Capítulo 11
—¡Aún tenemos tiempo! —exclamó Geary—. Los síndicos todavía no han destruido la puerta de Varandal. Si llegamos allí con la antelación suficiente, podremos detenerlos. Tenemos la oportunidad de impedir esta catástrofe, ¡y lo conseguiremos!
—¿Cómo? —preguntó Rione.
—La capitana Crésida ha informado de que ha logrado desarrollar su sistema lo suficiente como para impedir el colapso de las puertas. Tenemos que instalar uno en Varandal y en todas las puertas hipernéticas que sea posible tan rápido como podamos, y confiar en que los alienígenas no descubran nuestro plan hasta que ya no tengan tiempo para reaccionar.
—¿Y la lista del capitán Tulev?
—Los sucesos nos han cogido desprevenidos, y una lista de prioridades sería muy difícil de respetar con el poco tiempo del que disponemos. Si se propaga la noticia de que las puertas hipernéticas suponen una amenaza, todo el mundo empezará a aplicar los sistemas de Crésida.
Desjani apoyó la frente entre las palmas de las manos.
—Aunque logremos detener a los síndicos, ¿por qué los alienígenas no iban a destruir la puerta en cuanto descubran que estamos en Varandal? Claro, no lo sabrán. Tardarán un tiempo en darse cuenta. ¿El suficiente para instalar el sistema de Crésida?
—Esperemos que así sea. Demos gracias por haber recogido a esa síndica —dijo Geary—. Si no, nunca habríamos sabido lo de Kalixa.
—Si su nave no hubiera resistido y no hubiesen avisado a la flotilla síndica de reserva de lo ocurrido en Kalixa —señaló Desjani con frialdad—, esta no habría partido hacia Varandal para colapsar la puerta de la Alianza. Personalmente, no me habría importado enterarme más tarde de lo de Kalixa si así se hubiera evitado.
—La prisionera mencionó otra cosa muy importante. —Los ojos de Rione seguían nublados por la pesadumbre—. Un buque mercante síndico que se encontraba allí tenía copias de nuestros registros de Lakota. Esa es la prueba de que la información está llegando a todos los Mundos Síndicos, aunque lo más probable es que los líderes síndicos estén intentando impedirlo.
Geary se acercó al panel de comunicación.
—Tenemos que convocar una reunión. Ahora mismo. —En menos de diez minutos tenía ante sí virtualmente a los capitanes Duellos, Tulev y Crésida, así como a Desjani y a Rione. No necesitó más de dos minutos para explicarles lo que habían averiguado a partir de las declaraciones de la comandante síndica, tras lo cual se dirigió a Crésida—. Me comentó que las operaciones básicas habían concluido. ¿Cuánto faltaría para conseguir un diseño que se pueda fabricar e instalar en cuanto lleguemos al espacio de la Alianza?
—Muy poco, señor. —La capitana se encogió de hombros a modo de disculpa—. Se puede perfeccionar, pero está casi terminado. Se han tenido en cuenta muchos factores, así que debería poder amortiguar la onda de choque hasta el punto de que no suponga una amenaza para el sistema estelar. También hay un componente básico de emergencia que, cuanto menos, reducirá la intensidad de la descarga de energía de forma que no cause daños graves, así como un dispositivo más elaborado que se puede instalar con posterioridad sobre el otro. Eso debería servir para que el colapso de la puerta no provoque ningún daño.
—¿Cuánto se tardarán en construir e instalar en las puertas hipernéticas? —preguntó Rione.
—Depende de la prioridad que se le asigne a la operación, señora copresidenta. —Crésida volvió a encogerse de hombros—. Tendríamos que convencer de su urgencia a las autoridades políticas de la Alianza y a nuestra cadena de mando militar.
A la capitana no le hizo falta enfatizar el sarcasmo de su respuesta. Rione parecía furiosa, pero no con Crésida.
—Tal vez ese no sea un problema si perdemos Varandal, aunque, en cualquier caso, será mejor que eso no suceda. Ya han desaparecido Lakota y Kalixa, y, puesto que formaban parte del territorio enemigo, su relevancia será puesta en duda. Tenemos que encontrar la forma de saltarnos los procesos burocráticos de la Alianza.
—El capitán Geary podría ordenarlo.
—Eso no garantizaría que ocurriese —intervino Geary—. Sobre todo si al final se genera un debate sobre mi persona en lugar de acerca de la instalación de los…
—Sistemas de seguridad —apuntó Crésida.
Tulev sonrió sin ganas.
—Avisemos a todo el mundo. Podemos transmitirlo por todos los canales. Esto es lo que ocurrió en Lakota y Kalixa. Podría suceder también en su sistema estelar, cuando menos se lo esperen. A menos que realicen enseguida esta modificación en su puerta hipernética. La gente comprenderá el mensaje y se pondrá a trabajar.
Desjani negaba con la cabeza.
—La seguridad es prioritaria.
—En ese caso —dijo Tulev con calma—, las autoridades políticas y militares lo considerarán un asunto confidencial, lo ocultarán, lo estudiarán y lo discutirán hasta que los sistemas estelares de la Alianza queden arrasados. Todo en aras de la seguridad y, por supuesto, para evitar una situación de pánico generalizado.
Rione asintió.
—El capitán Tulev tiene razón. Solo si la gente comprende la urgencia de la situación reaccionará a tiempo. Con un poco de suerte, instalaremos estos sistemas en nuestras puertas hipernéticas antes de que los alienígenas descubran nuestro plan y de que los síndicos vuelvan a colapsar otra. El único modo de conseguirlo es avisando del peligro a toda la gente que podamos.
—La urgencia y la histeria colectiva suelen ir de la mano. ¿Las autoridades no seguirán intentando restarle importancia a la operación? —preguntó Duellos.
—Por supuesto que sí. Intentarán convencer a todo el mundo de que las puertas son seguras al cien por cien, tal vez con el argumento de que las nuestras son diferentes a las de los síndicos.
—Eso es absurdo —objetó Crésida.
—Sí, lo es, pero es lo que dirán de todas maneras y además intentarán desacreditar personalmente a todo aquel que sugiera que las puertas suponen una amenaza. —Rione hizo una pausa, tras la que le dirigió una sonrisa sarcástica a Geary—. Por suerte, quien avisará del peligro de las puertas y propondrá cómo combatir esa amenaza será Black Jack Geary, el que volvió de entre los muertos para salvar la flota y la Alianza.
El resto del grupo asintió con satisfacción.
—La señora copresidenta tiene razón, señor —añadió Desjani.
Geary debería haber imaginado que si alguna vez Rione y Desjani se ponían de acuerdo en algo, sería por algún asunto que a él no le gustaría. Con todo, después de pensarlo dos veces, tuvo que admitir la perspicacia de Rione. No era el momento de intentar ocultarse del legado de Black Jack.
—De acuerdo. En cuanto lleguemos a Varandal, empezaremos a emitir el aviso para todo el mundo, así como las instrucciones para construir los sistemas de seguridad de Crésida. Firmadas con mi nombre.
