Capítulo 2

La sala de reuniones de la flota, ubicada en el Intrépido, no era demasiado espaciosa, de modo que la mesa y los asientos que allí había podían dar cabida, como mucho, a una docena de personas. Aun así, el software de conferencias virtuales conseguía que el tamaño de la mesa y la sala parecieran ampliarse para permitir la celebración de grandes reuniones, así que Geary se hallaba situado a la cabeza de una mesa inmensa alrededor de la cual estaban sentados cientos de oficiales. Aparte de él, la capitana Desjani y la copresidenta Rione, ninguno de los asistentes estaba presente físicamente. Por mucho que detestara las reuniones de la flota, Geary reconocía que aquel software era un programa fabuloso; además, en más de una ocasión, el hecho de que los «presentes» no se encontrasen allí en realidad había servido para que la sangre no llegara al río durante las discusiones más acaloradas.

Por desgracia, en esta ocasión no tendrían muchas razones para discrepar abiertamente. Por mucho que le desagradara discutir con gente como Numos, Casia o Midea, la hostilidad manifiesta de su actitud al menos dejaba patente a quién era necesario vigilar. Eso era algo que habría agradecido en esta ocasión, pues supondría una oportunidad para identificar al resto de los miembros de la flota que se oponían a su mando. Con todo, fueran quienes fueran, parecían haber gastado casi todos sus escudos humanos, si bien el hecho de que aún permanecieran ocultos resultaba frustrante. Si solo supusieran una amenaza para su mando, no se habría preocupado demasiado por ellos, puesto que, tras la segunda batalla de Lakota, su posicionamiento junto con los tripulantes y la mayor parte de los oficiales de la flota era tan firme como el blindaje de las naves, aunque sus enemigos ocultos habían demostrado una y otra vez su voluntad de poner en peligro los buques de guerra que hiciera falta con el fin de hundirlo. El juego, que antes consistía en hacer todo lo posible por destituirlo, ahora se basaba en intentar asesinarlo a él y a sus partidarios más leales, lo cual, en la práctica, equivalía a pretender destruir las naves en las que viajaban.

Geary desplegó el visualizador estelar sobre la mesa de negociaciones.

—Les pido disculpas por haber tardado tanto en comunicarles mis intenciones. Ya hemos terminado las operaciones de aprovisionamiento en Dilawa. He ordenado que la flota ponga rumbo al punto de salto hacia Heradao. —La trayectoria de la flota de la Alianza trazada en el visualizador se curvaba describiendo un elegante arco que atravesaba los alrededores desiertos del sistema estelar Dilawa—. Confiamos en que los prisioneros de guerra de la Alianza sigan todavía en Heradao, en cuyo caso procederíamos a liberarlos.

—Con los prisioneros aumentará el consumo de alimentos —advirtió el capitán Tulev con sequedad—. Y los que tenemos son insuficientes.

El comandante Neeson, de la Implacable, sacudió la cabeza.

—No podremos recoger las suficientes provisiones a menos que ocupemos un sector de abastos ubicado en una superficie planetaria, lo cual escapa a la capacidad de nuestros marines. Además, no podemos fiarnos de la comida que los síndicos nos entreguen bajo presión, ni podemos analizarla a fondo.

—Según los registros antiguos de los que disponemos, en Heradao hay dos mil prisioneros —explicó Tulev—. Tenemos la obligación de liberarlos, en eso estoy de acuerdo. Contamos con espacio suficiente para albergarlos. Algunas de las naves siguen sin funcionar a pleno rendimiento debido a las bajas sufridas en combate, aun con los supervivientes que recogimos de las naves perdidas, y en las demás se puede alojar más personal durante el tiempo que tardemos en llegar al espacio de la Alianza. Sin embargo, las reservas de alimentos se han reducido a niveles críticos.

—¿Quiere decir que tenemos el mismo problema que con el combustible? —gruñó el capitán Armus, de la Coloso.

Geary levantó la mano para apaciguar los ánimos.

—Todos los recursos escasean. Aun así, los sistemas de logística indican que, aunque recojamos a dos mil prisioneros, podremos llegar al espacio de la Alianza sin agotar las reservas de alimentos, pero será preciso volver a reducir las raciones.

—¿Y si nos retrasamos? —preguntó Tulev.

—No podemos permitirnos más retrasos —contestó Geary—. Las reservas de combustible y de alimentos están al mínimo, y el único sitio al que podemos ir para reabastecernos es el espacio nativo de la Alianza. Seguiremos avanzando y luchando. Hemos tenido que extremar las precauciones para que los síndicos no dedujeran qué ruta seguiríamos para regresar a casa, pero a partir de ahora iremos directos hacia allí. —Algunos oficiales sonrieron aliviados cuando Geary cambió la escala del visualizador estelar; sin embargo, no tardaron en borrarla.

Armus dio voz a la preocupación que compartían.

—Una ruta directa aumenta las probabilidades de que nos encontremos con una fuerza de bloqueo síndica. ¿Cómo vamos a luchar si no disponemos del combustible necesario?

Les rezaremos a nuestros ancestros para que obren un milagro, pensó en contestarle Geary, aunque confiar en la intervención divina no parecía una buena base para un plan táctico.

—Combatiendo con inteligencia para minimizar el consumo de células de combustible. Si es necesario, intentaremos atravesar la fuerza de bloqueo para dejarlas atrás. —La idea, sensata y razonable, dio lugar a todo tipo de gestos entre los ocupantes de la mesa; se alejaba demasiado del concepto arcaico de honor y coraje que venía determinando las acciones de la flota desde hacía, por lo menos, una generación y que tantas muertes espantosas había provocado. Pero Geary ya se había encontrado en esa misma situación las veces suficientes para saber cómo controlarla—. Siempre podemos regresar y destruir las naves síndicas una vez que hayamos repostado, o dejarlas para los buques de guerra de la Alianza que han defendido nuestro espacio nativo durante nuestra ausencia, que también se merecen la oportunidad de desfogarse un poco.

Los ocupantes de la mesa se relajaron; algunos de ellos incluso volvieron a sonreír cuando Geary prosiguió.

