31

La noche estaba muy tranquila en la Sala Chappy. Había muchas habitaciones vacías.

Esta se encontraba dos puertas más abajo de la 505, la de Cassie.

El gélido y pulcro olor de hospital.

Las imágenes de la televisión eran en blanco y negro, una borrosa, pequeña y miniaturizada realidad encerrada en una cápsula.

Frialdad, pulcritud y olor de medicamentos a pesar de que nadie había ocupado aquella habitación desde hacía mucho tiempo.

Yo llevaba allí casi toda la mañana y la tarde.

Y ahora ya había llegado la noche…

La puerta estaba cerrada bajo llave. La habitación se encontraba a oscuras, exceptuando la amarilla parábola de una lámpara de pie que había en un rincón. Unos gruesos cortinajes impedían ver el panorama de Hollywood. Sentado en un sillón de color anaranjado, me sentía tan confinado como un paciente. Apenas podía escuchar el hilo musical que se filtraba desde el pasillo.

El hombre que se hacía llamar Huenengarth se encontraba junto a la lámpara del otro extremo de la habitación, sentado en un sillón idéntico al mío al lado de la cama vacía. Una pequeña radio portátil de color negro descansaba sobre sus rodillas.

La cama estaba deshecha y no había más que el colchón. Sobre la tela se veía una inclinada rampa de papel. Documentos del Gobierno.

Huenengarth llevaba más de una hora ocupado en la lectura de uno de ellos. Al fondo había una línea de números y asteriscos y una palabra que me pareció que era ACTUALIZADO, aunque no podía estar muy seguro, pues me hallaba demasiado lejos y ninguno de los dos tenía interés en acercarse al otro.

Yo también tenía cosas que leer: los últimos informes de laboratorio sobre Cassie y un artículo recién redactado que Huenengarth me había pasado. Cinco páginas mecanografiadas sobre el tema del fraude de los fondos de pensiones, escritas por el profesor W. W. Zimberg en unas hojas tamaño folio, en las cuales se habían tachado varias palabras con un grueso marcador negro.

Mis ojos se desplazaron de nuevo hacia la pantalla del televisor. No se veía más movimiento que el del lento goteo del agua azucarada a través de un tubo de plástico. Inspeccioné minuciosamente el pequeño mundo incoloro. Por milésima vez…

Cobertores y barandillas, un borroso cabello oscuro y una mofletuda mejilla. El dispositivo dosificador con sus entradas, salidas y cierres…

Intuí un movimiento al otro lado de la estancia. Huenengarth sacó una pluma y tachó algo.

Según los documentos que le había mostrado a Milo en el despacho del jefe adjunto, él estaba en Washington la noche en que Dawn Herbert había sido asesinada en el interior de su pequeño automóvil. Mientras ambos nos dirigíamos al hospital poco antes del amanecer, Milo me dijo que Huenengarth lo había confirmado.

«—¿Para quién trabaja exactamente? —le pregunté.

»—No conozco los detalles, pero se trata de una especie de fuerza de choque encubierta, probablemente en connivencia con el departamento del Tesoro.

»—¿Un hombre del servicio secreto? ¿Tú crees que conoce a nuestro amigo el coronel?

»—Yo también me lo he preguntado. Enseguida descubrió que yo estaba jugando con los ordenadores. Al salir del despacho del jefe adjunto, le solté como el que no quiere la cosa el nombre del coronel y me miró como si no le conociera, pero no me extrañaría que ambos hubieran coincidido en unas cuantas fiestas. Te diré una cosa, Alex…, este tío es algo más que un simple agente y tiene detrás a unos peces muy gordos.

»—Unos peces muy gordos y un motivo —dije yo—. Se ha tirado cuatro años y medio para vengar a su padre. ¿Cómo crees que pudo conseguir el presupuesto de un millón de dólares?

»—¿Quién sabe? Probablemente le lamió el culo a alguien o le dio a alguien una puñalada trapera. O, a lo mejor, fue simplemente cuestión de cornear a alguien. Sea lo que fuere, no cabe duda de que el tío es muy listo.

»—Y un buen actor, además…, consiguió ganarse la confianza nada menos que de Jones y Plumb.

»—Eso quiere decir que un día se presentará candidato a la presidencia de Estados Unidos. ¿Sabes que has rebasado en treinta y cinco kilómetros el límite máximo de velocidad?

»—Bueno, si me ponen una multa, ya me sacarás tú del apuro, ahora que vuelves a ser un policía de verdad.» —Ya.

»—¿Cómo te las has arreglado?

