Capítulo 5

—Artillería convencional de tierra disparando sobre el campo desde treinta kilómetros al este y veinte kilómetros al sur.

Geary etiquetó más objetivos y lanzó nuevas rocas contra ellos. Su visualizador principal flotaba a un lado, mostrando la situación de un amplio sector de la superficie planetaria y las posiciones orbitales que podrían suponer un peligro para la flota. Al otro lado tenía una vista superior del campo de prisioneros, sobre el que diversos símbolos se desplazaban de un lado a otro para reflejar el movimiento de las tropas aliadas y enemigas desplegadas en la superficie. Frente a él tenía una hilera de ventanas a través de las cuales podía abrir las vistas de las armaduras de combate de los marines. No debía consultarlas demasiado; tenía que evitar correr el riesgo de sumergirse en la acción de un punto concreto del campo de combate cuando se suponía que debía supervisar a toda la flota, pero, en ocasiones, aquellas imágenes en primera persona de los marines le servían para hacerse una idea precisa de cómo les estaban yendo las cosas.

En cualquier caso, en ese momento le costaba imaginarse cómo iba evolucionando la operación, la viera como la viese. En la vista general, algunos de los pelotones y compañías de marines avanzaban a un ritmo constante hacia el centro del campo, de tal forma que los símbolos de prisioneros liberados se multiplicaban rápidamente a su alrededor a medida que iban reventando las puertas de los barracones para rescatar a sus ocupantes. En otras zonas los marines se movían despacio, pues debían hacer frente al fuego de los guardias síndicos que permanecían atrincherados en los edificios de todos los flancos. Los transbordadores de evacuación se iban posando en el centro del campo a pesar de los disparos esporádicos que el enemigo dirigía contra ellos durante su descenso. En la zona de aterrizaje, los cada vez más numerosos prisioneros, confundidos, eran urgidos a embarcar en los primeros transbordadores. El canal de mando y control de los marines estaba saturado de informes y avisos.

—Transbordadores Víctor Uno y Víctor Siete dañados gravemente por fuego de tierra. Regresando a naves de la base.

—¡Edificio objetivo ubicado en cinco uno uno! ¡Ataquen!

—También están a la izquierda. Edificios menores girando hacia cero dos uno y cero dos tres.

—Minas. Estamos en medio de un campo. Dos marines caídos. A todas las unidades: ¡cuidado con las minas!

—¿No puede alguien hacer algo con la maldita artillería?

—La flota se encarga. Bombardeo en curso.

—Alumbrando un búnker. ¡Mandadle una ráfaga!

Desjani, que también estaba escuchando y observándolo todo, sacudió la cabeza.

—¿Vamos ganando?

—Eso creo. —Geary se giró cuando el consultor de sistemas de combate dio un aviso.

—Señor, estamos recibiendo múltiples solicitudes de bombardeo de los marines.

—Se supone que toda solicitud de bombardeo fuera de la zona de seguridad de los cien metros que ocupan nuestros marines se aprueba automáticamente —respondió Geary un tanto irritado.

—Sí, señor, pero podríamos responderles un poco más rápido si los sistemas automáticos administraran la totalidad de las peticiones, igual que cuando nos enfrentamos a otras naves.

Geary negó con la cabeza.

—Teniente, tal vez así rebajaríamos el tiempo de respuesta en algunos segundos, pero los marines solicitaron que todos los bombardeos fueran verificados por una persona antes de la aprobación final, para garantizar que se lancen sobre el lugar adecuado. No voy a desestimar la preferencia de los marines a este respecto. —El teniente no parecía estar del todo satisfecho, por lo que Geary decidió explicarse—. Cuando combatimos contra las naves síndicas, no nos queda otra opción que gestionar todo el proceso de selección de objetivos a través de los sistemas de control de disparo. Una persona nunca podría reaccionar con la suficiente antelación, dada la gran velocidad a la que se desplazan los objetivos. Pero ni los síndicos que están en la superficie ni nuestros marines se mueven siquiera a una fracción apreciable de la velocidad de la luz. Podemos permitirnos encargarle esta tarea a una persona. Si recibe algún informe sobre retrasos excesivos en la aprobación de las solicitudes de bombardeo, quiero saberlo. Le aseguro que los marines serán los primeros en avisarnos si no están conformes.

—Sí, señor. —Un tanto avergonzado, el teniente prosiguió con sus tareas.

—Es muy tolerante con los tenientes —observó Desjani sin apartar la vista de su visualizador.

—En su día, yo ocupé ese cargo. Y también usted. —Al igual que la capitana, Geary estaba muy concentrado en el desarrollo de la situación, pero agradecía los comentarios que aliviaban la tensión del momento. Sospechaba que Desjani captaba lo preocupado que estaba y, por ello, intentaba tranquilizarlo un poco.

—Yo no —negó Desjani—. Yo nací oficial al mando de un crucero de batalla.

—Eso debió de ser muy doloroso para su madre.

La capitana sonrió.

—Mi madre es fuerte, pero ni siquiera a ella le hubiera gustado tener un pasillo protocolario de soldados en la sala de partos. —En ese instante, su sonrisa se desvaneció, justo cuando una transmisión de alta prioridad llegaba desde la red de los marines.

—¡La Tercera Compañía ha quedado atrapada!

Geary tocó varias ventanas hasta que eligió la del teniente al mando de esa unidad. La vista de su armadura de combate mostraba varias paredes agujereadas y semiderruidas que temblaban y saltaban en pedazos bajo el impacto del fuego enemigo.

—Puestos de armas pesadas y búnkeres ocultos —continuó el teniente—. Debemos de habernos metido en una especie de Ciudadela. Su potencia de fuego es muy superior a la nuestra y hemos sufrido numerosas bajas.

La voz de la coronel Carabali intervino.