—Hay muchas probabilidades de que las fuerzas síndicas que queden para intentar detenernos nos estén esperando en Heradao, ya que nuestro camino de regreso a casa es en línea recta. Si en Heradao encontramos alguna flotilla síndica, la combatiremos allí, porque nuestras reservas de combustible ya no bajarán mucho más hasta que lleguemos a casa.

Geary miró a la capitana Desjani, que no hizo el menor gesto que revelase que él estaba recitando su consejo casi al pie de la letra. Ahora no puedo permitirme alimentar los rumores de favoritismo hacia Desjani, pero, cuando todo esto acabe, me encargaré de que tanto ella como otros de su misma valía reciban el crédito que se merecen. Geary se limitó a señalar una gigantesca estrella blanca.

—Después de Heradao continuaremos hacia Padronis y, de ahí, saldremos hacia Atalia.

La mesa de negociaciones se agitó cuando el capitán Badaya, de la Ilustre, expuso lo que probablemente todos los presentes estaban pensando:

—Y Atalia se encuentra dentro del espacio de salto de Varandal.

—Correcto —afirmó Geary—. El espacio nativo de la Alianza donde se halla la mayor concentración de instalaciones de apoyo de la flota de toda la región. Una vez que lleguemos a Varandal, nos abasteceremos de todos los suministros que necesitemos.

—No cabe duda de que es ineludible emprender una acción arriesgada —admitió el capitán Cáligo, del crucero de batalla Radiante—. La Alianza nos necesita a nosotros y a todos los prisioneros de guerra de la Alianza que podamos sacar de territorio síndico.

Aquella aseveración, incuestionable, provocó múltiples asentimientos de cabeza, momento que Geary aprovechó para mirar a Cáligo. Hasta hacía poco, solía mantenerse en silencio durante aquellas reuniones, pero últimamente se hacía oír cada vez más. Tampoco era que hubiera dicho nada excepcional, solo cosas con las que casi todo el mundo estaba de acuerdo.

—Nuestro personal de Inteligencia cree que los inventarios de minas síndicas deben de encontrarse todavía en niveles muy bajos, si consideramos la gran cantidad de minas que colocaron en los sistemas estelares de las cercanías de Lakota para intentar atraparnos —prosiguió Geary—. Aun así, realizaremos una maniobra evasiva programada al llegar a Heradao y nos prepararemos para entrar en combate al dejar atrás la salida del salto. ¿Alguna pregunta?

—¿Y Kalixa? —dijo la capitana Kila—. También está de camino a casa y cuenta con una puerta hipernética síndica. —Pretendía expresarse con un tono apacible, pero no conseguía disimular su aspereza. Obviamente, la diplomacia no era el punto fuerte de Kila, pero él ya lo sabía.

—No pasaremos por Kalixa —contestó Geary—. Una puerta hipernética síndica entraña demasiados riesgos.

Kila fingió sorprenderse.

—¿Desde cuándo el riesgo es un problema para esta flota? Capitán Geary, no nos preocupa lo que los síndicos puedan hacer, y esta sería una buena oportunidad para causarles más daño eliminando otro de sus sistemas estelares.

El comandante Neeson no parecía dar crédito.

—Disculpe, capitana Kila, usted estuvo con nosotros en Lakota, ¿verdad? Nuestra flota podría haber sido aniquilada allí.

—Pero eso no ocurrió —replicó Kila—. Negarse a actuar a causa de un miedo exagerado ante la respuesta del enemigo no es lo que se espera de un comandante de esta flota, y mucho menos del comandante de un crucero de batalla.

Al oír esto, Neeson se encendió de rabia.

—¿Me está acusando de cobardía?

—Calma —ordenó Geary—. Tranquilícense. Capitana Kila, su comentario estaba fuera de lugar.

Kila se encogió de hombros.

—No pretendía ofender a nadie, solo señalar que…

—Es suficiente. —Geary se fijó en la mirada desafiante que le lanzó la capitana al ser interrumpida—. El comandante Neeson ha demostrado su valentía en multitud de ocasiones. No toleraré que se pongan en tela de juicio la competencia ni el coraje de ningún miembro de esta flota sin una buena razón.

La capitana Crésida, que llevaba tiempo esperando tomar la palabra, se decidió a intervenir.

—El comandante Neeson también tiene su parte de razón. La descarga de energía que se produjo cuando la puerta hipernética de Lakota se colapsó se encontraba en el extremo inferior del rango teórico. Debo recordarle a la capitana Kila que, en el extremo superior, se podría desencadenar una liberación de energía equivalente a la de una nova. Ninguna nave que se hallase en el mismo sistema estelar resistiría un estallido de esa magnitud, por muy lejos que se encontrara de la puerta en el momento de su colapso.

—En teoría —replicó Kila con tono sarcástico—. No vimos nada parecido a eso ni en Sancere ni en Lakota, así que la teoría podría ser incorrecta, con lo cual cabría la posibilidad de que utilizáramos las puertas a modo de armas con las que eliminar los sistemas estelares síndicos y ¡darles su merecido por cuanto han hecho en esta guerra!

—Sus comentarios —observó Crésida, cada vez más acalorada— evidencian una incomprensión absoluta de lo que se sabe acerca de las puertas hipernéticas, así como de los datos que recogimos en Sancere y Lakota.

—¡Ya está bien! —intervino Geary de nuevo—. La capitana Crésida tiene razón. No nos hemos reunido para hablar de ciencia. Capitana Kila, le sugiero que se familiarice con los datos de los que disponemos antes de proponer nuevas estrategias. —Kila se sonrojó al escuchar la poco velada reprimenda del capitán.

El capitán del Arrojado asintió.

—En cuanto a lo de resistir al colapso de una puerta hipernética, todos vimos lo que les ocurrió a los buques de guerra síndicos que derribaron su propia puerta en Lakota.

—Nuestras naves… —empezó a decir Kila.

—¡En Sancere mi nave estuvo presente durante el colapso, y la Inspiradora se hallaba muy lejos! Sé muy bien lo que es encontrarse cerca de una puerta hipernética colapsada y no quiero volver a pasar por algo así, diga lo que diga. Solo la suerte y las mismísimas estrellas del firmamento nos salvaron en Sancere y en Lakota.

