A TI SOLA
Cuando el 24 de enero de 1936 salían de la
imprenta de los Altolaguirre los primeros ejemplares de El rayo que no cesa, Miguel los recibe con
entusiasmo, pero también con la convicción de que ese libro no es
más que el testamento y la crónica de una intensa etapa amorosa que
ha cesado para él. La muerte de Ramón Sijé, la decepción que ha
sufrido con Maruja Mallo y con María Cegarra, la leve y
circunstancial relación con María Zambrano, propiciada por una
situación ya resuelta para ella y, en fin, las tensiones vividas
las últimas semanas le conducen a una repentina añoranza de la
tierra y de los suyos. Aquellas palabras de la propia Zambrano que
provocaron el poema de Miguel «LA MORADA-amarilla» volvían a sonar
en sus oídos como la voz de un pasaje bíblico: «Cuando todo ha
fallado, cuando todas aquellas realidades firmes que sostenían su
vida han sido disueltas en su conciencia, se han convertido en
estados de alma, la nostalgia de la
tierra le avisa de que aún existe algo que no se niega a
sostenerle.» Y como el toro que regresa al redil, Miguel comienza a
pensar que, después de tantos avatares y desgarros, lo que le
conviene a su espíritu es aceptar el amor puro y sencillo que dejó
en su rincón aldeano, aquella muchacha que se le moría de casta y
de sencilla y a la que ha vuelto a idealizar para sobrevivir al
fracaso.
El amor, que había adquirido un valor
supremo durante esos meses de 1935, se veía ahora desplazado por el
interés social y solidario, por el compromiso político y la
fraternidad revolucionaria. Miguel ha dado por cumplida y superada
esa etapa de su vida tras la publicación de El
rayo que no cesa, de modo que el salto cualitativo podía
resumirse esquemáticamente en esa evolución del «tú» al «vosotros»,
en el cambio de registro de esa voz amorosa, erótica e íntima en
favor del canto colectivo donde el poeta ya no es un romántico
replegado a sus pasiones, a su pena de amor -ritual narcisista, según definía Sijé-, sino un
mensajero que esparce su palabra, que se propaga como viento del
pueblo. Una vez superado ese estadio amoroso -digamos egocéntrico-
que le ha permitido conocer el sexo y sus conjuntos, y ya entregado
en obra y pensamiento a una causa mayor -la solidaridad popular-,
el regreso con Josefina carecía del dramatismo y el demérito de
meses atrás. Volver a ella suponía contar con el apoyo de un amor
tranquilo, sin violencias emocionales, que le iba a permitir
dedicarse por entero a una obra de implicaciones sociales y
revolucionarias, asegurar la continuidad de su especie y de su
sangre -«Necesito extender este imperioso reino / prolongar a mis
padres hasta la eternidad, / y tiendo hacia ti un puente de
arqueados corazones / que ya se corrompieron y que aún
laten»240-
y reconciliarse con esos orígenes (su pueblo y su procedencia
humilde) a los que nunca renunció del todo.
Así, con ese sentido de la culpa que le ha
quedado tras su experiencia con Maruja Mallo, a primeros de
febrero, siguiendo el conducto reglamentario, escribe a Manuel
Manresa, el padre de su antigua novia, para tantear la situación en
que se encuentra y transmitirle su deseo de regresar con la
muchacha:
Le pido me perdone por todo [...]. Yo le agradecería que usted viera si es posible hacer lo que sería mi mayor deseo que hiciera y es esto: si cree que Josefina todavía puede tenerme algún afecto y no está comprometida con ningún otro hombre, vea la manera de hablarle sencillamente y decirle si está dispuesta a continuar su amistad de mujer conmigo. No quiero que esto sea motivo de problema ni de disgusto para nadie. Si usted cree que ella no me tiene ninguna voluntad ya, le ruego no intente resolver nada en absoluto...
La carta de Miguel no podía ser más aséptica
ni menos vehemente, pero tuvo su efecto, ya que la respuesta del
padre de Josefina le abrió de nuevo las puertas hacia el amor de la
muchacha. Sorprende quizá que la primera misiva de reconciliación
(4 de febrero de 1936) que dirige a la novia aldeana arranque del
supuesto de que ella está al corriente de sus amores pasados con
Maruja Mallo, de ahí su tono de arrepentimiento y su velada
confesión sobre el asunto:
Yo, por mi parte, siento que entre nosotros haya ocurrido lo que ocurrió. Estoy arrepentido y sé que tengo toda la culpa. No creas que me guía otro interés al escribirte que el de volver a nuestro cariño. Te confieso que he tenido una experiencia muy grande aquí y que me encuentro muy solo. He sabido que mujeres como tú hay pocas y he apreciado más tu valor de esta manera. Únicamente te diré además que no quiero que ésta sirva de agravio para ti. No quiero ofenderte, Josefina. No te engañes ni me engañes a mí y dime, haz el favor de decirme si aún puedo contar con tu apoyo en mi vida.
De momento, Miguel busca un apoyo en su
vida, se conforma con tener a alguien a su lado que le asegure la
descendencia, pero no reconoce aún que es la mujer con la que
quiere decididamente vivir, sino «con la que ha de vivir», como si
en sus palabras hubiera un punto de conformismo o de resignación.
Así lo hace suponer en su segunda carta a la muchacha:
No quiero hablarte de lo que la gente murmurará por ahí. Te diré únicamente que desde ahora estoy seguro de mí mismo y que ninguna mujer ocupará el lugar que tú tienes en mi corazón [...]. Me sentí un poco separado de ti, pero al final he comprendido que eres tú la única mujer con quien he de vivir toda mi vida. Perdóname todo y escríbeme con la confianza de antes.
Hernández es consciente de que su vuelta con
Josefina no resuelve ciertos problemas de fondo, ya que la muchacha
sigue siendo esa novia sencilla y escasamente instruida que no
puede participar ni compartir sus sueños literarios. Existe una
carta fechada también en febrero de 1936 donde el poeta trata de
resolver el grave contratiempo y el apuro que supone para la
reanudación del noviazgo la publicación de El
rayo que no cesa. Sabe, en primer lugar, que Josefina tiene un
papel muy secundario en el libro (apenas diez poemas) y que, además
-he ahí lo grave-, la obra va dedicada a la pintora gallega en esa
frase de promesas cumplidas e incumplidas. Que no extrañe, pues, al
lector la reflexiva y enjundiosa recurrencia de Miguel a la mentira
piadosa para salvar, a toda costa, esa relación que trata de
rehacer y que le puede proporcionar la tranquilidad que
desea:
Mira una cosa: me acaban de publicar otro libro. ¿Te acuerdas que te prometí dedicártelo el primero que saliera? [sic]. Antes de que yo te escribiera por primera vez ahora ya había241 salido y dedicado a ti, aunque no ponga tu nombre. Yo, que creí que ya no te acordabas de mí, he puesto esta dedicatoria: «A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya.» Resulta que ni tú ni yo hemos dejado de pensar en nosotros. Todos los versos que van en este libro son de amor y los he hecho pensando en ti, menos unos que van por la muerte de mi amigo. Dime si te interesa conocer este libro y te lo mandaré en cuanto me lo digas. Si te ha de aburrir dímelo francamente y yo me daré por satisfecho con saberlo.
Josefina no era tan ingenua como Miguel
pensaba entonces y esperó pacientemente a que el poeta regresara a
Orihuela meses después para que le explicara mejor la enrevesada
dedicatoria y la enigmática promesa que ella había supuestamente
olvidado. De aquel encuentro en el que Miguel se vio forzado a dar
nueva cuenta del asunto, hemos hallado un pequeño papel manuscrito
por Josefina donde, al hilo de las aclaraciones del poeta,
intentaba reproducir las palabras de éste y el texto manuscrito que
Hernández dejó en las primeras páginas del ejemplar de El rayo que no cesa que la muchacha perdió años
después. Con una nota en la parte inferior que reza «Dedicatoria
que Miguel me puso en el libro con su letra», leemos en el papel
mencionado la siguiente frase:
A ti sola, a ti sola:por aquella promesa decolor de amapola que hoyte besa y me besa,juntos de nuevorespirando las rosasy cogiendo los ramosde tu amor y mi amor.
Hay pruebas que nos conducen a pensar que
Josefina nunca tuvo la seguridad de que El
rayo que no cesa estuviera dedicado a ella. De paisanos
comunes le llegaron noticias de la experiencia
muy grande que Miguel había vivido en la capital,
especialmente en los seis meses de ruptura entre ellos. «Durante
ese periodo de separación -recuerda M.ª Paz Hernández, editora del
libro Cartas de Miguel Hernández a Josefina
Manresa-, Miguel vive en Madrid una relación apasionada con
Maruja Mallo, pintora gallega perteneciente a la Escuela de
Vallecas, mujer independiente y liberal, abierta al amor y a las
emociones, y que ve en el poeta un chico tosco, viril, falto de
experiencias y, quizás, una presa fácil de cautivar. Para la
pintora pudo ser una aventura más, para el poeta fue una vivencia
traumática».242 En esa
línea incide Gabriele Morelli en su introducción al Epistolario inédito sobre Miguel Hernández entre Dario
Puccini y Josefina Manresa. El profesor italiano comenta que
ese periodo de distanciamiento es «uno de los ciclos más tensos de
la relación de los dos enamorados, y abarca seis meses de una
separación que se precipita hacia una verdadera ruptura, durante la
cual, es sabido, Miguel vive una intensa experiencia amorosa con
Maruja Mallo»; «experiencia ésta -añade Morelli en otro punto del
libro- que Josefina niega rotundamente»243.
Este comentario nos informa de la cerrada postura que sobre el tema
casi siempre tomó la esposa del poeta, pero también nos facilita
material de interés sobre las contradicciones en la que ella misma
caía al hablar del caso. Por un lado, recomendaba al hispanista
Dario Puccini no dejarse llevar por falsas biografías sobre su
esposo: «Hay muchos inventos de Concha Zardoya y de Elvio Romero
[...]. No se guíe Vd. más por estos y tampoco del todo por las
Obras Completas».244
Así, en una carta dirigida a Puccini veinticuatro años después de
la muerte de Miguel, Josefina anima al
estudioso italiano a borrar de su biografía la historia amorosa con
Maruja Mallo que éste ha tomado, a su vez, de María de Gracia
Ifach: «ha de eliminar [...] de punta a punta lo de la pintora que
es una tontería que no existió».245
Pero, por otra parte y en la misma correspondencia mantenida con
Puccini durante diez largos años, Josefina admitía que la mayor
parte de El rayo que no cesa era producto
de ese tiempo de separación y de distancia entre ambos: «También le
diré que casi todo ese libro lo escribió estando
disgustados».246
La prueba más concluyente de que Josefina
Manresa jamás fue la destinataria principal de El rayo que no cesa y de que ésta nunca se
reconoció en la mayoría de poemas del libro la aporta de nuevo
Gabriele Morelli. Como hemos sabido, el hispanista italiano tuvo
ocasión de entrevistar a la viuda del poeta en 1964. Durante aquel
primer encuentro hubo un diálogo claro y revelador que reproducimos
textualmente y que podría dar respuesta, recapitulando, a las
últimas dudas sobre el sentido y la historia del poemario amoroso
de Miguel.
-Señora Manresa, ¿se acuerda usted de cuándo
escribió Hernández los poemas de El rayo que
no cesa? ¿Ya los conocía antes de su publicación?
-No me gusta hablar de ese libro, demasiado
íntimo, y en el que además la figura a la que Miguel se dirige no
se corresponde con mi persona. Yo prefiero los poemas de El silbo vulnerado.
-Pero los poemas «Me tiraste un limón» y «Te
me mueres de casta y de sencilla» (éste apareció con el título de
«Pastora de mis besos») sin duda son atribuibles a su influencia
personal.
