Pájaro solitario

En noviembre de 1853 sus muchas amistades de San Petersburgo lograron la anulación de su condena de destierro y pudo volver a la capital. Antes, había hecho un rápido viaje, acaso de incógnito, para encontrarse con Paulina, que había ido a Moscú a dar unos conciertos. Pero, debido a alguna razón desconocida, ella dejó de escribirle en los dos años siguientes, y de esa época es una frase de Turguénev que el poeta Fet recoge en sus Recuerdos y que refleja la extraña relación con la cantante: «Estoy sometido a la voluntad de esa mujer. No conozco verdadera felicidad sino cuando una mujer me pone el pie en la nuca y me hunde la cara, con la nariz por delante, en el barro»[61]. Sin embargo, le escribía desde Spásskoye, y los términos de sus cartas dejan pocas dudas sobre la naturaleza de sus sentimientos hacia ella: «Querida, buena, generosa, prodigiosa amiga, usted que es la mejor del mundo, deme sus manos queridas para besarlas». Y otra carta comienza así: «Querida mía, buena señora Viardot, la mujer más bondadosa, amada y mejor, ¿cómo está? ¿Ha debutado ya? ¿Se acuerda frecuentemente de mí?». Tenía él entonces treinta y cuatro años y un estado de ánimo apropiado para escribir Dmitri Rudin, la primera novela larga donde se hace materia literaria la certidumbre de cuán difícil es para ciertos hombres indecisos lograr la felicidad; la escribió durante el verano del año 55 en Spásskoye y se publicó, junto con otros relatos, a finales del 56. Otros cuentos, escritos antes de su regreso a Francia, presentan temas de frustración y renuncia, como Yákov Pásinkov.

Aunque ya libre, Turguénev no pudo marchar al extranjero como era su deseo; la guerra de Crimea había estallado y el cierre de fronteras duraría tres años. Las ambiciones de Nicolás I le llevaron a enfrentarse con Turquía, pero las potencias europeas, recelosas del poder ruso, le declararon la guerra y, tras la desgraciada campaña de Crimea y la toma de Sebastopol, hubo de acceder a la paz de París en marzo de 1859. En julio de ese año Turguénev pudo salir de Rusia para ir a Francia y, desde entonces, vivió en Europa hasta el fin de sus días, haciendo sólo cortas visitas a la madre patria, entre otros frecuentes viajes realizados en una época en que viajar no era cómodo ni fácil.

Había pasado seis años lejos de Francia y de la amistad que pudo haber logrado tanto de Paulina como de su marido, pero este largo paréntesis en la relación no debió de contar para él, pues fue directamente a Courtavenel. Al parecer, invitado por el matrimonio, según cuenta Paul Viardot, el hijo de Paulina, en su libro Souvenirs d’un artiste: «Vino a descansar de la prisión rusa (conmutada por deportación), pena a la que fue castigado después de la publicación de las Memorias de un señor ruso, que crearon en gran parte el movimiento a favor de la abolición de la esclavitud»[62].

Turguénev volvió a encontrar a sus amigos y con ellos a su hija Pelagueya, a la que no veía hacía años y que estaba convertida en una adolescente de educación francesa; había olvidado su lengua natal, incluso su nombre sufrió un cambio y de Pelagueya pasó a llamarse Pauline, Paulinette. Su vida en el seno de aquella familia no era todo lo feliz que el padre suponía y habían surgido roces con la hija mayor de los Viardot, Louise. Tuvo ésta siempre un carácter difícil, quizá porque al poco de nacer fue dejada en manos de George Sand, ya que los padres tenían que viajar constantemente, y cuando la recogieron, la niña no les reconocía. De mayor, creó en la familia un clima tormentoso, agravado por el hecho de que su matrimonio fue extremadamente conflictivo. Por la correspondencia de Turguénev con Paulinette vemos que sus desavenencias se fueron convirtiendo en franca aversión hacia madame Viardot, hasta llegar a la rotura definitiva años después.

Turguénev vivió allí unos meses al parecer feliz, no sólo por la proximidad de Paulina sino por encontrarse en el ambiente intelectual francés que tanto le agradaba. Se relacionó con Prosper Mérimée, con Berlioz, con Gounod, con George Sand, de la que fue un fiel amigo hasta su muerte.

