III

LAS SOSPECHAS DE ASTROPOULOS

Media hora después de enterarse de la terrible noticia, Legitatis ordenó que pusieran en libertad a Remigius Astropoulos. El anciano sabio no recibió más justificación que una escueta carta que se apresuró a abrir una vez se encontró en la calle. Constató que había sido escrita de puño y letra por el propio Roland Legitatis y su contenido, lejos de ser una disculpa por lo acontecido, estuvo a punto de causarle un infarto. Decía así:

Querido Remigius:

Es mi deber comunicarte que desde tu encierro han tenido lugar dos hechos de especial relevancia para nuestro continente.

En primer lugar, se ha tomado la decisión de dejar sin efecto la condena que ordenaba el exilio de los rebeldes. Branko y sus hombres han devuelto los anillos originales, de manera que nuestro continente vuelve a estar a salvo. Él mismo se ha declarado culpable del robo pero ¿acaso les habríamos hecho caso de otro modo? En cuanto al castigo… Es cierto que han pasado ya muchos siglos desde la Gran Rebelión y no es justo que estos hombres paguen por los errores cometidos por sus lejanos antepasados. Estoy seguro de que nos ayudarán a devolver el esplendor a la Atlántida.

La segunda noticia que debo anunciarte es el fallecimiento de Su Majestad el rey Fedor IV. Al parecer, uno de los hombres de Branko encontró su cadáver en una cueva y ha traído su espada como prueba. Pienso que, por el momento, hay que ser prudentes. He considerado que debías saberlo, aunque no haremos un anuncio oficial a la población hasta que no tengamos pruebas fehacientes del fallecimiento de Su Majestad. En estos momentos, parto a Diáprepes para rescatar su cuerpo y, llegado el caso, poder darle una digna despedida. De confirmarse la noticia, me temo que nos esperan tiempos bastante complicados.

Recibe un saludo afectuoso,

Roland Legitatis

Cuando terminó de leer la misiva, Astropoulos se quedó quieto como una estatua, con la brisa meciendo su larga barba blanca y con sus ojos vidriosos perdidos en el final de la calle. Estrujó el papel contra los pliegues de su túnica.

—Fedor IV muerto… —murmuraba, sin dar crédito aún a la noticia. Aunque la readmisión de los rebeldes le había sorprendido, el fallecimiento del monarca era un golpe demasiado duro; sin un claro heredero a la corona, se avecinaban tiempos difíciles, tal y como vaticinaba Legitatis.

Se quedó embebido en sus pensamientos, ajeno a todo cuando sucedía a su alrededor. Incluso, pasados unos minutos, no se dio cuenta de que le estaban hablando hasta que sintió el tirón en su túnica.

—¿Señor Astropoulos?

—¡Espera. Sophia! —le espetó Stel, al ver que la impaciente muchacha se disponía a dar un tirón de barbas al sabio—. Parece que ya vuelve en sí…

Remigius Astropoulos sacudió la cabeza y cruzó su mirada con los preciosos ojos verdes que Sophia escondía tras sus lentes. Se percató de que su gesto no dejaba ver alegría alguna. Sus labios rectilíneos, sus brazos cruzados y aquella mirada penetrante más bien transmitían todo lo contrario. Casi inconscientemente. Astropoulos guardó el arrugado papel en el bolsillo de su túnica.

—Nos engañó, ¿no es así?

—Sophia, recuerda a quién te estás dirigiendo… —le susurró Stel a sus espaldas.

—Sé muy bien con quién estoy hablando —le contestó la muchacha dándose la vuelta repentinamente. Sus ojos parecían un par de esmeraldas incandescentes—. Con la persona que nos envió a una peligrosa misión abocada al fracaso.

Astropoulos carraspeó.

—Me temo que os debo una explicación… —contestó el sabio, entrelazando los dedos de sus manos y haciendo un esfuerzo por sostener la mirada de la joven—. No obstante, ¿dónde están tus amigos?

—Oh, decidieron tomar sus respectivos caminos… —contestó con sinceridad Sophia. Acto seguido, procedió a explicarle que, una vez cumplida la misión que les habían encomendado. Tristán había optado por regresar a Nundolt en busca de un viejo amor, mientras que Ibrahim había decidido regresar al Bosque de Ella…

—¿Has dicho el Bosque de Ella? —preguntó el anciano, sorprendido.

—Yo traté de impedírselo, pero él decía que quería aprender magia con Ella —apuntó Stel.

No sin cierta ironía. Sophia se encargó de desvelar los motivos que les llevaron a adentrarse en el bosque hechizado, mientras que Stel se encargó de contarle su posterior encuentro con la bruja.

—Temo no volver a verlo nunca más… —concluyó el joven.

