30

29.jpg

notas de amor.jpg

Después de comer, las otras dos parejas acudieron a casa de Raúl. Sofía debía llevarle su ropa a Diana, y Vanessa era la que se iba a encargar de maquillarlas y peinarlas a todas, así que decidieron reunirse allí. Como era de esperarse, los cuatro se alegraron de que se hubieran arreglado las cosas entre ellos y volvieran a estar juntos.

El piso de Raúl, situado cerca de la plaza del Callao, era en realidad un estudio, que contaba únicamente con una habitación y de la que se adueñaron las chicas, por lo que ellos quedaron relegados al salón. El tiempo que precisaban para arreglarse era ínfimo comparado con ellas, así que, ya enfundados en sus esmóquines, estaban tomando algo mientras las esperaban, y Raúl aprovechó para hacerles partícipes de todo lo que le relató Diana.

―Qué hijo de puta… ―murmuraba Ángel, dejando su cerveza en la mesa de centro. Estaba sentado en el sofá, con Darío, y Raúl deambulaba por la estancia, cigarro en mano―. ¿Cómo ha conseguido esa información? ―preguntó el cantante.

―No lo sé, pero ha tenido que escarbar mucho ―farfulló el bajista―. Ese cabrón debe contar con amigos hasta en el infierno.

―Pues nosotros también ―intervino Darío, y sus dos amigos lo miraron―. ¿O tengo que recordaros que mi casi-cuñado es policía nacional? Me basta con hacer una llamada.

―¿La harías? ―le preguntó con cautela.

―¿Bromeas? ―exclamó él, un tanto molesto―. Cuenta con ello.

Y dicho esto, cogió el teléfono y se puso en pie, tras lo que caminó hacia la ventana, al otro extremo de la sala, para hablar con calma.

―Tranquilo, no llegará la sangre al río ―le dijo Ángel entonces.

―Y si llega, que llegue ―sentenció él mientras se sentaba a su lado―. A estas alturas del partido, me importa una mierda. Sentiría perjudicar al grupo…

―No digas gilipolleces ―lo cortó su amigo―. Una cosa es que nada de esto hubiera salido a la luz, ya que no tienes por qué ir aireando por ahí tu vida privada, y otra muy distinta que tu pasado eclipse tu carrera. Eres un músico excelente ―insistió―, y precisamente la prensa te tiene en gran estima; prueba de ello es la nominación de esta noche.

―Pase lo que pase, no quiero renunciar a Diana ―le confesó.

―Y no tendrás que hacerlo ―le animó, dándole una cordial palmada en la espalda―. Creo que habéis pasado la prueba de fuego.

―Eso espero… ―resopló el bajista, preocupado.

―¿Y estas mujeres por qué tardan tanto? ―quiso Ángel cambiar de tema―. ¡Chicas, que la limusina está a punto de llegar! ―gritó, para que ellas lo oyeran.

 

 

―Madre mía… ¡Una limusina! Aún no me lo puedo creer ―exclamó Vanessa en la habitación de Raúl, donde las tres jóvenes terminaban de prepararse.

Diana estaba terminando de ponerse una gargantilla que adornaría su cuello al descubierto mientras se miraba en el espejo un tanto inquieta, preguntándose si a Raúl le gustaría el vestido. Era de estilo bombonera, con falda voluminosa y recogida en tablas, y con escote palabra de honor. Además, era de un color rojo vibrante, confeccionado en mikado de seda. A la joven le fascinaba; sentía que Carlos había sabido captar su esencia y evocarla en aquel vestido en forma de sencillez pero que armonizaba con la más exquisita elegancia… era pura magia.

Vanessa le había recogido el cabello hacia atrás en un pequeño moño que le daba un toque de sofisticación y que despejaba sus facciones, resaltadas aún más por el maquillaje. Unos pendientes largos y la gargantilla completaban el conjunto.

Se giró hacia sus amigas y la peluquera estaba terminando de maquillar a Sofía. Ambas estaban preciosas, cada una a su estilo. Vanessa lucía un sensual vestido azul cobalto de corte sirena, y el de la maestra lo conformaba un favorecedor corpiño con falda larga de capa con mucho vuelo, en un tono verde esmeralda.

