Capítulo 4
El recuento de pérdidas siempre era la peor parte de una batalla. Geary leyó los nombres. La Osada, la Atrevida, la Ejemplar y la Trasgo; los cruceros pesados Tortuga, Recámara, Kurtani, Tarian y Nodowa. Los cruceros ligeros Kissaki, Blasón, Trunnion, Inquarto y Septime. Los destructores Punzón, Yatagán, Embestida, Arabas, Kururi, Shail, Cámara, Bayoneta y Tomahawk.
En ese aspecto tuvieron mucha suerte. Si hubieran tenido que huir del sistema estelar perseguidos por los síndicos, habrían perdido, por lo menos, el triple de cruceros y destructores y muchos más cruceros de batalla y acorazados. No obstante, la flota de la Alianza tuvo tiempo de realizar las reparaciones necesarias para volver a poner las naves en marcha.
El Resuelto, pese a que estaba acribillado, podría mantener la velocidad de la flota, pero Geary ignoraba aún si conseguiría salvar a la Increíble. Por su parte, la Gallarda había restablecido suficientes sistemas de maniobra para volver a luchar, aunque gran parte de su armamento seguía inoperativo.
Tanto si les gustaba como si no, debían permanecer allí un poco más de tiempo, para reparar las unidades de propulsión de las naves averiadas, además de otros sistemas críticos, para recoger las cápsulas de escape de las naves de la Alianza que fueron abandonadas durante el combate y para distribuir las escasas células de combustible que las naves auxiliares habían fabricado desde que la flota salió de Dilawa.
Desjani masculló algo. Geary observó que la capitana estaba observando la flotilla síndica menor, que había salido disparada en dirección al punto de salto hacia Padronis tras la destrucción de la flotilla mayor. Los cruceros y las naves de caza asesinas de esa flotilla empezaban a desplegarse en abanico; algunas unidades seguían avanzando hacia aquel punto de salto y otras lo hacían en dirección a los puntos de salto hacia Kalixa y Dilawa.
—Ahora ya sí que no los alcanzaremos —se quejó Desjani—. Esperaba que nos plantasen cara en el punto de salto hacia Padronis, donde los habríamos triturado.
—Es muy probable que hayan dejado colocadas sus minas y pretendan regresar lo antes posible para avisar de lo que ha ocurrido aquí —comentó Geary.
—¡Han abandonado a sus camaradas! ¡Ni siquiera intentaron atacarnos mientras luchábamos contra la flotilla síndica mayor!
Eso era lo que más le molestaba. A su modo de ver, aquellos síndicos les habían fallado a sus compañeros, y, aunque no se hubiese tratado de escoria síndica, merecían un castigo.
—Tanya, apuesto a que la flotilla menor recibió órdenes de retirarse del combate para ir a formar una última barrera en el caso de que pusiéramos rumbo al punto de salto hacia Padronis.
—¡Eso no es excusa!
—Por lo menos no se han quedado para intentar rematar nuestras naves dañadas.
Antes de que Desjani pudiera responder, la imagen de una sonriente capitana Crésida apareció ante Geary.
—Señor, creo que le gustará saber que hemos recuperado las cápsulas de escape de la Osada, incluida la que transportaba al capitán Roberto Duellos, que, aunque ha sufrido algunas magulladuras, sigue en activo.
Geary le contestó con una sonrisa tan amplia que le dolieron hasta las mejillas y, después, miró a Desjani.
—Duellos está a salvo en la Furiosa.
—Ya le dije que no se dejaría matar fácilmente —dijo Desjani con serenidad antes de sonreír ella también.
—Aquí está, capitán Geary —anunció Crésida.
La imagen de la capitana fue sustituida por la de Duellos, cuyo uniforme presentaba varios desgarrones y quemaduras.
—Se presenta el capitán Duellos, señor.
—Me… —Geary se interrumpió y miró a Duellos durante un instante—. Maldita sea, me alegro mucho de que se encuentre bien. Lamento profundamente lo de la Osada. Y lo de la Atrevida.
—Muchas gracias. —Duellos bajó la vista un momento—. Es muy duro perder una nave, pero eso es algo que usted sabe muy bien.
—Sí, es una auténtica tragedia. Sométase a una revisión y descanse un poco.
—Debo supervisar a mis hombres, señor. —Duellos señaló vagamente hacia un lado—. Asegurarme de que reciben la atención necesaria. Los tripulantes de la Osada y los de la Atrevida, en las naves que los recogieron.
Geary iba a decirle que Crésida podía encargarse de ello, pero desistió al recordar la sensación de impotencia que lo embargó a él cuando su crucero, la Merlón, fue destruido; sentía que tenía que hacer algo, sobre todo por los que ya no podía hacer nada. De la misma manera, Duellos quería encargarse de eso en persona. Mejor; así tendría algo que hacer aparte de atormentarse por la pérdida de la Osada y de los hombres que no consiguieron salir de la nave.
—Desde luego, capitán Duellos. Avíseme si usted o sus hombres necesitan algo.
Duellos iba a cortar ya la conexión, pero vaciló un momento.
—Capitán Geary, usted sabe lo que necesito, y también sabe que no puede proporcionármelo. Se lo agradezco de todos modos, pues sé que usted me comprende.
Tan pronto como la ventana con la imagen de Duellos se hubo cerrado, Geary volvió a comprobar el estado de la flota, poco dispuesto a que la pérdida de la Merlón siguiera afectándolo. Por desgracia, el Intrépido no era la única nave cuyas reservas de células de combustible estaban al treinta por ciento.
