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DOS MATANZAS MUY POCO CLARAS…

He aquí otro asunto tan oscuro como el de la muerte de los primogénitos egipcios: el descalabro ocasionado por «Yavé» al ejército del faraón en el no menos famoso y misterioso paso de los israelitas por el mar Rojo.

Leyendo el Éxodo (14,1-5), uno empieza a sospechar que el «equipo» de «ángeles» de Yavé sabía de las posibles intenciones del ejército egipcio. Es más: ante las palabras de Yavé a Moisés, a uno no le queda más remedio que pensar que —por razones ocultas—, a los tripulantes de aquellas naves les interesaba dejar fuera de combate a las tropas del faraón, demostrando, una vez más, ante el pueblo elegido el poder del Dios que les acababa de sacar de la esclavitud.

De no ser así, ¿cómo entender estas frases de Yavé a Moisés?:

Habló Yavé a Moisés, diciendo:

«Di a los israelitas que se vuelvan y acampen frente a Pi Hajirot, entre Migdol y el mar, enfrente de Baal Sefón. Frente a ese lugar acamparéis, junto al mar. Faraón dirá de los israelitas: “Andan errantes en el país, y el desierto les cierra el paso”. Yo endureceré el corazón de Faraón, y os perseguirá; pero yo manifestaré mi gloria a costa de Faraón y de todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Yavé».

Así lo hicieron.

Después de dos mil años, y muy especialmente a raíz de la construcción del canal de Suez, el antiguo territorio que sirvió de escenario al gran éxodo del pueblo judío ha variado tan sustancialmente que los expertos no logran ponerse de acuerdo respecto al lugar exacto donde se produjo el milagroso paso, entre las aguas.

El Éxodo, sin embargo, establece con claridad que Yavé guió a los israelitas hasta el llamado «mar de Suf».

Dice así:

Cuando Faraón dejó salir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, aunque era más corto, pues se dijo Dios:

«No sea que, al verse atacado, se arrepienta el pueblo y se vuelva a Egipto».

Hizo Dios dar un rodeo al pueblo por el camino del desierto del mar de Suf…

Y prosigue la Biblia:

«Partieron de Sukkot y acamparon en Etam, al borde del desierto».

Lo malo es que los especialistas tampoco coinciden a la hora de ubicar el citado mar de Suf. En hebreo, yam suf significa «mar de las Cañas». En otras ocasiones, esta palabra ha sido traducida también como «mar Rojo». Y el caso es que si uno repasa los Libros Sagrados observa cómo se habla, en repetidas ocasiones, del «mar de los Juncales» o «mar de los Cañaverales».

En Josué, por ejemplo, se dice en su capítulo 2,10:

«… Porque nos hemos enterado de cómo Yavé secó las aguas del mar de las Cañas delante de vosotros a vuestra salida de Egipto».

Hoy sabemos, sin embargo, que no crecen cañaverales en las orillas del mar Rojo. Este «mar» al que hace alusión la Biblia debió existir en verdad, pero al norte de lo que hoy es el golfo de Suez. La construcción del gran canal, como digo, y el paso del tiempo, han borrado por completo la vieja fisonomía de aquel territorio. Nada se sabe, por ejemplo, del lago Ballah, situado al sur de la ruta de los filisteos. También ha desaparecido.

Según consta en los archivos egipcios, en tiempos de Ramsés II, el golfo de Suez estaba comunicado con los lagos «Amargos». Y estas ramificaciones —en su mayoría pantanosas— llegaban, incluso, hasta el lago Timsah, el lago de los Cocodrilos.

Cabe entonces la posibilidad de que la Biblia se refiera precisamente a esta zona pantanosa cuando habla del «mar de Suf o de los Cañaverales». En las marismas que debían formar los lagos «Amargos» sí podían prodigarse los juncos y cañas.

