21

1.jpg

notas de amor.jpg

Aquella semana de vacaciones pasó volando para todos.

El lunes, tal y como estaba previsto, los padres de Vanessa y Alejandro volvieron a Valencia. El martes, Sofía salió por fin de la habitación. Y el miércoles, incluso se animó a bañarse en la playa, aunque apenas se metió hasta la cintura, al igual que Diana, quien salió corriendo hacia la orilla al llegarle el agua por las rodillas, bajo la atenta mirada de Raúl que se reía al oírla gritar. Para ellas, acostumbradas a la calidez del Mediterráneo, aquella ría estaba congelada. En cambio, Vanessa no se libró, pues su marido se la echó al hombro y la llevó mar adentro con él.

Darío había planeado excursiones para enseñarles la zona y también los llevó a algunos restaurantes para que disfrutasen de la gastronomía gallega. Sin embargo, la mayoría del tiempo, él y Vanessa desaparecían del mapa, como era de esperar. Cuando eso sucedía, las otras dos parejas quedaban para dar una vuelta o tomar algo, si salían de su habitación, que tampoco era muy a menudo.

A mitad de semana, Raúl había decidido secuestrar a Diana. Fue a su habitación y metió todas sus cosas en la maleta para llevarlas a la suya, obligándola a mudarse, aunque ella tampoco se hizo de rogar. Una cálida emoción la recorrió al ver que él comenzaba a colocarlas en el armario. En realidad, pasaban todo el día juntos, y las noches, y Diana acababa haciendo incontables viajes a su habitación en busca de ropa.

Estaban siendo unos días maravillosos, sobre todo al compartirlos con él, y una punzada se le clavaba en el pecho al pensar que, al llegar el domingo, la magia se rompería y volverían a Valencia, cada uno a su rutina. Se verían, de eso no tenía dudas, pues Raúl le había dejado muy claro que quería estar con ella, pero se había intoxicado de él, de su olor, sus caricias, del sabor de sus besos, de la forma en la que le hacía el amor. Todo desaparecía a su alrededor para quedar solo ellos, como en una burbuja que temía que se rompiera al volver al mundo real: ensayos, giras, fama… y ella esperaba encajar en todo eso, pues no era más que una chica sencilla que había vivido inmersa en sus estudios y su trabajo en los últimos años.

Iban a coger el último vuelo de la tarde, y todos, incluido Toni, del que apenas habían sabido nada en esa semana, acudieron a comer a casa de los padres de Darío, para despedirse. Como cabía esperar, fue una comida copiosa, pues Carmen se esforzó en agasajarlos, y comieron tanto que Diana apenas podía caminar de camino al hotel.

Al llegar, y animada por el propio Raúl, se echó una siesta. Por suerte, esa mañana ya había empezado a recoger sus cosas y a preparar la maleta, así que durmió un rato. Al despertar, nada más abrir los ojos, pensó que le había venido bien, pues ya no se sentía tan pesada. Sin levantarse, buscó con la mirada a Raúl. Lo halló no muy lejos de ella, sentado en un butacón con un libro en las manos. No podía ver el título, pero, por la portada, reconoció que era uno de los últimos Premios Planeta. La imagen era cuanto menos singular. Iba vestido con unos vaqueros rotos, una camiseta negra que remarcaba su fibroso cuerpo y sus pies descalzos descansaban en un escabel, mientras su melena rubia caía hacia adelante; la efigie de la rebeldía amansada por aquel libro que sostenía en sus manos y que leía con total atención, tanta que ni siquiera escuchó el ruido de la sábana cuando Diana se giró y se apoyó sobre un codo, observándolo.

Por un instante, se preguntó cómo sería todo si aquel hombre no fuera el bajista de Extrarradio, sino un simple estudiante de Telecomunicaciones. Sin duda, resultaría más sencillo. Sin embargo, la realidad era la que era y debía dejar sus miedos a un lado, por Raúl, por los dos.

Se puso en pie y caminó hacia él. Iba descalza, con nada más que una camiseta de tirantes y las braguitas. Se colocó detrás y alargó los brazos para rodear su cuello, estrechándolo e inclinándose sobre él. El joven estaba tan concentrado en la lectura que se sobresaltó.

―Perdona, no quería asustarte. ¿Es interesante? ―preguntó, apartándose.