Incapaz de hacer nada al respecto en ese momento, llamó a la Increíble. Al instante se abrió una ventana con la imagen de su capitán, el comandante Parr.
—¿Cuál es la situación, comandante?
—Podría haber sido peor —respondió Parr, que sonreía fugazmente mientras buscaba a Geary con los ojos—. No era necesario que dejara tantos síndicos para nosotros, señor.
—Lo siento. He visto las actualizaciones de la Increíble, pero me gustaría que me informase usted en persona. ¿Cree que tardará mucho en volver a ponerla en marcha?
Parr vaciló.
—¿De cuánto tiempo disponemos, señor?
—Tal vez unos días. Tenemos que recoger a los prisioneros de guerra en el tercer planeta de Heradao, así que no puedo darle más tiempo.
El comandante Parr miró alrededor, como si escrutar aquel pequeño compartimento de la Increíble pudiera darle alguna otra respuesta.
—Señor, me gustaría intentarlo.
—Dos días, comandante.
—Creo que podremos hacerlo, señor. —Geary lo miró confiado—. Le aseguro que podremos hacerlo, señor.
—De acuerdo, comandante. Avíseme si necesita mi ayuda.
—La Titánica se dirige hacia aquí, señor. Viene a ayudar a la Increíble y al Resuelto.
Geary esbozó una sonrisa alentadora.
—No podrá obtener mejor ayuda que esa. El comandante Lommand, de la Titánica, es un buen oficial y hará todo cuanto esté en su mano. Confío en que la Increíble vuelva a estar operativa en dos días.
Una vez concluida la conversación, Geary se dejó caer hacia atrás y se frotó la frente.
Desjani lo miró dubitativa.
—¿Lo conseguirá la Increíble?
—Quién sabe. Pero se merece una oportunidad. ¿Cuándo se barrenará la Atrevida? —Tal y como se temían, el crucero de batalla había sufrido demasiados daños estructurales y averías como para poder repararlo y que abandonara, junto con el resto de la flota, el sistema estelar en el que se encontraban. En su lugar, habían decidido sobrecargar su núcleo energético para reducirlo a simples pedazos de chatarra a los que los síndicos no encontrarían ninguna utilidad.
Desjani le trasladó la pregunta al consultor de ingeniería, que respondió al instante.
—Mañana, capitán. A última hora. Aseguran que, para entonces, ya habrán recuperado todo lo que se pueda aprovechar de la nave. Está programado que las dos piezas más grandes de la Osada se vuelen esta noche.
—¿Deberíamos avisar a Duellos? —le preguntó Desjani a Geary.
El capitán meditó durante un tiempo la respuesta.
—¿Alguna vez ha perdido una nave?
—Un destructor en Xaqui, un crucero de batalla en Vasil, otro destructor en Gotha, un crucero pesado en Fingal…
—¿Era la oficial al mando de todas esas naves?
—Solo del segundo destructor y de un crucero pesado posterior al de Fingal.
Geary miró fijamente a Desjani. En alguna ocasión la capitana había mencionado su experiencia en combate, pero nunca le habló de las acciones específicas que había llevado a cabo ni de lo que fue de las naves en las que viajó.
—Lo siento. Nunca me ha contado mucho de ellas.
—No —admitió la capitana—. No acostumbro a hacerlo. Los dos sabemos por qué. Y eso responde a mi pregunta sobre Duellos y la Osada, ¿verdad?
—Sí. La Osada era su nave. Que él decida si desea presenciar sus últimos momentos.
—En ese caso, avisaré a Crésida.
—Gracias. Si alguna vez quiere hablar… —se ofreció Geary.
—Lo sé. Le digo lo mismo.
—Lo tendré en cuenta. —Activó la escala del visualizador para ver el sistema estelar completo. Los buques mercantes síndicos seguían huyendo hacia otras regiones relativamente seguras. En Heradao no parecía haber defensas de órbita fija por las que preocuparse, aunque sospechaba que en el tercer planeta se encontrarían con un buen puñado de ellas. Tal como apuntó Desjani, la flotilla síndica menor se había disgregado, y las naves que la componían partieron en direcciones distintas, aunque ninguno de sus vectores se acercaba a los buques de guerra de la Alianza.
Como era de esperar, las naves de caza asesinas síndicas seguían montando guardia en los puntos de salto, pero no suponían una amenaza y, de todos modos, no podrían alcanzarlas. Geary se reclinó en su asiento para relajarse, ahora que lo peor había pasado. Además, tal vez había pasado no solo en el sentido de lo que ocurrió en Heradao. ¿Qué más podía quedarles a los síndicos para impedir que la flota regresase al espacio de la Alianza? No, lo más difícil iba a ser dejar de recordar todos aquellos buques de guerra que vio estallar.
El único contacto con el enemigo que iba a tener la flota era el que se necesitara para recoger a los prisioneros de guerra de la Alianza que estaban retenidos en el tercer planeta. Los sensores de la flota confirmaban que dicho campo seguía allí, y, al parecer, continuaba ocupado por unos dos mil prisioneros. Para liberarlos sería preciso negociar y, seguramente, amenazar, pero no era la primera vez que se enfrentaban a una situación así.
—Señora copresidenta —se dirigió a Rione—, ¿podría ponerse en contacto con los síndicos y comprobar lo complicado que será liberar a los prisioneros del tercer planeta? Amenace a quien haga falta; puede prometerles que no bombardearemos el planeta si juegan limpio.
Rione le hizo un gesto al consultor de comunicaciones.