Los «astronautas», en fin, prefirieron sacar a la muchedumbre judía por esta zona que arriesgarse a caer en mayores conflictos si tomaban la ruta del Este, la de los feroces filisteos. El mismo «Yavé» lo comenta en el Éxodo (13,17-19).

Era lógico que el «equipo» no deseara agobiarse y agobiar a los israelitas con un problema tan grave como el de las continuas y sangrientas luchas con aquel pueblo, y que, sin duda, hubieran tenido que sostener en el caso de marchar hacia Canaán por la ruta más corta.

DE NUEVO LAS NAVES

Y, como apuntaba al principio del presente capítulo, los «ángeles» de Yavé no tardaron mucho tiempo en utilizar las grandes naves…

En esta ocasión fue contra el ejército del faraón.

Pero sigamos el hilo de la narración, tal y como aparece en el Éxodo:

Cuando anunciaron al rey de Egipto que había huido el pueblo, se mudó el corazón de Faraón y de sus servidores respecto del pueblo, y dijeron:

«¿Qué es lo que hemos hecho dejando que Israel salga de nuestro servicio?».

Faraón hizo enganchar su carro y llevó consigo sus tropas. Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, montados por sus combatientes. Endureció Yavé el corazón de Faraón, rey de Egipto, el cual persiguió a los israelitas, pero los israelitas salieron con la mano alzada. Los egipcios los persiguieron: todos los caballos, los carros de Faraón, con la gente de los carros y su ejército; y les dieron alcance mientras acampaban junto al mar, cerca de Pi Hajirot, frente a Baal Sefón. Al acercarse Faraón, los israelitas alzaron sus ojos, y viendo que los egipcios marchaban tras ellos, temieron mucho los israelitas y clamaron a Yavé. Y dijeron a Moisés:

«¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: déjanos en paz, queremos servir a los egipcios? Porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto».

Contestó Moisés al pueblo:

«No temáis; estad firmes y veréis la salvación que Yavé os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yavé peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos».

PASO DEL MAR

Dijo Yavé a Moisés:

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa de Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros de los carros.

»Sabrán los egipcios que yo soy Yavé, cuando me haya cubierto de gloria a costa de Faraón, de sus carros y de sus jinetes».

Se puso en marcha el Ángel de Yavé que iba al frente del Ejército de Israel, y pasó a la retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa y transcurrió la noche sin que pudieran trabar contacto unos con otros en toda la noche. Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yavé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos de Faraón y los carros con sus guerreros.

Llegada la vigilia matutina, miró Yavé desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró la confusión en el ejército egipcio.

Trastornó las ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad.

Y exclamaron los egipcios:

«Huyamos ante Israel, porque Yavé pelea por ellos contra los egipcios».

Yavé dijo a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros de los carros».

«Se puso en marcha el Ángel de Yavé que Iba al frente del Ejército de Israel, y pasó a la retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los Israelitas». (Éxodo, 14).

Extendió Moisés su mano sobre el mar, y al rayar el alba volvió el mar a su lecho; de modo que los egipcios, al querer huir, se vieron frente a las aguas. Así precipitó Yavé a los egipcios en medio del mar, pues al retroceder las aguas cubrieron los carros y a su gente, a todo el ejército de Faraón, que había entrado en el mar para perseguirlos; no escapó ni uno siquiera.

Mas los israelitas pasaron a pie enjuto por en medio del mar, mientras las aguas hacían muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó Yavé a Israel del poder de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a orillas del mar. Y viendo Israel la mano fuerte que Yavé había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yavé, y creyeron en Yavé y en Moisés, su siervo.

EL «MILAGRO»

Pocos relatos adquieren un brillo tan fascinante como el que acabamos de leer en la Biblia.

¿Qué fue lo que ocurrió realmente en el «mar de los Cañaverales?».

Si consideramos el Éxodo, los egipcios fueron engullidos por el mar.

Si, en cambio, consultamos el libro de Josué, la versión varía.