Sin embargo, Raúl cerró el libro y lo lanzó sobre el escabel mientras a Diana le agarraba un brazo y la hacía moverse alrededor del butacón para acomodarla en su regazo.

―Sí, pero tú lo eres mucho más, princesa ―le dijo, sonriéndole con aquella mirada azul que a ella la hacía temblar―. ¿Cómo te ha sentado la siesta? ―quiso saber mientras acariciaba con la punta de los dedos una de sus piernas.

―Bien ―respondió, tragando saliva. ¿Cómo era posible que ese suave toque la afectara tanto?

―¿Seguro? ―insistió él, escéptico ante su actitud. ¿Acaso no comprendía que él era el motivo de su inquietud?―. Tu respiración parece agitada ―añadió mientras su mano serpenteaba por debajo de la camiseta hasta llegar a su piel. Y, al ver esa sonrisa lobuna en su rostro, Diana lo comprendió todo.

―¿Lo estás haciendo adrede? ―lo acusó.

Raúl asintió con deje travieso al tiempo que se inclinaba sobre ella para capturar su labio inferior y mordisquearlo con suavidad.

―Estabas medio desnuda, en mi cama. ¿Sabes lo que me ha costado respetar tu siesta y no despertarte a besos? ―murmuró―. Me moría por hacerte el amor, y he tenido que echar mano de este libro para centrar mi mente en otra cosa.

―Pobrecito ―bromeó la joven con falsa preocupación, y Raúl hizo una mueca, como si lo hubiese herido en lo más hondo. En venganza, comenzó a hacerle cosquillas―. ¡Para! ―le pidió entre carcajadas, retorciéndose para esquivarlo, hasta que se puso en pie, alejándose de él.

Pero, entonces, él también se levantó y, en un par de zancadas, llegó hasta ella. Rodeó con un brazo su cintura y con la otra mano la agarró de la nuca y la acercó a él, asaltando de forma repentina y ardiente su boca. Diana se sostuvo de su cuello y correspondió su beso, que cada vez se hacía más apasionado y profundo. El roce de sus lenguas mandaba chispazos a lo largo de su cuerpo y que se concentraban en un único punto, estremeciéndola la excitación, rápida y fulminante, que ese hombre podía provocar en ella con solo besarla. La mano de Raúl bajó hasta su trasero, masajeándolo con suavidad y apretándola contra su cuerpo para que notase lo acuciante de su necesidad. Tal y como ella ya lo necesitaba a él…

―Voy a darme una ducha, y tú, conmigo ―lo oyó murmurar sobre sus labios con voz ronca, sin darle opción, aunque ella tampoco iba a replicar―. Vamos a despedirnos de esa bañera gigante como Dios manda ―sentenció, llevándola hasta el baño sin separarse ni un instante de su boca.

―Raúl, tengo que terminar de hacer la maleta ―lamentó ella, aunque se dejaba arrastrar por él.

―Tu maleta ya está lista, a excepción de una muda de ropa para el viaje ―le dijo, deteniéndose cerca de la bañera.

―¿Qué…?

El bajista la calló con un beso, ávido y delicioso, y que a ella le hizo derretirse en sus brazos. Luego, le quitó la camiseta de tirantes, haciendo lo mismo con la suya, y la miró con ojos hambrientos.

―Voy a extrañarte, princesa ―murmuró, entremezclándose en su voz el deseo y el amor que sentía por ella―. Me he vuelto adicto a ti… a tu sabor, al calor de tu cuerpo, a tenerte así…

La pegó a él, asaltando sus labios con vehemencia mientras sus pieles desnudas ardían con el contacto.

A Diana le habría encantado responderle que ella se sentía igual, pero se vio envuelta en la pasión de Raúl, perdiéndose sin remedio en aquel fuego que los consumiría a ambos.

notas de amor.jpg

Ya era tarde cuando desembarcaron en el aeropuerto de Manises. Tras recoger el equipaje, las tres parejas, junto con Toni, se dirigieron a la salida.

Darío y Vanessa cogieron un taxi para volver a casa de la joven. Ángel, por su parte, iba a tomar otro para llevar a Sofía a Aldaia, por lo que le aseguró a Raúl que dejaría a Diana sana y salva en su casa. Debía madrugar al día siguiente para ir a la clínica y era mejor que se despidieran allí, y él se marcharía al hotel con el manager.