En ese momento, Crésida añadió algo en lo que ninguno había reparado.
—¿Y los síndicos?
—Estoy seguro de que terminarán enterándose —comentó Duellos.
—Quiero decir…, que si no deberíamos enviárselas también a ellos, antes de que abandonemos este sistema estelar. —Crésida miró las expresiones de asombro que su sugerencia había provocado en sus interlocutores—. Lo he estado pensando. Los síndicos son nuestros enemigos, por supuesto. Pero, aun siendo así, es otro el enemigo que está utilizando sus puertas hipernéticas como armas con las que atacarnos. Cada vez es menos probable que los directores generales síndicos hagan explotar alguna de sus puertas, puesto que se está empezando a saber lo que ocurre. No obstante, los alienígenas siguen siendo capaces de hacerlo, como sucedió en Kalixa. Si averiguan que nos encontramos en un sistema estelar síndico en el que hay una puerta hipernética, irán a por nosotros y continuarán colapsando las puertas de los síndicos con el fin de incitar a estos a que sigan demoliendo las nuestras.
Tulev la había estado escuchando atentamente.
—¿Está sugiriendo que ahora las puertas síndicas son armas que solo serían empleadas por un enemigo que los síndicos y nosotros tuviéramos en común?
—Exacto. En cuyo caso, y dejando a un lado cualquier tipo de consideración humanitaria, necesitamos desactivar esas armas. Y el modo más eficaz de conseguirlo es entregándoles el diseño de los sistemas de seguridad a los síndicos.
—Pero estamos hablando de traición —objetó Desjani.
—Se podría… interpretar de esa manera.
Se impuso un breve silencio antes de que Duellos volviera a tomar la palabra.
—Creo que la capitana Crésida tiene razón. Habla de neutralizar un arma de extremada peligrosidad que podría ser empleada contra nosotros. Si no les facilitamos esa información a los síndicos, lo lamentaremos todos.
—Dudo que el gran consejo de la Alianza lo vea de esa manera —dijo Rione con la voz apagada—. Preferirán reservarse la posibilidad de utilizar las puertas contra los síndicos.
—¿Y cuál es su opinión al respecto? —preguntó Geary.
—Ya lo sabe. Son un arma demasiado horrible y destructiva.
Tulev mantuvo la cabeza agachada y la vista perdida en el suelo mientras expresaba su parecer.
—Como oficial de la flota, mi deber es proteger a la Alianza. No siempre es sencillo saber cuál es la mejor manera de hacerlo, máxime cuando puede parecer que estás colaborando con el enemigo. —Se irguió y miró a los demás con su sempiterno semblante impasible—. No siento el menor aprecio por ellos, pero esta es una cuestión tanto de interés propio como de humanidad. Nuestros gobernantes no aceptarán nuestra postura sin antes debatirla hasta la saciedad, y esa pérdida de tiempo podría costarles la vida a miles de millones de personas. Yo no tengo nada que perder, así que me ofrezco voluntario para entregarles la información a los síndicos.
Desjani lo miró angustiada.
—¡Usted ya lo ha dado todo por la Alianza! ¡No me esconderé detrás de nadie!
—¿Qué piensa hacer? —le preguntó Geary.
La capitana apartó la mirada y suspiró.
—¡Al infierno! Al infierno con los síndicos y sus malditos líderes. Después de toda la desgracia que han sembrado, ahora van a obligarnos a cometer traición para defender lo que más nos importa. —Desjani se giró hacia Geary con los ojos abiertos como platos—. La llave síndica de hipernet.
—¿Qué ocurre con ella?
—Ahora mismo no tiene ninguna utilidad. Creíamos que podría darnos una ventaja decisiva para ganar la guerra si lográbamos llevarla al espacio de la Alianza y duplicarla, pero ahora mismo es inútil.
Crésida se rió amargamente y asintió.
—Desde luego. Aún no había llegado a ese punto. No podemos hacer uso de la hipernet síndica con esa llave porque no nos atreveremos a viajar a los sistemas estelares síndicos en los que haya una puerta. Si lo hiciéramos, la puerta podría colapsarse cuando nos encontrásemos cerca, lo que aniquilaría a la flota. Para que la llave nos aporte una ventaja decisiva, los síndicos tienen que poseer puertas hipernéticas que los alienígenas no puedan colapsar a voluntad.
—¿Debemos entregarle el diseño del sistema de seguridad a los síndicos para garantizar nuestra victoria? —preguntó Duellos antes de dejar escapar una breve carcajada—. Y los síndicos se verán obligados a instalar esos sistemas en sus puertas porque la alternativa a que la flota de la Alianza pueda emplearlos para llegar es permitir que las puertas se conviertan en bombas que podrían estallar en cualquier momento y arrasar los sistemas estelares que se supone que deben proteger. Debería ser una decisión fácil incluso para un director general síndico. A las estrellas del firmamento les encanta la ironía, ¿verdad?
—¿Por qué los burócratas síndicos no iban a rechazar la idea de instalar los sistemas de seguridad? —preguntó Desjani.
—Oh, desde luego que se mostrarían reacios. Pondrían aún más empeño que los de la Alianza por tratar el asunto con discreción, hasta que los sistemas estelares empezasen a desaparecer como luces que se extinguen, lo que obligaría a los líderes síndicos a fingir que no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo, que nadie los avisó. Por desgracia, el desastre ya ha comenzado. —Duellos señaló a Rione—. Pero lo que es bueno para la Alianza, también beneficia a los síndicos. Emita los sucesos de Lakota, como ya hemos hecho en todos los demás sitios, y muestre también el diseño del sistema de seguridad, así se propagará rápidamente. Los líderes locales encontrarán la forma de justificar la instalación de los sistemas, ya sea por voluntad propia o con el fin de evitar que la población de sus mundos se amotine. Para cuando los líderes síndicos del sistema estelar nativo tengan conocimiento de todo esto, lo más probable es que los sistemas de seguridad estén instalados en la mayoría de las puertas de la hipernet síndica.
—¿Los síndicos no sospecharán de nuestro diseño? —insistió Desjani.
Crésida fue quien le respondió.
—Cualquier equipo de ingenieros medianamente capaces podrá comprobar que se trata de un sistema cerrado que no hace más que aquello que se supone que tiene que hacer. De hecho, estoy segura de que los síndicos también están desarrollando su propio sistema de seguridad, pero lo más probable es que el proyecto esté detenido por culpa de la burocracia y de esa obsesión de los burócratas por ocultarles las cosas incluso a los de su propio bando.
Desjani exhaló, resignada.
—En ese caso, no puedo negarme. Entrégueles la información a los síndicos. En definitiva, se trata de una decisión que protege a la Alianza.
