15

 

 

 

 

Me despierto sobresaltada, con el corazón palpitándome para defenderme del miedo que aún persiste.

Alargo la mano y toco a Jackson en la oscuridad. Al instante comprendo que no son las frías garras de una pesadilla lo que me atenaza, sino el temor a que él se haya marchado.

—¡Qué regalo para la vista! —exclama y, para mi sorpresa, oír su voz me produce un hondo alivio.

«No se ha marchado, y no he tenido pesadillas. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios…»

Me doy cuenta de que estoy atravesada en la cama con el muslo y la cadera destapados. Me incorporo y el pudor me induce a cubrirme los pechos con la sábana, lo que es absurdo dado que ha explorado cada centímetro de mi cuerpo. Me recuesto en el cabecero y suspiro de placer mientras lo veo acercarse, descalzo y con el torso desnudo. Solo lleva los vaqueros, con el primer botón desabrochado, lo que me permite entrever ese vello que indica el camino hasta una protuberancia muy tentadora.

Me gusta tanto lo que estoy mirando que tardo un momento en reparar en la taza de café que me ofrece. La cojo agradecida, y sonrío cuando veo que ya le ha puesto una nube de crema de leche.

—Te has acordado.

—Me acuerdo de muchas cosas. —Me indica que me haga a un lado y se sienta junto a mí—. Por lo pronto, me acuerdo de que tenemos que estar en casa de tu jefe dentro de dos horas. Se tarda media hora en llegar, si no hay tráfico. Aunque como siempre lo hay, se tarda una hora.

—No hemos dormido mucho.

—Pero yo me siento rebosante de energía —dice, y me pasa la mano por el pelo.

Suspiro y me apoyo en él, asombrada de la rapidez con que ha cambiado nuestra relación. Ahora estamos como en Atlanta. Siento que nos compenetramos. Y, aunque sigo asustada, esta vez no quiero huir, sino aferrarme más a él.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—La que sea…

—Anoche me seguiste. Me refiero a cuando fui a Mullholland. Pero ¿por qué no lo hiciste en Atlanta?

—Eso fue distinto. Me pediste que me marchara, no saliste corriendo. E hiciste que te lo prometiera.

—Sí —digo—. Es cierto.

—¿Querías que faltara a mi palabra?

—No… No habría podido soportarlo.

—¿Pero…?

Niego con la cabeza, asombrada y también un poco irritada por lo bien que me conoce.

—¿Pero te habría gustado que lo hiciera de todas formas, solo para saber que me importabas?

Sus palabras, dichas en voz baja, se quedan frágilmente suspendidas entre los dos.

—Es absurdo, lo sé.

Sin embargo, no puedo negar que es cierto.

—Lo habría hecho —reconoce, y se separa de mí para levantarse. Se dirige a la pared del fondo y se queda delante de la ventana, por la que ahora entra la luz matutina.

—Lo cierto es que, en esa época, habría mandado la promesa a la mierda y habría ido detrás de ti. —Se vuelve hacia mí—. Pero tú te ibas con él.

—Maldita sea, Jackson. Te repito que nunca he estado con Damien de esa forma. Si no me crees…

—Te creo. Me lo has dicho antes y te creo. De veras. Pero entonces no pensaba así.

Reflexiono sobre lo que dice, bajo de la cama y me acerco a él desnuda.

—¿Por eso no aceptaste ocuparte del complejo turístico de las Bahamas? ¿Creías que era la amante de Damien o algo por el estilo?

—En parte, pero no fue el único motivo.

—La compra de los terrenos, ¿fue por eso?

Ladea la cabeza.

—Solo digamos que, dejando aparte el resort de Cortez, Stark y yo tenemos intereses muy distintos.

—No lo entiendo.

—¿Sabes qué? No importa. —Me recorre con la mirada despacio y su fogosa inspección acaricia todo mi cuerpo, me activa cada molécula y consigue que olvide de qué puñetas estábamos hablando—. Estoy a punto de invitarte a ducharte conmigo. Así que lo que menos me apetece es hablar de Damien Stark.

