Capítulo 6
Las trayectorias de los transbordadores y las bombas se cruzaron para, instantes después, separarse de tal manera que las naves siguieron ganando altitud y las rocas continuaron descendiendo directas hacia la superficie. Geary oyó que los pilotos de los transbordadores gritaban por el circuito de mando.
—¡Uno de esos malditos pedruscos casi me arranca la oreja!
—¡Turbulencias severas! ¡Intentando mantener el control!
—¡Hemos perdido la escotilla principal! —informaron desde el transbordador Dos—. ¡Asegúrense de que esos marines se aprietan bien el cinturón y mantienen la armadura sellada! ¡Será lo único que los proteja del vacío!
En la superficie, todo el sector central del antiguo campo de prisioneros saltó por los aires a consecuencia de la brutal explosión producida por los impactos simultáneos de las rocas de bombardeo. Los escombros y la metralla salieron disparados hacia arriba, persiguiendo a los transbordadores como si el planeta entero quisiera saltar para engullirlos y devolverlos a la superficie.
A continuación, se produjo otro estallido entre las ruinas acumuladas en un flanco del campo, y un hongo de fuego, aún más grande, se elevó como acariciando el cielo.
—Los síndicos han detonado una de sus bombas nucleares —informó la consultora de operaciones.
—Vamos —urgió Desjani a los transbordadores con un susurro mientras estos se elevaban todavía perseguidos de cerca por la onda expansiva y una columna de escombros.
—¡Nos han alcanzado! Daños en la unidad de elevación de estribor. Mantenemos la trayectoria. Velocidad máxima reducida un veinte por ciento.
—Alejándonos de la zona de riesgo.
—Daños múltiples en la parte inferior. Dos orificios. Cambiando a sistema auxiliar los controles de maniobra.
Geary no estaba seguro de si había pasado el peligro, si los transbordadores se habían salvado de la destrucción en el campo de prisioneros y habían escapado de los comandos síndicos que lo ocupaban. Pero sus dudas no tardaron en disiparse.
—Todos los transbordadores están a salvo. La Coloso se está acercando al transbordador Dos para realizar un acoplamiento de emergencia. Los transbordadores Uno y Tres continúan según lo previsto hacia la Espartana y la Custodia.
—Muy bien —dijo Desjani con una sonrisa—. Era mi plan.
—De acuerdo —convino Geary, casi riendo de puro alivio mientras activaba el circuito de mando—. Incansable y Represalia, los felicito por su puntería. Todas las naves se han comportado de una manera ejemplar y todos los marines y transbordadores de la flota han cumplido con su deber de un modo intachable. Tan pronto como recuperemos el último transbordador, la flota continuará rumbo al punto de salto hacia Padronis. —Finalizada la transmisión, cerró los ojos durante unos instantes y respiró hondo—. Y yo que pensaba que las operaciones de la flota eran duras.
En la superficie, lo único que se movía entre las ruinas del antiguo campo de prisioneros eran los escombros que iban cayendo a tierra y el hongo nuclear, que seguía elevándose en uno de sus flancos.
Desjani no paraba de sonreír.
—Podemos decir que los síndicos han cumplido con la parte de su misión en la que tenían que suicidarse, ¿no?
Geary pensó en lo que aquellos comandos podrían haberles hecho a sus marines, a sus transbordadores y a los miles de prisioneros de la Alianza que habían sido liberados, y asintió con la cabeza.
Durante la media hora siguiente, mientras los transbordadores atracaban en distintas naves de la flota, los ánimos se fueron calmando. En la superficie de Heradao, algunas regiones se estremecieron debido a los enfrentamientos entre las tropas leales a las facciones rebeldes y la autoridad central síndica, si bien ninguna de las fuerzas intentó disparar contra las naves de la Alianza.
—¿Es necesario proporcionar cobertura a los guardias síndicos en retirada y a sus familias? —preguntó Geary.
—No hay indicios de persecución, señor. Lo más probable es que los habitantes de ese planeta crean que los guardias saltaron por los aires junto con el campo de prisioneros.
—Bien. —Después de tanta actividad frenética, Geary estaba inquieto, ansioso por que llegase el momento de ordenarle a la flota que se pusiera en marcha. Mientras esperaba, volvió a darle vueltas a una cuestión que le intrigaba. Miró a Desjani con expresión de curiosidad—. ¿Por qué demonios los dispositivos de engaño de los marines se llaman onagros persas?
Desjani le contestó con el mismo desconcierto.
—Estoy segura de que hay un motivo. Teniente Casque, en este momento no tiene ninguna tarea pendiente, ¿verdad? Compruebe si la base de datos arroja alguna explicación.