Pero en el otoño de este mismo año parece que una causa no determinada originó entre él y Paulina un enfriamiento de relaciones. Volvió a París y tomó un apartamento en el 210 de la rue Rivoli (hoy una placa en esta casa lo recuerda), donde se instaló con su hija y la institutriz de ésta. Le aquejaban dolencias, viajó en busca de médicos y remedios y entró en una época de tristeza y depresión.

Ningún biógrafo suyo había observado esta «crisis» hasta que Yevgueni Semiónov, al estudiar las cartas del escritor a su hija y a su amigo Vasili Botkin (publicadas en Moscú en 1931), llegó a la conclusión de que había sobrevenido entre ambos una ruptura que duró aproximadamente unos cinco años[63]. Semiónov dedujo que ésta debió de producirse en noviembre del 56, pues hasta entonces la correspondencia del escritor a sus amigos le muestra contento, con el paréntesis de un viaje a Londres en septiembre, donde, por cierto, estaban los Viardot. La opinión de otros biógrafos reduce esta «crisis» a una razonable adaptación de Turguénev a la única relación posible con una mujer que no le veía hacía varios años y que probablemente no concedía a la amistad del ruso todo lo que éste esperaba a su llegada a Francia. La situación de ambos era diferente, pues él atribuía a aquella familia una importancia afectiva capital, mientras que para Paulina el recién llegado no contaría apenas en su intensa vida profesional y amorosa.

El 16 de noviembre, en una carta a Tolstoi, le describía así su vida: «Estoy aquí retenido por una antigua amistad, indisoluble, con una familia, por mi hija… Si no fuera por eso, hace mucho que me hubiese marchado a Roma con Nekrásov».

Sin embargo, el 6 del mismo mes le había comunicado a Botkin que se trasladaba con su hija y la institutriz a la rue Rivoli, donde durante varios años tendría su casa. Por primera vez dice que añora la divertida vida en Courtavenel; no obstante, Paulina le visitaba en su nuevo piso, lo que demuestra que las relaciones no estaban rotas. Paulinette, que ya es consciente de lo que ocurre, se extraña de la presencia de la cantante actuando como si fuera la dueña de la casa, e inicia una táctica de oposición que cada día acentuaría más.

También a Botkin le cuenta: «Trabajo por las mañanas (el plan de una novela lo tengo en la cabeza completamente abocetado y ya he escrito las primeras escenas)». Se refiere a Nido de nobles, novela estrechamente relacionada con este período, pero los manuscritos corren mala suerte pues, según otra carta, de principios de marzo del año siguiente, en un acceso de jandrá, los ha destruido: «hace tres días no he quemado (temía caer en la imitación de Gogol) pero sí he roto y tirado al váter todo lo que había comenzado, planes, etc.». Esa tristeza sorda, desesperada, la jandrá rusa, tan típica, iba ya a acompañarle durante mucho tiempo.

Con el año 57 comenzó para él una época incierta, de peregrinar sin rumbo fijo; hace «vida de gitano», según sus propias palabras: viaja por Europa, va a Londres, a Italia, a Suiza. El pretexto es consultar a varios médicos, pero viajes tan continuados extrañan. Émile Haumant, uno de sus biógrafos franceses, escribe: «En verdad que estos desplazamientos tienen motivos más precisos que la “naturaleza errante del hombre ruso”».