Astropoulos lo miró con extrañeza.

—¿Y eso?

—¿Nunca ha oído las atrocidades que se cuentan de esa mujer? —preguntó Stel con horror—. ¡Hay mucha gente que ha desaparecido en ese bosque!

—A decir verdad, algo he oído al respecto —reconoció el sabio, esbozando una sonrisa tras su encanecida barba—. No obstante, te diré que yo he estado en ese bosque en dos ocasiones… y aquí me tienes.

—¿Dos veces? —repitió Stel, perplejo ante lo que acababa de revelarle el anciano.

—Así es —afirmó Astropoulos, poniéndose en marcha—. Si no os importa, preferiría charlar con vosotros… lejos de este lugar —prosiguió, señalando la prisión a sus espaldas—. A diferencia del Bosque de Ella, este sitio, como comprenderéis, no me trae gratos recuerdos.

—Está bien —contestaron los muchachos siguiendo sus pasos.

Unos metros calle abajo había un puesto ambulante en el que ofrecían rosquillas rellenas de múltiples sabores. Después de la insulsa comida de la prisión, aquellas rosquillas serían manjar de dioses.

—Así que me acusas de engañaros —dijo Astropoulos, retomando las palabras de Sophia. Dio un buen mordisco a su rosquilla rellena de mermelada de arándanos con parsimonia, mientras los muchachos devoraban las suyas—. Se trata de una acusación bastante… grave. ¿En qué te basas para realizarla?

Sophia frunció el entrecejo, con las migajas cayéndole por las comisuras de los labios.

—Sencillamente en que en Gorgoroth nunca se ha extraído oricalco de la máxima pureza… que era lo que precisamente necesitábamos para forjar los anillos —replicó la joven, que no dudó en golpearse la palma de la mano con el puño para reafirmarse.

—Me temo que cometí un pequeño error de cálculo…

—Usted es demasiado inteligente para cometer semejante equivocación —insistió Sophia.

Astropoulos soltó una sonora carcajada.

—«Solo sé que no sé nada». —Fue la respuesta del anciano, reiniciando la marcha—. Querida mía, nunca se tiene suficiente conocimiento…

—Puede que diga la verdad —aceptó la muchacha—. A no ser que…

—¿A no ser qué…?

—Que quisiera que fuésemos expresamente a Gorgoroth para que, fortuitamente, nos topásemos con una persona… que intentara ganarse nuestra confianza para después traicionarnos —dijo Sophia arrastrando las palabras y, al mismo tiempo, escrutando atentamente la reacción de Astropoulos. Al ver cómo abría los ojos y fruncía el entrecejo, comprendió que no sabía de qué le estaba hablando.

—Ahora sí que me acabo de perder —reconoció el anciano, deteniéndose en seco.

—Digamos que tuvimos un percance en Xilitos —explicó Sophia.

—¿Dices en Xilitos? —inquirió Astropoulos, haciendo una mueca de extrañeza—. Reconozco que era un viaje que entrañaba sus riesgos, pero jamás imaginé que pudieseis tener problemas al resguardo de una población.

—Allí conocimos a un tal Mel Gorgoroth… —prosiguió Stel, que recordaba muy bien cómo se la había jugado aquel canalla.

—¿Mel Gorgoroth? No me suena —dijo Astropoulos, negando con la cabeza—. Por el apellido, deduzco que tendrá algo que ver con las minas…

—Eso fue lo que nos comentó, aunque ahora empiezo a poner en duda hasta su propio nombre —reconoció Sophia—. Para ser exactos, dijo que las minas habían pertenecido a su abuelo y que él conocía el camino hasta un yacimiento de oro…

—No era más que una treta para hacerse con nuestros amuletos. —Se anticipó Stel—. Él mismo nos reconoció que sabía que íbamos a llegar a Gadiro y que ya tenía comprador para uno de nuestros amuletos.

—¿Dices que ya tenía comprador? Humm… eso resulta muy sospechoso —murmuró Astropoulos—. ¿Y dices que sabía que ibais a venir?

—Eso nos dijo a Ibrahim y a mí, justo antes de que intentara ahogarnos en aquella cámara…

El sabio abrió los ojos como platos.

—No sabéis cuánto lamento lo sucedido —le interrumpió Astropoulos, visiblemente compungido—. Como bien dice Sophia, os engañé. Pero lo único que pretendía era enviaros bien lejos, cuanto más, mejor.

—¿Lejos… de qué? —inquirió la muchacha.

—No de qué, sino de quién —la corrigió Astropoulos.

