Capítulo 26
Asunto: Acción de Gracias
De: Aaron Lear <Aaron.Lear@leartransind.com>
Para: Rachel <earthangel@hotmail.com>
Hola, Rachel. Aquí tu padre. He tratado de contactar contigo por teléfono, pero no has devuelto mis llamadas. Estoy usando este método para informarte de que tengo la intención de llegar a Providence el día de Acción de Gracias por la mañana. Eres mi hija y no puedes echarme de tu vida, por mucho que así lo creas y, por tanto, tratar de evitarme resulta bastante fútil. Voy a ir, y si me cierras la puerta, recuerda que tengo una llave. Si desapareces, te esperaré hasta que vuelvas a casa. Así que, en vez de evitarme, intentemos trabajar juntos para resolver nuestras diferencias. Espero verte pronto. Muchos besos.
Papá.
Asunto: FWD: [Acción de Gracias]
De: <earthangel@hotmail.com>
Para: Mamá <10sNEI@nyc.rr.com>
¿¿¿Mamá, es esto idea tuya??? ¡Ese consejero matrimonial os está volviendo locos! ¡¡¡Mierda, me está volviendo loca a MÍ!!! Por favor, no dejes que papá venga, te lo ruego. Lo único que hacemos es pelearnos y no quiero pelearme con él. ¡NO ESTOY LOCA! ¡ESTOY OCUPADA! De verdad no quiero que papá venga. Perdona si soy una mala hija, pero ahora mismo tengo tanto trabajo que no tengo tiempo para toda esta mierda. ¡¡¡Por favor, páralo!!!
Asunto: RE: FWD: [Acción de Gracias]
De: BonLear <10sNEI@nyc.rr.com>
Para: <earthangel@hotmail.com>
Esto es un mensaje automático de BonLear 10sNEI@nyc.rr.com: Estaré fuera de la ciudad del 18 al 30 de noviembre. Si necesita ponerse en contacto conmigo, llame por favor a mi teléfono móvil, 212-555-9035, y deje un mensaje. Muchas gracias.
Bonnie Lear.
Asunto: Re: Acción de Gracias
De: <earthangel@hotmail.com>
Para: Aaron Lear <Aaron.Lear@leartransind.com>
Hola, papá. ¡Es estupendo que quieras venir a Providence! Así conocerás a mis amigos. El día de Acción de Gracias vendrán unos cuantos, sobre todo los de mi clase de tejido. ¿Recuerdas que enseño a «un puñado de perdedores» cómo hacer tapices medievales? Bueno, pues es fantástico, porque, con suerte, tendrás la oportunidad de conocer y charlar con «Byron», y sé que es algo que siempre te apetece. Ah, casi me olvido. ¡Mi mejor amiga, Dagne, es una bruja! Quiere probar un par de hechizos contigo y ver si te puede curar el cáncer para que no tengas que pasar por el quirófano. No te harán daño, pero quizá huelan un poco. ¡Vale, te veo la semana que viene! Y, por supuesto, si no estoy en casa, entra con tu llave. Sí, me acuerdo de que tienes una; la verdad, no lo olvidaría ni en un trillón de años.
Rachel.
Rachel estaba convencida que la decisión de su padre de ir a Providence era un desastre a gran escala y supuso que debía de ser algún tipo de castigo cósmico por haber tonteado con brujerías y haber disfrutado con ello.
Pero Dagne era más optimista.
—Le encantará la gente de tu clase, le encantará Flynn, bueno, lo supongo igual que me encantará a mí si es que llego a conocerlo algún día. Pero tratarlo como si fuera alto secreto puede volverse en tu contra. —Soltó con un bufido, molesta de que Rachel aún no hubiera encontrado el momento de presentarlos—. Y entonces tu padre dirá: «Me he equivocado mucho contigo, Rachel, realmente te lo has montado, así que voy a devolverte tu fortuna de mogollón de millones de dólares en este mismo instante». —Y alzó su tercera copa de vino para brindar.
—¿Ya has vuelto a fumar incienso? —preguntó Rachel suspicaz, luego rodó sobre la espalda para poder mirar su techo de tres metros y las molduras del salón—. ¿Sabes cómo se va a poner mi padre cuando vea ese árbol y se entere de que el señor Valicielo me quiere denunciar? ¿O la ventana de arriba, que lleva un año rota? ¿O que el garaje se inclina hacia la derecha y que me han cortado la tele por cable?
—Como una furia, ¿no? —repuso Dagne mientras se examinaba una peca del brazo.