»—No he hecho nada. Cuando llegué al despacho del jefe adjunto, Huenengarth ya estaba allí. Fue directamente al grano y me preguntó por qué le había estado investigando. Lo pensé un poco y le dije la verdad porque no tenía más remedio. ¿Qué podía hacer, adoptar una actitud negativa y conseguir con ello que el Departamento me sancionara por uso indebido del tiempo y las instalaciones? Después va y me empezó a hacer preguntas sobre la familia Jones. Mientras duraba el intercambio, el jefe adjunto permanecía sentado detrás de su escritorio sin decir ni una sola palabra y yo pensaba que estaba perdido, que ya podía empezar a buscarme trabajo en la empresa privada. Pero, en cuanto terminó, Huenengarth me dio las gracias por mi colaboración y dijo que era una pena que, habiendo unos índices de criminalidad tan elevados, un tío con la experiencia que yo tengo estuviera sentado delante de la pantalla de un ordenador en lugar de trabajar en los casos. El jefe adjunto ponía cara de haberse tragado mierda de cerdo a través de una caña. Pero no decía nada. Huenengarth preguntó si me podían asignar a su investigación…, como enlace entre el Departamento de Policía de Los Ángeles y los federales. El jefe adjunto se removió un poco en su asiento y contestó que no faltaría más, pues los planes del Departamento ya eran desde un principio devolverme al servicio activo. Huenengarth y yo abandonamos el despacho juntos y, nada más salir, me dijo que yo le importo personalmente una mierda, pero que está a punto de culminar su trabajo sobre Jones y no quiere que yo me interponga en su camino cuando él se abalance para matar a la presa.

»—Conque quiere matar a la presa, ¿eh?

»—Es un buenazo, seguramente ama a los animales y ni siquiera lleva prendas de piel… Después va y me dijo: “A lo mejor, podríamos concertar un trato. No me joda y yo le echaré una mano”. Acto seguido me dijo que sabía lo de Cassie a través de Stephanie, pero no había intervenido porque no tenía pruebas suficientes, aunque ahora puede que ya las tenga.

»—¿Y por qué todo tan de repente?

»—Seguramente porque ya está a punto de atrapar al abuelo y le encantaría poder destruir a toda la familia. No me extrañaría nada que, en cierta medida, disfrutara viendo sufrir a Cassie…, la maldición de la familia Jones. Los odia a muerte, Alex… Por otra parte, ¿qué hubiéramos hecho sin él? Por consiguiente, saquémosle todo el provecho que podamos, a ver qué ocurre. ¿Qué tal me sienta eso?

»—Como un modelo de alta costura, colección Ben Casey.

»—Vale pues, hazme una foto cuando todo termine.

Movimiento en la pantalla.

Pero después, nada.

Me notaba el cuello rígido. Cambié de posición sin apartar los ojos de la pantalla.

Huenengarth seguía con sus deberes escolares. Habían transcurrido varias horas sin que nada de lo que yo hiciera le llamara la atención.

El tiempo pasaba con indolente crueldad.

Más movimiento.

Una sombra en una esquina. Ángulo superior derecho.

Después nada durante un buen rato.

De pronto…

—¡Mire! —dije.

Huenengarth levantó la vista por encima de su libelo. Con aire aburrido.

La sombra aumentó de tamaño y se iluminó.

Adquirió forma. Blanca y vellosa.

Una estrella de mar…, una mano humana.

Un índice y un pulgar sujetando algo.

Huenengarth se incorporó en su asiento.

—¡Adelante! —le dije—. ¡Ya está!

Esbozó una sonrisa.

La mano de la pantalla avanzó y aumentó de tamaño. Grande, blanca…

—¡Vamos!, ¿a qué espera? —dije.

Huenengarth apartó a un lado el artículo.

La mano se movió… manipulando algo.

Huenengarth contemplaba la imagen con deleite.

Me miró como si hubiera interrumpido un sueño maravilloso.

La cosa que había entre los dedos pareció buscar algo a tientas.

La sonrisa de Huenengarth se ensanchó bajo el bigotito.

—Maldita sea —exclamé.

Huenengarth tomó la pequeña radio negra y se la acercó a la boca.

—Blanco a la vista —dijo.

La mano se había acercado al dispositivo de dosificación del suero intravenoso y estaba utilizando la cosa que sostenía entre los dedos para acoplar un objeto con punta de goma.

Punta afilada.

Un cilindro de color blanco parecido a un bolígrafo. Aguja ultrafina.

Se lanzó como un pájaro que picoteara un agujero de gusano en un fruto.

Y se elevó.

—Adelante —le dijo Huenengarth a la radio.

Solo más tarde me di cuenta de que se había saltado la fase de «Preparados».