—Oh… —Me echo a sus brazos—. Tienes toda la razón.

Ha abierto el grifo de la ducha antes de preparar el café, y cuando entro en el baño ya está caldeado y envuelto en una acogedora nube de vapor, tal como a mí me gusta.

Jackson se quita los vaqueros y entro detrás de él. Cuando me abraza me apretujo contra su pecho y permito que el chorro de agua me empape el pelo y me corra por la cara y el cuerpo. Imagino que está llevándose el pasado, dejando abierto el camino para tener un futuro con este hombre.

Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos; es entonces cuando noto sus labios en los míos.

—No tenemos tiempo, ¿te acuerdas?

—Seré rápido —dice, y me besa en la boca mientras baja una mano para acariciarme el sexo.

Estoy mojada y lista, y solo soy capaz de articular una única palabra:

—Sí.

Me coge los pechos con ambas manos y me hace retroceder hasta que tengo la espalda contra las baldosas. Luego me levanta una pierna para apoyarme la pantorrilla en su cadera y abrirme a él. Alargo la mano y, al acariciarle la erección, me satisface ver que tensa las facciones como si estuviera al borde de algo espectacular. Porque lo está, y porque yo soy la que va a llevarlo ahí.

—Ahora —digo.

Quiero que se pegue más a mí y me penetre, y grito de sorpresa y placer cuando halla mi vagina y me embiste.

—Más rápido, Jackson. Más fuerte.

Estoy enloquecida de deseo, y cuando me coge por el culo para poder penetrarme hasta el fondo subo la otra pierna y me pongo a gritar mientras, con cada embate, me empuja contra las caldeadas baldosas de la pared.

Hasta que, por fin, siento que el cuerpo se le tensa y estalla dentro de mí, y es mi nombre lo que oigo salir por sus labios.

—Vamos —digo en cuanto advierto que ya no tiene los ojos vidriosos—. Debemos darnos prisa.

—Todavía no. —Coge el teléfono de la ducha y regula el chorro—. Creo que tú no estás lista aún.

—Jackson…

Estoy más que lista, demasiado sensible, y no sé si seré capaz de soportar lo que pretende. Pero esta mañana no hay cabida para la clemencia y, cuando Jackson sale de mí y vuelvo a poner un pie en la alfombrilla, me sujeta la otra pierna en alto y dirige el chorro de agua hacia mi clítoris.

—Oh, Dios mío… Joder, oh, Jackson.

Me agarro a sus hombros mientras me estremezco de placer, un placer cada vez mayor que casi no logro soportar.

—Si hay prisa, puedo parar. —Tiene los labios pegados a mi oreja y me pasa la lengua por el lóbulo después de hablar, lo que me enloquece todavía más—. ¿Es eso lo que quieres?

—No te atrevas —digo—.Jackson, por favor… Estoy a punto, ¡joder!

—Entonces veamos qué puedo hacer.

Deja el teléfono de la ducha y se arrodilla. Pone una de mis piernas sobre su hombro y me besa en mis partes íntimas. Y es la combinación de su lengua, sus labios y el roce de su piel lo que me lleva al éxtasis. Estallo cuando una descarga de un millón de voltios me hace el cuerpo pedazos hasta tal punto que me transformo en átomos que giran en el espacio. No soy nada aparte de calor y deseo en los brazos de este hombre.

—Vaya… No me importa llegar tarde.

—Estupendo —dice—. Porque a mí me pasa igual. De todas formas, se trata de tu jefe. Probablemente deberíamos hacer un esfuerzo.

Asiento y me envuelvo en una toalla cuando él cierra el grifo. Me la quito ya fuera de la mampara para ponerme el albornoz. Estoy a punto de anudarme el cinturón cuando bajo la vista y veo el tatuaje de la cinta roja.

