La infancia

No es tan fácil crecer en Belfondo. Tampoco es fácil crecer en otro lugar, pero ahí en Belfondo no es nada sencillo. Eso lo piensa Tarisco, el hermano de Benjamina que quiere ser como su padre. Lo piensa mientras mete la lengua en la copa vacía de vino de su padre. Ha ido a buscarlo a la taberna, desde que nació el bebé tiene que ir a menudo porque su madre no se encuentra muy bien, ha ido a la taberna y le ha dicho al tabernero que por favor le deje el vaso de su padre para enseñárselo a su madre, porque le ha pedido que le diga lo que su padre ha bebido y él no sabe decírselo. El tabernero le ha dado la marca del vino pero aun así el muchacho ha insistido, diciendo que su madre después no le cree y además por el camino, intentando llevar a su padre en brazos, se olvida de la marca. Así que, sentado en la calle con su padre dormido en el suelo, mete la lengua en el vaso y se le deforma la cara y la nariz, intentando rescatar alguna gota de alcohol del vaso. No le llega la lengua a nada y piensa que su padre es un maldito idiota que exprime los vasos y piensa que crecer en Belfondo no es sencillo y se lamenta como si tuviera un millón más de años.

Quiere ser como su padre aunque lo esté viendo viejo e inútil en el suelo, tirado y dormido, sin saber que en casa esperan para cenar cinco bocas más la de su mujer, sabiendo que todo lo ha echado a perder quedándose ahí, olvidándose de toda la vida que le esperaba fuera de Belfondo y que ya ha partido sin él. Intenta meter más la lengua y piensa si esa vida, a fuerza de esperar a su padre, estará todavía ahí para él. Y se pone a inventar una salida, una escapatoria. Y se dice como un viejo cascarrabias que no es sencillo ser niño en Belfondo.

Como si supiera mucho de alguna cosa.

Pero es cierto porque su madre, al nacer el bebé, no deja de maldecir el día en que decidió seguir adelante con el parto, habiendo visto tanto despropósito en los ojos de su marido, unos ojos ya desconocidos y siempre borrosos por el vino. Sabe Tarisco hablar de la infancia gracias a su madre, que ha engordado veinte quilos y apenas puede moverse, sabe de la infancia porque todos, habiendo crecido, se creen que recuerdan cómo es crecer. Pero pocos de ellos saben cómo es hacerlo en Belfondo y el vaso se hace eterno en las manos de Tarisco que tiene ya marcado un círculo morado alrededor de la nariz, de tanto como se aprieta el vaso de vino a la lengua cada vez más corta y gorda y áspera y loca.

Si ser pequeño fuera fácil, piensa Tarisco en alto y nombrando diferentes muchachos de Belfondo, su hermano recién nacido no se alimentaría de esa forma tan desesperada del pecho de su madre que parece que se lo va a arrancar, si fuera fácil, a él no le daría asco el cuerpo desnudo de su madre amamantando, sería todo diferente, él no querría ser tan estúpido como su padre, su ejemplo a seguir sería otro, si fuera grande y pudiera elegir, si no tuviera la familia que tiene, pero ser pequeño no es fácil, porque si lo fuera, el chico que le dijo al amo que Petronilo había muerto, el chico aquel, después de verle la cara muerta y el cuerpo fofo y perezoso, después, habría podido seguir como siguieron sus vidas los demás que vieron a Petronilo pero ya siendo mayores, no como él que de vez en cuando dice:

Que Petronilo ha muerto y no saben adónde llevarlo.

Si fuera fácil ser pequeño las cosas crudas y reales no serían así, tan dolorosas, tan que se quedan para siempre y nos cambian irremediablemente, lo va diciendo en alto y está casi despertando a su padre que anda durmiendo la mona, que es una expresión que dice siempre su madre pero que Tarisco no sabe todavía a qué se refiere, pero siempre que duerme así, con la boca abierta, con peste a vino, feo, desigual, sucio, está durmiendo la mona.

¿Y cómo serán las infancias en otros lugares?

¿Cómo será hacerse mayor en otras tierras, lejos del amo y todo lo de Belfondo?