—Teniente, ¿pueden retirarse hacia el centro del campo de forma escalonada?

—¡Negativo, coronel, negativo! —La vista que llegaba a través de la armadura del teniente sufrió una interferencia cuando algo explotó con tanta fuerza que lanzó por los aires a varios marines—. No podemos movernos sin que nos disparen. Solicito todo el apoyo armamentístico disponible de la flota. —Geary consultó los mapas tácticos que se desplegaron en la interfaz del teniente y observó que etiquetaba diversos grupos de objetivos, dispuestos alrededor de los símbolos de los aliados, que representaban las posiciones de los marines de la Tercera Compañía—. Solicito bombardeo de apoyo en las siguientes coordenadas. Todo el apoyo armamentístico, lo antes posible.

—Señor —avisó el consultor de sistemas de combate—, los marines nos envían una nueva solicitud de apoyo armamentístico, pero los objetivos se encuentran dentro del perímetro de seguridad.

—¿Cómo de dentro? —Leyó los datos y espiró prolongadamente al comprobar la distancia.

Mientras Geary realizaba la consulta, apareció la imagen de la coronel Carabali.

—Capitán Geary, mi Tercera Compañía necesita apoyo armamentístico, y lo necesita ya.

—Coronel, la mayoría de esos objetivos se encuentran a tan solo cincuenta metros de sus marines. Algunos, a veinticinco.

—Lo entiendo, capitán Geary. Ahí es donde está el enemigo.

—Coronel, estamos lanzando ráfagas a través de la atmósfera. ¡No puedo garantizarle que no alcancemos a esos marines!

—¡Lo sabemos, señor! —exclamó Carabali—. El teniente lo sabe. Y es lo que necesita. Es el oficial de mayor graduación del combate. Su petición es que los objetivos sean atacados pese al peligro que ello supone para sus hombres. Solicito la aprobación y la ejecución de la misión de bombardeo lo antes posible, señor.

Geary la miró a los ojos. Carabali también era consciente del peligro, pero aceptaba la valoración del comandante que estaba participando en el combate. Como comandante de la flota, Geary no podía mirar para otro lado.

—Muy bien, coronel. La nave está de camino. —Se giró hacia Desjani—. ¿Cómo podríamos conseguir ahora mismo la máxima precisión en un bombardeo sobre superficie?

Desjani extendió las palmas de las manos.

—¿A través de la atmósfera y todos los desechos que hemos liberado? Situando la nave de bombardeo en la órbita más baja posible. Pero tenga en cuenta que, de esta manera, la nave quedará expuesta al fuego lanzado desde el planeta.

—De acuerdo. —Una rápida consulta al visualizador le mostró el candidato apropiado; un acorazado podría liberar la potencia de fuego necesaria y, además, tener muchas posibilidades de resistir al contraataque de tierra—. Vengativo, avance hacia la órbita más baja y, a continuación, ejecute la misión de apoyo armamentístico lo antes posible.

Vengativo a la orden. En camino.

—Señor, hemos detectado varios aviones que avanzan hacia el campo de prisioneros. Presentan una configuración militar y utilizan potentes sistemas de sigilo.

—Neutralícenlos —ordenó Geary.

De la órbita brotó una batería de lanzas infernales que formaron redes de partículas de alta energía alrededor de los aviones síndicos. Dado el elevado número de buques de guerra de la Alianza que orbitaban alrededor del planeta y que podían disparar contra ellos, los aviones no tenían ninguna oportunidad. Aunque resultaba complicado ver dónde se encontraban, incluso una lanza infernal disparada con una trayectoria oblicua era suficiente para derribarlos, por lo que se liberaron múltiples lanzas infernales en la zona que ocupaban.

—Confirmada la destrucción de todos los aviones. Vengativo abriendo fuego.

En la vista del teniente que comandaba la Tercera Compañía, se vio que las paredes empezaron a estallar hacia dentro y el suelo se sacudía en una constante danza salvaje mientras el Vengativo arrojaba lanzas infernales y lanzaba pequeños proyectiles cinéticos contra sus objetivos. La vista que enviaba el teniente se iba nublando a medida que la destrucción continuaba, hasta que, a su alrededor, el aire se fue llenando de polvo y partículas cargadas y el canal de transmisión se cortó por completo.

—Hemos perdido la comunicación con la Tercera Compañía de marines —informó el consultor de comunicaciones—. El bombardeo y las lanzas infernales han saturado el aire y la señal no consigue entrar. Estamos intentando restablecer el contacto, pero el proceso podría demorarse varios minutos.

¿Quedará alguien con quien poder comunicarse? Apenas Geary se hubo formulado esta pregunta, otro consultor dio un nuevo aviso.

—Misiles enviados desde las instalaciones orbitales síndicas Alfa Sigma. Tres misiles. Confirmada su carga de cabezas explosivas destinadas al bombardeo nuclear orbital. Trayectoria inicial hacia la zona del campo de prisioneros. Los sistemas de combate recomiendan vectorizar el crucero ligero Octava y los destructores Metralla y Kris para neutralizar los misiles, y lanzar cargas cinéticas desde la Vindicta para destruir las instalaciones de disparo.

—Aprobado. Ejecuten las órdenes. —Geary miró a Rione—. De manera que, en efecto, tenían bombas nucleares en órbita.

—Y puede que aún escondan más sorpresas —dijo la copresidenta.

—Se acercan más aviones hacia el campo de prisioneros. Confirmada su configuración militar.

—Neutralícenlos —ordenó Geary.

—Detectados lanzamientos de Misiles Balísticos de Medio Alcance desde la superficie. Trayectorias dirigidas al campo de prisioneros. Los sistemas de combate recomiendan neutralizarlos de inmediato con lanzas infernales y que la Incansable bombardee las instalaciones de lanzamiento de los MBMA.

—Adelante.