-Sí, es verdad, estos dos poemas me
pertenecen, aunque en este periodo Miguel sufre un distanciamiento
ideológico y humano causado por las malas compañías que frecuentó
en el bullicio de la vida madrileña de la época. Entre las malas
compañías estaba esa mala mujer, bien experimentada en el
amor.
-¿Se refiere a la pintora gallega Maruja
Mallo?
-Yo nunca conocí a esta mujer, pero me llegó
de una manera indirecta la noticia de esta relación a través de los
amigos de Miguel que vivían en Orihuela, entre los cuales se
contaba Efrén Fenoll, bien informado de los hechos madrileños,
aunque yo algo había imaginado. En este periodo el noviazgo con
Miguel se enfrió. Él ya era distinto, el ambiente madrileño lo
había cambiado totalmente [...] criticaba mi sana moral cristiana y
rehusaba mis costumbres pueblerinas que hasta entonces habían sido
las suyas.247
Ya sabemos que Josefina, en el fondo, nunca
creyó del todo las explicaciones del poeta. Pese a ello, Miguel
logró ganarse su afecto y su confianza, aunque sólo fuera a través
de las cartas que le iba enviando con abrumadora insistencia desde
aquel enero de 1936. Por algunos fragmentos que hemos extraído de
ellas, se puede apreciar el creciente tono de hombre enamorado, o
convencido al menos de que la recelosa modistilla de Orihuela era,
por ley y por destino, la mujer de su vida. Habla y bromea sobre
los matices ideológicos y religiosos que les separan y deja clara
esa obsesión suya por fundar una familia y asegurar cuanto antes su
descendencia, por el hijo que tanto anhela ante la incertidumbre
que intuye, que parece adivinar. No obstante, reparemos en el
detalle de que Josefina y Miguel mantuvieron, a lo largo de la
corta vida que pudieron compartir, una relación eminentemente
epistolar, ya que sólo convivieron días o semanas que se verían
interrumpidos por la guerra o por las cárceles. De hecho, no
tuvieron tiempo de conocerse a fondo ni de saber nunca si las
diferencias entre ellos hubieran permitido ese futuro armónico que
ambos anhelaban:
Siempre he pensado que había obrado muy mal contigo. Te pediré perdón toda mi vida, Josefina mía, si es preciso y tú lo quieres. Quiero yo que todo lo que has sufrido por mí lo olvidemos pronto y que te pongas contenta y pienses en mí a todas horas con alegría. Me figuro que de cuando en cuando te asaltarán las dudas de si algún día volveré a hacer una cosa parecida a la otra. Yo procuraré siempre no darte ninguna pena, sino muchas alegrías...248
No sé qué sería de mí sin ti, Josefina, y te
aseguro que sólo tú has de ser mi compañera para siempre. No te
niego que he conocido a otras mujeres, pero he visto la diferencia
enorme que hay entre tú y ellas y te prefiero a ti sobre todas. Tú
vales más que ninguna: eres sencilla, buena, honrada y tienes todo
lo que yo puedo y quiero exigir a una mujer. Con el tiempo, las
diferencias de alma que hay entre nosotros dos se ajustarán y nos
comprenderemos todo lo que pase entre nosotros y todo lo que
somos...249
La otra noche he soñado contigo toda la
noche, y mi sueño era muy bueno: éramos ya esposos y hasta teníamos
un hijo; tú te habías dejado crecer el pelo hasta los pies y me
hacías jugar con él y me dabas aire como un abanico. Estábamos en
una casa completamente solos y nuestro hijo salía corriendo a un
jardín, no, creo que era un huerto, y tú le mirabas irse
riéndote...250
Ten cuidado, no sueñes cosas malas que te
vas a condenar aunque vayas a misa todos los domingos. Yo te lo
digo por tu bien y no por el mío, que ya sabes que yo hace mucho
que estoy condenado por ti. En espera de que tu boca tenga la misma
sal, tu cara la misma hermosura y tu corazón el mismo querer para
mí, te doy uno, dos, tres, cuatro millones de cosas
buenas...251
Yo no soy ningún cura para que te creas que
lo que te recomiendo como receta es un sermón. Me has fastidiado,
guapa. Como sabes que todo lo que se relaciona con la iglesia me
gusta tanto, me has querido hacer cura, y yo únicamente quiero ser
cura de tu enfermedad que es la mía al mismo tiempo...252
Nos casaremos inmediatamente, tú por la
iglesia y yo por detrás de la iglesia. Nos iremos a vivir algún
tiempo donde nadie sepa de nosotros y donde estemos solos, sin
nadie...253
Llévame a la gloria o al infierno, aunque me
parece que mayor infierno que el que estoy pasando lejos de ti, no
lo encontraré en ninguna parte. Llévame donde quieras, que yo te
seguiré al fin del mundo y al fin de todo. Te rezo unos
padrenuestros muy cambiados. No se parecen en nada a los otros y si
los oyera Dios, se escandalizaría...254
Lo único que siento es que me vas a hacer
entrar a la iglesia a pasar por una ceremonia que no me da ninguna
gana aceptar. Luego tener que escuchar a un cura cosas que no
entendemos, porque yo por mí sé que no pensaré en lo que diga él
sino en lo que tú me digas. Pero no me va a quedar otro remedio que
aceptar ese trago, ya que mi nena es muy de la iglesia y cree que
lo que ésta haga es sagrado y lo más conveniente...255
Yo no he dejado de creer en Dios ni he
dejado de no creer, pero por ahora no lo necesito, y sólo te
necesito a ti, y tú eres una queridísima tontica que crees que con
ir a misa, ya has cumplido tus deberes de cristiana, que no lo eres
aunque tú lo creas...256
Sólo hemos de hacer un comentario último a
este apartado para insistir en la tan traída y llevada religiosidad
de Miguel Hernández. Por una parte, como señala Sánchez Vidal, el
abandono del catolicismo no pareció ocasionar al poeta ninguna
crisis, «sino que se produjo de modo paulatino y natural, como
quien se aparta de un camino que no es el suyo: “Se me ha olvidado
Dios”, dirá simplemente».257
Por otro lado, la única religión que profesó Miguel desde su
distanciamiento de Sijé y de la iglesia fue indudablemente el amor,
y la prueba la encontramos en estas cartas a Josefina -«[a Dios]
por ahora no lo necesito, y sólo te necesito a ti»- y en las
palabras de María Zambrano anteriormente citadas: «Era un creyente.
Y creyó siempre en lo mismo, en el rayo que no
cesa y en el amor que no acaba.»
ESTE ALIENTO JOVEN DE ESPAÑA
Tras la publicación de El rayo que no cesa, Miguel no para de recibir
elogios. La «Elegía» a Ramón Sijé y los seis sonetos publicados en
la Revista de Occidente en enero de 1936
ya habían causado un serio impacto en los ambientes literarios,
llegando a suscitar el interés del mismísimo Juan Ramón Jiménez.
Pero el libro de poemas amorosos suponía su consagración y el
reconocimiento de su madurez poética. El espaldarazo de Ortega al
poner su revista a disposición de Hernández era todo un síntoma de
éxito, pero la reacción tan positiva e inesperada del citado Juan
Ramón dejó a todos bastante confundidos. Si bien es cierto que
Miguel lo visitó a comienzos de año, según indicaba en una carta a
Juan Guerrero Ruiz fechada en enero de 1936 -«He visto a Juan Ramón
y me ha parecido una persona magnífica, cosa que me ha alegrado
mucho [...]. Estoy verdaderamente emocionado por la atención con
que me distingue y siento no poder decírselo a él, porque no quiero
ni me gusta dar el incienso cara a cara»-, tampoco era muy
esperable por su parte un gesto tan elogioso y conciliador hacia un
poeta que había arremetido públicamente contra el purismo (Miguel
acababa de publicar su reseña a Residencia en
la tierra y colaboraba en la revista Caballo Verde) y que cultivaba una poesía bastante
alejada de la estética juanramoniana. No obstante, la prueba de que
los versos de Miguel causaron una gran impresión en el autor de
Eternidades quedó reflejada en el
comentario que Juan Ramón le dedica en las páginas de El Sol el 23 de febrero de 1936:
Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la Revista de Occidente, publica Miguel Hernández, el estraordinario [sic] muchacho de Orihuela, una loca elejía [sic] a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la poesía pura deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo escepcional [sic] poético, y ¡quién pudiera exaltarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo rolaco, lo católico y lo palúdico [...] esta voz, este acento, este aliento joven de España.
Unas palabras tan entusiastas encabezadas
con la frase «verdad contra mentira, honradez contra venganza», nos
presentan a un Juan Ramón insólito, capaz de prescindir de su
silencio o de su agresividad verbal ante un poeta joven que, pese a
desarrollar un verso muy distinto al suyo, es motivo de su
debilidad hasta el punto de llamarle «el extraordinario muchacho de
Orihuela». En este sentido hay que apelar a la buena labor de Juan
Guerrero Ruiz, que había sido secretario del poeta de Moguer y que
acaso intercedió entre maestro y discípulo, pero sin restar por
ello méritos a la nobleza mostrada por el gran JRJ.
También conviene resaltar la buena acogida
crítica que tuvo El rayo que no cesa, que
mereció las inmediatas atenciones de Manuel Altolaguirre en las
páginas de El Sol, de Juan José
Domenchina en el diario madrileño La Voz
y de José Ballester en La Verdad de
Murcia. Hasta personas de enorme relevancia científica y
humanística como el doctor Gregorio Marañón se interesaron muy
especialmente por el libro y por su autor: «He leído, releído y
casi aprendido trozos de su admirable El rayo
que no cesa», escribía el 21 de abril de 1936 el propio
Marañón, al tiempo que ofrecía su amistad y sus servicios al poeta
de Orihuela. «Ya veis -comentaba Miguel a sus amigos algunos días
después-, hasta médico gratuito si lo necesito, y de los mejores de
España.»258
Pese a todo, Hernández no parecía encontrar
ese punto de satisfacción ni ese equilibrio que pusiera por fin
cierta paz a su vida. Sus amistades, su ya conseguida relevancia
literaria, debían contrastar con repentinos estados de
insatisfacción y momentos depresivos que podrían explicarse, quizá,
por el hecho de vivir en una enorme urbe que no era su hábitat
natural y por frecuentes decepciones con escritores que no acababan
de aceptar a Miguel en su círculo de amistad. Citar de nuevo a
Lorca y a Cernuda sería redundar demasiado en este asunto, pero hay
cartas de Miguel que sorprenden por su gravedad, como ésta que
envía a Carlos Fenoll en febrero de 1936:
Me ha pedido colaboración Ortega y Gasset por carta. Estoy un poco contento en medio de mi tristeza, porque siempre se siente halagada nuestra vanidad por pequeñas cosas, aunque después nos quedemos insatisfechos como siempre...Me acuerdo cada día más de la vida sencilla del pueblo en ésta complicada de aquí. No puede uno librarse de chismes literarios y chismosos. Temo acabar siendo yo el peor de todos. Hay mucha mentira en todo, querido Carlos. Estoy sufriendo cada desengaño con amigos que he creído generosos y perfectos [...]. Procuro verme con todos ellos lo menos posible. A veces, ante las situaciones que observo de envidia, rencor, mala intención o veneno, que de todo encuentro, me dan ganas de soltar bofetadas y mandarlo todo a hacer leches.
Miguel era, sin duda, testigo y víctima de
aquellas rencillas que, más allá de lo estrictamente literario,
pisaban de lleno los delicados terrenos del compromiso político y
la necesidad de tomar una postura clara y definida ante los últimos
acontecimientos.