Jackson está a unos palmos de mí, con una toalla enrollada alrededor de las caderas, peinándose.

—Ven aquí —digo.

Se vuelve, pero me limito a llamarlo con el dedo.

—Lo que ordenes —responde con una sonrisita, pero percibo curiosidad en su rostro.

Le cojo la mano y le guío el índice por la cinta roja.

—Theo Stiles. Kevin Carter. Dan Weiss. —Pronuncio los nombres conforme le paso el dedo por cada inicial—. Antes no te he respondido.

—¿Novios? —pregunta, aunque, por su tono, me doy cuenta de que sabe que no lo son.

—Armas —respondo—. Mazos.

—Cuéntamelo.

Me arrebujo en el albornoz para protegerme del frío, y eso que el vapor sigue caldeando el baño. Necesito a Jackson y, cuando me estrecha contra sí, recibo su abrazo encantada.

—Ya te he explicado cómo me escondía al principio —digo—. Después de que terminara. Llevando ropa sosa y no maquillándome.

Tengo la mejilla pegada a su pecho y hablo en voz baja. Pero, por su forma de tensar el cuerpo, sé que me oye perfectamente.

—No querías que te vieran.

—Me habría vuelto invisible de haber podido. —Inspiro—. Mi amiga Cass es la que por fin me hizo entrar en razón. Me dijo que cuanto más me escondiera, más ganaba él.

—Creo que tu amiga me cae bien.

Lo miro y sonrío al percibir el afecto que reflejan sus ojos.

—Es estupenda. Y fuerte. Porque consiguió sacarme de un infierno. Pero había veces…

Me interrumpo porque acabo de darme cuenta de cuánto me cuesta hablar de esto. Me separo de Jackson, me apoyo en las baldosas con las manos y la frente, y me limito a respirar.

—Tranquila —dice, y me pone las manos en los hombros—. No tienes que contarme nada más. Creo que lo entiendo.

Niego con la cabeza.

—No lo entiendes. Es imposible que lo hagas.

—Te iba mejor durante un tiempo —explica—. Te demostrabas que no necesitabas esconderte. Pero no duraba. A lo mejor un hombre te invitaba a salir. A lo mejor se te acercaba demasiado. A lo mejor ni tan siquiera guardaba relación con el sexo, pero te pasaba algo en el trabajo o en la universidad. Sentías que perdías el control. Que ya no eras dueña de tu vida.

Cierro los ojos con fuerza.

—¿Cómo puedes saber eso? —pregunto, y me vuelvo en sus brazos para mirarlo a la cara—. ¿Cómo diablos puedes…?

—Lo he visto, ¿recuerdas? Con Louis. Te puse contra las cuerdas —dice, con tanto odio hacía sí mismo que no puedo sino cogerle la mano y apretársela—. Te mandé derecha a sus brazos. Derecha a una situación que te resultara comprensible. Que pudieras controlar.

—Y también me detuviste.

Baja la vista y sé que está mirando la cinta roja.

—¿Te habrías acostado con él, Syl?

Pienso en lo perdida que me sentía. En lo excitada que estaba por su forma de tocarme y besarme. Y en cómo me enfadé cuando me propuso semejante trato.

—No lo sé —susurro. Hago acopio de valor y lo miro directamente a los ojos—. Me confundes, Jackson. Nadie me ha confundido nunca como me confundes tú.

—Nena… Conozco esa sensación.

Con ternura, me arrima a él y me estrecha contra sí. Está excitado y noto su erección, pero este momento no es sexual, sino tierno, y me quedo abrazada a él, sintiéndome querida por primera vez en mucho tiempo.

¿Cinco años? ¿Desde siempre?, me pregunto.

Comprendo que, para mí, no hay diferencia.