—La suerte, el coraje y la inteligencia —añadió Geary—. Mientras esta flota siga actuando con valor y sensatez, podremos dejar los milagros para las emergencias. Y en cuanto a utilizar las puertas hipernéticas para destruir sistemas estelares enemigos, ya he dicho que no emprenderé acciones de ese tipo. Ni las mismísimas estrellas ni nuestros ancestros aprobarían semejante atrocidad, y mucho menos de esa magnitud.

—En ese caso —observó el capitán Duellos—, no parece haber motivo alguno para viajar a Kalixa.

Kila le lanzó una mirada asesina al tiempo que el capitán Cáligo tomaba la palabra de nuevo.

—Somos una flota. Todos estamos en el mismo bando. Enfrentándonos como lo estamos haciendo ahora, lo único que conseguiremos será hacer más fuerte al enemigo.

La afirmación arrancó gestos de asentimiento. Geary tampoco encontró nada que objetar al alegato de Cáligo, cuyas palabras, por alguna razón, también cerraron la boca de Kila, quien terminó por ceder.

—¿Alguna otra pregunta? —dijo Geary con sequedad.

La mesa permaneció en silencio y la reunión se dio por terminada, momento en que las imágenes de los asistentes empezaron a desaparecer, devolviéndole poco a poco las dimensiones reales a la pequeña sala.

El capitán Duellos se quedó un poco más.

—Tengo que confesar que empezaba a preguntarme por qué todavía no habíamos salido de Dilawa.

—Necesitaba que me dieran un ladrillazo en la cabeza —admitió Geary.

—Ah, entiendo. Qué suerte que contara con la capitana Desjani para ello.

Desjani lanzó una mirada molesta a Duellos.

—Roberto, ¿no tiene nada mejor que hacer?

Duellos asintió con la cabeza y sonrió.

—Tanya, llámeme si se le acaban los ladrillos.

—Lo haré. Tiene la cabeza muy dura. Apuesto a que habrá acumulado un buen montón de ladrillos para tenerlos a mano cuando discuta con Kila.

—No merece la pena dedicarle nuestra atención —dijo Duellos con tono desdeñoso—. Solo hablo con ella cuando mi deber me lo exige.

Geary torció el gesto.

—Me alegro de que Kila se callara antes de que tuviera que ordenárselo explícitamente.

—Ni siquiera ella encontró alguna objeción a lo que dijo Cáligo.

—Pero podría haberlo hecho… —intervino Desjani—. Incluso las verdades más obvias se pueden retorcer. Me sorprendió que optase por no seguir discutiendo.

Duellos frunció los labios con gesto meditabundo.

—Tiene razón, pero eso implicaría que Kila y Cáligo tienen algún tipo de acuerdo. Y ni siquiera se relacionan, y no conozco a nadie que los haya visto juntos alguna vez, excepto en reuniones como esta; además, no son precisamente almas gemelas.

—Eso es innegable —admitió Desjani.

—¿Hasta qué punto conoce a la capitana Kila? —preguntó Geary.

Desjani se encogió de hombros.

—Nunca he tenido mucha relación con ella. Se trata de una impresión formada a partir de lo que dicen mis amigos, que no son pocas cosas.

—¿Y qué dicen sus amigos?

Desjani volvió a alzar los hombros.

—Según ellos, está programada para putear a los demás, función en la que pone todo su empeño cuando se activa ante la menor provocación.

Geary consiguió reprimir una carcajada con una tos.

—Parece un buen motivo para evitar el trato con ella.

—Y una descripción muy acertada —observó Duellos.

—Con ese carácter, ¿cómo es posible que ocupe el cargo que tiene?

Desjani miró a Geary con escepticismo.

—¿Me lo está preguntando en serio? Ese carácter solo lo saca con sus subordinados o ante compañeros que compiten con ella por ascender en la jerarquía. En cambio, a la hora de tratar con sus superiores, se comporta siempre con la misma suavidad que un filtro de micrones.

—Entiendo. —Había sido una pregunta absurda. A lo largo de su carrera, un siglo atrás, él había conocido a mucha gente parecida, y, de alguna manera, siempre conseguían sobrevivir a las guerras.

—Como pueden ver —continuó Duellos—, Kila no es la compañera ideal para un oficial sincero que no puede ayudarla a satisfacer sus ambiciones. Cáligo es el tipo de oficial contra el que Kila arremete solo para divertirse.

—Eso no significa que no puedan terminar acostándose —señaló Desjani.

—¡Agh! —Duellos hizo una mueca de asco—. Sé que lo dice en sentido metafórico, pero ahora no voy a poder quitarme esa imagen de la cabeza. ¡Oh, por favor, necesito olvidarla! Con su permiso, capitán Geary, tengo que darme una ducha.

Cuando la imagen de Duellos se desvaneció, Geary miró a Desjani.

—Me alegro de tenerlos a los dos a mi lado. —Levantó una mano cuando Rione también se marchaba—. ¿Le importaría aguardar un momento, señora copresidenta?

Rione se detuvo. Miró primero a Desjani y, después, a Geary.

—Pensé que tal vez querrían quedarse a solas.

Desjani entornó los ojos y frunció los labios hasta que se le vieron los dientes.

—Tal vez la copresidenta Rione desee volver a decirme eso en privado.

—Confiaba —intervino Geary antes de que Rione desplegase sus armas contra Desjani— en que pudieran decirme si han averiguado algo.

Esta vez, Rione se quedó mirando a Desjani sin disimular el fastidio que le producía su presencia, pero Geary se limitó a esperar. Necesitaba otro punto de vista, una opinión con la que contrastar la suya. Por fin, Rione habló.

—Lo que he averiguado se puede resumir en una sola palabra: nada.

—¿Nada? —Geary se frotó la frente para ocultar su decepción—. Me consta que los espías que tiene en esta flota son muy hábiles, señora copresidenta. Esperaba que…

—Puesto que trabajan para usted, debería llamarlos «agentes», capitán Geary —replicó Rione con un gesto de enfado—. Quien haya estado detrás de los cambios más recientes en su mando y de los intentos de sabotear algunas de las naves de esta flota ha ocultado su implicación con asombrosa maestría. No ha dejado ningún rastro. Ni siquiera el interrogatorio que usted autorizó hacerle al zoquete del capitán Numos, tras los últimos intentos de introducir gusanos en los sistemas operativos de sus buques de guerra, sirvió para nada porque Numos no tiene la menor idea de quién lo incitó. Tal vez Faresa supiera algo, pero falleció en Lakota. Lo mismo se puede decir de Falco, suponiendo que fuese capaz de diferenciar entre la fantasía y la realidad durante el tiempo necesario para averiguar algo útil. El capitán Casia y la comandante Yin no pueden revelarnos nada, pues murieron a consecuencia de un oportuno accidente. Si subestimaba a los enemigos que todavía le quedan en esta flota, no siga haciéndolo. Sean quienes sean, son muy capaces y muy peligrosos.