—Sí, como una furia. Desde el principio, me dijo que tenía que mantener bien esta casa, y que si no lo hacía, la vendería. Y me dijo que si no abandonaba los estudios, me dejaba sin dinero de forma permanente. No me importa mucho, te juro que no, pero necesito un poco más de tiempo para organizarme antes de que me quite el suelo de debajo de los pies.
—Todo irá bien. Confía en mí. Yo te ayudaré —dijo Dagne con un guiño.
Rachel soltó una risita que era medio gemido.
—No lo digo en broma —insistió Dagne, frunciendo el cejo ante la expresión incrédula de Rachel—. Muy bien. ¿No me crees? Te lo demostraré. —Se puso en pie de golpe y fue hacia su bolso, que estaba sobre la mesa del comedor. Sacó un sobre, regresó al salón y se lo dejó a Rachel encima.
—¿Qué es? —preguntó ésta, sentándose.
—¿Sabes aquella figurita de una bailarina que Myron te regaló y que pensaste que era una tontería? Pues me han dado treinta dólares por ella en eBay.
—¿Qué? —exclamó Rachel; miró dentro del sobre. Estaba lleno de dinero.
—Y por esa cosa de las velas me han dado sesenta —explicó Dagne orgullosa—. Ahí dentro hay trescientos dólares.
Rachel miró el dinero, luego a Dagne.
—Quería esperar otra semana. ¿Te acuerdas de aquel juego de té que te regaló? Las ofertas están en ciento veinticinco dólares, pero no se cierra la subasta hasta dentro de tres días.
—¿Quieres decir que has vendido esas cosas en eBay? —preguntó Rachel sólo por decirlo en voz alta.
—Sí —contestó Dagne con una sonrisa de oreja a oreja—. Estabas en un apuro, y todos esos trastos estaban tirados por los rincones. ¡Ni siquiera has notado que no los tenías! —dijo muy orgullosa.
—Creo que voy a llorar —exclamó Rachel, apretando el sobre contra su pecho.
—No, por favor —pidió Dagne sonrojándose—. Venga, olvídate de eso y háblame de Flynn. ¡Quiero conoceeeeerlo!
Rachel suspiró y dejó el sobre a un lado.
—¿Qué puedo decirte, Dagne? Es perfecto. Absolutamente perfecto.
—¿Y has descubierto si tiene a alguien esperándole en Inglaterra?
Eso hizo que Rachel esbozase una pequeña mueca.
—Había alguien. Creo que ella no quiere dejarlo marchar, y ¿quién puede culparla? Flynn me dijo que habían cortado, pero que ella no aceptaba que se hubiera acabado. —Se apoyó en un codo y miró a Dagne—. Yo tampoco seré capaz de aceptarlo.
—¿Aceptar qué?
—Que se acabe.
Dagne resopló e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No seas ridícula. ¡No se va a acabar! Por todo lo que me has dicho, ¡él está tan loco por ti como tú por él!
—Vale... pero no sabe toda la historia. No sabe nada de la Lear Transporta Industries, o de que me han desheredado y que no puedo ni pagar las facturas, ni que mi vecino me va a demandar y llevarse todo mi dinero, que en este momento son cuatrocientos diez dólares. Sabe que estoy haciendo trabajos temporales, pero cree que es para divertirme un rato mientras decido el tema de la tesis. Al menos, eso es parcialmente cierto —concluyó tristemente.
—Eh, el dinero no lo es todo —repuso Dagne, tratando de animarla—. Muchísima gente no tiene tu dinero y consiguen vivir felices.
—No estoy diciendo que el dinero lo sea todo, pero... —Se calló. No existía una manera agradable de explicar que tener un montón de dinero sí hacía que la gente te considerara de una manera diferente como persona. Ella debía saberlo, había sido doña Millonetis durante mucho tiempo.
—No te lo va a reprochar —continuó Dagne—. Además, vamos a resolver ese problema. Quizá ya no seas una rica heredera, pero tampoco vas a ser una indigente. Al menos hasta que encuentres un trabajo de verdad. Estaba pensando en preguntarle a Glenn si habría algo para ti en su empresa.
—¿Glenn? —exclamó Rachel, sentándose del todo—. No sigues viéndolo, ¿verdad?
Dagne se encogió de hombros y bebió un poco de vino.
—¿Bromeas? —gritó Rachel riendo—. Pensaba que no lo soportabas.
—Creía que no —replicó Dagne a la defensiva—. Pero es un tipo decente y tiene muy buen trabajo. Debe de sacarse unos setenta y cinco de los grandes al año.
—¿En serio? ¿A qué se dedica?
—Vende barcos. Le iba a preguntar si tal vez te pudiera poner de chica de barco.