Su mal humor, sus cartas pesimistas, su intranquilidad, no se deben sólo a motivos de salud. Escribe a Paulinette pidiéndole noticias de madame Viardot porque ésta no le escribe. Pero al recibir la noticia del nacimiento del cuarto hijo de Paulina, que se llamaría Paul, el 21 de julio, envía al matrimonio una carta jubilosa con exclamaciones en cinco idiomas: «Hourra! Urá! Lebe hoch! ¡Viva! Evviva! Vive le petit Paul! Bravo!». Paulina, después de Louise, la primogénita, había tenido dos hijas, Claudie en 1852 y Marianne en 1854; tres años después vendría el único varón. Los síntomas del embarazo de Paulina aparecieron en el mes de octubre, por tanto no fue una sorpresa este nacimiento que ha guardado su secreto si no se toman en consideración los rumores de la época, atribuyéndole la paternidad a Turguénev. Lo único seguro es la incógnita del tipo de relación que le unió con la cantante en aquel verano del 56, pero se ha de tener en cuenta la opinión del hijo de Paul, Jacques-Paul Viardot, que ha vivido hasta nuestros días y que afirmaba no tener seguridad absoluta de si su abuelo fue Viardot o el ruso invitado. A Courtavenel, Turguénev reincide en ir una larga temporada, en ausencia de Paulina, de fines de agosto a mitad de octubre; por entonces confiesa a su amigo Ánnenkov: «Es la única mujer que yo he amado y que amaré siempre»[64]. Viaja a Roma y el 24 de noviembre, en carta a Nekrásov, exclama patéticamente: «¡No! Vivir así es imposible. Basta de estar al borde del nido ajeno. Si no se tiene, no hace falta ninguna». Por primera vez manifiesta tan abiertamente su conciencia de carecer de familia y de hogar, pero no renegó de su vida de soltero. No quiso fundar una familia, se sintiera o no con aptitudes para ello; eludió dar este paso que le equipararía al padre pero que sin duda le sometería a la sujeción doméstica, dependencia al parecer para él más odiosa que la misma soledad.

Turguénev podría ser el eterno hijo doliente, que se aleja de la casa paterna y sin embargo no la sustituye con otra propia. Es la secuela de la distanciación con los padres, y la casa de éstos es sólo un lugar que se visita, donde se rastrean unos vestigios pero donde no se puede afincar porque serían necesarias unas condiciones que ya la misma desaparición de los padres hace impensables. Unos años antes de morir, en uno de sus famosos Poemas en prosa, da paso a esta conmovedora vivencia que fue sin duda una de las varias y poderosas razones que hicieron de él un ser desgraciado: «¿Adónde dirigirme? ¿Qué hacer? Soy como un pájaro solitario, sin nido, que se posa perplejo en una rama pelada y seca… Duro es quedarse, pero ¿adónde remontar el vuelo?»[65]. Reflexión que había repetido, con distintas palabras, al poner fin a Asia, novela escrita en pleno período de crisis: «Condenado a la existencia solitaria del hombre errante, sin hogar, llego al final de mis tristes horas». Es una visión de sí mismo totalmente subjetiva porque en aquella época él era ya un escritor consagrado, que publicaba incesantemente, sin grandes problemas económicos, disponiendo entonces de una casa en París donde vivía con su hija, pero se ha de reconocer que las situaciones psicológicas no tienen siempre una realidad demostrable; únicamente son válidas para quien así las vive en la lógica de su intimidad.

La estancia en Roma le serena y reanuda el trabajo en Nido de nobles. En mayo del año siguiente va a Londres para entrevistarse con Herzen, al que facilitó, con destino a su revista Kólokol, mucha información sobre el período anterior a la liberación de los siervos.

En el verano del 58 Turguénev trabajó con los comités de propietarios que había formado el Gobierno para estudiar el proyecto de ley que daría la libertad a los siervos. Tras muchas deliberaciones, y a fin de vencer los obstáculos que se presentaban, el zar la promulgó por ucase, el 19 de febrero de 1861. Se atribuyó a la obra del escritor haber orientado a la opinión pública a favor de los muzhiks.

Mientras tanto, Paulina parece distante. En algunas cartas a Paulinette, el escritor pregunta insistentemente por ella y encarga a la muchacha que le transmita sus recuerdos. Sin embargo, en abril del 58 hizo un viaje a Leipzig, donde Paulina actuaba en un teatro, y puede pensarse en una cierta reconciliación porque la acompaña a Londres y después, en su visita anual a Rusia, recibe varias cartas de ella. En junio escribe a su hija: «He recibido una carta de Mme. Viardot que me da la triste noticia de la muerte de M. Scheffer, es un duro golpe para ella»[66]. Ary Scheffer, un pintor holandés, autor del más conocido retrato de Paulina, era uno de los muchos amigos de los Viardot y para la cantante fue un leal consejero. Se ha sospechado una relación más íntima entre ambos, pero no parece probable, porque Scheffer asumía un papel, más bien, paternal. Es seguro que Paulina mantuvo amistades amorosas a lo largo de su vida, pero no existen datos reveladores. Por ejemplo, se sintió atraída por un violinista alemán, Julius Rietz, pero esta pasión no llegó a concretarse pese a la insistencia de ella, según se desprende de la correspondencia de ambos.