—¿Y quién diantres les pondría el nombre de munutranho a esas cosas? Hace que parezcan adorables.
Esta vez Desjani se limitó a abrir las manos, incapaz de encontrar una explicación.
—Seguro que el nombre fue acordado por consenso. ¿Cómo llamarían a la munutranho en… en… el pasado?
Geary se preguntó qué expresión habría omitido Desjani tan hábilmente para referirse al siglo pasado.
—La llamaban ANP: Armas Nucleares Portátiles. Un nombre directo y sencillo.
—Pero todas las armas nucleares son portátiles —objetó Desjani—. Algunas se han de transportar en misiles o naves de gran tamaño, pero siguen siendo portátiles.
Geary la atravesó con la mirada.
—¿Alguna vez trabajó como redactora en la agencia literaria de su tío?
—Varias veces. ¿Qué tiene eso que ver con esto?
—¿Le gusta el término «munutranho», capitana Desjani?
—¡No! En la flota se le suele dar el nombre de MAN.
—¿MAN? —¿Por qué el nuevo siglo no traería incluido un glosario que recogiera los términos más frecuentes? Aunque, ahora que lo pensaba, había oído aquel término a los tripulantes en varias ocasiones.
—Sí. —Desjani hizo un gesto de disculpa—. «Marines con Armamento Nuclear.» Es una forma abreviada que los tripulantes utilizan para referirse a algo que es una mala idea.
Geary se obligó a mantener la compostura.
—Supongo que algunas cosas nunca cambian. ¿Cree que alguna vez los marines y los tripulantes se han llevado bien?
—Nos llevamos muy bien cuando los ejércitos planetarios se meten con nosotros —señaló Desjani—. Y cuando hay una misión que cumplir.
—¿Y en los bares?
—En los bares la cosa cambia, a menos que haya también miembros de los ejércitos planetarios.
—Como en los viejos tiempos —convino Geary.
—¡Capitán! —intervino el teniente Casque—. La base de datos indica que los onagros persas se llaman así por una antigua historia. El pueblo de los persas invadió un territorio y se vio atrapado por un enemigo con mayor capacidad de movimiento, así que decidieron huir de noche para que su oponente no se diera cuenta. Los persas disponían de unas cosas llamadas «onagros» que el enemigo no había visto hasta entonces. Aquellos onagros hacían mucho ruido, de modo que los persas los dejaron atrás para que el rival pensara que ellos también seguían allí. Supongo que esos onagros eran una especie de sistema primitivo de engaño.
El teniente Yuon miró atónito a Casque.
—El onagro es un animal.
—Oh. Capitana, el onagro es…
—Gracias. Lo sé. —Con cierto escepticismo, Desjani le planteó sus dudas al teniente Casque—. ¿De qué año data esta historia? ¿Qué debemos entender por «antigua»?
—Capitana, la fuente lleva el identificador «libro antiguo, Tierra», sin especificar fechas. Supongo que los marines leyeron el relato en este libro.
—Excelente suposición, teniente. —Desjani le hizo un gesto a Geary para expresar que ella no tenía manera de haberlo sabido—. Ahí tiene su respuesta, señor. Los marines conocían esta historia. Tal vez la consideren el primer caso documentado de empleo de métodos de engaño en la guerra. Aunque yo creo que, más bien, el primer caso fue el de aquel caballo de madera del que oí hablar una vez. En cualquier caso, el nombre se debe a una vieja historia.
—Más vieja aún que yo —contestó Geary—. Al menos, estoy seguro de que lo que cuentan tuvo lugar antes de que yo me uniese a la flota. —Nunca pensó que podría llegar a bromear sobre lo mucho que hacía de aquello, pero, gracias al ambiente relajado que se respiraba tras el combate en tierra, esa cuestión ya no le parecía tan angustiosa como antes.
—Señor —llamó la consultora de operaciones—, todos los transbordadores han sido recuperados.
—Excelente. —Geary ordenó acelerar el avance de la flota para reunirse con los buques de guerra reparados, las naves auxiliares y los escoltas en la región donde se habían enfrentado a la flotilla síndica. Cuando se reencontrasen, la flota pondría rumbo al punto de salto hacia Padronis—. Hay una cosa que me intriga. Nosotros sabíamos que últimamente la flota síndica había sufrido muchos daños; ahora bien, ¿cómo lo sabían los rebeldes de este sistema estelar? Se sublevaron casi a la vez que destruimos la flotilla síndica en esta zona.
Rione, con aire meditabundo, contestó a su pregunta.