—La Sexta Compañía de marines informa del hallazgo de un campo de minas. Múltiples bajas. —En ese instante sonó una alarma—. El Vengativo ha sido alcanzado por una batería terrestre de haces de partículas. Está realizando maniobras de evasión y atacando la batería con munición de bombardeo. El Vengativo informa que la misión de apoyo armamentístico ha sido completada.

Seguía sin saberse nada de lo que le había ocurrido a la Tercera Compañía en su sector.

—Los MBMA y sus instalaciones de lanzamiento han sido destruidos. La Octava ha derribado dos de los misiles de bombardeo nuclear. La Metralla ha eliminado el tercero. El Vengativo informa de que la batería terrestre de haces de partículas ha sido neutralizada. El tiempo estimado para el impacto de las cargas cinéticas en las instalaciones de lanzamiento orbitales es de tres minutos.

La imagen de Carabali apareció de nuevo.

—Señor, hemos detectado dos convoyes terrestres que avanzan hacia el campo bajo la cubierta del polvo levantado por los bombardeos. —A su lado, se abrieron las imágenes de las escoltas—. Las unidades de reconocimiento que tenemos operando en la zona identificaron los uniformes y las armas de los dos convoyes antes de que una de las unidades cayera bajo el fuego terrestre.

—No hay problema, coronel. Nos encargaremos de esos convoyes. —Geary transmitió los datos a los sistemas de combate y, al instante apareció una sugerencia de plan de batalla. Pulsó con fuerza un mando para dar su aprobación y observó, justo después, la cortina de cargas cinéticas que se lanzaba desde varios buques de guerra de la Alianza con dirección descendente—. Menos mal que las cargas cinéticas son baratas y abundantes —le dijo a Desjani. ¿Sería así como se sentían los antiguos dioses al enviar la muerte y la destrucción desde los cielos contra los hombres y cuanto estos habían levantado?

—Bombardeo impactando contra las instalaciones orbitales síndicas Alfa Sigma.

Geary vio un enjambre de cápsulas de escape que se alejaban de las instalaciones síndicas destruidas. Acto seguido, las rocas de la Alianza empezaron a caer y a hacer saltar por los aires grandes fragmentos de la base orbital síndica. Al cabo de unos segundos, desapareció por completo y fue reemplazada por una nube de escombros.

—Se ha restablecido la comunicación con la Tercera Compañía de marines.

Geary etiquetó la ventana y abrió una vista, plagada de interferencias, en la que se apreciaba que la destrucción había sido casi total. El teniente que informó parecía aturdido.

—El fuego enemigo ha cesado.

Carabali le dio una orden tajante.

—Retírense de inmediato por la línea uno cero cinco. Procedo a enviar fuerzas para que se unan a su Compañía.

—Coronel, los fallecidos…

—Regresaremos a por ellos. Ahora, ¡salgan de ahí con los heridos de inmediato!

—Entendido, coronel. En camino.

Los fallecidos. Los heridos. Geary consultó los mensajes de estado de la Tercera Compañía. Aterrizó con noventa y ocho marines. Sesenta y uno seguían vivos y, de estos, cuarenta habían sufrido heridas de mayor o menor gravedad.

Los bombardeos dirigidos contra los dos convoyes síndicos de tierra alcanzaron sus objetivos de manera que dos tramos del camino, junto con parte del terreno circundante, se elevaron hacia el cielo mientras todo lo que se encontraba dentro de la zona atacada era arrasado por los tremendos impactos de los proyectiles de la Alianza.

—Señor —informó Carabali—, tenemos indicios de que el enemigo planea perseguir a la Tercera Compañía durante su retirada.

—Gracias, coronel. Nos encargaremos de ello. —Geary le transmitió la zona objetivo al Vengativo. Después de haber comprobado las bajas de los marines, no tenía ninguna intención de mostrarse clemente con un enemigo que pretendía aniquilar a sus hombres—. Vengativo, arrasen el sector.

Vengativo a la orden. Será un placer, señor.

Cuando el Vengativo iniciaba otro bombardeo sobre la superficie del planeta, Geary amplió por un momento el campo de visión de la ventana que tenía abierta. El terreno circundante del campo de prisioneros, así como sus límites, se había convertido en un infierno sembrado de cráteres y escombros. En otros sectores se apreciaban los agujeros que habían abierto las cargas cinéticas al eliminar las baterías o instalaciones de lanzamiento situadas en la superficie; por todas partes, las montañas de escombros señalaban los puntos en los que las lanzas infernales de la Alianza, dirigidas contra los aviones síndicos, habían terminado demoliendo cuanto encontraron a su paso. Las llamas habían invadido las áreas de la ciudad más cercanas al campo de prisioneros, así como inmensas zonas de otras ciudades del planeta, y, mientras Geary observaba aquel escenario, una explosión descomunal envolvió parte de una de las ciudades más extensas.

—¿Se han hecho eso a sí mismos? —se preguntó.

—A propósito o por accidente —confirmó Desjani.

—Se acercan más aviones.

—Si se confirma que son militares, ataquen. Fuego a discreción contra todos los aviones militares que se dirijan hacia el campo de prisioneros.

—Sí, señor.

Rione miraba el visualizador con semblante desolado.

—Deberían haberse imaginado lo inútil que sería todo esto. Estamos contrarrestando todos sus ataques y arrasando la superficie.

—Si la red de mando y control sigue tan fragmentada como parece, ningún vehículo síndico, ya se encuentre en órbita o en la superficie, podrá obtener una imagen veraz de lo que está ocurriendo —señaló Geary—. Ni siquiera sabemos quién está al mando de esas unidades. Algunas podrían estar operando de manera independiente, sujetas a un reglamento que ordene combatir contra cualquier fuerza que ataque el planeta.

