9

 

 

 

 

Estoy tan furiosa que apenas me entero del resto de la reunión, pero consigo contenerme hasta que Jackson y yo salimos del despacho para que Damien y Aiden puedan llamar personalmente a Sykes y al resto de los inversores con el doble propósito de acabar con los rumores y anunciar la participación de Jackson.

Consigo mantener la boca cerrada hasta haber llevado a Jackson a la única sala de reuniones que hay en esta planta.

¿De qué vas? —le espeto en cuanto la puerta se cierra—. ¿Qué coño acabas de hacer?

Paso rápidamente por su lado camino del mueble donde está el mando de las persianas electrónicas y pulso el interruptor que las baja. Voy a ponerme a chillar y a despotricar de un momento a otro, y, desde luego, no quiero tener público cuando lo haga.

Jackson, mal que me pese, está de lo más calmado.

—Solo estoy asegurándome de que todo el mundo tiene toda la información necesaria.

—¿Qué quieres decir con eso?

Se dirige hacia la ventana y se queda junto a ella, con la ciudad de Los Ángeles extendida detrás de él. Me viene a la memoria la fotografía del estreno del documental: Jackson de pie sobre las dos vigas en vaqueros y con casco, irradiando poder y control, fuerza y movimiento.

Hoy lleva un elegante traje confeccionado a medida y está impecable.

O casi.

Porque es imposible no fijarse en la herida de su mejilla. Lleva una sutura adhesiva, pero el corte y la magulladura no están cubiertos del todo. Le miro las manos, y veo que también tiene los nudillos en carne viva.

Anoche no tenía esas lesiones y, mientras lo miro, tengo la certeza de que yo soy la causa.

No sé muy bien cómo me hace sentir eso.

Puede que esté herido, pero desde luego no parece una víctima.

Por el contrario, es un hombre habituado a conseguir lo que quiere, y sé que ahora mismo está haciendo precisamente eso.

—Stark es un hombre poderoso —declara, y se vuelve hacia mí—. No quiero que tenga una mala opinión de mí porque piense que he rechazado su proyecto.

—No te lo crees ni tú —replico—. Rechazaste el resort de las Bahamas sin tan siquiera pestañear.

Se encoge de hombros.

—Puede que estuviera hasta el cuello de trabajo. Puede que las condiciones fueran inaceptables.

—O puede que dijeras a Stark que no te interesaba participar en un proyecto de International Stark. Que hace mucha sombra con sus influencias.

—Cierto —reconoce—. Pero ¿no te parece razonable que ahora quiera demostrar al señor Stark que me precipité? Porque la verdad es que yo también soy muy influyente, y si hago esto a la larga se conocerá como un proyecto de Jackson Steele. —Me mira a los ojos, sin emoción, pero tuerce la boca lo suficiente para dejar claro que está divirtiéndose—. ¿No estás de acuerdo conmigo?

Tal y como me ha restregado mis palabras por la cara, difícilmente puedo discrepar.

Estoy listo para ponerme a trabajar de inmediato —continúa—. Stark tenía que saberlo. La única duda es si los términos del acuerdo me convienen, y tengo entendido que eso es lo que Stark te pidió que resolvieras conmigo.

Es cierto. En un principio Damien dejó en mis manos decidir las cláusulas del contrato con Glau y ahora se supone que tengo que hacer lo mismo con Steele.

Qué curioso que ya sepa cuál va a ser nuestro punto de fricción. ¡Yo!

Su sonrisa es tan radiante como presuntuosa.

Si al final no conseguimos ponernos de acuerdo, puedes comunicárselo. Pero al menos me iré de aquí sabiendo que Damien Stark no ignora que estuve dispuesto, por un tiempo al menos, a trabajar en su resort. Incluso ilusionado —añade, y me mira de arriba abajo.

De repente siento un placer sensual que juro que no deseo sentir. No quiero caer en sus redes. Lo que quiero es echar a correr.

Me obligo a erguirme en toda mi estatura. A hablar con claridad y sequedad a pesar de los nervios. Y, sí, a pesar de mi odioso deseo.

—¿Por qué lo haces?

—Ya lo sabes —responde, y viene hacia mí a grandes zancadas. Me quedo donde estoy, combatiendo el impulso de retroceder y agarrarme al mueble que tengo detrás—. Porque te deseo, Sylvia.

Alarga la mano y me pasa el dedo por la clavícula mientras me esfuerzo por no estremecerme con su caricia.

—Te quiero desnuda —susurra con una voz tremendamente seductora—. Te quiero expuesta. Te quiero abierta a mí. Y creo —añade en un tono que no admite discusión— que tú también me deseas.

Exhalo despacio y me obligo a mirarlo.

—Malditos seas, Jackson Steele.

—Una vez te dije que soy un hombre que persigue lo que quiere y eso continúa siendo cierto. Pero tengo una pregunta para ti, Sylvia. ¿Eres tú una mujer que hace lo mismo? Afirmas que quieres este proyecto, el resort. Demuéstralo. Que sea tuyo está en tus manos. Ahora mismo el único obstáculo eres tú.