Sin poder esperar más y ansiosa por conocer su veredicto, Diana salió al salón. Darío estaba de pie, junto a la ventana, hablando por teléfono, y Raúl y Ángel, en el sofá, charlando. El cantante, por estar de cara hacia la puerta, fue el primero que la vio, y, sin disimular su asombro, le dio un manotazo a su amigo para que se girara a mirarla.

En cuanto lo hizo, lanzó una exclamación y se puso en pie, como impulsado por un resorte. Se la comía con los ojos conforme se acercaba… Se detuvo frente a ella y, aunque no le dijo nada, el fulgor de su mirada la estremeció.

Posó una mano en su hombro desnudo y la deslizó lentamente por su brazo, hasta llegar a la suya. Se la llevó a los labios para besarle la palma en un gesto cargado de emoción.

―Estás preciosa ―murmuró, con un brillo de devoción en sus ojos.

―Tú también estás muy guapo ―le respondió ella, que le sonreía halagada, tocando la pajarita de su esmoquin―. Te sienta muy bien.

De pronto, se escuchó un silbido detrás de Raúl; Darío había visto a su mujer, quien acababa de entrar al salón junto con Sofía, y se acercaba a ella con sonrisa lobuna.

―Como me estropees el maquillaje, te mato ―lo amenazó Vanessa.

―Solo pretendo marcarte como mía para que nadie se te acerque ―le dijo él, mordiéndole el cuello y haciéndola jadear.

―Lo que tienes que hacer es no separarte de mí en toda la noche ―le propuso ella, agarrándose a su chaqueta y dejándolo hacer―. Así yo no tendré que espantar a tus groupies.

―Y tú, ¿no me dices nada? ―se quejó Sofía ante un atónito Ángel.

El cantante no hacía más que mirarla de arriba abajo, sin atinar a pronunciar ni una palabra. De pronto, la cogió de la cintura y tiró de ella para darle un beso, lento y profundo.

―Que me la suda el maquillaje ―le advirtió a su novia al separarse.

―Es pintalabios permanente ―le dijo ella, con sonrisa pícara, y de pronto, se escuchó el bufido de Darío, que cogió a su mujer y le dio un beso de tornillo.

―¿Dejáis eso para luego? ―preguntó Raúl, fingiéndose molesto―. La limusina está abajo, así que, andando ―añadió, mostrándoles su móvil, donde acababa de recibir un mensaje del conductor.

Todos obedecieron, y él se quedó rezagado para apagar la luz y cerrar. Pero, cuando Diana se alejaba siguiendo a sus amigos, la cogió del brazo y la acercó con suavidad a él, recibiéndola con un beso tierno.

―No podía quedarme con las ganas ―le susurró, acariciando con los nudillos su mejilla―. Gracias por hacer que esta noche sea mágica.

Diana le sonrió y se mordió el labio, sin saber qué decir.

―¿Dejáis eso para luego? ―se oyó el vozarrón de Darío desde el pasillo, repitiendo sus palabras en un claro reproche.

Entonces, Raúl la cogió de la mano y salieron.

 

 

Las chicas estaban deslumbradas y emocionadas mientras disfrutaban de aquel viaje en limusina hasta el teatro donde se celebraba la gala. Hubieran podido contratar los servicios de un par de chóferes que los llevasen en automóviles no tan llamativos, pero sus novios sabían que a ellas les encantaría el detalle, y allí estaban, brindando con champán y augurando el triunfo de Raúl.

Al cabo de unos minutos, la limusina se detuvo frente a la puerta del edificio, cuyo acceso estaba delimitado por unas vallas y custodiado por guardias de seguridad para controlar a los fans que se agolpaban detrás de las barreras.

Diana no pudo evitar sentirse turbada ante la situación: los gritos de los fans al verlos, brazos estirados para tocarlos, móviles en mano en busca de la mejor foto… Sin embargo, Raúl la cogió de la mano y la acercó a él.

―Tranquila ―le susurró al oído―. Disfruta de la velada. Y sonríe, princesa. Eres aún más preciosa cuando sonríes.

