10
Al final Cass y yo no vamos ni de copas ni de compras. Hay un límite en la cantidad de alcohol que debo ingerir si quiero seguir sintiéndome segura con Jackson. Y, aunque podría ocultarme bajo un disfraz, creo que en este momento siempre puedo confiar en la minúscula pero brillante llama que llevo tatuada en el lado de mi pecho izquierdo.
Así pues, cuando Zee ha llamado a Cass para invitarla a pasar la tarde viendo la tele en el sofá, no me ha importado separarme de ella.
Ahora ni tan siquiera son las seis y ya estoy en casa. Y mientras subo en ascensor a mi piso de la tercera planta me alegro de tener más tiempo del que esperaba. Jackson ha dicho que pasaría a recogerme a las ocho. De manera que tengo dos horas para relajarme. Y espero que para reconciliarme con mi decisión.
Introduzco mi clave en el panel, oigo el conocido chirrido de las cerraduras y abro la puerta. Pese a las montañas de cajas de embalaje que estropean el paisaje de mi salón, mi estado de ánimo enseguida mejora. El piso es minúsculo, pero es todo mío. Bueno, mío y del banco.
Damien me dio una prima al nombrarme directora del proyecto y me lancé de cabeza al maravilloso e imprevisible mundo de los propietarios de una vivienda. Ahora soy dueña y señora de un piso de sesenta y cinco metros cuadrados situado sobre un centro comercial en Third Street Promenade de Santa Mónica. Y aunque el acceso a las tiendas es sin duda una ventaja, lo mejor son las vistas.
Toda la pared del fondo funciona como la puerta de un garaje. Bajada, es un mosaico de paneles de cristal muy chulo. Subida, proporciona más espacio habitable al abrirse a un balcón desde el que se ven las calles y el mar tras ellas. Y, por supuesto, permite la entrada de una corriente de aire muy agradable.
Pulso el botón instalado junto a la puerta del apartamento, y me río como una tonta cuando el mecanismo se pone en movimiento y la pared del fondo comienza a subir.
Pero después me quedo ahí parada, sin saber qué hacer.
¡Jackson!
Va a venir dentro de solo dos horas. Y, sí, puede que esté resuelta a utilizarlo antes de que él pueda utilizarme a mí, a tratarlo únicamente como a uno de los hombres cuyas iniciales llevo tatuadas en mi cuerpo, pero eso no cambia el hecho de que, al final, serán sus manos las que me acariciarán. Será su boca la que me besará.
Y, oh, Dios mío, será su polla la que me penetrará.
¿Y la retorcida verdad?
Aunque me ha apretado las clavijas y ha utilizado sus malas artes para meterse en mi cama, no puedo negar que lo quiero ahí. Y me odio un poco por eso.
Mi móvil se pone a sonar y agradezco la distracción. Aún lo agradezco más cuando veo en la pantalla que la llamada es de Jamie.
—Hola, ¿qué tal?
—Te llamo para avisarte de que te he mandado una invitación por correo electrónico —dice.
—¿Me llamas para decirme que me has mandado un correo electrónico?
No cabe duda de que es raro, pero no me sorprende. Conocí a Jamie a través de Nikki y me cayó bien de inmediato. Dice lo que piensa y no tiene pelos en la lengua y, como amiga, no hay nadie más fiel que ella. Y, además, cuando bebe se pone muy chistosa.
—Quiero asegurarme de que no te ha llegado como correo no deseado. Es una invitación a mi fiesta de Halloween. Faltan tres semanas —explica—. Así que tienes un montón de tiempo para encontrar el disfraz ideal.
—Parece divertido —digo, y lo pienso.
—Pues claro. Será la primera fiesta que daré en mi apartamento. Bueno, desde que he regresado —se corrige. Jamie alquiló su piso cuando regresó a Texas para vivir un tiempo con sus padres. Pero ya está de vuelta, intentando trabajar como actriz y saliendo con Ryan Hunter, el jefe de seguridad de Stark International.
—¿Así que ya estás otra vez instalada?
—Oh, sí. Alquilé el apartamento amueblado, con la cocina equipada y toda la ropa de casa. Así que cuando el inquilino se ha ido y he vuelto yo, ha sido como si me hubiera ido de vacaciones. Coser y cantar.
Miro mi montón de cajas de mudanza mal etiquetadas y hago una mueca.
—Creo que ahora mismo te odio.
—¿Necesitas ayuda?
—No —respondo—. Lo haré yo.
—Bien, porque hoy no pienso hacer nada aparte de quedarme desnuda en la cama vagueando y mandando invitaciones.
—¿Está Ryan contigo? —pregunto.
—Así es.
—Entonces, apuesto a que no solo estáis… vagueando.
—¿Ves?, por eso trabajas para un tío como Damien. Eres un genio. A propósito, he visto tus fotos del estreno. Molan cantidad.
—¿Las del periódico?
—El vestido es una pasada —dice—. Y qué astucia la tuya.
—¿Astucia?
—Nikki me ha contado la putada que os ha hecho el arquitecto. Y que acabaste yendo al estreno para verte con Jackson Steele. Y lo convenciste…
Ha dicho esto último en un tono muy insinuante.
