Capítulo 7

Cuando el teniente Íger lo llamaba desde la sección de Inteligencia, solía ser por un motivo interesante y, en ocasiones, incluso sorprendente. Por la experiencia de Geary, las sorpresas nunca eran agradables, pero, por lo general, las malas noticias terminaban siendo las más importantes.

Cuando Geary se personó en la sección, Íger parecía descontento, así que supuso que, nuevamente, el teniente le tenía preparada una noticia que no le agradaría en absoluto.

—Teniente, dígame que la guerra civil que se está librando en este sistema estelar no va a causarnos más problemas.

—Esto… sí, señor. Esta guerra no tiene por qué seguir afectándonos, señor. Se trata de un problema que nada tiene que ver con eso.

—Oh, estupendo. ¿Es muy grave?

—Sí, señor. Mucho.

Geary se frotó la nuca y empezó a notar en las sienes un incipiente dolor de cabeza.

—Muy bien. Lo escucho.

—Capitán Geary, hemos estado analizando las comunicaciones que los síndicos intercambian en este sistema estelar —informó Íger—; es decir, los mensajes que estaban en tránsito cuando llegamos aquí. Se trata de un proceso estándar: identificar los patrones de tráfico y los mensajes relevantes para intentar desbloquearlos y descifrarlos en la medida de lo posible. Lo primero que advertimos es que el porcentaje de mensajes de máxima prioridad enviados es mucho mayor de lo habitual; quiero decir, antes de que la autoridad central se colapsara.

Geary asintió. Las limitaciones propias de la velocidad de la luz podían suponer un inconveniente, pero no cuando lo que querías era interceptar mensajes enviados días u horas atrás, antes de que alguien supiera que el enemigo iba a llegar a un determinado sistema estelar. Esos mensajes seguían viajando hacia el exterior a la velocidad de la luz, y podían ser detectados.

—¿Alguna idea de cuál puede ser su contenido? Los síndicos conocían la posibilidad de que viniéramos aquí, de modo que esa podría ser una explicación.

—No, señor, no es tan sencillo. Hemos logrado desbloquear una parte de los mensajes de alta prioridad interceptados hasta el momento. —Íger se giró y pulsó diversos mandos para desplegar una serie de líneas de información—. Las hemos trazado a partir de las transmisiones de voz y de diversos tipos de mensajes de texto. Esta clase de comunicaciones informales suele ser la más útil, ya que los interlocutores se pueden expresar con mayor espontaneidad. En estos mensajes se hacen múltiples referencias a algo que no habíamos visto nunca. Como aquí, y aquí, y también en este.

Geary leyó las líneas que le señalaba el teniente y frunció el ceño.

—¿Una flotilla de reserva? ¿Había oído a los síndicos utilizar esa expresión con anterioridad?

—No, señor. Una consulta a la base de datos de los servicios de Inteligencia arrojó tan solo tres referencias a esta expresión en distintos informes sobre los síndicos, elaborados a lo largo de las últimas décadas. No existen datos reales, solo una identificación del uso de la expresión «flotilla de reserva» por parte de los síndicos, de manera que no es posible determinar de qué se trata. —Íger señaló otra línea—. Esta es una solicitud de suministros. Conseguimos desbloquear una buena parte de este mensaje porque sabemos cómo formatean los síndicos este tipo de peticiones y, por lo tanto, estábamos seguros de lo que debían significar determinadas secciones. Estos fragmentos son segmentos de la solicitud, y aquí tenemos una muestra de la petición que se suponía que Heradao debía proporcionar. Una característica de los síndicos es que utilizan un sistema de logística muy rígido. Si quieres proporcionarle alimentos a un crucero de batalla de clase D durante sesenta días, solicitas una cantidad X de esto, una cantidad Y de lo otro y así.

—Se diría que manejan cantidades desmesuradas de X y de Y —comentó Geary mientras leía la solicitud interceptada.

—Así es, señor. —Íger exhaló un largo suspiro—. Suponiendo que se trate de un suministro estándar para sesenta días, algo muy habitual entre los síndicos, y de una agrupación normal de unidades, esta solicitud serviría para abastecer a una fuerza de entre quince y veinte acorazados, unos quince o veinte cruceros de batalla y entre cien y doscientos cruceros pesados, cruceros ligeros y naves de caza asesinas.

Geary se vio asaltado por varias emociones al mismo tiempo, algunas bastante negativas. ¿Cómo podía existir todavía una fuerza síndica tan numerosa? Su flota había combatido heroicamente y había sufrido múltiples bajas, y parecía que el camino a casa estaba despejado… hasta ese momento. Intentó centrarse en las preguntas más constructivas.

—¿Seguro que todo esto no guarda ninguna relación con las tropas que acabamos de eliminar?

—Seguro, señor. Es imposible. Se estaba enviando al exterior del sistema estelar.

—¿Está sugiriendo que existe una fuerza síndica tan numerosa y que se encuentra en un sistema estelar no muy alejado de este?

—Sí, señor. —Geary no podía ignorar las palabras de Íger; el teniente nunca se andaba con rodeos a la hora de dar malas noticias.

—¿Cómo? ¿Cómo es posible que los síndicos cuenten con una fuerza tan descomunal sin que nuestros servicios de Inteligencia se hayan dado cuenta?

Íger matizó de nuevo.

—Tan solo es una suposición, señor, pero me temo que muy acertada. En una parte del tráfico de mensajes que creemos que guarda relación con la flotilla de reserva se mencionan dos sistemas estelares síndicos: Surt y Embla.