Al entrar, se toparon con un grupo de periodistas que aguardaban para hacerles las fotos de rigor a los invitados que iban llegando. Diana se separó de él para que pudieran captarlo a solas, pero pronto el bajista la reclamó a su lado para que los fotografiaran juntos. Luego, siguieron a sus amigos que iban por delante, hasta llegar a un hall donde los camareros estaban repartiendo, en diversas bandejas, bebidas y algunos piscolabis.

De pronto, se les acercó Toni, acompañado de una pareja que rondaría los sesenta, y Diana no tuvo dudas sobre su identidad, porque aquella mujer de porte distinguido compartía rasgos con Raúl, al igual que su pelo rubio y sus ojos claros.

―Tío Sergi, tía Montse ―los saludó el joven con alegría, abrazándolos a ambos―. Me alegra que hayáis podido venir.

―No nos podíamos perder este día tan importante para ti ―le dijo él con voz firme y una sonrisa.

―Dejadme que os presente ―dijo, instándoles a aproximarse al resto del grupo―. Ella es Vanessa, la mujer de Darío ―empezó a indicarles―, Sofía, la novia de Ángel, y esta es Diana.

―¿Tu princesa? ―preguntó su tía con tono travieso.

―Mi princesa ―afirmó él, cogiéndola de la mano, mientras Diana sentía que el sonrojo de sus mejillas debía combinar a la perfección con el color de su vestido.

―Encantada ―atinó a decir.

―Será mejor que vayamos entrando ―propuso Toni, sintiéndose salvada.

―¿Estás bien? ―le preguntó entonces Raúl en voz baja mientras entraban al patio de butacas a ocupar sus lugares―. Por un momento creí que saldrías corriendo ―bromeó.

―Claro que no ―se defendió ella―. Es que… no me lo esperaba ―se justificó, haciéndolo reír.

―No estaba seguro de que vinieran ―le explicó―. Y quería darte una sorpresa.

―Pues te ha salido de cine ―replicó ella, ceñuda―. Pero, donde las dan, las toman, majo, así que no te relajes.

Él asintió, riéndose, dispuesto a soportar cualquiera que fuera su venganza.

A los pocos minutos, comenzó la gala, dando el discurso de apertura el presidente del gremio de periodistas musicales, tras lo que vino la primera actuación.

Diana notó a Raúl tranquilo, comentaba con ella los premios y las actuaciones, hasta que, transcurrida ya la mitad de la ceremonia, los tres músicos se ausentaron para cambiarse de ropa y subir a tocar.

Vanessa y Sofía se movieron de lugar para estar las tres juntas, dispuestas a disfrutar de la actuación de sus hombres. Tocaron «Dolor infiel», y Diana estaba segura de que Raúl tuvo mucho que ver a la hora de escoger esa canción para la gala. De hecho, apenas apartaba la mirada de ella, sonriéndole de modo sugerente, y Diana se sentía a un paso de derretirse.

A los pocos minutos de acabar su intervención, los chicos volvieron a sus asientos, vistiendo de nuevo sus elegantes esmóquines.

―Muchas gracias ―le dijo la joven, una vez se sentó a su lado.

Raúl le cogió la mano y le besó los nudillos.

―Gracias a ti por volver a mí ―respondió él, con voz muy baja mas cargada de emoción―. Pase lo que pase con ese premio, yo soy el ganador de la noche.

Diana se inclinó sobre él y lo besó, y Raúl acunó sus mejillas para profundizar su beso, que se vio cortado abruptamente cuando se anunció la siguiente categoría: en la que él estaba nominado.

La joven le dedicó una sonrisa llena de confianza mientras le cogía una mano, con fuerza, sintiendo que el nerviosismo apostaba al alza conforme el periodista encargado de dar el premio iba nombrando a todos los nominados.

―Y el galardonado es… ―silencio tenso en la sala, ni una respiración, ni un solo pestañeo, y Diana no se atrevía a girarse hacia él por miedo a perderse el momento―. Raúl Monfort, bajista de Extrarradio.

Con un grito de júbilo, Ángel y Darío se levantaron y se lanzaron sobre su amigo, quien temió por su vida al verse aplastado por ellos, aunque no podía contener esa risa nerviosa producto de la felicidad. Y cuando por fin se apartaron, tomó el rostro de Diana para darle un beso antes de ponerse en pie y encaminarse hacia el escenario para recoger el premio.