—Seguro que los habitantes de los Mundos Síndicos están al tanto de muchos rumores, pero los únicos que podrían conocer el verdadero alcance de las pérdidas de la flota son los oficiales de alto rango y los directores generales, lo que significa que algunos miembros de la cúpula síndica forman parte de los grupos que pretenden derrocar al gobierno síndico de Heradao. La corrupción llega tan hondo como nos temíamos.
—En ese caso, esta situación podría repetirse en otros lugares, a medida que la noticia se vaya conociendo —dijo Geary.
—Tal vez. Pero los síndicos todavía pueden intentar mantener el control de los distintos sistemas estelares. Un posible colapso de los Mundos Síndicos tardaría mucho tiempo en extenderse a todos los sistemas estelares.
—¿Mucho tiempo? Lástima —murmuró Desjani mientras consultaba su visualizador—. Los transbordadores que traen a algunos de los prisioneros liberados al Intrépido se están preparando para desembarcar.
Geary se levantó de su asiento.
—Vayamos a darles la bienvenida.
—Sí —convino Rione—, si la oficial al mando del Intrépido no se opone a que yo también esté presente.
—Por supuesto que no, señora copresidenta —respondió Desjani con un tono muy profesional.
Llegaron a la dársena del transbordador en el momento en que la tercera nave bajaba la escotilla principal y los exprisioneros comenzaban a bajar por la rampa. Los presos liberados fueron saliendo en fila del transbordador, mirando a su alrededor con una mezcla de júbilo e incredulidad. Vestidos con los harapos de sus antiguos uniformes o con la ropa de civil hecha jirones por los síndicos, se parecían a los prisioneros que fueron liberados tiempo atrás en el sistema estelar Sutrah. La escena y las emociones que todos sentían eran las mismas que entonces.
—Supongo que uno siempre se alegra de liberar a sus prisioneros de guerra —murmuró Desjani como si supiera lo que Geary estaba pensando.
En ese mismo instante, alguien dio una voz desde el otro lado de la dársena.
—¿Vic? ¿Vic Rione? —Uno de los prisioneros (un hombre alto y flaco que lucía una insignia de comandante en su viejo abrigo) los miraba sin dar crédito a lo que veía.
Victoria Rione se quedó perpleja y tomó aire sobrecogida. Acto seguido, recuperó la compostura y gritó su respuesta.
—¡Kai! ¡Kai Fensin!
Rione se adelantó unos pasos para recibir a Fensin a la vez que este abandonaba la fila y se apresuraba a reunirse con ella. Algunos de los escoltas que dirigían a los prisioneros hacia la enfermería se dispusieron a detener a Fensin, pero abandonaron la idea cuando Desjani les hizo un gesto.
—¿Vic? —preguntó Fensin atónito cuando llegó hasta ellos—. ¿Cuándo te uniste a la flota? Por ti no pasa el tiempo.
—¿Vic? —murmuró Desjani de forma que solo Geary pudiera oírla.
—No sea mala —le susurró él antes de que se unieran a Rione.
La copresidenta movía la cabeza a ambos lados y parecía sentirse violenta.
—Me siento mucho mayor y no, no me he unido a la flota, Kai. ¿Puedo presentarle al comandante, el capitán Geary?
—Geary. —El comandante Fensin sonrió con incredulidad—. En el transbordador nos dijeron quién comandaba la flota. ¿Quién si no podría haberla traído hasta aquí para liberarnos? —De pronto, como si se avergonzase de su actitud, Fensin se puso firme—. Es un honor, señor, un gran honor.
—Descanse, comandante —ordenó Geary—. Relájese. Ya habrá tiempo más adelante para ceremonias.
—Sí, señor —dijo Fensin—. Una vez serví junto con otro Geary: Michael Geary, su sobrino nieto. Éramos oficiales subalternos en la Derrocada.
Geary notó que la sonrisa se le evaporaba del rostro. Fensin se dio cuenta y se puso nervioso.
—Lo siento. ¿Ha muerto?
—Es posible —respondió Geary, preguntándose cómo sonaría su voz—. Su nave fue destruida en el sistema nativo síndico cuando cubría la retirada de esta flota.
—¿Se marcó un Geary? —soltó Fensin sin pensar, en referencia a la última batalla por la que Black Jack se hizo popular—. ¡Quién lo iba a decir! Me refiero… —Fensin no podía creer que su boca lo estuviera traicionando de una manera tan vergonzosa.