—Y nosotros también —dijo Desjani.

Rione adoptó un gesto divertido.

—Las baladronadas pueden resultar útiles en la lucha contra los síndicos, pero no son la mejor arma para acabar con este enemigo.

—Lo sabemos —intervino Geary antes de que Desjani disparase otra ráfaga—. ¿Y Kila? Cada vez expresa sus desacuerdos con mayor vehemencia.

La sonrisa de Rione dio paso a una expresión de enojo.

—Tal como informaron sus compañeros oficiales y confirmaron mis agentes, Kila se ha ganado demasiadas enemistades como para poder aspirar a la comandancia de esta flota. Sin embargo, también es muy arrogante y, al contrario que Numos…, demasiado lista como para dejarse utilizar por nadie. Al parecer, se ha envalentonado ahora que se ha dado cuenta de que no puede engatusarlo con los métodos que suele utilizar para adular a sus superiores. ¿Nunca intentó seducirlo?

—¿Qué?

—Hay indicios de que esa podría ser una de las tácticas a las que recurre para ascender, aunque también podría tratarse tan solo de un rumor derivado del rechazo general que Kila provoca entre sus compañeros. ¿Dice que nunca intentó nada con usted?

—¡No! —Por el ángulo del ojo podía ver a Desjani fulminando a Rione con la mirada—. ¡Ni siquiera hemos estado juntos físicamente en la misma nave!

Rione asintió con la cabeza.

—Eso podría explicarlo. En cualquier caso, dada la reputación que tiene usted, es posible que ella fuese consciente de que intentar algo así hubiera sido inútil.

—Gracias. —Rione siempre parecía saber cómo desconcertarlo.

—Con todo, Kila no serviría de escudo humano a quienes estén orquestando estas acciones contra usted y la flota —prosiguió Rione—. Si ella estuviera detrás de todo esto, ¿por qué iba a hacer nada que la convirtiera en el centro de atención?

—Si mis enemigos ocultos son tan inteligentes como creemos, ella no debería estar implicada. —Geary sacudió la cabeza—. Los operarios de la seguridad de los sistemas siguen buscando gusanos peligrosos, pero no pueden garantizar que vayan a encontrar todas las puertas traseras que lleven a los sistemas de control de la flota. ¿Qué más podemos hacer?

—No lo sé. —Rione no podía disimular su frustración—. Entiendo que no ha recibido más ofertas para convertirse en dictador.

—No, últimamente no.

—Lo único que le impide hacerlo —apuntó Rione— es la distancia que nos separa del espacio de la Alianza y las fuerzas síndicas a las que aún tendremos que enfrentarnos.

—Y yo mismo —añadió Geary—. No me prestaré a algo así.

Rione lo miró con cansancio.

—¿Por qué cree que ese es un factor decisivo? Cuando lleguemos a Varandal, aquellos que esperan que les arrebate la autoridad a los líderes electos de la Alianza querrán que actúe.

Esta vez contestó Desjani, con frialdad.

—El capitán Geary no romperá el juramento que le hizo a la Alianza, por muy incompetentes que sean los políticos que la lideran.

Rione la ignoró y continuó hablando a Geary sin rodeos.

—Llegará el día en que se cansen de que les diga que no, y saben que la mayor parte de la flota los apoyaría si actuaran supuestamente según sus indicaciones. No necesitan su aprobación para dar un golpe en su nombre. Cabe esperar que es lo que terminarán haciendo, tras lo cual usted habrá de enfrentarse a un hecho consumado. Necesita tener un plan para actuar en ese caso antes de que el gobierno de la Alianza sea derrocado.

—De acuerdo. —A decir verdad, Rione le estaba dando el mismo consejo que Desjani. No obstante, de ninguna manera cometería el error de decirlo—. ¿Propone algún plan?

—Si estuviéramos hablando de políticos, no me sería muy complicado trazar una estrategia —contestó Rione, frunciendo el ceño con exasperación—. Sin embargo, mis conocimientos sobre la mentalidad militar son limitados.

Geary miró de soslayo a Desjani.

—Tal vez deberíamos centrarnos en el punto de vista castrense. Es posible que debamos considerarlo un problema militar; una cuestión de tácticas y estrategias.

Rione cambió el gesto cuando consideró la idea.

—Eso podría sernos de gran utilidad.

Sin que la copresidenta se percatase, Desjani esbozó una sonrisa de satisfacción no demasiado militar.

Geary intentó lanzarle a Desjani una mirada de prudencia, y, por supuesto, Rione se dio cuenta, de modo que La Política se giró levemente para mirar a la capitana, aunque demasiado tarde para ver su expresión de burla.

—¿Podrá hacerlo? —le preguntó Rione a Geary—. ¿Explicárselo a ellos en sus propios términos de tal manera que decidan no actuar?

—Es lo que pretendo, pero todavía no he encontrado ningún argumento lo bastante convincente.

Rione resopló con un gesto de fastidio.

—Piense en términos de catástrofe, porque a eso es a lo que nos llevaría un golpe militar. Supondría un auténtico desastre, el mayor que se pueda imaginar.

Desjani alzó una ceja y miró a Geary.

—Esa parece una buena descripción del resultado del ataque contra el sistema nativo síndico que dejó esta flota atrapada en el corazón del territorio enemigo.

—Eso está bien —admitió Rione—. Muy bien. Como sucedió hace poco, todavía está muy reciente y aún despierta todo tipo de emociones. Se trata de algo que, aunque en un principio parecía buena idea, provocó una debacle que podría habernos hecho perder la guerra. Seguro que se le ocurre algo por el estilo.

Geary asintió con la cabeza.

—Solo tengo que pensar en quién sería el enemigo en una situación así.