Miró la ventana del teniente que encabezaba la Tercera Compañía. La armadura de combate mostraba una disminución gradual de la destrucción a medida que los marines se iban alejando de la zona arrasada por el Vengativo. De repente, mientras Geary estaba observando la escena, la imagen se fundió repentinamente y fue reemplazada por otra de la misma ubicación, pero tomada desde otro ángulo.

—El teniente Tillyer ha caído —dijo alguien. La ventana indicaba que ahora hablaba el sargento Paratnam. Uno de los edificios situados en un flanco se derrumbó cuando los marines abrieron fuego contra él—. Tenemos al francotirador.

—Entendido —contestó Carabali—. Los sitúo a ciento cincuenta metros de un grupo de refuerzo formado por efectivos de la Quinta Compañía. ¿Los ven en su interfaz?

—Sí, coronel. Los tenemos —confirmó Paratnam con gran alivio—. Avanzamos al encuentro.

Geary pulsó un mando para consultar la información sobre la salud de los marines de la Tercera Compañía. Todos los parámetros del teniente Tillyer estaban a cero.

—Ciento cincuenta metros —murmuró.

—¿Señor? —preguntó Desjani.

—Tiene gracia, ¿verdad? En un combate espacial ciento cincuenta metros es una distancia demasiado pequeña como para preocuparse por ella. A una décima de la velocidad de la luz esa distancia se recorre en una despreciable fracción de segundo. No tiene la menor relevancia, excepto a la hora de apuntar hacia un objetivo; en ese caso, esos metros deciden si el disparo hace blanco o no. Y, sin embargo, para un marine enviado a una superficie planetaria, esa distancia podría significar la muerte. Se arriesga a que descarguemos nuestro fuego sobre su posición, dirige su unidad para ponerla a salvo y, cuando tan solo quedan unos pasos para dejar atrás el peligro, muere.

Desjani apartó la vista un momento.

—Las mismísimas estrellas deciden nuestro destino. A menudo parece una cuestión de azar, pero siempre existe un propósito.

—¿De verdad lo cree?

La capitana lo miró a los ojos y, por un instante, Geary tuvo la impresión de ver en ellos el reflejo de todos los hombres que Desjani había visto morir durante aquella guerra; todos los amigos y familiares que había perdido.

—Si no lo hiciera —dijo con un hilo de voz—, no podría seguir adelante.

—Lo entiendo. —No era la primera vez que recordaba que estaba rodeado de gente que había crecido en tiempos de guerra. Al igual que los padres de todos ellos. No podía ni imaginarse el dolor que les provocaba ver que el número de bajas se incrementaba a diario, sin expectativas de que algún día llegase a su límite.

—No siempre lo hizo. —Desjani le sonrió con tristeza—. Hace tiempo ni siquiera sabía cómo comportarse ante las pequeñas derrotas. Ahora las sobrelleva y continúa hacia adelante. Entonces, yo me entristecía al ver su reacción cuando perdía una sola nave, y deseaba no haber nacido en un tiempo que no dejaba lugar para la inocencia.

—Ya no recuerdo la última vez que me llamaron inocente. Supongo que en mis tiempos de alférez. —Geary respiró hondo—. Terminemos con este combate y asegurémonos de perder el menor número posible de hombres.

Los consultores y los sistemas automáticos de combate lo avisarían de cualquier cosa que necesitase saber, pero, aun así, Geary revisó por última vez la vista general del escenario de combate antes de volver a centrarse en lo que ocurría en el campo de prisioneros.

En la imagen superior del recinto se apreciaba una aglomeración de figuras humanas apiñadas en las cercanías del amplio centro abierto. En el centro se hallaba la zona de aterrizaje, despejada, donde los transbordadores de la Alianza se posaban y desde donde se elevaban en lo que parecía un tranquilo baile coreografiado. Geary desplegó una pantalla para obtener la vista de uno de los marines encargados de la evacuación, y se encontró con un escenario aparentemente caótico donde el cielo estaba nublado por los efectos secundarios de los bombardeos y las lanzas infernales de la Alianza, la gente corría de un lado para otro y los transbordadores descendían aprisa, recogían a los prisioneros liberados hasta que se llenaban y, acto seguido, volvían a ascender. Tardó un momento en apreciar el orden que regía aquella actividad tan frenética.

Los oficiales que se encontraban entre los prisioneros parecían mantener divididos al resto de presos en grupos, hasta que los llamaban para enviarlos a algún transbordador. Por su parte, los marines distribuían y guiaban a los prisioneros, desorientados, mientras ordenaban a gritos que se mantuviese la disciplina. Geary vio a un lado la armadura de combate con el identificador de la coronel Carabali, junto a un transbordador de los marines, y a dos marines que montaban guardia cerca de ella en tanto la coronel se concentraba en el movimiento de sus unidades.

—Me pregunto —comentó Desjani— si esos exprisioneros saben que los están rescatando o piensan que se ha desatado el Apocalipsis.

—Tal vez las dos cosas. Coronel Carabali, cuando sea posible, me gustaría que me informase sobre la operación.

La imagen de la coronel se abrió al instante.

—Es mejor de lo que esperábamos, señor. Casi todas las unidades han tenido bajas mientras nos retirábamos al centro del campo, pero solo la Tercera Compañía ha sufrido daños graves. Al parecer, terminaron en una zona en la que los guardias síndicos habían montado sus últimas defensas. La evacuación de los prisioneros liberados se está llevando a cabo sin nuevos contratiempos. Estimo que tardaremos unos cuarenta minutos en sacar a los últimos prisioneros y, después, necesitaremos otros veinte más hasta que se eleve el último transbordador de los marines.

—Gracias, coronel. Procuraremos mantener a los síndicos a raya hasta entonces.