—Por favor, establezca un vínculo con la red de mando síndica. Cuando el vínculo esté preparado, les enviaré un mensaje preliminar. —Dada la orden, se acomodó en el asiento para esperar a que se estableciera el vínculo con las autoridades síndicas de aquel sistema estelar.
El tiempo de espera se hacía cada vez más largo.
Finalmente, Desjani intervino. En el plano personal, no era muy afín a Rione, pero no ofrecerle la ayuda necesaria a un miembro del gobierno de la Alianza no sería lo más beneficioso para su nave.
—¿Hay algún problema? ¿Por qué no ha establecido un vínculo para la transmisión de la copresidenta?
—Capitana, la red síndica que hemos observado desde que entramos en este sistema estelar no parece funcionar correctamente. —El consultor de comunicaciones parecía desconcertado—. Sigue ahí, pero detectamos una actividad muy extraña.
—¿Una actividad muy extraña? —repitió Desjani instándolo a explicarse.
—Sí, capitana. Está teniendo lugar en este instante, así que es difícil de precisar. Es casi como si… —El desconcierto evidente del consultor iba en aumento—. Acabamos de recibir una transmisión dirigida a nosotros. Alguien que se hace llamar «Consejo de Gobierno de Heradao» nos ha enviado un mensaje desde el tercer planeta. Insisten en hablar con el capitán Geary.
Geary se tapó los ojos con una mano; en ese momento lo que menos le apetecía era discutir con los directores generales de los síndicos.
—Dígales que en este momento al capitán Geary no le interesa hablar. —El tercer planeta distaba algo más de dos horas luz y media. Las conversaciones que podían alargarse hasta cinco horas nunca fueron su pasatiempo favorito.
—Pero… señor, dicen que han establecido un nuevo Gobierno aquí y que quieren negociar el estado del sistema estelar con usted.
Geary bajó la mano y se dio media vuelta para mirar al consultor, pero Rione se le adelantó.
—¿Acaso no se han identificado como los comandantes síndicos del sistema estelar? —preguntó.
—No, señora copresidenta. El Consejo de Gobierno de Heradao. Esa es la información que muestra el identificador del mensaje.
—¿Siguen llegando transmisiones de las autoridades síndicas de Heradao?
—Esto… sí, señora. —El consultor movió la cabeza confundido—. El sistema acaba de recibir otro identificador de transmisión, esta vez del Planeta Libre de Heradao Cuatro, sean quienes sean. Capitana Desjani, la red síndica de mando y control de este sistema estelar parece estar deshilachándose. Nunca había visto nada parecido. Es como si…
Rione se había situado de pie junto al consultor para leer los mensajes y avisos del visualizador de comunicaciones.
—Como si alguien estuviera cogiendo todos los trozos que pudiese e intentara arrancarlos de la red de mando. —Se giró para mirar a Geary—. No es la primera vez que veo algo así. En este sistema estelar se está fraguando una guerra civil.
—¿Y dónde más lo ha visto? —preguntó Desjani, sorprendida por hablarle directamente a Rione.
—En Geradin, ubicado en el espacio de la Alianza —contestó Rione con calma—. Yo no estuve allí, pero el Senado de la Alianza recibió los registros y yo los estudié.
—¿Geradin? —dijo Geary—. ¿Dónde está eso?
—Es un sistema atrasado, con escasa población y muy aislado, sobre todo desde que se estableció la hipernet, aunque continuó enviando a sus mejores hombres al Ejército de la Alianza. —Rione hizo un gesto de desagrado—. Gracias a ello, algunos vieron el camino abierto para causar problemas. Un intento clandestino de golpe derivó en una lucha abierta y en el consiguiente colapso de la autoridad central. —Miró a Desjani—. Y no, nunca se ha oído hablar de esto. Por seguridad. De nada servía que la gente de la Alianza supiera lo que podría ocurrir en un lugar como Geradin.
—Están minando la autoridad —murmuró Geary mirando su visualizador—. ¿Detectamos alguna señal de lucha abierta entre los síndicos? —Como no obtenía respuesta, pulsó un mando—. Teniente Íger, hay indicios de que la autoridad central de este sistema estelar se halla en una situación de crisis o, directamente, en una contienda. Necesito con urgencia una valoración y un informe sobre lo que está ocurriendo en los distintos planetas.
—¡Sí, señor! Empezamos a trabajar en ello.
Geary miró la información disponible y dio las gracias al comprobar que se seguían recuperando cápsulas de escape de la Alianza. Alrededor de estas, unos enjambres mucho más numerosos de cápsulas síndicas se dirigían hacia el refugio más cercano. Se preguntó cómo se alinearían los supervivientes de la flotilla síndica dentro del sistema estelar. ¿Apoyarían a una autoridad central que podría estar desintegrándose? ¿A alguna facción rebelde, de las cuales habría por lo menos dos? ¿O formarían bases e intentarían eludir la rebelión hasta que los ejecutores síndicos llegaran con sus buques de guerra y bombardearan a los rebeldes para someterlos?
—No quedan muchos buques de guerra síndicos —dijo Geary para sí.
Desjani frunció el ceño y asintió cuando comprendió a qué se refería el capitán.
—No queda mucho que someter. Poco a poco hemos conseguido que, de la ventaja que nos llevaban los síndicos, solo quede un rastro de buques de guerra destruidos que llega a su sistema estelar nativo.
—Sí, y al parecer no somos los únicos que nos hemos dado cuenta de eso. —Geary pulsó otro mando—. ¡Teniente Íger! ¿Aún no tiene nada?