Rione suspiró irritada.

—Eso es lo más sencillo. Pregúnteselo a su capitana. Ella se lo dirá. O si no, al capitán Badaya. ¿Quién es el enemigo en casa? Yo, y todos los demás políticos. Eso es lo que creen. —Desjani hizo un gesto de asentimiento; ya no miraba burlonamente a Rione—. ¿Lo ve? Su estrategia debería basarse en lo que la gente como Badaya cree que es verdad. Así será más probable que la aprueben. Entonces podrá comprobar sus teorías. Desjani tiene una mente militar y usted no cuenta con nadie más fiel. —El cumplido sorprendió tanto a Desjani y a Geary que no pudieron disimular su sobresalto. Rione esbozó una sonrisa contenida—. Ni estoy ciega ni soy idiota. Si no deja que esta mujer le cubra las espaldas, cometerá una estupidez, capitán Geary. No obstante, si alguna vez ella considera que sus ideas carecen de fundamento, ¿se lo dirá?

Los labios de Geary dibujaron una irónica sonrisa.

—Estoy seguro de que la capitana Desjani será franca conmigo siempre que estime que mi estrategia no es adecuada.

—Bien. No quiero que el gobierno de la Alianza sea derrocado por alguien que afirme actuar en nombre del gran héroe cuya leyenda creó el propio Gobierno, y no quiero tener que enfrentarme a usted si eso termina ocurriendo y decide que le gusta. —Rione se dio media vuelta y se marchó. La escotilla se cerró a su espalda.

—¿Eso era una amenaza? —preguntó Desjani.

—Sí. No es la primera vez, aunque creo que nunca lo había hecho delante de otras personas.

—¿Por qué se lo consiente?

—Porque —contestó Geary sin apartar los ojos de la escotilla— a veces me pregunto si puedo confiar en mí mismo, y entonces me alegro de tener una amenaza pendiendo sobre mí.

Desjani consideró la idea durante unos instantes.

—Debo admitir que la copresidenta Rione llevaba razón en algunas cosas. Entre ellas, que le cubro las espaldas, señor.

—Lo sé, pero también le hizo un juramento a la Alianza.

Desjani sacudió la cabeza.

—Ya lo hemos hablado. Usted no romperá su juramento, al igual que yo también respetaré el mío. ¿Por qué confía en ella?

Geary inclinó la cabeza hacia la escotilla por la que había salido Rione. La pregunta parecía razonable, dado que Rione ocupaba un cargo político. Con todo, lo que más le sorprendió fue descubrir que, a lo largo de un siglo de guerras, los oficiales de la flota habían desarrollado una desconfianza corrosiva hacia los líderes electos de la Alianza.

—Porque a pesar de todo lo que la copresidenta nos ha ocultado a mí y a todos, estoy completamente seguro de que Victoria Rione siente un amor sincero por dos cosas. La primera es su marido, del que averiguamos que podría seguir vivo y hallarse prisionero de los síndicos en alguna parte; pero la segunda es la Alianza. Rione daría su vida por la Alianza, Tanya, del mismo modo que haríamos usted y yo. No crea que no es así por el simple hecho de que no lleva uniforme. Rione le profesa una fidelidad absoluta a la Alianza, y creo que no sería fácil encontrar a una persona más honrada. También es cierto que muchas veces te toca las narices, pero podemos fiarnos de ella.

—Una cosa positiva de Heradao —comentó Desjani— es que los enemigos que encontremos allí serán fáciles de identificar. —Se encogió de hombros con un aire melancólico impropio de ella—. A veces echo de menos la etapa previa a su aparición, cuando todo se resolvía matando más síndicos, empleando todos los medios imaginables y lo más rápido posible. Eran el enemigo. Con matar a los suficientes, conseguiríamos la victoria. No funcionó, pero así las cosas parecían más sencillas. Después llegó usted y lo complicó todo.

—Los síndicos siguen siendo el enemigo —recalcó Geary—. Mientras eso lo tengamos claro, lo demás no debería ser muy complicado.

—Me está pidiendo que respete a un político —le recordó Desjani—. Dudo que eso me resulte fácil.

Geary la observó por un momento, intentando comprender cómo era posible que los oficiales de la flota como Desjani fueran fieles a la Alianza al mismo tiempo que despreciaban a los líderes que esta había elegido. Sin duda, esto se debía, en gran medida, a la necesidad humana de culpar a los demás de los fracasos obtenidos durante la guerra; sin embargo, Rione admitía que los líderes políticos de la Alianza debían asumir su parte de responsabilidad por las acciones emprendidas a lo largo de los últimos cien años. En ese sentido, tal vez él no fuera más que un anacronismo viviente, un oficial que creía que los líderes de la Alianza merecían respeto por sistema y para el que la idea de que no fuese así era demasiado difícil de asimilar.

—Supongo que tendrá que confiar en mí si le digo que podemos confiar en ella.

Desjani suspiró con desdén.

—Haré lo posible por tratarla con el debido respeto, puesto que ese es mi deber como oficial y usted responde por ella, pero no le garantizo que llegue a considerarla una persona de confianza. —Dio un paso atrás, hacia la escotilla, sin apartar los ojos de él—. Aceptaré su decisión porque confío en usted.

Los tripulantes de cientos de buques de guerra confiaban en que los llevase a casa. El destino de la Alianza y, tal vez, incluso la humanidad entera dependía de las decisiones que él tomara, pero lo que de verdad le importaba era la confianza de esa mujer. Rione le dijo una vez que, al final, la gente no lucha por las grandes causas ni por los objetivos más nobles, sino por las razones más íntimas y personales. Muchos afirman perseguir los ideales más elevados, pero, a la hora de la verdad, solo se sacrificarán por sus camaradas más cercanos y por los seres queridos que los esperan en casa. Geary miró el visualizador estelar, centrado en Heradao, y, después, más allá de esta estrella, donde estaban Padronis, Atalia y, por último, Varandal.

Se encontraban muy cerca. Habían recorrido un largo camino. Tenía que asegurarse de que llegaran hasta el final, sin importar lo que Heradao pudiera depararle a la flota.

Porque muchos confiaban en que los llevara de vuelta a casa. Y uno de ellos era Tanya Desjani.