—De acuerdo. —Geary miró a su alrededor, sabiendo lo que tenía que hacer—. Gracias por ofrecerse voluntario, capitán Tulev, pero no puedo pedirle algo que es responsabilidad mía, por lo que seré yo quien…
—No, usted no —intervino Rione, y suspiró profundamente antes de continuar—. Usted es quien ha de hablarles acerca de cuál es su deber, recordarles el juramento que hicieron y cuáles son las leyes de la Alianza y qué estipula el reglamento de la flota. Pero yo soy una política, por tanto, ¿quién soy yo para hablar de respetar juramentos? Ya se les ha exigido demasiado, a ustedes y a sus ancestros, a lo largo de cien años de guerra. Permitan que esta política les demuestre que los gobernantes que un día eligieron todavía conservan algo de honor. Seré yo quien le entregue la información a los síndicos.
—Señora copresidenta —protestó Geary mientras los demás oficiales miraban asombrados a Rione.
—Yo no estoy bajo su mando, capitán Geary. No puede ordenarme que no lo haga. Las razones aquí aducidas tienen mucho peso, pero no tenemos tiempo para intentar convencer a las autoridades. No es solo el destino de esta flota, también la vida de miles de millones de personas depende de que esta decisión se tome sin más demora. Si después se considera un acto de traición, usted debe permanecer libre de culpa por el bien de la Alianza. A menos que esté preparado para arrestarme y acusarme públicamente de traición, seré yo quien lo haga. —Rione se volvió hacia Crésida—. Capitana, ¿su diseño se encuentra en la base de datos de la flota?
Crésida asintió con los ojos clavados en Rione.
—Sí, señora copresidenta, en un archivo llamado «Seguridad», dentro de mi directorio personal.
—Entonces, accederé a él sin su ayuda; dispongo de los medios necesarios para ello y, de este modo, usted no se manchará las manos.
—¿Cómo que no? Sabemos lo que va a hacer —señaló Duellos.
—No, no lo saben.
—Usted nos lo ha dicho.
—¿Se fían de lo que dice una política? —Rione sonrió de nuevo, casi como si estuviera disfrutando con aquel plan—. No tienen ningún motivo para pensar que lo que yo diga sea cierto. Podrían pensar que en realidad pretendo tenderles una trampa al apremiarlos a tomar un camino que después yo no seguiré. No pueden estar seguros de que esa no sea mi verdadera intención.
Antes de que nadie tuviera ocasión de añadir nada más, la copresidenta abandonó la reunión. Crésida, con expresión meditabunda, asintió con la cabeza de pronto y deslizó la mirada, que tenía clavada en Geary, hasta la puerta por la que acababa de salir Rione.
—Ahora entiendo por qué…
Guardando silencio y ruborizándose levemente al tiempo que se obligaba a no mirar a Desjani, Crésida se puso de pie, saludó apresuradamente y se desconectó de la reunión.
Tulev se levantó con más premura de la habitual, tras lo cual también saludó y abandonó la mesa.
Desjani, entre abatida y resignada, abandonó su asiento.
—Volveré al puente.
—Pero… —empezó a decir Geary.
—Lo veré arriba, señor. —Desjani saludó con meticulosa precisión y salió de la sala con paso airado.
Geary miró extrañado a Duellos.
—¿A qué ha venido eso? ¿Es por lo que ha dicho Crésida?
En lugar de responderle, Duellos levantó la mano para indicarle que se calmara.
—No espere que yo me involucre en esto.
—¿En qué?
—Hable con sus ancestros. Seguro que alguno de ellos sabe de mujeres. —Cuando estaba a punto de desconectarse, Duellos se detuvo e hizo un gesto resignado—. Está bien, no puedo dejarlo así, tan perdido. Le daré un consejo: cuando dos personas mantienen una relación, por muy breve que esta sea, lo normal es que los que los conocen se pregunten qué ven el uno en la otra.
—¿Se refiere a Rione y a mí? ¿Se preguntan qué es lo que vi en ella?
—Por el amor de las estrellas del firmamento, capitán, ¿tanto le extraña? —Duellos hundió la mirada en el suelo—. Los humanos somos bien raros. Aunque nos estemos enfrentando a un enemigo que amenace con exterminar nuestra raza, seguimos siendo capaces de despistarnos, aunque solo sea por un momento, con el más antiguo y banal de los dramas.
—Tal vez estemos intentando no pensar en todo esto —supuso Geary—. En las consecuencias que supondría nuestro fracaso. Antes, fracasar significaba morir, perder nuestras naves y, tal vez, incluso la derrota de la Alianza. Ahora, supondría la desaparición de todo. ¿Qué posibilidades cree que tenemos?
—Al principio no pensaba que llegaríamos ni la mitad de lo lejos que hemos llegado —le recordó Duellos—. Ahora creo que todo es posible.
—¿Por qué? ¿Por qué lo hacen?
—¿Los alienígenas? Quizá tengamos la oportunidad de preguntárselo en persona antes de que todo termine. —El semblante de Duellos se ensombreció con un gesto más grave de lo habitual—. Y, entonces, tal vez tengamos las baterías de lanzas infernales apuntándoles a la cabeza para asegurarnos de que nos contestan.
—¿Otra guerra? —preguntó Geary.
—Puede que sí, pero no necesariamente. Los alienígenas no parecen disfrutar con la violencia.
—Sin embargo, nosotros sí.
—Sí. —Duellos sonrió con amargura—. Puede que por eso hayan decidido actuar ya. Quién sabe si no estarán muertos de miedo.
Faltaban siete horas para que llegasen al punto de salto hacia Varandal y otras seis para que la flota se cruzara en el camino del segundo crucero de batalla síndico que sufrió daños graves, aquel que la Intratable alcanzó con sus últimos disparos. Geary recorría inquieto los pasillos del Intrépido; conversaba brevemente con los tripulantes con los que se cruzaba, consciente en todo momento de que la situación estaba llegando a un punto crítico. Conseguir la victoria en Varandal era fundamental para salvar la flota y a la Alianza; sin embargo, para que después la flota pudiera regresar al espacio de la Alianza, aún debía resolver algunas cuestiones peliagudas. En cambio, si resultaban derrotados en Varandal, no habría ningún siguiente paso que dar. Por tanto, caminaba con paso firme por los ya familiares pasillos del crucero de batalla mientras hablaba con los tripulantes de las baterías de lanzas infernales, los ingenieros, los cocineros, los administrativos, los especialistas de las distintas secciones y todos aquellos que hacían del Intrépido una nave con vida propia.
Y por primera vez fue consciente de que, aunque él no fuese el capitán del crucero, la caída del Intrépido le dolería tanto como la pérdida de la Merlón, si no más.
Bajó a los compartimentos de culto para conversar con sus ancestros, aunque en esta ocasión no encontró demasiado consuelo. Deseó que sus antepasados tuvieran el poder de retorcer el tiempo y el espacio, de llevar la flota a Varandal en ese momento para poder enfrentarse ya a la flotilla síndica de reserva. Para que todo terminase de una vez. Sin embargo, el espacio era inmenso y todavía quedaban seis horas para saltar hacia Varandal, después de lo cual tendrían que viajar por el espacio de salto durante casi cuatro días.
