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HABLAR MUCHAS LENGUAS
Multilingüismo • El número total de lenguas del mundo • Cómo evolucionan las lenguas • Geografía de la diversidad lingüística • Multilingüismo tradicional • Ventajas del bilingüismo • Enfermedad de Alzheimer • Lenguas en vías de desaparición • Cómo desaparecen las lenguas • ¿Son perjudiciales las lenguas minoritarias? • ¿Por qué preservar las lenguas? • ¿Cómo podemos proteger las lenguas?
Multilingüismo
Una noche, mientras pasaba una semana en un campamento en el bosque con 20 montañeses de Nueva Guinea, la conversación en torno a la hoguera se producía simultáneamente en varias lenguas locales, además de las lenguas francas del tok pisin y el motu, como suele ocurrir cuando un grupo de papúes de tribus diferentes se reúne. Ya me había acostumbrado a encontrarme con una nueva lengua cada 20 o 40 kilómetros mientras caminaba o conducía por las Tierras Altas de Nueva Guinea. Acababa de llegar de las Tierras Bajas, donde un amigo papú me había contado que se hablaban cinco lenguas locales distintas a pocos kilómetros de su aldea, que había aprendido esas cinco lenguas de pequeño jugando con otros niños y que había estudiado tres más cuando empezó el colegio. Por curiosidad, aquella noche recorrí el círculo situado en torno a la hoguera y le pregunté a cada uno de los hombres cuántas lenguas «hablaba», es decir, cuántas conocía lo bastante bien como para utilizarlas en una conversación.
Entre aquellos 20 papúes, todos hablaban como mínimo 5 lenguas. Varios hablaban entre 8 y 12, y el campeón era un hombre que dominaba 15. Con la salvedad del inglés, que los papúes a menudo aprenden en la escuela, todo el mundo había adquirido las lenguas socialmente, sin libros. Solo por anticiparme a la pregunta que probablemente formularán, sí, esas lenguas locales enumeradas aquella noche eran idiomas mutuamente ininteligibles y no meros dialectos. Algunos eran tonales como el chino, otros eran atonales, y pertenecían a varias familias lingüísticas.
Por otro lado, en Estados Unidos, la mayoría de los nativos son monolingües. Los europeos cultos suelen saber dos o tres idiomas y a veces más, ya que en la escuela han aprendido otras lenguas aparte de la materna. El contraste lingüístico entre esa hoguera de Nueva Guinea y la experiencia moderna de Estados Unidos o Europa ilustra grandes diferencias entre el uso del lenguaje en las sociedades a pequeña escala y las sociedades estatales modernas, unas diferencias que aumentarán en las próximas décadas. En nuestro pasado tradicional, tal como ocurre en la Nueva Guinea moderna, cada lengua tenía muchos menos hablantes que los idiomas de los estados modernos; probablemente, una proporción más elevada de la población era multilingüe; y las segundas lenguas se aprendían socialmente desde la infancia, y no por medio de estudios formales posteriores en las escuelas.
Por desgracia, hoy en día las lenguas están desapareciendo con más rapidez que en cualquier otro momento de la historia humana. Si las tendencias actuales se mantienen, un 95 por ciento de las lenguas que nos han sido transmitidas en las decenas de miles de años de historia de los humanos conductualmente modernos se habrán extinguido o estarán moribundas en 2100. La mitad de las lenguas se habrán extinguido para entonces, casi todas las demás serán lenguas moribundas que solo hablarán los ancianos y solo una pequeña minoría serán lenguas «vivas» todavía transmitidas de padres a hijos. Las lenguas están desapareciendo con tal rapidez (alrededor de una cada nueve días) y hay tan pocos lingüistas que las estudien que se está agotando el tiempo incluso para describir y documentar la mayoría de los idiomas antes de que se desvanezcan. Los lingüistas afrontan una carrera a contrarreloj similar a la de los biólogos, que ahora son conscientes de que buena parte de las especies vegetales y animales del mundo están en peligro de extinción incluso antes de que puedan ser descritas. Oímos muchos debates angustiados sobre la desaparición cada vez más rápida de pájaros, ranas y otras especies vivas, mientras nuestra civilización de la Coca-Cola se extiende por el mundo. Se ha prestado mucha menos atención a la desaparición de nuestros idiomas y a su papel esencial en la supervivencia de esas culturas indígenas. Cada lengua es el vehículo de una manera única de pensar y hablar, de una literatura única y de una visión también única del mundo. Por ello, nos acecha la tragedia de la pérdida inminente de buena parte de nuestra herencia cultural, vinculada a la pérdida de la mayoría de nuestras lenguas.
¿Por qué están desapareciendo las lenguas con una rapidez tan catastrófica? ¿Importa realmente? ¿Es buena o mala nuestra plétora actual de lenguas para el mundo en su conjunto y para todas esas sociedades tradicionales que todavía hablan lenguas que corren el riesgo de desaparecer? Puede que muchos lectores discrepen con lo que acabo de decir: que la pérdida de lenguas es una tragedia. Tal vez piensen que la diversidad lingüística fomenta la guerra y obstaculiza la educación, que el mundo estaría mejor con muchas menos lenguas y que la elevada diversidad es una de las características del mundo del ayer de la cual deberíamos deshacernos, como la guerra tribal crónica, el infanticidio, el abandono de los ancianos y las frecuentes hambrunas.
Para cada uno de nosotros como individuos ¿es positivo o negativo aprender múltiples idiomas? Desde luego conlleva mucho tiempo y esfuerzo aprender un idioma y emplearlo con fluidez; ¿sería mejor dedicar todo ese tiempo y esfuerzo a adquirir aptitudes más manifiestamente útiles? Creo que las respuestas sobre el valor del multilingüismo tradicional, tanto para las sociedades como para los individuos, interesarán tanto a los lectores como me interesaron a mí. ¿Los convencerá este capítulo para que eduquen a su próximo hijo en el bilingüismo o de que el mundo entero debería utilizar el inglés lo antes posible?
El número total de lenguas del mundo
Antes de que podamos abordar esos grandes interrogantes, empecemos con un preámbulo sobre cuántas lenguas existen hoy en día, cómo se desarrollaron y en qué lugares del mundo se hablan. La cifra conocida de lenguas que todavía se hablan o se hablaban recientemente en el mundo moderno ronda las 7000. Esa enorme cifra total puede asombrar a muchos lectores, porque la mayoría de nosotros solo podríamos nombrar unas pocas decenas de lenguas, y casi todas nos resultan desconocidas. La mayoría de las lenguas no son escritas, las hablan pocas personas y se utilizan lejos del mundo industrial. Por ejemplo, toda la Europa situada al oeste de Rusia tiene menos de 100 lenguas nativas, pero el continente africano y el subcontinente indio cuentan con más de 1000, los países africanos de Nigeria y Camerún con 527 y 286, respectivamente, y la pequeña nación insular de Vanuatu, en el Pacífico (con un área de menos de 13 000 kilómetros cuadrados), con 110. La mayor diversidad lingüística del mundo se halla en la isla de Nueva Guinea, con unas 1000 lenguas y un número desconocido pero en apariencia abultado de familias lingüísticas apiñadas en un área ligeramente mayor que la de Texas.
De esas 7000 lenguas, 9 «gigantes», que constituyen el idioma principal de 100 millones de personas o más, suponen más de un tercio de la población mundial. En primer lugar se encuentra el mandarín, la lengua principal de al menos 700 millones de chinos, seguido del español, el inglés, el árabe, el hindi, el bengalí, el portugués, el ruso y el japonés, aproximadamente en esa secuencia. Si relajamos nuestra definición de «grandes lenguas» y nos referimos a las 70 más importantes —es decir, el 1 por ciento más relevante de todas las lenguas—, estaremos englobando las lenguas principales de casi el 80 por ciento de los habitantes del mundo.
Pero en su mayoría son lenguas «pequeñas» con pocos hablantes. Si dividimos los casi 7000 millones de habitantes del mundo por 7000 lenguas, obtenemos un millón de personas como promedio de hablantes de un idioma. Puesto que ese promedio está distorsionado por los más de 100 millones de hablantes de solo 9 lenguas gigantes, una medida más adecuada de una lengua «típica» es hablar de la cifra «media» de hablantes, es decir, un lenguaje de modo que la mitad de los idiomas del mundo tengan más hablantes y la otra mitad menos. Esa cifra media es de solo unos miles de hablantes. De ahí que la mitad de las lenguas del mundo tengan menos de varios miles de hablantes y muchas solo entre 60 y 200.
Pero esos debates sobre las cifras lingüísticas y el número de hablantes nos obligan a afrontar la pregunta que anticipaba al describir mi encuesta alrededor de la hoguera de Nueva Guinea al principio de este capítulo. ¿Cuál es la diferencia entre un lenguaje marcado y un mero dialecto de otra lengua? Las diferencias discursivas entre poblaciones vecinas se solapan por completo; los vecinos pueden comprender un 100 por ciento, un 92 por ciento, un 75 por ciento, un 42 por ciento o nada de lo que dice la otra persona. El límite entre lengua y dialecto a menudo se sitúa arbitrariamente en el 70 por ciento de la inteligibilidad mutua: si unas poblaciones vecinas con hablas distintas pueden comprender más del 70 por ciento del discurso de la otra, (según esa definición) se considera que hablan dialectos diferentes del mismo idioma, y que hablan lenguas distintas si comprenden menos del 70 por ciento.
Pero incluso esa definición simple, arbitraria y estrictamente lingüística de dialectos y lenguas puede encontrar ambigüedades cuando tratamos de ponerla en práctica. Una dificultad real la plantean las cadenas de dialectos: en una serie de aldeas vecinas ABCDEFGH, cada aldea puede comprender a las contiguas, pero las aldeas A y H, situadas en extremos opuestos de la cadena, quizá no puedan entenderse en absoluto. Otra dificultad es que algunos pares de comunidades de hablantes son asimétricos en su inteligibilidad: A puede comprender gran parte de lo que dice B, pero B tiene dificultades para comprender lo que dice A. Por ejemplo, mis amigos de habla portuguesa pueden entender bien a los hispanohablantes, pero estos tienen más dificultades para entender el portugués.
Esos son los dos tipos de problemas a la hora de trazar una línea entre los dialectos y las lenguas en términos estrictamente lingüísticos. Un problema más relevante es que los lenguajes se definen como algo independiente no solo por diferencias lingüísticas, sino también por discrepancias políticas y étnicas. Este hecho se expresa en una broma que a menudo oímos entre lingüistas: «Una lengua es un dialecto respaldado por un ejército y una armada propios». Por ejemplo, el español y el italiano quizá no pasarían la prueba del 70 por ciento para ser considerados lenguas distintas y no meros dialectos: mis amigos españoles e italianos me dicen que entienden casi todo lo que dice el otro, sobre todo después de practicar un poco. Pero, con independencia de lo que pueda decir un lingüista que aplique esa prueba del 70 por ciento, los españoles e italianos y todos los demás afirmarán sin dudarlo que el español y el italiano son lenguas diferentes, porque han contado con ejércitos y armadas propios, además de gobiernos y sistemas educativos en buena medida distintos, durante más de 1000 años.
Por el contrario, muchas lenguas europeas tienen formas regionales fuertemente diferenciadas que los gobiernos de su país consideran meros dialectos, aunque los hablantes de las diferentes regiones no se entiendan en absoluto. Mis amigos del norte de Alemania son incapaces de comprender a los bávaros rurales, y mis amigos del norte de Italia se ven igual de perdidos en Sicilia. Pero sus gobiernos nacionales insisten en que esas regiones diferentes no deben tener ejércitos y armadas propios, así que sus formas discursivas son consideradas dialectos, y que nadie se atreva a mencionar un criterio de inteligibilidad mutua.
Esas diferencias regionales dentro de los países europeos eran incluso mayores hace 60 años, antes de que la televisión y la migración interna empezaran a romper las viejas diferencias «dialectales». Por ejemplo, en mi primera visita a Gran Bretaña en 1950, mis padres nos llevaron a mi hermana Susan y a mí a visitar a unos amigos de la familia, los Grantham-Hill, en su casa situada en la pequeña población de Beccles, en Anglia Oriental. Mientras mis padres y sus amigos hablaban, mi hermana y yo nos aburrimos de la conversación adulta y salimos a pasear por el encantador centro de la ciudad. Tras doblar varias esquinas que olvidamos contar, nos dimos cuenta de que nos habíamos perdido, y preguntamos a un hombre cómo volver a casa de nuestros amigos. Era obvio que el hombre no comprendía nuestro acento estadounidense, ni siquiera cuando hablábamos poco a poco y (creíamos) con claridad. Pero se dio cuenta de que éramos niños y estábamos perdidos, y reaccionó cuando repetimos las palabras «Grantham-Hill, Grantham Hill». Respondió con numerosas indicaciones, pero Susan y yo fuimos incapaces de descifrar una sola palabra; jamás habríamos adivinado que el hombre consideraba estar hablando inglés. Por suerte para nosotros, señaló en una dirección y fuimos hacia allí hasta que reconocimos un edificio situado cerca de la casa de los Grantham-Hill. Esos antiguos «dialectos» locales de Beccles y otras regiones inglesas han sufrido la homogeneización y varios cambios hacia el inglés de la BBC, a medida que el acceso a la televisión se ha universalizado en Gran Bretaña en las últimas décadas.