Geary debía convocar una última reunión antes de que la flota abandonase Dilawa. Una vez que entrasen en el espacio de salto, las naves solo podrían intercambiar mensajes básicos y breves. Antes de entrar en esa fase, deseaba realizarle una consulta a un pequeño y selecto grupo de camaradas.

Volvió a sentarse en la sala de reuniones, aunque esta vez la mesa no se amplió mucho más allá de su tamaño real. A su alrededor aparecieron las imágenes del capitán Duellos, el capitán Tulev y la capitana Crésida; también se encontraban allí, en persona, Desjani y Rione.

—Falta muy poco para que lleguemos a casa —comenzó Geary—. Sin embargo, el viaje todavía no ha terminado, y es de esperar que debamos librar una batalla complicada en Heradao o en alguno de los otros sistemas estelares síndicos que aún tenemos que atravesar. Con todo, tenemos muchas posibilidades de derrotar a los síndicos. Lo que todavía no sabemos es cómo reaccionarán los alienígenas cuando esta flota llegue a casa.

Tulev parecía un toro al asentir con ese aire tan grave e imperturbable.

—Los alienígenas quisieron derrotar y aniquilar esta flota en el sistema estelar Lakota. Es de suponer que no se alegrarán de que regresemos a casa.

—¿Y qué van a hacer? —preguntó Crésida—. Si nuestras suposiciones no están muy desencaminadas, podrían provocar el colapso de todas las puertas hipernéticas del espacio humano. ¿De verdad serán capaces de hacer algo así cuando lleguemos a casa?

—Ese es uno de los aspectos que me preocupan —dijo Geary.

—Tendremos algo de tiempo —comentó Rione con voz contenida, pero cargada de seguridad. Todos la miraron preguntándose a qué se refería, así que la copresidenta señaló con una mano el visualizador estelar situado sobre la mesa—. En primer lugar, piensen en lo que sabemos de sus tácticas. No parecen haber actuado directamente ni contra nosotros ni contra los síndicos. En su lugar, nos engañaron para que combatiéramos entre nosotros.

—Cierto —admitió Duellos.

—Bien, ¿y qué saben los alienígenas sobre esta flota? —prosiguió Rione—. Que sabemos que las puertas hipernéticas son armas extremadamente potentes. ¿Cuentan los alienígenas con agentes o fuentes de información dentro del espacio de la Alianza, aunque estos se reduzcan a unos cuantos gusanos y robots automáticos? Debemos suponer que sí.

—Los introdujeron mediante los sistemas de nuestras naves —apuntó Crésida—; unos gusanos de nivel cuántico basados en un sistema de probabilidades. Creímos haberlos encontrado y limpiado todos, pero, por lo que sabemos, pueden activar más. También pueden aparecer otros nuevos, de los que se activan cuando se producen determinados eventos.

—Exacto. —Rione señaló de nuevo el visualizador estelar, al otro lado del espacio síndico—. Nos han estado observando. Han visto cómo nos comportamos. Con esos datos, es posible que los alienígenas lleguen a la conclusión de que, cuando la Alianza pueda acceder a esas armas, decida utilizarlas.

Crésida enseñó los dientes.

—Creo que tiene razón, señora copresidenta. Esperarán a ver si lo hacemos; si les decimos a nuestros superiores políticos y militares que las puertas hipernéticas de los sistemas estelares síndicos se pueden emplear para exterminar al enemigo, y si nuestras autoridades políticas ordenan entonces que se inicien esas acciones. Si llevase un siglo observando el progreso de esta guerra, pensaría que es cuestión de tiempo que uno de los bandos utilice esas armas y el otro opte por pagarle con la misma moneda.

—Gracias, capitana Crésida. Después de lo cual —prosiguió Rione—, los alienígenas se acomodarán en sus asientos para observar cómo la Alianza empieza a arrasar los sistemas estelares síndicos y cómo los síndicos responden con la misma táctica. Los alienígenas no necesitarán mover ni un dedo mientras la humanidad se extermina a sí misma empleando las armas proporcionadas por ellos.

Geary hizo un gesto de asentimiento y notó un regusto ácido en la garganta.

—Entonces esperarán un tiempo prudencial para ver cómo actuamos. Eso nos da un poco de tiempo.

—Pero no demasiado, capitán Geary. —Rione miró el visualizador estelar con gesto sombrío—. Es algo que he estado considerando al pensar en el inicio de la guerra: que los alienígenas, fingiendo una alianza con los síndicos, engañaron a estos para que nos atacasen. Pero ¿nos atacaron los síndicos llevados por la codicia o acaso los alienígenas les contaron algo que les hizo creer que atacar a la Alianza era una buena idea?

—¿Qué podrían haberles dicho a los síndicos? —preguntó Desjani.

Rione le lanzó una mirada gélida que pareció cortar el aire de la sala.

—Cualquier cosa. Tal vez les proporcionaran información falsa, como que la Alianza planeaba atacarlos, por ejemplo.

—No contábamos con las fuerzas necesarias para emprender una acción semejante —objetó Geary.

—Pero los síndicos no tenían forma de saberlo —dijo Rione con tono sarcástico—. ¿Acaso no podían sospechar que la Alianza contaba con fuerzas ocultas? Los detalles no importan. Deje de centrarse en eso. Engañaron a los síndicos para que nos atacaran. Y podrían hacerlo otra vez.

—¿Otra vez? —La capitana Crésida se inclinó hacia delante con gesto resuelto—. ¿Cómo?

—Si los alienígenas creen que no pensamos actuar, podrían intentar provocarnos para que utilicemos las puertas hipernéticas como armas. Es muy posible que sepan que estamos averiguando cosas, de modo que tal vez no deseen darnos tiempo para poner en práctica nuestros conocimientos. Consideremos la posibilidad de que cuenten con los medios necesarios para colapsar las puertas hipernéticas; una señal desencadenante que, de alguna manera, se propagaría a una velocidad mayor que la de la luz. —Señaló varias de las estrellas que aparecían en el visor, una a una—. Supongamos que se colapsan distintas puertas hipernéticas dentro del espacio de la Alianza, una detrás de otra, y destruyen sus respectivos sistemas estelares. ¿A quién culparía la Alianza?