—¿Chica de barco?
—Ya sabes, la que está en el barco y señala cosas. —Miró su reloj—. Oh, vaya, me tengo que ir. —Se puso en pie—. He quedado con él en Fratangelo's dentro de un rato.
—Caramba, ¿lo estás introduciendo en la fraternidad? —preguntó Rachel sorprendida.
—Cierra la boca —replicó Dagne. Pero sonreía—. Ven, hagamos ese hechizo para tu padre.
—¿Tienes alguno en mente? —preguntó ella mientras se ponía en pie.
—Claro. El que convierte la mezquindad en amabilidad —respondió, y fue hasta el espejo de la habitación contigua para mirarse—. Eso es lo mejor de ser una bruja, ¿sabes? Puedes recordar los hechizos cuando los necesitas. ¡Vamos! —Se alejó del espejo—. Será cuestión de un minuto, si tienes glicina seca y caca de vaca.
—Caca de vaca —repitió Rachel pensativa—. Creo que la dejé en el sótano.
Dagne ya estaba a medio camino de la escalera antes de que Rachel pudiera decirle que estaba bromeando.
Media hora después, se hallaban bajo el alero del garaje, temblando bajo una lluvia que calaba hasta los huesos, preparando un hechizo «contra desgracias», lo que le hizo mucha gracia a Rachel, que no paraba de reírse mientras Dagne trataba de prender la barrita de bálsamo. Pero estaba demasiado mojada.
Tras varios intentos, Dagne dejó las cerillas.
—No importa. Seguro que tampoco hace falta que quememos bálsamo. Así que lo único que tenemos que hacer es envolver esas piedras con la cinta y apilarlas —explicó, y le pasó las piedras y la cinta a Rachel.
—¿Por qué siempre tengo que hacerlo yo? —protestó ésta, mientras cogía las piedras y la cinta.
—Porque tú eres la que tiene los problemas, doña Millonetis —le recordó Dagne.
—Ni siquiera puedo ver lo que estoy haciendo —se quejó Rachel mientras apilaba las cinco piedras que había sacado de su estanque del jardín y trataba de atarlas con una cinta.
—¿Quieres darte prisa? Voy a llegar tarde a mi cita.
Rachel toqueteó las piedras en la oscuridad y, finalmente, helada y exasperada, las ató lo mejor que pudo.
—Ya está.
—Muy bien —repuso Dagne—. Dame las manos.
Rachel extendió las manos; Dagne se las cogió, y se quedaron cara a cara, así cogidas.
—Vuelve la cara hacia la luna —le indicó Rachel.
—¿La luna? ¡No hay ninguna luna; está lloviendo!
—¡Bueno, pues mira hacia arriba! —replicó Dagne—. Vale, allá vamos: «Diosa Luna, brilla con fuerza y muéstranos el camino que nos aleje de las muchas desgracias que nos rodean. Diosa Luna brilla con fuerza y aléjanos de las desgracias que vendrán. Diosa Luna, brilla con fuerza y danos el poder de evitar las...».
El ruido de las piedras apiladas al desmoronarse las sobresaltó a ambas.
—Las desgracias —murmuró Dagne muy de prisa, y ambas miraron hacia abajo. Las piedras se habían salido de la cinta y se había esparcido a sus pies.
—Esto no puede ser bueno —auguró Rachel.
—No será tan malo, hemos conseguido decir la mayor parte del hechizo. —Dagne miró su reloj—. ¡Mierda! De verdad que me tengo que ir. —Soltó las manos de Rachel y se agachó para recoger el bálsamo mojado.
Rachel cogió la cinta, pero dejó las piedras en su prisa por seguir a Dagne dentro de la casa. Luego la acompañó hasta la puerta principal.
—Vienes para Acción de Gracias, ¿verdad? —le preguntó a Dagne mientras ésta corría por el porche y bajaba la escalera.
—¡No me lo perdería por nada! —gritó su amiga; llegó al coche y se metió dentro para protegerse de la lluvia.
Rachel se quedó mirándola salir a la carretera. Y mientras Dagne se marchaba, un viejo Geo Metro subió por el camino de entrada. Oh, fabuloso, Myron. ¡Se suponía que esa desgracia se debía haber evitado!
Entró en la casa y fue en busca de su copa de vino.
—¡Ey! —saludó Myron desde la puerta mientras ella se acababa el vino—. ¿Hay alguien en casa?
—¡Aquí detrás!
Entró en la cocina a grandes zancadas y le plantó un beso en la mejilla a Rachel.