―¿Nos vemos mañana? ―le preguntó el bajista con suavidad a la chica, cogiéndole ambas manos, mientras Ángel y Sofía subían al coche.

―Si quieres… ―respondió ella, con mirada cándida, haciéndolo sonreír.

―Sabes que sí ―le dijo, acariciando su mejilla. La atrajo hacia él y la besó en la boca, despacio y profundo, como si quisiera devorarla.

―¡El taxímetro corre, príncipes! ―los interrumpió Ángel, sacando la cabeza por la ventanilla del asiento trasero.

Raúl le hizo un poco elegante corte de manga y su compañero se echó a reír. Entonces, Diana se puso de puntillas para darle un breve beso. Él trató de atrapar su cintura y abrazarla, pero ella se escapó, dibujándosele una sonrisa traviesa en los labios.

―Hasta mañana ―se despidió la joven, tras lo que entró en el taxi, en el asiento del copiloto, y vio que Raúl se quedaba allí, mirando cómo se alejaba el vehículo hasta que desapareció de su vista.

Desde el aeropuerto, apenas se tardaban diez minutos en llegar a Aldaia, pero a Diana le daba igual el trayecto porque iba en una nube. Esos días compartidos con Raúl habían sido inigualables y no los olvidaría jamás, pasara lo que pasara. Sintió un leve pinchazo en el pecho, ese recordatorio de que las cosas van bien hasta que, de repente, se frustran, sin que se pueda hacer nada por evitarlo. Ella no pudo evitar que Alfonso la dejara por otra… Aunque, bien pensado, aquello no fue el ideal de relación, más bien lo contrario, especialmente si lo comparaba con todo lo que Raúl le hacía sentir, lo que había compartido con él en esos ocho días. Jamás dio tanto… y nunca recibió tanto, porque Raúl se le había entregado por entero. Era tan feliz…

El taxi la dejó a ella primero en su casa. Cuando salía del coche, Ángel ya se estaba haciendo cargo del equipaje, ofreciéndose a subirla hasta su casa. Sofía bajó la ventanilla para despedirse de ella y, después, su amigo, maleta en mano, se negó a que pagara su parte de la carrera. Con un mohín disconforme, Diana abrió la puerta de su casa y el cantante la siguió.

―Muchas gracias ―le dijo con una sonrisa.

―Servicio completo ―respondió cuando se la dejó en el pequeño rellano―. Tu novio no tendrá queja ―protestó por lo bajo, bromeando―. Mándale un mensaje o me pedirá cuentas.

―No seas exagerado ―replicó ella, un tanto avergonzada, mientras jugueteaba con las llaves.

―Nunca había visto a Raúl así, y a ti, tampoco ―añadió, y ella entendió a lo que se refería.

―No se puede comparar ―admitió la joven, iluminándose su mirada―. Raúl es…

De pronto, se abrió la puerta, sobresaltándolos.

―Hija, ¿con quién hablas? Uy, hola, Ángel.

―Hola, señora Magdalena ―la saludó el cantante, dándole un par de besos―. ¿Qué tal el viaje?

―¡Para repetir! ―respondió, con entusiasmo, mientras el joven pensaba en lo parecidas que eran: menudas, pelo negro, ojos grises…―. Hemos llegado hace un rato. Y vosotros, ¿qué tal? ¿Y la boda? Qué mala pata no haber podido ir. Pero ¿quieres pasar? ―añadió, sin apenas respirar. En eso, en cambio, eran diferentes. Magdalena era un torbellino, mientras que Diana era más comedida.

―No, gracias. Sofía me espera en el taxi ―le dijo con una sonrisa.

―Un día tenéis que venir a comer ―le exigió, porque era mucho más que una invitación.

―Eso está hecho ―se rio él―. Me marcho ya.

Se acercó a ella para darle dos besos más, y luego hizo lo mismo con Diana.

―Lo que me ibas a decir a mí, díselo a él ―le susurró al oído, sin que Magdalena se diera cuenta.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de la joven, y que Ángel entendió como una afirmación, tras lo que se marchó. Entonces, Diana entró en casa y, tras saludar a su padre y su abuela, se dirigió a su habitación, seguida muy de cerca por su madre.

―Bueno, cuéntame ―le pidió, sentándose en la cama con cierta impaciencia mientras su hija empezaba a deshacer la maleta―. ¿Cómo iban los novios?

