XII

AVANCES EN LA BIBLIOTECA

Remigius Astropoulos tuvo que regresar a la capital para asistir a las exequias del monarca, por lo que Sophia decidió encerrarse en la biblioteca todas las horas que fueran necesarias. La noche anterior había estado dándole vueltas a todo lo que le habían explicado tanto Ganímedes Marmarian como el propio Astropoulos. Ordenó sus ideas y concluyó que lo más importante era responder a la siguiente pregunta: ¿por qué Cassandra había profetizado que Sebastián sería el futuro rey de los atlantes?

Sophia estaba convencida de que si resolvía aquella cuestión el resto de los interrogantes terminarían cobrando sentido. Ahora bien, ¿por dónde comenzar su investigación? Lógicamente, lo suyo sería buscar información sobre Sebastián. Y ya sabía que no iba a resultar una labor fácil, por la sencilla razón de que la historia de ese muchacho en la Atlántida únicamente se reducía a un par de meses de existencia. Tal vez ni siquiera eso… Se había elaborado un guion y, después de desayunar, se reunió con Ganímedes Marmarian en la biblioteca.

—¿Cómo se apellidaba Sebastián? —preguntó Sophia en un susurro apagado.

A diferencia de la noche anterior, aquella mañana habían acudido a la biblioteca varias personas, por eso Sophia y Ganímedes Marmarian se habían sentado en un lugar apartado porque la discreción era muy importante.

Marmarian arrugó la nariz.

—Indo… —murmuró, meneando la cabeza—. Lo siento, no lo recuerdo. Sin embargo, para mí, el pequeño siempre fue Sebastián. Sebastián a secas…

Sophia se pellizcó el labio. Se había quedado pensativa, con la mirada perdida en uno de los estantes que había tras el anciano.

—Hum… Los padres de Sebastián fueron asesinados, ¿me equivoco?

—Así es —asintió Marmarian—. Encontraron sus cadáveres poco después del nacimiento de Sebastián.

—En ese caso, tal vez podríamos encontrar algo de información —apuntó la joven. Sus ojos brillaban por la emoción—. ¿Hay en esta biblioteca un lugar donde se guarden periódicos antiguos? Algo así como una hemeroteca… Si se publicó algún artículo sobre su muerte, posiblemente encontremos allí su nombre completo…

—Me temo que no… —se lamentó Marmarian mientras se mesaba su larga cabellera cenicienta.

—¿Cómo que no? —preguntó Sophia, atónita ante la respuesta. Había alzado el tono de voz, y varias personas le dirigieron miradas ceñudas—. ¿Me está diciendo que no se guardan copias de los periódicos antiguos?

—No exactamente… No tenemos mucha prensa, que digamos —reconoció Marmarian—. Cuando sucede algo importante como, por ejemplo, el fallecimiento del rey, se envían comunicados a todas las localidades y se anuncian en la plaza… No obstante, ¿qué interés podría tener anunciar el asesinato de un matrimonio? A la gente no le interesa leer temas tan escabrosos. Además, ¡podría cundir el pánico entre la población!

Sophia se sentó, abatida.

—¡Oh, genial! —se lamentó—. Un criterio muy medieval… ¿Ni siquiera os interesa anunciaros o comunicar una feria o… no sé, cualquier cosa?

—Solo entre localidades vecinas… Las pocas publicaciones que existen son tan poco formales que no merece la pena guardarlas.

Con un argumento como este, la joven cretense comprendió por qué la sociedad atlante había sufrido una involución y por qué el estudio había quedado relegado a unos pocos.

—¿Y los datos de registro? ¿No existe algún censo o algo por el estilo? Tal vez allí podríamos encontrar alguna pista…

—Sí, hay registros censales… pero no de Diáprepes. Se perdieron con el incendio —recordó Marmarian—. Además, es un territorio que a nadie le interesa.

—¡A mí me interesa! —explotó Sophia. Esta vez, un hombre de mediana edad tuvo que llamarle la atención, rogándole silencio—. Está bien… Intuyo que, la opción de ir allí a investigar está descartada…

—¿¿¿A Diáprepes??? ¡Descartadísima! —contestó Marmarian, sin ocultar un gesto de horror—. ¿Sabes qué es un territorio completamente arrasado? Bien, en Diáprepes no sobrevivió nadie, así que solo vas a encontrar cenizas y más cenizas…

—Recapitulando, si no podemos viajar al lugar, si no existen registros y tampoco hay periódicos de la época… ¿Cómo se supone que podemos obtener algo de información?

Sophia se subía por las paredes. No estaba acostumbrada a no poder encontrar información acerca de un tema. En su querida Creta, siempre recurría a internet, a alguna revista o publicación y, por supuesto, a los libros. Los libros siempre habían sido su fuente de búsqueda inagotable menos, por lo visto, para el tema que tenía entre manos. Aunque el incendio de Diáprepes pudiera aparecer en algún manual de historia atlante, era imposible que se mencionase el asesinato de los padres de Sebastián o apareciese una relación completa de todos los supuestos fallecidos en aquel incendio. Imposible. Ningún libro podía llegar a ser tan especial… ¿o sí?

