rachel.
A su espalda, Jack, Matt y Flynn se miraron el uno a otro.
—No sé vosotros, chavales —dijo Matt—, pero cuando Rebecca lanza una pelota curva, es mejor apartarse del camino.
—Eso quizá tú —repuso Jack riendo, mientras le daba a Matt unas palmaditas en el hombro—. Pero si yo no voy para allí, Robbie puede acabar haciéndole daño a alguien.
—¿Qué te parece si enviamos al nuevo? —propuso Matt, y él y Jake le sonrieron a Flynn maliciosamente.
—¡Dios! —exclamó Flynn y, con los brazos en jarras, se inclinó hacia un lado y echó una ojeada a jaleo que había dentro—. ¿Puedo preguntar cuánto tiempo tiene que aguantar un tipo antes de que dejen de considerarle el nuevo? —inquirió estoicamente.
—Treinta años, colega —contestó Jack riendo, y le dio un amistoso empujón mientras los tres entraban en la sala para ayudar a preparar la ceremonia que iba a unir de nuevo a Aaron y Bonnie Lear.
Bonnie pasó el brazo por la cintura de Aaron.
—Me alegro de que estemos todos en el Blue Cross —dijo él, sonriéndole—. Mira a esas hermosas muchachas que nos las arreglamos para fabricar. Lo mejor que hemos hecho nunca.
—Cierto —repuso Bonnie—. Y mira a los hombres que las aman. Hombres buenos y sólidos, que las protegerán y las cuidarán todos los días de su vida.
Aaron sonrió y le apretó el hombro.
—Eso es lo que siempre he querido, que las chicas fueran felices. Y, una vez logrado, pensaba que podía ir y morirme. Pero al parecer, Dios quiere que me quede por aquí un rato más. —La miró—. ¿Quién iba decir, después de aquella operación, que un par de años después todavía seguiría por aquí?
Bonnie se rió, se puso de puntillas y besó a Aaron.
—Y en cuanto al inmediato futuro, libre de cáncer, Aaron. Es un milagro. —Se apartó un poco—. Voy a echar una mano.
—Iré en seguida.
Sin cáncer. Gracias a Dios.
Bonnie no lo sabía, pero Aaron había hecho un trato con el Señor de arriba. Si le dejaba quedarse, iba a hacer las cosas bien. Iba a ser una presencia positiva en la vida de sus hijas, no una opresiva. Iba a ser un mejor marido para Bonnie, y había terminado las sesiones con Daniel el Insoportable con un excelente.
Iba a ser un mejor padre. Ya era tarde para sus hijas, pero tenía todos aquellos nietos. Incluso su pequeña Rachel tenía uno cociéndose (lo que había anunciado alegremente, y que significaba que se iba a tomar un año sabático de su puesto de titular en el Departamento de Arte y Arquitectura de la Universidad de Brown).
Sí, iba a ser un hombre mejor, y no iba a desperdiciar ni un solo momento de los días que le quedaran, por muchos que fueran. Pasaría el resto de su vida compensándolos por los sesenta años previos.
Oyó a las chicas reírse de algo; sus risas se elevaron a su alrededor como ángeles, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Mierda, se estaba volviendo un sentimental. Contuvo aquellas tontas lágrimas y, con una sonrisa, entró en la sala llena de seres queridos.
Tenía que reconocer que era un cabrón afortunado.
FIN