PENSAMIENTOS DE J. K. ROWLING
Ha habido muchas espadas encantadas en las leyendas. La espada de Nuadu, parte de los legendarios tesoros de Tuatha Dé Danann, era invencible una vez desenvainada. La espada de Gryffindor tiene algo de la leyenda de Excalibur en ella, la espada del rey Arturo, que en algunas leyendas debe ser sacada de una piedra por el auténtico rey. La idea de ser digno de poseer esta espada se repite en la espada de Gryffindor con la idea de ser devuelta a los miembros de la casa del verdadero dueño que se lo merezcan.
En Las Reliquias de la Muerte hay una alusión más a la aparición de Excalibur cuando Harry tiene que sumergirse en una charca helada del bosque para recuperar la espada. En este caso, el motivo de que esté allí hundida se debe a un impulso vengativo de Snape pero, en otras versiones de la leyenda, Arturo recibe Excalibur de manos de la Dama del Lago y la espada regresa al lago cuando él muere.
En el mundo mágico, la posesión física no garantiza necesariamente la propiedad. Este concepto se aplica a las tres Reliquias de la Muerte y también a la espada de Gryffindor.
Me interesa mucho observar qué sucede cuando confluyen distintas creencias culturales. En los libros de Harry Potter, los duendes más militantes consideran que todos los objetos fabricados por ellos les pertenecen por derecho propio, aunque sí pueden fabricar un objeto en concreto para el disfrute de un mago a cambio de oro. Al igual que los muggles, los magos y brujas creen que cualquier objeto les pertenece para siempre a ellos y a sus descendientes o herederos una vez que lo han pagado. Se trata de un conflicto de valores sin solución, pues cada uno tiene una idea distinta de qué es lo correcto. Esta situación le supone a Harry todo un dilema moral cuando Griphook le pide la espada como pago por sus servicios en Las Reliquias de la Muerte.