―Enhorabuena ―lo felicitó el periodista, con un abrazo fraternal.

Cuando el joven cogió la estatuilla, con forma de clave de sol, la alzó, intensificándose la ovación del público, que no había dejado de aplaudir desde que lo habían nombrado.

―Muchas gracias ―dijo, tras acercarse al micrófono―. Muchas gracias a todos ―repitió tratando de que se hiciera el silencio mientras él resoplaba mirando el premio, sin poder creerlo todavía. A Diana se le escaparon un par de lágrimas, pues Raúl brillaba cual estrella en aquel escenario en ese momento―. En primer lugar, quiero dar las gracias a la asociación por este galardón. Es todo un honor para mí. ―La gente comenzó a aplaudir de nuevo y tuvo que aguardar unos segundos para poder continuar―. Quiero dedicarle este premio a mis tíos, Sergi y Montse, porque gracias a ellos soy quien soy. A Toni, por haber creído en mí, por darme una oportunidad cuando nadie más lo hizo. Y también a Ángel y Darío, a mis compañeros de Extrarradio, mis amigos, mis hermanos… Gracias por haberme aguantado todos estos años y por haber luchado conmigo con todo lo que sois para cumplir nuestro sueño.

Dándose por aludidos, Darío comenzó a silbarle, alzando un puño en gesto victorioso, y Ángel se puso ambas manos alrededor de la boca improvisando un megáfono para gritarle que era el mejor, provocando los aplausos y risas de los asistentes.

―Sin embargo ―trató de continuar a pesar del murmullo―, hay otra persona a la que quiero dedicarle este premio, esa persona con la que todos deseamos compartir nuestros logros y por la que nos esforzarnos para ser aún mejores. Ella es Diana ―anunció, señalando hacia el patio de butacas―, la mujer que amo, la que me completa.

Al instante, el cañón de luz se dirigió directamente hacia Diana y, aunque pensó aquello de «tierra, trágame», debía reconocer que le emocionaba que le dedicase ese premio a ella.

―Princesa, tal vez quieras asesinarme después de esto ―bromeó, con una sonrisa traviesa que vaticinaba sorpresas―, pero soy muy feliz en este momento y tú podrías convertir en esta felicidad en infinita.

Diana sentía el teatro al completo observándola mientras contenía la respiración al no entender lo que pretendía hacer. Pero Raúl le sonreía, la ataba con su mirada, y ella decidió que el resto no importaba, solo sus palabras… solo él.

―Lealtad, sinceridad, fidelidad, amor, compromiso… ¿Lo recuerdas? ―prosiguió entonces, y ella asintió, rememorando el día que se conocieron y asombrada porque él se acordaba―. Quiero ser el hombre que te entregue eso y mucho más. Quiero ser tu hombre, hoy y siempre, cada día de mi vida. ―Lo vio coger aire y ella contuvo la respiración, con el corazón en suspenso―. Diana, ¿te quieres casar conmigo?

Aquel patio de butacas estalló en aplausos y vítores sin aguardar a que la joven contestara, pero no podía hacerlo porque se había cubierto la boca con una mano mientras rompía a llorar a causa de la emoción. Sofía y Vanessa fueron las que ahora se echaron sobre ella, sacudiéndola entre risas de alegría.

―Pero, contéstale, mujer ―le pedía esta última, aunque cuando Diana pudo al fin respirar y asimilar lo ocurrido, Raúl ya bajaba del escenario rodeado de aplausos y se dirigía hacia ella.

Entonces, Diana, sin dudarlo, se puso en pie y acudió a reunirse con él, encontrándose a mitad de camino con un apasionado beso. El teatro parecía que iba a derrumbarse con todos los presentes ovacionando acaloradamente a la pareja.

―Perdóname ―musitó él cuando sus labios se separaron―, pero he estado a un paso de perderte y…

―Sí, quiero ―le contestó ella, tapándole la boca con una mano, y el abrazo que le dio el joven, alzándola incluso del suelo, le dejó claro a los asistentes que la respuesta había sido afirmativa.