De repente. Sophia se golpeó la frente con la mano.

—¡Cómo he podido ser tan estúpida!

Se puso en pie de inmediato y abandonó la biblioteca bajo la atenta mirada de varios de los presentes. Alguno que otro suspiró aliviado cuando la vieron perderse tras la puerta, así como más de uno clamó por lo bajo al verla aparecer de nuevo, quince minutos después, con un grueso tomo bajo el brazo. El eco de sus pisadas resonó por toda la estancia y su silla chirrió al arrastrarla.

Marmarian aguardaba pacientemente, mientras que más de uno abandonó la biblioteca indignado por el ruido de la muchacha.

—Mejor —dijo ella, esbozando una sonrisa maliciosa—, cuantos menos oídos escuchando, mejor.

—Ese libro no parece haber salido de esta biblioteca… —advirtió el anciano, mirándolo con curiosidad—. ¿Acaso viene de tu Grecia natal?

—Es Creta —lo corrigió Sophia, frunciendo el entrecejo—. Y, técnicamente, sí procede de allí. De hecho, se encontraba en la cámara a través de la cual vine a parar a este continente.

Entonces, Marmarian clavó su mirada seria y escrutadora en la joven. Para un estudioso de las cámaras atlantes como él, el detalle no había pasado desapercibido. Si aquel libro procedía de una de ellas…

—¿Es… el Libro de la Sabiduría?

—El mismo —asintió la muchacha, sonriente. En ese preciso instante, se disponía a abrirlo.

El Libro de la Sabiduría era uno de los diez valiosos objetos que guardaban las misteriosas cámaras, tres de los cuales habían recibido los Elegidos a su llegada al Continente Escondido. Mientras Ibrahim se había hecho con el codiciado Amuleto de Elasipo y Tristán con la poderosa Espada de Atlas. Sophia había conseguido el Libro de la Sabiduría de Evemo, después de superar unas dificilísimas pruebas.

No era la primera vez que lo utilizaba. A su llegada a la Atlántida, le había permitido aprender mucho sobre las lagunas de Mneseo, especialmente sobre los membranosos de Siluria y sobre los peligrosos agloks (unos pájaros prehistóricos capaces de partir en dos a un hombre con su imponente pico). También le había sido de gran utilidad a la hora de atravesar el Bosque del Camino Único, en Elasipo. Era un libro maravilloso, capaz de actualizar información. ¡Precisamente lo que necesitaba!

Intrigado, Ganímedes Marmarian se había acercado a Sophia y contemplaba el libro extasiado, mientras la muchacha pasaba una página tras otra en busca de la información deseada.

—¡Aquí está! —exclamó a los pocos segundos, señalando un apartado que hacía referencia a Diáprepes—. No es muy extenso, que digamos.

Efectivamente, de los diez territorios que componían la Atlántida, el texto sobre Diáprepes era bastante reducido, como si el incendio también hubiese devorado la poca historia que quedaba de él.

El lamento de Sophia no se hizo esperar.

—Espera, no te precipites —le recomendó el anciano—. ¿Y si buscas información sobre mi hermano? Quizá nos cuente cómo fue tutor del pequeño Sebastián…

Sophia pasó más hojas, hasta llegar al apartado que hacía referencia a la Orden de los Amuletos.

—¡Aquí está! —exclamó Sophia, al ver que la información acerca del hechicero se desplegaba en la página de la derecha. Se saltó la parte introductoria y fue directamente al grano—: «Gran hechicero, muy respetado dentro de los miembros de la orden, fue un firme candidato a presidirla. Sin embargo, a la muerte de Padme Puppis, la orden se decantó finalmente por Botwinick Strafalarius, un mago joven y de gran proyección, que en la actualidad sigue al frente de la orden. La mala suerte no terminó ahí para Apostólos Marmarian, quien fallecía poco después en el devastador incendio que asoló Diáprepes…».

—¡Es mentira! —espetó el anciano, susurrando con indignación—. Mi hermano no murió en el incendio, fue asesinado por esa vulgar rata de Strafalarius. No sé quién habrá redactado eso, pero es una burda falacia…

Sophia trató de calmarlo como buenamente pudo.

—Le creo —dijo con voz sosegada—. No obstante, si la magia del Gran Mago causó aquel incendio, puede que el Libro de la Sabiduría simplemente esté rellenando huecos. Además, por su forma de funcionar no me cabe ninguna duda de que este es un artilugio mágico. Y ya sabemos quién manda, a día de hoy, en los temas relativos a la magia…

—Puede que estés en lo cierto. —Recapacitó Ganímedes—. Aun así, me duele ver eso escrito…

Lo peor de todo era no haber conseguido encontrar rastro alguno sobre Sebastián. ¿Habrían bastado veinte años lejos de la Atlántida para borrar sus huellas definitivamente? ¿Y si había muerto y, por eso, no aparecía su rastro? Claro que, en ese caso, no tendría sentido buscarlo ni investigar por qué Cassandra lo señaló. Branko seguiría siendo el monarca, independientemente de si era el verdadero heredero o no. Sin embargo, no había que olvidar que se había abierto una cuarta cámara, esta vez en España…