Al final, regresó a la sección de Inteligencia.
—¿Dónde está la comandante síndica? —preguntó.
—La están trasladando a la zona de las celdas, señor —contestó el teniente Íger—. La acompaña la capitana Desjani.
La respuesta del oficial llamó la atención de Geary.
—¿Le parece extraño?
El teniente asintió.
—Sí, señor. —Miró con desdén hacia la sala de interrogatorios—. No está permitido infligirles daño físico a los prisioneros, señor. Aun así, para conducirlos a sus celdas o cuando se les saca de ellas es necesario llevarlos por los mismos pasillos que utiliza la tripulación. Algunos tripulantes aprovechan estas ocasiones para hacer que los prisioneros teman el momento del traslado.
—Los prisioneros tienen que correr baquetas.
—Sí, señor —dijo Íger encogiéndose de hombros—. Aunque nadie les hace daño físico, tienen que soportar todo tipo de insultos y vejaciones, sin importar el uniforme que lleven. El ambiente está muy caldeado, señor. Los marines tienen el deber de proteger a los prisioneros, aunque algunas cosas se pasan por alto.
Geary no necesitaba más explicaciones. Los tripulantes de las naves rara vez se encontraban cara a cara con los enemigos que tanto odiaban. Geary miró la escotilla por la que había salido Desjani.
—Pero ningún tripulante le hará nada a esta prisionera si va acompañada por la capitana Desjani.
—No, señor. No lo creo.
A Geary le pareció extraño. A nadie solía preocuparle el bienestar de los enemigos. Esperó un tiempo prudencial y, después, solicitó que Desjani se reuniera con él en su camarote cuando se lo permitieran sus obligaciones.
—No me ha dado su valoración final del plan establecido —dijo Geary cuando la capitana se personó en su compartimento.
—Le pido disculpas, señor —contestó Desjani—. Es lo mejor que se puede hacer dadas las circunstancias. Esa es mi valoración. Ahora mismo no se me ocurre una estrategia más recomendable.
—Gracias. Solo quería su confirmación. —Guardó un breve silencio—. Tengo entendido que ha escoltado a la comandante síndica a la zona de las celdas.
Desjani lo miró impasible, sin revelar ninguna emoción.
—Sí, señor.
—Resulta irónico, ¿no le parece? Si queremos acabar esta guerra, tenemos que tratar con oficiales como ella, dispuestos a mantener su palabra y lo suficientemente preocupados por su tripulación para saltarse las órdenes más inflexibles. Sin embargo, para llevar a los síndicos a la mesa de negociaciones, debemos seguir dándolo todo para acabar con los oficiales como ella.
—Supongo que «irónico» es un término muy apropiado. —Desjani seguía con el mismo semblante blindado—. Si esa gente dejase de luchar con tanta crudeza por un Gobierno al que teme, la guerra podría haber terminado hace mucho tiempo. No podemos fiarnos de los síndicos hasta el punto de empezar a negociar con ellos. Lo sabe muy bien. Usted ya ha comprobado en varias ocasiones cómo han intentado engañar a esta flota en su camino de vuelta a casa.
—Cierto —convino Geary—. ¿Puedo hacerle una pregunta personal?
Desjani bajó la vista momentáneamente antes de mirarlo y asentir con la cabeza.
—¿Por qué ha escoltado a la comandante síndica por los pasillos de su nave?
En lugar de responder de inmediato, la capitana volvió a mirar al suelo antes de hablar.
—Actuó con honor. A cambio, quise corresponderle tratándola con dignidad. Eso es todo.
—Estaba dispuesta a sacrificarse para salvar a los supervivientes de su tripulación —señaló Geary—. Como excapitán de una nave, admito que me impresionó.
—No me malinterprete. —Desjani lo miró a los ojos manteniendo su expresión pétrea—. Sigo odiándolos por todo lo que han hecho. Incluso a esa comandante. Y estoy segura de que ella también nos odia a nosotros. Si de verdad fuera tan honrada, ¿por qué luchaba para los síndicos?
—No puedo contestarle a eso. Solo digo que tenemos algunas cosas en común, nada más. Por lo menos con ella.
—¿Matamos nosotros a su hermano menor? —Desjani cerró los ojos apenas hubo formulado la pregunta y respiró hondo manteniendo los dientes apretados—. Tal vez. ¿En qué punto dejan de tener sentido tanto odio y tantas muertes?
—Tanya, el odio nunca tiene sentido. Sin embargo, a veces es necesario acabar con algunos enemigos. Usted hace lo que tiene que hacer para proteger su patria, a su familia y todo lo que le importa. Pero para lo único que sirve el odio es para nublar el juicio de los hombres; es lo que les impide pensar con claridad y saber cuándo tienen que matar y cuándo no.
Desjani lo miró de frente, con el gesto aún impasible pero dispuesta a cruzar su mirada con la de él.
—¿Se lo han dicho las mismísimas estrellas?
—No, me lo dijo mi madre.
La capitana relajó su expresión poco a poco antes de esbozar media sonrisa.
—¿Solía hacerle caso?
—A veces.
—Su madre… —empezó a decir Desjani, pero finalmente optó por guardar silencio y dejó que su sonrisa se desvaneciera.
A Geary no le costó imaginarse por qué. Sin importar lo que la capitana fuese a decir sobre su madre, acababa de darse cuenta de que haría ya muchos años que ella había fallecido. Al igual que muchas de las personas que formaron parte de la vida de Geary, su madre envejeció y murió cuando él estaba viajando a la deriva en estado de sueño de supervivencia, entre las ruinas a las que la guerra redujo el sistema estelar Grendel. Porque los síndicos los atacaron. Porque los síndicos decidieron comenzar la guerra.
—Le arrebataron a su familia —dijo Desjani—. Se lo arrebataron todo.
—Sí. Eso es lo que sucedió.
—Lo siento.
Geary forzó una sonrisa.
—Es algo con lo que debo vivir.
—¿No desea vengarse?
Ahora fue Geary quien bajó la mirada por un momento mientras meditaba la respuesta.
—¿Vengarme? Los dirigentes síndicos que ordenaron los ataques que desataron esta guerra hace ya mucho tiempo que murieron, de modo que no puedo hacer mucho para resarcirme.
—Pero tienen sucesores que continúan con su labor —le recordó Desjani.
—¿A cuánta gente tengo que matar? ¿A cuánta gente tengo que ordenarle que se deje la vida luchando para que yo pueda vengar un crimen que se cometió hace cien años? Tanya, no soy perfecto. Si pudiera ponerles las manos encima a aquellos malnacidos que comenzaron este conflicto, los haría sufrir. Pero están todos muertos. Yo ya no tengo ni idea de para qué se sigue librando esta guerra, aparte de para vengarnos por la última derrota o atrocidad. Se ha convertido en un círculo vicioso, y usted y yo sabemos que tanto la Alianza como los Mundos Síndicos están empezando a acusar la presión a la que los somete esta guerra sin fin.
