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EL NO MENOS MISTERIOSO EMBARAZO DE LA «ABUELA» DE JESÚS

Precisamente en el apócrifo de Mateo, el «ángel» revela a Joaquín un hecho de enorme trascendencia para el ser humano. También es la primera vez, si no recuerdo mal, que un «enviado» o «mensajero» de los cielos aclara su misión o «trabajo» en relación con la especie humana.

«Yo soy el ángel que te ha sido dado por custodio…», dice nuestro personaje a Joaquín.

Si esto fuera cierto —y no veo razón alguna que pueda impedirlo dentro de un orden superior—, cada hombre gozaría, desde el instante de su nacimiento, de uno de estos «guardianes» o «guías», encargados de velar por su seguridad y evolución durante el tiempo previsto para su existencia en este mundo.

Y casi sin querer me vienen a la memoria las afirmaciones de algunos «contactados» de hoy día, que aseguran que esos «guías» o «maestros» cósmicos existen físicamente y que pertenecen a dimensiones superiores.

«LA ENCONTRARÁS EMBARAZADA»

Analizando este mismo Evangelio apócrifo de san Mateo, uno tropieza con otros hechos de muy alta significación.

Por ejemplo, el «ángel», en su larga conversación con Joaquín, le anuncia con rotunda claridad:

«… Por todo lo cual baja ya de estas montañas y corre al lado de tu mujer. La encontrarás embarazada, pues Dios se ha dignado suscitar en ella un germen de vida…».

Estas frases del enviado me dejaron perplejo.

Si el marido de Ana llevaba ya —según el Evangelio apócrifo de Mateo— cinco meses en aquellas soledades, ¿cómo podía ser que la hubiera dejado embarazada?

E insisto en el hecho de que las palabras del ángel son definitivas:

«… La encontrarás embarazada…».

Esto pone de manifiesto un hecho insólito y prácticamente desconocido hasta hoy:

María, la hija de Ana y Joaquín, fue concebida de forma tan misteriosa como lo fue Jesús.

El mismo ángel se encarga de subrayar este extremo cuando le dice a Joaquín:

«… Pues Dios se ha dignado suscitar en ella un germen de vida».

La obra del Espíritu Santo aparece igualmente clara en la concepción de María, tal y como ocurriría años más tarde en la de Jesús de Nazaret.

En el fondo, y si analizamos el problema con objetividad, no podía ser de otra forma.

Si el delicado «plan» cósmico de la Redención había obligado a toda una depuración de una de las mejores razas sobre la Tierra —como era la judía—, a fin de obtener lo que los antropólogos de hoy hubieran considerado como un tipo étnico sin mezclas, es lógico pensar que los últimos pasos de esa «cadena» fueron controlados y muy estrechamente por el «alto mando».

Desde el punto de vista de los códigos genéticos, incluso, la combinación resultaba así perfecta.

En un «plan» de semejante alcance, todo —hasta lo más mínimo— tenía que estar previsto y calculado. De ahí que las palabras del mensajero a Joaquín, haciéndole ver que «Dios había escuchado sus plegarias y que por ello haría fértil a Ana, su mujer», se me antojan como una «salida airosa»…

Tampoco era cuestión de explicar al voluntarioso pero sin duda primitivo Joaquín, los pormenores de la Redención del género humano…

Y otra de las pruebas de que «todo» debía estar perfectamente previsto «en las alturas» fueron las revelaciones del ángel respecto al nombre que debían imponer a la niña —María—, así como la no menos importante y nada gratuita advertencia de que «no debería comer ni beber cosa alguna impura».

La terminante prohibición de comer o beber «alimentos impuros» entrañaba evidentemente un objetivo de orden sanitario. Muchos años antes, otro «enviado» de alto rango y al que el pueblo judío llamaba Yavé —confundiéndolo sin duda con el Gran Dios— tuvo especial cuidado en dictar las mínimas leyes sanitarias para aquel pueblo, recogidas en el Levítico.

Pero dejemos para más adelante el curioso y significativo capítulo de la alimentación de María, madre de Jesús, y de cómo le era suministrada a diario, tal y como relatan los apócrifos.