—¿Surt? ¿Embla? —Aquellos nombres le resultaban ligeramente familiares, aunque no recordaba muy bien por qué—. No consigo recordar dónde se ubican.

—Se encuentran muy lejos del espacio de la Alianza —explicó Íger mientras se acercaba al visualizador estelar que tenía junto a él—. Aquí, en la frontera síndica más alejada de la Alianza.

De pronto, todo tenía sentido.

—Una flotilla de reserva, mantenida como medida de seguridad en la frontera síndica para enfrentarse a los alienígenas si estos decidían atacarlos.

—Exacto, señor —convino Íger—. Esa es la interpretación más lógica. Una fuerza emplazada lo bastante lejos de la Alianza para que no pudiéramos detectarla y, así, no llegar nunca a saber de su existencia. Pero ahora al enemigo le preocupa tanto que volvamos a casa con una llave síndica de hipernet que se ha visto obligado a trasladar la flotilla para tratar de detenernos.

—Maldita sea. Esto nos viene muy mal.

—Mucho, señor.

—¿Alguna idea de dónde podrían estar ahora? —preguntó Geary sin apartar la vista del visualizador estelar.

—No muy lejos de aquí —sugirió Íger—. En teoría, en algún sistema estelar que se encuentre a uno o dos saltos de distancia. O, al menos, habrán estado a esa distancia hace muy poco.

—¿Kalixa, tal vez? Era uno de los destinos que barajábamos cuando estábamos en Dilawa. Allí podrían haber defendido la puerta hipernética; de ese modo, la puerta les permitiría cambiar de posición rápidamente en el caso de que al final no nos dirigiéramos a Kalixa.

Íger asintió.

—Es una teoría muy coherente, señor, pero las naves de guardia que salgan de aquí no tardarán en llegar a Kalixa, donde darán el aviso de que partimos hacia Heradao, de modo que podrían trasladarse a un sistema estelar desde el que cortarnos el paso.

Así que todavía quedaba una gran batalla que librar, tal vez con una fuerza veterana bien abastecida de células de combustible y armamento. La ira que este cambio de suerte despertó en Geary se aplacó cuando pensó en lo que podría haber ocurrido si la flota de la Alianza se hubiera encontrado con la flotilla síndica de reserva sin saber siquiera de su existencia.

—Teniente Íger, usted y sus hombres han realizado un trabajo excelente. Esta es una información de carácter decisivo. Bien hecho.

Íger se llenó de orgullo.

—Gracias, señor. Me aseguraré de trasladarle su felicitación a todo el equipo de los servicios de Inteligencia. —En ese momento, el oficial de Inteligencia pareció inquietarse—. Señor, sé que nuestra prioridad es preocuparnos por las consecuencias que esto podría suponer para nosotros, pero, si el enemigo lleva quién sabe cuánto tiempo manteniendo una gran fuerza a lo largo de su frontera, junto con lo que quiera que sean esos alienígenas, debe de tener una buena razón para desconfiar de lo que estos puedan hacer. ¿Y si los alienígenas descubren que la flotilla de reserva ha abandonado la frontera?

—Buena pregunta, teniente, pero estoy seguro de que ya se han dado cuenta. —Geary señaló los símbolos de las puertas hipernéticas—. Si los alienígenas pueden redirigir las naves situadas dentro de una hipernet, podemos deducir que saben cuándo las naves están utilizando esa hipernet, y la única forma de que la flotilla de reserva pudiera llegar tan lejos en un período de tiempo razonable es utilizando la hipernet síndica.

—Entonces saben que tienen una oportunidad única. —Íger se mordió el labio—. Y si destruimos la flotilla de reserva, algo que tendremos que hacer si nos cruzamos con ella, les estaremos allanando el camino.

Geary estudió el territorio de los Mundos Síndicos representado en el visualizador estelar e imaginó lo que podría ocurrir si los líderes síndicos perdían el control de los sistemas estelares disidentes, si su flota se volvía durante un tiempo demasiado débil para defender el espacio síndico y si los alienígenas decidían atacar en ese momento. Por lo que Geary sabía de historia, los imperios solían ser tan grandes como su capacidad de mantener bajo control a la población. Cuando la perdían, no tardaban en venirse abajo, y los Mundos Síndicos, excepto por su nombre, conformaban un auténtico imperio.

Debía destruir la flotilla síndica de reserva para poder llevar a casa a su flota, pero sabía que, al hacerlo, podría provocar que muchos sistemas estelares controlados por los síndicos terminasen igual que Heradao.

—¿Señor —preguntó Íger interrumpiendo la meditación de Geary—, tenemos alguna idea de cuáles pueden ser las intenciones de los alienígenas?

—No, teniente. Solo podemos hacer conjeturas basándonos en los pocos indicios que tenemos. Tampoco sabemos cuáles son sus capacidades, que son tan importantes como sus intenciones. Seguimos sin conocer prácticamente nada acerca de esos alienígenas. Teniente Íger, si nos topamos con esa flotilla de reserva, necesitaremos capturar a tantos oficiales síndicos veteranos como podamos, para averiguar lo que saben. Estoy seguro de que estarán al corriente de todo aquello que los síndicos hayan conseguido averiguar sobre los alienígenas.

—Es lo más probable, señor —convino Íger—. Aunque le sorprendería saber que hay quien se esfuerza por mantener los secretos y procura que ese tipo de información importante no llegue a quienes más la necesitan por miedo a que termine filtrándose.

—¿Se trata de una práctica habitual? Qué digo, claro que sí. Quizá fue eso lo que ocurrió cuando los onagros persas originales se pusieron a hacer ruido.