Conforme a una definición estrictamente lingüística de una inteligibilidad del 70 por ciento —la definición que debemos utilizar en Nueva Guinea, donde ninguna tribu posee ejército y armada propios—, bastantes «dialectos» italianos serían considerados lenguas. Esa redefinición de algunos dialectos italianos como lenguas cerraría ligeramente la brecha de la diversidad lingüística entre Italia y Nueva Guinea, pero no demasiado. Si el promedio de hablantes de un «dialecto» italiano se hubiera equiparado con los 4000 hablantes de una lengua media de Nueva Guinea, Italia tendría 10 000 lenguas. Los partidarios de la independencia de los dialectos italianos podrían conceder a Italia decenas de lenguajes, pero ninguno afirmaría que existen 10 000 lenguas distintas en su país. Sin duda, Nueva Guinea es lingüísticamente mucho más diversa que Italia.
Cómo evolucionan las lenguas
¿Cómo acabó teniendo el mundo 7000 lenguas en lugar de compartir todos la misma? Durante decenas de miles de años, antes de que el lenguaje se propagara por internet y Facebook, han existido numerosas oportunidades para que desaparezcan las diferencias lingüísticas, ya que la mayoría de los pueblos tradicionales han mantenido contacto con pueblos vecinos, con los que se casan y comercian y de los que toman prestadas palabras, ideas y conductas. Algo debe de haber hecho que las lenguas, incluso en el pasado y en condiciones tradicionales, se separaran y fuesen independientes ante todos esos contactos.
Sucede de este modo. Cualquiera que tenga más de 40 años habrá observado que las lenguas cambian incluso en el transcurso de unas pocas décadas: algunas palabras dejan de utilizarse, se acuñan nuevos términos y la pronunciación cambia. Cada vez que visito Alemania, donde viví en 1961, los jóvenes tienen que explicarme alguna nueva palabra en su idioma (por ejemplo, el nuevo término Händi para los teléfonos móviles, que no existía en 1961) y se dan cuenta de que todavía utilizo algunas palabras anticuadas que no se emplean desde entonces (por ejemplo, jener/jene por «ese/esos»). Pero los jóvenes alemanes y yo todavía logramos entendernos. Asimismo, los lectores estadounidenses menores de 40 años tal vez no reconozcan algunas palabras inglesas en su día populares como ballyhoo[6], pero, a modo de compensación, utilizan a diario el verbo to Google y el gerundio Googling, que no existía cuando yo era niño.
Transcurridos unos siglos de cambios independientes en dos comunidades de hablantes geográficamente separadas derivadas de la misma comunidad original, las comunidades desarrollan dialectos que pueden plantear dificultades de comprensión: por ejemplo, las modestas diferencias entre el inglés estadounidense y británico, las diferencias más marcadas entre el francés de Quebec y de la Francia metropolitana, y las discrepancias aún mayores entre el afrikaans y el holandés. Después de 2000 años de divergencia, las comunidades lingüísticas se han separado tanto que ya no son mutuamente inteligibles, aunque para los lingüistas siguen estando relacionadas, como, por ejemplo, el francés, el español y el rumano, derivados del latín, o el inglés, el alemán y otras lenguas germánicas derivadas del protogermánico. Finalmente, tras unos 10 000 años, las diferencias son tan grandes que la mayoría de los lingüistas asignarían los idiomas a familias lingüísticas sin relaciones detectables.
Así pues, las lenguas presentan diferencias porque distintos grupos de personas desarrollan de forma independiente palabras y pronunciaciones distintas a lo largo del tiempo. Pero sigue planteándose la pregunta de por qué esas lenguas diferentes no vuelven a fusionarse cuando personas antes separadas vuelven a establecer contacto en fronteras lingüísticas. Por ejemplo, en la frontera moderna entre Alemania y Polonia hay pueblos polacos cerca de municipios alemanes, pero sus habitantes siguen hablando una variedad local del alemán o del polaco, y no una amalgama de ambos idiomas. ¿Por qué sucede eso?
Probablemente, la principal desventaja de hablar una amalgama es una función básica del lenguaje humano: en cuanto empezamos a hablar con otra persona, nuestro idioma ejerce de emblema instantáneamente reconocible de nuestra identidad de grupo. Es mucho más fácil para los espías en tiempos de guerra ponerse el uniforme del enemigo que imitar convincentemente su idioma y pronunciación. La gente que habla nuestro idioma es nuestra gente: nos reconocerán como compatriotas y nos ayudarán o, al menos, no desconfiarán inmediatamente de nosotros, mientras que alguien que hable otro idioma es apto para ser considerado un desconocido potencialmente peligroso. Esa distinción instantánea entre amigos y desconocidos todavía funciona en la actualidad: observen (mis lectores estadounidenses) cómo reaccionan la próxima vez que estén en Uzbekistán y finalmente oigan aliviados a alguien hablarles en inglés con acento de Estados Unidos. La distinción entre amigos y desconocidos era aún más importante en el pasado (capítulo 1), a menudo una cuestión de vida o muerte. Es importante hablar el idioma de al menos una comunidad para que exista algún grupo que nos considera «propios». Si, por el contrario, hablamos una mezcla cerca de una frontera lingüística, es posible que ambos grupos comprendan gran parte de lo que decimos, pero que ninguno de ellos nos considere «propios», y no podemos contar con que nos den la bienvenida y nos protejan. Puede que ese sea el motivo por el que las comunidades lingüísticas del mundo han tendido a mantener miles de lenguas independientes en lugar de que todo el mundo hable una sola o forme una cadena de dialectos.
Geografía de la diversidad lingüística
Las lenguas están distribuidas desigualmente en todo el mundo: alrededor del 10 por ciento del área mundial contiene la mitad de sus idiomas. Por ejemplo, en el extremo inferior de la diversidad lingüística, los tres países más grandes —Rusia, Canadá y China, todos ellos con un área de millones de kilómetros cuadrados— solo tienen unas 100, 80 y 300 lenguas nativas, respectivamente. Pero en el extremo más alto de la diversidad lingüística, Nueva Guinea y Vanuatu, con un área de solo 776 000 y 12 000 kilómetros cuadrados, respectivamente, tienen unas 1000 y 110 lenguas nativas. Eso significa que se habla un idioma en una zona media de unos 170 000, 126 000 y 31 000 kilómetros cuadrados en Rusia, Canadá y China, respectivamente, pero de solo 780 y 110 kilómetros cuadrados en Nueva Guinea y Vanuatu. ¿Por qué se da una variación geográfica tan enorme en la diversidad lingüística?
Los lingüistas reconocen factores ecológicos, socioeconómicos e históricos que al parecer contribuyen a la respuesta. La diversidad lingüística —por ejemplo, el número de lenguas nativas por un área de 2500 kilómetros cuadrados— está correlacionada con numerosos factores potencialmente explicativos, pero esos factores a su vez se correlacionan entre sí. Por ello, debemos recurrir a métodos estadísticos, como un análisis de regresión múltiple, para extraer qué factores tienen efectos primordiales que causan que la diversidad lingüística sea elevada o baja y qué otros factores solo tienen efectos aparentes mediados por sus correlaciones con esos factores primordiales. Por ejemplo, existe una correlación positiva entre poseer un Rolls-Royce y la duración de la vida: de media, los propietarios de Rolls-Royce viven más que quienes no tienen uno. Ello no obedece a que la propiedad de un Rolls-Royce mejore directamente la supervivencia, sino a que tienen mucho dinero, lo cual les permite pagar la mejor asistencia médica, que es la causa real de su gran esperanza de vida. Sin embargo, cuando hablamos de correlaciones de diversidad lingüística, no existe un acuerdo sobre las verdaderas causas subyacentes.
Las cuatro correlaciones ecológicas más próximas de la diversidad lingüística son la latitud, la variabilidad climática, la productividad biológica y la diversidad ecológica local. En primer lugar, la diversidad lingüística disminuye desde el ecuador hacia los polos: aunque todo lo demás es igual, las zonas tropicales tienen más lenguas que zonas equivalentes situadas en latitudes más altas. En segundo lugar, en cualquier latitud, la diversidad lingüística disminuye con la variabilidad climática, con independencia de si la variabilidad consiste en una diferencia estacional que se produce dentro de un mismo año o en una variación interanual impredecible. Por ejemplo, la diversidad lingüística es mayor en las selvas tropicales que permanecen húmedas todo el año que en las sabanas adyacentes, que son más estacionales. (Este factor de la estacionalidad podría explicar, al menos en parte y debido a la correlación entre latitud y estacionalidad, la mayor diversidad lingüística en trópicos menos estacionales que en altas latitudes más estacionales.) En tercer lugar, la diversidad lingüística suele ser más elevada en entornos más productivos (por ejemplo, en las selvas que en los desiertos), aunque, de nuevo, al menos parte de ese efecto podría deberse a la tendencia de los desiertos y muchos otros entornos improductivos a ser marcadamente estacionales. Por último, la diversidad lingüística es alta en zonas ecológicamente diversas y suele serlo más en zonas montañosas escarpadas que en lugares llanos.
Estas cuatro relaciones ecológicas son solo correlaciones, no explicaciones. Las explicaciones subyacentes propuestas implican la envergadura de la población, la movilidad y las estrategias económicas. Primero, la viabilidad de una comunidad lingüística aumenta con el número de personas: un lenguaje hablado por solo 50 personas tiene más posibilidades de desaparecer debido a que sus hablantes mueran o lo abandonen que un idioma hablado por 5000 personas. Por ello, las regiones con una productividad biológica más reducida (con menos gente) suelen tener menos lenguas y requieren más área para los hablantes de cada lengua. Una población viable en el Ártico o en regiones desérticas necesita miles de kilómetros cuadrados para subsistir, mientras que unos pocos centenares de kilómetros cuadrados serían mucho en paisajes productivos. En segundo lugar, cuanto más constante es el entorno entre estaciones y años, más autosuficiente y sedentaria puede ser una comunidad lingüística en una zona pequeña, sin demasiada necesidad de trasladarse periódicamente o comerciar con otros pueblos. Por último, una región ecológicamente diversa puede sostener a muchas comunidades lingüísticas diferentes, cada una con su economía de subsistencia adaptada a una ecología local distinta: por ejemplo, una zona montañosa puede sustentar a pastores, agricultores, pescadores de río y pastores de la sabana de las tierras bajas a diferentes elevaciones y en distintos hábitats.
De este modo, los factores ecológicos nos brindan varias razones por las que la pequeña Nueva Guinea tiene entre 5 y 10 veces más lenguas que las enormes Rusia, Canadá o China. Nueva Guinea se encuentra a unos pocos grados del ecuador, de modo que sus habitantes solo experimentan ligeras variaciones climáticas. El paisaje de Nueva Guinea es húmedo, fértil y productivo. Los papúes no se trasladan mucho o nada con las estaciones o de año en año; pueden satisfacer todas sus necesidades de subsistencia en una pequeña región; y no tienen que comerciar, a excepción de la sal, la piedra para herramientas y lujos como conchas y plumas. Nueva Guinea es escarpada y ecológicamente diversa, con montañas de hasta 5000 metros de altura, ríos, lagos, costas, sabanas y bosques. Podríamos aducir que China y Canadá tienen montañas incluso más altas y que ofrecen una mayor variedad de elevaciones que Nueva Guinea. Pero la ubicación tropical de esta última significa que los papúes pueden vivir todo el año y cultivar en grandes densidades de población hasta elevaciones de 2500 metros, mientras que las grandes elevaciones de China y Canadá son estacionalmente gélidas y albergan solo bajas densidades de población (en Tíbet) o ninguna población en absoluto.