—Mierda. —Geary oyó expresiones parecidas en voz baja—. Si no iniciamos una serie de ataques genocidas, los alienígenas nos empujarán a nosotros o a los síndicos a comenzarlos haciéndonos creer que el otro bando ya ha empezado.

Rione parecía tener la mirada perdida, pero la mantenía fija en una estrella situada en un extremo del visualizador, en la periferia del espacio de la Alianza.

—En el sistema estelar Sol hay una puerta hipernética —añadió—. Aunque se encuentre aislada de la Alianza y sea vulnerable a consecuencia de las guerras que se libraron allí, la Tierra sigue sobreviviendo en ese sistema estelar, junto con las primeras colonias de los demás planetas de Sol. El hogar de nuestros ancestros más venerados sigue orbitando alrededor de la estrella que, para nosotros, es el símbolo más importante de las mismísimas estrellas. Se le adjudicó una puerta hipernética por respeto, y también para facilitarles la vida a quienes acuden allí en peregrinación, aunque económicamente el sistema Sol no justifique una inversión de esa magnitud. —Miró a sus interlocutores—. ¿Y si en la Alianza creyeran que los síndicos han destruido ese sistema estelar?

Duellos contestó con una voz más áspera de lo normal.

—Nada los detendría; no se dejarían disuadir por ningún argumento. Se empeñarían en matar hasta el último síndico, por todos los medios posibles.

—Joder. —Geary se preguntó por qué no podía aportar a la reunión nada más que una colección de tacos—. De acuerdo. Cabe suponer que, después de volver a casa, contaremos con un breve período de gracia durante el cual los alienígenas esperarán para ver si los humanos muerden el anzuelo envenenado. Si no nos arriesgamos durante el tiempo que los alienígenas consideren razonable, empezarán a intentar provocar lo que bien podría ser la última ofensiva de la humanidad. Ojalá supiera lo que quieren o lo que pretenden.

—No podemos responder a eso —dijo Rione—. Creemos que sabemos lo que han hecho. Parece que les basta con habernos puesto unas armas en las manos y esperar a que las usemos para matarnos los unos a los otros. Pero no sabemos si no emprenden acciones directas contra nosotros por razones estratégicas o si su pasividad responde a algún aspecto moral o religioso de su mentalidad.

—¿Qué podría haber de moral en algo así? —preguntó Crésida.

—¿Desde la perspectiva de un alienígena? Tal vez crean que limitarse a proporcionarnos las armas los exculpa, siempre que seamos nosotros quienes apretemos el gatillo. Pero no podría asegurarlo, solo es una teoría.

—O… —propuso Tulev— también cabría la posibilidad de que se trate de una estrategia completamente amoral para asegurarse de que la humanidad sea exterminada; o para controlar de la manera más eficiente posible para ellos la amenaza o la competencia que el hombre les suponga. No tenemos forma de saberlo, por lo que debemos deducir sus próximas acciones en función de lo que han hecho en el pasado.

—Tiene razón. Por desgracia, si nuestras suposiciones no van desencaminadas, lo que hicieron en el pasado nos perjudicó en gran medida. —Geary se volvió hacia la senadora—: Copresidenta Rione, ¿puede elaborar una lista de las estrellas de mayor relevancia simbólica? Debemos asegurarnos de que esos sistemas estelares sean prioritarios en los sistemas de colapso seguro para sus puertas hipernéticas.

—¿Cree que es posible hacer algo así? Surgirán grandes diferencias de opiniones sobre el nivel de relevancia simbólica. —Rione miró a Geary durante unos instantes—. Si desearan instigar una operación masiva contra los síndicos en represalia, los alienígenas podrían atacar el sistema estelar nativo del comandante de la flota y héroe legendario Black Jack Geary.

A Geary se le cortó la respiración. De pronto, ya no veía la sala donde se encontraban sus interlocutores, sino el mundo donde creció, donde sus padres y otros familiares estaban enterrados; su hogar, aunque, sin duda, habría cambiado mucho a lo largo del siglo que permaneció sumido en el sueño de supervivencia. Imaginó que lo alcanzaba una onda de choque como la que devastó el sistema estelar Lakota, convirtiendo al instante un mundo acogedor y densamente poblado en un osario infernal.

¿Cómo podía aceptar que al mundo que consideraba su hogar se le asignase una baja prioridad? Aguzó la vista y miró a los ocupantes de la mesa. Cada uno tenía un mundo natal distinto. ¿Cómo descartar uno de ellos para darle prioridad al suyo? Geary suspiró mientras movía la cabeza a ambos lados.

—Me temo que no se me da muy bien tomar decisiones que dependan de las estrellas. Señora copresidenta, si tuviera que hacer una valoración justa…

—¿Cree que estoy cualificada para jugar a ser una deidad? ¿O que deseo hacerlo? —contestó Rione con una voz tensa por la ira.

Tulev rompió el silencio incómodo que se produjo a continuación.

—Yo elaboraré la lista. —Miró el visualizador estelar, absorto en sus imágenes—. No me queda nada. No tengo preferencias.

La imagen de Duellos, situada junto a Tulev, se inclinó hacia delante y colocó una mano sobre la muñeca del capitán que se había ofrecido voluntario; Desjani, al otro lado, hizo lo mismo sin decir nada. Crésida, en el otro extremo, le hizo un gesto de asentimiento que expresaba su conformidad. Tulev movió la cabeza para responderles a todos y, a continuación, se dirigió a Geary.

—Yo elaboraré la lista —repitió.

—Gracias, capitán Tulev —dijo Geary—. Llegará un momento en que tendré que anunciarle a la flota la existencia de los alienígenas, pero, por ahora, creo que debemos seguir fingiendo que el peligro que suponen las puertas hipernéticas solo es un inoportuno efecto secundario de carácter tecnológico.

—Así tiene que ser —asintió Crésida—. Si anunciamos la posibilidad de que cualquier puerta hipernética se pueda colapsar en cualquier momento de modo espontáneo o de que pueda ser colapsada por los síndicos, y la respaldamos con imágenes de lo que ocurrió en Lakota, la gente tendrá todas las razones que necesita para actuar.

—De acuerdo. Volveremos a hablar antes de saltar hacia Varandal. Gracias por asistir a esta reunión y por sus consejos. También les agradezco que mantengan la discreción acerca de lo que hemos debatido sobre los alienígenas.

