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LOS «ASTRONAUTAS» PERDIERON LA PACIENCIA
Lo que aconteció después —en los siguientes años— está perfectamente registrado en ese formidable testimonio escrito que forman libros como el Levítico, Números, etc.
Si uno repasa la Biblia con calma —y a la luz de este nuevo planteamiento— comprobará que el «equipo» de Yavé no tuvo más remedio que llevar a cabo toda una serie de «purgas» entre los israelitas. Una «limpieza» de elementos «no gratos o poco propicios», que podrían entorpecer seriamente el objetivo final de la «misión».
Aquel pueblo de «dura cerviz» ocasionó a los «astronautas» problema tras problema. Desde el incidente de la falta de comida, a los tres días del paso del mar de Suf, a la grave revuelta registrada al regreso de los exploradores a la tierra de Canaán, pasando por altercados e incidentes como el ocurrido al pie del Sinaí, cuando parte de los israelitas creyeron que Moisés no regresaría jamás y decidieron tornar a las viejas creencias e idolatría egipcias, fundiendo un toro de oro.
El «equipo» debió comprender que aquella comunidad necesitaba de una selección y así lo anunciaron a Moisés:
«… Ninguno de los que han visto mi gloria —dice el Números (14,22-38)— y las señales que he realizado en Egipto y en el desierto, que me han puesto a prueba ya diez veces y no han escuchado mi voz, verá la tierra que prometí con juramento a sus padres. No la verá ninguno de los que me han despreciado. Pero a mi siervo Caleb, ya que fue animado de otro espíritu y me obedeció puntualmente, le haré entrar en la tierra donde estuvo, y su descendencia la poseerá.
»El amalecita y el cananeo habitan en el llano. Mañana, volveos y partid para el desierto, camino del mar de Suf».
Yavé habló a Moisés y Aarón y dijo:
«¿Hasta cuándo esta comunidad perversa, que está murmurando contra mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí. Diles: Por mi vida —oráculo de Yavé— que he de hacer con vosotros lo que habéis hablado a mis oídos. Por haber murmurado contra mí, en este desierto caerán vuestros cadáveres, los de todos los que fuisteis revistados y contados, de veinte años para arriba.
»Os juro que no entraréis en la tierra en la que, mano en alto, juré estableceros. Sólo a Caleb, hijo de Yefunné y Josué, hijo de Nun, y a vuestros pequeñuelos, de los que dijisteis que caerían en cautiverio, los introduciré, y conocerán la tierra que vosotros habéis despreciado.
»Vuestros cadáveres caerán en este desierto y vuestros hijos serán nómadas cuarenta años en el desierto, cargando con vuestra infidelidad, hasta que no falte uno solo de vuestros cadáveres en el desierto. Según el número de los días que empleasteis en explorar el país, cuarenta días, cargaréis cuarenta años con vuestros pecados, un año por cada día. Así sabréis lo que es apartarse de mí. Yo, Yavé, he hablado. Eso es lo que haré con toda esta comunidad perversa, amotinada contra mí. En este desierto no quedará uno: en él han de morir».
Los responsables de la «operación» debieron percatarse de la necesidad de entregar la tierra prometida —Canaán— a una generación limpia de corazón. A hombres y mujeres que no flaquearan en sus ideas y creencias. A aquellos israelitas que, verdaderamente, demostraran su fidelidad a la nueva idea de un Dios único. De no ser así, todos los esfuerzos del «equipo» hubieran quedado en nada…
De ahí que Yavé decide perdonar a los menores de 20 años. El resto —incluido Moisés— es apartado prácticamente del proyecto final y relegado a un peregrinaje sin sentido por el desierto. Un peregrinaje que, simbólicamente, fue fijado en cuarenta años.
En el fondo, la razón básica de ése aparentemente absurdo caminar de los judíos durante tantos años por un desierto tan reducido, hay que buscarla en esa necesidad de «selección» de los hombres que estaban destinados a crear la comunidad última, en la que debería nacer el «Enviado[23]».
Resulta verdaderamente grave la tozudez y «dura cerviz» de aquel pueblo…
¿Cómo es posible que pudieran seguir dudando de la eficacia y presencia de Yavé, cuando éste les había sacado ya de mil apuros?