Dice este último texto sagrado:

«… Ya sé que Yavé os ha dado la tierra —dice el capítulo 2,9— que nos habéis aterrorizado y que todos los habitantes de esta región han temblado ante vosotros: porque nos hemos enterado de cómo Yavé secó las aguas del mar de Suf delante de vosotros a vuestra salida de Egipto…».

Y más adelante, en el mismo libro (24,6-8), Josué especifica:

«Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros padres con los carros y sus guerreros hasta el mar de Suf. Clamaron entonces a Yavé, el cual tendió unas densas nieblas entre vosotros y los egipcios, e hizo volver sobre ellos el mar, que los cubrió».

Es evidente que el «equipo» de «ángeles» o «astronautas» se vio obligado a desplegar una vez más su poderosa tecnología —su «gloria»— en pro de un doble objetivo: poner a salvo al pueblo judío y dejar fuera de combate al ejército egipcio. Con ello se iba a lograr un relativo período de calma en el inminente peregrinar por el desierto y —como así fue, en efecto— un también provisional «sometimiento», por temor, de los israelitas a la voluntad de Yavé.

Los seres que integraban aquella insólita «misión» no debían ser ajenos al rechazo que sentía la población israelita hacia aquel «proyecto loco» de Moisés y de Yavé, su

Dios. ¿Por qué dejar Egipto, donde —a pesar de la esclavitud— tenían comida y techo asegurados? Allí habían nacido sus hijos y allí estaban enterrados sus mayores.

¿Por qué tener que salir precipitadamente de las tierras del Nilo para ir a morir al desierto?

Estos temores —como vemos en el Éxodo— fueron esgrimidos ante Moisés por el pueblo en cuanto las cosas empezaron a torcerse…

Era necesario, por tanto, que el «equipo» diera un «escarmiento» especialmente brutal y estremecedor, a fin de que el «pueblo se llenase de temor…».

Y los «astronautas» —seguimos suponiendo que muy a pesar suyo—, tuvieron que matar de nuevo.

Moisés, por su parte, «jugó» con ventaja ante los israelitas. Él sabía ya lo que iba a suceder. Poco antes se lo había adelantado el «equipo». El asunto era realmente tan grave y decisivo que los «astronautas» —siempre en nombre de Yavé— debieron celebrar con él, tal y como narra el Éxodo (14,1-5), una reunión previa en la que le informaron de los «detalles» de la operación.

Era lógico, por otra parte, puesto que el «equipo» tenía que fortalecer la autoridad y seguridad de su «representante» e «iniciado», Moisés.

Y llegó el «milagro».

He aquí que «se puso en marcha el Ángel de Yavé que iba al frente del Ejército de Israel, y pasó a la retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los israelitas».

La precisión del relato es total. Tal y como interpreto yo los conceptos «Ángel de Yavé» y «columna de nube» —e insisto por enésima vez en el carácter absolutamente personal de dicha interpretación—, el Éxodo nos está diciendo cómo los israelitas vieron el súbito cambio de posición de, al menos, dos naves. La «columna de nube» o nave «nodriza» dejó la vanguardia y se situó justamente detrás del campamento judío. Y otro tanto hizo el «Ángel de Yavé».

Para los israelitas —como he referido ya en otros pasajes— tenía que resultar muy difícil establecer una clara diferenciación entre los «ángeles» y sus naves. Todo venía a ser una única cosa, un único concepto, una única realidad: el «Ángel de Yavé» o la «gloria de Yavé».

Lo que parece probable es que existiera una diferencia en la forma y dimensiones de ambas naves. De lo contrario, el Éxodo hubiera hablado de dos «columnas de nube» o de un solo «Ángel de Yavé». La especificación, sin embargo, es contundente: primero «se puso en marcha el Ángel de Yavé». Después, la «columna de nube»…

Y hasta cierto punto, también el orden en los movimientos de las naves es lógico. Cualquier estratega militar envía primero sus «exploradores» o vehículos más pequeños y ligeros a «explorar» o «reconocer» el terreno y la situación. Después, llega el «grueso» del ejército: la poderosa y gigantesca «nodriza» o «columna de nube».