EL FRENTE POPULAR
Hernández no era precisamente un hombre
dado a indefiniciones, ni podía permanecer ajeno a los sucesos que
se avecinaban en el país. Él mismo había sufrido la alterada
situación política al ser detenido en San Fernando del Jarama,
además de haberse comprometido ideológicamente al entrar en las
filas del Partido Comunista con el único objeto de prestar sus
servicios a lo que él consideraba el medio más eficaz y directo
para alcanzar la justicia social. Apenas quedaban intelectuales en
Madrid que no hubieran politizado su misión creadora. Conscientes
del momento que atravesaba la República, la mayoría de escritores
fue asumiendo su responsabilidad y tomando posiciones.
Tras la caída del quinto Gobierno de Lerroux
a últimos de septiembre de 1935 y el probado fracaso de la
coalición radical-cedista de Lerroux y Gil-Robles, el gabinete de
circunstancias presidido por el centrista Joaquín Chapaprieta sólo
pudo poner paños calientes a una situación que demandaba soluciones
inmediatas. Como ocurriera a comienzos de 1931, las fuerzas de
izquierda se habían unido de nuevo tras la amarga experiencia del
bienio negro y los sucesos de Asturias. La consecuencia de ese
agrupamiento y el descontento explícito de las masas populares,
cada vez más encrespadas, llevarían el 14 de diciembre de 1935 al
presidente de la República, Alcalá Zamora, a encargar a Portela
Valladares la formación de un nuevo Gobierno. Pese a las medidas
más abiertas y conciliadoras del nuevo gabinete, la solución más
oportuna fue la convocatoria de elecciones generales para comienzos
de año, fijándose posteriormente la fecha del 16 de febrero de
1936. Se abría, pues, un periodo de trascendental importancia para
las fuerzas democráticas, que debían encaminarse unidas a los
comicios con el fin de no repetir el fracaso de 1933. Así, con la
firma del pacto del Frente Popular el 15 de enero, se aseguraba la
participación en un solo grupo de Izquierda Republicana, Unión
Republicana, Partido Socialista Obrero Español, Partido Comunista y
Esquerra Catalana, con un programa que defendía la vuelta a la
política educativa, religiosa y regional del primer bienio
republicano, la amnistía de los más de 30.000 presos políticos que
llenaban las cárceles españolas y una reforma agraria mucho más
contundente y eficaz. Al otro lado, Gil-Robles (y su Confederación
Española de Derechas Autónomas) era presentado por su coalición
como el único hombre fuerte capaz de salvar al país de la amenaza
comunista, obviamente asociada al Frente Popular; mientras que
Falange Española de las JONS desplegaba en esas últimas semanas de
campaña electoral sus energías por mostrar un partido duro y cada
vez más agresivo.
En las vísperas de los citados comicios, el
ambiente en Madrid era de absoluta crispación. El 9 de febrero, un
centenar de intelectuales organiza una comida en homenaje a Rafael
Alberti y María Teresa León en los locales del Café Nacional, en la
calle Toledo. El motivo principal del evento es celebrar el regreso
de la pareja de su largo viaje por América y la Unión Soviética,
hecho que había sucedido dos meses atrás. Pero la verdadera razón
era el protagonismo que el matrimonio había adquirido en las
últimas semanas al participar activamente en los actos organizados
por el Frente Popular, con la lectura de encendidos discursos.
Entre los comensales se encontraban Pablo Neruda, Manuel
Altolaguirre, León Felipe, Luis Cernuda y Federico García Lorca. No
debe extrañar a nadie, a estas alturas, la ausencia de Miguel,
puesto que era bien sabido que su presencia resultaba incompatible
con la de los dos últimos poetas citados, por más que le pesara a
amigos comunes como Neruda, Altolaguirre o Aleixandre. Detalles
como éstos justificarían, en parte, frases tan sentidas de
Hernández como: «Estoy sufriendo cada desengaño con amigos que
creía generosos y perfectos... No puedo llevar esta vida de soledad
y asuntos literarios cada vez más mezquinos y tristes...» Pero
Miguel sí que estaba al corriente de lo que en estos encuentros se
comentaba, así como del manifiesto que Lorca leyó en la citada
comida y que fue publicado el 15 de febrero en el diario comunista
Mundo Obrero: «No individualmente, sino
como representación nutrida de la clase intelectual, confirmamos
nuestra adhesión al Frente Popular, porque buscamos que la libertad
sea respetada, el nivel de vida ciudadano elevado y la cultura
extendida a las más extensas capas del pueblo.»
Entristece saber que por despertar alergias
en tan sensibles poetas, Miguel Hernández, que habría de ser
llamado a defender con más alma y más sangre que los allí reunidos
las ideas que se promulgaban en aquellos cenáculos, no pudiera o no
quisiera participar, ni tan siquiera como oyente, en veladas de esa
índole. Como tampoco en el homenaje popular que, cinco días
después, el 14 de febrero, Alberti y María Teresa, con el
patrocinio del Ateneo madrileño, organizaban en el teatro de la
Zarzuela en honor a Valle-Inclán, fallecido el mes anterior. El
protagonismo del acto, de marcado cariz político, lo volvía a
ostentar García Lorca, que leyó en su primera parte el prólogo de
Rubén Darío a Voces de Gesta, obra del
homenajeado, y el poema del autor nicaragüense «Soneto autumnal al
marqués de Bradomín». Huelga decir que Luis Cernuda también
participó en el homenaje leyendo un escrito de Juan Ramón Jiménez,
así como Alberti, que hizo lo propio con unas cuartillas de Antonio
Machado.
Dos días después, el domingo 16 de febrero
de 1936, los resultados obtenidos en las urnas daban el triunfo a
la coalición de izquierdas con un total de 267 escaños frente a los
132 de las derechas. La euforia desatada entre las masas populares
e izquierdistas se vería convertida, pocos días después, en
estruendoso entusiasmo cuando la primera medida del nuevo Gobierno
presidido por Manuel Azaña decretaba la amnistía de los miles de
presos encarcelados tras la revolución de Asturias. A este acto,
casi con la misma urgencia, siguieron otras órdenes de profunda
trascendencia, como el relevo de los generales Franco y Goded,
trasladados respectivamente a Canarias y Baleares, y de otros jefes
militares demasiado implicados en el anterior Gobierno. La reacción
de los partidos de derechas, humillados por el resultado de los
comicios, no podía ser otra que la radicalización de sus posturas y
el viraje hacia un fascismo fuerte y ejemplar. No tardaría el país
en notar sus efectos, puesto que, tras la derrota de Gil-Robles y
la huida de las juventudes de la CEDA hacia las filas de Falange
Española, en pocas semanas empezarían a caer las primeras víctimas
de una situación en ningún momento resuelta, pese a la satisfacción
de las clases intelectuales y progresistas que habían soñado, en un
primer momento, con el final de la amenaza reaccionaria.
Aquel febrero de 1936, Miguel, que pudo
seguir muy de cerca los últimos acontecimientos, deambulaba por las
calles de Madrid camino de su pensión de la calle Vallehermoso, 96,
1.º dcha., en el barrio de Chamberí, tras un intenso día en el
despacho de Espasa-Calpe. No había votado en las elecciones
generales por no estar empadronado en Madrid, pero tampoco cuesta
mucho adivinar cuál hubiera sido su opción de haber ejercido ese
derecho. A Josefina sí que llegó a comunicarle su parecer en una
carta de 15 de febrero, rememorando de paso su percance en San
Fernando del Jarama: «A mi madre creo que le dio un ataque cuando
supo lo de la guardiacivil [sic].
Descuida, no tengo voto aquí pero si lo tuviera no se lo daría a
Gil-Robles. Ya te he dicho que al único guardiacivil que no odio es
a tu padre, porque sé que es una de las pocas personas dignas que
hay en ese cuerpo.»
Fue precisamente una de esas tardes cuando,
transitando por la capital, Hernández se encontró con el padre de
Álvaro Botella Martínez, un viejo paisano de Orihuela. Hacía un año
que esta familia alicantina se había trasladado a Madrid, donde el
joven amigo del poeta, una vez concluida la carrera de Derecho,
preparaba oposiciones en la Academia de Abogados del Estado. Miguel
fue invitado a subir a la vivienda de los Botella y allí, en aquel
ambiente exquisito y familiar, departió con sus anfitriones
mientras esperaban la llegada del muchacho. La visita de Hernández
y la anécdota de aquel encuentro iban a ser recordadas por el
propio Álvaro algunos años después, tal y como se refleja en la
carta que éste remitió a Joaquín Ezcurra:
Miguel había ido a verme, ya te puedes figurar mi alegría. Serían las seis de la tarde, casi de noche en invierno. En el comedor, toda mi familia, mi madre, mi padre, mis hermanos y ¡Miguel! Emoción en él y en mí; un abrazo muy apretado y en seguida conversación. Naturalmente surgió Ramón Sijé, su compañero del alma y mío también [...]; y su pensamiento ya dominante, su obsesión ante el derrotero definitivo que tomaba España entonces, alineados sus hijos en dos frentes irreductibles y que muy pronto iban a acometerse por ideas dominadas por el odio de clases. Yo procuré desviar la conversación hacia lo suyo; por la línea que acreditaba su genio y por los lugares del intelecto donde su personalidad sorprendía por su fuerza avasalladora: hacia la poesía...259
Al parecer, la locuacidad mostrada por
Miguel aquella tarde le llevó a hablar más de la cuenta y a
proferir duras frases contra las fuerzas de orden público al
relatar su última detención por la Guardia Civil; actitud que
escandalizó a doña María, madre de Álvaro y hermana del conocido
abogado José Martínez Arenas. Con objeto de desviar el tema y no
alborotar los ánimos, el muchacho propuso un reto al poeta, quien
había asegurado que para él la poesía era tan natural como un acto
fisiológico.
Por mi parte -continúa el relato de Álvaro Botella-, sin pensar en el trance en que mi insistencia lo situaba, rodeado por una familia para él extraña que seguía la conversación con curiosidad, le puse delante, en la mesa del comedor, cuartilla y pluma y le dije:-Demuestra que no tiene dificultad para ti expresarte en verso o improvisar poesía.Miguel me miró fijamente: las rojeces de su cara se iluminaron. Yo observé a Miguel y dirigí una mirada a mi familia enorgulleciéndome de tener un amigo como aquél, y Miguel, quizá poniendo en juego no sólo su genio, sino también su amor propio, tomó la pluma, pensó unos segundos y comenzó a llenar la cuartilla. Y de un tirón, sin pausa, escribió, firmó y me entregó la cuartilla en la que se leía:
Amigo Álvaro Botella,me has puesto en un trance amargopero saldré, sin embargo,gracias a mi buena estrella.Un verso se me atropellatras otro y en ellos digoque con mi pluma y contigote dejo como recuerdoesta décima de un cuerdoque está casi loco, amigo.