¿Cómo podían desear regresar a Egipto —tal y como manifestaron antes de la «condena» del «equipo»— si habían visto y seguían viendo cada jornada la «gloria» de Yavé y sus «columnas de nube o de fuego»?
En este sentido es comprensible la irritación y hasta la desesperación de los «astronautas», que veían cómo a cada paso la retorcida y perversa comunidad israelita les ignoraba, maldecía y hasta traicionaba.
No tiene sentido que los judíos sintieran temor ante las palabras y manifestaciones de los exploradores que marcharon a las tierras de Canaán, cuando ellos mismos habían sido testigos de excepción del exterminio de los primogénitos de los egipcios y hasta del propio ejército del faraón…
Y, sin embargo, así fue:
Yavé habló a Moisés —cuenta el Números (13 y 14)— y le dijo:
«Envía algunos hombres, uno por cada tribu paterna, para que exploren la tierra de Canaán que voy a dar a los israelitas. Que sean todos principales entre ellos».
Los envió Moisés, según la orden de Yavé, desde el desierto de Paran: todos ellos eran jefes de los israelitas…
Y tras la relación de los nombres de cada uno de ellos, prosigue el Números:
… Moisés los envió a explorar el país de Canaán, y les dijo:
«Subid ahí, al Negueb, y después subiréis a la montaña. Reconoced el país, a ver qué tal es, y el pueblo que lo habita, si es fuerte o débil, escaso o numeroso; y qué tal es el país en que viven, bueno o malo; cómo son las ciudades en que habitan, abiertas o fortificadas; y cómo es la tierra, fértil o pobre, si tiene árboles o no. Tened valor y traed algunos productos del país».
![](/epubstore/B/J-J-Benitez/Los-Astronautas-De-Yave/OEBPS/Images/image15.png)
«Y cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte Slnaí, se reunió el pueblo en tomo a Aarón y le dijeron: “Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros…”» (Éxodo, 32).
Era el tiempo de las primeras uvas. Subieron y exploraron el país, desde el desierto de Sin hasta Rejob, a la entrada de Jamat. Subieron por el Negueb y llegaron hasta Hebrón, donde residían Ajimán, Sesay y Talmay, los descendientes de Anaq.
Hebrón había sido fundada siete años antes que Tanis de Egipto. Llegaron al valle de Eskol y cortaron allí un sarmiento con un racimo de uva, que transportaron con una pértiga entre dos, y también granadas e higos. Al lugar aquél se le llamó Valle de Eskol, por el racimo que cortaron allí los israelitas.
RELATO DE LOS ENVIADOS
Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra. Fueron y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas, en el desierto de Paran, en Cades. Les hicieron una relación a ellos y a toda la comunidad, y les mostraron los productos del país.
Les contaron lo siguiente:
«Fuimos al país al que nos enviaste, y en verdad que mana leche y miel; éstos son sus productos. Sólo que el pueblo que habita en el país es poderoso; las ciudades, fortificadas y muy grandes; hasta hemos visto allí descendientes de Anaq. El amalecita ocupa la región del Negueb; el nitita, el amorreo y el jebuseo ocupan la montaña; el cananeo, la orilla del mar y la ribera del Jordán».
Caleb acalló al pueblo delante de Moisés, diciendo:
«Subamos y conquistaremos el país, porque, sin duda, podremos con él».
Pero los hombres que habían ido con él dijeron:
«No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros».
Y empezaron a hablar mal a los israelitas del país que habían explorado, diciendo:
«El país que hemos recorrido y explorado es un país que devora a sus propios habitantes. Toda la gente que hemos visto allí es gente alta. Hemos visto también gigantes, hijos de Anaq, de la raza de gigantes. Nosotros nos teníamos ante ellos como saltamontes, y eso mismo les parecíamos a ellos».
REBELIÓN DE ISRAEL
Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso a gritar; y la gente estuvo llorando aquella noche. Luego murmuraron todos los israelitas contra Moisés y Aarón, y les dijo toda la comunidad:
«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! Y si no, ¡ojalá hubiéramos muerto en el desierto! ¿Por qué Yavé nos trae a este país para hacernos caer a filo de espada y que nuestras mujeres y niños caigan en cautiverio? ¿No es mejor que volvamos a Egipto?».
Y se decían unos a otros:
«Nombremos a un jefe y volvamos a Egipto».