Las cartas de ella vuelven a escasear y así lo revela un año después otra carta a Paulinette: «Saluda a madame Viardot de mi parte y dile que no he recibido respuesta a cinco o seis cartas que le he escrito». Fueron años de incertidumbre, con sentimientos nostálgicos muy parecidos a los que, en Un mes en el campo, muestra Rakitin, el amigo del matrimonio Isláyev, enamorado de la esposa: «Sin ella no puedo vivir ya, sólo frente a ella soy dichoso; aunque este sentimiento no pueda llamarse dicha… le pertenezco por completo. Separarme de ella sería lo mismo que arrancarme de la vida…» (acto III).

Entre las obras de este período, el fragmento más patético es Basta, relato inconexo, más bien una serie de pensamientos sobre un amor desgraciado, que con su sentido enigmático da la dimensión de la crisis sentimental del escritor.

El sentido testamentario de este relato, tan difícil de relacionar con circunstancias vividas por el autor, salvo la mencionada «crisis», lo acentúa su fúnebre título: ¡Basta! Fragmento de las memorias de un artista fallecido. Carece de los dos primeros capítulos, sustituidos por puntos suspensivos, y el último se compone tan sólo de la trágica exclamación de Hamlet: The rest is silence. Muy fríamente acogió la crítica esta obra, y el mismo Turguénev se arrepintió de haberla publicado y haber dado a los lectores unas «impresiones personales» demasiado subjetivas.

El autor tenía entonces tan sólo cuarenta y seis años; desde los cuarenta se había considerado un viejo, con múltiples dolencias, por las que Paulina le consideraba «el más aburrido de los hombres». La obsesión hipocondríaca de estar expuesto al ataque del frío mejoró cuando vivía en Baden, rodeado del máximo confort. «Sufría menos que lo habitual de enfriamientos y ataques de gripe, laringitis y bronquitis, que tan fácilmente se alojaban en su altiva cabeza y en el pecho. No volvió a usar el “bozal”, como él llamaba a la mascarilla respiratoria que utilizaba cuando salía en los helados días de 1860; los esputos se vieron libres de la sangre que entonces le había asustado y dejó de tomar el aceite de hígado de bacalao. Persistió, sin embargo, en el hábito de liarse con bufandas, tapabocas, camisetas de punto, camisas de franela, etcétera. Este gigante de la tierra de las nieves era tan sensible al frío como un meridional. Con frecuencia había suspirado por las estufas holandesas de su hogar, las ventanas dobles herméticamente cerradas y las puertas almohadilladas»[67].

Aquel período difícil, entregado a la morbosa complacencia de una vida errante, es, no obstante, fértil, y publica una serie de obras fundamentales: Fausto (1856), Asia (1858), Nido de nobles (1859), En vísperas, Frimer amor, el ensayo Hamlet y Don Quijote (1860) y Padres e hijos (1862); en más de una de estas novelas quedará historiada la experiencia de la frustración amorosa y el conflicto con la mujer.

La novela Asia[68] toma su título del nombre de una muchacha rusa que pasa una temporada de descanso con su hermano en cierta ciudad alemana. Allí conocen casualmente a otro compatriota que se enamora de ella. Asia es un carácter formado de extraños matices cambiantes, con reacciones bruscas, obedeciendo a impulsos inesperados. Parece enigmática e inaccesible, como el inmenso continente que lleva su nombre. Parecida a la personalidad voluble de Zinaída, de Primer amor, ambas mujeres voluntariosas que seducían a Turguénev: «En todo su ser había una mezcla especialmente encantadora de astucia y despreocupación, afectación y sencillez, serenidad y petulancia», y esta heroína, de la que se enamora el padre y el hijo, como ya se contó, dice de sí misma: «Soy una coqueta, no tengo corazón; mi naturaleza es de actriz».