Desjani agitó la cabeza mientras tomaba asiento, sin levantar la vista del suelo.
—Durante mucho tiempo, mi único deseo fue matarlos. A todos. Ajustar cuentas e impedir que siguieran matando. Pero las cuentas nunca terminan de ajustarse, siempre van en aumento, y no sé a cuántos síndicos tendría que quitar de en medio para hacer justicia por la muerte de mi hermano. Aunque matase hasta al último de ellos, Yuri no regresaría. En Wendig vi un síndico que se parecía a él, lo que me hizo preguntarme de qué serviría matar al hermano de otra persona para vengar al mío. ¿Para que también esa persona sufra? Antes, algo así me habría parecido razón suficiente. Pero ahora desearía que ya no tuviesen que seguir muriendo más hermanos, ni hermanas, ni maridos, ni esposas, ni padres, ni madres. Y no sé cómo hacer realidad un deseo así.
Geary se sentó frente a ella.
—Quizá, cuando volvamos a casa, tengamos una oportunidad. Y usted habrá tenido un papel determinante para hacerlo posible.
—Cuando volvamos a casa usted tendrá otros problemas a los que hacer frente. Me gustaría poder ayudarlo a superarlos.
—Gracias. —Giró la cabeza hacia un lado y dejó que su mirada se perdiera—. Todavía no he conseguido asimilar que todas las personas a las que un día conocí ya no están. Cuando vuelva a casa tendré que enfrentarme a ello con todas mis fuerzas. Me pregunto si, llegado ese momento, sentiré por los síndicos el mismo odio que usted alberga ahora.
Desjani lo miró un tanto molesta.
—Se supone que usted es mejor que nosotros. Por eso las mismísimas estrellas le encomendaron este trabajo.
—¿No se me permite odiar a los síndicos?
—No si eso le impide cumplir su misión.
Geary le sostuvo la mirada por un instante.
—¿Sabe, capitana Desjani? Tengo la impresión de que de vez en cuando es usted quien me da las órdenes a mí.
Desjani pareció molestarse aún más.
—No le estoy dando ninguna orden, capitán Geary. Solo le digo lo que tiene que hacer.
—¿Hay alguna diferencia?
—Desde luego que la hay, y bien obvia.
Geary aguardó un momento, pero la capitana no añadió qué era lo que le parecía tan evidente. Intuía que, si iniciaba una discusión al respecto, no sacaría nada en claro, así que optó por no seguir profundizando en aquella cuestión.
—De acuerdo, pero… —Se preguntó si debería sacar un tema que le inquietaba, y decidió que no encontraría una mejor ocasión que esa para hablarlo con Desjani—. Me preocupa cómo pueda reaccionar. Creo que, en realidad, no me ha afectado, hasta cierto punto. Cuando desperté del sueño de supervivencia, me quedé aturdido y, cuando supe lo que había ocurrido y el tiempo que había permanecido así, me costó encajarlo.
—Parecía un zombi —convino Desjani, cuya voz sonaba ahora mucho menos tensa—. Recuerdo que me preguntaba si Black Jack seguiría vivo de verdad.
—Black Jack no lo sé, pero yo sí. —Geary bajó la vista hasta sus manos y respiró hondo para poder seguir hablando—. Sin embargo, tuve que olvidarme de todo eso cuando asumí el mando de la flota. Me olvidé de ello, pero no creo que lo asimilara del todo. ¿Qué sucederá cuando lleguemos a casa, cuando la realidad, el hecho de que todas las personas que conocía estén muertas, se imponga en el momento en que vea todos los cambios que se habrán producido y me dé cuenta de que estoy solo?
Desjani habló con un hilo de voz, pero Geary pudo oírla con claridad.
—No estará solo.
La respuesta de la capitana rozó una cuestión de la que nunca se permitían hablar, tan solo hacer como si no existiera. Sorprendido, Geary levantó la vista y la miró a los ojos.
Desjani giró la cabeza.
—Necesitaba oírme decírselo. —Se puso de pie y se irguió hasta adoptar la postura de firme—. Con su permiso, señor, si hemos terminado, tengo algunos asuntos de los que encargarme.
—Por supuesto. Gracias, capitana Desjani.
Cuando la oficial abandonó el camarote, Geary consultó la hora. Todavía faltaban cinco horas para saltar hacia Varandal.
El amasijo de restos del último crucero de batalla síndico del sistema estelar Atalia iba quedando cada vez más lejos de la flota de la Alianza, a medida que esta se acercaba al punto de salto hacia Varandal.
—¡Capitana! —El rostro del oficial de seguridad de sistemas del Intrépido apareció en una ventana ante Desjani—. Se han registrado algunas transmisiones no clarificadas procedentes de nuestra nave.
—¿Transmisiones no clarificadas? —repitió Desjani sin alterarse.
—Sí. Emisiones no codificadas que se pueden captar desde cualquier punto de este sistema estelar. Estoy intentando determinar en qué sección del Intrépido se originaron.
—¿La información facilitada en esas transmisiones es confidencial?
El oficial de seguridad de sistemas pestañeó mientras pensaba la respuesta.
—No, capitana, a juzgar por los datos de los que dispongo. No está sujeta a una clasificación determinada, y los escáneres de análisis de seguridad no relacionan el contenido de los mensajes con ningún tipo de información confidencial.
—En ese caso, no veo motivo para darle prioridad —concluyó Desjani—. Tenemos que asegurarnos de que todos los sistemas de la nave estén todo lo optimizados que sea posible cuando lleguemos a Varandal.
—Pero… capitana, está prohibido transmitirle cualquier tipo de información al enemigo.
—Por supuesto —reconoció Desjani—. Pero, dado que no se están facilitando datos confidenciales, el daño derivado de este incidente nos lleva a clasificarlo como asunto de baja prioridad. Concentrémonos en prepararnos para la batalla, comandante.
—Ehh… sí, capitana.
Una vez que la imagen del oficial de seguridad se hubo desvanecido, Desjani se giró hacia Geary con una mirada enigmática en los ojos.
—Me pregunto qué dirían esos mensajes.
—Probablemente nada importante, como usted ha dicho —supuso Geary.
La capitana estaba revisando la información que le había entregado el oficial de seguridad de sistemas.
—Los registros de Lakota ya emitidos por esta flota, una descripción de algo situado en Kalixa, además de una especie de esquema de algún equipo y una historia. No consta ningún código que autorice la transmisión. —Desjani pulsó algunos mandos—. Nada que suponga ningún peligro para mi nave ni para la flota. Tengo asuntos más importantes de los que ocuparme.
—Estoy de acuerdo. —Se preguntó cómo se las habría apañado Rione para que el sistema de comunicaciones del Intrépido emitiese un mensaje sin la correspondiente autorización. A pesar de todas las cosas que Rione había dicho que podía hacer en los sistemas supuestamente seguros con los que contaba la flota, Geary sospechaba que la copresidenta tenía más libertad de acción de la que reconocía.