Con una sonrisa, Diana sacó su móvil para enseñarle algunas fotos que había hecho antes de que empezara el convite, deteniéndose ella en una en la que aparecían los seis juntos.

―Qué guapo es su marido ―exclamó Magdalena con cierto tono exagerado y que hizo reír a su hija―. ¿Y quién es este? ―preguntó de pronto y, aunque no cabía duda, de igual modo Diana estiró el cuello para mirar la pantalla―. A este chico le gustas ―sentenció, de repente, y Diana sintió que toda la sangre de su cuerpo acudía a sus mejillas.

―Ma… Mamá…

―Fíjate en cómo te mira ―señaló con sonrisa pícara.

Diana obedeció, más que nada porque tenía mucha curiosidad por saber el motivo por el que su madre había llegado a esa conclusión.

En la fotografía, estaban los seis en fila. Vanessa y Darío, en el centro, abrazados. Sofía y Ángel a un lado; él le pasaba un brazo por los hombros y ella apoyaba una mano en su torso. Y al otro lado estaban ella y Raúl, juntos, aunque sin tocarse. Ella sonriente, con la vista hacia el frente. Él, en cambio, la estaba mirando, y era la viva imagen de la devoción. La joven sintió una corriente de calidez recorrerla…

―¿Y tú por qué estás tan colorada? ―reparó entonces Magdalena―. ¿Te gusta? ―la interrogó su madre, gratamente sorprendida.

Su hija se apartó y se colocó un mechón detrás de la oreja, apurada, mientras volvía su atención a la maleta.

―Yo diría algo más que gustar ―murmuró, un tanto avergonzada. No imaginaba que le costaría tanto decírselo…

―¿Y por qué no me lo habías contado? ―le recriminó, aunque sin mucha dureza―. Diana… ―Su madre alargó el brazo y le tomó la barbilla para que la mirara.

―Estoy enamorada de él. Y él, de mí ―le confesó, y una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de Magdalena. La cogió del brazo y la obligó a sentarse a su lado.

―Llevo cinco años esperando que salgas de estas cuatro paredes ―le dijo, y su hija resopló.

―Mamá…

―Ya iba siendo hora de que conocieras a un chico que valga la pena ―insistió―. Porque, ¿él…?

Diana entendió su preocupación y le estrechó la mano.

―Es un hombre increíble ―le confirmó con la mirada brillante, llena de una emoción que enterneció a Magdalena―. Toca con Ángel en el grupo y… bueno ―titubeó―. Él me ayudó a quitarme a Alfonso de encima. Fue quien compró el piso. ―Su madre la miró con asombro―. Eso hizo que pasáramos tiempo juntos y… una cosa llevó a la otra. Estos días en Galicia han sido fantásticos, y espero que sigamos igual ahora que hemos vuelto.

―¿Y por qué no iba a serlo? ―objetó, chasqueando la lengua.

―Es famoso… guapísimo…

―Tonterías ―la cortó ella mientras sacudía la mano, restándole importancia―. Vive un poco, hija, te lo mereces.

―Gracias, mamá ―dijo la joven.

Magdalena se inclinó y le besó la mejilla.

―Entonces, si una noche no vienes a dormir, no tengo por qué preocuparme, ¿no? ―preguntó con toda la intención.

―¡Mamá!

―¿Crees que me chupo el dedo? ―se rio―. A tu edad ya os tenía a tu hermano y a ti.

―Ahórrate los detalles ―le pidió, como si estuviera escandalizada.

―Vale, vale ―se rindió, tras lo que se puso de pie―. ¿Quieres cenar algo?

―No me hables de comida ―gimió, rodeándose la cintura con un brazo―. A mediodía, la abuela de Darío se ha empeñado en cebarnos y creo que voy a estar a base de ensaladas toda la semana.

Su madre se echó a reír de nuevo.

―¡Qué pena no haber ido! ―repitió ya en la puerta―. Bueno, al menos tómate un vaso de leche o algo.

―Sí, mamá, tranquila ―afirmó mientras se centraba otra vez en la maleta―. Ordeno esto y me acuesto. Mañana madrugo.

Su madre asintió con la cabeza tras lo que la dejó sola. Pero Diana ya no siguió con la ropa. Cogió su bolso que estaba también en la cama, sacó el teléfono y comenzó a teclear.