Cuando se sentaron, ambos recibieron la felicitación por parte de sus amigos, de Toni y de los tíos de Raúl, aunque de forma rápida pues la gala debía continuar y demasiada expectación habían levantado ya.

Sin embargo, una vez entregados todos los premios y dándose por clausurada la ceremonia, la prensa aguardaba fuera, en el hall donde se había instalado el photocall, a todos los galardonados para hacerles fotografías y una pequeña entrevista, aunque el bajista sospechaba que, sobre lo que menos le iban a preguntar era la estatuilla. Los demás lo acompañaron, manteniéndose lejos de los objetivos, hasta que uno de los reporteros reclamó la presencia de Diana.

―Por favor, ¿podrías colocarte a su lado para unas fotos? ―le pidió con amabilidad, y Raúl alargó la mano para cogerla y colocarla junto a él.

―¿Para cuándo será la boda? ―preguntó una periodista, haciéndolos reír a todos.

―Bueno, acabo de pedírselo y, por lo pronto, me ha dicho que sí, que ya es bastante ―bromeó―. El resto se verá, aunque tranquilos que seréis de los primeros en enteraros.

―¿Qué supone este galardón para ti? ―le cuestionó otro.

―Primero, es un honor, tal y como dije en el estrado ―le recordó―, y, además, sabiendo que me tenéis en gran estima, si alguna vez meto la pata, confío en que seréis benevolentes conmigo ―alegó con fingida gravedad, haciendo sonreír a los reporteros.

―¿Con meter la pata te refieres a cometer un delito? ―se escuchó de pronto una voz al fondo, tras el grupo de periodistas, y Diana sintió un letal escalofrío al reconocer, sin lugar a dudas, al dueño de esa voz.

Miró a Raúl, pero él no se percató de ello, pues su mirada se dirigía a Darío, quien asentía, respondiendo a su conversación muda. Después, el bajista la apretó contra su cuerpo, queriéndole transmitir una confianza que difícilmente compartía con él. Alfonso ya se había abierto paso a través de sus compañeros, quienes lo miraban confundidos al no entender la naturaleza de esa pregunta.

―Disculpa, ¿tú eres…? ―Raúl fingió no conocerlo, haciendo que el periodista se tensara, molesto.

―Alfonso López, de La Gaceta Valenciana ―se presentó, aunque no fuera necesario, dirigiendo su mirada llena de odio a Diana, como una última advertencia.

―Pues, si no te importa, explícate para que tus compañeros puedan seguir con sus preguntas ―le dijo, pasándole el brazo por los hombros a la joven, con toda la intención de provocarlo.

―Muy bien… ―masculló, sacando unas hojas dobladas del bolsillo interior de su chaqueta―. Tengo aquí un informe policial en el que se te atribuye una grave agresión a tu padre, hecho que quisiste ocultar cambiándote de apellido ―lo acusó duramente, mas con una expresión de victoria en su rostro al oír los cuchicheos de los presentes―. ¿Qué tienes que decir a eso?

―Pues que un buen periodista contrasta su trabajo, cosa que tú no has hecho ―espetó, con sonrisa mordaz―. Agredí a mi padre para defender a mi madre a la que estaba maltratando, siendo yo quien estuvo a punto de morir ―le narró, como si no le importara lo más mínimo hacer aquella confesión―. Se me eximió de toda culpa, señor López ―añadió con sorna―, y si me cambié el apellido fue para hacer aún más formal mi adopción por parte de mis tíos.

Los periodistas se observaban entre sí mientras entre los dos hombres se daba un duelo de miradas fulminantes, que ninguno de los dos pretendía perder.

―Sin embargo ―continuó el bajista―, es cierto que, cuando entré a formar parte de Extrarradio, y poniendo en pleno conocimiento de ello a mi representante, se optó por blindar ―pronunció, dibujando unas comillas en el aire―, esos documentos para evitar maniobras malintencionadas como la tuya, señor López, y que pudieran perjudicar, ya no a mí, sino al grupo. Fue en lo que invertí mi primer sueldo ―agregó con amplia sonrisa forzada.

Alfonso, en cambio, no sonreía, pues su cara comenzaba a enrojecer de rabia mientras su mirada se desviaba momentáneamente a los papeles que aún sostenía en sus ahora caídas manos.