Geary consultó su visualizador para revisar por última vez la situación de Atalia. El destacamento especial Ilustre, que ahora quedaba a más de dos horas luz por detrás del grueso de la flota, seguía recogiendo cápsulas de escape. Los supervivientes de la Intratable no se encontraban lejos del grueso, pero recogerlos sería imposible a la velocidad a la que viajaba la flota; tendrían que esperar a que la Ilustre y sus compañeras llegasen aquí.
Los niveles de las reservas de células de combustible se mantenían en torno al veinte por ciento en la mayoría de los buques de guerra, aunque el de algunos, como el de la Fusil, se encontraba muy por debajo. En toda la flota solo había tres misiles espectro, y los inventarios de metralla estaban al sesenta por ciento.
En la periferia del sistema estelar Atalia, las naves de caza asesinas síndicas, las naves mensajeras y los buques mercantes seguían avanzando hacia los puntos de salto, bien para escapar o bien para avisar de los movimientos de la flota de la Alianza. La mayoría recibirían las transmisiones del Intrépido antes de saltar.
Las autoridades síndicas de Atalia no habían emitido ningún tipo de comunicación. No se había transmitido ninguna orden de rendición. Nada. Geary se preguntó si los directores generales de la cúpula de aquel sistema estelar estarían al tanto de la misión de la flotilla de reserva, si alguien les habría informado de lo de Kalixa. Ahora lo sabrían.
—Cinco minutos para el salto.
Geary pulsó algunos mandos.
—Capitán Badaya, estamos a punto de saltar hacia Varandal. Lo veremos allí. Buena suerte. —No se le ocurría nada que añadir y, de todos modos, Badaya no recibiría el mensaje hasta dentro de casi dos horas.
—Cuatro largos días —Desjani cerró los ojos resignada.
—Sí. Van a ser los cuatro días más largos que he pasado nunca en el espacio de salto —convino Geary. La flotilla síndica de reserva todavía se encontraba allí, rumbo a Varandal, así como los buques de guerra de la Alianza que iban por delante de los síndicos. Ahora la flota se uniría a ellos. El sistema de maniobras emitió una alerta y Geary envió otro mensaje.
—A todas las naves, procedan a saltar a las dos cero cuatro nueve. Nos reuniremos en Varandal. Prepárense para entrar en combate inmediatamente después del salto.
Minutos más tarde, las estrellas desaparecieron y Geary volvió a perder la mirada en el gris monótono del espacio de salto. Mientras pensaba en la misión de la flotilla de reserva síndica y su superioridad numérica, y en el estado en que se hallaba la flota de la Alianza, se preguntó si aquel sería su último salto.
Cuatro interminables días después volvieron a ocupar sus asientos en el puente del Intrépido, desde donde empezaron a contar los minutos que quedaban para completar el salto. Geary respiraba hondo una y otra vez para relajarse, y retorcía los hombros como si se preparase para luchar cuerpo a cuerpo. Desjani estaba sentada con la mirada fija en su visualizador, con el gesto tranquilo y los ojos iluminados por la emoción. En el fondo del puente, Rione permanecía en silencio, pero la tensión que irradiaba podía percibirse a distancia. Los consultores ocupaban sus puestos. Toda la tripulación del Intrépido estaba lista para entrar en acción.
—Preparen todas las armas. Configúrenlas para disparar automáticamente —ordenó Desjani con una serenidad que resultó inquietante, dado el nerviosismo que se respiraba en el ambiente.
Ante ellos, en el oscuro vacío del espacio de salto, floreció una de las luces misteriosas. Podría haber estado cerca o a una distancia descomunal, pero, por un momento, permaneció allí en medio, como si estuviera esperando al Intrépido. Geary sintió que no era el único a quien se le cortaba la respiración por ser testigo de aquel presagio tan desconcertante.
—Saliendo del espacio de salto.
El eterno gris y la enigmática luz desaparecieron para dar paso a las estrellas.
El Intrépido dio una guiñada para evitar las minas y los disparos con los que el enemigo pudiera pretender recibirlos.
Desjani, abrochada en previsión de la sacudida, seguía con la mirada puesta en su visualizador.
—No están en el punto de salto.
Geary miró su pantalla, incapaz de hablar mientras examinaba el sistema estelar Varandal.
Al fin, después de tantos saltos, después de haber recorrido tantos años luz, después de haber atravesado tantos sistemas estelares controlados por los síndicos, la flota había llegado al territorio de la Alianza. En Varandal se encontraba la sede de una flota regional, así como numerosas instalaciones provistas de sólidas defensas. Después de consultar la base de datos del Intrépido, Geary observó que aquellas instalaciones y defensas se habían multiplicado desde la última vez que visitó Varandal, cien años atrás. Verlas con sus propios ojos le causó una profunda impresión; el lugar le resultaba familiar, pero, al mismo tiempo, lo encontraba muy distinto.
Las alarmas del puente empezaron a sonar; y los pilotos, a parpadear. El visualizador de Geary comenzó a llenarse rápidamente de actualizaciones mientras los sensores de la flota evaluaban todo lo que alcanzaban a ver.
—Llegamos a tiempo.
La puerta hipernética seguía activa, a poco menos de seis horas luz de distancia.
A tres horas luz de ellos, la flotilla síndica de reserva orbitaba alrededor de la estrella Varandal. A siete minutos luz de la caja formada por los buques de guerra enemigos se encontraba una pequeña formación de buques de la Alianza, los supervivientes de los ataques contra Atalia, que había partido dispuesta a defender Varandal.
—Dos acorazados, un crucero de batalla, seis cruceros pesados, un crucero ligero y nueve destructores —leyó Desjani—. Es todo lo que queda.
Geary, cada vez más nervioso, miró el visualizador.
—¿Por qué los síndicos no lo han arrasado todo? Muchas de las defensas de este sistema han sido atacadas mediante bombardeos cinéticos; sin embargo, los síndicos han obviado muchas otras cosas. Todas las demás instalaciones parecen estar intactas.
—¿Qué es lo que pretenden? —murmuró Desjani.
—¡Flota de la Alianza! —La transmisión entrante sobresaltó a Geary, que hasta ese instante no reparó en que un destructor se había posicionado cerca del punto de salto para reconocer la zona. La nave de la Alianza avanzaba solitaria entre los enjambres formados por los buques de guerra que acababan de llegar. En ese momento se escuchó la voz del oficial al mando de la Obús.
—¡Por el amor de las mismísimas estrellas!
Desjani miró a la consultora de operaciones.
—Que ese destructor le envíe un informe completo de todo lo que ha sucedido aquí desde que llegaron los síndicos. Tenemos que verlo ahora mismo.
—Enlazando con sus sistemas de combate —informó la consultora—. Lo tiene en su visualizador.