Había llegado el momento de celebrar una nueva reunión de la flota. Geary ya no detestaba aquellas juntas como antes, pero no le cabía la menor duda de que algunos de los oficiales cuyas imágenes se mostraban alrededor de la mesa virtual estaban conspirando contra él y contra varias naves de la flota. No obstante, la mayoría de los oficiales al mando se mostraban animados, tanto por la última victoria como porque pensaban que dentro de poco estarían en casa.

Por desgracia, aquel también era el momento de darles la mala noticia.

—Le he pedido al teniente Íger, de los servicios de Inteligencia, que nos acompañe y sea él quien los informe acerca de algo de lo que hemos estado hablando. —Mientras se sentaba, le hizo un gesto con la mano a Íger para cederle la palabra. Y, como ya sabía lo que el teniente iba a decir, se centró en observar la reacción de los convocados.

La alegría previa dio paso a la incredulidad y esta, a un sentimiento generalizado de rabia.

El capitán Armus se encargó de formular la pregunta que todos se estaban haciendo.

—¿Cómo han podido equivocarse tanto los servicios de Inteligencia?

Fue Geary quien respondió.

—Tal como me explicó el teniente Íger, la flotilla de reserva se había mantenido tan alejada del espacio de la Alianza que no se pudo detectar ningún rastro de su existencia.

—¿Por qué? —preguntó el oficial al mando del Arrojado—. Estamos hablando de un gran número de naves que los síndicos podrían haber utilizado en distintas ocasiones. ¿Por qué dejarlas apartadas en la frontera del espacio síndico más alejada de la Alianza?

—Solo podemos hacer conjeturas —contestó Geary. En realidad le estaba diciendo la verdad; todo lo que se sabía de los alienígenas de aquella región del espacio síndico eran meras especulaciones—. El caso es que eso es lo que hicieron, y ahora parece que han traído esa flotilla hasta aquí.

—¿Dónde están? —le preguntó a Íger el oficial al mando de la Dragón.

—Creemos que deben de encontrarse a un salto o dos de Heradao.

Geary activó el visualizador estelar y lo centró en esa región.

—Cuando llegamos a Heradao, la capitana Desjani y yo nos preguntamos por qué la flotilla síndica emplazada aquí habría dejado despejado el camino hacia Kalixa. Tal vez fuera porque la flotilla de reserva nos esperaba allí. Si hubiéramos seguido ese camino, la flotilla síndica nos habría seguido y nos habríamos visto atrapados entre dos potentes fuerzas enemigas.

—La clásica estrategia síndica —gruñó el capitán Badaya—. ¿Cuánto tiempo esperarán en Kalixa para ver si aparecemos?

Desjani señaló el visualizador.

—Una nave de caza asesina síndica que había detenida en el punto de salto hacia Kalixa saltó hacia allí después de que derrotásemos a la flotilla aquí emplazada. Hay otra cerca de ese punto de salto que está esperando a ver qué camino tomamos y, por supuesto, también hay dos naves de caza asesinas en las proximidades del punto de salto hacia Padronis.

Badaya estudió las imágenes del visualizador y asintió.

—Atalia. Lo sabrán cuando saltemos hacia Padronis; se darán cuenta de que no podemos llegar a Kalixa desde Padronis, así que se dirigirán hacia Atalia, porque saben que tenemos que ir por ese camino, e intentarán detenernos allí.

—Es una teoría muy razonable —observó Geary—. El teniente Íger y yo llegamos a la misma conclusión.

—Se diría que estamos quitando importancia a errores que son muy graves —dijo la capitana Kila en un tono moderado que contrastaba con su acusación—. ¿Cómo es posible no haber detectado una flotilla síndica compuesta, en parte, por veinte acorazados y veinte cruceros de batalla? —El teniente Íger, visiblemente incomodado por el comentario, quiso responderle—. No, teniente. No me interesan sus excusas. Si fuera un oficial de línea, lo habrían relevado ya por causa grave y…

—¡Capitana Kila! —intervino Geary con tal firmeza que la capitana se calló de inmediato—. El teniente Íger trabaja para mí, no para usted. De no haber sido por su esfuerzo y el de sus subordinados, ni siquiera sabríamos de la existencia de esa flotilla.

Kila le lanzó una mirada gélida.

—¿Quiere decir entonces, capitán Geary, que no le parece correcto responsabilizar de sus errores a quien se equivoca?

Geary notó como si se rompiera algún mecanismo dentro de él.

—De ser así, capitana Kila, debería responsabilizarla a usted por la pérdida del crucero de batalla Oportuna.

Un silencio sepulcral se apropió de la sala al completo.

Geary vio de soslayo que Desjani le recomendaba con los ojos que se contuviera. Sabía lo que la capitana le diría en voz alta si pudiera: «No puede enfrentarse a una oficial de esta flota por ser demasiado agresiva. Ninguno de sus oficiales lo aprobaría, ni siquiera en estas circunstancias».

Kila parecía haberse quedado pensando la respuesta adecuada.

El capitán Cáligo tomó la palabra antes de que Kila consiguiera reaccionar.

—Ahora debemos centrarnos en el futuro, no en el pasado. El enemigo son los síndicos, no los oficiales de esta flota.

Aunque sus palabras no revelaban nada nuevo, quizá, precisamente por eso, consiguieron aliviar la tensión que se respiraba en la sala.

—Cáligo tiene razón. No importa de dónde salieran los síndicos —declaró el capitán del Vengativo—. Nos encontraremos con ellos en Atalia, y eso es lo único que debería preocuparnos ahora mismo.

Geary respiró hondo.