Estos primeros movimientos del «equipo» se desarrollaron naturalmente durante el día.

Al caer la noche, el Éxodo afirma que «la nube era tenebrosa y que transcurrió la noche sin que pudieran trabar contacto unos con otros en toda la noche».

La nueva definición de «nube tenebrosa» encaja igualmente con absoluta precisión en las actuales descripciones de aquellas naves «madres» que han sido vistas durante la noche.

En uno de los últimos casos que pude investigar sobre naves «nodrizas», precisamente en el País Vasco, los testigos —vecinos del pueblo vizcaíno de Castillo y Elejabeitia— me aseguraron que aquel objeto con forma de «cigarro» era tan descomunal que algunos de los testigos creyeron que «llegaba el fin del mundo…».

Las dimensiones del gigantesco ovni —según cálculos de triangulación, puesto que fue visto simultáneamente desde la capital de Santander— nos dejaron perplejos. Aquel aparato monstruoso pasaba de los 750 metros de longitud…

Y no es tampoco de los más grandes.

¿Qué impresión podía producir entonces a los israelitas una de estas naves —con forma o apariencia de «columna de nube»— a tan baja altura? Y no olvidemos que el aspecto de nube podía proceder de un perfecto «camuflaje», tal y como ya vimos en casos actuales de ovnis.

«… La columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los Israelitas…».

Está igualmente claro que los «astronautas» dejaron pasar la noche. Para una «operación» como la que estaba a punto de abrirse, la luz del día resultaba poco menos que esencial.

Pero las naves no perdieron el tiempo. Y dice el Éxodo que «Yavé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas».

Es posible que las naves provocaran una corriente de aire tan fuerte y prolongada que parte de las aguas del «mar de Suf» o de «las Cañas» sufriera un anormal retroceso, quedando al descubierto —y en seco, por tanto— un canal o paso, previsto para la salida de emergencia del pueblo elegido.

Y el Éxodo sigue entrando en detalles:

«… Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda».

Entrar a «pie enjuto» puede significar «sin mojarse» o «con facilidad». En cuanto a la «muralla de agua», aquí la cosa se complica considerablemente.

Ni siquiera los exégetas se ponen de acuerdo en este punto.

Mientras unos aseguran que los israelitas pasaron el mar entre esas dos «murallas» de agua, otros se inclinan por un retroceso de las aguas, que descalabró al ejército del faraón como consecuencia del reflujo.

En el fondo, tanto en un caso como en otro, lo importante es que se produjo un hecho anormal y extraordinario que permitió a unos el ponerse a salvo y a otros les aniquiló…

Ahora bien, ¿cómo pudo el «equipo de astronautas» separar las aguas o, en la segunda hipótesis, hacerlas retroceder y mantener inmóvil tan considerable masa?

Ni siquiera hoy, con nuestra fastuosa tecnología, podemos desvelar el secreto.

Tan sólo nos cabe, por tanto, seguir especulando.

Si se trató de un «callejón» entre las aguas del mar de Suf —como afirma el Éxodo— podemos pensar que varias de estas naves «clavaron» en el fondo marino sendos y largos «campos de fuerza», que pudieron actuar como sólidas paredes o muros de contención. El resto era sencillo: otras naves —incluso la gigantesca «nodriza»— hubieran llevado a cabo un «barrido» de las aguas que quedó entre las dos «cortinas». Y apareció ante los asombrados ojos de los israelitas —y no digamos del propio Moisés— todo un fantástico «callejón».

Nuestra ciencia no ha desarrollado todavía a plena satisfacción los «campos de fuerza». Pero sabemos que existen. Que son una esperanza.

En la actualidad, algunas experiencias en este terreno han demostrado que dichos «campos magnéticos o electromagnéticos», a pesar de ser invisibles, gozan de una estructura física concreta. Y pueden ser tan impenetrables como una plancha de plomo.