Carabali hizo un gesto de sorpresa y, aunque en un principio Geary pensó que era la respuesta de la coronel a lo que él acababa de decirle, enseguida vio que se debía a algo que le habían comunicado en ese mismo instante por otro canal.

—Señor, unos guardias y sus familias proponen su rendición a cambio de que los saquemos de aquí y les proporcionemos un pasaje seguro.

—¿Familias? —Geary notó que el estómago se le daba la vuelta al pensar en las bombas que habían arrojado sobre el campo.

—Así es, señor. Nosotros tampoco habíamos avistado a ninguna. Un momento, señor. —Carabali se giró hacia unos prisioneros que pasaban cerca de ella e intercambió unas palabras apresuradas con ellos antes de reactivar la conexión con Geary—. Los exprisioneros dicen que las familias vivían fuera del campo. Los guardias debieron de introducirlas para ponerlas a salvo cuando empezaron los combates en el planeta.

—¿Y después se lanzaron a la batalla? —bramó Geary sin dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Sí, señor. Según los hombres que estuvieron prisioneros aquí, en el subsuelo del sector norte del campo hay amplias zonas de almacenamiento, y creen que los guardias las mantenían a salvo allí.

Geary revisó rápidamente el visualizador del campo y comprobó que las áreas del norte apenas habían sufrido las consecuencias del enfrentamiento.

—Gracias a las estrellas del firmamento que tuvieron la lucidez suficiente para tomar esa decisión en lugar de ponerse a luchar contra nuestros marines en ese sector. ¿A qué se refieren con «un pasaje seguro»? ¿Adónde quieren ir?

—Un momento, señor. —Carabali le trasladó la pregunta a otra persona y esperó a que alguien se la formulara a los síndicos y a que le llegase la respuesta—. Desean salir del planeta, señor.

—Imposible.

—Dicen que quedarse aquí sería firmar su sentencia de muerte. Los rebeldes de la ciudad les exigieron que les entregaran a los prisioneros de la Alianza, pero los guardias se negaron a obedecerlos si no era por orden oficial. Los guardias afirman que mantuvieron a raya a los rebeldes hasta que llegamos nosotros, pero ahora que el campo está arrasado y se han producido tantas bajas a consecuencia de la batalla, no tendrán ninguna posibilidad una vez que nos marchemos.

—Maldita sea. —Geary se giró para poner al tanto a Rione y Desjani—. ¿Alguna sugerencia?

—Si no se hubieran enfrentado a nosotros —apuntó Desjani un tanto enfurecida—, podrían defenderse cuando nos marcháramos. Además, no podemos sacarlos del planeta; ninguna de nuestras naves tiene capacidad para alojar tantos prisioneros. Y, en cualquier caso, no les debemos ningún favor por haber intentado triturar a nuestros marines. Esta tumba se la han cavado ellos solos.

La copresidenta no se alegraba de la situación, pero coincidió con la capitana.

—Capitán Geary, dadas las circunstancias, no creo que haya manera alguna de ayudarlos.

—Sí, pero mientras la lucha continúe, seguiremos perdiendo hombres. —Geary se sentó y observó el visualizador durante unos instantes, sopesando las posibles opciones. Una le pareció especialmente sensata y decidió centrarse en ella, así que volvió a llamar a Carabali—. Coronel, esto es lo que les ofrecerá: ellos dejarán de resistirse y nosotros no seguiremos matándolos. Una vez que hayamos sacado a nuestros hombres, bombardearemos todos los accesos desde la ciudad cuando los guardias supervivientes y sus familias se hayan retirado en la dirección opuesta. Si alguien intentara atacarlos mientras aún los tenemos al alcance, les daremos la protección necesaria. Es el mejor trato que pueden hacer.

—Sí, señor. Se lo comunicaré y veré cuál es su respuesta.

Cinco minutos más tarde, cuando otra escuadrilla de aviones síndicos fue derribada en pleno vuelo y dos bombardeos de la Alianza hacían saltar por los aires otra batería terrestre de haces de partículas y otro puesto de lanzamiento de misiles listo para disparar, Carabali reabrió el canal.

—Están de acuerdo, señor. Dicen que están avisando a todos los guardias para que dejen de resistirse y se marchen con sus familias hacia el sector este del campo. Piden que no los ataquemos.

—De acuerdo, coronel, a menos que empiecen a dispararnos de nuevo.

—Les diré que cesen el fuego, pero enviaremos una tropa para vigilarlos, señor.

Durante los minutos que siguieron, los movimientos de los marines que se aproximaban al centro del campo empezaron a cambiar; unos aligeraron la marcha para llegar antes al centro, mientras que otros se desviaron para formar una línea defensiva entre el centro y los símbolos de los enemigos, que empezaron a aparecer cuando los guardias salieron al descubierto para retirarse al este. Geary aumentó la vista y, entre el polvo que saturaba el aire, divisó unas huellas infrarrojas que indicaban que estaban apareciendo más personas para unirse a la retirada. Al cambiar de vista nuevamente, se desplegaron varias ventanas que mostraban lo que estaban viendo los marines encargados de vigilar la salida de los síndicos. Los blancos sugeridos danzaban en las interfaces de los marines mientras estos observaban cómo los guardias síndicos, que llevaban armaduras de combate ligeras, guiaban a los civiles, que no contaban con ningún tipo de protección, a través de las calles del campo. Los marines tenían las armas en ristre, pero los síndicos respetaron su palabra y actuaron con premura, de modo que no tuvieron que abrir fuego.

Geary detuvo su recorrido por las vistas de los marines al oír la voz crepitante de un sargento.

—Ni se le ocurra, Cintora.

—Solo practicaba mi puntería —protestó Cintora.

—Si aprieta el gatillo, aténgase a las consecuencias.

—Mi sargento, lo destrozaron todo en Tulira y Patal…

—Baje el arma, ¡ahora!