Se abrió una ventana con el rostro del oficial de Inteligencia. La expresión de Íger denotaba su perplejidad.
—Señor, la situación es caótica.
Geary aguardó un momento.
—Gracias, teniente. Nunca lo hubiera imaginado si no llega a ser por la colaboración de Inteligencia.
Íger se ruborizó.
—Lo siento, señor. Todavía no podemos proporcionarle información precisa porque no la hay. Todo parece estar viniéndose abajo, como si fuera una prenda de ropa a la que de pronto se le caen todas las costuras. Hay indicios de que el cuarto planeta ha visto aumentada su población durante las últimas décadas, ya que los disidentes disconformes con el Gobierno se trasladaron allí. No tenemos ni idea de quién tiene el poder ni en qué medida. Es posible que nadie lo sepa, incluidas las distintas partes que se disputan el control de las diversas regiones de este sistema estelar.
—¿Se está librando alguna contienda?
—Sí, señor. Hemos identificado explosiones, movimientos de vehículos, tráfico de señales y otros indicadores de conflictos en curso en el tercer y el cuarto planeta. Aún no podemos saber si la lucha se está intensificando. Además, como todo está a cubierto, resulta mucho más difícil determinar si está teniendo lugar algún enfrentamiento en las ciudades enterradas o en las instalaciones orbitales. —Íger guardó silencio y miró a un lado, le hizo un gesto de asentimiento a alguien y volvió a girarse hacia Geary—. Hemos detectado un altercado que afecta a una de las instalaciones orbitales síndicas cercanas al tercer mundo, lo que sugiere que también están luchando allí arriba.
Desjani, que había estado escuchando, se encogió de hombros.
—No es problema nuestro, señor. No somos un destacamento de ocupación que pueda aportar cientos de miles de tropas de tierra.
—Supongo que no —convino Geary, sin dejar de mirar a un Íger que agitaba la cabeza con nerviosismo—. ¿Sí, teniente?
—El campo de prisioneros de guerra, señor, el del tercer planeta.
Por un momento se había olvidado de él, distraído con el colapso de la autoridad central síndica.
—Sí que es nuestro problema.
Íger seguía leyendo actualizaciones al tiempo que iba informando a Geary.
—Hay indicios de luchas fuera del campo de prisioneros de guerra, pero no se están registrando situaciones de violencia dentro del campo. Suponemos que los guardias se han hecho fuertes para protegerse.
—¿Está intentando alguien asaltar el campo, teniente?
—No nos consta, señor. Aunque todavía es muy pronto.
—¿Qué se sabe de la capacidad de bombardeo nuclear orbital? —preguntó Rione—. Los síndicos la tenían en otros sistemas para controlar mejor a la gente.
—No podemos asegurar si disponen de ella aquí, señora copresidenta —contestó Íger—. No se ha empleado.
—Entonces, tal vez carezcan de ella.
—Sí, señora. O quizá no tengan un objetivo adecuado, aunque también podría ser que hayan perdido temporalmente el control de las bombas nucleares debido a que la red de mando y control se esté deshaciendo; y también existe la posibilidad de que estén esperando a que las distintas facciones rebeldes se hagan el daño suficiente unas a otras para que las autoridades síndicas intervengan y saquen el gran martillo.
Geary empezó a dar pequeños golpes con los dedos en el reposabrazos de su asiento mientras meditaba.
—Supongo que esta situación tardará en aclararse, pero no podemos perder más tiempo. Teniente Íger, es prioritario averiguar quién controla la zona del tercer planeta cercana al campo de prisioneros de guerra, y necesito información lo más detallada posible sobre la amenaza que presenta la superficie de la región, así como de todas las defensas orbitales y de tierra que esta flota tendría que vigilar o eliminar.
—Sí, señor. —Íger se despidió con un saludo rápido antes de que su imagen se desvaneciera.
Geary pulsó otro mando y apareció la imagen de la coronel Carabali.
—Coronel, ¿está familiarizada con la situación actual de este sistema estelar y, en concreto, con lo que sucede en el tercer planeta?
Carabali asintió.
—Por lo que he oído, podría producirse una tragedia de un momento a otro, señor.
—De acuerdo. Tenemos que rescatar a los prisioneros de guerra de la Alianza que hay en el campo de ese planeta. Intentaremos encontrar a alguien que negocie su liberación, pero es muy posible que sus marines tengan un arduo trabajo por delante.
—Para algo forman parte de la flota, señor, para encargarse de las tareas más duras. —Carabali saludó—. Trazaré un plan suponiendo que habrá fuerzas hostiles fuera del campo y que los guardias opondrán resistencia en el interior.
—Gracias. La flota despejará el camino, aunque tengamos que abrir cráteres por todo el planeta para llegar al campo.
Desjani suspiró.
—Acciones de tierra. ¡Uf! Lo cierto es que prefiero las batallas espaciales.
—Yo también, pero esta acción de tierra es algo que debemos hacer. —Miró el visualizador con gesto huraño—. Dividiremos la flota. Dejaremos aquí las fuerzas necesarias para defender las naves que estén en reparación y el resto viajará al tercer planeta. Señora copresidenta, le agradecería que inicie las negociaciones en cuanto Inteligencia identifique a alguien que pueda hablar con usted sobre el campo de prisioneros. Asegúrese de dejarles claro que intentar chantajearnos amenazando con torturar a nuestros hombres sería una muy mala idea.
—Haré cuanto esté en mi mano —contestó Rione—, suponiendo que encontremos a algún responsable. ¿Y si no apareciera ninguno?