«Hola, cara de ángel», escribió.

A Raúl le vibró el móvil en el bolsillo de los vaqueros. Lo miró y sonrió al ver que era un wasap de Diana.

«Hola, princesa. Ya te echo de menos. ¿Ángel te ha dejado en casa?», respondió él.

«Hasta me ha subido la maleta»

«Es que, si no, se lleva una colleja en cuanto lo vea mañana»

«Tranquilo. Extrarradio puede seguir conservando a su líder»

El joven rio por lo bajo.

«Raúl…»

«Dime»

«Te quiero»

El joven creyó que el corazón le iba a estallar contra las costillas. Se lo habrían dicho, el uno al otro, miles de veces en esa semana, pero la emoción que le provocaba seguía siendo la misma que cuando se lo escuchó decir la primera vez.

«Yo también te quiero, princesa»

Sonrió al ver que ella le enviaba una carita con las mejillas coloradas.

«Voy a terminar de sacar la ropa de la maleta y me voy a la cama. Mañana no habrá quien me levante»

«Sueña conmigo »

«Suelo hacerlo…»

«¿Cómo?»

«Buenas noches»

El joven rio por lo bajo, sabiendo que por teléfono no conseguiría que se lo aclarara. Pero ya encontraría el método para interrogarla de forma infalible y satisfactoria… para los dos….

«Buenas noches, princesa»

Aún sonreía cuando ella se desconectó, y Toni carraspeó a su lado.

―¿Era tu novia? ―preguntó, aunque no esperó a que respondiera―. Seguro que la redactora de la revista que os va a hacer el reportaje se puso a dar saltos de alegría cuando la llamé para avisarla del cambio de planes.

―¿Ese tono de cachondeo se debe a algo en especial? ―replicó el joven, fulminándolo con la mirada, y el manager se echó a reír.

―Ver a mis chicos babeando por tres mujeres tiene su gracia ―admitió―, pero lo que hagáis con vuestra vida privada me importa un cuerno. Mientras no os convirtáis en unos rockeros moñas…

―Eso no es verdad ―objetó de pronto―. Sí que te importa nuestra vida. Siempre dices que eres algo más que nuestro representante ―le recordó, con un tono que asemejaba mucho al agradecimiento―. Y lo demuestras ―añadió, haciendo que Toni se removiera en el asiento.

―Pues, si lo tienes tan claro, no te importará que vaya al grano ―decidió―. ¿Has hablado con Diana?

―No ―fue su escueta y seca respuesta.

―Deberías ―insistió él.

―Ya lo sé, pero no es fácil ―apuntó, haciéndole una mueca, pues el manager lo sabía muy bien―. ¿Acabo de encontrarla y ya quieres que la espante?

―Es mejor que se enamore de ti hasta la médula para que te perdone cualquier cosa ―ironizó.

―Te equivocas de hombre, Toni ―dijo con voz monótona y dura―. Yo no soy Ángel. No me siento culpable.

―Y, tal vez, eso es lo que te tortura ―quiso provocarlo él, mirándolo con interés―. ¿Te creerías mejor persona si te dieras golpes de pecho por lo que pasó?

―No lo sé ―resopló, mortificado―. Pero no se trata de lo que yo crea, sino de lo que crea Diana. Temo no ser lo que ella espera…

―El hombre perfecto no existe ―murmuró el manager con sorna.

―Tal vez. Pero Diana se lo merece, y tengo miedo de no ser yo ―sentenció de forma rotunda, y destilando una amargura que hizo enmudecer a Toni.

Una atmósfera densa enrareció el ambiente, dando la conversación por zanjada. Raúl volvió la vista al móvil, que aún sostenía en su mano, y releyó su conversación con Diana.

«Raúl…»

«Dime»

«Te quiero»

Y rogó por que eso no cambiara nunca.

Cada vez que te beso
titlepage.xhtml
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_000.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_001.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_002.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_003.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_004.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_005.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_006.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_007.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_008.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_009.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_010.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_011.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_012.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_013.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_014.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_015.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_016.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_017.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_018.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_019.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_020.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_021.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_022.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_023.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_024.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_025.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_026.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_027.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_028.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_029.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_030.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_031.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_032.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_033.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_034.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_035.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_036.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_037.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_038.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_039.html
CR!ZJ9279GRN91VB68JCG4RJ6RRWEG7_split_040.html