Geary esperó un poco más, pero Cintora parecía haber comprendido que su acción no iba a quedar impune, así que decidió guardar silencio. Si el sargento no hubiese estado atento, o si odiara a los síndicos tanto como su subordinada, no era difícil imaginar qué habría ocurrido.

Un nuevo mensaje urgente llevó a Geary a centrarse de nuevo en la vista general.

—Las unidades de reconocimiento han detectado un tercer convoy de tierra con rumbo al campo desde el noroeste, así como lo que parece un grupo de intrusos que avanzan a pie desde el suroeste —informó la coronel Carabali—. Solicito que la flota abra fuego sobre estos dos objetivos.

Geary se tomó un momento para consultar la solución de ataque propuesta por los sistemas de combate. A continuación, pulsó un mando para dar su aprobación y vio como una cortina de proyectiles cinéticos caía sobre la superficie.

—Señor, el Consejo de Gobierno de Heradao Libre solicita un alto el fuego.

—¿Heradao Libre? Pero ¿no se llamaban Consejo de Gobierno de Heradao?

—Esto… sí, señor. Llaman por el mismo circuito que la última vez, y utilizan el mismo identificador de transmisión.

Geary miró a Rione.

—¿Alguna sugerencia de a qué puede deberse este cambio de nombre?

La copresidenta parecía frustrada.

—Es probable que no tenga ninguna relevancia. Podrían haberse unido a otro grupo de rebeldes y haber añadido «Libre» tras una deliberación; o quizá, simplemente, decidieron que «Libre» sonaba mejor; o tal vez hayan cambiado de dirigentes. Aunque podría deberse a otros motivos. En cualquier caso, no creo que el cambio de nombre deba preocuparnos mucho.

—Sin embargo, usted ha hablado con ellos. ¿Merecería la pena reabrir el diálogo?

—No.

Desjani enarcó las cejas, sorprendida.

—Una política que contesta con brevedad y concisión —murmuró no muy bajo para que Rione la oyera—. Las estrellas del firmamento han obrado el milagro.

—Gracias, capitana Desjani —dijo Geary—. Señora copresidenta, por favor, comuníquele al Consejo de Gobierno de Heradao Libre que neutralizaremos cualquier ataque dirigido contra nuestras naves o nuestro personal de tierra, y que eliminaremos a las tropas que avancen hacia el campo de prisioneros. Si cejan en su intento de asaltarnos, no abriremos fuego sobre ellos.

—Señor, tenemos otro problema. —La coronel Carabali parecía contrariada, indicativo de que se trataba de un contratiempo serio—. Las tropas de cortina del sector oeste del campo están detectando señales de que diversas tropas enemigas, altamente adiestradas y preparadas con equipos de sigilo máximo, están intentando cruzar las líneas de mis marines. Las detecciones son inestables y pequeñas, pero lo más probable es que nos estemos enfrentando a un pelotón de comandos de las Fuerzas Especiales Síndicas.

—¿De qué tipo de amenaza se trata? ¿Son solo exploradores? —preguntó Geary.

—El perfil de su misión, así como diversas señales recogidas por nuestros equipos, indican que es muy posible que vayan armados con munutranho, señor.

—¿Munutranho? —A Geary le pareció el nombre de alguna criatura extraña propia de un cuento de hadas.

—Munición nuclear transportable por el hombre —explicó Carabali.

Normal que la coronel estuviera preocupada. Geary consultó la línea de tiempo.

—Coronel, parece que no falta mucho para que pueda abandonar la zona. Aunque los comandos síndicos consigan colocar esas cosas, todavía tendrán que programar los temporizadores de forma que les dé tiempo a alejarse del área de la explosión. ¿Por qué no podemos salir de ahí antes de que los temporizadores activen las bombas?

Carabali sacudió la cabeza.

—Señor, he recibido formación sobre la munutranho de la Alianza, y todos los miembros de mi grupo, incluidos los instructores, consideraban que los temporizadores eran falsos. Al final, llegamos a la conclusión de que los blancos en los que merece la pena colocar una bomba son demasiado valiosos como para arriesgarse a un ataque frustrado, e incluso a que el enemigo pueda robar la bomba durante el tiempo necesario para que el atacante se aleje después de colocarla.

Geary la miró.

—¿Está diciendo que cree que la bomba explotará nada más colocarla?

—En efecto, o muy poco después, señor. Creo que encajaría con la lógica de los síndicos, señor. Así pues, podemos suponer que la munutranho estallará justo después de ser fijada y activada.

Este factor echaba por tierra la programación de Geary.

—¿Alguna recomendación, coronel?

—He desviado en su viaje de regreso a dos de los transbordadores, durante el tiempo necesario, para recoger dos onagros persas. De este modo…

—¿Onagros persas, coronel?

A Carabali le extrañó que Geary no los conociera.

—Simuladores de grupos de personal Marca Veinticuatro.

—¿Qué hacen qué?

—Sirven para… simular grupos numerosos de personal. Un onagro persa utiliza diversos tipos de medidas activas para crear la ilusión de que hay muchas personas presentes: los batidores sísmicos generan vibraciones en el suelo similares a las de un grupo de hombres que caminan de aquí para allá; los parásitos infrarrojos originan huellas caloríficas en la zona; otros parásitos producen sonidos audibles; los transmisores elaboran un cierto nivel de tráfico de mensajes y una actividad sensorial continua que simula la de una tropa militar emplazada en la zona, entre otras señales. Para alguien que utilice sensores remotos no visuales, los onagros logran que parezca que hay mucha gente en una zona determinada.

Geary entendió, por fin, lo que pretendía.

—¿Pretende engañar a los comandos síndicos haciéndoles pensar que sus objetivos todavía están presentes hasta que sea demasiado tarde para impedir la evacuación real?