—Los marines de la coronel Carabali llamarán a la puerta del campo, y, llegado ese momento, no me gustaría cruzarme en su camino.
Unas veinticuatro horas más tarde, mientras Geary revisaba los últimos informes de estado enviados por la flota, Rione fue a verlo a su camarote.
—Hemos conseguido establecer contacto directo con el campo de prisioneros del tercer planeta. Los guardias tienen miedo de nosotros y de los rebeldes apostados fuera del campo —informó la copresidenta—. Consideran que los prisioneros son su único recurso, por lo que quieren asegurarse de aprovecharlo al máximo. También temen a las autoridades síndicas.
—¿Aun con lo catastrófica que es la situación y con la flota síndica casi aniquilada? —preguntó Geary.
—Ellos no saben que la flota síndica ha sufrido tantas bajas, así que no tienen en cuenta ese factor. Capitán Geary, para ellos se trata de una ecuación muy simple: si se oponen a nosotros, pueden morir. Si no se resisten y los síndicos restablecen el control en este sistema estelar, podrían morir ellos y sus familias.
—De modo que lucharán.
—Eso es lo que dicen.
Geary miró el visualizador de su mesa.
—¿Cree que existe la posibilidad de que cambien de opinión? ¿Tal vez amenazándolos? ¿O prometiéndoles algo?
—He intentado ya las dos cosas. —Rione hizo una mueca de cansancio—. Por lo general, dedico mucho tiempo a leer entre líneas lo que dicen los síndicos, para intentar averiguar de qué hablan en realidad o qué trampas pueden esconderse detrás de su discurso. El lado positivo de esta situación es que tengo el convencimiento de que los guardias no pretenden engañarnos. Están siendo francos.
—Pero ¿hasta qué punto piensan enfrentarse a nosotros? —se preguntó Geary—. ¿Se conformarán con oponer una resistencia simbólica? ¿Lucharán a muerte hasta que todo el planeta quede arrasado? ¿O tal vez su límite sea un punto intermedio?
Rione arrugó la frente, pensativa.
—El instinto me dice que la resistencia que ofrezcan no será simplemente simbólica. A los guardias les preocupa mucho lo que las autoridades síndicas piensen de sus acciones. Sin embargo, aunque formen un buen frente, no creo que tengan muchas ganas de morir.
—Un punto intermedio, entonces. Gracias. Dentro de una hora, la coronel Carabali me informará sobre el plan de asalto de los marines. Le agradecería que, antes, usted le comunicara su valoración, para que pueda considerarla y ajustar el plan si fuera necesario.
—Lamento no poder presentarle un panorama más favorable. —Señaló el visualizador—. ¿Alguna buena noticia?
—Sí. El comandante Lommand llamó desde la Titánica para avisar de que está seguro de que podrán realizar las reparaciones necesarias en la Increíble para acompañar a la flota. Por otro lado, los ingenieros que inspeccionaron la Intagliata encontraron muchos más daños estructurales de los que habíamos observado, de modo que también tendremos que barrenar ese crucero ligero.
—¿Los niveles de combustible siguen siendo críticos?
—Sí. Una vez que distribuyamos todas las células de combustible que transportan las naves auxiliares, y todas las que recogimos de las naves destruidas, la media de reservas de la flota será de un treinta y siete por ciento. Quemaremos una parte al decelerar para situarnos en la órbita del tercer planeta y otra para acelerar después de recoger a los prisioneros, de forma que la media podría bajar a poco más del treinta por ciento cuando nos marchemos de Heradao. Por suerte, en Padronis el consumo de células de combustible debería ser mínimo.
—¿Podemos viajar con las células de combustible a ese nivel? —preguntó Rione en voz baja.
Geary se encogió de hombros.
—Por la distancia no habría ningún inconveniente. Siempre y cuando no tengamos que librar más combates antes de llegar a Varandal.
—¿Y si fuera preciso que iniciásemos un combate?
—Entonces las cosas se pondrían muy feas.
Rione miró el visualizador.
—De nuevo, me veo en la obligación de exponerle las opciones que tendríamos si se diera el caso.
—Lo sé. —Se obligó a no enfurecerse—. Podríamos cargar unas naves y abandonar otras. Pero no pienso hacerlo. Necesitamos hasta la última nave. La Alianza necesita la ayuda de todas sus naves y de todos sus tripulantes.
—Capitán Geary, la Alianza necesita esta nave. Necesita la llave síndica hipernética que transporta el Intrépido.
—Lo tengo muy presente, señora copresidenta. ¿Sabe? También podríamos ahorrar células de combustible si no auxiliáramos a los prisioneros de la Alianza retenidos en el tercer planeta.
Rione lo fulminó con una mirada tensa y severa.
—Supongo que me lo he buscado, pero usted sabe que ni siquiera yo sugeriría abandonar a esos hombres. Está bien, capitán Geary, haga lo que crea conveniente y recemos por que las estrellas del firmamento sigan velando por nosotros. Me pondré en contacto con la coronel de marines para transmitirle mis impresiones sobre la fuerza de guardias síndicos del campo de prisioneros, y le haré saber que estoy a su disposición si desea que intente seguir negociando con los guardias síndicos.
—Gracias, señora copresidenta.