No digo nada porque si hablo tengo miedo de lo que puedo decir.

Sus ojos, cual fuego azul, se clavan en los míos.

—Esta noche. A las ocho. Te quiero lista para mí.

 

 

En cuanto abro la puerta de Totally Tattoo los colores chillones y la música estridente agreden mis sentidos.

—¡Sylvia!

Joy me choca esos cinco cuando me acerco a la vitrina acristalada que sirve tanto de mostrador para la caja registradora como de expositor para los diversos aros y barras del salón. Cass no pone piercings, pero contrató a Joy hace poco menos de un año y ambas están contentas con el arreglo.

—¿Cuándo vas a ponerte un piercing en la lengua, colega? me pregunta como hace siempre que entro.

—Más bien nunca —respondo… como hago siempre que vengo.

En teoría no tengo nada contra los piercings en la lengua. En la práctica soy demasiado cagada.

—Llegas prontísimo, pero ¡ya casi he terminado! —grita Cass desde el fondo.

Joy se vuelve hacia mí.

—Cass casi ha terminado. Dice que puedes pasar.

—¡Puedes pasar! —repite Cass desde el fondo del salón.

Intercambio una sonrisa con Joy y voy a su mesa.

Cass se ha levantado y está quitándose los guantes de látex mientras su cliente, un hombre alto y calvo con unos brazos que parecen pantorrillas, está de pie con el torso desnudo, admirando el enorme dragón de colores que mi amiga le ha tatuado en la espalda.

—Está genial —digo.

—Es una pasada —asiente el hombre.

—Está genial de momento —rectifica Cass—. Ven dentro de dos semanas, Gar, y verás cómo cobra vida.

Tienes razón, Cass —reconoce el cliente, antes de ponerse una camiseta con un logo que no me suena de nada, aunque supongo que es de una banda de heavy metal o de alguna marca de motocicletas.

Es un amor —dice Cass en cuanto el tal Gar se ha ido—. Quiere tener el tatuaje terminado antes de casarse, en enero. Supongo que se van de luna a miel a Cozumel y le apetece causar sensación si va a estar casi todo el tiempo sin camiseta.

Mientras habla limpia su cabina, y yo, sin quitarle ojo, me siento en la mesa y me pongo cómoda.

—Dame diez minutos para recogerlo todo y podremos salir. Hoy no tengo más clientes, y Tamra está aquí por si entra alguno de la calle.

Miro alrededor buscando a la esquiva Tamra.

—¿Está escondida debajo de una de las mesas? —pregunto, lo cual no es totalmente descabellado ya que Tamra es la mujer más menuda que he visto nunca, bajita y delgada, aunque muy bien proporcionada.

—Qué graciosa. No, está en la trastienda. En fin —continúa Cass alzando la voz para darme a entender que me perdona por mi absurda interrupción pero que quizá no será tan magnánima si vuelvo a hacerlo—, me apetece comer con alcohol y después comprar sin inhibiciones.

—¿Y el alcohol es la única manera de que aflojes la mosca?

—Desde luego. Y tengo que ir de compras porque necesito un disfraz para Halloween.

—¿En serio?

Desde que la conozco, Cass lleva todos los años el mismo disfraz. Una falda de flores estampada, una camiseta lisa de color rosa y zapatos de tacón de aguja de casi ocho centímetros. Su disfraz de chica hetero.

—Zee da una fiesta —dice—. Tengo que llevar algo nuevo.

Ladeo la cabeza.

—¿Enamorándote de alguien que no tiene tu sentido del humor?

—Solo soy precavida —arguye, un poco avergonzada—. Me gusta, ¿vale?

Asiento. Lo poco que he visto de Zee también me ha gustado. Pero Cass es un pelín alocada, un tanto excéntrica y nada convencional. Le da lo mismo vestirse con ropa femenina, grunge, de deporte o elegante, y tiene casi tantas reglas asociadas a su sexualidad como germinado de trigo tiene en su cocina. Que es nada en absoluto.

Si le da miedo que a Zee no le guste su disfraz de chica hetero, eso me preocupa.

—Tranqui, mamá —dice—. Solo quiero cambiar. Novia nueva. Disfraz nuevo. No se hundirá el mundo por eso.

—Pues estupendo —convengo—. Y, en ese caso, ojalá encuentres un disfraz alucinante.

—Te cayó bien, ¿verdad?

Una vez más la miro de reojo, porque Cass no es la clase de persona que necesita la opinión de nadie para estar con alguien. Así que, una de dos, o está loca por esa chica o no lo tiene nada claro.

Como no las tengo todas conmigo, decido no dar más vueltas al asunto y apoyarla como hacen las buenas amigas.

—Me cayó muy bien —respondo, y no me cuesta nada decirlo porque es lo que pienso—. ¿A qué se dedica, por cierto?

—Es copropietaria de un restaurante. Mola, ¿eh? O sea, me encanta comer.

Echo un vistazo a su cabina, donde suele tener dos botes con chuches. En uno hay gominolas y en el otro barritas de chocolate. Sus gustos en cuestión de comida —la de verdad—no son muy distintos.