Además de esos factores ecológicos, también hay factores socioeconómicos e históricos que contribuyen a las diferencias en la diversidad lingüística en todo el mundo. Uno de ellos es que las comunidades lingüísticas de cazadores-recolectores consisten en menos individuos pero pueden abarcar áreas más grandes que las de agricultores. Por ejemplo, la Australia aborigen tradicionalmente estaba habitada por completo por cazadores-recolectores que ocupaban una media de 31 000 kilómetros cuadrados por lengua, mientras que en la vecina Nueva Guinea vivían sobre todo agricultores que ocupaban solo 780 kilómetros cuadrados por lengua. Dentro de la Nueva Guinea indonesia trabajé en regiones en las que había agricultores (en las Tierras Altas centrales) y cazadores-recolectores (en las llanuras de los lagos) con alrededor de 25 lenguas por cada estilo de vida. La media de las lenguas de los cazadores-recolectores era de solo 388 hablantes, frente a los 18 241 de los agricultores. La principal razón para explicar la pequeña envergadura de las comunidades lingüísticas de cazadores-recolectores es la escasa disponibilidad de comida, de ahí las bajas densidades de población humana. En el mismo entorno, las densidades de población de los cazadores-recolectores son de 10 a 100 veces más bajas que las de los agricultores, ya que hay mucho menos alimento disponible para los primeros, que solo pueden comer una diminuta fracción de plantas silvestres, que para los segundos, que convierten el paisaje en huertos y arboledas de plantas comestibles.
Un segundo factor socioeconómico relacionado con la diversidad lingüística es la organización política: la diversidad disminuye y las comunidades lingüísticas aumentan en población y área con la mayor complejidad política de bandas a estados. Por ejemplo, el Estados Unidos actual, un gran Estado con un único idioma dominante de costa a costa, tiene una población unas 30 veces mayor que la del mundo en la época en que este consistía totalmente en bandas de cazadores-recolectores y tribus con miles de lenguas. La lengua dominante en Estados Unidos, el inglés, ha reemplazado en gran medida a los centenares de lenguas locales que se hablaban hace cinco siglos en lo que ahora es el territorio nacional de Estados Unidos cuando estaba dividido entre bandas, tribus y jefaturas de nativos americanos. Un hecho subyacente de esta tendencia, comentado en el prólogo, es que es necesaria una mayor complejidad política a medida que aumenta la población de una sociedad, ya que una sociedad de unas pocas decenas de personas puede tomar decisiones en una reunión sin un líder, pero una de millones de personas necesita líderes y burócratas para funcionar. Los estados amplían sus lenguas a expensas de aquellos de los grupos conquistados e incorporados. Esa expansión lingüística en parte es una cuestión de política de Estado para la administración y la unidad nacional, y en parte una cuestión espontánea, en la que los ciudadanos adoptan el idioma nacional para conseguir oportunidades económicas y sociales.
El otro es un factor histórico cuyas consecuencias incluyen el mencionado descenso de la diversidad lingüística coincidiendo con una mayor complejidad política. Las regiones del mundo se han visto barridas repetidamente por «rodillos lingüísticos» en los que un grupo que goza de ventaja por número de población, base alimentaria o tecnología la aprovecha para expandirse a expensas de otros grupos vecinos, imponiendo su idioma en la región y sustituyendo lenguas locales anteriores expulsando o matando a sus hablantes o convirtiéndolos al de los invasores. Los procesos de avasallamiento más habituales son los asociados con las expansiones de estados poderosos sobre pueblos sin Estado. Algunos ejemplos recientes incluyen las expansiones europeas que han sustituido las lenguas nativas del continente americano, la conquista británica de Australia, en la que se reemplazaron las lenguas aborígenes, y la expansión rusa en los Urales hasta el océano Pacífico, en la que se sustituyeron las lenguas siberianas. En el pasado también se dieron procesos de avasallamiento por parte de los estados que han sido documentados históricamente. La expansión del Imperio romano en la cuenca mediterránea y gran parte de Europa occidental extinguió el etrusco, las lenguas célticas continentales y muchas otras. La expansión del Imperio inca y sus predecesores también extendió el quechua y el aymara por los Andes.
Menos conocidos para los no lingüistas son los procesos de avasallamiento propiciados por la expansión de agricultores prealfabetizados en las tierras de cazadores-recolectores e inferidos a partir de pruebas lingüísticas y arqueológicas en lugar de históricas. Algunos son las expansiones de los agricultores bantúes y austronesios, que prácticamente sustituyeron las lenguas de los cazadores-recolectores en el África subecuatorial y el sudeste de Asia, respectivamente. También hubo procesos de avasallamiento en los que cazadores-recolectores conquistaron a otros gracias a una mejora tecnológica: por ejemplo, la expansión de los inuit hace 1000 años hacia el este, cruzando el Ártico canadiense, merced a avances tecnológicos como los trineos tirados por perros y los kayaks.
Una consecuencia de esos diversos tipos de expansiones históricas es que algunas regiones del mundo que contienen pocas barreras geográficas han sido arrasadas por procesos de avasallamiento lingüístico. El resultado inmediato es una diversidad lingüística muy escasa, ya que un lenguaje invasor acaba con la diversidad preexistente. Con el tiempo, el lenguaje invasor se diferencia en dialectos locales y, más tarde, en idiomas independientes, pero todos ellos íntimamente relacionados. Una fase temprana de este proceso queda ilustrada por la expansión inuit de hace 1000 años; todos los pueblos inuit desde el este de Alaska hasta Groenlandia siguen hablando dialectos inteligibles de un único idioma. Las expansiones romana y bantú de hace 2000 años representan una fase ligeramente más tardía: las varias lenguas itálicas (como el francés, el español y el rumano) son muy similares pero ya no resultan mutuamente inteligibles, como ocurre asimismo con los centenares de lenguas bantúes íntimamente relacionadas. En una fase aún más tardía, la expansión austronesia que comenzó hace unos 6000 años ha generado miles de lenguas pertenecientes a ocho ramas, pero que aún son lo bastante similares como para que no quepa ninguna duda de su relación.
En contraste con esas zonas fácilmente conquistables que Johanna Nichols denomina «zonas de expansión lingüística» se encuentra lo que ella conoce como «zonas residuales» o refugios: zonas montañosas o de otra índole que son difíciles de conquistar para los estados y otros forasteros, en las que las lenguas se mantienen y diferencian durante mucho tiempo y, por tanto, sobreviven grupos lingüísticos únicos. Algunos ejemplos famosos son las montañas del Cáucaso, con tres familias lingüísticas además de algunas lenguas invadidas recientemente que pertenecen a otras tres familias extendidas; el norte de Australia, en el que están confinadas 26 de las 27 familias lingüísticas de la región aborigen; la California india, con unas 80 lenguas clasificadas en grupos de entre 6 y 22 familias; y, por supuesto, Nueva Guinea, con sus 1000 lenguas repartidas en decenas de familias.
Aquí tenemos más razones por las que Nueva Guinea es líder mundial en número de lenguas y familias lingüísticas. Además de las razones ecológicas mencionadas con anterioridad —escasa variación estacional, poblaciones sedentarias, un entorno productivo con grandes densidades de población humana, una gran diversidad ecológica que alberga numerosos grupos humanos con diferentes estrategias de subsistencia—, ahora también contamos con algunos factores socioeconómicos e históricos. Estos incluyen el hecho de que la Nueva Guinea tradicional nunca desarrolló un gobierno de Estado, así que nunca se produjo un proceso de avasallamiento para homogeneizar la diversidad lingüística; y de que, a consecuencia del terreno montañoso y muy diseccionado de Nueva Guinea, ese proceso, probablemente causado por la expansión de la agricultura de las Tierras Altas (asociado con el denominado filo lingüístico transguineano) fue incapaz de eliminar a decenas de filos más antiguos del país.
Multilingüismo tradicional
Esas son las razones por las que el mundo moderno heredó 7000 lenguas del mundo tradicional hasta ayer y por las que las comunidades lingüísticas de cazadores recolectores y agricultores a pequeña escala sin gobierno de Estado contenían muchos menos hablantes que las sociedades estatales modernas. ¿Qué hay del bilingüismo y el multilingüismo? ¿Son las sociedades tradicionales más, menos o igual de bilingües que las sociedades estatales modernas?
La distinción entre bilingüismo (o multilingüismo) y monolingüismo resulta aún más difícil de definir y más arbitraria que la distinción entre una lengua y un dialecto. ¿Debemos considerarnos bilingües solo si podemos conversar con fluidez en un segundo idioma aparte de nuestra lengua materna? ¿Debemos contar las lenguas en las que podamos hablar con dificultad? ¿Qué hay de las lenguas que podemos leer pero no hablar, por ejemplo, el latín y el griego clásico para quienes los estudiamos en la escuela? ¿Y las lenguas que no sabemos hablar pero sí comprender cuando las hablan otros? Los niños estadounidenses de padres inmigrantes a menudo entienden la lengua de sus progenitores pero no saben hablarla, y los papúes a menudo distinguen lenguas que pueden hablar y comprender y otras que solo pueden «oír», en sus propias palabras, pero no hablar. Debido en parte a esta falta de consenso sobre una definición del bilingüismo, carecemos de datos comparativos respecto de la frecuencia del bilingüismo en todo el mundo.
No obstante, no tenemos que desesperarnos e ignorar el tema, porque existe mucha información anecdótica sobre el bilingüismo. La mayoría de los nativos estadounidenses cuyos padres hablan inglés son monolingües por razones obvias: en Estados Unidos apenas hay necesidad, y para la mayoría de los ciudadanos, pocas posibilidades de hablar un segundo idioma; la mayoría de los inmigrantes que llegan al país hablan inglés; y la mayoría de los estadounidenses anglohablantes se casan con personas que también lo son. Gran parte de los países europeos solo tienen un idioma oficial, y la mayoría de los europeos con padres nacidos en su país solo aprenden ese idioma cuando son niños de preescolar. Sin embargo, puesto que los países europeos tienen un área mucho más pequeña y (en la actualidad) son mucho menos autosuficientes económica, política y culturalmente que Estados Unidos, casi todos los europeos cultos aprenden otros idiomas en la escuela mediante una instrucción formal y a menudo adquieren fluidez. Los dependientes de numerosos almacenes escandinavos llevan pins en la chaqueta en los que muestran las banderas de los diferentes idiomas con los que pueden ayudar a los clientes extranjeros. No obstante, este multilingüismo extendido en Europa es un fenómeno reciente resultante de una educación superior de masas, de la integración económica y política posterior a la Segunda Guerra Mundial y de la expansión de los medios de comunicación en lengua inglesa. Antes, el monolingüismo era habitual en las estados-nación de Europa, al igual que en otras sociedades estatales. Los motivos son claros: las comunidades lingüísticas de los estados son enormes, a menudo con millones de hablantes; las sociedades estatales favorecen el uso de su idioma en el gobierno, la educación, el comercio, el ejército y el entretenimiento; y (como comentaré más adelante), los estados cuentan con potentes medios intencionados e involuntarios para propagar su lengua oficial a expensas de otros idiomas.
Por el contrario, el multilingüismo es extendido o habitual en las sociedades no estatales a pequeña escala. Las razones son sencillas, una vez más. Hemos visto que las comunidades lingüísticas tradicionales son pequeñas (unos pocos miles de hablantes o menos) y ocupan áreas reducidas. Las comunidades vecinas inmediatas a menudo hablan otra lengua. La gente suele encontrarse y tratar con hablantes de otras lenguas. Para comerciar, negociar alianzas y el acceso a los recursos y (para muchos pueblos tradicionales) incluso para conseguir un cónyuge y comunicarse con él no basta con ser bilingüe, sino que hay que ser multilingüe. En la infancia se aprende un segundo idioma y otros en casa o socialmente, no por medio de una instrucción formal. Según mi experiencia, la fluidez en cinco lenguas o más es la norma entre los papúes tradicionales. Ahora complementaré esas impresiones sobre Nueva Guinea con breves notas acerca de dos continentes: la Australia aborigen y la Sudamérica tropical.