—Ojalá supiéramos más cosas —comentó Crésida—. Sigo trabajando en un sistema a prueba de fallos que podamos instalar en las puertas hipernéticas rápidamente y sin complicaciones. Creo que podrá estar listo para cuando lleguemos a Atalia.

—Esperemos que así sea. —Duellos suspiró—. No sabemos muy bien lo que piensan hacer estas criaturas ni lo que quieren.

—¿Plumas o plomo? —preguntó Desjani haciendo referencia al antiguo acertijo en el que solo el demonio que formulaba la pregunta sabía la respuesta correcta y podía cambiarla en cualquier momento. Como señaló Duellos en cierta ocasión, los alienígenas también eran enigmas en los que las respuestas y las preguntas no solo eran desconocidas sino que, además, reflejaban los procesos mentales observados en los humanos que intentaban comprender su propósito y su significado.

—No me robe la pregunta, capitana Desjani. Le agradecería que no jugase a los demonios con mi acertijo. Aunque, solo por curiosidad, ¿cuál es la respuesta correcta esta vez?

Desjani forzó una sonrisa.

—¿Le gustaría saberlo? Las mujeres pueden ser tan indescifrables como los demonios.

—No pensará en serio que voy a meterme en ese terreno, ¿verdad?

Cuando las imágenes de Tulev, Crésida y Duellos desaparecieron, Desjani miró con atención su unidad personal de datos.

—Disculpe, señor, pero me necesitan en ingeniería. —Se marchó a toda prisa y dejó solos a Geary y Rione.

La senadora, que parecía inusitadamente calmada, también se dispuso a marcharse, pero se detuvo antes de salir. Junto a la escotilla, y sin apartar la vista de la misma, le dijo a Geary:

—¿Qué le ocurrió al capitán Tulev? Dijo que ya no le quedaba nada.

Geary asintió y recordó los historiales personales que había leído.

—Su familia, esposa e hijos murieron durante un bombardeo que los síndicos llevaron a cabo en su mundo natal.

—Vaya —dijo Rione con gesto compungido—. Es horrible, pero debe de quedarle alguien, algún otro pariente… ¿Qué mundo era?

Geary intentó recordar el nombre. Había tantos planetas.

—Elys… ¿Elysa?

—¿Elyzia?

—Sí, eso es. —Geary la miró, molesto por que la copresidenta hubiera deducido el nombre al instante—. ¿Qué ocurrió allí?

—Un bombardeo síndico —contestó Rione con un hilo de voz que a Geary le costó oír—, aunque más prolongado de lo habitual; una maniobra más de un ataque a gran escala contra la Alianza. La mayor parte de la superficie planetaria quedó devastada y la inmensa mayoría de la población murió. Cuando los síndicos fueron expulsados, el planeta fue declarado inhabitable y los supervivientes fueron evacuados, a excepción de los pocos que prefirieron quedarse para ocupar las instalaciones defensivas reconstruidas por si a los síndicos se les ocurría volver. El capitán Tulev lo expresó de un modo literal. No le queda nada. —Rione miró a Geary a los ojos—. Excepto la flota. ¿Se da cuenta de que tienen eso en común?

—No. —Geary buscó un argumento con el que sostener su respuesta, pero no lo halló.

—Tomamos represalias en Yunren —prosiguió Rione como si hablase consigo misma—, un sistema estelar síndico fronterizo. Ahora tampoco queda nada allí, excepto algunas defensas ocupadas por los extremistas que solo viven a la espera de una oportunidad para aniquilar a los que arrasaron su mundo. Desde entonces, ambos bandos hemos evitado repetir algo así, aunque no sé si se debe a que devastar un planeta exige un gran esfuerzo o porque a todos nos espanta lo bajo que hemos caído.

Geary agitó la cabeza, asqueado.

—¿Cómo puede alguien dar una orden así?

—Es muy sencillo, capitán Geary. Solo tiene que trazar la estrategia a una distancia segura del enemigo mientras mira un gran visualizador estelar donde se representan un montón de planetas en miniatura. Simples puntos con nombres extraños. Objetivos. No el hogar de gente como usted, sino blancos que deben ser barridos con la excusa de proteger a gente como usted. Es muy sencillo —repitió— racionalizar el asesinato de miles de millones de personas.

—Resulta curioso —observó Geary—. He hablado con muchos marines, y dicen que tienen que deshumanizar a cada uno de sus enemigos para poder combatir. Saben que los ataques pueden ir demasiado lejos y que es posible que muera gente que, realmente, no supone una amenaza. Sin embargo, en lo alto de la jerarquía, los oficiales de mayor rango, los que nunca se enfrentarán con un enemigo cara a cara, tienen que deshumanizarlos por centenares, por millares o por millones.

Rione se giró para mirarlo.

—A veces me pregunto si los alienígenas tienen razón y es posible que llegue el día en que la humanidad se extermine a sí misma.

—Espero que no. Tengo la impresión de que lo ocurrido en Lakota afectó a muchos miembros de esta flota. No es posible ignorar los acontecimientos cuando ves como un planeta habitable es devastado mediante un simple bombardeo.

—En efecto, parece que afectó a mucha gente. ¿Qué me dice de la capitana Crésida? Miraba a Tulev como si compartiera algo con él. ¿También tenía familia en Elyzia?

—No —contestó Geary—. Su marido era oficial de la flota. Se casaron más o menos un año antes de que muriera en combate.

—¿Cuánto hace de eso?

—Dos años.

Rione asintió.

—Después de diez años, sigo esperando volver a ver a mi marido alguna vez. ¿Cree que la capitana Crésida aceptaría mis condolencias?

—Supongo que sí. Nunca me ha hablado de ese asunto, pero esa pérdida es algo que tienen en común.

Rione exhaló un suspiro lento y prolongado, como el último aliento de un corredor moribundo.

—No sé si fueron las mismísimas estrellas del firmamento las que lo trajeron hasta aquí, John Geary, pero en ocasiones pienso en esta guerra y rezo con todas mis fuerzas por que así haya sido y por que consiga ponerle fin a todo esto.

Cuando terminó de hablar, la copresidenta salió de la sala y dejó a Geary con la mirada perdida en la escotilla cerrada.