Sophia alzó la ceja, esperando a que el anciano respondiese. Este miró de reojo a Stel y dudó por un instante antes de seguir hablando. El joven atlante se había ganado su confianza después de todo lo que había vivido junto a Sophia, Ibrahim y Tristán. O mucho se equivocaba, o su condición de hechicero no le afectaría a la hora de escuchar lo que iba a decir.

—De Strafalarius —contestó finalmente el anciano en un susurro prácticamente inaudible, escrutando los alrededores para cerciorarse de que no había nadie escuchando.

Stel frunció el entrecejo.

—¿Por qué de él?

—No me gustó un pelo cómo miraba el amuleto de Ibrahim. En cuanto supo que era el Amuleto de Elasipo, la codicia se reflejó en sus ojos.

—Entonces, ¿podría haber sido Strafalarius quien se hubiese puesto en contacto con Gorgoroth?

—No me extrañaría nada —asintió Astropoulos—. Para preparar un plan así, hace falta un cierto margen de maniobra. Éramos muy pocas personas las que sabíamos de vuestro viaje… y menos aún las que conocíamos los detalles de vuestra misión. Sí, me jugaría la barba a que fue Strafalarius quien lo planificó todo… Con el Amuleto de Elasipo en sus manos, se convertiría en un poderosísimo hechicero. No quiero ni pensar para qué quería tanto poder…

—¿Hay alguna forma de denunciarle?

—Me temo que no tenemos pruebas suficientes…

—¡Podrían interrogar a Gorgoroth! —protestó Sophia, como si aquel eslabón de la cadena fuese obvio.

—Sin duda, pero me temo que Strafalarius no habrá cometido la torpeza de hablar directamente con él. Habrá utilizado uno o más intermediarios, de manera que su nombre no aparezca por ningún lado… —objetó el anciano. Cuando introdujo las manos en los bolsillos, palpó la carta que le había enviado Legitatis y el sentimiento de preocupación volvió a invadir su mente. Si era cierto que Fedor IV había fallecido, no le cabía la menor duda de que el Gran Mago no tardaría en mover sus cartas. ¿Sería también él responsable de la muerte del monarca?

Sophia se percató de que Astropoulos se había perdido de nuevo en sus pensamientos, y por eso le preguntó:

—¿Ocurre algo, señor Astropoulos?

—Lo cierto es que sí —contestó este arrastrando las palabras—. Empiezo a convencerme de que vuestra presencia en la Atlántida no es una mera casualidad. El hecho de que hayáis sido capaces de llegar hasta nuestro continente por esas cámaras…

—¡De eso mismo queríamos hablarle! —exclamó Sophia.

—¡Se ha abierto una cuarta cámara! —Se adelantó Stel.

Astropoulos se llevó una sorpresa mayúscula.

—¿Estás seguro de lo que dices, muchacho?

—Vimos junto a Pietro Fortis cómo se iluminaba el panel, anunciando que se abría una puerta en España…

Astropoulos se pellizcó el labio inferior.

—Había diez cámaras, sí… —musitó—. No obstante, la profecía era muy clara al respecto: tres eran los Elegidos. Entonces, ¿cómo es que se ha abierto otra? ¿Quién ha podido utilizarla?

—¿Y si son los rebeldes? —sugirió Stel.

—Me temo que los rebeldes ya están entre nosotros —apuntó Astropoulos con tono desalentador—. Según me han informado, ya no cumplen condena…

—¡¿Cómo?! —exclamó Stel indignado, que no sabía nada de lo que había sucedido aquella mañana en la plaza de Platón—. Si dejan entrar a los rebeldes… ¡será una catástrofe! Esperemos que el rey regrese cuanto antes. De lo contrario…

Astropoulos meneó la cabeza.

—Eso no va a ser posible —dijo—. Si la información que he recibido es cierta. Su Majestad ha fallecido.

—¿QUÉ? —exclamaron los dos jóvenes al unísono, mientras Astropoulos les hacía gestos evidentes para que bajasen el tono de voz.

—Supuestamente, tenía que haber mantenido el secreto —confesó el anciano, dirigiéndose a Sophia—. Sin embargo, creo que, si sois uno de los Elegidos, es importante que sepáis la verdad. Además, no creo que tarde mucho en filtrarse la noticia a la población…

—El rey ha muerto… No puedo creerlo —murmuró Stel.

Sophia, que analizaba la situación mentalmente, procedió a enumerar los recientes acontecimientos:

—Desparecen los anillos, llegan los rebeldes, muere el rey… A mí me huele a una conspiración.

Entonces, Astropoulos chasqueó los dedos.

—¡Es curioso que digas eso! Ayer me vino a ver Cassandra y me comentó que había oído una conversación que hablaba de una conspiración…

—¿Cassandra, la vidente? ¿Cree usted en la palabra de esa chiflada? —dijo Stel, haciendo un gesto de menosprecio.