―Así que te aconsejo que le preguntes a quien te haya facilitado esa información lo que significa la vulneración del derecho al honor y la intimidad, pues lo ha hecho a sabiendas de que ibas a cometer un delito ―se jactó, con visible satisfacción.

Entonces, el periodista arrugó los papeles en un puño, bufando furioso al tiempo que los ojos parecía que se le iban a salir de las cuencas de la rabia. Dio un paso hacia ellos, amenazante, pero una potente mano lo detuvo, apretando su hombro. Alfonso se giró, dispuesto a increpar a quien lo estaba sujetando, hasta que reparó en el uniforme que vestía el hombre en cuestión, al igual que el que estaba a su lado: el de la Policía Nacional.

―¿Puede hacer el favor de acompañarnos? ―le pidió el agente con tono inflexible, haciéndose cargo de la documentación, que le entregó a su compañero.

Alfonso no dijo nada, pero obedeció, no sin antes dedicarle una mirada de profundo odio a la pareja. Diana se limitó a apartar la vista de él, tratando de que no notase cuánto le afectaba lo sucedido. Sin embargo, Raúl sí lo notó; su cuerpo temblaba contra el suyo, así que le dio un beso en la frente.

―Ya pasó todo ―murmuró, cuando por fin los policías se llevaron a Alfonso.

Se hizo un silencio incómodo, denso… Los periodistas se miraban entre sí, aún confusos por lo ocurrido, y Raúl era consciente de que no tenía más remedio que enfrentar el momento como mejor pudiera y tratar de salir bien parado de todo aquello.

―¿Queréis preguntar algo más? ―los instó, un tanto resignado.

Entonces, una joven alzó un brazo, adelantándose un paso.

―Mara Sánchez, de Yo, mujer ―se presentó―. ¿Será Carlos Haro quien también diseñe tu vestido de novia? ―le cuestionó directamente a Diana, y la pareja se echó a reír, liberando tensión más que otra cosa. Después de todo, el pasado de Raúl no era tan importante, o al menos esa noche.

Tras satisfacer la curiosidad de los periodistas, se despidieron de ellos y se reunieron con su familia y amigos, quienes aguardaban en un segundo plano.

―¿Y Toni? ―quiso saber el bajista, al notar su ausencia.

―Se ha marchado con los policías, para darles toda la información que precisen ―le comentó Darío.

―Muchas gracias ―le dijo. La llamada a Andrés había dado sus frutos.

―¿Estás bien, hijo? ―quiso saber su tío, un tanto preocupado.

―Sí, no os preocupéis. Estamos de maravilla ―respondió, aunque miró a Diana para asegurarse, quien le sonrió―. ¿Os apetece que comamos todos juntos mañana para festejar? ―preguntó de repente.

―¿Mañana? ―le cuestionó Ángel, pues los planes eran sumarse a la fiesta que se celebraría después, como broche final de la gala.

―El champán de la limusina es perfecto para una celebración privada ―le contestó, guiñándole el ojo―. No os importa coger un taxi, ¿verdad? ―añadió con sonrisa traviesa, levantando una mano para despedirse―. Hasta mañana.

―Adiós ―atinó a decir Diana, que se vio arrastrada por su novio, quien le mandaba un mensaje al conductor―. Pero… Raúl… ―le reprochó ella, cuando ya alcanzaban la salida―. Eso no ha sido muy educado.

―He ganado un premio y has aceptado casarte conmigo ―le recordó él con tono socarrón―. Hoy se me permite todo.

Instantes después, el coche se detuvo frente a ellos. Tras entrar, Raúl le dio indicaciones al chófer y cerró el panel para tener total privacidad. Luego sirvió un par de copas de champán frío y se acercó a Diana, sentándose a su lado.

―¿De dónde han salido esos policías? ―le cuestionó la joven tras brindar―. Estaban en el lugar indicado, en el momento justo…

―Darío ha llamado a Andrés para que moviera un par de hilos ―le contó―. Cabía la posibilidad de que Alfonso estuviera en la gala y no iba a reprimir las ganas de enseñar esos papeles al ver que estabas conmigo.

