EPÍLOGO
VOLVÍ a Madrid huérfano de padre. Daniel no pudo ir a buscarme al aeropuerto aquella vez. «Te espero en casa, tengo lío en el instituto», me dijo. No me molestó, casi lo preferí, necesitaba hacer el camino solo y en silencio, acomodándome a la idea de que pisaba Madrid por vez primera con mi padre muerto.
Se acabó la mala conciencia de que llegara el viernes y me resistiera a ir a Badalona. Nunca sabía si volvería a ver a mi padre la semana siguiente, o quizá al cabo de dos semanas, y estaba cansado de despedirme de él continuamente. Me había enfrentado varias veces a la posibilidad de darle el último abrazo, el último beso, de decirle adiós por última vez.
Madrid. Mi ciudad. Siempre lo había sido.
—¿Adónde vamos? —preguntó el taxista.
—A la calle Escalinata.
—¿Eso está por el centro, no?
—Sí, es una de las calles que sale de Isabel II.
—Pues a ver cómo llegamos hasta allí, ya sabe que esa zona es muy complicada.
Vaya, un taxista ligeramente malhumorado. No sé por qué, pero todos, sea la calle que sea a la que vayas, dicen siempre lo mismo.
—No se preocupe, no tengo prisa. Y, por favor, no hace falta que me lleve por el camino más rápido. Prefiero que me lleve por el más bonito.
El taxista me miró por el retrovisor y sonrió.
—¿Le pongo la radio?
—Sí, pero que no hablen. Mejor música.
En Badalona había dejado a mi madre más entera de lo que imaginaba.
—Quédate con el Pronto, te hará compañía —le dije—. La Ana y la Esther vendrán mucho a verte, pero llegará la noche y te quedarás sola. Ya verás qué bien vas a estar con él, no te dará miedo irte a dormir.
El día después de enterrar a mi padre le pedí a mi madre que me acompañara a hacerme las dichosas pruebas. No le dije cuáles, claro; le mentí, pero ella me lo notó, es más lista que el hambre. No quería estar en mi casa, necesitaba salir, respirar vida. A ratos estaba triste, otros rabioso, en algunos momentos me dominaba la impotencia e incluso me encabroné conmigo mismo por la manera en la que se estaba desarrollando mi vida. Entre bandazo y bandazo, dando tumbos. No podía seguir así.
—Mama, vente conmigo a Barcelona.
—¿Ahora, hijo?
—Así nos da un poco el aire.
—Es que me da no sé qué. Ayer enterramos a tu padre.
—No lo vas a querer más por quedarte aquí.
—Pues tienes razón. Además se lo prometí.
—¿Qué le prometiste?
—Nada, cosas nuestras.
La calle Balmes. El laboratorio. La misma chica del pelo rizado. Ella no se acordaba, claro. Yo, sí. Demasiados años torturándome.
—Envíame los resultados a Madrid, por favor.
Respiré hondo. Ya sólo quedaba esperar, como cuando hacía un examen y fantaseaba con la nota. «Yo creo que lo he hecho bien», «Me han preguntado lo que me sabía». Jamás había suspendido uno, y ojalá no fuera aquel el primero.
Marisol, Antonio, Pablo, Luis… Habían estado a mi lado en todo momento, pero yo entonces necesitaba estar a solas con Daniel, ya quedaría a comer con todos ellos el domingo, también eran mi familia.
Madrid. Su caos producía orden en mi vida. Me sentía acompañado por la gente que inundaba la Gran Vía, por los atascos de los coches, por los pitidos de los conductores cabreados.
Llegué a casa. Al meter la llave en la cerradura advertí que había alguien dentro, pero aquella vez no tendría que esperar con mi maleta en la plaza de Isabel II a que desalojaran mi piso después de echar un polvo. Daniel me abrió la puerta.
—Llegas a tardar un poco más y me quedo sin aire.
Me abrazó en el rellano. Después, me agarró la cabeza, me miró a los ojos y me besó.
—¿No vas a dejarme entrar en mi casa? —protesté.
—Mira que eres arisco.
—Y tú peliculero.
—Te ha llamado la Rigalt. Que la llames, es urgente. ¿Te preparo una copa de vino mientras tanto?
—Vale.
La conversación fue breve. Carmen estaba muy excitada y no tardó en contarme que la había llamado Rosa por si conocía a alguien, porque necesitaban a un colaborador nuevo en su programa de la tele.
Al colgar me senté en el sillón, confundido. De pronto apareció Daniel con una copa de vino.
—¿Qué quería?
—Hace poco entrevisté a Rosa, sabes quién es, la que presenta junto a Ana Rosa por las tardes ese programa de cotilleos que funciona tan bien. Quedó muy contenta con la entrevista y me envió un ramo de flores. Pues ha llamado a Carmen para decirle que querían probar a alguien para comentar con ellas las noticias de las revistas, por si se le ocurría algún nombre. Carmen le ha dado el mío y a Rosa le ha parecido bien. Empiezo el jueves que viene.
Nos quedamos callados. Fue Daniel quien rompió el silencio:
—No vas a hacerte muy famoso, ¿verdad? Estamos muy bien así.
—Daniel, van a probarme, no nos volvamos locos.
Silencio de nuevo. Aquella vez lo rompí yo:
—Me ha dicho Carmen que me acompaña a El Corte Inglés a comprarme ropa, porque tiene miedo de que vaya a meter la pata.
—Vale. Por cierto, te ha llegado un sobre de unos laboratorios. Son de Barcelona.
Los resultados. Allí estaban, encima de la mesa. Iba a dar carpetazo a siete años de miedos. De incertidumbres. De angustias.
—Daniel…
—Quieres que los abra yo, ¿verdad?
Más silencio. Rasgó el sobre. Leyó un papel. Me miró muy serio. Me acojonó.
—Lo sabía —musité.
—¿Qué sabías, Jorge? —respondió Daniel igual de bajito, todavía serio.
—Que no saldrían bien.
—No es lo que te imaginas, es que estoy echando cuentas de lo cara que va a salirte la noche, porque tenemos muchas cosas que celebrar.
Entonces se rió a carcajadas, yo me abalancé sobre él, le arrebaté el papel y vi un NEGATIVO tan grande como la catedral de Burgos.
—¡Eres un cabrón! Lo que me has hecho sufrir.
—Oe, oe, oeeeee. ¡Esta noche follamos sin condón!
Miré al techo. Imaginé que era el cielo y dije:
—Gracias.
Y después añadí:
—Por todo.
Jorge, que acabo de hablar con el crío. Uy, está contentísimo. Que lo han llamado para ir a la tele y que quiere que vaya a Madrid porque tiene que presentarme a un amigo muy especial que se llama Daniel. Sí, hombre, sí. ¿No te acuerdas de que lo llamó una noche cuando estábamos en Roma? Desde luego, hijo, cómo eres. Hasta allá arriba cuidas de nosotros. ¿Yo? Estoy bien, no te preocupes. ¿Que si te echo de menos? Pues tú me dirás, toda la vida juntos… Pero no te preocupes, saldré adelante. Ya sabes tú que tu Mari es fuerte. El Pronto me cuida mucho, no me deja ni a sol ni a sombra. ¡Si es que yo creo que me lo has enviado tú para que no se me acerque ningún hombre! ¡Como si no te conociera! Me voy a dormir, ojalá sueñe otra vez contigo. Que descanses. Hasta mañana.