El anciano suspiró.

—Puede que esa mujer esté más cuerda de lo que muchos se piensan, muchacho —le reprochó Astropoulos—. Hace más de veinte años, predijo el retorno de los rebeldes, vuestra llegada, la caída del rey… ¡y el nacimiento de un muchacho que debía convertirse en el nuevo monarca!

—¿De qué está hablando? —preguntó Stel—. ¿No era esa la profecía que habían encontrado en el Templo de Poseidón?

No solo no obtuvo respuesta alguna, sino que se quedó estupefacto viendo cómo el sabio comenzaba a hablar solo, desvariando con frases inconexas.

—Esa cuarta cámara… ¿y si se trata del muchacho que ha regresado? Pero, claro, veinte años sería demasiado tiempo. De hecho, ¿cómo sabría que tenía que volver? La profecía no hablaba de eso… Es necesario que encontremos dónde está…

Por un momento, tanto Sophia como Stel pensaron que Astropoulos había sufrido un ataque de locura.

—¿Tú entiendes algo? —preguntó Stel, haciendo una mueca de extrañeza.

Sophia le replicó encogiéndose de hombros.

—Escuchad —dijo al cabo Astropoulos—, Cassandra vaticinó la profecía del Templo de Poseidón. Creo que ha quedado sobradamente demostrado que la mayoría de las cosas de las que hablaba se han cumplido… por no decir todas.

»Si, además, se confirma que Fedor IV ha muerto, más de uno tratará de aprovechar el momento, pues el rey era el último descendiente de la dinastía de Atlas.

—Si no hay sucesor… ¿quién será el próximo rey? —inquirió Stel.

—Lo desconozco, y ahí está el problema —reconoció Astropoulos—. Seguramente, no tardará en abrirse el debate sobre los derechos a la corona. La profecía que anunciaba vuestra llegada también decía que de Diáprepes saldría el nuevo rey…

—Entonces, ¿Fedor IV tuvo descendencia? —preguntó Sophia.

—No, que yo sepa —contestó el anciano—. Sin embargo, me gustaría saber por qué Cassandra hizo semejante predicción…

—En ese caso, vayamos a preguntarle a ella… —sugirió Stel.

Astropoulos meneó la cabeza.

—Me temo que no es tan sencillo, joven. Cassandra tuvo una visión y, por lo tanto, estaría en trance. Eso significa…

—Que no recuerda nada más que lo que ella apuntó —completó Sophia.

—Exactamente —asintió el sabio.

—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Stel.

Astropoulos se mesó la barba.

—El rastro del niño que menciona la profecía desapareció hace muchos años.

—Bien, pues busquémoslo.

—Pero, si no es hijo de Fedor IV, ¿por qué habrían de coronarlo rey de la Atlántida? —preguntó Sophia.

—¡He ahí la cuestión! —exclamó el anciano—. No digo que la profecía no sea cierta, pero ningún atlante aceptaría como rey a una persona solo por que lo diga una profecía. ¡Empezando por mí mismo! No digo que no haya que buscar a este muchacho… pero también es importante conocer por qué está llamado a ser rey.

—Suena a labor de investigación —comentó alegremente Sophia. Si había algo que le unía a Remigius Astropoulos eran sus ganas de aprender y saber más de lo que fuera.

—No lo dudes, amiga mía —asintió el anciano.

—¿Por dónde empezaremos? —preguntó Stel.

Astropoulos dirigió una mirada condescendiente al muchacho.

—Lo cierto es que me gustaría pedirte un favor. Stel.

El joven atlante torció el gesto.

—¿Sí?

—Ojalá me equivoque pero, en cuanto Botwinick Strafalarius se entere del fallecimiento de Su Majestad, hará cualquier cosa por hacerse con el Amuleto de Elasipo. —Dedujo el sabio—. Sería una buena idea que advirtieses a Ibrahim del peligro que corre.

—¿Y adentrarme otra vez en el Bosque de Ella? —protestó el muchacho.

—Si yo he logrado salir de allí con vida en dos ocasiones, no veo por qué no habrías de conseguirlo tú también…

Stel estuvo a punto de decir que a él no le tendrían tanto respeto como al máximo representante del Consejo de la Sabiduría, pero prefirió tragarse sus palabras. Aunque habían pasado pocos días desde su marcha, lo cierto era que echaba de menos al joven egipcio. ¿Y si había tenido algún problema con Ella? ¿Y si la bruja era verdaderamente malvada y su intención era extraer toda la sangre del bueno de Ibrahim? Stel sacudió la cabeza. Por muchos peligros que entrañase adentrarse de nuevo en ese bosque, lo haría por un amigo.

Ibrahim lo habría hecho por él.