—De acuerdo. Nos espera una última batalla antes de saltar hacia Atalia desde Padronis. Lo peor que podría pasarnos es que tuviéramos que luchar nada más alcanzar la salida, pero los síndicos no parecen seguir utilizando esa táctica. Cuando dispongamos del tiempo necesario para evaluar sus posiciones y su formación, entraremos y acabaremos con ellos.

—Apenas dispondremos de células de combustible —recordó Tulev—. No pudimos evitar la pérdida de la Trasgo, y eso empeoró mucho las cosas.

—Lo sé. Eso significa que ganaremos a pesar de nuestra situación logística. —En aquellas circunstancias, sus palabras resultaban muy inspiradoras, aunque no dejaran de ser banales. En cualquier caso, no se le ocurría nada mejor que decir.

—Somos mejores que ellos —añadió Desjani con un tono templado—. Podemos combatir con más inteligencia y mayor dureza. —Los oficiales que ocupaban la mesa empezaron a animarse al escucharla. Badaya la miró con un gesto de aprobación del que la capitana no pareció darse cuenta. Kila le arrojó su mirada más desdeñosa, pero Desjani también ignoró su expresión—. Venceremos de nuevo porque, además, combatimos guiados por un líder contra el que los síndicos no pueden presentar un rival digno.

Su discurso caló hondo. Incluso Tulev esbozó una sonrisa.

—Esto último no puedo discutirlo. Teniendo en cuenta su historial de batallas contra el enemigo, confío plenamente en el capitán Geary.

—Gracias —dijo el comandante de la flota—. Ahora todos conocen la situación a la que nos enfrentamos. Neutralizaremos a esta flotilla síndica igual que hemos hecho con todas las flotillas enemigas que se han cruzado en nuestro camino anteriormente. Creo que no hay muchas posibilidades de que esa flotilla de reserva se encuentre en Padronis, pero, por si acaso, también estaremos preparados cuando lleguemos allí. Volveré a verlos de nuevo en Padronis.

Una vez que todas las presencias virtuales se hubieron desvanecido y el teniente Íger se hubo marchado de la sala, apresuradamente y con un alivio mal disimulado, Geary se giró hacia Desjani y se encogió de hombros.

—Lo siento, he perdido los nervios con Kila.

—Es lo que ella pretendía —señaló Desjani—. Señor, no olvide que es una enemiga, por lo que, al tratar con ella, debe seguir las mismas reglas que con los síndicos. No deje que le tienda una emboscada.

—De acuerdo. Lo entiendo. La próxima vez que vaya a decir una estupidez, no dude en darme una buena patada.

Desjani enarcó las cejas.

—Sin duda, así conseguiría atraer unas cuantas miradas más. De hecho, parece que últimamente me gano muchas cada vez que abro la boca.

—Sí, tiene razón. Será mejor que se limite a lanzarme con discreción esa mirada suya que dice «no siga por ese camino».

—¿Tengo una mirada que dice «no siga por ese camino»?

—Oh, ya lo creo que sí. No finja que no sabe de lo que le hablo.

—No tengo ni idea. —La capitana se encaminó hacia la escotilla—. En cualquier caso, tenga cuidado con lo que dice de Kila. Está esperando el menor motivo para atacarlo.

—Solo una cosa más. —Desjani se detuvo—. La copresidenta Rione me pidió que le diera las gracias por la forma en que se dirigió al comandante Fensin. Le vino muy bien.

Desjani se encogió de hombros.

—Solo hice mi trabajo, señor. De cualquier manera, me alegro de haber sido de ayuda para el comandante Fensin.

—¿Quiere que le traslade su respuesta a la copresidenta? —dijo Geary con la esperanza de que las dos mujeres limaran sus asperezas.

—No, señor. No quisiera que se viera obligado a hablar con ella en mi nombre.

Geary se quedó observándola mientras se alejaba, consciente de que la enemistad entre ambas mujeres surgió, en parte, por su culpa, y que a aquel enfrentamiento sí que no sabía cómo ponerle fin.

Aún quedaba una cosa que hacer antes de que la flota abandonase Heradao. Ya había tenido lugar en todos los sistemas estelares en los que la flota había combatido, aunque eso no lo hacía más fácil. Geary vestía un uniforme de gala y estaba firme en la dársena del transbordador, ante una guardia ceremonial de marines y tripulantes ataviados también con sus trajes más formales. Todos los presentes lucían en el brazo izquierdo una cinta negra con amplios ribetes dorados.

Geary carraspeó y procuró hablar con un tono sereno.

—Toda victoria tiene su precio. En este sistema estelar hemos perdido a muchos compañeros que lucharon por su hogar y su familia, por aquello en lo que creían, por los amigos que combatían junto a ellos. Ahora es el momento de despedir a quienes cayeron con honor en el campo de batalla. Honremos su recuerdo y brindemos todo nuestro apoyo a los que dejan detrás. Sus espíritus han partido ya al encuentro de sus ancestros y, ahora, sus cuerpos serán confiados a una de las balizas que las estrellas del firmamento han puesto a nuestra disposición. Desde aquí les elevamos nuestro agradecimiento y nuestras oraciones.

La capitana Desjani dio un paso hacia delante, con rostro inmutable, y giró sobre sus talones para colocarse de cara a los marines.

—¡En ristre! —Los marines alzaron sus armas—. ¡Fuego! —Los fusiles, configurados con el nivel de descarga más bajo, liberaron hacia lo alto un abanico de luces intermitentes—. ¡Fuego! —Más destellos—. ¡Fuego!

Desjani retrocedió.

Geary se volvió para mirarla.

—Que los restos de los honorables caídos inicien su último viaje.