POR TIERRAS DE LA MANCHA
Los efectos de la crisis política y de los
resultados electorales del 16 de febrero tuvieron también su honda
repercusión en Orihuela. El ambiente anterior a los comicios hacía
presagiar una intensa lucha entre las agrupaciones de derechas y el
Frente Popular. El Partido Independentista de Joaquín Chapaprieta,
aprovechando la honesta y eficaz labor de su líder tras su paso por
el Ministerio de Hacienda, presentaba una candidatura encabezada
por Antonio y Severiano Balaguer Ruiz. La Federación de Sindicatos
Agrarios Católicos, dirigida por Eusebio Escolano e integrada en la
CEDA, y el Partido Radical, representado por Ricardo García López,
completaban la opción conservadora con el grupo falangista del
barón de la Linde (Antonio Piniés y Roca de Togores), entre cuyas
filas también destacaban Carlos Senén, Francisco y Antonio Franco
Carrillo, Miguel Riquelme, Trino Meseguer, Víctor Casinello y
Enrique Lucas.260
Pero el testimonio más directo nos lo facilita José Martínez
Arenas, que, a su regreso de Madrid tras desempeñar su labor de
diputado en la Cortes por el Partido Republicano Conservador, se
lamentaba del vacío y el desafecto encontrado entre los grupos
locales de la derecha que, al parecer, trataron de herir su
prestigio político:
Don Luis [Almarcha], con el grupo que dirigía y en el que figuraba mi fraternal amigo don Antonio Balaguer Ríus, fueron los culpables de mi eliminación de la candidatura de derechas en el año 1936 [...].261Ante la avalancha electoral izquierdista, los gestores de la candidatura derechista, concertaron una alianza con los elementos que seguían al jefe del Gobierno, el funesto Portela Valladares, alianza que provocó mi eliminación de la candidatura, la que, ni aún así, logró otra cosa que los puestos de las minorías para don Joaquín Chapaprieta, don Juan Torres Sala y don Eusebio Escolano Gonzalvo, médico oriolano que aportaba a la lucha la fuerza electoral bien considerable de la Federación Católica Agraria de la provincia, de la que eran sus caporales Antonio Balaguer y el doctor don Luis Almarcha, Vicario General de la Diócesis.262
La consecuencia de la victoria final de la
candidatura de izquierdas desató en el pueblo de Miguel las mismas
tensiones que en el resto del país, provocando enfrentamientos
violentos entre las izquierdas triunfantes y las derechas que no se
resignaban a su suerte.
Pero estas vicisitudes políticas no
enturbiaron en ningún momento la vida cultural, que, pese a las
ausencias de Hernández y Sijé, seguía dando su fruto y sus poetas.
En la panadería de los Fenoll, una serie de jóvenes guiados por la
experiencia literaria de Carlos y de Jesús Poveda iniciaba una
nueva etapa y daba origen a lo que se ha venido conociendo como
segundo grupo de la tahona. Era evidente que los encuentros en el
horno del poeta panadero habían perdido su significado tras la
marcha de Miguel y el fallecimiento de José Marín, incluso Carlos
Fenoll había acentuado su carácter escéptico e indolente y se
mostraba desilusionado, hasta el punto de no escribir prácticamente
nada en los últimos meses. Pero como ocurriera seis años antes
entre él y Miguel, había en Orihuela otros muchachos que sentían
también inquietudes literarias, sacralizaban la amistad y
profesaban admiración verdadera a los mayores de aquella generación
oriolana de 1930. Entre estos jóvenes destacaban, sobre todo,
Justino Marín, Ramón Pérez Álvarez y Efrén Fenoll. El primero era
hermano de Sijé, pero su extremada timidez y unas extrañas
dolencias de aprensión, fomentadas probablemente por la madre, le
habían mantenido recluido en el hogar familiar. Según Jesús Poveda,
«Justino (que posteriormente tomaría el nombre de Gabriel Sijé) era
un muchacho alto, delgado, de nariz aguileña, pelo rubio, ojos
verdes y tez pálida [...]. Vestía riguroso luto y parecía un
arcángel bajado de aquella sierra levantina [...]. El recuerdo de
su hermano muerto le intimidaba y le restaba entusiasmo para
mostrarse más abierto de carácter».263
Sin embargo, por aquellos días de 1936, su amistad con Ramón Pérez
Álvarez y la campaña emprendida por Miguel desde Madrid para
recaudar fondos con el fin de editar las obras de su hermano
llevaron a Justino a salir de su refugio y a participar en aquellas
labores. Ramón y él se presentaron en el despacho de Tomás López
Galindo, en la calle Santa Lucía, donde seguía trabajando como
mecanógrafo Jesús Poveda. Fue allí donde se elaboraban las
circulares, se ensobraban y posteriormente se distribuían con el
objeto de que sus destinatarios aportaran la cantidad que estimasen
oportuna para el proyecto de publicación. El juez José María Quílez
ejercía de tesorero, y Juan Bellod y Augusto Pescador ayudaban en
las tareas de captación de colaboradores. El interés de Ramón y
Justino por emular los pasos literarios de sus hermanos mayores les
hizo intimar con Poveda y animarlo a revivir las reuniones de la
tahona. Ramón Pérez contaba con la valiosa amistad de Efrén, el
hermano de Carlos Fenoll, a quien conocía desde hacía años, y
Justino, con el cariño fraterno de Josefina, la panadera, que había
sido novia de Sijé. Todos ellos, a partir de aquel febrero de 1936,
comenzaron a fomentar los encuentros en la trastienda del horno o
en la casa de Carlos, que había instalado su nueva vivienda frente
al establecimiento, en el callejón del Royo. A ellos se unirían
posteriormente Manuel Molina y Adolfo Lizón, pero lo importante de
aquella nueva etapa iba a ser sin duda la gestación de una revista
exclusivamente literaria y poética que en unos meses vería la luz
en Orihuela con el nombre de Silbo. El
papel de Miguel Hernández fue decisivo en tan hermosa empresa, ya
que sus valiosos contactos dotarían a la revista de colaboraciones
tan estimables como la de Vicente Aleixandre, Enrique Azcoaga,
Pablo Neruda, Carmen Conde, Antonio Oliver, Luis Enrique Délano y
Juan Ramón Jiménez. Carlos Fenoll, que había recuperado con aquel
proyecto ilusionante su fe en la poesía y en el rigor estético, fue
el encargado de dirigir la revista junto a Poveda y Ramón Pérez
Álvarez, un joven muy activo, empleado de Correos, que ejercía las
labores de secretario y que no pudo ocultar la emoción de tener en
sus manos un telegrama y un manuscrito de Juan Ramón Jiménez:
«Cuando nos anunció que nos estaba mandando un trabajo suyo
-comenta Jesús Poveda-, lo hizo por telegrama que paseamos por toda
Orihuela».264
Silbo, que había
inspirado su título en el propio Miguel -recuérdese su poema «Silbo
de afirmación en la aldea» o su libro inédito El silbo vulnerado-, salió en el mes de mayo con
una cuidada presentación que recordaba, por su formato, impresión y
diseño, la colección Héroe que dirigía en Madrid Manuel
Altolaguirre. Eran unos pliegos de color amarillo que llevaban como
subtítulo Libertad-Panadería, según
Poveda porque era mejor esa dirección que la de Arriba, 5, para
evitar el remedo de Arriba España de
Falange; aunque nuestra opinión nos lleva a pensar, con más
sentido, que Libertad-Panadería no era
otra cosa que la dirección de la propia revista, es decir, el
domicilio de Carlos Fenoll, ya que en aquellas fechas, la calle de
Arriba se denominaba Libertad. La tirada total del primer y segundo
número fue de 300 ejemplares, pagada por los propios creadores de
la publicación. Francisco Díe, que había diseñado la portada de
El Gallo Crisis, sería el encargado de
diseñar el rótulo de Silbo, toda vez que
la colaboración más sorprendente fue la de la pintora Maruja Mallo,
que se encargó de ilustrar las viñetas de los distintos números de
la revista oriolana. Si tenemos en cuenta que ésta se editó en la
primavera de 1936, podremos confirmar que Hernández y la artista
gallega seguían trabajando en proyectos comunes y mantenían esa
relación amistosa que Miguel se había propuesto conservar. «Maruja
Mallo -continúa el testimonio de Poveda- nos había mandado, por
mediación de Miguel, una preciosa foto de ella en la que le parecía
mucho en aquel tiempo a la Clara Bow o a la picarona Paulette
Goddard de los Tiempos modernos de
Charles Chaplin [...]. Pero no la conocimos en persona».265
Los comentarios sobre la relación entre
Miguel y Maruja Mallo no habían cesado del todo en los ambientes
madrileños y oriolanos, a pesar de que Hernández hubiera dado por
cerrado el asunto y se encontrase entonces volcado en el amor de
Josefina. Sin embargo, existe un poema desconcertante que podríamos
fechar a comienzos de año, tras el percance con la Guardia Civil, y
que, sin mantener ninguna relación con las composiciones de
El rayo que no cesa, nos lleva a pensar
en una agónica despedida que ha generado en el poeta un quejido
existencial ante lo que parece una ruptura definitiva. Si a este
poema, «Me sobra el corazón», le unimos la decisión de regresar con
Josefina Manresa pocos días después de ser escrito, podríamos
afirmar que fue el último texto dedicado a la pintora y una de las
más sobrecogedoras poesías de Miguel:
Si no fuera ¿por qué?... no sé por qué,mi corazón escribiría una postrera carta,una carta que llevo allí metida,haría un tintero de mi corazón,una fuente de sílabas, de adioses y regalos,y ahí te quedas, al mundo le diría.Un amor me ha dejado con los brazos caídosy no puedo tenderlos hacia más.¿No veis mi boca qué desengañada,qué inconformes mis ojos?Me sobra el corazón.Hoy descorazonadamente,yo el más corazonado de los hombres,y por el más, también el más amargo.No sé por qué, no sé por qué ni cómome perdono la vida cada día.
La realidad, sin embargo, nos confirma que
Hernández, entrado el mes de marzo y a tenor de las cartas que
envía a la costurera de Orihuela, se encuentra muy lejos de los
brazos de Maruja Mallo: «Estoy muy contento porque creo que no va a
haber dificultad en que yo vaya a tu lado. Le he dicho a mi jefe mi
deseo de ir y me ha prometido darme permiso. Creo que voy a salir
para algún sitio de Andalucía antes de ir a Orihuela a recoger
ciertos datos para la enciclopedia que estamos haciendo de toreros
y toros.» El viaje que el poeta anuncia a Josefina tiene todo el
aspecto de ser una nueva salida vinculada a las Misiones
Pedagógicas. Y si no lo era en un principio, puesto que había
detrás un encargo de Cossío para buscar documentación in situ sobre la enciclopedia taurina, Hernández
pudo incluir su misión personal dentro
del programa o el circuito de caravanas organizado por el Patronato
de las Misiones. Esto explicaría que para esta nueva expedición por
tierras manchegas y andaluzas, el poeta fuera acompañado de Enrique
Azcoaga y del poeta gallego Lorenzo Varela, de este modo podría
alternar su actividad de recopilador taurino con la de recitador y
bibliotecario en las misiones, trabajo por el que percibía una
asignación casi idéntica a la que ganaba con Cossío: diez pesetas
diarias.
En efecto, el 12 de marzo de 1936 se
encuentra Miguel en Puertollano, desde donde escribe a Josefina:
«Estoy muy cerca de Andalucía [...]. Hotel Castilla. Puertollano
(Ciudad Real). Voy a vivir en este hotel el tiempo que haya de
estar por aquí y aunque todos los días saldré para algunos pueblos,
vendré a dormir a él [...]. Me he traído conmigo tu fotografía y en
estos momentos la tengo sobre este mismo papel y no dejo de mirarte
mientras escribo [...]. El pueblo éste se parece mucho a Orihuela,
aunque es más frío y más triste y tiene algo de los pueblos
andaluces [...]. Josefina de mis ojos. Me despido de ti sin
olvidarte y queriéndote más cada día para esposa. Te necesito a mi
lado, me hace falta tu corazón y te lo estoy pidiendo en todas mis
cartas...»
Los quince días que Miguel pasó en La Mancha
y Andalucía intensificaron su actividad epistolar, dejándonos una
rigurosa documentación de su paso por Sierra Morena, Mestanza,
Valdepeñas y Albadalejo.