La Australia aborigen estaba ocupada por unos 250 grupos lingüísticos, que sobrevivían gracias a la caza y la recolección, con un promedio de unos 1000 hablantes por lengua. Todas las crónicas fiables describen a la mayoría de los aborígenes como bilingües, y gran parte de ellos hablaban muchas lenguas. Uno de esos estudios fue realizado por el antropólogo Peter Sutton en la zona de cabo Keerweer, en la península del cabo York, donde la población local, con 683 habitantes, estaba dividida en 21 clanes, cada uno de ellos con una lengua diferente y un promedio de 33 personas por clan. Esas formas lingüísticas están clasificadas en 5 lenguas y unos 7 dialectos, de modo que la cifra media de hablantes es de unos 53 por forma lingüística, o de 140 por lengua. Los aborígenes tradicionales de la región hablaban o entendían al menos 5 lenguajes o dialectos diferentes. En parte debido a que las comunidades lingüísticas son tan reducidas, y en parte por una preferencia por la exogamia lingüística (casarse con alguien cuya lengua principal no es la propia), un 60 por ciento de los matrimonios son entre personas que hablan distintas lenguas, otro 16 por ciento entre hablantes de distintos dialectos de la misma lengua y solo un 24 por ciento pertenecen al mismo dialecto, todo ello pese a que los clanes vecinos suelen ser lingüísticamente similares, así que la mera propincuidad conduciría a matrimonios dentro del mismo dialecto si no fuese por esa preferencia por buscar parejas geográfica y lingüísticamente más remotas.
Puesto que muchos grupos sociales en cabo Keerweer incluyen a hablantes de diferentes lenguas, las conversaciones a menudo son multilingües. Es habitual iniciar una conversación en la lengua o el dialecto de la persona a la que nos dirigimos o (si somos visitantes) en la lengua del campamento anfitrión. Luego podemos cambiar a nuestro idioma, mientras que nuestros compañeros hablan en el suyo, o podemos dirigirnos a cada persona en su lengua, lo cual indica a quién nos estamos refiriendo en ese momento. También podemos cambiar de idioma dependiendo del mensaje implícito que deseemos transmitir: por ejemplo, una elección significa «tú y yo no discutiremos» y otra «tú y yo tenemos un problema pero me gustaría solucionarlo»; otra significa «soy una persona buena y socialmente adecuada» y otra «te insultaré hablándote irrespetuosamente». Es probable que ese multilingüismo fuese habitual en nuestro pasado cazador-recolector, como lo sigue siendo hoy en zonas tradicionales de Nueva Guinea, y por las mismas razones subyacentes: pequeñas comunidades lingüísticas, de ahí la frecuente exogamia lingüística, y encuentros diarios y conversaciones con hablantes de otras lenguas.
Los otros dos estudios, llevados a cabo por Arthur Sorensen y Jean Jackson, están consagrados a la región del río Vaupés, en la frontera entre Colombia y Brasil, al noroeste de la cuenca del Amazonas. Unos 10 000 indios, que hablan alrededor de 21 lenguas pertenecientes a 4 familias lingüísticas, son culturalmente similares en el sentido de que se ganan la vida cultivando, pescando y cazando junto a los ríos de las selvas tropicales. Al igual que los aborígenes de cabo Keerweer, los indios del río Vaupés son lingüísticamente exógamos, pero de manera mucho más estricta: en más de 1000 matrimonios estudiados por Jackson, es probable que solo uno se produjera dentro de un grupo lingüístico. Mientras que los chicos permanecen en el hogar comunal de sus padres, en el que se criaron, las chicas de otras casas y grupos lingüísticos se trasladan a la vivienda de su marido en el momento de casarse. Cualquier casa comunal alberga a mujeres pertenecientes a distintos grupos lingüísticos: tres, en el caso de la residencia estudiada intensivamente por Sorensen. Los niños aprenden las lenguas de sus padres y madres desde la infancia, y luego los de las otras mujeres de la casa comunal. Por ello, todo el mundo conoce las cuatro lenguas de la casa (la de los hombres y las de los tres grupos lingüísticos de las mujeres), y la mayoría también aprenden otros idiomas de los visitantes.
Hasta que no conocen bien una lengua oyendo y adquiriendo pasivamente el vocabulario y la pronunciación, los indios del río Vaupés no empiezan a hablarlo. Se esfuerzan por mantener cada idioma por separado y trabajan duro por pronunciar correctamente cada uno de ellos. A Sorensen le dijeron que tardaban uno o dos años en aprender una nueva lengua con fluidez. Se da un gran valor a hablar correctamente y se considera una vergüenza que se filtren palabras de otras lenguas en la conversación.
Esas anécdotas de las sociedades a pequeña escala en dos continentes y en Nueva Guinea indican que el multilingüismo adquirido socialmente era habitual en el pasado, y que el monolingüismo o el multilingüismo escolar de las sociedades estatales modernas es un fenómeno nuevo. Pero esta generalización es incierta y limitada. Puede que el monolingüismo haya caracterizado a sociedades a pequeña escala en algunas zonas de escasa diversidad lingüística o expansiones lingüísticas recientes, como en altas latitudes o entre los inuit que viven al este de Alaska. La generalización se basa en anécdotas y expectativas derivadas de comunidades lingüísticas tradicionalmente pequeñas. Son necesarios estudios sistemáticos que utilicen alguna definición estándar del multilingüismo para afianzar esta conclusión.
Ventajas del bilingüismo
Preguntémonos ahora si el multilingüismo o el bilingüismo tradicionales aportan beneficios netos, perjuicios netos o nada a los individuos bilingües en comparación con los monolingües. Describiré algunas ventajas prácticas del bilingüismo fascinantes y descubiertas recientemente que tal vez les impresionen más que la habitual afirmación de que aprender una lengua extranjera enriquece nuestra vida. Aquí solo comentaré los efectos del bilingüismo para los individuos: dejaré para una sección posterior la pregunta correspondiente sobre si el bilingüismo es positivo o negativo para una sociedad en su conjunto.
Entre los países industriales modernos, el bilingüismo es un tema de debate, sobre todo en Estados Unidos, que durante más de 250 años ha incorporado a su población un elevado porcentaje de inmigrantes que no hablan inglés. Una opinión expresada con frecuencia en Estados Unidos es que el bilingüismo es perjudicial, sobre todo para los hijos de inmigrantes, que de ese modo hallan obstáculos para moverse en la cultura predominantemente de habla inglesa del país y, por tanto, será mejor que no aprendan el idioma de sus padres. Esa opinión es sostenida no solo por estadounidenses nativos, sino también por padres inmigrantes de primera generación: por ejemplo, mis abuelos y los padres de mi mujer, que evitaban diligentemente hablar juntos en yídish y polaco en presencia de sus hijos para asegurarse de que mis padres y mi esposa solo aprendieran inglés. Otras bases para esta opinión por parte de los estadounidenses nativos incluyen el miedo y la desconfianza hacia los extranjeros, incluidas las lenguas; y una preocupación por parte de los padres nativos e inmigrantes, que piensan que puede ser confuso para los niños verse expuestos simultáneamente a dos idiomas y que el dominio del lenguaje será más rápido si solo acceden a uno. Ese razonamiento es una inquietud legítima: un niño que estudie dos lenguas debe aprender el doble de sonidos, palabras y estructuras gramaticales que un niño monolingüe; el niño bilingüe solo dispone de la mitad de tiempo para dedicarlo a cada lengua; por tanto, (se teme que) el niño bilingüe acabe hablando mal dos lenguas, en lugar de hablar bien una.
De hecho, algunos estudios efectuados en Estados Unidos, Irlanda y Gales hasta los años sesenta aseguraban que los niños bilingües presentaban una importante desventaja lingüística en comparación con los monolingües, que dominaban el idioma con más lentitud y que acababan con un vocabulario más reducido en ambas lenguas. Pero al final se llegó a la conclusión de que la interpretación se veía alterada por otras variables correlacionadas con el bilingüismo en esos estudios. En Estados Unidos más que en otros países, el bilingüismo está asociado con la pobreza. Cuando los niños bilingües estadounidenses fueron comparados con sus homólogos monolingües que solo hablaban inglés, estos solían pertenecer a comunidades más acomodadas, asistir a mejores escuelas y tener unos padres más cultos y adinerados que trabajaban en cargos de más relevancia y unos vocabularios más amplios. Esas correlaciones del bilingüismo podrían explicar por sí solas las habilidades lingüísticas más limitadas de los niños bilingües.
Estudios más recientes llevados a cabo en Estados Unidos, Canadá y Europa controlan esas otras variables, comparando a niños bilingües y monolingües que asisten a la misma escuela y que presentan una equivalencia en el estatus socioeconómico de sus padres. Resulta que los niños bilingües y los monolingües equiparables en otros aspectos superan peldaños de adquisición lingüística (por ejemplo, la edad en la que se pronuncia la primera palabra o la primera frase o en la que se adquiere un vocabulario de 50 términos) a la misma edad. Dependiendo del estudio, los niños bilingües o monolingües se convierten en adultos con un vocabulario y una recuperación léxica eminentemente iguales, o bien los niños monolingües acaban con una ligera ventaja (un vocabulario hasta un 10 por ciento más amplio en su única lengua). Sin embargo, sería engañoso resumir este resultado afirmando: «Los niños monolingües acaban teniendo un vocabulario ligeramente más amplio: 3300 palabras frente a solo 3000». Por el contrario, el resultado es el siguiente: «Los niños bilingües acaban teniendo un vocabulario mucho más amplio: un total de 6000 palabras, que consisten en 3000 términos en inglés más 3000 términos en chino, en lugar de 3300 palabras en inglés y ninguna en chino».
Los estudios realizados hasta la fecha no han demostrado diferencias cognitivas generalizadas entre las personas bilingües y monolingües. Un grupo no es de media más inteligente o piensa con más rapidez que el otro. Por el contrario, parecen darse diferencias concretas, como (tal vez) una adquisición léxica y una capacidad para nombrar objetos ligeramente más rápidas por parte de los monolingües (porque no tienen el problema de elegir entre varios nombres, todos ellos correctos pero en diferentes lenguas que conocen). Entre esas diferencias concretas, la que se ha determinado con más consistencia es lo que los científicos cognitivos denominan «función ejecutiva», y esa diferencia favorece a los bilingües.
Para comprender el significado de la función ejecutiva, imaginen a una persona que hace cualquier cosa, por ejemplo, cruzar una calle. Tengamos en cuenta que somos bombardeados constantemente por información sensorial en numerosas modalidades, entre ellas la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto, además de nuestros pensamientos. Los sentidos del viandante se ven invadidos por la visión de carteles y nubes, por el sonido de la gente hablando y los pájaros que cantan, por los olores de la ciudad, por las sensaciones táctiles de sus pies sobre el asfalto y de sus brazos oscilando a ambos lados, y por el recuerdo de lo que le ha dicho su mujer mientras desayunaban esa mañana. Si no estuviese cruzando una calle, el viandante se concentraría en las palabras de la gente, en la imagen de los carteles o en lo que le ha dicho su mujer más recientemente. Sin embargo, cuando atraviesa la calzada, su supervivencia exige que se concentre en las imágenes y sonidos de los coches que se aproximan a diferentes velocidades en ambas direcciones y en la sensación de sus pies bajando de la acera. Es decir, hacer cualquier cosa en la vida requiere la inhibición de un 99 por ciento de nuestros input sensoriales y pensamientos en cualquier momento y prestar atención al 1 por ciento relevante para la tarea que nos traemos entre manos. Se cree que el proceso cerebral de la función ejecutiva, también conocido como control cognitivo, reside en la zona conocida como córtex prefrontal. Es lo que permite prestar una atención selectiva, evitar distracciones, concentrarnos en resolver un problema, cambiar una tarea por otra y evocar y utilizar la palabra o información necesaria en el momento a partir de nuestras enormes reservas de léxico y datos. Es decir, el control ejecutivo es muy importante: resulta crucial para que funcionemos competentemente. En los niños, el control ejecutivo se desarrolla sobre todo durante los cinco primeros años de vida, aproximadamente.
Las personas bilingües tienen un problema especial con el control ejecutivo. Los monolingües que oyen una palabra la comparan con su única reserva léxica y cuando la pronuncian la obtienen también de dicha reserva. Pero las personas bilingües deben mantener separados sus idiomas. Cada vez que oyen una palabra, deben saber al instante con qué serie de normas arbitrarias deben interpretar el significado de esos sonidos: por ejemplo, un bilingüe español-italiano ha aprendido que «burro» significa «mantequilla» en italiano. Cada vez que los bilingües desean decir algo, deben evocar las palabras del idioma que están utilizando en esa conversación y no de otro. Los multilingües que participan en una conversación bilingüe en grupo, o los dependientes escandinavos, deben cambiar esas reglas arbitrarias cada pocos minutos, o incluso con más frecuencia.