Desjani lo saludó y giró de nuevo sobre sus talones para transmitir la orden a todas las naves de la flota que habían sufrido bajas.

La flota de la Alianza liberó a los fallecidos. Centenares de cápsulas contenedoras de cadáveres; toda una flotilla de difuntos que partía hacia la estrella Heradao.

Geary podía escuchar a Desjani rezando en voz baja, así como el murmullo de las plegarias de los que lo rodeaban. Guardó unos instantes de silencio, susurrando algunas palabras que dirigió a sus ancestros por los que ya no estaban, y, finalmente, dio la orden que concluía la ceremonia.

—¡Rompan filas!

Los marines y los tripulantes, junto con otros que también habían asistido a la ceremonia, se fueron disgregando poco a poco. Geary permaneció en silencio, con los ojos fijos en una gran pantalla que mostraba la multitud de cápsulas fúnebres que se iban alejando de la flota.

Desjani se acercó a él.

—Siempre es la parte más dura —comentó—. Decir adiós.

—Sí, me gustaría haberlos podido llevar a casa para darles sepultura en su mundo natal.

La capitana hizo un gesto negativo.

—No es nada práctico. Habríamos tenido que adornar con guirnaldas fúnebres el exterior del casco de las naves, lo cual no serviría para honrarlos. En cambio, enviándolos al abrazo de una estrella, podemos despedirnos de ellos de la manera más digna.

—En mis tiempos, no era muy frecuente celebrar funerales en el espacio —dijo Geary—. Aunque es cierto que tampoco teníamos que despedirnos de tantos caídos.

—Es el lugar más apacible que se puede imaginar —insistió Desjani mientras se ponía una mano sobre el corazón—. Todo lo que somos procede de las estrellas. Ahora, los caídos regresan a su origen, y, algún día, ese astro despedirá los elementos que lo componen, tal como las estrellas vienen haciendo desde el principio. Y, con el tiempo, esos elementos se combinarán para dar origen a nuevas estrellas, nuevos mundos y nuevas vidas. «De las estrellas venimos —citó—, y a las estrellas regresaremos.» Este es un buen final, el mayor honor que podemos rendirles a los que cayeron junto a nosotros.

—Tiene razón. —Ni siquiera quienes menos creyeran en la utilidad del Ejército podrían rebatir la verdad contenida en las palabras de Desjani, y, aunque a Geary le desconcertaba la escala de tiempo que se necesitaba, también lo reconfortaba formar parte de un ciclo eterno simbolizado por las franjas doradas que ribeteaban el brazalete de luto que llevaba. Luz, oscuridad y, de nuevo, luz. La sombra era tan solo un intervalo.

—Y no olvide nunca —añadió Desjani— que de no haber sido por usted, todos los miembros de esta flota habrían muerto ya o estarían prisioneros en un campo de trabajo síndico, sin nada que esperar de la vida, excepto morir lejos de sus seres queridos.

—No lo hice yo solo. No podría haberlo conseguido sin el esfuerzo y el coraje de todos esos hombres y mujeres. Pero se lo agradezco. Me da muchas fuerzas cuando más las necesito.

—No hay de qué. —Por un instante, la capitana posó su mano sobre el brazo de Geary, cerca del brazalete de luto, y, después, se marchó sin decir nada.

Geary permaneció en la dársena un rato más, viendo las cápsulas alejarse en su viaje hacia la estrella.

Horas más tarde, la flota de la Alianza inició el salto hacia Padronis, dejando sumidas en la guerra civil a las ciudades de los distintos planetas de Heradao, que, poco a poco, se iban perdiendo en la lejanía.

Padronis, otro sistema estelar que los humanos habían abandonado, no tenía nada que pudiera interesar a la flota de la Alianza. Geary sacudió la cabeza mientras examinaba las valoraciones de los sensores de la flota sobre lo que los síndicos habían dejado en una pequeña estación de salvamento cuando se marcharon de la estrella. Allí no quedaba nada por lo que mereciese la pena ralentizar la marcha de ninguna de sus naves.

Tampoco esperaban otra cosa. Padronis era una enana blanca que brillaba solitaria en la inmensidad del espacio, sin el séquito de planetas y asteroides que solían encontrarse orbitando alrededor de las estrellas. Al igual que otras enanas blancas, de vez en cuando Padronis acumulaba demasiado helio en sus estratos exteriores y originaba una nova, momento en el que se desprendía de aquellos estratos y multiplicaba la intensidad de su brillo durante un breve período de tiempo. Aquellas novas ocasionales no ejercían un efecto muy positivo sobre los cuerpos que alguna vez estuvieron cerca de Padronis. Por tanto, hacía ya mucho tiempo que los planetas y demás astros habían sido reducidos a simples fragmentos y arrojados al vacío interestelar, así que ahora, en la órbita de Padronis, solo quedaban aquellas instalaciones síndicas, de construcción relativamente reciente y, en la actualidad, abandonadas. Algún día, Padronis volvería a generar una nova, con lo cual aquellas instalaciones también desaparecerían, pero los sensores de la flota, después de analizar la capa más superficial de la estrella, habían concluido que ese día todavía quedaba demasiado lejos como para preocuparse por ello.

—Imagine ser uno de los tripulantes de esa cosa —le dijo Geary a Desjani al tiempo que señalaba las instalaciones síndicas abandonadas que mostraba su visualizador—. Tuvieron que construir una estación de emergencia aquí porque eran muchas las naves que transitaban por medio de los sistemas de salto, aunque los que la ocupaban debían de sentirse como si los hubieran abandonado a su suerte. No creo que haya un sistema estelar más desamparado que este.