Moisés y Aarón cayeron rostro en tierra delante de toda la asamblea de la comunidad de los israelitas. Pero Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Yefunné, que eran de los que habían explorado el país, rasgaron sus vestiduras y dijeron a toda la comunidad de los israelitas:
«La tierra que hemos recorrido y explorado es muy buena tierra. Si Yavé nos es favorable, nos llevará a esa tierra y nos la entregará. Es una tierra que mana leche y miel. No os rebeléis contra Yavé, ni temáis a la gente del país, porque son pan comido. Se ha retirado de ellos su sombra, y en cambio Yavé está con nosotros. No tengáis miedo».
CÓLERA DE YAVÉ
Toda la comunidad hablaba de apedrearlos, cuando la «gloria de Yavé» se apareció ante la Tienda del Encuentro, a todos los israelitas. Y dijo Yavé a Moisés:
«¿Hasta cuándo me va a despreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo va a desconfiar de mí, con todas las señales que he hecho entre ellos? Los heriré de peste y los desheredaré. Pero a ti te convertiré en un pueblo más grande y poderoso que ellos».
Moisés respondió a Yavé:
«Pero los egipcios saben muy bien que, con tu poder, sacaste a este pueblo de en medio de ellos. Se lo han contado a los habitantes de este país. Éstos se han enterado de que tú, Yavé, estás en medio de este pueblo, y te das a ver cara a cara; de que tú, Yavé, permaneces en tu Nube sobre ellos, y caminas delante de ellos de día en la columna de Nube, y por la noche en la columna de fuego. Si haces perecer a este pueblo como un solo hombre, dirán los pueblos que han oído hablar de ti:
»“Yavé, como no ha podido introducir a ese pueblo en la tierra que les había prometido con juramento, los ha matado en el desierto”. Muestra, pues, ahora tu poder, mi Señor, como prometiste…
»Perdona, pues, la iniquidad de este pueblo conforme a la grandeza de tu bondad, como has soportado a este pueblo desde Egipto hasta aquí».
UNA TIERRA PRÓSPERA
Por las palabras de los exploradores, era evidente que el «equipo» había sabido elegir la tierra. Un lugar próspero, donde crecían abundantes y grandes frutos.
Como evidente era también —y lo observamos justamente en este pasaje— la constante «vigilancia» a que era sometido el campamento israelita…
En el momento justo, cuando Moisés, Aarón y dos de los exploradores, fieles a Yavé, corrían grave riesgo de ser apedreados, entonces surge sobre la Tienda del Encuentro la «gloria» de Yavé.
En el fondo tenía que ser sumamente sencillo controlar los movimientos y hasta los pensamientos de los judíos.
Desde cualquiera de las naves —y muy especialmente desde la «nodriza»— los «astronautas» sólo hubieran tenido que accionar las pantallas de televisión para recoger, en directo, lo que pasaba a cada momento entre los hombres de Moisés.
Por eso, en cuanto notaron que cundía la rebelión y que, incluso, peligraba la vida de sus «contactos», una de las naves —la «gloria de Yavé»— apareció o descendió sobre el campamento. Ambas operaciones hubieran sido perfectamente posibles: bien «aparecer» sobre la Tienda, pasando instantáneamente de dimensión, o bien descender físicamente hacia el lugar donde se asentaba la comunidad.
Y allí, por enésima vez, el portavoz o responsable del «equipo» hizo más que palpable la indignación general.
¿UNA NUEVA INJUSTICIA?
Pero no quisiera cerrar este capítulo sin antes señalar lo que, para mí, constituye una nueva «ligereza» del «equipo» de Yavé. Y he entrecomillado la palabra porque, obviamente, no sé cómo calificar la larga cadena de invasiones —hoy se llaman agresiones— que practicó el joven pueblo israelita, con las naves espaciales a la cabeza.
Lenta pero firmemente, el ejército judío —siempre con la «gloria de Yavé» por delante— fue expulsando de los que habían sido sus territorios y ciudades a los amalecitas, hititas, amorreos, jebuseos y cananeos.
Una expulsión que se prolongó durante años y que significó otro caudaloso río de sangre…
Creo que si alguien hiciera el balance final veríamos con inquietud cómo la conducción y el definitivo asentamiento del pueblo elegido hasta las tierras de Canaán, supuso decenas de miles de muertos, incendios, lágrimas y violencia sin cuento…
Reconozco de la misma forma —puesto que ya he dicho y admito que aquel «equipo» de «ángeles» estaba a las órdenes de Dios— que quizá no había otra fórmula, otro camino.