Una hora más tarde, la presencia virtual de la coronel Carabali se proyectó en el camarote de Geary y señaló dos imágenes del campo de prisioneros del tercer planeta. Cada una de ellas incluía diversos símbolos que sugerían distintos modos de liberar a los presos. Vista desde arriba, la instalación síndica formaba un octógono casi perfecto, y todas las esquinas de sus ocho lados albergaban una gran torre de vigilancia, entre las cuales había varios puestos de guardia, más pequeños, que estaban unidos por una muralla alta y robusta de hormigón armado. El interior y el exterior de la muralla estaban bordeados por unas barreras triples de cable cortante, cuyas zonas intermedias tenían toda la pinta de estar sembradas de minas y, sin duda, vigiladas por multitud de sensores remotos. En el interior de la muralla, las hileras de edificios ocupaban la mayor parte del campo; muchas de ellas tenían etiquetas superpuestas en las imágenes, tal vez con el propósito de identificarlas, por ejemplo, como barracones de prisioneros, de guardias, hospital, oficinas y demás. El centro del campo estaba despejado; conformaba una amplia pista que servía tanto de zona de aterrizaje para los transbordadores síndicos como de plaza de armas.
Geary se imaginó cómo sería estar encerrado en ese lugar, sin la menor esperanza de liberación… hasta ese momento.
—Tenemos que realizar dos operaciones básicas —comenzó a explicar Carabali con su voz mecánica—, y las dos basadas en el hecho de que solo dispongo de algo menos de mil doscientos marines en toda la flota capacitados para combatir. No son suficientes para ocupar unas instalaciones de este tamaño y defender el perímetro al mismo tiempo, aunque al final los guardias del interior del campo no opusieran ninguna resistencia. Según la información proporcionada por la copresidenta Rione, entiendo que debemos suponer que los guardias presentarán batalla.
Carabali deslizó la mano y posó el dedo con precisión sobre una zona de la primera imagen del campo de prisioneros.
—Una opción es que concentremos a los marines y avancemos por el campo ocupando un sector tras otro, evacuando a los prisioneros de guerra que encontremos en cada uno y avanzando al siguiente. Esto tiene la ventaja de mantener a los marines a una distancia a la que pueden apoyarse unos a otros, limitando su exposición a los ataques. El inconveniente reside en que será necesario pasar más tiempo en la superficie y, una vez que el enemigo se dé cuenta de lo que estamos haciendo, será muy posible que intenten o bien trasladar a los prisioneros a los sectores que todavía no hayamos ocupado o bien mezclarse entre ellos para tomarlos como rehenes. Yo no recomiendo elegir esta opción.
Se volvió hacia el siguiente mapa.
—La otra posibilidad consiste en desplegar a los marines a lo largo del perímetro del campo, junto con una tropa en el centro del mismo para asegurar la zona de aterrizaje principal. No contamos con marines suficientes para asegurar todo el perímetro del campo y todo el interior, pero podemos bloquear los mejores ángulos de aproximación del perímetro. Luego, los marines del perímetro podrían penetrar, barriendo los grupos de Resistentes que encontraran a su paso o rodeando los puntos críticos, y recoger a los prisioneros a medida que los fueran encontrando para concentrarlos en el centro del campo. Nosotros nos encargaríamos de subirlos desde allí lo antes posible. Esto tiene la ventaja de que al enemigo no le daría tiempo a concentrarse ni a capturar a un grupo de prisioneros; además, según pasase el tiempo, nuestras tropas se concentrarían y podrían responder mejor a los ataques. La desventaja es que las tropas, sobre todo al principio, se encontrarían muy dispersas y no podrían apoyarse unas a otras. Muchos de los lanzamientos iniciales serán también más arriesgados para los transbordadores, puesto que se hallarán disgregados por el perímetro.
Geary miró los mapas y a la coronel. Un siglo atrás, recibió instrucción sobre los métodos de los marines, pero su experiencia real en acciones de tierra se limitaba a lo que había visto desde que asumiera el mando de la flota. Aquella formación no incluía las operaciones de esta escala, aunque como comandante de la flota debía supervisar a los marines y tomar las decisiones finales sobre su actuación. Por suerte, conocía lo bastante bien a Carabali para confiar plenamente en su competencia.
—A pesar de ser más arriesgada, ¿usted recomienda la segunda opción?
—Sí, señor.
—¿Cuáles cree que serían las probabilidades de éxito si nos decantáramos por la primera?
Carabali miró el mapa con gesto grave.
—Si definimos el éxito como el rescate de todos los prisioneros, mi estimación es que la primera alternativa ofrece un máximo del cincuenta por ciento de éxito, porcentaje que podría reducirse drásticamente según la reacción de los síndicos. Se trata de un plan que nos situaría en una posición muy vulnerable frente a cualquier respuesta que decidieran dar los síndicos.
—¿Y la segunda opción?
Carabali endureció el rostro de nuevo.
—Noventa por ciento de posibilidades de éxito.
—Pero esta alternativa aumenta el riesgo de que los marines sufran bajas y de que los transbordadores resulten dañados.
—Sí, señor. —Carabali lo miró inexpresiva—. La misión es rescatar a los prisioneros de guerra, señor.
No se podía resumir de una forma más clara. Geary volvió a observar los mapas. Para poder rescatar a los prisioneros, para llevar a cabo la misión, debía exponer a los marines a un riesgo mayor. Carabali lo sabía y Geary sospechaba que todos los marines también eran conscientes, en mayor o menor medida. Y todos ellos lo aceptaban, pues eso era lo que significaba ser marine.
—De acuerdo, coronel. Acepto su recomendación. Procederemos con el segundo plan. La flota aportará todo el apoyo armamentístico que pueda.
Carabali miró a Geary con una ligera sonrisa.