La capitana oscureció su expresión y asintió con la cabeza.

—Solo caer en un agujero negro podría ser peor, aunque eso es algo que únicamente podría ocurrirles a los científicos más fanáticos. Apuesto a que todos los tripulantes que destinaron a esas instalaciones eran criminales. Ir a un campo de trabajo durante años o ir a Padronis. Me pregunto cuántos se decantarían por el campo de trabajo.

—Creo que yo lo habría elegido. —Geary estaba a punto de decir algo más cuando su visualizador parpadeó antes de apagarse por completo al tiempo que las luces del puente del Intrépido se debilitaban.

—¿Qué ocurre? —preguntó Desjani a los operadores del puente mientras forcejeaba con sus mandos para obtener, sin éxito, diversos informes de estado.

—Suspensión de emergencia del sistema —informó uno de los consultores con asombro—. Por lo que sé, todas las funciones de la nave se han desactivado, excepto los sistemas de seguridad auxiliares.

—¿Por qué?

—Causa desconocida, capitana. He… Un momento. Los ingenieros están utilizando el sistema de comunicaciones activado por sonido para informarnos. Dicen que el núcleo energético sufrió un bloqueo de emergencia. Lo están evaluando todo antes de restaurar los sistemas.

Desjani apretó los puños.

—¿Qué puede haber causado un bloqueo de emergencia?

El consultor de ingeniería, débilmente iluminado por las luces de emergencia, parecía haberse quedado pálido.

—Todavía no se sabe. Gracias a las mismísimas estrellas, el núcleo consiguió desactivarse solo, capitana. Pero algo capaz de provocar un bloqueo de emergencia puede suponer un grave problema.

Geary rompió el silencio que se había producido tras el anuncio del consultor.

—¿Hemos evitado por los pelos un fallo del núcleo energético?

—Eso parece. La caída habría tenido consecuencias catastróficas. —Desjani miró con gesto sombrío a sus consultores—. Quiero los informes de estado completos de todos los departamentos lo antes posible, así como una estimación de los ingenieros del tiempo que llevará restaurar el núcleo.

—¿Podemos comunicarnos de algún modo con el resto de la flota? —preguntó Geary.

—Los sistemas de emergencia están activos, señor. Podemos comunicarnos por voz, pero no hay red de datos.

—Informen al resto de la flota de lo que nos acaba de ocurrir.

—Sí, señor. —El consultor de comunicaciones hizo una pausa antes de tomar aire de nuevo, estupefacto—. Señor, tenemos un mensaje del Arrojado en el que se informa de que la Loriga sufrió un fallo del núcleo energético al mismo tiempo que nuestro sistema entraba en suspensión. La Loriga ha quedado totalmente destruida. No hay rastro de supervivientes.

Que se produjera un fallo así en circunstancias normales era algo improbable pero no imposible. El hecho de que hubiera ocurrido dos veces al mismo tiempo solo podía significar que se trataba de un acto de sabotaje. Quien quiera que hubiera estado introduciendo gusanos en los sistemas de la flota había atacado de nuevo.

—¡Hijos de puta! —dijo Desjani entre dientes con las mandíbulas apretadas. Luego, elevando el tono, habló con lo que a Geary le pareció un control impresionante—. Informen a los ingenieros de que la causa probable del bloqueo de emergencia del núcleo energético es un gusano introducido en los sistemas operativos.

Todos los consultores se quedaron mirándola atónitos, hasta que el consultor de ingeniería asintió.

—Sí, capitana.

—Capitán Geary —dijo la consultora de operaciones—. El Arrojado solicita las instrucciones a transmitir al resto de la flota. ¿Han de mantener su posición respecto del Intrépido aunque su rumbo y velocidad varíen?

Por suerte, aquella era una decisión relativamente fácil. Maniobrar para restablecer la posición de una nave resultaría mucho menos costoso, en términos de consumo de combustible, que hacer que toda la flota se comportara igual que el Intrépido mientras sus sistemas de propulsión y maniobras permanecían inactivos.

—Dígale al Arrojado que se encargue de guiar a la flota hasta que el Intrépido restablezca el suministro energético.

Faltaban menos de veinte minutos para que el oficial de seguridad de los sistemas del Intrépido llamase al puente, pero a Geary le parecieron los veinte minutos más largos de su vida. Era fácil no darse cuenta de lo acostumbrado que estaba a mirar un visualizador, y obtener una vista de todo lo que necesitaba controlar, hasta que los visualizadores dejaron de funcionar y no aparecía nada frente a su asiento de comandante de la flota, aparte de la sección del puente del Intrépido que se veía desde ese ángulo. Por supuesto, en un nivel tan profundo del casco del Intrépido no había ventanas físicas, y tampoco en los sectores exteriores. Aquel tipo de construcción servía para mantener la resistencia y la integridad de la estructura, pero, en situaciones como aquella, una sencilla ventana habría servido para mantenerse en contacto con el resto de la flota.

—Capitana Desjani, lo hemos encontrado —informó el oficial de sistemas, cuya voz sonaba extrañamente lejana al ser transmitida por el circuito de emergencia activado por voz—. El gusano intentó provocar un fallo por sobrecarga del núcleo, pero los sistemas de seguridad auxiliares consiguieron bloquear el núcleo primero.

—¿Tiene alguna idea de por qué los sistemas de seguridad auxiliares de la Loriga no consiguieron salvarla? —preguntó Desjani.