—¿Eso te ha contado Nikki? —pregunto, más avergonzada aún por lo mucho que se ha acercado a la verdad.
—Solo que lo convenciste —responde—. El tono glamuroso lo he puesto yo. Le da jugo.
Pongo los ojos en blanco.
—En fin, creo que ese tal Jackson es mucha mejor alternativa que Martin Glau.
Me echo a reír.
—Jamie, no tienes ni idea de arquitectura.
—Cierto. Pero sé que Glau debe de tener unos sesenta tacos, está tan redondo como Hitchcock y tiene papada. ¡Papada! Y Steele sale por todo internet esta mañana y está cañón. Pero supongo que Irena Kent no intimaría con un adefesio.
—¿Quién?
—Jackson Steele.
—No, la mujer. ¿Has dicho Irena Kent? ¿La actriz?
—Sí.
Frunzo el entrecejo. Por eso me resultaba tan familiar la morena colgada del brazo de Jackson. Recuerdo qué aspecto tenían anoche y que, cuando he visto su fotografía en el periódico, he sentido algo parecido a una puñalada.
Me digo que no voy a preguntarle por eso, pero, por supuesto, hago justo lo contrario.
—¿A qué te refieres con intimar?
—Se rumorea que salen juntos —responde Jamie y, teniendo en cuenta que frecuenta el círculo de Hollywood, debe de estar informada.
—¿Salen en serio?
Me arrepiento en cuanto lo suelto. No estoy con Jackson, dejando aparte nuestro absurdo pacto, y no tengo ninguna intención de estar con él. Así que no es asunto mío con quién folla.
—No creo —responde Jamie, y siento un alivio que me incomoda pero es innegable—. Si te soy sincera, creo que le gusta la protagonista de esa película que están haciendo sobre la casa que construyó en Santa Fe. Ya sabes, la que salió tanto en la prensa del corazón después de que la familia se instalara. Sexo, asesinato y suicido.
—Conozco la historia —digo—. Y estaba enterada de que en Hollywood se hablaba de rodar una película centrada en Jackson. Pero ignoraba que era sobre esa casa. —Con franqueza, no estaba segura de por qué habría de serlo. El asesinato y el suicidio sucedieron cuando la casa estaba terminada y Jackson ya se había ido para conquistar su siguiente monte de piedra y acero—. ¿Por qué diablos no me he enterado?
—¿Por qué ibas a enterarte? —replica, lo que es una buena pregunta teniendo en cuenta que no sabe que en estos cinco años he leído todo lo que se ha escrito sobre Jackson—. Creo que no es del dominio público —continúa—. Conozco a un tío que conoce al tío que reescribió el guión. Lo están llevando bastante en secreto, según parece. Supongo que a Jackson no le hace ninguna gracia. Mi amigo me ha contado que la mujer se puso como loca por su culpa.
—¿La mujer?
Estoy completamente desconcertada.
—La de la historia. La mujer que asesinó a su hermana y luego se suicidó. Fue por Jackson. Al menos, en el guión. En la vida real no estoy segura.
Me doy cuenta de que estoy agarrando el móvil con tanta fuerza que la mano me duele.
—Oh, Dios mío —digo, porque no se me ocurre nada más—. ¿Es cierto? Es decir, ¿qué significa eso de «por Jackson»?
—Ni idea. Pero corre otro rumor de que molió a palos al primer guionista. También sin confirmar —señala Jamie.
No puedo evitar pensar en el genio que tiene Jackson. En el corte de su mejilla y lo despellejados que tenía los nudillos esta mañana.
—Pero lo que sí puedo confirmar —continúa— es que no quiere de ninguna manera que la película se ruede. Sé que eso es así porque lo representa uno de los colegas de Ollie.
Ollie es el abogado que espero poder poner en contacto con Cass para que despeje sus dudas sobre crear una franquicia. También es amigo de Jamie. No sé quién es el abogado de Jackson, pero no veo motivo alguno para cuestionar la información de Jamie. En lo que a chismes respecta, Jamie tiene madera de detective.
—Vaya desastre —opino, porque de momento es la única conclusión que puedo sacar.
—¡Un puto lío de los gordos! —dice Jamie en tono alegre—. En fin, ya he cumplido con mi obligación de darte tu dosis diaria de chismes. Ahora tengo que mandar otro millón de invitaciones y hacer otro millón de llamadas. No tengo ni idea de cómo vamos a meter a tanta gente en mi apartamento, pero ¡lo conseguiré! Te apuntas, ¿no?
—No me lo perdería por nada del mundo.
—Estupendo. Ciao! Y gracias.
No estoy segura de cuánto tiempo me quedo de pie en el salón, sin poder quitarme a Jackson de la cabeza, confusa por la extraña mezcla de deseo, incertidumbre, angustia y expectación que siento. Pero no estoy dispuesta a obsesionarme durante otra hora; de hecho, ni un solo minuto más. De manera que cojo un cuchillo de la cocina y corto la cinta adhesiva de una de las cajas que tengo en la mesa de centro.