Y aunque sé que los «caminos del Señor son inescrutables», no puedo evitar un cierto malestar al descubrir tanta muerte y destrucción, allá por donde pasaba el pueblo israelita…
Si nos limitamos a enjuiciar fría y objetivamente el «momento» elegido por el «equipo» de Yavé para el paso del Jordán y la entrada de la comunidad israelita en la Tierra de Promisión, hay que reconocer que los «astronautas» —una vez más— sabían lo que se llevaban entre manos…
Veamos. ¿Cuál era la situación del mundo conocido en aquellas fechas, unos 1200 años antes del nacimiento del «Enviado»?
Cuando Israel se encuentra acampado al otro lado del río Jordán, dispuesto a penetrar en las tierras de Canaán, en el Mediterráneo está a punto de decidirse también la suerte de Troya.
Los héroes de Homero —Aquiles, Agamenón y Ulises— están preparados para sus hazañas.
El reino del Nilo, por su parte, está en plena decadencia. Ha pasado su viejo esplendor y el último rey —«Sol Eknatón»— ha terminado por debilitar políticamente a Egipto. Lo que había sido una provincia egipcia desde los años 1550 antes de Cristo, tras la expulsión de los hyksos, es ahora una tierra dividida y corrompida por lo que queda de la ocupación egipcia. Canaán, en fin, es presa fácil para el pueblo elegido.
Y el «equipo» de Yavé lo sabe. Y ordena al bravo Josué —sucesor de Moisés— que entre en Canaán sin pérdida de tiempo.
Comienza así una larga y no menos dura etapa. Un período en el que se consumirán alrededor de 1200 años y en el que los «astronautas» establecerán ya de forma definitiva la patria de los israelitas.
Trece siglos más tarde, el pueblo elegido habrá alcanzado la madurez suficiente como para ver nacer en su seno al «Enviado».
Y, curiosamente, una vez asentado el pueblo «elegido», las apariciones de la «gloria» de Yavé y de las famosas «columnas de nube o de fuego» —que prodigaron tan intensamente su presencia entre los judíos— se desvanecen casi. Durante los últimos 500 años antes de Cristo, estas naves apenas si son visibles.
Parece como si la misión del gran «equipo» hubiera pasado a un segundo plano. Ahora todo sigue su curso natural. Ni más ni menos, lo que ya estaba programado…
Pero ese momento —el de la aparición en nuestro planeta del Hijo del Altísimo— iba a estar precedido por otros fenómenos similares o muy parecidos a los que ya habían vivido los patriarcas y antepasados del pueblo israelita en la salida de Egipto y en el largo camino hacia Canaán.
Y volvieron las naves espaciales y los «ángeles» o «astronautas». Pero este «retorno» no fue ya —como en la antigüedad— bajo el signo del temor o de la sangre. En esta última fase, la culminación de la «Operación Redención», todo iba a ser radicalmente distinto.
A veces me he preguntado si estos «ángeles» o «astronautas» que «colaboraron» con el «alto mando» en el cuidado de María, en la Anunciación, en el Nacimiento de Jesús y en la vida pública de Éste, fueron los mismos que sacaron a la colonia israelita de Egipto o los que condujeron pacientemente a Moisés y su pueblo por la Península del Sinaí…
Nadie, por supuesto, puede conocer por ahora la res puesta. Lo que sí cabe pensar es que si se trataba de seres mucho más evolucionados que nosotros, quizá habían remontado los ridículos límites de nuestra vida media. Quizá —¿por qué no?— gozaban o gozan de una existencia infinitamente más larga que la nuestra. Quizá su tecnología o su naturaleza —diferentes a la que nosotros conocemos— les permitía vivir cientos de años, suponiendo que nuestro cómputo del tiempo fuera ajustable a sus vidas.
Quizá se produjo lo que nosotros conocemos por «relevo». Y otros seres vinieron a sustituir, cada determinados períodos de tiempo, a los que mostraban signos de cansancio.
Pero esta apasionante incógnita, bien merece un tratamiento aparte…
Sea como fuere, lo cierto es que unos 15 años antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, los «astronautas» tomaron nuevo contacto con el pueblo judío.