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TRES HORAS DE TERROR
La última parte del apócrifo de san Mateo —cuando el ángel abandona a Joaquín— guarda un significado muy especial. Ésa, al menos, es mi opinión.
Si analizamos la aparición del «joven» —«entre las montañas donde Joaquín apacentaba sus rebaños»—, el hecho en sí no parece revestir mayor importancia. Mateo, al menos, no le presta atención. En el Libro sobre la Natividad de María, en cambio, el autor matiza y afirma que «el ángel de Dios se presentó a Joaquín rodeado de un inmenso resplandor…».
Lo más probable es que nunca sepamos la verdad. Sin embargo, y aunque los apócrifos no terminan por ponerse de acuerdo en la forma en que se le apareció el ángel a Joaquín, lo que sí es evidente es que dicho «mensajero» existió. Y que era «algo» físico.
«Algo» que no se desmaterializó o desapareció súbitamente de la vista de Joaquín, sino que «se elevó hacia el cielo», según reza el testimonio de san Mateo.
Y yo sigo preguntándome:
¿Qué puede ser ese «algo» que se eleva desde la tierra hacia el cielo y que, además, es capaz de provocar semejante estado de shock en un nombre adulto como Joaquín?
El apócrifo se extiende largamente en lo ocurrido en las horas inmediatas al ascenso o «despegue» del «ángel». Y precisa que los pastores encontraron a Joaquín con la faz en tierra y que les costó trabajo levantarlo del suelo…
Hay algo que verdaderamente no encaja. Veamos.
Si uno analiza los diferentes textos apócrifos ya mencionados puede deducir que el ángel necesitó, al menos de tres a cinco minutos para exponer su mensaje a Joaquín. Pues bien, durante todo el tiempo que duró la conversación, los apócrifos no hacen referencia al miedo o incertidumbre de Joaquín. Sólo al final, cuando el «ángel se eleva hacia el cielo», el abuelo de Jesús cae a tierra, presa del terror. Y así permanece «desde la hora sexta hasta la tarde». Es decir, posiblemente más de tres horas…
¿Por qué un hombre que contaba ya 40 años y que debía estar hecho a la soledad del campo y de las montañas siente ese pavor y queda prácticamente inmóvil durante tanto tiempo?
Si el ángel había conversado con él y el miedo no se había manifestado en la persona de Joaquín, ¿por qué esa turbación surge precisamente en el instante en que el “ángel”, con el humo, se elevó hacia el cielo?
Sólo mencionaré algo:
Conozco en estos momentos a decenas de testigos del paso, aterrizaje o despegue de ovnis que han sufrido, poco más o menos, el mismo terror que el padre de la Virgen.
Si hoy, en pleno siglo XX, conscientes de la existencia de la ley de la gravedad, de los aviones supersónicos y de los módulos lunares resultamos gravemente afectados cuando uno de estos objetos aparece ante nuestros ojos, ¿qué se podría esperar de unos elementales pastores que poblaban las montañas de Israel hace 2000 años?
¿Cómo podrían asimilar la idea de un artefacto que desciende iluminando el terreno y que se eleva violentamente, quizá entre llamaradas y estampidos?
E insisto en el hecho de que el «ángel» no se presentó ante el testigo —ante Joaquín— como un ente inmaterial. Todo lo contrario. Hasta tal punto debía ser un personaje físico que, según Mateo, el futuro abuelo de Jesús «se postró ante él y le invitó a reposar en su tienda…».
Esta invitación incluía ya un refrigerio, tal y como tienen por costumbre los nómadas y habitantes de los desiertos del Extremo y Medio Oriente.
Y el ángel le matiza incluso a su interlocutor:
«Mi comida es invisible y mi bebida no puede ser captada por ojos humanos…».
Es posiblemente una de las pocas veces en la que un «mensajero» aclara que su sistema de alimentación nada tiene que ver con lo que conocemos en nuestro mundo. Reconoce, en fin, que también se alimenta, aunque de otra forma.
Si estos seres —los llamados ángeles— pertenecían a civilizaciones superiores, incluso a otras dimensiones o es dos de la realidad, ¿cómo podría comprender Joaquín la dieta alimenticia de los mismos?
Dudo, incluso, que nosotros fuéramos capaces de asimilarlo.
LA NAVE Y EL TRIPULANTE
Y antes de proseguir con los textos de los apócrifos, quisiera llamar la atención sobre un hecho que se repite con gran frecuencia en la casi totalidad de los libros que integran la Biblia, así como en los Evangelios apócrifos, y que he adelantado ya en el prólogo.
Un detalle que también aparece en el pasaje que nos ocupa y que, pienso, puede constituir grave motivo de confusión.
Para Joaquín —y es natural que así sea—, es o tiene la categoría de «ángel», tanto el «joven» que le habla y a quien invita a reposar en su tienda como el que se eleva hacia el cielo, provocando su espanto…
Este hecho —concretísimo— se sucede en decenas de textos de la Biblia y, salvo excepciones, los testigos, como digo, engloban en una misma definición —«el ángel del Señor»— a los posibles tripulantes y a sus naves.
Tampoco puede ser de otra forma, repito, cuando los que observan el fenómeno carecen de los más elementales conceptos y palabras sobre lo que están presenciando.
Para aquellos hombres del desierto o de las campiñas judías el descenso entre luces de un objeto brillante al sol sólo podía tratarse de la «gloria de Yavé». ¿Qué otra cosa podían imaginar? ¿Es que estaban en condiciones de sospechar o de entender todo un gigantesco «plan» —a nivel cósmico— para hacer posible la llegada a este planeta del Hijo de Dios?
Pero dejemos para más adelante la posible interpretación de la presencia de dichas naves sobre aquella zona del mundo.
De acuerdo con la teoría que sostengo en el arranque del presente trabajo, los «astronautas» que tomaban parte en el cumplimiento del gran «plan» de la Redención —y una vez consumida la dilatada fase de la selección, rescate y conducción del pueblo elegido hasta la Tierra Prometida— iniciaron con estas «apariciones» a los «abuelos» del Enviado una última y decisiva etapa: la puesta a punto de los humanos que, al final del proceso, iban a participar directamente en el nacimiento de Jesús.
Tal y como señalaba en esa misma previa exposición de las ideas generales, los «ángeles» o «astronautas» que fueron «elegidos» para materializar buena parte del «plan» divino sobre la Tierra tenían formas humanas. Eran de carne y hueso… Y así parece ratificarlo Joaquín. E insisto en la circunstancia de que el «joven» no se desvaneció súbitamente, como quizá podría haber hecho un ente de otra naturaleza. Aquel «ángel» necesitó de un vehículo para elevarse a los cielos. Y el «despegue», como digo, debió ser tan traumatizante para el testigo que lo dejó paralizado por el terror o, quien sabe, quizá inconsciente a causa de la suma proximidad de Joaquín a la nave en la que viajaba el «astronauta». Estudiando los miles de casos ovni que se registran en el mundo he podido comprobar cómo muchos testigos, efectivamente, quedan inmovilizados o pierden el sentido cuando estas máquinas se aproximan o viceversa…