Tampoco se olvidó de los amigos, a quienes
iba dando cuenta de sus andanzas. A Fenoll le escribe desde
Puertollano y le transmite lo que más le sorprende del lugar: «El
otro día he pasado Sierra Morena y no puedes imaginarte qué emoción
me ha dado recordar a los bandoleros generosos...» Otra de las
misivas la dirige a su jefe en Madrid: «Querido Cossío: me acuerdo
de usted. He pasado por el corazón de Sierra Morena y me he sentido
un poco Tempranillo. En el pueblo en que me encuentro en este
momento -Puertollano- hay dos o tres tabernas con nombres taurinos
y una placita muy graciosa...» Sabemos también por estas cartas que
su salud se volvió a resentir con el cambio de aires. Así se lo
cuenta a Josefina: «De tanto cambiar de climas, aguas, comidas y
camas, he cogido hace tres días una infección de estómago y he
tenido que ir a que me viera un médico [...]. No me gustaría que me
vieras así y procuraré estar completamente restablecido para dentro
de una semana, aunque me ha dicho y me repite un compañero mío que
me sienta muy bien el estar flaco, si no me muero antes, que no
moriré si no es contigo...»
Sin embargo, Miguel no dejó nada escrito en
sus cartas de su paso por Tamaral ni de Mestanza, a cuyo municipio
pertenece el primero. Y ello a pesar de que de la villa de
Mestanza, en la provincia de Ciudad Real, se llevó un grato
recuerdo que quiso fijar en un poema dedicado a la mujer que, al
parecer, lo inspiró. La muchacha se llamaba Carmen Pastrana
Magariños (Burgohondo, Ávila, 1912-Ciudad Real, 1989) y era maestra
nacional. No sabemos hasta qué punto impresionó la joven al poeta
ni la dimensión de la huella que aquel Hernández de 25 años dejó en
la chica. Lo que podemos afirmar es que Enrique Azoaga y Lorenzo
Varela fueron testigos del encuentro y que la maestra guardó como
un tesoro el soneto que Miguel le dedicó y firmó: «Conservo en mi
poder el original -afirmaba Carmen Pastrana en 1978 en carta
dirigida a Leopoldo de Luis-, escrito a lápiz, de puño y letra del
insigne y malogrado poeta».266
El poema vio la luz el 15 de abril de 1972, cuando José García
Nieto lo publicó en las páginas de La Estafeta
Literaria anunciando que se trataba de un soneto inédito de
Miguel Hernández aparecido en el álbum de una muchacha
manchega.267
En el mismo original se podía leer: «A mi amiga Carmen, en espera
de verla por donde sea mejor»:
A tus facciones de manzana y cera:Carmen, fruto a los pájaros prohibido,congelado en el alba y escogidopor una mano de oro en primavera.Hueles a corazón de trigo y era,suenas a nido, suenas a sonido,sabes... no sé a qué sabes, y he sabidoque nunca he de saber lo que quisiera.Miras con los ojos del relente:fríamente febril y distraída,entre flores y frutos la mirada.Hablas como el silencio y una fuente:calladamente, y andas por la vidatemerosa de flechas y de nada.
A comienzos de los años 70, antes de la
publicación del citado soneto en La Estafeta
Literaria, el investigador Vicente Ramos, tras impartir una
conferencia sobre Hernández en la Casa de Cultura de Ciudad Real,
tuvo la fortuna de conocer personalmente a Carmen Pastrana, quien
le confesó tener el manuscrito original de un soneto de Miguel,
inédito, dedicado a ella. Así lo registró el historiador alicantino
en su biografía268
hernandiana y así lo defendió M.ª Nieves del Arco, cuñada de la
maestra, en un informe remitido a la Fundación Cultural Miguel
Hernández años después. Sin embargo, siempre quedó la sospecha de
que dicho poema, del que se conserva otra versión con otra
dedicatoria tachada y con ligeras variantes -«A ti, Carmen que
quieres casarte / con un hombre moderno / a ti Carmen»-, era un
texto concebido para otra Carmen: «piense que las versiones también
pueden ser compatibles -sugiere Leopoldo de Luis-. Nadie podrá
asegurar que Miguel no escribió el soneto en un momento determinado
(que desconocemos) y que luego se lo diera a dos personas, ambas
llamadas Carmen».269
La otra Carmen, al decir de Jesús Poveda270,
no podía ser más que Carmen Samper Reig, con quien pudo
reencontrarse el poeta en Orihuela antes o durante su noviazgo con
Josefina. No resulta muy descabellado pensar que la costurera que
había cautivado el amor adolescente de Hernández, al verse con él,
le evocara esos años pasados, esa inocencia juvenil, cuando Miguel
era un aprendiz de poeta que soñaba con ella y a ella le asustaban
sus ojos de loco. Ya no había motivos para reanudar aquella
historia, para retomar de nuevo la aventura pendiente. Carmen
seguía sola, pero Hernández se debía más que nunca a Josefina y
estaba demasiado convencido de ese amor como para dar marcha atrás.
De aquel encuentro pudo quedar, sin embargo, el recuerdo de un
poema que Miguel, sin nada ya que ocultar, escribió y dedicó
expresamente a la muchacha, evocando en él sus rasgos de rubia soleada -como en aquella vieja prosa de
«Espera-en desaseo»- y el empeño de la modistilla, que seguía
trabajando en el taller de sastra de la calle de San Juan, en no
ceder a las pretensiones de ningún hombre: «Hablas con el silencio
y una fuente: / calladamente, y pisas por tu vida / como apoyada en
la cumbre de una espada».271
Fuese una Carmen u otra la inspiradora del
soneto, fueran los dos, de lo que no cabe duda es de que Miguel se
llevó hermosos recuerdos de su paso por aquellos pueblos de La
Mancha. Así, el 28 de marzo, una vez concluida su misión y el
trabajo de campo para la enciclopedia taurina, hace una pequeña
escapada a Orihuela antes de regresar a Madrid. Son dos días de
intensas emociones. Ve a su familia y abraza por fin a Josefina
después de más de un año sin sentir su piel, su olor, el calor de
sus manos. La vuelta a la capital la realiza enormemente
esperanzado porque ha de tornar a su pueblo a la vuelta de dos
semanas, a mediados de abril, para pasar en él las vacaciones de
Semana Santa y estar presente en el acto de inauguración de la
plaza que el Ayuntamiento ha decidido dedicar a Ramón Sijé.
PRECIPITADA VIDA LUMINOSA
Miguel se encuentra a su regreso una ciudad
marcada por los violentos altercados de uno y otro signo político.
El atentado falangista del 11 de marzo contra el jurista Luis
Jiménez de Asúa, catedrático de Derecho y diputado socialista por
Madrid, que se saldó con la muerte de su guardaespaldas, había
provocado la detención y el encarcelamiento, tres días después, de
José Antonio Primo de Rivera y la ilegalización el 18 de marzo de
Falange Española. Pero medidas de esta índole no iban a atajar la
progresiva cadena de violencia y asesinatos ni la clandestina
actuación de grupos incontrolados de falangistas, cada vez más
alentados por el espectáculo europeo y la vertiginosa ascensión del
fascismo en Italia y Alemania. Todo apuntaba hacia la terrible y
cruda solución de una lucha política entre los seguidores del
fascismo y los partidarios de la revolución marxista sin opción
conciliadora.
Aquella primavera de 1936, Hernández
respiraba ese ambiente de conflicto en todos los rincones de
Madrid. El 7 de abril, mientras el diario La
Voz reproducía las polémicas declaraciones que García Lorca
acababa de pronunciar desde los micrófonos de Unión Radio sobre la
Semana Santa granadina, un grupúsculo de falangistas hacía estallar
una bomba en la puerta del domicilio de Eduardo Ortega y Gasset,
hermano del filósofo republicano. Miguel, informado por Aleixandre,
Cossío y Neruda de los nuevos sucesos, procuraba refugiarse en su
trabajo, en sus biografías de toreros, pasando a limpio el material
recabado en su viaje por La Mancha. En dos semanas, como tenía
previsto y con el permiso del director literario de la
enciclopedia, coge el tren en Atocha y se dirige a Orihuela. Ese 13
de abril, mientras deja la capital por unos días, es asesinado a
tiros el juez Manuel Pedregal, que había condenado a cadena
perpetua a uno de los falangistas presuntamente implicados en el
atentado al jurista Jiménez de Asúa. El Gobierno tenía decretado el
estado de alarma y lo mantendría ininterrumpidamente hasta los
inicios de la guerra civil tras los violentos sucesos en el paseo
de la Castellana durante los actos de celebración del aniversario
de la Segunda República. La muerte a manos de unos pistoleros sin
identificar del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes
y la posterior refriega entre ultraderechistas y radicales de
izquierda durante su entierro se saldaban también con un balance de
doce muertos y un alto número de heridos.
Pero ese día Miguel ya se encontraba en
Orihuela. Tras su nuevo encuentro con Josefina, visita a los padres
de Sijé, se cita con los amigos de la tahona, encuentra momentos
para dedicar a sus antiguos compañeros de juegos, los de la calle
de Arriba, con quienes rememora viejos tiempos en la taberna de El
Chusquel, en la de El Nano o en la de El Cura con Rosendo, el
Mella, Gavira, el Habichuela, Tafalla, José María, el Moya.
Con parte de la última paga que ha recibido
de la editorial se pudo renovar el descuidado vestuario: una
chaqueta holgada y un pantalón que realzan su presencia en el acto
que el 14 de abril se celebra en la plaza de la Pía. Allí se reúnen
todos los amigos del malogrado José Marín Gutiérrez y un buen
número de oriolanos que no quieren perderse el acto de homenaje a
tan llorado muchacho. La iniciativa de conceder el nombre de un
espacio público a Sijé había partido del Ayuntamiento de la ciudad,
controlado por el Frente Popular, y gracias a la propuesta
defendida por el concejal Luis Carrió. Por intereses políticos,
nada de esto último fue reseñado en el diario La Verdad en su crónica sobre el acto, y sí en
cambio el desagradable percance que días después tuvo lugar en la
sede derechista de Acción Popular, saqueada por un grupo de
izquierdistas enfebrecidos.
Aún resonaban aquel 14 de abril los ecos de
la «Elegía» que Miguel había dedicado a su compañero del alma, pero
Hernández no acudió al homenaje de su amigo para leer de nuevo una
composición sobradamente conocida. Para la ocasión, una vez
descubierta la placa que rezaba «Plaza de Ramón Sijé» y tras los
discursos y las alocuciones de rigor, el poeta se encaramó a una
escalera y leyó visiblemente emocionado unas cuartillas en memoria
de José Marín:
Quisiera que estas piedras y esta plaza llevaran para siempre el nombre que les ha sido impuesto: Ramón Sijé. Bajo el sonido de este nombre se me ha ido un compañero del alma, y Orihuela ha perdido su más hondo escritor y su más despejado y varonil hombre. Su vida ha sido precipitada, tormentosa y luminosa, como la del rayo y, como la del rayo, ha buscado precipitadamente la tierra [...]. Cayó agotado por la tremenda pelea inacabable de sus pensamientos y sus sentimientos, sus trabajos y sus fatigas [...]. Pueblo donde ha nacido y agonizado esta gran criatura: todos los homenajes que le hagamos se los merece. Procuremos que éstos resulten lo más duradero y de verdad y lo menos teatrales y de relumbrón posibles. Yo sé que él aceptará los mejores y rechazará los otros; aunque parece que a los muertos todo les da lo mismo, no es así [...]. Ramón Sijé verá desde la tierra que ocupe lo que hagamos por él, y juzgará desde su sombra, y no hablará, porque ya su oficio es callar como el de un muerto.