En la casi totalidad de los casos ovni que se registran hoy en el planeta, aparecen efectos directa o indirectamente provocados por los respectivos campos magnéticos o electromagnéticos de estas naves. Cuando uno de estos objetos se aproxima a automóviles, barcos, aviones o instalaciones eléctricas, las luces se apagan, las baterías se descargan, las ondas de radio o televisión sufren interferencias y los sistemas electrónicos, brújulas, etc., quedan bloqueados o «enloquecidos».

Es un hecho comprobado, en fin, que los ovnis se rodean o «desprenden» determinados «campos de fuerza».

¿Por qué no imaginar, por tanto, que aquellas naves pudieran utilizar dichos «campos magnéticos» puesto que, sin duda, los conocían y los tenían al alcance de su mano?

UNAS DENSAS NIEBLAS

Si nos inclinamos por la segunda teoría —el retroceso de las aguas y el posterior reflujo de las mismas— el asunto se hace más difícil.

En este caso, quizá los «astronautas» eligieron un determinado sector del «mar de los Cañaverales» y mediante un procedimiento que ni siquiera sospechamos, empujaron las aguas en una determinada dirección acumulándolas como si se tratase de una presa.

Una vez desalojado el campamento, hubiera bastado con suprimir los «campos de fuerza» que podían actuar como muros para que las aguas regresasen a su cauce natural con toda la violencia propia de la más impetuosa de las riadas.

La descarga de las aguas sobre el ejército egipcio, sin embargo, no parece que tuviera lugar durante la noche. El Éxodo aclara que fue a la llegada de la vigilia matutina —es decir, a partir de las seis de la mañana— cuando «miró Yavé desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró la confusión en el ejército egipcio».

Y surge nuevamente, como vemos, la descripción de la «columna de fuego». Señal inequívoca de la presencia de una de las grandes naves durante la noche. El texto griego del Éxodo hace alusión concreta al «transcurso de la noche». Y por su parte, el hebreo especifica mucho más. Dice «que hubo la nube y la oscuridad; y aquélla iluminó la noche».

Y Símaco añade:

«La nube era oscura por un lado y luminosa por el otro».

Esta última descripción podría interpretarse —puesto que la gran nave «nodriza» o «columna de nube» se había colocado entre ambos campamentos— como una iluminación parcial de dicha nave. La mitad de la misma, quizá la cara que daba al campamento israelita, permanecía iluminada y la otra mitad, la que veían los egipcios, en tinieblas. Esto, unido a sus indudables dimensiones, podía ofrecer —tanto para unos como para otros— el ya conocido aspecto tenebroso.

Pero, obviamente, tampoco podemos estar seguros.

Lo que sí está muy claro es que, cuando el «equipo» lo consideró oportuno, «abrió» o «alejó» las aguas y se inició la travesía. Y los egipcios, que permanecían también a la espera del nuevo día, se lanzaron en persecución de los que habían sido sus esclavos.

Parece probable que los tripulantes de las naves dejaran penetrar a los carros y a los infantes en el lecho marino, estimulando así su confianza.

Una vez en la «trampa», Yavé —dice Josué— «tendió unas densas nieblas entre los judíos y los egipcios».

Esta nueva maniobra debió frenar los ímpetus de los egipcios, que empezaron a tropezar con serias dificultades. El Éxodo añade, incluso, que «Yavé trastornó las ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad».

Tanto la niebla como las dificultades en las ruedas de los veloces y ligeros carros egipcios no parecen tener otro sentido que retrasar o congelar la carga del ejército del faraón, dando tiempo así a que la totalidad de los israelitas pudiera salir del «canal» o de la vaguada sobre la que debían volver las aguas.

«Llegada la vigilia matutina, miró Yavé desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios…» y «… las aguas cubrieron los carros». (Éxodo, 14).