―O sea, que me has pedido matrimonio para provocarlo ―se hizo ella la ofendida, y él se echó a reír.

―¿Atarte de por vida a un tormento como puedo ser yo, solo por provocarlo? ―bromeó―. No. Te quiero demasiado.

―Entonces, eso significa que, por mi bien, debería rechazar tu proposición… ―razonó, según sus palabras. Sin embargo, él negó categóricamente con la cabeza, cogiéndola para sentarla en su regazo.

―Has dicho que sí frente a cientos de personas. No puedes echarte para atrás.

―¿Y crees que solo por ese motivo mantendré mi palabra? ―le siguió el juego.

―Y porque me amas con locura ―alegó él con una gran sonrisa, y ella no pudo contener la risa.

―Lo admito, así que estoy perdida ―le dijo, y él correspondió sus palabras con un beso dulce e intenso, sin llegar a dilucidar qué le embriagaba más, si el champán o Diana.

―Ahora que lo pienso, ¿tú no has echado nada en falta? ―le preguntó tras volver a beber.

―¿A qué te refieres? ―se extrañó ella, sintiendo el cosquilleo de la bebida.

―A que toda petición de mano que se precie debe ir acompañada de algo ―apuntó, haciéndose el interesante.

Entonces, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una cajita de terciopelo rojo, y Diana comenzó a boquear de la sorpresa.

―Pero… ¿cuándo…?

―En realidad, esta mañana no tuve que hacer cola en el local de comida para llevar ―admitió con un brillo travieso en la mirada―. Ábrelo, anda.

La joven reaccionó por fin ante sus palabras y, tras pasarle la copa para que la dejara junto a la suya en el pequeño mueble-bar, abrió la caja. En su interior contenía un precioso solitario de oro blanco y diamantes.

―¿Me lo pones? ―le pidió ella, con lágrimas de emoción en los ojos, y él obedeció.

―Sé que ha sido una petición un tanto inusual ―admitió―, pero quería darte tu anillo cuando estuviéramos solos. ¿Te gusta?

―Es perfecto, Raúl ―le respondió, observando la sortija en su dedo.

―Como tú ―murmuró él.

Diana se echó en sus brazos y lo besó, sobrepasada por el cúmulo de sentimientos que inundaban su interior, y Raúl le correspondió con toda el alma.

―Nada ni nadie impedirá que te espere en el altar ese día ―le dijo, y notó cierta sombra de tristeza en sus ojos grises―. Creo que me malinterpretas, princesa ―le dijo él, sonriente―. Esto no es un «jamás te haría lo mismo que ese imbécil» sino un «será uno de los días más felices de mi vida».

―Entiendo ―respondió ella, más que conforme con su explicación―. Pero… ¿uno de los días?

―Contigo a mi lado no puede existir solo «el día» ―murmuró, acariciándole el rostro con los nudillos―. De hecho, ya hay varios. Y no, el día que nos conocimos no forma parte de ellos.

Diana no pudo reprimir una carcajada, efecto de las burbujas y de su forzada seriedad al decirlo, pues se notaba que estaba bromeando.

―No ha sido muy creíble, ¿cierto? ―supuso él, riéndose también.

―Me temo que no.

Entonces, acunó sus mejillas entre las manos y la miró a los ojos, con intensidad, atándola a él con aquel maravilloso azul y con la profundidad de los sentimientos que de ellos emanaban.

―Fue el principio de mi nueva vida, Diana, de la de verdad ―le susurró.

Una lágrima se escurrió por la mejilla de la joven y él la enjugó con el pulgar.

―Te quiero, Raúl.

―Y yo a ti. Infinito.

―Sí… infinito ―alcanzó a decir ella, antes de que atrapara sus labios en un beso lleno sueños y promesas… infinitas…

Cada vez que te beso
titlepage.xhtml
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_000.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_001.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_002.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_003.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_004.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_005.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_006.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_007.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_008.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_009.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_010.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_011.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_012.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_013.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_014.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_015.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_016.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_017.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_018.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_019.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_020.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_021.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_022.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_023.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_024.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_025.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_026.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_027.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_028.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_029.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_030.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_031.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_032.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_033.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_034.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_035.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_036.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_037.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_038.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_039.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_040.html