Fui consciente de la importancia del control ejecutivo para los multilingües gracias a un error desconcertante por mi parte. Cuando fui a trabajar a Indonesia en 1979 y empecé a aprender su lengua, ya había vivido mucho tiempo en Alemania, Perú y Papúa Nueva Guinea, y me sentía cómodo hablando alemán, español y tok pisin sin confundir esos idiomas entre sí o con el inglés. También había aprendido otras lenguas (en especial el ruso), pero nunca había vivido en sus países el tiempo suficiente para tener la experiencia de hablarlas continuamente. Cuando empecé a hablar con amigos indonesios, me asombró descubrir que mi intención de pronunciar una palabra en su idioma a menudo me llevaba a farfullar el término ruso con el mismo significado, pese a que el indonesio y el ruso no guardan ninguna relación. Evidentemente había aprendido a separar el inglés, el alemán, el español y el tok pisin en cuatro compartimentos estancos, pero todavía me quedaba un compartimento no diferenciado equivalente a «otras lenguas distintas del inglés, el español, el alemán y el tok pisin». Cuando hube pasado más tiempo en Indonesia pude inhibir la reserva de términos rusos que acechaban sin control en mi mente y se deslizaban en mis conversaciones en el idioma local.
En resumen, las personas bilingües o multilingües poseen una práctica constante e inconsciente en la utilización del control ejecutivo. Se ven obligadas a practicarlo siempre que hablan, piensan o escuchan a otras personas, es decir, constantemente mientras permanecen despiertas. En los deportes, las artes interpretativas y otros ámbitos de la vida, sabemos que las cualidades mejoran con la práctica. Pero ¿cuáles son las cualidades que mejora la práctica del bilingüismo? ¿Desarrolla simplemente la capacidad de los bilingües para cambiar de idioma o les resulta útil de una forma más general?
Estudios recientes han ideado tests para ahondar en esta cuestión comparando la resolución de problemas por parte de personas bilingües y monolingües, desde niños de 3 años hasta adultos de 80. La conclusión general es que los bilingües de todas esas edades solo gozan de ventaja para resolver un tipo de problema específico. Sin embargo, es un problema amplio: resolver tareas que resultan complejas porque las normas cambian de forma impredecible o porque hay indicios engañosos e irrelevantes pero flagrantemente obvios que deben ser ignorados. Por ejemplo, se enseña a unos niños una serie de cartas en las que aparecen un conejo o una barca roja o azul que puede mostrar o no una estrella dorada. Si la estrella dorada está presente, los niños deben recordar cómo ordenar las cartas por colores; si no aparece, deben clasificarlas por el objeto mostrado. Los sujetos monolingües y bilingües obtienen los mismos resultados siempre que la norma sea la misma entre un ensayo y otro (por ejemplo, «ordenar por colores»), pero los monolingües tienen muchas más dificultades que los bilingües para adaptarse a un cambio en las reglas.
En otro test, los niños se sientan delante de una pantalla de ordenador en la cual aparece de repente un cuadrado rojo a la izquierda o uno azul a la derecha. El teclado incluye una tecla roja y otra azul, y los niños deben pulsar la que corresponda al cuadrado que aparece en pantalla. Si la tecla roja está a la izquierda del teclado y la azul a la derecha —es decir, en la misma posición relativa que el cuadrado del mismo color que aparece en pantalla—, los bilingües y monolingües obtienen los mismos resultados. Pero si se cambia la posición de las teclas roja y azul para crear confusión —es decir, si la tecla roja se encuentra a la izquierda del teclado pero el cuadrado azul aparece en la parte izquierda de la pantalla—, los bilingües obtienen mejores resultados que los monolingües.
Al principio se esperaba que esta ventaja de los bilingües en los tests con cambios de normas o información confusa solo fuesen aplicables a tareas que implicaran pistas verbales. Sin embargo, la ventaja es más general, y se aplica a indicativos no verbales de espacio, color y cantidad (como en los dos ejemplos que acabo de describir). Pero eso no significa ni mucho menos que los bilingües sean mejores que los monolingües en todo: ambos grupos suelen obtener los mismos resultados en tareas sin cambios de normas que atender y sin pistas engañosas que ignorar. No obstante, la vida está llena de información engañosa y normas cambiantes. Si la ventaja de los bilingües sobre los monolingües en esos juegos triviales también es aplicable a la abundancia de situaciones confusas o cambiantes de la vida real, ello supondría una ventaja importante para los primeros.
Una extensión interesante y reciente de esos tests comparativos son los bebés. Cabría imaginar que no tiene sentido o es imposible poner a prueba a los «bebés bilingües»: los bebés no pueden hablar, no pueden ser descritos como bilingües o monolingües y no se les puede pedir que realicen pruebas clasificando cartas y pulsando teclas. En realidad, los bebés desarrollan la capacidad de discriminar discursos mucho antes de poder hablar. Podemos probar sus habilidades de discriminación observando si pueden aprender a orientarse de manera distinta a dos sonidos. Resulta que los niños recién nacidos, que no se han visto expuestos a ningún idioma, pueden discriminar entre numerosas distinciones de consonantes y vocales utilizadas en una u otra lengua mundial, sea su lengua «nativa» (que no han oído, excepto dentro del útero) o no. Durante sus primeros cinco años de vida, al oír discursos a su alrededor, pierden esa capacidad inicial para discriminar distinciones no nativas que no oyen a su alrededor, y perfeccionan su capacidad para discriminar distinciones nativas. Por ejemplo, la lengua inglesa discrimina entre las consonantes líquidas l y r, mientras que el japonés no; por eso, a los anglohablantes nativos les parece que los japoneses que hablan inglés pronuncian «rots of ruck» en lugar de «lots of luck» («mucha suerte»). Por el contrario, la lengua japonesa discrimina entre vocales cortas y largas, mientras el inglés no. Sin embargo, los recién nacidos japoneses pueden discriminar entre la l y la r, y los ingleses entre las vocales cortas y largas, pero ambos pierden esa capacidad durante el primer año de vida, porque la distinción no entraña significado alguno.
Recientemente se han dedicado varios estudios a los bilingües desde la cuna, esto es, bebés cuyos padres hablan idiomas nativos diferentes pero han decidido utilizar el suyo con el bebé desde el primer día, de modo que este oiga dos lenguas en lugar de solo una. ¿Obtienen los bilingües desde la cuna una ventaja sobre los monolingües en la función ejecutiva que les permita afrontar mejor los cambios de normas y la información confusa y que sea apreciable cuando el niño pueda hablar? ¿Cómo se puede evaluar la función ejecutiva en un bebé preverbal?
Un reciente e ingenioso estudio de los científicos Ágnes Kovács y Jacques Mehler, llevado a cabo en la ciudad italiana de Trieste, comparaba a bebés «monolingües» de siete meses con «bilingües» en las combinaciones de italiano y esloveno, español, inglés, árabe, danés, francés o ruso (es decir, oír una lengua de su madre y la otra de su padre). Los bebés fueron entrenados, condicionados y recompensados por un comportamiento correcto al mostrarles una hermosa imagen de una marioneta que aparecía en la parte izquierda de una pantalla de ordenador; los bebés aprendían a mirar en dirección a la marioneta y evidentemente les gustaba. El test consistía en pronunciar al bebé un trisílabo sin sentido con la estructura AAB, ABA o ABB (por ejemplo, lo-lo-vu, lo-vu-lo, lo-vu-vu). La marioneta solo aparecía en pantalla con una de las tres estructuras (por ejemplo, lo-lo-vu). En seis pruebas, al oír lo-lo-vu, tanto los bebés «monolingües» como los «bilingües» aprendieron a mirar a la izquierda para anticiparse a la aparición de la bonita marioneta. Luego el investigador cambió las reglas e hizo que la marioneta apareciera en el lado derecho de la pantalla, y no en respuesta a la palabra sin sentido lo-lo-vu, sino lo-vu-lo. En 6 ensayos, los bebés «bilingües» habían desaprendido su lección anterior y habían aprendido la nueva respuesta correcta, pero los «monolingües», incluso después de 10 pruebas, seguían mirando a la parte errónea de la pantalla al oír la palabra absurda.
Enfermedad de Alzheimer
A partir de esos resultados podemos extrapolar y especular que las personas bilingües tal vez gozan de ventaja sobre las monolingües a la hora de moverse en nuestro mundo de normas cambiantes, y no solo en las tareas triviales de discriminar lo-lo-vu de lo-vu-lo. Sin embargo, los lectores probablemente requieran pruebas de ventajas más tangibles antes de comprometerse a balbucear sistemáticamente en dos idiomas a sus bebés y nietos. De ahí que les interese mucho más conocer las ventajas del bilingüismo en el extremo opuesto de la vida: la vejez, momento en que a tantos de nosotros nos aguarda la tragedia devastadora del Alzheimer y otras demencias seniles.
La enfermedad de Alzheimer es la forma más común de demencia en la vejez, y afecta 5 por ciento de las personas de más de 75 años y al 17 por ciento de los mayores de 85. La afección comienza con descuidos y una disminución de la memoria a corto plazo, y procede irreversible e incurablemente hacia la muerte en unos 5 o 10 años. La enfermedad está relacionada con lesiones cerebrales, detectables mediante autopsia o (en vida) con métodos de neurodiagnóstico por imágenes, incluida la reducción del volumen cerebral y la acumulación de proteínas concretas. Todos los tratamientos con medicación y vacunas han fracasado hasta la fecha. La gente con una vida mental y físicamente estimulante —más educación, trabajos más complejos, actividades sociales y de ocio estimulantes y más ejercicio físico— sufren menores tasas de demencia. Sin embargo, el largo período de latencia de hasta 20 años entre el inicio de la acumulación de proteínas y la posterior aparición de los síntomas del Alzheimer plantea interrogantes sobre las causas y los efectos, y la interpretación de esos hallazgos sobre una vida estimulante: ¿disminuye realmente la estimulación los síntomas del Alzheimer o esos individuos pudieron llevar una vida estimulante precisamente porque no sufrían los primeros estadios de una acumulación proteínica, o por ventajas genéticas que también los protegían de la enfermedad de Alzheimer? Con la esperanza de que una vida estimulante pueda ser una causa y no un resultado de unos procesos limitados de la enfermedad, a veces se anima a los ancianos que temen desarrollar Alzheimer a jugar al bridge o complejos juegos online o a resolver sudokus.
Algunos resultados interesantes de los últimos años indican un efecto protector del bilingüismo contra los síntomas del Alzheimer. Entre 400 pacientes estudiados en clínicas de Toronto, Canadá, en su mayoría de más de 70 años y con un diagnóstico probable de Alzheimer (u otras demencias en algunos casos), los pacientes bilingües mostraron sus primeros síntomas 4 o 5 años después que los monolingües. La esperanza de vida en Canadá es de 79 años; de ahí que una demora de 4 o 5 años en las personas de más de 70 años se traduzca en una reducción del 47 por ciento en la probabilidad de que desarrollen síntomas de Alzheimer antes de morir. Los pacientes bilingües y monolingües tenían un estatus profesional equiparable, pero los primeros habían recibido en general un nivel educativo más bajo. Puesto que la educación está asociada con una menor incidencia de los síntomas del Alzheimer, esto significa que las diferencias en la educación no podían explicar una menor incidencia de síntomas en los pacientes bilingües: esa incidencia más reducida se apreciaba pese a haber recibido menos educación. Otro hallazgo interesante fue que, en cualquier grado de insuficiencia cognitiva, los pacientes bilingües presentaban más atrofia cerebral en los métodos de diagnóstico por imágenes que los monolingües. Expresado de otro modo, los pacientes bilingües sufren menos insuficiencia cognitiva que los monolingües con el mismo grado de atrofia cerebral: el bilingüismo ofrece una protección parcial contra las consecuencias de la atrofia cerebral.
La protección que brinda el bilingüismo no plantea las mismas incertidumbres de interpretación sobre causas y efectos que sí motiva la aparente protección que ofrecen la educación y las actividades sociales estimulantes. Estos podrían ser resultados y no causas de las primeras fases de las lesiones del Alzheimer; y los factores genéticos que nos predisponen a buscar educación y actividades sociales también podrían protegernos de la enfermedad. Pero el hecho del bilingüismo viene determinado en los primeros años de la infancia, décadas antes de desarrollar las lesiones cerebrales propias del Alzheimer, y con independencia de nuestros genes. La mayoría de las personas bilingües no lo son por una decisión o unos genes propios, sino por el accidente de haberse criado en una sociedad bilingüe o porque sus padres han emigrado de su tierra natal a otra con un idioma diferente. Por ello, los síntomas de Alzheimer reducidos de los bilingües indican que el bilingüismo protege contra dichos síntomas.