—Solo puedo hacer suposiciones, capitana. Los sistemas operativos son extremadamente complejos, de modo que todas las naves cuentan con uno un poco distinto al de las demás, aunque en teoría deberían ser idénticos. Es posible que los sistemas de seguridad auxiliares de la Loriga fuesen lo suficientemente distintos como para dar lugar a una diferencia crítica. O tal vez las instrucciones del intento de sobrecarga llegasen justo durante la fracción de milisegundo en que nuestros sistemas auxiliares estaban buscando algo parecido, y los de la Loriga no. No pretendo sugerir que los fallecidos cometieran una negligencia, pero cabe la posibilidad de que los encargados de los sistemas de la Loriga no hubieran modificado los sistemas de seguridad auxiliares recientemente. No hay forma de saberlo, y quizá nunca lo averigüemos, ya que entiendo que lo poco que queda de la nave no podrá revelarnos gran cosa.

Desjani cerró los ojos por un momento y recitó una breve oración. Geary comprendía cómo se sentía. El Intrépido había sobrevivido por los pelos.

—¿Está seguro —le preguntó la capitana al oficial— de que los sistemas han quedado completamente limpios?

—No hemos encontrado nada más, capitana.

—Eso no es lo que le he preguntado.

—¡Sí, capitana! ¡Quiero decir, no, capitana! Si quedase algún otro gusano, lo habríamos encontrado. Estoy completamente seguro.

Desjani curvó hacia arriba las comisuras de sus labios hasta formar una sonrisa apagada.

—Eso es exactamente lo que está haciendo. Asegúrese de que no queda ningún rastro de ese gusano y siga buscando posibles amenazas para nuestros sistemas. Avíseme cuando el ingeniero jefe y usted consideren oportuno reiniciar el núcleo energético.

—Sí, capitana. El tiempo estimado es de otros quince minutos.

Desjani se reclinó en su sillón de mando y recorrió el puente con la mirada.

—Descansen. Todavía faltan quince minutos. Estén preparados para ponerlo todo en marcha cuando se restablezca el suministro energético.

Geary, que no podía distraerse ocupándose de los problemas que Desjani y su tripulación debían resolver en aquel momento, se quedó mirando fijamente al mamparo más cercano.

—Tenemos que encontrar a los responsables de esto —dijo por fin entre dientes para Desjani, movido por la frustración—. Esta vez han conseguido destruir una de nuestras naves.

—Pero ¿por qué la Loriga? —preguntó Desjani en voz baja—. ¿Tiene alguna teoría?

—Sí. —La comandante Gaes, la oficial al mando de la Loriga, fue quien avisó cuando el primer gusano se infiltró en el sistema. Conocía algo que, al parecer, quien introdujo los gusanos consideraba un exceso de información.

Desjani asintió con la cabeza sin dejar de mirar a Geary.

—Gaes se fue con Falco, pero ella lo apoyó a usted desde que la Loriga volvió a unirse a la flota. Los contactos que Gaes mantuvo con los oficiales disidentes debieron de serle de utilidad a usted.

—Así es. Según parece, yo no era el único que pensaba así.

—Capitán Geary, descubriremos quiénes son los culpables de esto —le prometió Desjani—. Alguien tiene que saber quién lo hizo, y seguro que está dispuesto a hablar.

Geary no estaba tan seguro de ello. Los gusanos programados para destruir de inmediato naves de la Alianza habrían suscitado protestas en cuanto el conocimiento de su existencia se extendiese más allá de un reducido círculo de personas, que ahora eran conscientes de que en el momento en que las desenmascarasen serían conducidas ante un pelotón de fusilamiento.

Después esperaron en silencio. Dado que solo funcionaban los sistemas de emergencia y las luces que seguían brillando lo hacían a baja intensidad, el puente comenzaba a parecer una pequeña jaula. Geary se preguntó si la temperatura estaría subiendo tanto como él se imaginaba y el aire empezaba a viciarse tanto como a él le parecía. Sabía, no obstante, que los sistemas de seguridad auxiliares mantendrían las funciones básicas durante mucho más tiempo del que había transcurrido desde el bloqueo del núcleo, así que se obligó a relajarse y a aparentar tranquilidad.

—Los sistemas del núcleo energético han sido saneados —indicó, por fin, el esperado mensaje—. Se confirma que no queda ningún rastro del gusano causante de la suspensión. Solicito permiso para reiniciar el núcleo energético.

—Hágalo —asintió Desjani con sequedad. Minutos más tarde, las luces del puente volvieron a encenderse y las hélices de los conductos de ventilación comenzaron a emitir un zumbido más fuerte. Menos de un minuto después, los visualizadores volvieron a activarse—. Llévenos de nuevo a nuestra posición —le ordenó al consultor de maniobras—. Es posible que nos hayamos desviado un poco respecto a las otras naves. Colóquese sobre el Arrojado, después continuaremos guiando la flota.

La reaparición de los visualizadores fue de gran ayuda. Geary empezaba a temer que hubieran perdido más naves y que nadie se lo hubiera dicho. Ahora podía estar seguro de que solo habían destruido la Loriga, aunque tampoco podía considerarlo una buena noticia. Al revisar los informes de la nave que estaba más próxima a la Loriga cuando esta explotó, no pudo reprimir un gesto de desolación.

—No hay supervivientes.

—Si los hubiera habido, tendrían que haber salido en las cápsulas de escape antes de la sobrecarga del núcleo —señaló Desjani—. Después no habrían sobrevivido durante mucho tiempo, una vez que el resto de la flota hubiera sabido lo que eso implicaba.

La capitana tenía razón, por supuesto, pero eso no hacía las cosas más fáciles. Tras respirar hondo, Geary ordenó que se desplegara una ventana de comunicaciones para enviar un mensaje a toda la flota.

