Capítulo 1
LA GUERRA QUE COMENZÓ EN SARAJEVO
arajevo es una de las ciudades más singulares de Europa.
Pese a encontrarse en un valle rodeado de montañas —dos de ellas superan los 2.000 metros de altitud—, es una ciudad por la que ha circulado abiertamente la historia europea de los últimos siglos.
Fue fundada en 1461 por los turcos, que le dieron el nombre de Saray Jedive (Palacio del gobernador general). A finales del siglo XVII se había convertido, tras Constantinopla, en la segunda ciudad más importante del Imperio Otomano. En 1879 pasó a estar tutelada por el Imperio Austrohúngaro, siendo anexionada oficialmente por este en 1908. Tras la Primera Guerra Mundial, Sarajevo formó parte de la recién creada Yugoslavia. Pero entre 1992 y 1995 sería sometida a graves padecimientos; cercada por los serbiobosnios, que la convertirían en objetivo de su artillería y de sus francotiradores, Sarajevo se convertiría en una ciudad mártir, de la que emergería como capital de la República de Bosnia y Herzegovina.
Esta agitada historia tiene su clara plasmación en la ciudad. Allí es posible ver, en perfecta armonía, minaretes y campanarios que llaman a la oración a sus fieles; entre sus habitantes podemos encontrar una mayoría de musulmanes, así como cristianos católicos y ortodoxos, procedentes respectivamente de las vecinas Croacia y Serbia. También se advierte en la construcción de sus edificios el carácter centroeuropeo que le imprimió el Imperio Austrohúngaro, mientras que algunos adornos orientales remiten a la estética del Asia Central, importada por los turcos. No sin razón se le llamó en un tiempo «La Damasco del Norte». Sarajevo representa la ucronía de aquella Europa que pudo haber surgido del sincretismo entre las civilizaciones cristiana y musulmana.
Sarajevo ha sido históricamente un crisol de culturas. En ella han convivido razas y religiones distintas durante siglos, pero fue aquí también en donde salto la espoleta que hizo estallar la Primera Guerra Mundial.
Esta actitud abierta y cosmopolita tuvo su punto álgido en 1984, cuando deportistas de todo el mundo acudieron a Sarajevo para participar en los Juegos Olímpicos de Invierno. Todo ello hace que una ciudad mediana como Sarajevo pueda exhibir con orgullo la vitola de ser un crisol de etnias y culturas sin par. Algunos recurren a este mestizaje para explicar la reconocida belleza de sus mujeres.
Por lo tanto, si la Gran Guerra debía comenzar en algún punto de Europa, no hay duda de que Sarajevo podía defender su candidatura con toda legitimidad. Y eso es lo que ocurrió un caluroso día de verano de 1914, cuando el heredero de los Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando —cuyo nombre completo era Franz Ferdinand Karl Ludwig Josef von Habsburg-Lothringen Erzherzog von Österreich—, giraba una inoportuna visita a esa ciudad, con ocasión de unas maniobras militares. Iba acompañado de su esposa, Sofía Chotek, duquesa de Hohenberg, que se encontraba embarazada[1].
Precisamente en esa fecha se celebraba el día nacional de Serbia, aniversario de la derrota de los serbios por los turcos en la batalla de Kosovo en 1839, una fecha que conmemoraba la humillación sufrida por el pueblo serbio a manos de su enemigo histórico y que servía de estimulante para sus nunca satisfechas reivindicaciones territoriales. Lo que quizás no sabía el archiduque era que en ese lejano día, pese a la derrota sufrida en el campo de batalla, un soldado serbio consiguió introducirse en el campamento turco y, penetrando en su tienda, asesinó al sultán. Por tanto, si debía escoger un día para visitar Sarajevo, ese domingo 28 de junio no era el más indicado.
La imprudente visita del sobrino del anciano emperador Francisco José era sentida así como una nueva humillación para todos aquellos que anhelaban sacudirse el dominio austríaco e incorporarse al sueño de la Gran Serbia. Entre ellos, un grupo compuesto de siete estudiantes no estaba dispuesto a que el archiduque saliera con vida de Sarajevo. Estos jóvenes, que no superaban los veinte años, formaban parte de la organización secreta «La Mano Negra»; este siniestro nombre era debido a que cada miembro debía enrolar a otros cuatro, formando así los cinco dedos de una mano. Al frente de esta trama se encontraba el jefe de los Servicios de Información del ejército serbio.
Paradójicamente, el objetivo de este grupúsculo, el archiduque Francisco Fernando, era sensible a las aspiraciones serbias y deseaba crear un centro de poder eslavo en el sur del Imperio que se uniera a la bicefalia de Austria y Hungría. Este planteamiento despertaba muchos recelos en la propia Viena, pero tampoco parecía entusiasmar a los eslavos, que deseaban romper amarras con el Imperio y unirse a sus hermanos serbios.