—Estaba empezando a pensar que ya no vivías aquí —dijo, mientras se dirigía directo a la nevera—. He estado como media docena de veces y nunca estás en casa. Así que supongo que estarás trabajando duro, ¿no?
Rachel lo miró por encima del hombro para ver si estaba bromeando. Al parecer no.
—Tía, tienes la nevera vacía —informó meneando la cabeza—. No puedo ni hacerme un sándwich decente.
—Estoy pasando una pequeña crisis económica, ¿recuerdas?
—¿Y qué pasa con lo del trabajo temporal? —preguntó Myron.
—No gano lo suficiente ni para pagar las facturas —contestó Rachel.
Myron se volvió para mirarla.
—Tienes que llamar a tu viejo, Rachel. Te estás quedando en los huesos.
¡Eh! ¿Qué había dicho?
—¿En serio? —preguntó Rachel, mirándose.
Myron se echó a reír.
—Podrías meter a otra tú dentro de esos vaqueros, ¿no lo has notado?
Rachel se apartó un poco más del fregadero y se miró por delante y por detrás. Sí que parecían más holgados que de costumbre. Pero según su báscula, no había perdido más que unos gramos.
—Como sea —prosiguió Myron—, tu viejo no te va a dejar sin un céntimo, por mucho que lo diga. Apuesto a que, si lo llamas y le dices que te estás muriendo de hambre, cambiará de idea. Sólo intenta asustarte para que acabes los estudios. Y por cierto, ¿cómo va eso?
—Bastante bien —contestó ella, animándose, porque al menos sus estudios iban bien—. Creo que ya tengo tema para la tesis. Voy a redactar el esquema durante las vacaciones.
—¡Ey, eso es estupendo! —exclamó Myron, y su sonrisa, como Rachel sabía, era auténtica—. ¿Sabes? He estado pensando sobre mi situación.
Vaya, qué raro, Myron pensando en sí mismo.
—No estoy nada seguro de que lo mío sea dar clases en la universidad.
Guau, menuda sorpresa. Rachel dejó lo que estaba haciendo y se volvió a mirarlo. No estaba fumado, ni bromeaba...
—¿A qué te refieres? —preguntó—. Has estado dando clases en la universidad desde... siempre.
—Lo sé —repuso él con una carcajada; cerró la nevera y se dirigió a la despensa—. Pero creo que es el momento de cambiar. ¿Te acuerdas de la casa que tienen mis viejos en Milton Edad?
¿Cómo olvidarlo? Era el único sitio decente al que la había llevado, e incluso entonces, ella tuvo que pagar la mitad del viaje.
—Estaba pensando en ir allí y hacer un poco de surf. Dejar pasar un poco de tiempo para aclararme las ideas, quizá fumarme un porro o dos, y meditar sobre el significado de la vida, ¿sabes a lo que me refiero?
No, Rachel no sabía a lo que se refería. Aquél no podía ser el mismo hombre ansioso por obtener una plaza fija del que había sido amiga durante los últimos años.
—¿Estás bien, Myron? —preguntó Rachel—. No pareces tú. Creía que el mundo académico era tu vida.
Myron volvió a reír, sacó pan y mantequilla de cacahuete y procedió a hacerse un sándwich.
—Supongo que no eres la única que estás cambiando, Rach.
—¿Estoy cambiando?
—¿Bromeas? Mírate. Trabajas, decides un tema para la tesis, vas al gimnasio... Esa no es la Rachel que yo conozco.
Tampoco era la Rachel que ella conocía.
Sonó el teléfono.
—Perdona... tengo que cogerlo —se excusó Rachel, y salió de la cocina, notando los ojos de Myron clavados en su espalda.
—Hola, ¿podría hablar con la encantadora mujer que se niega a creer que los pingüinos pueden ser unas mascotas maravillosas? —le preguntó una voz con un claro acento británico, cuando contestó el teléfono.
Una cálida sensación la recorrió de pies a cabeza.
—Al habla —repuso, sonriendo tiernamente, y se puso un mechón de cabello detrás de la oreja.
—¿A qué te dedicas, Rachel? Hoy he echado de menos tu risa.
—He estado metida en la biblioteca.
—Qué excitante. Espero que al menos fuera productivo.
—Lo ha sido. Creo que ya tengo lo suficiente como para escribir el esbozo del proyecto.
—¡Estupenda noticia! —exclamó Flynn alegremente—. No tengo ni idea de lo que es eso, pero estoy loco de contento por ti, amor. Quizá deberíamos celebrar tu éxito... pillo comida china y me paso por ahí, ¿vale?