El poeta aprovechó aquellos días para
disfrutar al máximo de la naturaleza que le vio nacer y para
recuperarse del cansancio de la capital. Contrariamente a la
leyenda levantada sobre la desesperada reacción de Miguel en el
cementerio oriolano, intentando escarbar la tierra para besar los
restos de su compañero del alma, los testimonios indican que no
hubo nada de esto y que Hernández sólo acudió al camposanto a su
regreso de una distendida excursión por las sierras de la Vega. Sin
dramatismo alguno, el poeta se hizo unas fotografías que no
reflejan más que su satisfacción por hallarse en su tierra, entre
sus amigos. «Aquel día -comenta Ramón Pérez Álvarez- fuimos de
excursión Miguel, Alfredo Serna y yo; subimos por el Paso del Gato
hasta la Cruz de la Muela y le hicimos esas fotografías en que
aparece con un pantalón a rayas. Después bajamos por la Senda del
Burro hasta el cementerio y visitamos la tumba de Ramón, pero sin
ningún incidente. Recuerdo que le hicimos una foto; le gustaba
estar en contacto con la naturaleza, y cuando la lluvia le
sorprendía, no buscaba el abrigo de una cueva, sino que se
desnudaba para que el agua le mojase».272
Una semana después de la celebración de la
proclamación de la República, Josefina Manresa y su familia se
trasladaban a la población alicantina de Elda. Era un contratiempo
que dificultaba aún más, si cabe, el noviazgo entre Miguel y la
muchacha, pero el padre de ésta no hacía más que cumplir las
órdenes que aquellos días movilizaban a militares y a guardias
civiles.
EL LABRADOR DE MÁS AIRE
Miguel regresa a la corte el 25 de abril y
se refugia de nuevo en su trabajo enciclopédico y taurino: «Ya me
tienes otra vez como antes -le dice a Josefina en su primer
escrito-: en este Madrid [...]. Voy a volver a mi oficina y a tus
cartas, como si no hubiera pasado nada. Eso quisiera yo pero han
pasado tantas cosas entre nosotros en los pocos días que nos hemos
juntado que tengo una gran amargura dentro de mí viéndome otra vez
solo como un árbol sin bosque. Me faltas tú siempre y no he de
parar de angustiarme y morderme los puños de rabia y pena hasta
estar contigo.» Visita a Aleixandre y a los pocos amigos en los que
confía de verdad. Sabe por éstos que la semana anterior, cuando él
se hallaba en Orihuela, la flor y nata de la intelectualidad
madrileña había rendido un homenaje a Luis Cernuda por la
publicación de La realidad y el deseo en
Ediciones del Árbol, de Cruz y Raya. La
ausencia de Miguel había dado pleno sentido al discurso de
presentación de Lorca, que se dirigió a los comensales y al
homenajeado llamándoles «mi capillita de
poetas, quizá la mejor capilla poética de Europa». Allí, en un
restaurante de la calle Botoneras, estuvieron presentes Neruda,
Alberti, Bergamín, Pedro Salinas, Altolaguirre y Vicente
Aleixandre, arropando a un poeta de difícil carácter,
patológicamente tímido, temeroso de sí mismo y afectado por una
manía persecutoria y por un miedo constante a ser rechazado.
Miguel estaba hecho, sin duda, de una pasta
muy distinta. Alejado de aquel juego de prejuicios y desafectos, se
movía en cavilaciones de otra índole. Lo que le preocupaba esos
días era su soledad, la separación de Josefina y el ansiado
proyecto de ver publicadas las obras de Sijé, en el que había
comprometido a tanta gente. Esto último le lleva a buscar de nuevo
el consejo y la ayuda de Juan Ramón Jiménez, a quien visita nada
más regresar a Madrid. Así se lo comunica a Juan Guerrero en carta
del 29 de abril: «El lunes por la tarde he visto a nuestro
maravilloso poeta Juan Ramón media hora [...]. Yo no sé cómo poder
editar en Madrid el ensayo del romanticismo para entonces. Benjamín
[por Bergamín] no lo puede hacer. Veremos.»
Entrados ya en el mes de mayo, Miguel sufre
una seria depresión que pudo cambiar sustancialmente su vida de no
ser por el desarrollo de los acontecimientos políticos y por la
reacción de Juan Guerrero Ruiz. El poeta se había replegado más que
nunca en su amor a Josefina y vivía la realidad de la muchacha como
algo propio, constantemente preocupado por la suerte de ésta y su
difícil adaptación a esa nueva vida en Elda, donde apenas conocía a
nadie. Lo único que mantenía ilusionado a Miguel era la posibilidad
de estar cerca de ella y fundar cuanto antes una familia. Lo demás
-Madrid, su trabajo en la editorial, las rencillas literarias- le
resultaba accesorio. Amargado por estas circunstancias escribe
desesperadamente a Juan Guerrero y reclama su ayuda:
Se me ha ido la novia a Elda, donde han trasladado a su padre guardia civil. Estoy en un estado de ánimo desesperado. No me da ninguna gana seguir en Madrid y en mi oficina y sí mucho decaimiento. No me va a poder ser posible continuar haciendo biografías taurinas por más tiempo. No me puedo quejar de quien me da este trabajo, Cossío, pero no puedo soportar más estar días encerrado entre cuatro paredes y agotando mi mano y mi cabeza en cosas que no quiero. Si te es fácil, y no creo que te lo sea, búscame un trabajo en Alicante. Estaré cerca de mi novia, podré ir a verla cada domingo al menos. No puedo llevar esta vida de soledad [...]. Te lo pido con todo el corazón.
Guerrero no contestó a la misiva de Miguel,
quizá porque no llegó a tomarse en serio el arrebato de su querido
poeta oriolano. De hecho, aunque Hernández insistiera en su
propósito, la realidad social y política no le iba a permitir
encerrarse de nuevo en sí mismo y abandonar aquel momento literario
que tanto esfuerzo le había costado alcanzar.
Por esas fechas y tras el triunfo en Francia
de las fuerzas de izquierda agrupadas también en un Frente Popular,
llegaban a Madrid los escritores André Malraux, Jean Cassou y Henri
Lenormand. Malraux pronunció una conferencia en el Ateneo madrileño
titulada «Movimiento Universal para la defensa de la Cultura»,
discurso en el que animaba a los intelectuales españoles a
intensificar su compromiso y su responsabilidad moral ante los
acontecimientos sociales y políticos sin abandonar en ningún
momento la calidad artística y estética de sus obras. Miguel,
arropado por Neruda, estuvo presente en aquel acto y en las
celebraciones antifascistas que se desarrollaron esos días: entre
ellas, el banquete que los escritores españoles ofrecieron a los
intelectuales franceses el 22 de mayo. El dramaturgo Lenormand
estrenaba esa misma semana en el Teatro Español su obra Asia. Cassou decía en el mencionado banquete que
«España y Francia son las dos civilizaciones occidentales que han
de oponerse al paso del bárbaro fascismo».
La intervención de Pablo Neruda y los
consejos de Aleixandre fueron decisivos para despertar a Miguel de
ese circunstancial letargo. El poeta chileno recabó de nuevo su
colaboración para el siguiente número de Caballo Verde, que estaba dedicado por entero al
poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig. Hernández vuelve entonces
con fuerza a la poesía y escribe diversos poemas en homenaje a
Garcilaso («Égloga»), a Gustavo Adolfo Bécquer («El ahogado del
Tajo») y al citado Herrera y Reissig («Epitafio desmesurado a un
poeta»). De este poeta uruguayo, desconocido prácticamente para los
escritores españoles, daba Neruda cumplida cuenta en una página de
sus memorias:
Yo llevé la pasión herrerayrreissigiana a Madrid, a mi generación [...]. Nada más apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de toda la poesía. Así fue que leí a Vicente Aleixandre, y luego a Federico, a Alberti, a Altolaguirre, a Cernuda, a Miguel Hernández y a algunos otros más, las décimas góticas de Herrera y Reissig [...]. Decidí entonces publicar un doble número −5 y 6- de mi revista Caballo Verde y dedicarlo enteramente a Herrera y Reissig [...]. Miguel Hernández y otros escribieron sus ditirambos magníficos.273
Herido otra vez por la fiebre creativa y por
el compromiso social, Miguel empieza a escribir su obra dramática
El labrador de más aire. Lo que intenta
ahora es mezclar su situación amorosa, su exaltación del mundo
campesino y su marcada fobia a la vida de ciudad en un texto con
claras pretensiones sociales. Mucho más avanzada en ideas que
Los hijos de la piedra, la obra que
Hernández ha comenzado a pergeñar mantiene los patrones de ese
cambio poético que había significado El rayo
que no cesa, desde el tono trágico a la elegía que escribe
para uno de los personajes del drama y que mucho nos recuerda la
dedicada a Ramón Sijé. Inspirado de nuevo en las obras de Lope
(El caballero de Olmedo y El villano en su rincón) y, probablemente, en una
de las películas de Florián Rey (Nobleza
baturra) que desde octubre de 1935 se proyectaba en los cines
madrileños -la protagonizaba Imperio Argentina, por quien Miguel
sentía gran admiración, hasta el extremo de comentarle a Josefina
en una de sus cartas: «Pareces, en efecto, una andaluza de las más
típicas y te hallo cierto parecido con Imperio Argentina»-,
El labrador de más aire iba a ser la
pieza más sólida de su producción, la más lograda, y a la que es
preciso situar en el tránsito entre su etapa amorosa y los fluidos
cantos de Viento del pueblo.
Esta nueva incursión en el teatro no
significaba, ni mucho menos, que Miguel hubiera perdido la
esperanza de estrenar en Buenos Aires Los
hijos de la piedra. Mantenía el contacto con Raúl González
Tuñón y recibía puntuales noticias de las gestiones que éste y
Ricardo Molinari seguían realizando en Argentina. Lo comenta a
Josefina ese mes de mayo en varias misivas: «Hoy he recibido una
carta de Buenos Aires en la que me dicen que están ultimando las
gestiones hechas para la representación de mi obra y que dentro de
poco sabré una cosa cierta...» «Sí, tengo muchas esperanzas de que
me estrenen la obra este año, ya que en Buenos Aires comienza la
temporada de teatro este verano, que allí es invierno. Estas
esperanzas y el pensamiento de que tu deseo y el mío se verán
satisfechos pronto me dan alegría y como más y me encuentro la vida
fácil...»
Su relativo optimismo también se había visto
reforzado por dos acontecimientos puntuales que le venían a
recordar el importante papel que ya representaba en la poesía
española de su tiempo: el homenaje a Hernando Viñes y su
participación en la Feria del Libro de Madrid. El 13 de mayo, en la
Hostería Cervantes, se homenajeaba al pintor Hernando Viñes con un
solemne banquete al que concurre toda la pléyade de escritores y
artistas de Madrid. En la famosa fotografía que inmortalizó el
acontecimiento parece no faltar nadie de aquella generación de
hombres y mujeres que había protagonizado la vida de Miguel en esos
años de esencial importancia para su consagración literaria. Pero
lo relevante del caso, que podríamos calificar de verdadero
acontecimiento, es la presencia del poeta de Orihuela -el más joven
quizá de los allí reunidos- en un acto en el que también está
presente Lorca. La intervención decisiva de Pablo Neruda fue la que
determinó que Hernández acudiera ese día a la Hostería Cervantes,
pesara a quien le pesara, y la prueba de lo que esta delicada
situación debió de significar la tenemos en que el cónsul de Chile
no se separó ni un momento de Miguel, como quedó también reflejado
en la citada instantánea: ambos poetas aparecen juntos en un
discreto segundo plano, al fondo y a la derecha del grupo. En
primera fila se podía distinguir a Alberto Sánchez, Delia del
Carril, Hortelano, Pilar Bayona, Hernando Viñes y señora, José
Bello, Santiago Ontañón, María Teresa León, Gustavo Durán y señora
de Dorronsoro; de pie, y de izquierda a derecha, José Caballero,
Eduardo Ugarte, E. Thais, Adolfo Salazar, Alfonso Buñuel, Federico
García Lorca, J. Vicens, Luis Buñuel, Luisa Condoy, Acario Cotapos,
Rafael Alberti, Guillermo de Torre, Miguel Hernández, Pablo Neruda,
Sánchez Ventura y María Antonia Hagenaar.