—Quiero hacerte el amor ahora mismo —dice—. Quiero abrazarte, estar dentro de ti y compensar estos largos cincos años sin ti, cuando deberías haber estado conmigo —continúa, y la suave caricia de sus palabras hace que todo mi cuerpo arda y tiemble de deseo—. Quiero tocarte y complacerte. Quiero abrazarte y acariciarte, y conseguir que te corras, te rías, que tengas esperanzas y sueñes. Quiero ver tus ojos cuando nos corremos juntos. Y, luego, quiero abrazarte mientras duermes y ser el guardián que te proteja de tus pesadillas. No puedo cambiar tu pasado, pero a partir de ahora estaré a tu lado para librar tus batallas.

—Gracias —susurro.

Sin embargo, le rehúyo la mirada.

Me levanta la barbilla para obligarme a mirarlo a los ojos.

—¿Qué?

Inspiro de forma entrecortada. Ya debería saber que a él no puedo ocultarle nada.

—No me gusta ser débil.

—Eres la persona más fuerte que conozco, Sylvia. Te apartaste de mí y has sobrevivido, ¿no?

Sé que lo ha dicho en broma para levantarme el ánimo, pero también tiene parte de razón y no puedo evitar pensar que, después de sobrevivir al pasado, este presente es mi premio.

—Y ahora tenemos que vestirnos porque hay un sitio que te quiero enseñar de camino y, si no nos damos prisa, vamos a llegar tarde de verdad.

Se pasa el peine por el cabello una vez más y me cede el baño para que pueda peinarme y maquillarme.

Me doy prisa, pero, aun así, tardo diez minutos. Aunque lleve el pelo corto, necesito varios tipos de espuma para dejármelo como a mí me gusta y, después, laca para fijarlo. En cuanto al maquillaje, nunca me pongo mucho, pero incluso eso me lleva tiempo. Por último, tengo que ver qué me pongo, una decisión que, por lo general, habría tomado anoche teniendo en cuenta que casi toda la ropa que ya he colgado sigue arrugada por la mudanza mientras que el resto aún está doblada en cajas sin etiquetar.

Estoy mirando el armario, sin decidirme, cuando de repente caigo en la cuenta de que tengo el conjunto ideal. Me acerco a la caja de la que saqué las prendas de lencería anoche, respiro hondo y cojo el vestido amarillo. Me esmeré mucho en doblarlo y, como la tela es fina, apenas se ha arrugado.

Busco ropa interior limpia y decido no ponerme medias. Me miro en el espejo de cuerpo entero que tengo apoyado en la pared junto a la puerta del armario y no puedo negar que el vestido me favorece. Pero no lo llevo por eso. El día que Jackson me lo regaló fue uno de los mejores de mi vida. Él colmó cada instante de pasión y asombro y, aunque sé que ahora entiende por qué me alejé, quiero que comprenda cuánto significó Atlanta para mí. Que, pese a todo, he conservado aquellos recuerdos y todos los objetos del tiempo que pasamos juntos.

Cuando por fin estoy vestida y arreglada entro en el salón y veo que ya se ha puesto la ropa que llevaba anoche. Huele a limpio, a jabón, champú y virilidad. Y está guapísimo, tan alto, delgado y sexy, contemplando el mediodía soleado y fresco por la puerta acristalada.

—¿Cómo lo hacéis los hombres? —pregunto cuando se vuelve y me mira—. Cinco cochinos segundos en el baño y estás para comerte.

—¿Y tienes hambre?

—Mucha.

—En ese caso, gracias por el cumplido. Y, aunque tú hayas tardado más de cinco minutos, debo decir que cada segundo ha merecido la pena. Estás increíble. Sobre todo me gusta el vestido —añade justo cuando creía que no iba a mencionarlo.

Se acerca y me besa con dulzura.

—Aún lo tienes.

—¿Te sorprende?

—El viernes me habría sorprendido. Hoy no.

Le dirijo una sonrisa radiante y me cuelgo de su cuello.

—Bésame ahora —digo— y llévame a la cama más tarde.

Se echa a reír.

—¿Cómo voy a resistirme a eso? —pregunta justo antes de besarme en la boca.

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