¿Cómo es posible? Una respuesta breve es el aforismo: «O lo utilizas o lo pierdes». Ejercitar la mayoría de los sistemas corporales mejora su función; no ejercitarlos hace que se deteriore. Esta es la razón por la que atletas y artistas practican. También es la razón por la que se anima a los pacientes de Alzheimer a jugar al bridge o a juegos online o a resolver sudokus. Pero el bilingüismo es la práctica más constante para el cerebro. Mientras que un fanático puede jugar al bridge o resolver sudokus durante solo parte del día, las personas bilingües imponen un ejercicio extra al cerebro cada segundo que permanecen despiertos. Consciente o inconscientemente, su cerebro siempre tiene que decidir: «¿Debo hablar, pensar o interpretar los sonidos que estoy oyendo de acuerdo con las reglas arbitrarias de la lengua A o B?».
Los lectores compartirán mi interés personal en otras preguntas sin respuesta pero obvias. Si una lengua adicional ofrece cierta protección, ¿dos lenguas adicionales ofrecen más protección? En caso afirmativo, ¿la protección aumenta en proporción directa al número de lenguas o de forma más o menos pronunciada? Por ejemplo, si las personas bilingües obtienen cuatro años de protección por una lengua adicional, ¿un papú, un aborigen australiano, un indio del río Vaupés o un dependiente escandinavo que hablen cinco idiomas (cuatro, además de su lengua materna) seguirán obteniendo cuatro años de protección o 4 × 4 = 16 años de protección, o (si dominar cuatro idiomas adicionales es cuatro veces más complejo que solo uno), obtienen incluso 50 años de protección? Si han tenido el infortunio de que sus padres no los criaran como un bilingüe desde la cuna y de no aprender un segundo idioma hasta que empezaron la escuela secundaria a los 14 años, ¿podrán alcanzar a los bilingües desde la cuna en los beneficios obtenidos? Ambas preguntas serán de interés teórico para los lingüistas, y de interés práctico para los padres que se pregunten cómo educar mejor a sus hijos. Todo esto indica que el bilingüismo o el multilingüismo pueden ofrecer grandes ventajas prácticas a los individuos bilingües, al margen de las ventajas no tan prácticas de una vida culturalmente rica y con independencia de si la diversidad lingüística es buena o mala para el mundo en su conjunto.
Lenguas en vías de desaparición
Las 7000 lenguas del mundo son enormemente diversas en muchos sentidos. Por ejemplo, un día, mientras observaba pájaros en la jungla que rodea la aldea de Rotokas, en las montañas de la isla de Bougainville, en el Pacífico, el lugareño que me guiaba y nombraba a los pájaros de la zona en la lengua local exclamó de repente «Kópipi!» mientras señalaba el cántico más hermoso que había oído jamás. Consistía en nítidos tonos y trinos, agrupados en frases de dos o tres notas que ascendían lentamente; cada una de ellas era distinta de la anterior y producía el efecto de una de las canciones engañosamente simples de Franz Schubert. El cantor era una especie de reinita de patas largas y alas cortas antes desconocida para la ciencia occidental.
Mientras hablaba con mi guía, me fui percatando de que la música de las montañas de Bougainville no solo incluía el canto del kópipi, sino también el sonido de la lengua rotokas. El guía nombró un pájaro tras otro: kópipi, kurupi, vokupi, kopikau, kororo, keravo, kurue, vikuroi… Los únicos sonidos consonantes de esos nombres son la k, la p, la r y la v. Más tarde supe que la lengua rotokas solo tiene 6 consonantes, menos que cualquier idioma conocido en el mundo. El inglés, en comparación, tiene 24, mientras que el ahora extinguido ubijé de Turquía tenía alrededor de 80. Por alguna razón, la gente de Rotokas, que vive en una selva tropical en la montaña más alta del sudoeste del Pacífico, al este de Guinea, ha logrado construir un vocabulario rico y comunicarse con claridad recurriendo a menos sonidos básicos que cualquier otro pueblo en el mundo.
Pero la música de su lenguaje está desapareciendo de las montañas de Bougainville y del planeta. La lengua rotokas es solo 1 de los 18 idiomas que se hablan en una isla cuyo tamaño representa aproximadamente tres cuartas partes del estado de Connecticut, en Estados Unidos. En el último recuento era utilizada por solo unas 4320 personas, y esa cifra está disminuyendo. Con su desaparición, 30 000 años de experimento en la comunicación humana y el desarrollo cultural tocarán a su fin. Esa desaparición ejemplifica la tragedia inminente de la pérdida no solo del lenguaje rotokas, sino de gran parte de las demás lenguas del mundo. Solo ahora empiezan los lingüistas a valorar con seriedad la tasa de pérdidas de lenguas en el mundo y a debatir qué hacer al respecto. Si el ritmo actual se mantiene, en 2100 la mayoría de las lenguas actuales se habrán extinguido o serán lenguas moribundas habladas solo por ancianos que ya no se transmitirán de padres a hijos.
Por supuesto, la extinción de las lenguas no es un fenómeno nuevo que comenzó hace solo 70 años. Sabemos por las crónicas escritas de la Antigüedad, e inferimos de las distribuciones de las lenguas y los pueblos, que las primeras se extinguieron durante miles de años. Gracias a los autores romanos y a los restos de escritura de los monumentos antiguos y las monedas del territorio del antiguo Imperio romano sabemos que el latín sustituyó a las lenguas célticas que se hablaban en Francia y España, y también al etrusco, el umbro, el osco, el falisco y otras lenguas de Italia. Algunos textos antiguos conservados en sumerio, hurrita e hitita atestiguan lenguas ya desaparecidas que se hablaban hace miles de años en el Creciente Fértil. La propagación de la familia lingüística indoeuropea en Europa occidental, que comenzó en los últimos 9000 años, eliminó todas las lenguas originales del continente, a excepción del vasco en los Pirineos. Deducimos que los pigmeos africanos, los cazadores-recolectores filipinos e indonesios y los pueblos del Japón antiguo hablaban lenguas ya desaparecidas, que fueron reemplazadas por los idiomas bantúes, austronesios y el japonés moderno, respectivamente. Muchas más lenguas han desaparecido sin dejar rastro.
Pese a todas esas pruebas de extinciones lingüísticas pasadas, las modernas son diferentes, ya que se producen a un ritmo mucho mayor. Las extinciones de los últimos 10 000 años nos han dejado 7000 lenguas en la actualidad, pero las del próximo siglo nos dejarán solo unos centenares. Ese récord de extinciones lingüísticas obedece a la influencia homogeneizadora de la propagación de la globalización y los gobiernos de Estado por todo el mundo.
Para ilustrar el destino de la mayoría de las lenguas, pensemos en las 20 lenguas de los inuit y los indios nativos de Alaska. La lengua eyak, antes hablada por unos pocos centenares de indios en la costa meridional de Alaska, había quedado reducida en 1982 a dos hablantes, Marie Smith Jones y su hermana, Sophie Borodkin (lámina 47). Sus hijos solo hablan inglés. Con la muerte de Sophie en 1992, a la edad de 80 años, y la de Marie en 2008, con 93, el mundo lingüístico del pueblo eyak se sumió en su último silencio. Otras 17 lenguas nativas de Alaska están moribundas, en el sentido de que ni un solo niño las está aprendiendo. Aunque todavía las hablan los ancianos, también correrán el destino del eyak cuando fallezca el último de esos hablantes, y casi todas ellas cuentan con menos de 1000. Eso solo deja dos lenguas nativas de Alaska que todavía son aprendidas por los niños y, por tanto, no están condenadas: el yupik de Siberia, con 1000 hablantes, y el yupik central, con un total de 10 000.
En las monografías que resumen el estatus actual de las lenguas, nos encontramos con las mismas frases repetidas monótonamente. «El ubijé [esa lengua turca con 80 consonantes]… el último hablante plenamente competente, Tevfik Esen, de Haci Osman, murió en Estambul en octubre de 1992. Hace un siglo había 50 000 hablantes en los valles del Cáucaso, al este del mar Negro.» «El cupeño [una lengua india del sur de California] 9 hablantes de una población total de 150 […] todos mayores de 50 años […] casi extinguido». «El yamana [una lengua india antaño hablada en el sur de Chile y Argentina]… 3 mujeres hablantes [en Chile], casadas con españoles, han criado a sus hijos como hispanohablantes […] extinguido en Argentina.»
El grado de peligro lingüístico varía en todo el mundo. El continente donde la situación lingüística es más desesperanzadora es la Australia aborigen, donde en su día se hablaban 250 lenguas, todas ellas con menos de 5000 usuarios. Hoy, la mitad de esas lenguas australianas se han extinguido; la mayoría de las que sobreviven tienen menos de 100 hablantes; menos de 20 se siguen transmitiendo a los niños; y, a lo sumo, solo unas pocas se seguirán utilizando a finales del siglo XXI. Casi igual de desesperanzadora es la difícil situación de las lenguas nativas del continente americano. De los centenares de antiguas lenguas nativas de Norteamérica, una tercera parte ya se han extinguido, otra tercera parte solo tiene unos pocos hablantes ancianos y solo dos (el navajo y el yupik de los esquimales) son utilizadas en las retransmisiones de emisoras de radio locales, un claro signo de problemas en este mundo de comunicaciones de masas. Entre los miles de lenguas nativas que se hablaban originalmente en Centroamérica y Sudamérica, la única con el futuro asegurado es el guaraní, que, junto con el español, es la lengua nacional de Paraguay. El único continente con centenares de lenguas nativas que no se hallan en apuros es África, donde la mayoría de las lenguas supervivientes tienen decenas de miles o incluso millones de hablantes, y donde las poblaciones de pequeños agricultores sedentarios parecen aferrarse a su lengua.
Cómo desaparecen las lenguas
¿Cómo se extinguen las lenguas? Al igual que hay diferentes maneras de matar a la gente —con un golpe seco en la cabeza, estrangulándola lentamente o mediante un abandono prolongado—, también hay distintas formas de erradicar una lengua. La más directa es matar a casi todos sus hablantes. Así fue como los californianos blancos eliminaron la lengua del último indio «salvaje» de Estados Unidos, un hombre llamado Ishi (lámina 29), perteneciente a la tribu yahi, que contaba con unos 400 miembros y vivía cerca del monte Lassen. En una serie de masacres perpetradas entre 1853 y 1870, después de que la fiebre del oro en California atrajera a hordas de colonos europeos, estos mataron a la mayoría de los yahi, lo cual dejó solos a Ishi y a su familia y, finalmente, a Ishi, que sobrevivió oculto hasta 1911. Los colonos británicos eliminaron todas las lenguas nativas de Tasmania a principios del siglo XIX matando o capturando a la mayoría de sus habitantes, motivados por un botín de cinco libras por cada adulto o dos por cada niño. Unos medios menos violentos arrojan resultados similares. Por ejemplo, en su día había miles de nativos americanos de la tribu mandan en las Grandes Llanuras de Estados Unidos, pero en 1992 el número de hablantes de su lengua quedó reducido a seis ancianos, sobre todo debido a las epidemias de cólera y viruela que sobrevinieron entre 1750 y 1837.
La siguiente manera más directa de erradicar una lengua no es matar a sus hablantes, sino prohibirles que la utilicen y castigarlos si son descubiertos haciéndolo. En caso de que se pregunten por qué la mayoría de las lenguas indias de Norteamérica están extinguidas o moribundas, piensen en la política practicada hasta hace poco por el gobierno de Estados Unidos con respecto a ellas. Durante siglos, insistimos en que los indios podían ser «civilizados» y en que se les podía enseñar inglés apartando a los niños del ambiente «bárbaro» del hogar de sus padres haciéndolos ingresar en internados en los que solo se hablaba inglés y en los que el uso de lenguas indias estaba terminantemente prohibido y era castigado con maltratos físicos y humillaciones. Para justificar esa política, J. D. C. Atkins, comisionado de Estados Unidos para Asuntos Indios entre 1885 y 1888, explicaba: «La instrucción de los indios en lengua vernácula [es decir, en una lengua india] no solo no les resulta útil, sino que es contraproducente para la causa de su educación y civilización, y no será permitida en ninguna escuela india sobre la cual el gobierno ejerza control. […] Esta lengua [la inglesa], que es buena tanto para el hombre blanco como para el negro, debe ser buena también para el hombre rojo. Asimismo se cree que enseñar a un joven indio en su dialecto bárbaro va en claro detrimento de su persona. El primer paso a adoptar para la civilización, para enseñar a los indios el vandalismo y la locura que es mantener sus prácticas bárbaras, es instruirlos en lengua inglesa».