Fue también el último acto al que Neruda
acudía con su mujer, ya que unos días después se producía la
anunciada separación del matrimonio. Maruca se marchó a Holanda con
Malva Marina, dejando el camino libre al amor entre el poeta
chileno y Delia del Carril. No obstante, y pese al comentario
ampliamente extendido de que Neruda se desentendió de la pequeña
durante los pocos años que le restaban de vida, nos consta que la
volvió a ver en, al menos, dos ocasiones. A mediados de noviembre
de 1939, poco antes de que el chileno regresara a América tras su
estancia en París organizando la salida de refugiados españoles,
éste se desplazó a La Haya, al domicilio de su ex mujer, en Groot
Hertoginnelaan 170, para encontrarse con Malva Marina. Según la
versión de la holandesa, en carta274
a Carlos Morla Lynch de 8 de septiembre de 1943, el poeta le
aseguró que se preocuparía del mantenimiento de la pequeña, que
entonces tenía cinco años, y que siempre podría contar con su
ayuda, a pesar de la incertidumbre política y del comienzo de la
guerra de Europa. Fue la última vez que vería a su hija, ya que la
niña falleció tres años después, en 1942, mientras que María
Antonia salía adelante trabajando como sirvienta del embajador de
la República española en Holanda, don José María de Semprún,
antiguo contertulio de Neruda en Madrid y miembro del consejo de
redacción de la revista Cruz y
Raya.
El rayo que no
cesa es una de las novedades literarias que esos días se
presentan en la Feria del Libro de Madrid, inaugurada por el
presidente de la República, Manuel Azaña, el 24 de mayo. Esos días,
Miguel escribía en el reverso de una tarjeta postal,275
con grueso lápiz rojo, unas palabras a Ramón Pérez Álvarez, el
joven secretario de la revista Silbo,
comunicándole que su libro se estaba vendiendo
a borbotones y que sólo le superaba en éxito Manuel Machado
con su obra Phoenix, publicada también
por Altolaguirre y Concha Méndez en la colección Héroe. No sabemos
si el optimismo que Hernández lucía en su primera comparecencia
pública en un evento cultural de esa magnitud le llevó a exagerar
la realidad; lo cierto es que estuvo presente en el recital al aire
libre que Cernuda, Alberti, Federico, Neruda, Altolaguirre y
Serrano Plaja ofrecieron en el concurrido Paseo de Recoletos el 2
de junio, día de clausura de la Feria, en el que probablemente
participó Miguel y pudo actuar como declamador espontáneo leyendo
sus versos al pueblo.
Pese a estas manifestaciones culturales, las
turbulencias políticas seguían azotando la realidad del país,
marcada por nuevos atentados falangistas y su correspondiente
respuesta y represalia. El 7 de mayo, el capitán Faraudo,
instructor de las milicias socialistas, es asesinado en Cuatro
Caminos, y al día siguiente, el ex ministro Álvarez de Mendizábal,
que había insultado al Ejército en sus últimas declaraciones, se
libra milagrosamente de un atentado. Al revuelto aire de violencia
cabría sumar la huelga que el ramo de la construcción -afectaba a
más de setenta mil obreros-, a instancias de la CNT y la UGT, había
iniciado en Madrid el 2 de junio, calentando el ya de por sí
enfebrecido ambiente. En las Cortes, los debates, cada vez más
enconados, reflejan la tensión de la calle y adquieren la misma
violencia y gravedad que se respira en toda España. Las
intervenciones de ultraderechistas como Calvo Sotelo o Gil-Robles,
incendiarias y furiosas, se cruzan con las de Azaña e Indalecio
Prieto, dando cuenta de un estado de ansiedad que prometía estallar
por algún sitio y en cualquier momento.
SINO SANGRIENTO
El 5 de junio, José Antonio Primo de Rivera
es trasladado de la cárcel Modelo de Madrid a la prisión de
Alicante, lo que convierte a esta ciudad levantina -tal y como se
vería semanas después- «en uno de los principales eslabones de la
trama civil e incluso militar de la conspiración, por la influencia
que los planteamientos falangistas ejercían sobre algunos grupos de
jefes y oficiales militares».276
Miguel es consciente del grave cariz que va tomando la situación y
no oculta su preocupación a Josefina en una carta verdaderamente
profética que le escribe a mediados de mayo: «Maldigo siempre la
hora en que se le ocurrió a tu padre pedir fuera del cuartel, que
por eso te han llevado a ese pueblo, donde a lo mejor se organiza
cualquier día una revolución y pasa algo malo. En Orihuela todo el
mundo conocía a tu padre y sabían que era el mejor hombre del
cuartel. Pero ahí nadie sabe nada y con el odio que la gente tiene
a la guardiacivil, no se fijarán mucho en nada.»
En esos días, el poeta recibe los primeros
ejemplares de la revista Silbo que los
amigos de Orihuela han sacado por fin a la luz. Miguel es un
auténtico embajador de sus viejos compañeros y se desvive por
distribuir la nueva publicación entre las amistades y en lograr que
el crítico Pérez Ferrero se digne sacar una reseña en el Heraldo de Madrid. Miguel se siente, en cierto
modo, el guía literario de sus compañeros oriolanos y les orienta a
través de sus cartas. En una de ellas, remitida a mediados de junio
a Carlos Fenoll,277
le transmite interesantes consejos: «Poveda va muy bien por el
camino que ha emprendido, francamente, y tiene versos en sus
difíciles sonetos que me gustan bastante [...]. La prosa de Justino
es cada día más sencilla y emocionada y tus poemas me parecen lo
mejor que has hecho en tu vida, hoy reanudada, de poeta. Creo que
debes seguir sin nuevas interrupciones tu labor y procurar dar un
libro pronto.»
No goza Miguel de buena salud. A pesar de su
aspecto atlético, de su afición al agua, a bañarse en el río
incluso en pleno invierno, el poeta es muy vulnerable a las
infecciones. «Estoy desde el domingo -le dice a Josefina los
primeros días de junio- con un catarro muy grande, porque han hecho
días muy variables, que en tanto hacía frío como calor. Este clima
de Madrid es muy malo para el que no ha nacido en él, y me está
jodiendo continuamente. Ayer y anteayer he tenido fiebre y todo, y
ahora mismo estoy con la cabeza que parece que no es mía [...]. No
he tomado más que naranjadas en dos días y a fuerza de sudar y
guardar cama me encuentro muy flojo.»
El verano se acerca y las vacaciones de
1936, que se prometen largas y quizá definitivas para algunos, se
respiran ya en el ambiente que rodea a Miguel. José María de Cossío
aún tardará algunas semanas en marchar a Santander, a su casona de
Tudanca. Quien abandona Madrid el 11 de julio es Vicente
Aleixandre. Como todos los años, el poeta sevillano pasa algunos
meses en Miraflores de la Sierra y un día antes de emprender el
viaje organiza una fiesta de despedida para los amigos más íntimos.
Tenemos constancia de que el autor de Espadas
como labios invitó a su casa de Velintonia aquel viernes a
Pablo Neruda, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Federico García
Lorca, Miguel Hernández y Rodríguez Luna, un pintor mexicano que
había entrado con fuerza en el círculo de amistades de Vicente. Por
una carta que Miguel envía a Carlos Fenoll un día después de esta
emotiva velada podemos conocer algunos detalles de interés y, sobre
todo, el enorme grado de afecto que le unía a Aleixandre:
Tú no sabes, Carlos, lo enfermo que está el gran poeta y la satisfacción que le ha dado leer esas líneas en las que me hablas de él. Además, se encuentra muy solo, pues su enfermedad (le falta un riñón) le tiene recluido en una casa que habita en las afueras de Madrid, y cuando tiene noticias de personas que se interesan por él, recibe una enorme alegría. Si lo vieras, no creerías lo que te digo, porque su aspecto es de hombre saludable, tiene la envidiable virtud de saber ocultar sus cosas tristes ante los amigos y aparecer alegre. Yo voy a verle un día cada semana y, claro, hablamos largamente de todo [...]. Ayer, por ser la despedida de Aleixandre, se organizó en su casa una «juerga» literaria a la que asistimos Neruda, Manolo Altolaguirre, Concha Méndez, el pintor, magnífico pintor que ya conoceréis, Rodríguez Luna, y yo, entre otros. Estuvimos en un merendero cercano a la casa de Vicente, en pleno campo castellano, con chopos, hierbas quemadas en estos días y parejas tumbadas y penetradas, y yo me subí a los olmos, a los chopos, y al mismísimo cielo después de beber no sé qué vino.278
Miguel escribía a su amigo panadero con
auténtico entusiasmo, acaso porque ignoraba que aquella fraternal
despedida tuvo para Aleixandre un sabor desagradable, ya que venía
precedida de un triste percance que no trascendió a ninguno de los
invitados. Esas últimas semanas, como bien ha señalado Ian Gibson,
Lorca se encontraba eufórico, plenamente metido en su nueva obra de
teatro, La casa de Bernarda Alba, que
había terminado de escribir, como reza el manuscrito, el 19 de
junio de 1936. Su impaciencia por conocer la reacción del público,
la opinión de sus compañeros, le hacía organizar frecuentes
lecturas en casa de sus más cercanos admiradores. Adolfo Salazar,
vecino del poeta granadino, cuenta que «cada vez que terminaba
alguna escena venía corriendo, inflamado de entusiasmo [...].
Federico leía su obra a todos sus amigos, dos, tres veces cada
día».279
Sabemos que entre junio y julio de 1936 celebró lecturas de
Bernarda Alba en el domicilio del pintor
José Caballero, del escritor Hans Gebser, traductor al alemán de
los poetas del 27, de Fernando de los Ríos, de Encarnación López
Júlvez, la Argentinita, y de Carlos Morla
Lynch. Vicente Aleixandre no podía faltar, por supuesto, en su
lista de amigos, máxime cuando sabía que éste se ausentaba de
Madrid a primeros de julio. La razón, pues, de que Federico hiciera
acto de presencia en la citada fiesta de despedida estaba
doblemente justificada, y lo cierto es que nada hubiera gustado más
a Aleixandre y a sus invitados que conocer la nueva obra de Lorca
de sus propios labios. Sin embargo, tal y como el mismo anfitrión
relató algunos años después a Gabriele Morelli, el autor de
Yerma no acudió a su casa por los motivos
que el lector puede ya suponerse. El testimonio de Aleixandre nos
desvela el hecho en estos términos:
Federico me llamó a primeros de julio para decirme que venía a leerme su última obra, La casa de Bernarda Alba. Yo, como siempre, le esperaba con gusto. Pero él, al enterarse de que estaba conmigo Miguel Hernández, al cual no le tenía mucha simpatía, dijo que con Miguel allí él no vendría. «Entonces, qué puedo hacer yo», le dije. «Échalo», contestó secamente Federico. Naturalmente no eché a Miguel, y Federico no vino, a pesar de mis insistencias.280
Morelli insiste en la tristeza con que el
poeta sevillano le relataba aquella historia, hasta el punto de
afirmar que la incomprensión de Lorca hacia Hernández le había
impedido verlo antes de su salida fatal hacia Granada. Pero la
grandeza de Vicente Aleixandre no sólo residía en su defensa del
joven escritor de Orihuela ante lo que consideraba una actitud
injusta, sino en el modo de silenciar el percance para no agravar
más la pesadumbre de Miguel, de ahí el acertado comentario de éste
al decirle a Fenoll que Aleixandre «tiene la envidiable virtud de
saber ocultar sus cosas tristes ante los amigos y aparecer
alegre».
