DUELO EN LOS ALPES

Como se vio en el primer capítulo, Italia mantenía una alianza con las Potencias Centrales por la que se obligaba a intervenir si alguna de ellas era atacada. Sin embargo, a pocos observadores les sorprendió que los italianos se mostrasen distantes con sus aliados formales al comienzo de la guerra, puesto que sus intereses territoriales eran contrapuestos a los de Austria-Hungría. Italia optó en 1914 por la neutralidad, pero pronto se alzaron voces entre los sectores más militaristas del país pidiendo entrar en la guerra para aprovechar las ventajas que supuestamente se derivarían de su participación.

Tropas italianas atrincheradas cerca del río Isonzo, en los Alpes. Los austríacos resistirían una y otra vez los ataques de los italianos, pésimamente dirigidos por el general Cadorna.

En marzo de 1915, mientras la Entente lanzaba su campaña en Turquía, los italianos se dirigieron al gobierno británico para proponer su entrada en la guerra. El precio de su intervención no era nada gravoso para los aliados, puesto que los transalpinos se conformaban con una serie de regiones y enclaves que en ese momento pertenecían a los austrohúngaros, como el Tirol, el Trentino, Trieste o Dalmacia. En abril se firmó un tratado en Londres por el que se aceptaban las pretensiones italianas. De ese modo se abriría un nuevo frente para socavar la solidez de los Imperios Centrales. La estrategia de la búsqueda del punto débil seguía su curso.

Sobre el papel, el planteamiento de esta estrategia, al igual que en Gallípoli, era muy prometedor. Las fuerzas italianas atacarían en los Alpes con cerca de un millón de hombres a un enemigo, AustriaHungría, que hacía aguas en su enfrentamiento con los ejércitos rusos y que no disfrutaba de una placentera campaña en Serbia. Los italianos, concentrados en ese único frente, podían superar fácilmente a los austríacos, cuyo ejército había sufrido duros golpes, perdiendo a sus mejores oficiales en el campo de batalla. El comandante de las fuerzas italianas, el tan caduco como arrogante Luigi Cadorna, afirmó antes de lanzar a sus tropas contra Austria que en pocos días desfilaría al frente de sus hombres por las calles de Viena.

Al igual que en Gallípoli, el desprecio por la capacidad militar del enemigo se demostraría como un pésimo compañero de lucha.

Los italianos, pese a no haber completado su preparación, iniciaron el ataque a través del valle del río Isonzo. Las tropas no disponían de artillería pesada ni contaban con aviación de reconocimiento, y a los hombres aún no se les habían suministrado cascos de acero. En cambio, los austríacos contaban con más de doscientos cañones que protegían la línea del frente. Pero Cadorna, lastrado por la doctrina militar más obsoleta, despreciaba las innovaciones y creía solamente en las cargas frontales de la infantería.

El primer duelo en los Alpes se produjo el 23 de junio. Durante dos semanas, los italianos trataron de abrirse paso por el valle, pero no lo consiguieron, dando como resultado otra guerra de trincheras como la que en esos momentos se estaba dando en tierras belgas, francesas o turcas. No obstante, las circunstancias en los Alpes eran, si cabe, aún más penosas, puesto que los soldados debían atrincherarse en riscos y peñascos, a donde debían subir los víveres y la munición a lomos de mula o izarlas con cuerdas. Con la llegada del otoño, la vida en esas desoladas cumbres alpinas fue aún más difícil, al tener que permanecer resguardados del frío y el viento, y de las temibles esquirlas producidas por el impacto de los obuses en la roca.

Cadorna intentó romper el frente en dos ataques lanzados en octubre y uno más en noviembre, sin lograr su objetivo. Una nueva intentona en este mismo mes consiguió finalmente hacer retroceder a los austríacos, pero no se tomó ninguna posición clave. La llegada del invierno paralizó el frente. La nieve, la escasez de alimentos y las enfermedades provocadas por las bajas temperaturas bloquearon cualquier iniciativa. Las cuatro batallas del Isonzo habían causado a los italianos más de 200.000 bajas, sin obtener a cambio ninguna ganancia. La búsqueda del punto débil, que debía acabar con la guerra de posiciones en el frente occidental, había fracasado.