Como me mudé con prisas, no me molesté en etiquetar nada que no fueran artículos de primera necesidad como la ropa o la comida. Por ese motivo vaciar las cajas es tan frustrante como excitante, porque nunca sé cuándo puedo estar a punto de abrir un cofre del tesoro.
En esta caja encuentro mis fotografías.
Montones de fotografías de todos los tamaños, de grana pequeño formato. Saco unas cuantas y me estremezco por la coincidencia, porque son fotos del edificio Winn de Nueva York. El imponente testimonio que Jackson construyó en Manhattan y yo fui a visitar el verano pasado.
Viajaba por trabajo con Damien para reunirnos con diversos ejecutivos de la costa Este. Aún no había visto el edificio Winn, aunque había leído todo lo que había podido encontrar sobre él. Una tarde dije a Damien que me iba de museos. No estoy segura de por qué le mentí, la verdad, ya que lo cierto es que me fui al distrito financiero. Me quedé en la otra acera del Winn, con la cabeza levantada, y simplemente me dejé llevar por el placer de contemplar sus líneas puras y perfectas tocando un cielo tan azul como los ojos que yo recordaba tan bien.
Y, sí, de algún modo estar allí, a la sombra de lo que Jackson construía, fue un poco como estar junto al hombre de carne y hueso.
Saqué montones de fotografías, pero cuando ahora las miro me doy cuenta de que ninguna refleja ni por asomo lo que sigue tan vivo en mi recuerdo.
Hablando de fotos… ¡Tengo que cambiar la hora de mi clase con Wyatt y Nikki!
Pero antes de que pueda llamar a Wyatt suena el interfono. Ni tan siquiera he empezado a arreglarme y me sobresalto un poco, pero me relajo aliviada cuando una voz masculina anuncia:
—¡Traigo un paquete para Sylvia Brooks!
Abro la puerta del edificio y cuando acto seguido abro la de casa un mensajero que lleva unos vaqueros, una sudadera enorme y una gorra de béisbol puesta de medio lado con el logotipo de una empresa de reparto sale a toda prisa del ascensor y me entrega una caja envuelta en papel blanco corriente con un llamativo lazo rojo en la parte de arriba.
Debajo del lazo hay una tarjeta en la que leo: «Llévame».
Muy a mi pesar, sonrío. Pero la sonrisa se me borra en cuanto abro la caja y levanto el papel de seda. Un vestido. Mi vestido… Este es rojo, pero es idéntico al amarillo con botones blancos que Jackson me regaló en Atlanta. Me llevo la mano a la boca y se me escapa un gemido al notar que las piernas me fallan.
Estoy junto a la mesa de la cocina y me sujeto en el respaldo de una silla, porque no me cabe ninguna duda de que esto me hará pedazos.
Y comprendo que eso es precisamente lo que Jackson intenta hacer. En definitiva, esto es una venganza. Jackson quiere vengarse de mí por lo que sucedió en Atlanta.
Inspiro y espiro varias veces para intentar serenarme. ¿Quiere jugar sucio? Pues que le den.
Si quiere jugar, de acuerdo. Jugaremos.
Voy al dormitorio. Tardo un rato, pero encuentro la caja con mis prendas de lencería. No tengo mucha ropa interior fashion, pero sí tengo un conjunto. Un sujetador negro muy sexy, un tanga minúsculo, un liguero y unas elegantes medias de seda.
Es el conjunto que Jackson me regaló en Atlanta, y me alivia encontrar la suave bolsa rosa que compré para guardarlo.
Estuve a punto de tirarlos a la basura, tanto el vestido como las prendas de lencería. Pero no lo hice. De hecho, el vestido amarillo está doblado debajo de la bolsa rosa.
Pienso en ponerme este en vez del rojo, pero no. Ya tengo un plan, y es más sutil.
No sé por qué no ha incluido lencería con el vestido rojo… Quizá significa que no espera nada atrevido. «Me temo que se ha olvidado», me digo, y, en vez de enfadarme, esa posibilidad me entristece. Porque cada momento que he pasado con Jackson está grabado a fuego en mi memoria. Llevo cinco años aferrándome a esos recuerdos, rememorándolos para serenarme cuando me siento sola y perdida.
Lo nuestro no duró. ¿Cómo iba a hacerlo cuando soy un caso perdido? Pero al menos conservo esos recuerdos y sé que viví un amor perfecto que, aunque breve, fue dulce y maravilloso.
Durante años he estado agradecida a Jackson por haberme dejado esos recuerdos. He volcado el tiempo que pasamos juntos en fantasías nocturnas y sueños diurnos. Y lo he convertido en un héroe.
Un caballero, un protector. Un hombre dispuesto a sacrificarse para protegerme. Me lo demostró marchándose cuando se lo pedí.
Ese Jackson jamás trataría de vengarse ni intentaría destrozarme. Era un hombre digno de mis fantasías.
Y no es el hombre que llamará a mi puerta esta tarde.
«Tengo que recordar eso», pienso. Necesito tener muy claro que el Jackson de ahora está jugando conmigo. Y, si quiero tener alguna posibilidad de sobrevivir a este combate, también tengo que jugar con él. Más que eso: tengo que vencerle.