—Bueno... —Rachel miró por encima del hombro; Myron estaba en la cocina, comiéndose el sándwich y mirándola—. También podría ir yo.
—¿Aquí? Pero siempre estamos aquí, ¿no? Y, además, tu casa es más grande. Después de un detallado estudio del capítulo catorce del manual tántrico, estoy convencido de que necesitamos todo el espacio de que podamos disponer.
Rachel se echó a reír, pero notaba el calor de su rostro, y echó otra rápida mirada a Myron.
—Pero es que mi casa está hecha un lío. En realidad, no hay tanto espacio —replicó en voz baja—. Te prometo que la tendré ordenada para Acción de Gracias. Vas a venir, ¿verdad?
—No me lo perdería por nada —contestó él—. Pero ¿no podemos hacer un preestreno...?
—Esta noche no me va bien —repuso ella en seguida.
Flynn no dijo nada por un momento y luego rió suavemente.
—¿Por casualidad estás escondiendo algo?
—¿Escondiendo? —Rachel rió nerviosa.
—¿Cadáveres, quizá? ¿Lingotes de oro? ¿Brownies?
Rachel sonrió.
—¡Eso te gustaría saber!
—Sí, la verdad es que me gustaría. Tratas esa casita como si fuera Fort Know.
Rachel detectó una ligera irritación en la voz de Flynn.
—Flynn...
—Muy bien, vente para aquí. Pediré comida china, si te parece bien.
—Gracias. Nos vemos en una hora, ¿vale?
—Sí, y date prisa, ¿lo harás? El capítulo catorce nos ocupará un poco de tiempo.
—¿Y qué tal un calzado especial?
—No hará ningún daño.
—Te veo en seguida —dijo, y colgó; se quedó allí un momento y luego se volvió.
Myron se había acabado el sándwich, pero seguía mirándola. Se frotó las manos para sacudirse las migas.
—¡Bien! Por lo que parece, sigues viendo a ese tipo.
Rachel asintió con la cabeza.
Myron miró hacia el suelo y suspiró.
—Es fantástico, Rachel. Soy feliz si tú eres feliz. De verdad, lo soy. Además, probablemente me mude a Milton Edad, así que no es como si nuestra relación estuviese yendo a alguna parte.
—¿A alguna parte? —repitió Rachel casi gritando—. Nosotros no hemos ido a ninguna parte desde ya ni sé cuándo, Myron.
Con una risita tímida, él se cruzó de brazos.
—Sí, tienes razón. Sé que tienes razón. Pero bueno, supongo que últimamente he estado pensando en nosotros y se me ocurrió que tal vez... ya sabes. Que quizá pudiésemos liarnos de nuevo.
Vale, ahora sí que el mundo se había salido de su eje. Rachel dejó el teléfono sobre la mesa del comedor, junto a un par de candelabros de porcelana que Myron le había regalado la semana anterior.
—¿Liarnos? ¿Tú y yo? Tú me dejaste, ¿recuerdas? Sinceramente, Myron, hay veces que no te entiendo en absoluto.
—¡Eh, que sólo era una idea! No pasa nada —repuso él medio riendo—. Mira, tengo prisa. ¿Cuál es el plan para Acción de Gracias? —preguntó mientras pasaba a su lado, como si nunca hubiera mencionado la idea de liarse.
—Nada especial —contestó Rachel, aún perpleja por su proposición—. Sólo amigos nuevos.
—Muy bien. No voy a hacer nada, así que me pasaré. Quizá pueda echarle un ojo a ese tío que te tiene tan pillada —dijo riendo—. Nos vemos. Gracias por el sándwich. —Fue hacia la puerta.
—Myron —lo llamó Rachel.
Él se volvió y meneó la cabeza sonriendo.
—No te preocupes, Rach; no voy a volver para fastidiarte las cosas.
Pero ¿quién se creía que era? Rachel no sabía si estar más asombrada de que él creyera que podía fastidiarle nada, o de que estuviera pensando en renovar una relación que hacía mucho tiempo que había muerto. Pero en cualquier caso, tenía algo más urgente en lo que pensar.
—Lo cierto es que te iba a preguntar por mi móvil, ¿te acuerdas, el T-Mobile?
—Oh, sí —repuso, asintiendo con seriedad—. Aún lo tengo yo, ¿verdad?
—Sí. Todavía lo tienes, lo has tenido una eternidad, y me gustaría que me lo devolvieras. No he podido pagar el teléfono, y ése puede ser el único...
—No te preocupes —levantó la mano para cortarla—. Te lo traeré en Acción de Gracias. Vale, me tengo que largar. Nos vemos. —Y con un guiño salió por la puerta.