—Les habla el capitán Geary. El Intrépido y toda su tripulación se encuentran a salvo. Estamos investigando las causas de la sobrecarga del núcleo de la Loriga y del bloqueo del núcleo del Intrépido. Si alguien tiene cualquier tipo de información acerca de estos incidentes, que se ponga en contacto conmigo de inmediato.

«Investigando», una palabra demasiado grande para referirse a un proceso del que no cabía esperar ningún resultado. Si los responsables de infiltrar el gusano habían actuado con la misma diligencia que cuando provocaron las infecciones anteriores, no habrían dejado ningún identificador gracias al cual poder rastrear el gusano hasta su origen. Consciente de ello, Geary tuvo que contenerse para no golpear el mamparo más cercano de pura frustración.

En lugar de eso, abrió su lista de mensajes, no con la esperanza de encontrar las respuestas que necesitaba, sino más bien en busca de algo que lo distrajera. Frunció el ceño al toparse con varias decenas de mensajes de alta prioridad que ya aguardaban en la cola. Debieron de llegar a la red de la flota mientras los sistemas del Intrépido estaban inactivos, de modo que no le traerían las respuestas a su solicitud de información. Tardaría una eternidad en revisarlos todos, y, al fin y al cabo, solo consistirían en preguntas del tipo «¿Qué ha ocurrido?» y «¿Se encuentran bien?».

En ese momento se quedó paralizado, con los ojos abiertos de par en par.

Uno de los mensajes incluía una etiqueta que indicaba que procedía de la Loriga.

—Capitana Desjani, ¿puede confirmarme la hora de la destrucción de la Loriga? —solicitó Geary.

La capitana lo miró extrañada, preguntándose, sin duda, por qué aquel dato era tan importante de repente.

—Nuestro núcleo energético entró en bloqueo de emergencia a las 14.12. Según los registros del sistema que nos envió el resto de la flota, la Loriga estalló… dos coma siete segundos después de las 14.12.

Geary releyó el mensaje.

—Tengo un mensaje de la Loriga cuya hora de transmisión indica las 14.15.

—¿Señor? —Desjani se colocó junto a Geary, se inclinó sobre su hombro para mirar su visualizador y pulsó algunos de los mandos que él tenía junto a su mano—. La red de comunicaciones de la flota indica que el mensaje se recibió para su transmisión después de las 14.14. Se envió al minuto siguiente. —La capitana se puso firme y miró iracunda al consultor de comunicaciones—. ¿Cómo es posible que el sistema de comunicaciones indique que se envió un mensaje desde la Loriga después de que la nave fuese destruida?

—Eso no es posible, capitana. Aunque su entrega se retrasara, el sistema lo registraría una vez el envío se realizase. —El consultor se mostró desconcertado por un momento; después, pareció comprender lo que ocurría y asintió con la cabeza—. El mensaje tuvo que ser apartado y ocultado dentro del sistema. Se supone que algo así no debe hacerse, pero existen distintos modos de conseguirlo. La Loriga, o alguien que viajaba a bordo de ella, envió el mensaje con antelación a la red del sistema de comunicaciones, pero lo mantuvo escondido bajo un protocolo para que el sistema no pudiera detectarlo hasta que se produjera un evento concreto, como la llegada de una hora determinada.

Geary sacudió la cabeza.

—¿Por qué iba la Loriga a hacer algo así? —Se le ocurrían múltiples razones por las que alguien que hubiera cometido algún error querría alterar la hora de envío de un mensaje, aunque no conseguía entender qué podría haber llevado a un tripulante de la Loriga a hacer algo así. Geary desplegó el mensaje y lo leyó de principio a fin. En realidad, el texto no consistía en un mensaje sino en una inmensa maraña de código.

—Capitana Desjani, ¿quién podría decirme qué es esto?

Desjani lo miró y pulsó algunos mandos más.

—Señor, con su permiso, solicitaré una valoración a mi oficial de seguridad de sistemas antes de enviar el mensaje a ningún otro destinatario. No sabemos qué podría contener.

En ese momento, Geary sintió una punzada de miedo y rabia.

—¿Podría ser este el gusano que ha estado a punto de aniquilarnos?

—No enviado de esta manera —contestó Desjani negando con la cabeza—. Los filtros y cortafuegos de esta sección del sistema de comunicaciones no permiten el paso de nada que esté activo. Enviar el gusano de esta manera sería como disparar contra la fotografía de un misil dirigido hacia nosotros en lugar de contra el verdadero misil, en el caso de que ese sea el contenido de este mensaje. Mi equipo de sistemas podrá confirmárnoslo.

La respuesta no tardó en llegar; el rostro del oficial de seguridad de sistemas de la capitana apareció en unas pequeñas ventanas que se mostraban en los visualizadores de Geary y de Desjani. La expresión del capitán de corbeta era de absoluto desconcierto.

—Señor, capitana… El mensaje de la Loriga corresponde al código del primer gusano, el que podría haber interferido con los sistemas de salto de todas las naves.

—¿Ese gusano procedía de la Loriga? —Geary sintió una profunda decepción. Confiaba en la comandante Gaes, llegó a darle una segunda oportunidad, y aun así…

—No, señor. El mensaje es una copia del primer gusano; todavía conserva la información de rastreo del sistema y la identidad de la nave remitente. No me explico por qué la Loriga tenía una copia. —El oficial de seguridad de sistemas del Intrépido tragó saliva nerviosamente—. Según los datos de la transmisión de la Loriga, el origen del gusano es la Inspiradora, señor.