Cuando Japón se anexionó Okinawa en 1879, el gobierno adoptó una solución descrita como «una nación, un pueblo, una lengua». Eso significaba enseñar a los niños de Okinawa a hablar japonés y no permitirles utilizar nunca más ninguna de las 12 lenguas nativas. Asimismo, cuando Japón se anexionó Corea en 1910, prohibió el coreano en las escuelas a favor del japonés. Cuando Rusia volvió a anexionarse las repúblicas bálticas en 1939, sustituyó el estonio, el letón y el lituano en las escuelas por el ruso, pero esas lenguas bálticas siguieron hablándose en el hogar y recuperaron su estatus oficial cuando las repúblicas consiguieron de nuevo la independencia en 1991. La única lengua céltica que sobrevive en la Europa continental es el bretón, que es la lengua principal de medio millón de ciudadanos franceses. Sin embargo, la política oficial del gobierno francés es excluir la lengua bretona de las escuelas primarias y secundarias, y su uso ha entrado en declive.
Pero en la mayoría de los casos, la pérdida de una lengua sigue el proceso más insidioso que se está viviendo en Rotokas. Con la unificación política de una zona antes ocupada por tribus sedentarias en guerra llega la paz, la movilidad y un mayor número de matrimonios entre grupos. Los jóvenes en busca de oportunidades económicas abandonan sus aldeas natales y se trasladan a los centros urbanos, donde los hablantes de su lengua tribal se ven enormemente superados en número por personas de otros orígenes, y donde la gente que necesita comunicarse no tiene más opción que hablar el idioma mayoritario. Cada vez más parejas pertenecientes a grupos lingüísticos diferentes contraen matrimonio y deben recurrir al idioma mayoritario para hablar entre sí; por ello, transmiten la lengua dominante a sus hijos. Aunque estos también aprendan una lengua paterna, deben utilizar la mayoritaria en las escuelas. Las personas que permanecen en su aldea natal aprenden la lengua mayoritaria por su acceso al prestigio, el poder, el comercio y el mundo exterior. Los trabajos, los periódicos, la radio y la televisión utilizan de forma abrumadora la lengua mayoritaria que comparten la mayoría de los empleados, consumidores, anunciantes y suscriptores.
El resultado habitual es que los jóvenes adultos de las minorías suelen ser bilingües y sus hijos se vuelven monolingües y utilizan la lengua mayoritaria. La transmisión de lenguas minoritarias de padres a hijos desaparece por una o dos razones: los padres quieren que sus hijos aprendan el idioma mayoritario, no la lengua tribal de sus padres, para que puedan prosperar en la escuela y en el mundo laboral; y los hijos no quieren aprender el idioma de sus padres y solo desean dominar la lengua mayoritaria para entender la televisión, la enseñanza académica y a sus compañeros. He visto esos procesos en Estados Unidos con familias de inmigrantes procedentes de Polonia, Corea, Etiopía, México y muchos otros países, con el resultado de que los hijos aprenden inglés y desconocen la lengua de sus padres. Al final, las lenguas minoritarias son utilizadas solo por los ancianos, hasta que fallece el último. Mucho antes de llegar a ese desenlace, la lengua minoritaria ha degenerado debido a la pérdida de sus complejidades gramaticales y el olvido de las palabras nativas, y a la incorporación del léxico y las características gramaticales extranjeros.
De las 7000 lenguas del mundo, unas corren mucho más peligro que otras. Para determinar el grado de riesgo lingüístico es crucial saber si una lengua todavía es transmitida en casa de padres a hijos: cuando esa transmisión cesa, la lengua está condenada, aunque pasen 90 años hasta que muera el último hijo que todavía lo domina y, con él, su lengua. Estos son algunos factores que incrementan las posibilidades de que la transmisión de padres a hijos continúe: un gran número de hablantes; una elevada proporción de la población que lo habla; reconocimiento por parte del gobierno como lengua oficial de la nación o la provincia; la actitud de los hablantes hacia su propia lengua (orgullo o desdén); y ausencia de muchos inmigrantes que hablen otras lenguas y se impongan las nativas (como ocurrió con el influjo ruso en Siberia, el nepalí en Sikkim y el indonesio en la Nueva Guinea indonesia).
Supuestamente, entre las lenguas con el futuro más asegurado figuran las oficiales de los estados soberanos del mundo, que hoy en día suman 192. Sin embargo, la mayoría de los estados han adoptado oficialmente el inglés, el español, el árabe, el portugués o el francés, lo cual solo deja unos 70 estados que optan por otros idiomas. Aunque contemos las lenguas regionales, como las 22 que especifica la Constitución india, tenemos a lo sumo unos pocos centenares de lenguas protegidas oficialmente en cualquier lugar del mundo. Por el contrario, podríamos considerar que las lenguas con más de un millón de hablantes están seguras, con independencia de su estatus oficial, pero esa definición solo arroja unas 200 lenguas, muchas de las cuales duplican la lista de idiomas oficiales. Algunas lenguas pequeñas están seguras gracias al apoyo gubernamental, como el feroés, que hablan los 50 000 habitantes de las autogobernadas islas Feroe, pertenecientes a Dinamarca, y el islandés, que es el idioma oficial de 300 000 personas. Algunas lenguas con más de un millón de hablantes pero sin apoyo estatal o con un respaldo reciente y limitado están amenazadas, como el náhuatl (más de 1,4 millones de hablantes en México) y el quechua (unos 9 millones de hablantes en los Andes). Pero el apoyo del Estado no garantiza la seguridad de una lengua, como ilustra la debilidad del irlandés y el auge del inglés en Irlanda, pese al fuerte apoyo del gobierno hacia su idioma y su enseñanza como lengua oficial en las escuelas. Basándose en todo esto, los lingüistas calculan que todas, salvo unos pocos centenares de las 7000 lenguas que existen actualmente en el mundo, estarán extinguidas o moribundas a finales de este siglo si se mantienen las tendencias.
¿Son perjudiciales las lenguas minoritarias?
Esos son los datos abrumadores de la extinción lingüística en todo el mundo. Pero ahora preguntémonos, como hacen muchos o la mayoría: ¿y qué? ¿Realmente es negativa la pérdida de lenguas? ¿No es perjudicial la existencia de miles de lenguas, ya que impiden la comunicación y fomentan los conflictos? Puede que debamos alentar la pérdida de lenguas. Esta idea fue expresada por un aluvión de comentarios de los oyentes enviados a la British Broadcasting Corporation después de que emitiera un programa en el que trataba de defender el valor de las lenguas en vías de desaparición. Veamos una muestra de las citas.
«¡Menudo montón de tonterías sentimentales! La razón por la que las lenguas murieron es que eran la expresión de unas sociedades moribundas incapaces de transmitir las dinámicas intelectuales, culturales y sociales necesarias para una longevidad y una evolución sostenidas.»
«Qué ridículo. El propósito del lenguaje es comunicar. Si nadie lo habla, no tiene objetivo alguno. Ya puestos, también podríamos aprender klingon.»
«Las únicas personas para las que resultan útiles 7000 lenguas son los lingüistas. Las lenguas diferentes separan a las personas, mientras que una lengua común las une. Cuantas menos lenguas vivas, mejor.»
«La humanidad debe estar unida, así es como se avanza, no en pequeñas tribus incapaces de comunicarse unas con otras. Documentémoslas por todos los medios, aprendamos lo que podamos de ellas, pero consignémoslas a la historia, que es el lugar al que pertenecen. Un mundo, un pueblo, una lengua común, un objetivo común; tal vez entonces podamos vivir todos en paz.»
«En mi opinión, a 7000 lenguas le sobran 6999. Que desaparezcan.»
Hay dos razones principales que esgrimen las personas como las que escribieron a la BBC para justificar que hay que deshacerse de la mayoría de las lenguas del mundo. Una objeción puede resumirse en la siguiente frase: «Necesitamos una lengua común para comunicarnos». Sí, por supuesto, es cierto; la gente necesita una lengua común para comunicarse entre sí. Pero eso no implica eliminar las lenguas minoritarias, tan solo que sus hablantes sean bilingües y utilicen la lengua mayoritaria. Por ejemplo, Dinamarca es el séptimo país más rico del mundo, aunque casi el único pueblo que habla danés son sus cinco millones de habitantes. Ello obedece a que la mayoría de ellos también hablan inglés con fluidez y otros idiomas europeos, que emplean para hacer negocios. Los daneses son ricos y están orgullosos de lo que son, porque hablan danés. Si quieren hacer el esfuerzo de ser bilingües en navajo e inglés, es cosa suya. Los navajos no piden ni quieren que otros estadounidenses aprendan su idioma.
La otra razón primordial por la que la gente como la que escribió a la BBC justifica deshacerse de las lenguas es la creencia de que múltiples idiomas causan guerras civiles y enfrentamientos étnicos, alentando a la gente a ver a otros pueblos como algo distinto. Las guerras civiles que desgarran a tantos países hoy en día están determinadas por líneas lingüísticas, o eso dicen. Sea cual sea el valor de tener múltiples lenguas, deshacerse de ellas supuestamente sería el precio a pagar si queremos frenar las muertes en todo el mundo. ¿No sería un lugar mucho más tranquilo si los kurdos pasaran a hablar turco o árabe, si los tamiles de Sri Lanka aceptaran hablar cingalés y si los franceses de Quebec y los hispanos de Estados Unidos se pasaran al inglés?
Parece un argumento sólido. Pero su asunción implícita de una utopía monolingüe es errónea: las diferencias lingüísticas no son la principal causa de los enfrentamientos. Las personas con prejuicios se aferrarán a cualquier diferencia para despreciar a otros, incluidas las diferencias en materia de religión, política, etnicidad o atuendo. Los peores asesinatos de masas cometidos en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial fueron entre serbios ortodoxos y montenegrinos (que más tarde se escindieron). Los croatas católicos y los bosnios musulmanes de la antigua Yugoslavia se masacraron mutuamente, aunque todos ellos hablan el mismo idioma: el serbocroata. Los asesinatos de masas más cruentos cometidos en África desde el final de la Segunda Guerra Mundial se produjeron en Ruanda en 1994, cuando el pueblo hutu mató a casi un millón de tutsis y buena parte del pueblo twa; todos ellos hablaban la lengua de Ruanda. Los peores asesinatos de masas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se produjeron en Camboya, donde los camboyanos, que hablaban jemer y estaban gobernados por su dictador Pol Pot, mataron a unos dos millones de camboyanos también hablantes de jemer. Los peores asesinatos de masas cometidos en el mundo en cualquier momento de la historia se cometieron en la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin, cuando los rusos mataron a decenas de millones de personas, en su mayoría también hablantes de ruso, por supuestas diferencias políticas.
Si creen que las minorías deberían renunciar a sus idiomas y adoptar la lengua mayoritaria para fomentar la paz, pregúntense si también creen que las minorías deberían fomentar la paz renunciando a sus religiones, etnicidades y opiniones políticas. Si creen que la libertad de religión, etnicidad y opinión política pero no lingüística es un derecho humano inalienable, ¿cómo explicarían su inconsistencia a un kurdo o a un francés de Canadá? Innumerables ejemplos, aparte de los de Stalin, Pol Pot, Ruanda y la antigua Yugoslavia nos advierten de que el monolingüismo no es una salvaguarda para la paz.
Puesto que la gente difiere en lenguaje, religión, etnicidad y visión política, la única alternativa a la tiranía o los asesinatos de masas es que la gente viva junta en un ambiente de tolerancia mutua. No es una vana esperanza. Pese a las guerras pasadas por la religión, personas de distintas confesiones coexisten pacíficamente en Estados Unidos, Alemania, Indonesia y muchos otros países. Asimismo, numerosos países que practican la tolerancia lingüística descubren que pueden acoger a personas de diferentes lenguas en armonía: por ejemplo, dos lenguas nativas en los Países Bajos (holandés y frisón), dos en Nueva Zelanda (inglés y maorí), tres en Finlandia (finés, sueco y lapón), cuatro en Suiza (alemán, francés, italiano y retorrománico), 43 en Zambia, 85 en Etiopía, 128 en Tanzania y 286 en Camerún. En un viaje a Zambia, cuando visité un aula de un instituto, recuerdo que un alumno me preguntó: «¿A qué tribu de Estados Unidos pertenece usted?». Después, cada estudiante me contó, con una sonrisa, cuál era su lengua tribal. En aquella pequeña aula estaban representadas siete lenguas, y nadie parecía avergonzado, asustado o con intención de matar a nadie.
¿Por qué preservar las lenguas?