—Obús, mantenga la posición —ordenó Geary antes de concentrarse en su visualizador, que iba mostrando a gran velocidad todo el historial de acontecimientos. Las defensas de la Alianza opusieron resistencia a media hora luz del punto de salto, donde perdieron otro crucero de batalla y un acorazado, además de numerosos escoltas.
—A pesar de tener tan pocas posibilidades, volvieron a cargar contra el enemigo —gruñó Geary.
El almirante Tethys encabezó esa operación, pero murió cuando la Animosa fue destruida. El capitán Deccan, de la Retorcida, asumió entonces el mando, hasta que su nave cayó hecha pedazos a causa de una pasada ofensiva de los síndicos. Después, el capitán Barrabin, de la Castigadora, quedó al cargo, pero el núcleo energético de su nave se sobrecargó durante otro enfrentamiento que tuvo lugar a más de dos horas luz de la salida del salto.
Según los registros de la Obús, desde la destrucción de la Castigadora, los buques de guerra que quedaban en Varandal los había comandado la capitana Jane Geary, de la Impertérrita. Además de esta nave, solo el acorazado Cumplidora, el crucero de batalla Desmesurada y los escoltas que habían aguantado continuaban resistiéndose al enemigo.
Entre unos sucesos y otros, la flotilla síndica de reserva aprovechó para realizar varios bombardeos cinéticos, lo que redujo en gran medida las defensas que la Alianza tenía en el sistema estelar. Así y todo, los bombardeos cesaron y la flotilla de reserva no atacó a los pocos buques de guerra con los que la Alianza todavía podía protegerse, aunque Geary sospechaba que habían tenido la oportunidad de hacerlo.
¿Por qué los síndicos no habían rematado a los defensores? ¿Por qué no habían seguido destruyendo las instalaciones que la Alianza tenía en aquel sistema? Por supuesto, las imágenes que estaban viendo del enemigo tenían tres horas de antigüedad. Cabía la posibilidad de que se hubiera producido otro enfrentamiento en ese intervalo de tiempo.
—¿Qué demonios…? —Desjani, que no había apartado los ojos de su visualizador, movió rápidamente las manos para reproducir una parte del registro—. Fíjese en esto: después del último enfrentamiento con las defensas de la Alianza que tuvo lugar aquí.
Geary observó el fragmento que la capitana había resaltado y amplió la sección ocupada por la flotilla síndica de reserva. Los sensores ópticos de la flota tenían la suficiente precisión para captar pequeños detalles a grandes distancias en el vacío espacial.
—¿Transbordadores? ¿Qué están haciendo?
—Se dirigen desde los cruceros pesados hasta las otras naves —murmuró Desjani. A continuación, introdujo más comandos para seguir ampliando la vista y mostrar los puntos de acceso por donde los transbordadores se habían acercado a uno de los cruceros pesados—. Tripulantes. ¿Lo ve? Están sacando a los tripulantes de los cruceros pesados.
—¿Por qué?
Rione, con voz rotunda, se encargó de resolver sus dudas.
—Controles automáticos. Usted me dijo que los síndicos pueden automatizar sus naves y controlarlas a distancia.
—Pero ¿para qué iban a querer automatizar los cruceros…? —Geary y Desjani vieron clara la respuesta en el mismo instante.
—Van a utilizar los cruceros pesados para derribar la puerta hipernética —dijo Desjani—. Tiene sentido. Todo encaja. ¡Miren! Los síndicos han llegado hasta el corazón del sistema estelar, pero no han arrasado las defensas de la Alianza ni devastado mediante bombardeos las instalaciones que tenemos en esta región.
—Es un cebo —dijo Geary en voz baja.
—Exacto. Si hubieran acabado con todas las defensas y destruido la mayor parte de las instalaciones de este sistema estelar, podríamos haber decidido quedarnos en las cercanías cuando llegamos aquí, conscientes de que los síndicos tendrían que volver a pasar entre nosotros tarde o temprano. En cambio, si todavía queda alguien a quien salvar…
—Cargaremos contra ellos. —Geary deslizó un dedo por el visualizador imaginando la ruta que seguiría la flota—. Cuando nos vean, esperarán el momento adecuado y, entonces, atacarán las defensas que queden con la contundencia necesaria para aniquilarlas y enviar a los cruceros pesados hacia la puerta hipernética. El resto de sus tropas avanzarán hacia el punto de salto, pasando entre nosotros a gran velocidad. Para cuando nos queramos dar cuenta de lo que está ocurriendo, la onda de choque ya se habrá originado y los síndicos podrán saltar y salir sin que llegue a afectarlos. Si no hubiéramos descubierto que pretendían colapsar la puerta hipernética de esta región, el plan podría haberles salido bien.
—Nos atrapan a nosotros y se apoderan de todo el sistema estelar. —Desjani parecía dispuesta a empezar a matar síndicos con sus propias manos—. Sin embargo, ¿cómo pueden estar seguros de que la puerta causaría el daño necesario? Es el único fallo que le veo a su plan.
—Es posible ampliar el nivel de la descarga de energía producida por el colapso de una puerta, del mismo modo que se puede reducir —explicó Geary sin mirar a Rione. Cuando Crésida realizó los cálculos necesarios para reducir la descarga de energía de una puerta, también tuvo que averiguar cómo realizar el proceso inverso. Geary le confió los resultados de aquel ominoso programa a Rione con la esperanza de que nadie tuviera que ponerlo en práctica nunca—. Hemos de suponer que los síndicos también han descubierto cómo hacerlo.
Llevaban ya quince minutos en la misma zona. El enemigo no vería a la flota hasta pasadas dos horas y treinta minutos, pero Geary no podía permitirse desperdiciar ni un segundo más, ya que cualquier orden que enviase tardaría todo ese tiempo en llegar a las defensas que quedasen en aquel sistema estelar.
La máxima prioridad era transmitirles las órdenes necesarias a las naves que seguían defendiendo Varandal.
—Habla el capitán John Geary, oficial al mando de la flota de la Alianza en funciones, para la capitana Jane Geary, al mando del destacamento especial encargado de la defensa de Varandal. El objetivo de los síndicos es colapsar la puerta hipernética de este sistema estelar mediante la destrucción de varios de sus ronzales. Si la puerta cae, la descarga de energía resultante arrasará todo el sistema estelar. Creemos que los síndicos pretenden derribar la puerta utilizando cruceros pesados sin tripulación y controlados automáticamente, dado que todas las naves que se encuentren en las cercanías de la puerta cuando esta se colapse serán destruidas. Su misión es proteger la puerta… —Guardó un breve silencio antes de continuar con sus instrucciones—. A toda costa. La defensa de la puerta tiene prioridad sobre cualquier otra operación, incluidas la destrucción de los buques de guerra síndicos que no supongan una amenaza para la puerta y la protección de los demás intereses que la Alianza tiene en este sistema estelar. No ponga en riesgo su destacamento a menos que sea necesario para proteger la puerta. Resistan. Los refuerzos están en camino. Por el honor de nuestros ancestros. Geary, cambio y corto.