Volviendo a esta misma carta dirigida al
poeta panadero el 12 de junio de 1936, encontramos en ella
interesante información sobre la actividad literaria de Hernández a
esas alturas del año. Su obra El labrador de
más aire está bastante avanzada, ya que tiene concluidos los
dos primeros actos y ha pensado presentarla al premio Lope de Vega
de Teatro, dotado con la nada despreciable suma de diez mil
pesetas: «La escribo, eso sí, entusiasmado -comenta a Carlos
Fenoll-, porque sé que no es posible que tarde en estrenar, pero
sobre todo porque el personaje, mejor, los dos personajes centrales
de la obra, los estoy creando a mi imagen y semejanza de lo que
siento que soy, y quisiera ser. Se llama, que ya está bautizada,
El labrador de más aire, y cuando vaya a
Orihuela os leeré todo lo que tengo hecho. Quisiera llevarla
terminada para dedicarme ahí solamente a mi novia y al agua, la
tierra y vosotros, y descansar de esta pesada labor que llevo a
cuestas, haciendo biografías toreras...»
Aunque el poeta se queje constantemente de
su trabajo editorial, hay también motivos para pensar que su tarea
no era tan desagradable como trataba de hacer ver a Josefina. En la
citada carta a Fenoll le matiza lo siguiente: «Ayer he hecho la
biografía de Antonio Reverte, un tipo soberbio. La de Espartero
también la tengo hecha. Cuando me toca hacer la historia de un
torero de esta clase gozo mucho, porque veo en ellos un corazón
como una catedral.» Tampoco deja de escribir poesía, y se le ve
metido muy de lleno en esas últimas composiciones que demuestran su
plena asimilación de las técnicas surrealistas, al tiempo que
anuncian ya su etapa plenamente social. Tras su «Oda entre arena y
piedra a Vicente Aleixandre» y «Oda entre sangre y vino a Pablo
Neruda», en las que da perfecta cuenta de sus más deslumbrantes
maestros, en el número de junio de la Revista
de Occidente publica «Sino sangriento» y la «Égloga» a
Garcilaso.
El ambiente social y político se agrava sin
perspectivas de solución. El 9 de julio, Hernández es testigo de
los disturbios que alteran la vida cotidiana de la capital. En una
carta dirigida a Josefina dos días después le comenta: «Están
pasando muchas cosas en Madrid estos días. Anteayer, cuando volvía
de despedirme en la estación de mi hermana Elvira que ya está en
Orihuela, vi disparar a unos guardias contra unos fascistas. Y ayer
cerca del restorán donde como, estallaron cuatro bombas en una
obra. Hay mucha gente parada, y los albañiles sobre todo, que están
en huelga mucho tiempo ya, están desesperados y con hambre. Tengo
ganas de que acabe todo esto, porque no va uno seguro por ninguna
parte.»
El lunes 13 de julio, tal y como comenta a
Josefina y a Fenoll en sendas cartas, ofrece un recital de sus
últimos poemas en Unión Radio por invitación del periodista Miguel
Pérez Ferrero. Hernández acude a la emisora con cierto nerviosismo,
sabiendo que su novia le está oyendo a cientos de kilómetros de
distancia y quizá también sus amigos, su familia: «No sé cómo me
dices que me oíste muy bien -escribe a Josefina el 16 de julio- y
que mi voz sonaba muy clara. No sabes la de cosas que me pasaron
antes de hablar, que tuve que ir de carreras a todas partes y
cuando llegué ante el micrófono estaba sin aliento, regado de sudor
y si no es porque me dieron una horchata no puedo decir ni una
palabra. Luego, el que hablaba cuando yo no lo hacía se puso a
fumar mientras yo hablaba y me dieron unas ganas de toser tremendas
y tú no sabes, nenica, la angustia que pasé y las caras que puse
para no toser. Yo le hacía señas para que apartara el cigarro de
mis narices y él no sabía lo que quería decirle. Cuando terminamos
me dio una risa de ver las conversaciones mudas que hube de
sostener con mi biógrafo, que me tuve que tender. Y yo al mismo
tiempo que hablaba pensaba en ti y decía: mira que si ahora dijera
yo de repente: Josefina, ¿me oyes? Me daban unas ganas muy fuertes
de decírtelo...» Miguel cobró cincuenta pesetas por aquella
intervención y pudo escuchar a Pérez Ferrero regalándole los oídos
con una elogiosa semblanza biográfica que la prensa regional
murciana reproducía unos días después:
El pasado lunes, a las nueve de la noche, tuvimos el gusto de escuchar por radio desde Madrid -donde reside actualmente- al joven y excelente poeta oriolano Miguel Hernández -que hace tres años era pastor de cabras en esta ciudad- un recital de poesías suyas... Fue presentado ante el micrófono por el popular crítico literario del Heraldo de Madrid, Miguel Pérez Ferrero, el cual [...], con fina sensibilidad, se extendió después en los datos biográficos y más característicos del poeta Hernández... Miguel Hernández cuenta veintiséis años y lleva publicados tres libros, Perito en lunas, Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, auto sacro de Cruz y Raya, 1934, y El rayo que no cesa (Edic. Héroe, que hacen Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, Madrid), y además varias obras que conserva inéditas de gran valor. Desde estas columnas -y aunque modestamente- queremos resaltar la labor que este digno poeta de Oleza realiza, y diremos, también, que este artista oriolano ha culminado esa labor poética, no ya con sus libros -que sobrados elogios le ha otorgado la prensa madrileña y de provincias y la inmensa minoría que siente y hace sentir estas cosas-, sino, con esa Elegía a Garcilaso, que nos ha parecido francamente y llanamente -para que la opinión dormida se entere- algo que se puede comparar con la propia obra de Garcilaso... Nosotros, amantes de la poesía y de las artes -paisanos y amigos de Miguel Hernández-, nos felicitamos.
Dos días antes de aquella intervención en
Unión Radio, el sábado 11 de julio, Lorca fue invitado a cenar a
casa de Neruda, acaso porque el poeta chileno llegó a enterarse de
su negativa a acudir a la fiesta de despedida de Aleixandre el día
anterior y por los rumores que circulaban sobre su intención de
abandonar Madrid y viajar a Granada en tan conflictivas fechas.
Ante la elocuente ausencia de Miguel, Federico departió aquella
noche con el poeta chileno, con Delia y con el diputado socialista
Fulgencio Díaz Pastor. Según declaraciones de este último a
Marcelle Auclair, Lorca se mostró muy nervioso durante toda la
velada, asediándole a preguntas sobre la gravedad de la situación
política y dando signos de una profunda indecisión sobre el destino
que debía tomar. Finalmente -y siempre según Díaz Pastor-, Federico
exclamó: «¡Me voy a Granada!».281
Los presentes esa noche en casa de Neruda pensaron que sería más
sensato permanecer en Madrid, pero Federico parecía
obstinado.
El contexto no acompañaba demasiado. El
domingo 12 de julio era asesinado el teniente de la Guardia de
Asalto José Castillo, cuya firme actuación contra los grupos
fascistas le había convertido en blanco de la ultraderecha. Aquella
misma noche, antes de que la noticia se divulgara por Madrid,
Federico realizó su última lectura de Bernarda
Alba en casa del doctor Eusebio Oliver Pascual. Lorca no se
había informado esta vez de quiénes eran los invitados a la velada,
pero al ser recibido por Carmen, la esposa del médico, se dejó
llevar por ésta hasta el salón y allí pudo encontrarse con un
nutrido grupo de amigos. Entre ellos estaban Dámaso Alonso, Jorge
Guillén, Guillermo de Torre, el diplomático José María de Semprún,
Emilio Gómez Orbaneja y el joven poeta Miguel Hernández. Nada
sabemos de la reacción de García Lorca ante la presencia de tan
incómodo visitante, pero es lícito pensar que el granadino no se
hallaba en aquellos momentos en disposición de atender alergias
personales. A quien sí sorprendió la lectura de Federico fue al
poeta de Orihuela, que tomó buena nota de personajes y de escenas
para su nuevo drama El labrador de más
aire, del que sólo tenía escritos un par de actos.
A la mañana siguiente, cuando la noticia de
la muerte del teniente Castillo comenzaba a correr por la capital,
el diputado ultraderechista José Calvo Sotelo, líder de los
monárquicos y ex ministro de Primo de Rivera, era asesinado en
represalia por el crimen cometido contra el oficial de la Guardia
de Asalto. Aquel lunes, 13 de julio, en que Miguel se disponía a
desplazarse hasta la emisora de Unión Radio para ser entrevistado
por Pérez Ferrero, Federico sufría la angustia de sus últimas horas
en Madrid. El asesinato de Calvo Sotelo le había producido una
profunda inquietud que no trató de disimular cuando se encontró con
el poeta Juan Gil-Albert, una de las últimas personas en verle
antes de que abandonara la capital: «Cuando le vi por última vez
-comenta el escritor alcoyano-, en Madrid, estaba, ligeramente,
espantado. El asesinato de Calvo Sotelo pareció indicarle que el
fin se acercaba».282
Esa misma tarde, el poeta granadino la pasó con su íntimo amigo
Rafael Martínez Nadal, a quien le comunicó su última decisión: «Me
voy a Granada y sea lo que Dios quiera.» Según varios testimonios,
aquella noche, Federico tenía otra lectura de su obra en casa de
Carlos Morla Lynch, en la calle Lagasca, 26, ante la presencia de
varios amigos entre los que se encontraban Adolfo Salazar,
Altolaguirre, Neruda, Delia del Carril y Luis Cernuda, pero el
autor de Romancero gitano no atendió a
más llamada que la del instinto y, tras despedirse de su maestro
Antonio Rodríguez Espinosa y de su hermana Isabel, fue acompañado
en taxi hasta la estación de Atocha por el propio Martínez
Nadal.
Cuando el tren arrancaba camino de Granada,
Miguel Hernández recitaba por los micrófonos de Unión Radio, entre
jirones de humo, su poema «Sino sangriento»:
Me dejaré arrastrar hecho pedazos,ya que así se lo ordenan a mi vidala sangre y su marea,los cuerpos y mi estrella ensangrentada.Seré una sola y dilatada herida,hasta que dilatadamente seaun cadáver de espuma: viento y nada.
No quisiéramos concluir este capítulo sin
hacer mención de una anécdota oída en repetidas ocasiones y en
versiones diversas pero no contradictorias. Una de las fuentes de
información fue el propio Rafael Alberti, y su testimonio oral
añade, de ser cierto, una nueva lectura al episodio de la
precipitada salida de Federico hacia Granada. Según el poeta
gaditano, Miguel y Neruda habían acordado reunirse la noche del 13
de julio, tras la emisión del programa de radio, en casa de los
Morla. Lorca sabía que se iba a encontrar de nuevo con Hernández en
el domicilio del diplomático chileno, hecho que no le seducía
demasiado. Al parecer, Carlos Morla -con quien Federico tenía mucha
más confianza que con el doctor Oliver- pudo recibir una llamada
del poeta en la que, además de transmitirle su natural inquietud
por los recientes sucesos, le manifestaba su deseo de que Miguel no
estuviera presente en aquella cena. No sabemos si el anfitrión
respondería a Lorca, de aceptar este hecho, en los mismos términos
que Aleixandre, pero podría darse la hipótesis de que aquella
conversación fuera argumento suficiente para que el autor de
Yerma tomara esa misma noche el tren
hacia la ciudad andaluza. Según el testimonio de Luis Cernuda,
publicado dos años después en las páginas de la revista Hora de España, «por la mañana ocurrió la muerte de
Calvo Sotelo. Al anochecer estuvimos comentando el suceso mientras
aguardábamos a Federico García Lorca. Alguien entró entonces
-refiriéndose probablemente a Martínez Nadal- y nos dijo que no le
esperásemos porque acababa de dejarlo en la estación, en el tren
que salía para Granada. Un poco decepcionados, nos sentamos a la
mesa silenciosamente».283
Insistimos en que no es intención de este
ensayo biográfico aportar datos que no vayan acompañados de su
correspondiente prueba documental, por lo que el párrafo anterior
no ha de entenderse como una afirmación, sino como el comentario a
un testimonio oral al que sólo ha de concederse la relativa validez
de los hechos no comprobados.