Sophia estaba a punto de darse por vencida cuando tuvo una última idea. Pasó las hojas con rapidez, buscando algo en concreto, algo verdaderamente actual, algo relacionado con…

—«Branko I. rey de la Atlántida —murmuró la muchacha, al encontrar la página que buscaba—. Tras la reciente muerte de Fedor IV, último monarca perteneciente a la dinastía atlante, el hasta ahora líder de los rebeldes ha sido coronado nuevo rey. Es la primera vez en la historia que el trono de la Atlántida lo ocupa alguien que por cuyas venas no fluye la sangre de Atlas. Aunque Branko I no era el primero en la línea sucesoria, sí ha sido el primero en reclamar su derecho al trono…». ¿Ha visto esto?

—Lo estoy viendo, sí —asintió Ganímedes, sin apenas poder dar crédito.

Entonces, los dos leyeron al unísono, en voz alta, la frase más impactante de todas:

—«En caso de conflicto, la corona de Gadiro será determinante para dilucidar si un candidato tiene derecho o no al trono».

—¡Pues claro! —exclamó el viejo Ganímedes, dando una palmada—. ¡La corona de Gadiro!

—Perdón, pero no comprendo…

Marmarian sonrió y bajó la voz; estaban armando demasiado jaleo.

—Como sabes, Poseidón entregó a cada uno de sus diez hijos un bien de incalculable valor —recordó el sabio—. El Libro de la Sabiduría, que perteneció a Evemo, es una prueba de ello…

—Sigue —le apremió Sophia.

—Bien —asintió Marmarian—. Según parece, a tus amigos les ha tocado la espada del mismísimo Atlas… y el poderoso Amuleto de Elasipo. La historia cuenta que a Gadiro le fue entregada una corona de oro y piedras preciosas.

Sophia se mordió el labio.

—¿Por qué una corona? Él no estaba llamado a ser rey…

—Es verdad, Atlas fue coronado primer rey de la Atlántida —corroboró el anciano—. Aunque supongo que ya sabrás que nunca se llegaron a conocer qué motivos determinaron la elección de Poseidón, pues los hermanos eran gemelos… Desde hace muchas generaciones circula un rumor que asegura que el heredero de Gadiro tendría en su piel la marca de Poseidón, un pequeño tridente. No obstante, yo me inclino a pensar que Poseidón obsequió a Gadiro con esa corona pensando en el futuro. Sin duda, debió de prever que llegaría un momento en que la dinastía de Atlas diese paso a la de Gadiro. Y, supuestamente, esa corona señalaría al verdadero rey.

—Es decir, que si Branko se la pusiese, no sucedería nada en especial porque no es el legítimo rey, ¿no?

—Me temo que en este caso es al contrario… Si la memoria no me falla, creo que… rechazaría, por decirlo de alguna forma, al impostor.

Sophia miró fijamente al anciano.

—De todas formas, ¿qué más pruebas necesitamos? ¡El Libro de la Sabiduría deja muy claro que Branko es un embustero! ¡No debería estar reinando! Bastará enseñarlo para…

—¿Para qué? —La interrumpió Marmarian—. ¿Acaso crees que Branko va a abandonar el trono porque un libro diga que no le corresponde gobernar? ¿Crees que la gente haría caso de una cosa así?

—Nunca se sabe…

—¡No funcionará! La gente necesita pruebas tangibles, algo que se pueda ver y tocar… ¿Qué mejor que conseguir la Corona de Gadiro? Y si encontramos a su verdadero dueño…

Sophia levantó la vista del Libro de la Sabiduría y se quedó pensativa, hasta que finalmente exclamó:

—¡Sebastián! ¿Y si fuera el verdadero heredero? ¿Lo señalaría Cassandra por ese motivo?

—Puede ser. Sophia, puede ser…

—¿Y dónde podemos encontrar esa corona? ¡No tenemos ni idea de por dónde empezar a buscarla!

—¿Estás segura, muchacha? Tú, mejor que nadie, deberías intuir dónde está…

—¿Yo? —preguntó Sophia con incredulidad—. Un momento… ¡Claro! Pero ¿cómo puede ser tan sencillo?

Marmarian frunció el entrecejo.

—¿Acaso a ti te ha resultado fácil hacerte con este libro? ¿Y tus amigos? ¿Estarían de acuerdo contigo?

—Bueno, es cierto que tuvieron ciertas dificultades… al igual que yo.

—Piensa que Botwinick Strafalarius se ha pasado toda una vida persiguiendo el Amuleto de Elasipo… ¡y todavía no lo tiene!

—Puede que tenga razón… El hecho de que la corona se encuentre escondida en una cámara no significa que tenga que ser fácil localizarla. Además, tenemos varias posibilidades. ¿En cuál de ellas puede encontrarse?

—Hum… Después de tanto tiempo estudiando sobre ellas, tengo una ligera idea de dónde puede encontrarse. Debemos ponemos en marcha tan pronto regrese Remigius de su viaje a la capital; las lagunas de Mneseo nos esperan…