—Dentro del campo hay multitud de edificios permanentes. En un entorno urbano de este tipo, lo más habitual es que el enemigo y las fuerzas aliadas se encuentren a escasa distancia.
—¿Qué amplitud desea que tenga la zona de seguridad?
—Cien metros, señor, pero no hace falta escribirlo en piedra. Es posible que debamos solicitar apoyo armamentístico a las tropas aliadas a una distancia mucho menor.
—Muy bien, coronel. —Geary se puso en pie—. Puede proceder con la planificación detallada y la ejecución de la misión. Avíseme si no dispone al instante de cualquier cosa que necesite.
—Sí, señor. —Carabali se despidió con un saludo antes de que su imagen desapareciera.
Las imágenes de los mapas permanecieron proyectadas. Geary las miró, consciente de que su decisión podría significar la muerte para muchos de los marines que iba a enviar a ese planeta; y, al igual que Carabali, también sabía que, en realidad, no tenía otra alternativa posible.
—Los enfrentamientos parecen haberse extendido de forma considerable en el tercer y el cuarto planeta —informó el teniente Íger mientras la flota de la Alianza tomaba posiciones sobre el tercer planeta. Una fortaleza orbital que intentó atacar las naves de la Alianza que se iban aproximando fue triturada por una ráfaga de proyectiles de energía cinética y, desde entonces, nadie había vuelto a oponerse a su presencia.
Todos los cruceros pesados síndicos que quedaban en el sistema estelar habían saltado ya, mientras que los cruceros ligeros y las naves de caza asesinas que aún permanecían allí se iban acercando a los puntos de salto que llevaban a otras estrellas. Ninguna se había acercado en ningún momento hasta la región del combate donde Geary había dejado las naves más dañadas, para que fuesen reparadas, junto con las naves auxiliares y una fuerte escolta.
—¿Sigue sin haber una facción que se haya hecho con el control en la superficie?
—No, señor —contestó Íger—. Se están realizando muchas peticiones, pero no observamos ninguna prueba en toda la superficie planetaria que las respalde.
—El cuerpo de guardias del campo ha dejado de responder a nuestras transmisiones —añadió Rione—. O no pueden o no quieren seguir negociando.
Geary miró el visualizador del campo, que mostraba diversas imágenes marcadas con distintos símbolos. Se habían detectado grupos de guardias síndicos en varias zonas, pero, en general, los guardias parecían haberse esfumado.
—¿Se han visto guardias abandonando el campo? —le preguntó Geary a Íger.
—No, señor. Siguen dentro, en alguna parte.
—¿Qué se sabe de los prisioneros?
—Parece que todos continúan en los barracones, posiblemente encerrados.
Rione miró el visualizador con desconfianza.
—Si van a luchar, ¿por qué los guardias no han tomado a los prisioneros como rehenes?
—Buena pregunta. —Aunque no le gustaba molestar a los subordinados cuando se estaban preparando para entrar en acción, Geary supuso que a Carabali le gustaría pronunciarse al respecto.
La coronel de marines asintió con la cabeza como si estuviera esperando la pregunta.
—Los guardias se están preparando para luchar. Señor, si compara el número estimado de prisioneros con el tamaño aproximado del cuerpo de guardias, verá que los primeros superan en número a los segundos. De la misma manera que nosotros no tenemos hombres suficientes para tomar todo el campo por la fuerza, ellos tampoco son suficientes para controlar a todos los prisioneros y enfrentarse a nosotros. Prefieren tener encerrados a los prisioneros. De esta manera, siempre los tendrán a mano para utilizarlos como rehenes, además de que es una forma de evitar que se muevan por el campo amenazándolos. Aun así, nuestro plan de asalto debería ser capaz de neutralizar cualquier intento que hagan, por desesperado que sea, de utilizar a los prisioneros.
—No lo entiendo, coronel. Visto así, parece como si los guardias síndicos supieran que no pueden ganar. Y, si no pueden enfrentarse a nosotros y controlar a todos los prisioneros al mismo tiempo, ¿por qué demonios no se rinden? —preguntó Geary.
—Puede que les hayan ordenado retener a los prisioneros y oponerse a cualquier intento de liberación, señor.
Lo que sospechaba Rione: resistirse con todas sus fuerzas, y tal vez morir intentando defender el campo de prisioneros, o entregarle sus hombres a la Alianza y morir sin posibilidad de salvación a manos de las autoridades síndicas.
—Parece que tendremos que tomar el camino difícil, coronel.
—Sí, señor. Solicito que la flota proceda al bombardeo del preasalto como se detalla en el plan de combate.
—Considérelo hecho. Buena suerte, coronel.
—No han pedido llevar a cabo un bombardeo exhaustivo —observó Desjani cuando hubo desaparecido la imagen de Carabali.
—Todavía no se han identificado muchos objetivos. —Geary señaló las imágenes que se proyectaban en tiempo real del campo, que quedaba muy por debajo del Intrépido, mientras el crucero de batalla y el resto de la flota de la Alianza orbitaban alrededor del tercer planeta de Heradao—. No podemos arrasar el campo directamente porque está lleno de prisioneros, y tampoco hemos identificado todos los edificios en los que están recluidos. La finalidad del bombardeo de preasalto es, sobre todo, eliminar los puestos defensivos fijos, intentar intimidar a los defensores y anular su respuesta al asalto. —Miró las líneas de tiempo que fluían a un lado del visualizador; había llegado el momento de lanzar los transbordadores de los marines y los de evacuación, así como de iniciar el bombardeo.