Y en el instante en que las naves tuvieron la seguridad de que el pueblo de Moisés se encontraba ya al otro lado, provocaron el cataclismo.

Pero el «equipo» —consciente siempre de su «misión»— no olvida los detalles. Y antes de proceder a la descarga de las aguas sobre los egipcios, se dirige a Moisés y, posiblemente a la vista de todo el pueblo, le «ordena» que vuelva a extender su mano sobre el mar «para que las aguas se traguen a los perseguidores».

Es evidente que los «astronautas» no desperdician la menor oportunidad de fortalecer —siempre de cara a la «galería» israelita— la autoridad y la personalidad de Moisés.

Se trata, en mi opinión, de un simple gesto. Cuando Moisés extendió nuevamente su brazo hacia el mar, los «ángeles» que hacían posible el «milagro» desde el interior de sus naves accionaron los correspondientes mecanismos, desbloqueando todo el «sistema».

Y la «coincidencia» dejó maravillados a los judíos…

Ni qué decir tiene que las mencionadas «dificultades» en las ruedas de los carros del ejército egipcio pudieron estar provocadas por una paralización parcial o colectiva de las diferentes unidades.

¡Cuántos casos se dan hoy en día de ovnis que «paralizan» a los testigos y animales próximos!

Basta en realidad con hacerlos caer o envolverlos en esos mismos campos magnéticos o electromagnéticos que parecen proteger a las mismas naves, para conseguir tal efecto.

Al final volvemos al mismo dilema: ¿es que era del todo necesario que los «hombres» de Yavé provocaran esta nueva carnicería? ¿Es que no pudieron arbitrarse otros sistemas, con tal de evitar nuevas y violentas muertes?

OTRA VEZ LA COMODIDAD DE LA IGLESIA

Y aunque lo he intentado, me resisto a seguir adelante y pasar por alto la interpretación de algunos autores modernos sobre el «milagro» del paso del «mar de los Juncos».

En el comentario bíblico San Jerónimo, por ejemplo, dirigido por especialistas tan sonados como Raymond Brown, del Union Theological Seminary de Nueva York; Joseph A. Fitzmyer (SJ), de la Fordham University de Nueva York y Roland Murphy de la Duke University, se cierra el asunto con la siguiente frase:

«… la Providencia divina se sirvió en esta ocasión de una serie de fenómenos naturales».

Y para terminar de sacudirse la responsabilidad, apuntalan la afirmación con el siguiente comentario:

«El hecho no es único en la historia. Las fuentes clásicas nos dicen que el viento hizo retroceder el agua de la laguna y así pudo Escipión capturar Cartago Nova. El mismo texto bíblico nos informa del papel que desempeñó el viento, facilitando a los hebreos el cruce de las superficiales aguas del mar de las Cañas».

En mi opinión, descargar la posible explicación del hecho en los elementos y fenómenos de la naturaleza es caer nuevamente en lo fácil. En lo cómodo… Con esta postura, los teólogos y exégetas, amén de no terminar de convencer a los espíritus medianamente críticos y racionales, pueden hacer peligrar la confianza de los fieles en otras interpretaciones.

¿Qué semejanza puede encerrar el episodio de la retirada de las aguas de Escipión con la presencia del «Angel de Yavé» y de la «columna de fuego» entre los campamentos judío y egipcio, con las «murallas» de agua que se levantaban a ambos lados del camino, con las «nieblas» y con la «paralización», en fin, de las ruedas de los carros del faraón?

Al centrar la causa principal del milagroso paso entre las aguas en «los fenómenos y fuerzas de la naturaleza», los teólogos y exégetas olvidan la otra cara de la moneda: al faraón y a sus hombres[21].

Si aquel territorio se presentaba ante los judíos como poco o nada conocido, no creo que ocurriera lo mismo con los egipcios. Tanto el faraón como sus tropas —y no digamos sus cuerpos especiales de exploradores— debían moverse por los lagos amargos, zonas desérticas y orillas del actual golfo de Suez como «Pedro por su casa».