—Sí, señor —afirmó Carabali—. Pero debo mantener apostada una tropa de cortina, y, cuando todo el mundo haya subido, los comandos se encontrarán cerca. Podemos ralentizarlos, pero no lograremos detenerlos. —En el visualizador de Geary se abrió una imagen que mostraba la pantalla táctica de la coronel—. Situaré los onagros aquí y aquí, de forma que no entren en el campo de visión de los comandos síndicos. Necesitaré situar pelotones de marines aquí, aquí y aquí. —Se iluminaron una serie de arcos básicos e inclinados compuestos por varios símbolos de los marines—. En el momento en que se eleve el último transbordador de evacuación, otros tres transbordadores se posarán en estas ubicaciones a lo largo del límite de la zona de aterrizaje más cercano a mis hombres. Acto seguido, los tres últimos pelotones correrán como condenados hacia los transbordadores y saldrán de ahí. Los onagros estarán programados para autodestruirse justo después.

Geary estudió el plan y asintió.

—¿Tendrán tiempo de alejarse los últimos transbordadores si los síndicos descubren lo que está ocurriendo y activan las bombas en el acto?

—No lo sé, señor. Puede que no, pero no se me ocurre un plan mejor.

—Un momento, coronel. —Se giró hacia Desjani y le explicó la situación—. ¿Qué opina? ¿Hay algo más que podamos hacer contra un enemigo que pretende abortar mediante bombas nucleares y desde tan cerca la evacuación de emergencia de nuestros hombres?

Desjani inclinó la cabeza con aire meditabundo y, tras mucho pensarlo, lo miró.

—Tal vez podamos intentar una cosa. Yo entonces era una simple oficial subalterna, pero, por lo que recuerdo, funcionó en el sistema estelar Calais. La situación era muy parecida a esta; el enemigo les pisaba los talones a los últimos transbordadores en salir.

—¿Qué hicieron?

Desjani esbozó una sonrisa apagada.

—Lanzamos un bombardeo de saturación programado para cruzarse con los transbordadores de evacuación, de modo que las bombas impactaran contra la superficie una vez que aquellos se hubieran alejado lo suficiente de la zona de peligro.

—Es una broma. ¿Arrojar todas esas rocas por el mismo espacio aéreo planetario por el que ascienden los transbordadores? ¿Y qué les pareció el plan a los pilotos de los transbordadores?

—Creyeron que sería una masacre. A los evacuados tampoco les entusiasmaba la idea. Pero podemos hacer lo que hicimos entonces: descargar en los pilotos automáticos de los transbordadores el patrón de bombardeo y las trayectorias previstas de cada proyectil. En teoría, los pilotos automáticos pueden trazar una ruta entre las rocas y ganar la altura suficiente antes de que los proyectiles impacten contra la superficie y la hagan saltar por los aires.

Geary consideró la idea. No le atraía. Pero…

—¿Dice que en Calais funcionó?

—Sí, señor. En general, dio buen resultado. Es cierto que no todas las rocas que atraviesan la atmósfera siguen la trayectoria prevista, pero, en Calais, los transbordadores que debían abrirse paso entre la lluvia de proyectiles eran muchos más que aquí.

En general, dio buen resultado. Geary llamó de nuevo a Carabali.

—Coronel, tenemos un plan para apoyar el último ascenso. —Le expuso la estrategia sugerida por Desjani—. Usted decide si la ponemos en práctica.

Al parecer, había conseguido sorprender a Carabali, si es que su gesto era de asombro y no de espanto. Sin embargo, la coronel exhaló y asintió.

—Si no lo intentamos, señor, lo más probable es que perdamos las tres naves y a todos los marines que las ocupen. Al menos, esta alternativa aumenta las posibilidades de que se salven. Informaré a los pilotos de los tres últimos transbordadores de lo que va a ocurrir.

—Avíseme si alguno de ellos no quiere asumir el riesgo para que pueda buscar otro piloto entre la flota.

Carabali agravó el gesto ligeramente.

—Ya se han ofrecido, señor. Los tres pilotos son marines. Por favor, hágame saber los detalles del bombardeo en cuanto disponga de ellos, señor.

—Lo haré. —Geary cortó la conexión con Carabali, se reclinó hacia atrás y respiró hondo—. Bien, escúchenme todos: vamos a poner en práctica el plan de la capitana Desjani. Debemos sincronizar el bombardeo con toda la precisión posible si queremos que esos tres transbordadores se salven.

—No es exactamente mi plan —murmuró Desjani, y, acto seguido, se puso a trabajar—. Teniente Julesa, teniente Yuon, alférez Kaqui, apliquen al plan de evacuación de los marines las últimas correcciones de la coronel Carabali y ejecuten un plan de bombardeo mediante los sistemas de combate. Necesitamos algo que sature la zona de la que salgan los transbordadores de forma coordinada con la línea de tiempo de los marines, a fin de que las bombas impacten a los cinco segundos de que los transbordadores hayan salido de la zona de peligro.

—Capitana —preguntó el teniente Yuon—, ¿y si los transbordadores tienen algún problema o sufren un retraso?

—No puede haber retrasos. Las tres naves tienen que despegar en el instante programado; de lo contrario, los marines morirán a manos de los síndicos. Necesito el patrón de bombardeo para ayer.

Los consultores se pusieron a trabajar de inmediato mientras Geary observaba su visualizador. En la parte centrada en el combate de tierra, podía ver que los símbolos de los enemigos aparecían y desaparecían de repente, a medida que los sensores de los marines iban captando los rastros de los comandos síndicos. Los marines disparaban cada vez que detectaban a un enemigo, aunque, al parecer, resultaba complicado alcanzar los blancos, que se movían por un entorno repleto de lugares en los que esconderse. Según los comandos síndicos se acercaban a la zona de aterrizaje, los marines, poco a poco, se iban replegando para mantener una pantalla entre los síndicos y el centro del campo.