De acuerdo, no hay nada inevitablemente perjudicial o molesto en la preservación de las lenguas, con la salvedad del esfuerzo del bilingüismo para los hablantes de lenguas minoritarias, y ellos pueden decidir por sí mismos si están dispuestos a tolerar dicho esfuerzo. ¿Existen algunas ventajas positivas en la preservación de la diversidad lingüística? ¿Por qué no deberíamos permitir que el mundo converja en sus cinco lenguas más importantes, esto es, el mandarín, el español, el inglés, el árabe y el hindi? O llevemos ese argumento un paso más allá, antes de que lectores anglohablantes respondan con entusiasmo: «¡Sí!». Si creen que las lenguas pequeñas deberían dar paso a las grandes, una conclusión lógica es que todos deberíamos adoptar la más importante de todas, el mandarín, y permitir que el inglés muriera. ¿Qué sentido tiene preservar el inglés? Entre muchas respuestas posibles, mencionaré tres.
En primer lugar, con dos o más idiomas, nosotros, como individuos, podemos ser bilingües o multilingües. Antes he comentado la evidencia de las ventajas cognitivas de los individuos bilingües. Aunque sean escépticos con respecto a la supuesta protección del bilingüismo contra los síntomas del Alzheimer, todas las personas que dominan más de una lengua saben que conocer varios idiomas enriquece su vida, al igual que un vocabulario amplio en la propia lengua brinda una vida más rica que un vocabulario reducido. Diferentes lenguas tienen distintas ventajas, así que es más sencillo expresar algunas cosas o sentir de cierta manera en un idioma que en otro. Si la tan debatida hipótesis de Sapir-Whorf es correcta, la estructura de una lengua moldea la forma de pensar de sus hablantes, de modo que una persona ve el mundo y piensa diferente cuando cambia de idioma. Por ello, la pérdida de una lengua no solo obstaculiza la libertad de las minorías, sino también las opciones de las mayorías.
En segundo lugar, las lenguas son el producto más complejo de la mente humana, y cada una de ellas difiere en sus sonidos, estructura y patrón de pensamiento. Pero una lengua en sí misma no es lo único que se pierde al extinguirse. La literatura, la cultura y gran parte del conocimiento están codificados en lenguas: si la perdemos, perderemos buena parte de la literatura, la cultura y el conocimiento. Las lenguas cuentan con diferentes sistemas numéricos, dispositivos mnemónicos y sistemas de orientación espacial: por ejemplo, es más fácil contar en galés o mandarín que en inglés. Los pueblos tradicionales tienen nombres en lengua local para cientos de animales y plantas que los rodean: esas enciclopedias de información etnobiológica desaparecen cuando lo hacen sus lenguas. Aunque Shakespeare puede ser traducido al mandarín, los anglohablantes consideraríamos una pérdida para la humanidad que el discurso de Hamlet, «To be or not to be, that is the question», solo estuviese disponible en una traducción mandarina. Los pueblos tribales también tienen su literatura tribal, y su pérdida asimismo representa una pérdida para la humanidad.
Pero puede que sigan pensando: «Ya basta de esta conversación vaga sobre la libertad lingüística, el legado cultural único y las diferentes opciones para pensar y expresarse. Esos lujos apenas tienen prioridad en medio de las crisis del mundo moderno. Hasta que no resolvamos los desesperados problemas socioeconómicos del mundo no podemos malgastar el tiempo en bagatelas como las lenguas nativas americanas desconocidas».
En ese caso, piensen de nuevo en los problemas socioeconómicos de esas personas que hablan todas esas lenguas nativas americanas desconocidas (y miles de lenguas desconocidas en todo el mundo). Son el segmento más pobre de la sociedad estadounidense. Sus problemas no son solo laborales, sino cuestiones de mayor envergadura, como la desintegración cultural. Los grupos cuya lengua y cuya cultura se desintegran tienden a perder su orgullo y su apoyo mutuo y a sumirse en problemas socioeconómicos. Les han dicho durante tanto tiempo que su lengua y todos los demás elementos de su cultura no valen nada que se lo creen. Los costes resultantes para los gobiernos nacionales en ventajas de la Seguridad Social, gastos en sanidad, problemas relacionados con el alcohol y las drogas y dispendios en lugar de contribuciones a la economía nacional son enormes. Al mismo tiempo, otras minorías con culturas intactas y una preservación de su lengua —como algunos grupos de inmigrantes que han llegado recientemente a Estados Unidos— ya están contribuyendo sobremanera a la economía en lugar de socavarla. Asimismo, entre las minorías nativas, aquellas con una cultura y una lengua intactas suelen ser más fuertes económicamente y en general recurren menos a los servicios sociales. Los indios cherokee que finalizan la escuela y siguen siendo bilingües en su lengua y en inglés tienen más posibilidades de continuar con su educación, conseguir trabajo y obtener salarios más elevados que aquellos que no hablan cherokee. Los aborígenes australianos que aprenden su lengua y su cultura tribal tradicionales son menos proclives al abuso de sustancias que aquellos que se encuentran culturalmente desvinculados.
Unos programas para subvertir la desintegración cultural de los nativos americanos serían más eficaces y baratos que los pagos de la Seguridad Social, tanto para los nativos como para la mayoría de los contribuyentes. Esos programas aspiran a soluciones a largo plazo; los subsidios no. Asimismo, a los países azotados por guerras civiles por cuestiones lingüísticas les habría resultado más barato emular a otros (como Suiza, Tanzania y muchos más) que están basados en sociedades entre grupos intactos y orgullosos que intentar acabar con las lenguas y culturas minoritarias.
La lengua como centro de la identidad nacional puede suponer la diferencia entre la supervivencia del grupo y su desaparición, no solo para las minorías dentro de un país, sino también para naciones enteras. Pensemos en la situación que vivió Gran Bretaña al principio de la Segunda Guerra Mundial, en mayo y junio de 1940, cuando la resistencia francesa contra los ejércitos invasores nazis se desmoronaba, cuando Hitler ya había ocupado Austria, Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Dinamarca y los Países Bajos, cuando Italia, Japón y Rusia habían firmado alianzas o pactos con el Führer, y cuando Estados Unidos seguía decidido a permanecer neutral. Las posibilidades que tenía Gran Bretaña de resistir la inminente invasión alemana parecían escasas. Algunas voces dentro del gobierno afirmaban que Gran Bretaña debía cerrar un acuerdo con Hitler y no intentar oponer una resistencia inútil.
Winston Churchill respondió en la Cámara de los Comunes el 13 de mayo y el 4 de junio de 1940 con los discursos más citados y eficaces pronunciados en lengua inglesa en el siglo XX. Entre otras cosas, dijo: «No tengo nada que ofrecer que no sea sangre, arduo trabajo, sudor y lágrimas. […] Me preguntan ustedes cuál es nuestra política. Yo se lo diré: librar batalla en tierra, mar y aire. Guerra con todo el poder y la fuerza que Dios nos ha dado, librar una batalla en contra de un tirano monstruoso que nunca ha sido superado en el oscuro y lamentable catálogo de los crímenes humanos. […] No flaquearemos ni fallaremos. Llegaremos hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y el océano, lucharemos cada vez con más confianza y fuerza por aire, defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste, lucharemos en las playas, lucharemos en las zonas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las montañas; nunca nos rendiremos».
Ahora sabemos que Gran Bretaña no se rindió ni buscó un acuerdo con Hitler. Siguió combatiendo, al cabo de un año consiguió a Rusia y Estados Unidos como aliados, y al cabo de cinco derrotó a Hitler. Pero ese desenlace no estaba predestinado. Supongamos que la absorción de pequeños idiomas europeos por parte de lenguas grandes hubiera llegado en 1940 a un punto en el que los británicos y todos los demás europeos occidentales hubiesen adoptado el alemán, la lengua más importante de Europa occidental. ¿Qué habría sucedido en junio de 1940 si Churchill se hubiera dirigido a la Cámara de los Comunes en alemán en lugar de inglés?
Mi argumento no es que las palabras de Churchill fuesen intraducibles; suenan tan potentes en alemán como en inglés («Anbieten kann ich nur Blut, Müh, Schweiss, und Träne…»). Mi argumento es que la lengua inglesa es un símbolo de todo lo que hizo a los británicos seguir luchando ante unas perspectivas aparentemente nefastas. Hablar inglés significa ser heredero de 1000 años de cultura independiente, historia, una creciente democracia y una identidad insular. Significa ser heredero de Chaucer, Shakespeare, Tennyson y otros monumentos de la literatura en lengua inglesa. Significa tener ideales políticos distintos de los alemanes y otros europeos continentales. En junio de 1940, hablar inglés significaba tener algo por lo que merecía la pena luchar y morir. Aunque nadie puede demostrarlo, dudo que Gran Bretaña hubiera resistido a Hitler en junio de 1940 si los británicos ya hubieran hablado alemán. Conservar nuestra identidad lingüística no es ninguna bagatela. Hace que los daneses sean ricos y felices, que algunas minorías nativas e inmigrantes sean prósperas y que Gran Bretaña fuese libre.
¿Cómo podemos proteger las lenguas?
Si por fin coincidimos en que la diversidad lingüística no es perjudicial y en que incluso podría ser buena, ¿qué se puede hacer para ralentizar la actual tendencia de una menguante diversidad lingüística? ¿Estamos desamparados ante las fuerzas aparentemente abrumadoras que tienden a erradicar todas las lenguas, excepto las más importantes, en el mundo moderno?
No, no estamos desamparados. En primer lugar, los lingüistas profesionales podrían hacer mucho más de lo que están haciendo ahora mismo. La gran mayoría de ellos asignan escasa prioridad al estudio de las lenguas en vías de desaparición. Hasta hace poco no se ha visto a más lingüistas llamar la atención sobre nuestra pérdida inminente. Resulta irónico que tantos hayan ignorado la cuestión en una época en que las lenguas, el tema de su disciplina, están desapareciendo. Los gobiernos y la sociedad podrían formar y apoyar a más lingüistas para que estudiaran y grabaran a los últimos hablantes de lenguas moribundas para preservar la opción de que los miembros supervivientes de la población puedan recobrar el idioma cuando su último hablante fallezca, como sucedió con el cornuallés en Gran Bretaña, y como podría estar sucediendo ahora con el eyak en Alaska. Una notable historia de éxito en el renacimiento es la restitución moderna del hebreo como lengua vernácula, que ahora hablan cinco millones de personas.
En segundo lugar, los gobiernos pueden apoyar a las lenguas minoritarias por medio de políticas y adjudicando fondos. Algunos ejemplos incluyen el respaldo que presta el gobierno holandés al frisón (que solo habla alrededor del 5 por ciento de la población del país) o el gobierno neozelandés al maorí (que habla menos del 2 por ciento de la población). Después de dos siglos oponiéndose a las lenguas nativas americanas, el gobierno de Estados Unidos aprobó una ley en 1990 para alentar su uso y destinó una pequeña suma de dinero (unos dos millones de dólares al año) a los estudios de lenguas nativas americanas. Sin embargo, tal como ilustra esa cifra, el apoyo gubernamental a las lenguas en peligro de extinción tiene mucho camino que recorrer. El dinero que gasta el gobierno de Estados Unidos para preservar especies animales y vegetales en peligro deja en nada al que destina a preservar lenguas, y el dinero invertido solo en una especie de pájaro (el cóndor de California) supera el que gasta en las más de 100 lenguas nativas americanas en peligro. Como ornitólogo apasionado, estoy a favor de asignar fondos al cóndor, y no me gustaría ver que se transfiere dinero de los programas del cóndor a los de la lengua eyak. Por el contrario, menciono esta comparación para ilustrar lo que me parece una gran incoherencia en nuestras prioridades. Si valoramos a las aves en peligro de extinción, ¿por qué no asignamos al menos un valor equiparable a las lenguas en vías de desaparición, cuya importancia podría resultar más fácil de comprender para los humanos?
En tercer lugar, esos hablantes minoritarios pueden hacer mucho por fomentar sus lenguas, como han hecho recientemente los galeses, los franceses de Quebec y varios grupos nativos americanos con cierto éxito. Son los guardianes vivos de su lengua, la gente que, con diferencia, se encuentra en la mejor posición para transmitirla a sus hijos y otros miembros del grupo y ejercer presión al gobierno para que les apoye.
Pero esas iniciativas minoritarias seguirán haciendo frente a una ardua batalla si la mayoría se opone con fuerza, como ha sucedido con demasiada frecuencia. Los hablantes mayoritarios y nuestros representantes gubernamentales que no optan activamente por fomentar las lenguas minoritarias al menos pueden ser neutrales y evitar acabar con ellas. Nuestros motivos para hacerlo incluyen razones en última instancia egoístas, además de los intereses de los propios grupos minoritarios: legar a nuestros hijos un mundo rico y fuerte y no un mundo drásticamente empobrecido y crónicamente debilitado.