Había sido Ramsés II quien, precisamente, había hecho resurgir de nuevo las viejas minas de cobre y turquesas existentes en el monte Sinaí. Desde el Nilo hasta las montañas de la península se desarrollaba un antiquísimo camino de herradura —con una antigüedad de 3000 años antes de Cristo— por el que habían circulado siempre interminables columnas de trabajadores y esclavos. Estas minas habían sido abandonadas en varias ocasiones y ahora en la época del éxodo judío prácticamente habían sido puestas de nuevo en explotación.

Si en aquella zona semilacustre y pantanosa del mar de Suf se producían fenómenos extraños, propios de la naturaleza —cosa que dudo—, el pueblo egipcio tenía que conocerlos y mucho mejor, por supuesto, que el judío.

¿Por qué el faraón iba a caer en la trampa de uno de estos «fenómenos naturales», como apuntan los teólogos, si él y sus guerreros sabían de su alcance y peligrosidad?

Tuvo que ser «otra cosa», insisto, lo que provocó la masacre. «Algo» tan insólito y fuera de lo común que jamás hubiera pasado por la mente de los egipcios.

Y tampoco comparto el criterio de los exégetas católicos al exponer «que el viento facilitó a los hebreos el cruce de las superficiales aguas del mar de las Cañas».

Es posible que en determinadas zonas y canales del «mar de las Algas o de los Juncos», la profundidad de las aguas no fuera excesiva, pero no se puede afirmar tan rotundamente que todas las áreas fueran iguales. El texto bíblico, al menos, no habla de «aguas superficiales». Todo lo contrario. Moisés y su pueblo, y los egipcios después, estuvieron situados entre dos «murallas» de agua. Hubiera sido más que suficiente para provocar el aniquilamiento del ejército del faraón Merneptah que la profundidad del canal o del lago o del mar hubiera alcanzado los tres o cuatro metros.

Si el viento sopló durante toda la noche y secó las aguas superficiales de dicha zona, ¿qué clase de riada cayó sobre el faraón? En el supuesto esgrimido por los teólogos y expertos en las Sagradas Escrituras, el ejército enemigo podría haber cruzado la zona desecada con la misma o mayor celeridad que los israelitas.

Personalmente me resulta desalentador ese consejo o recomendación de muchos expertos que ven en «el paso del mar Rojo» un simple y bello «género literario». Pero ¿es que hay algo más cómodo y vacío a un mismo tiempo que sentenciar aquello que no se entiende como «género literario», «hermosa metáfora» o «gesta literaria»?

Otros exégetas, por ejemplo, han creído ver en este hecho milagroso una prueba más del poder taumatúrgico[22] de Moisés. No creo que el «equipo» de «astronautas» necesitase adornar la personalidad del «iniciado» con facultades de tipo paranormal. El «poder» del grupo celeste era tal que resultaba más que suficiente. Otra cosa es, como ya he mencionado, que «Yavé» aprovechara esas actuaciones portentosas para enriquecer la autoridad y personalidad de su gran «intermediario».

Hay que recordar a los eminentes doctores de la Iglesia que Moisés, aceptando la posibilidad de que hubiera sido «entrenado» o «iniciado» por Yavé, subió a la cumbre del Sinaí mucho tiempo después del «paso del mar Rojo». Tal y como comenté en capítulos anteriores, es posible que en aquellos «cuarenta días y cuarenta noches», los «astronautas» informaran a Moisés de sus planes y despertaran en él —todo es posible— las facultades taumatúrgicas a que se refieren los exégetas. Pero todo esto, como relata el Éxodo, fue posterior.

Y yo vuelvo a preguntarme: ¿es que atribuir el «milagro» del paso de Moisés y sus hombres por el «mar de los Juncos» a una elevadísima tecnología, precisamente al servicio de los planes divinos, resta o suma belleza y trascendencia a ese Gran Dios?