—¿Estás diciendo que en su restaurante sirven bollos congelados y cereales crujientes Cap’n Crunch?

Me mira con el ceño fruncido mientras lo revisa todo por si se ha olvidado de guardar o limpiar algún utensilio.

—Los cereales son un componente fundamental de uno de los grupos de alimentos básicos.

—Por supuesto —convengo—. Igual que el vino puede incluirse en el grupo de las frutas.

—Sí. Exacto.

—Pues si tiene un restaurante, deberías preguntarle por el tema de la franquicia.

Cass quiere expandir Totally Tatto por toda California y quizá también por otros estados. Se está planteando crear una franquicia y le dije que le conseguiría una reunión con uno de los abogados de Bender, Twain & McGuire, el principal bufete de Stark, para que analicen juntos sus opciones.

Cass alza la vista de la mesa que está limpiando.

—Muy buena idea. Aunque no creo que su restaurante sea una franquicia.

—No pierdes nada preguntando —arguyo—. La información siempre va bien. Además, si hablas de eso con ella en su restaurante, a lo mejor comes gratis.

Me río para que vea que es broma. En su mayor parte.

—Mierda. Vaya hambre me está entrando. ¡Démonos prisa!

—Sí, por cierto…

Me interrumpo con una mueca y Cass se detiene en seco, con las manos en las caderas.

—Venga, suéltalo.

—El caso es que necesito que me hagas un tatuaje.

Mala pécora. Me dijiste que no te habías acostado con él.

—Y no lo he hecho. Te lo juro. Esto no es por sexo. Es por… —Inspiro hondo—. Vale, esto es lo que ha pasado.

Le hago un resumen y veo cómo los ojos se le agrandan cada vez más.

—El muy capullo…

—Ya le he llamado eso —reconozco—. Además de otras sutilezas parecidas. —Subo los pies a la mesa y me rodeo las rodillas con los brazos—. Me ha tendido una trampa y me está utilizando, Cass. Me está utilizando, y quiero tatuarme una puta cadena porque estoy dejando que lo haga, y eso es algo que juré que jamás volvería a permitir. Pero aquí estoy, cediendo… Es que no puedo renunciar al resort.

Cierro los ojos con fuerza, obligándome a llorar. Deseando llorar. Y sin poder derramar una puta lágrima.

«Ni tan siquiera puedo eso», pienso. Ni tan siquiera soy capaz de algo tan insignificante como desahogarme llorando.

—Me tiene bien pillada —digo, y abro los ojos para mirarla—. Una cadena. Quiero una cadena.

—¡No! —La expresión de Cass es tan feroz como su voz—. No, ni se te ocurra enfocarlo así. Podrías renunciar. Pero el resort significa mucho para ti. Así que eres tú quien lo está utilizando. Tú —repite, y me da un toque en el hombro con el dedo—. Tú lo estás utilizando a él. Lo estás utilizando para conseguir lo que quieres.

—El resort —digo—. Quiero el resort. Y estoy trabajándomelo.

—Sí, joder. De igual forma que al principio le propusiste la idea a Stark. Estás haciendo todo lo necesario para que el proyecto se lleve a cabo. Tu proyecto.

—Sí —declaro, porque me gusta cómo piensa—. Pero, con mi proyecto, Jackson y yo casi vamos a ser inseparables. Esta noche nos vemos —añado—. Y mañana también.

Enarca las cejas.

—Esperas no dormir en toda la noche, ¿eh?

Me paso la lengua por los labios.

—Teniendo en cuenta las condiciones de Jackson, ¿no crees que sería lo lógico?

Hace una mueca.

—Perdona.

—Tranquila. Además, no me refería a eso. —Me callo un momento para que el efecto sea mayor—. Nikki y Damien nos han invitado a tomar unos cócteles mañana por la tarde. En su casa. En Malibú.

—¿En serio?

—Nikki me ha llamado cuando venía hacia aquí. Ya había preguntado a Jackson. Solo será un picoteo con copas, ha dicho. Para celebrar que el proyecto sigue adelante. Y ya debería habérmelo imaginado, porque este trabajo es así. Soy la directora del proyecto y vamos justos de tiempo. Tendremos que trabajar bastante estrechamente.

Respiro hondo, porque lo cierto es que, si pienso en el ultimátum de Jackson, no va a haber muchos momentos desde ahora hasta la conclusión del proyecto en los que no estemos juntos.

—Inseparables —repito—. Así que quiero que me tatúes una cadena, en serio.

—Ni hablar, Syl.

—¡Maldita sea, Cass!

Me conoce. Sabe que lo necesito.

Pero, antes de que pueda echarle una bronca, alza una mano.

—Tienes que creértelo. Como he dicho, tú eres quien lo utiliza. Tu resort. Tu proyecto. Así que no te tatuaré una cadena. Te tatuaré una llama.

—¿Una llama?

Sonríe con una pizca de picardía

—Huir del fuego, nena.

Me río. No puedo evitarlo.

—¿Para caer en las brasas?

—Sí, joder.

Inspiro y asiento.

—Sí —acepto—. Creo que eso puedo soportarlo.

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