Los mazacotes metálicos aerodinámicos, conocidos oficialmente como proyectiles de bombardeo cinético, recordaban a las primeras armas utilizadas por el hombre. Pese a su contorno aerodinámico, su utilidad era la misma que la de una roca y, de hecho, en el argot de la flota los llamaban así. No obstante, al contrario que las piedras que se arrojaban con el brazo, los proyectiles de bombardeo cinético se lanzaban desde una órbita alejada del planeta, de tal manera que iban ganando más y más energía con cada metro que descendían, y los resultados del impacto eran tan devastadores como los que podía ocasionar una bomba de gran potencia. Las rocas, sencillas, baratas y letales, eran casi imposibles de detener una vez que se habían liberado.
—Lanzando transbordadores de marines —informó la consultora de operaciones.
Geary abrió en su visualizador una imagen de los lanzamientos y realzó la forma de los transbordadores para optimizar su visibilidad.
—Nunca había visto iniciar tantos lanzamientos al mismo tiempo —le dijo a Desjani.
—Señor, debería haber estado en Urda. Miles de transbordadores descendiendo a la vez. Un espectáculo impresionante. —La mirada de la capitana se ensombreció al recordarlo—. Entonces los síndicos abrieron fuego.
—¿Hubo muchas bajas?
—Fue una carnicería. —Forzó una sonrisa—. Hoy no ocurrirá lo mismo.
Geary se obligó a devolverle el gesto, aunque deseaba que la capitana no hubiera mencionado el episodio de Urda.
—Lanzando primer grupo de transbordadores de evacuación.
—Tenemos movimiento del enemigo en la superficie. Columna blindada avanzando hacia el campo de prisioneros.
El visualizador de Geary iluminó la fila de vehículos blindados que atravesaba la superficie en dirección al campo. Estiró el brazo y, tras meditarlo durante unos segundos, etiquetó la columna como objetivo; a continuación, solicitó al sistema de combate un plan de enfrentamiento y, un instante después de recibirlo, dio su aprobación tocando un pulsador. Acto seguido, una lluvia de rocas salió disparada de tres de los buques de guerra de la Alianza directa hacia la atmósfera del planeta. En total, el proceso llevó menos de diez segundos.
—Lanzando bombardeo de preasalto.
De los buques de guerra de la Alianza emergió un abanico de rocas, y cada uno de los proyectiles se dirigió a un punto específico del campo de prisioneros. Como los transbordadores descendían más despacio que las rocas, el bombardeo despejaría el espacio aéreo del campo antes de que aquellos lo alcanzasen.
—¡Bum! —murmuró Desjani cuando la columna de blindados desapareció bajo la nube de fragmentos y polvo que se levantó por el impacto de las bombas dirigidas.
—Tal vez así comprendan que oponerse a nosotros no es una buena idea —observó Geary.
—Yo no contaría con ello, señor.
—¡Tenemos baterías de haces de partículas abriendo fuego en cinco puntos de la superficie! —informó la consultora de operaciones—. Casi hacen blanco en la Espléndida y la Garita.
Geary miró su visualizador, etiquetó las baterías, recibió un plan de ataque e inició otro bombardeo.
—Menos mal que ya había ordenado que la flota realizara maniobras de evasión.
Las bombas de preasalto impactaron contra la superficie. Algunas no tenían otra finalidad que intentar suprimir las defensas ocultas, pero la mayoría alcanzó posiciones enemigas identificadas, de modo que no quedó ningún puesto de guardia ni ninguna torre de vigilancia; cráteres de escombros habían sustituido a las instalaciones de los guardias, y la muralla estaba abierta por distintas zonas.
—¿Cree que habría algún hombre dentro de los puestos de guardia? —preguntó Desjani.
—Lo dudo. La coronel Carabali supuso que planearían activar las armas de los puestos de guardia por control remoto si los dejábamos en pie, así que decidimos derribarlos.
La consultora de operaciones volvió a informar de la situación.
—Los transbordadores de los marines se encuentran a dos minutos de la superficie.
Los emplazamientos de las cinco baterías de haces de partículas salieron volando entre nubes de escombros.
—Transbordadores en destino. Marines en la superficie. —Vista desde aquella altura, la operación parecía una hermosa coreografía, con los transbordadores cayendo en picado hacia los objetivos distribuidos por el perímetro y el centro del campo, los marines saltando desde los transbordadores, que permanecían en suspensión, y el fuego de las tropas enemigas dejando estelas brillantes con cada disparo que dirigían contra los marines o los vehículos en los que estos iban llegando. Al contrario que los transbordadores regulares de la flota, los de los marines contaban con sistemas de combate defensivos que lanzaban granadas y disparaban automáticamente hacia los puntos desde los que atacaban los síndicos. Cuando los marines saltaron a tierra y se desplegaron, abrieron su propia cortina de fuego y destruyeron cualquier puesto que pudiera albergar resistencia enemiga. Se formaron pequeños focos violentos alrededor de todo el perímetro del campo y en algunos lugares cercanos a la zona de aterrizaje del centro.
—No sabemos cuál es la ubicación de todos los prisioneros de guerra —protestó Rione—, pero ¡los marines están arrasando todo el campo!
Geary agitó la cabeza.
—Su armadura de combate refleja todas las ubicaciones conocidas de los prisioneros. Por lo demás, solo podemos confiar en que identifiquen a sus objetivos antes de dispararlos. —Activó el canal de los marines.
—El enemigo está atrincherado —avisaba un oficial de los marines—. Fuerte resistencia alrededor de la zona de aterrizaje.
—Esto no va a ser fácil —murmuró Desjani.