Nerviosas, decididas, pasan de una alegría vital a un estado de apatía y ensimismamiento que hiere a quien las ama. No es fácil comprenderlas, como tampoco Chertopjanov logró entender a la gitanilla que vivía con él. Es un relato de Memorias de un cazador. Un día la muchacha cogió su hatillo de ropa y se marchó de casa; Chertopjanov la alcanza en el camino, le ruega que vuelva y llega a amenazarla con una pistola, pero ella le dice: «¿No conoces a los gitanos? Nuestro carácter es así. Cuando la tristeza se mete dentro, arrastra al alma lejos. ¿Para qué quedarme aquí?», y le abandona porque aquel amor, o lo que fuese, había terminado. «Todos los rasgos de su rostro expresaban voluntariosa pasión y un carácter despreocupado». Esta gitana puede ser como Asia, instintiva como Musa, la chica huérfana de Punin y Baburin: «… es una pequeña salvaje. Ah, salvaje y con carácter. Por lo demás, es ese salvajismo lo que me gusta de ella. Es un signo de independencia».

Asia da una cita a su enamorado, pero éste cae en las mismas vacilaciones de Rudin y comienza a hacer cargos a la joven, temiendo la responsabilidad del encuentro. Ella queda decepcionada; sólo esperaba para entregársele «una palabra, una sola palabra». Otras mujeres de Turguénev dirán esta misma frase a hombres vacilantes como lo mínimo que aguardan de ellos para poder amarlos con dignidad; la percepción femenina terminará por descubrir lo que nunca perdona: un carácter desapasionado:

«De repente, el recuerdo de Gaguin me hirió como un rayo.

»¿Qué hacemos? —exclamé, echándome convulsivamente hacia atrás—. Su hermano lo sabe todo: sabe que estamos aquí juntos…

»Asia se apoyó en el respaldo de la silla.

»—Sí —le dije, levantándome y alejándome de ella—. ¡Su hermano lo sabe todo! No he tenido más remedio que confesárselo…

»—¿No ha tenido más remedio? —balbuceó como si apenas comprendiera.

»—Sí, sí —repetí con cierta rudeza—. Y la culpa es de usted, de usted y solamente de usted…».

También en Asia la indecisión es responsable de la desventura que arrastrará el protagonista muchos años y que le permitirá contemplarse a sí mismo como una ruina: «¿Qué ha sido de mí? ¿Qué ha quedado de mí, de los días afortunados, de aquellos entusiasmos, de mis ambiciosas esperanzas?».

Ya vimos que Turguénev, para crear sus personajes, no vacilaba en tomar rasgos de personas conocidas. Entre sus papeles se encontró un plan de la novela Tierras vírgenes: al abocetar el tipo de la joven Mariana, indica: «Apariencia como Louise, más femenina» y «habla fuerte como Paulina»: tomaba la fisonomía de la hija mayor de los Viardot y la voz de la madre. En Asia se perciben ecos de la vida de Paulinette: es hija de una criada y de un noble. Al ir a vivir a casa de su padre, «tuvo conciencia de su falsa posición y un amor propio enfermizo y desconfiado se apoderó de ella». Ése era el origen de su carácter atormentado. En el colegio, Asia, «entre todas sus compañeras, solamente congenió con una: una chica muy fea, pobre y acosada. Las demás colegialas, casi todas de buenas familias, no la querían», poco más o menos lo que le ocurría a Paulinette, según vemos por las cartas a su padre.

También fue fiel a la realidad Frimer amor, la novela que estructuró sobre su propio esquema familiar y probablemente uniendo más recuerdos que imaginación. En ella, cada uno de sus personajes —la coqueta Zinaída o el jovencito enamorado que un día descubre que ésta era la amante de su padre— es un prodigio de autenticidad y de penetrante observación, en la extremada sencillez argumental; ha sido una de sus obras más traducida y más leída. El tema era audaz para aquellos años y no sabemos si por esta razón gustó mucho a Alejandro II, que se la leía a la emperatriz, según le contó a Turguénev la condesa Lambert, bien enterada a través de su marido, que era ayudante de campo del emperador[69]. También Flaubert quedó encantado con el personaje de Zinaída y, comentando el libro, escribió a Turguénev: «Una de las virtudes de usted es haber inventado mujeres. Son ideales y reales. Tienen la atracción y la aureola»[70]. No fue de la misma opinión Louis Viardot cuando el escritor le envió la novela recién publicada. Su dura crítica tenía razones más personales que literarias.