Había regresado. Por fin estaba de vuelta en el sistema estelar donde se encontraba su sobrina nieta, y lo primero que había tenido que decirle era que se sacrificara si era necesario para defender la puerta hipernética de esta región.
—¿Está seguro de que sus órdenes no serán desoídas? —le preguntó Rione—. Es posible que en algún lugar de este sistema estelar todavía quede algún almirante vivo.
—Por el momento no ha aparecido ningún oficial de mayor rango que Jane Geary —apuntó Desjani como si estuviera respondiendo a una pregunta que hubiera formulado otra persona—. Pero estamos en nuestro territorio, y alguien podría ordenar que las defensas o esta flota inicien una serie de ataques absurdos. —La capitana se giró hacia el consultor de comunicaciones—. Si el capitán Geary recibiera alguna orden de algún oficial de mayor rango que él que se encuentre en este sistema estelar, quiero cerciorarme de que esta nave no suponga un obstáculo para la recepción y la emisión de los mensajes entrantes. El menor error sería inaceptable. Dadas las circunstancias, revisaré personalmente esas comunicaciones antes de que se acuse su recibo y de que sean transmitidas a las demás naves de la flota; debo asegurarme de que su contenido sea razonable y de que el capitán Geary no sea molestado sin necesidad.
El consultor de comunicaciones la miró sobresaltado durante un instante, hasta que por fin asintió con gesto serio.
—Entendido, capitana. Si recibo un mensaje de ese tipo, se lo haré llegar solo a usted para que compruebe su coherencia.
—Sí, exacto. No debe molestar al capitán Geary con estos avisos hasta que hayamos terminado con los síndicos de este sistema estelar. —Desjani se reclinó en su asiento de capitana y se fijó en la expresión de Geary—. ¿Hay algún problema, señor?
—Solo que es posible que la haya subestimado, capitana Desjani.
La oficial lo miró enarcando una ceja.
—Eso puede ser muy peligroso, señor.
—No se lo discuto. —Geary se volvió para mirar a Rione—. Señora copresidenta, mientras yo me enfrento a los síndicos, le agradecería que averiguase con qué cargos de la Alianza habremos de tratar en este sistema estelar.
Rione lo miró con determinación.
—Ya lo he hecho. Por lo que sé, de momento soy la figura política con el cargo más importante, así que, por ahora, no debe preocuparse por tener que enfrentarse a otros directivos políticos.
—Entonces solo tenemos que preocuparnos de los síndicos. ¿Cómo podemos desbaratar sus planes, Tanya? —En realidad, ya conocía la respuesta, la única solución posible—. Necesitamos reforzar el destacamento especial de la defensa y enviar al resto de la flota a por los síndicos. Impediremos que colapsen la puerta y los dejaremos tan hechos polvo que no podrán cumplir su objetivo.
Desjani lo miró desafiante.
—Ya sabe para qué sirven los cruceros de batalla, capitán Geary.
—Sí. —Todavía conservaba doce cruceros, algunos de los cuales no habían podido reparar aún los graves daños sufridos durante los enfrentamientos anteriores. Aun así, podían aportarle la potencia de fuego que necesitaba y trasladarla a donde fuera necesario—. ¿A qué velocidad hemos de ir para no agotar las células de combustible una vez que nos encontremos con los síndicos?
La capitana realizó una serie de cálculos.
—A catorce centésimas de la velocidad de la luz. ¿El Intrépido también va? —preguntó con una mezcla de preocupación y esperanza.
—Desde luego que sí. —Geary empezó a organizar las nuevas formaciones—. Tenemos que dividir la flota. Una formación se compondrá de los doce cruceros de batalla, a los que se unirán los cruceros ligeros y varios destructores. La otra la integrarán los acorazados, los cruceros pesados y el resto de destructores.
—Entendido. Me aseguraré de que el Duodécimo Escuadrón de Cruceros Ligeros y el Vigesimotercer Escuadrón de Destructores permanezcan con los acorazados. Sus niveles de combustible son demasiado bajos para acompañar a los cruceros de batalla.
—Bien pensado. —Trabajaron frenéticamente, cotejando cada uno de ellos su trabajo con el de los demás, hasta que Geary transmitió las órdenes—. A todas las unidades de la flota de la Alianza: ejecuten las órdenes de maniobras adjuntas a las dos uno cero cinco. —Guardó silencio mientras recorría con los ojos la lista de los acorazados. El Vengativo había demostrado su valía—. Capitán Plant, le nombro comandante de la formación de acorazados. Si algo me ocurriera, usted deberá hacer todo lo posible por impedir que los síndicos destruyan la puerta hipernética de este sistema.
—Entendido —contestó Plant al cabo de unos segundos—. Buena caza, señor.
Rione se había situado de nuevo a su lado para susurrarle algo al oído con urgencia.
—Capitán Geary, no puede utilizar el Intrépido en una operación tan arriesgada.
—Señora copresidenta —replicó Geary en el mismo tono—, si la puerta hipernética se colapsa, el Intrépido estará igualmente en peligro, sin importar en qué punto del sistema estelar se encuentre. Tenemos que evitar que los síndicos lleven a cabo su plan, y, ahora mismo, el Intrépido es la duodécima parte de la formación de cruceros de batalla. Los demás cruceros lo necesitan.
Rione dejó escapar un suspiro de exasperación, pero prefirió no seguir discutiendo y regresó a su asiento de observadora.
—Gracias, señor —dijo Desjani en voz baja.
—Capitana Desjani, tenemos que aplastar a los síndicos y salir de esta. ¿Podremos hacerlo?
—Lucharemos con todas nuestras fuerzas, señor.
Las estilizadas figuras de las subformaciones de la Alianza que aparecían en el visualizador se disgregaron de tal modo que la mitad de las naves formaron un gran círculo que abarcaba los acorazados que habían resistido y los cruceros pesados, además de un buen número de destructores. Los cruceros de batalla, la mayoría de los cruceros ligeros y el resto de los destructores se desplazaron hacia delante para formar un círculo más pequeño, al tiempo que aceleraban a lo largo de un vector por el que pretendían alcanzar una posición comprendida entre la flotilla síndica de reserva y la puerta hipernética de Varandal.
Geary se emocionó cuando los cruceros de batalla se adelantaron y se lanzaron hacia el enemigo a una velocidad que los acorazados no podrían igualar nunca. En realidad, hasta ese momento Geary no había intervenido en la carga de una gran formación de cruceros de batalla y, aunque el sentido común le hacía ver los puntos débiles del blindaje y los escudos de los cruceros, y era consciente de que aquellas naves no resistirían muchos más daños, miraba el visualizador con expectación mientras los cruceros avanzaban implacables, embelesado por el entusiasmo irracional que suscitaban en él el coraje y la gloria del avance.
Tal vez aquel no fuese el movimiento más sensato, pero no se podía negar que era majestuoso.
Se preguntó cuántos de aquellos cruceros de batalla resistirían el inminente combate.