A lo mejor es más amable todo. A lo mejor ser pequeño significa no intentar entender a los mayores y de repente un día verte siendo uno de ellos, diciendo cosas que otros no entienden, susurrar palabras y mirar de reojo a ver si hay niños alrededor, como venganza de cuando uno estaba abajo, abajo del todo, teniendo menos años de los que se debe para poder ser alguien. A lo mejor en otros lugares ser pequeño es menos brusco y el cuerpo de las madres no dan asco y los padres no son así, idiotas, despreocupados, borrachos, a lo mejor hay un sitio que le está esperando, con una taberna limpia y brillante, con miles de vasos de vino para él solo y nadie más, con un tabernero que no hace preguntas ni da su opinión, quizá si alguien le asegurara que lejos de Belfondo todo eso existe, quizá se atrevería a marcharse y a dejarlos a todos ahí, con sus vidas asquerosas como la costra que deja el vino en la comisura de los labios, si alguien pudiera decirle cómo es la infancia en otro sitio, iría allí a crecer, pero nadie le dice nada y se está ahogando y necesita beber para olvidar, como dice su padre, y quiere olvidar sin que haya una mujer que le pregunte qué exactamente quiere olvidar, quiere eso, que no haya una mujer que le controle como a su padre, que no haya nadie que le pueda decir lo que tiene que hacer, simplemente ser grande en otro lugar, y ser también desconocido. Y beber vino, beber tanto vino.

Mientras todo eso lo lloriquea sin que se le entienda, sigue metiendo la lengua adentro del vaso y a veces, cuando la voz se le alza sola porque no se acuerda dónde está, hace un eco y se asusta de sí mismo. El padre está volviendo en sí, aunque todavía no es del todo consciente. No sabe que en su casa su esposa está enfadada, gorda, gandula, queriendo que le dé de comer a los demás niños porque ella ya tiene suficiente con amamantar con su cuerpo enorme y desfasado al bebé.

Las cosas antes no estaban así, piensa Tarisco. Las cosas antes no estaban así.

¿Pero cómo estaban?

Ser pequeño se le está complicando. Antes sólo quería parecerse a su padre y, sin embargo, ahora, su padre le repugna. Pero tampoco encuentra otra figura a la que seguir. A veces quiere ser como el amo porque al amo nadie le pide cuentas. Él hace y deshace sin pensar en nadie. Y quiere eso, que nadie piense por él y no pensar en nadie. Pero después cree, empieza a intuir aunque de lejos, que para algunas cosas se necesita ser mayor y ser algo malvado. Y eso, piensa él, no lo tiene. Aunque no está tan lejos como él se piensa, que la ambición y la tiranía están tan a mano de todos y es tan tentador.

Y dice Tarisco: si fuera tan fácil ser pequeño, que a veces los grandes dicen eso, que ojalá volvieran a ser pequeños para no tener preocupaciones, si fuera tan fácil, no estaríamos así. Y se atreve a hablar en plural porque en ese momento su padre está algo consciente y le está mirando con los ojos cerrados, y así, en esa pose, somnoliento todavía, se le antoja que su padre todavía sigue siendo un niño y por eso, por eso y no porque es un maldito imbécil como dice su madre, por eso es así como es. Le dice con los ojos brillantes todo lo que venía pensando antes, pero ahora en plural, como haciéndole partícipe de la infancia, para que no se sienta solo como él.

Pero el padre cierra un poco los ojos y vuelve a caer encima de las rodillas de Tarisco. Entonces el niño lo coge y lo levanta y empieza a andar hacia casa. Al pasar por uno de los pozos que hay en la entrada de las casas, saca un cubo de agua bien fría y llena el vaso una y otra vez y le moja la cabeza a su padre, la cara, el cuello. Hasta que despierta. Todavía anda ebrio pero por lo menos se sostiene solo, aunque de vez en cuando necesite ayuda.

Y Tarisco empieza a caminar hacia casa hablando, pensando en todo eso y dándose cuenta de que ya no es tan niño, de que ha crecido, porque antes no era capaz de hablar así de esa forma tan resuelta ni tan clara, que su madre a veces le dice que parece un viejo hablando y que dónde ha aprendido a hacerlo, pero él no ha aprendido, simplemente, a fuerza de desearlo, se está haciendo mayor. Y sufre, porque todo ese proceso duele. Y sigue andando y canturreando toda su pena. Mientras pasa por las casas, que tienen las luces encendidas pero no se oye en ninguna de ellas nada que no sea un repicar de cucharas en platos y ollas, va pensando en los niños que hay adentro, se los imagina sufriendo como él, sin saber que la mayoría están tan cansados de haber trabajado todo el día que no les queda apenas tiempo para pensar si son mayores o pequeños, si sufren o es sólo que duele un poco la vida, que empiezan a adivinar que es así, tiznada un poco de negro y soledad.

Hace rato que su padre ha quedado atrás y él no lo advierte, han dejado de sonar tras él sus pasos, pero Tarisco está tan en su lucha que no se acuerda. Y cuando llega a casa y entra por la puerta, su madre tiene un pecho afuera y está comiendo un trozo de pan, cayéndole al bebé algunas migas encima. Al verlo que viene solo, le pregunta por su padre. Y en ese momento se acuerda de él. Y dice:

Se me ha olvidado.

Como si fuera un juguete. Como si fuera cualquiera.