En la zona de evacuación, los últimos prisioneros liberados iban montando en los transbordadores y Carabali llamaba a los otros marines. En el visualizador se apreciaban los dos onagros persas, que no dejaban de producir señales propias de grandes grupos de personas todavía cercanas a la zona de aterrizaje.

Eran muchas las cosas que tendrían que salir bien. Geary odiaba que el éxito de una operación dependiera de tantos factores.

—Es extraño, ¿verdad? —observó Desjani—. Está ocurriendo lo mismo que en Corvus: nos enfrentamos a los comandos de las Fuerzas Especiales Síndicas en una misión suicida.

—Supongo que esto es parecido —admitió Geary.

—A los de Corvus no los mató. —Lo miró con expresión interrogante—. Pero a estos los vamos a triturar.

—Exacto. En Corvus quería dejar claro lo inútil que era el esfuerzo de los comandos, para que no se convirtieran en mártires. —Señaló el visualizador con la mano—. Aquí morirán como mártires, pero no alcanzarán su objetivo. Nosotros, en cambio, sí cumpliremos nuestra misión, por muchos obstáculos que nos pongan, por lo que su muerte no significará nada. En cualquier caso, la única manera de detener a esos comandos es haciéndolos saltar por los aires.

—¡Capitana! —llamó el teniente Julesa—. El plan de bombardeo está listo.

Envíenoslo a mí y al capitán Geary.

Geary estudió el resultado, obligándose a ignorar las dudas que le surgían al ver las trayectorias de más de cien proyectiles de bombardeo cinético que se entrecruzaban con los tres transbordadores, y observó que las bombas hacían blanco apenas los transbordadores abandonaban la zona de riesgo.

—Bien, capitana Desjani, esperemos que su plan funcione.

—Llámelo mi plan si funciona —objetó Desjani.

Geary pulsó los mandos necesarios para enviarle el plan a la coronel Carabali; esta, a su vez, se lo pasó a sus transbordadores y lo transmitió como orden prioritaria; las naves debían hallarse en la posición correcta en el preciso momento en que se iniciara el bombardeo. Momentos más tarde, el acorazado Incansable entró por el canal.

—Señor, ¿este plan es correcto?

—Es correcto. Necesitamos ejecutarlo a la perfección.

—Es una forma amable de decirlo, señor. ¿Los marines están de acuerdo?

—Están de acuerdo.

—Muy bien, señor. Dirigiremos las rocas hacia los puntos establecidos y nos aseguraremos de que impacten en el momento adecuado.

—Gracias, Represalia. ¿Algún problema por su parte?

El oficial al mando de la Represalia tardó unos diez segundos en responder.

—No, señor. En este momento estamos cargando las maniobras e introduciendo los comandos en los sistemas de la Represalia. Cumpliremos con nuestra parte.

Geary miró el visualizador con aire sombrío. La coronel Carabali estaba montando en uno de los últimos transbordadores de la zona de aterrizaje del campo de prisioneros junto con los marines que quedaban en el recinto. Los tres pelotones que mantenían a raya a los comandos síndicos seguían replegándose e intentando ralentizar su avance hacia la zona de aterrizaje. Las detecciones momentáneas de los comandos indicaban que se estaban aproximando demasiado a la zona de aterrizaje.

—Aquí vienen los tres últimos transbordadores —comentó Desjani.

La consultora de operaciones intervino en ese momento.

—Últimos transbordadores de evacuación aterrizando en cinco, cuatro, tres, dos uno. Posados.

Los marines de los tres últimos pelotones salieron disparados hacia las naves. Geary se preguntó cuánto tardarían los comandos síndicos en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—El Incansable y la Represalia están iniciando el bombardeo de cobertura —informó el consultor de sistemas de combate.

Geary se sentó y observó cómo las rocas se precipitaban hacia el área donde estaban posados los tres transbordadores, al tiempo que los marines alcanzaban las naves y se abalanzaban a su interior. A un lado del visualizador, dos líneas de tiempo se aproximaban a su final: una indicaba el momento en que los transbordadores despegarían y, la otra, el instante en que las bombas impactarían contra la superficie. Los dos grupos de números corrían demasiado parejos como para que Geary no se intranquilizara.

En el puente del Intrépido nunca había reinado un silencio tan profundo; la tensión de la atmósfera mantenía mudos a los tripulantes, que esperaban para ver el desenlace de aquella apuesta a vida o muerte.

—Los transbordadores tienen que despegar dentro de los próximos diez segundos —informó Desjani.

—Sí. Ya lo veo. —Geary podía ver también el último grupo de marines que corrían a toda velocidad hacia su nave.

—El transbordador Uno ha despegado y se eleva a máxima velocidad —informó la consultora de operaciones—. El enemigo dispara contra las naves desde la superficie. Los comandos síndicos están saliendo al descubierto para atacar los últimos transbordadores. Sus sistemas defensivos están contraatacando y adoptando medidas de protección. El transbordador Tres ha despegado. El transbordador Dos informa de un fallo en el mecanismo de sellado de la escotilla del compartimento principal. —Geary sintió que se le cortaba la respiración—. El transbordador Dos está despegando con la escotilla abierta. La velocidad y el sistema de protección se verán afectados.

Geary podía ver la acción: las estelas del fuego enemigo, que perseguían a los transbordadores mientras estos se elevaban hacia el cielo, y los disparos de las naves hacia la superficie dirigidos contra los indicadores de los comandos síndicos, que, equipados con sus armaduras de sigilo, seguían siendo casi invisibles. Entretanto, por arriba se acercaban más de un centenar de proyectiles de bombardeo que, en cuestión de segundos, atravesarían el mismo espacio aéreo que los transbordadores.

Resultaba extraño lo mucho que podía llegar a durar un segundo.