—Lo comprendo —dijo Geary—. Michael no pensaba mucho en Black Jack después de haber tenido que crecer bajo su sombra. Sin embargo, llegó a entenderme mejor con el tiempo, cuando se vio en la misma situación. —Era el momento de desviar la conversación hacia algún tema menos incómodo—. ¿De qué conoce a la copresidenta Rione?
—¿Copresidenta? —Fensin miró a Rione.
La Política asintió con la cabeza.
—De la República Callas. Y, esto… cómo no, miembro del Senado de la Alianza, en consecuencia. Me introduje en la vida política para servir a la Alianza después de que Paol… —Rione se interrumpió y cerró los ojos durante un segundo—. Me dijeron que murió, pero hace poco he sabido que lo hicieron prisionero. ¿Tú sabes algo?
Kai Fensin pestañeó brevemente.
—Estaba en la misma nave que el marido de Vic —le explicó a Geary—. Disculpe, quiero decir, de la copresidenta Rione.
—Para ti sigo siendo Vic, Kai. Entonces, ¿sabes algo?
—Nos separaron poco después de que nos capturaran —explicó Fensin—. Paol estaba herido de gravedad. Me dijeron que había muerto en la nave, así que me sorprendió ver que seguía resistiendo. Luego, los síndicos se llevaron a los que se encontraban peor, en teoría para curarlos, pero… —Hizo una mueca—. Ya se sabe lo que hacen con algunos prisioneros.
—¿Lo mataron? —le preguntó Rione con un hilo de voz.
—No lo sé. Te juro por mis ancestros, Vic, que no lo sé. No volví a saber nada de él ni de ninguno de los que se llevaron con él. —Fensin se encogió de hombros, apesadumbrado—. En el campo había más hombres de nuestra nave. No creo que ninguno de ellos haya venido al Intrépido, pero allí hablábamos mucho; aparte de hablar, en el campo no había mucho que hacer cuando los síndicos no te estaban obligando a excavar zanjas o picar piedras. No creo que los demás sepan qué fue de Paol. Ojalá pudiera decirte algo, transmitirte un recuerdo o alguna palabra, pero aquello era un auténtico caos; los síndicos nos separaron y él apenas estaba consciente.
Rione se esforzó por sonreír.
—Sé lo que habría dicho.
Fensin vaciló; sus ojos saltaron de Rione a Geary.
—En el transbordador he escuchado muchos rumores. Todo el mundo quería ponerse al día. Alguien dijo algo acerca de una política y el comandante de la flota.
—El capitán Geary y yo mantuvimos una breve relación —aclaró Rione con circunspección.
—Terminó cuando supo que su marido aún podría seguir vivo —añadió Geary. No era del todo cierto, pero sí lo bastante como para que se sintiera libre de culpa al comentarlo.
El comandante Fensin asintió con gesto de agotamiento.
—No habría culpado a Vic, señor. Tal vez lo hubiera hecho antes de que me encerraran en aquel campo de trabajo, cuando pensaba que las reglas del honor eran muy sencillas. Ahora sé lo que se siente al creer que ya nunca volverás a ver a alguien porque esta guerra es eterna, y ves que la gente se muere en el campo de trabajo, personas que han pasado allí casi toda su vida, y piensas que algún día tú correrás la misma suerte. En aquel campo muchos encontraron una nueva pareja, pues pensaban que ya nunca volverían a ver a la que dejaron atrás. Personas casadas que empezaron a cuidar de otros o que buscaban a alguien que cuidara de ellos. Supongo que cuando regresen a su hogar sufrirán mucho, de un modo u otro.
Se giró hacia Rione.
—Yo también lo hice.
Rione lo miró con una ternura de la que Geary jamás la hubiera creído capaz, como si reencontrarse con aquel hombre que formaba parte de su pasado la hubiera hecho recordar una época más feliz.
—¿Ella ha venido también en esta nave?
—Murió. Hace tres meses. A veces, la radiación de ese planeta causa muchos problemas, y los síndicos no desperdician su dinero en tratamientos para los prisioneros. —Ahora el semblante de Fensin reflejaba su angustia—. Que las mismísimas estrellas me perdonen, pero no puedo dejar de pensar que eso me hace las cosas mucho más fáciles ahora. No sé cómo estará mi esposa ni si sabe que estoy vivo, pero ahora no tengo que elegir. No me he convertido en un monstruo, Vic, pero no puedo quitármelo de la cabeza.
—Lo entiendo —dijo Rione al tiempo que llevaba su mano al brazo del comandante Fensin—. Deja que te acompañe hasta la enfermería para que te hagan el reconocimiento. —La copresidenta y Fensin se marcharon mientras Geary los veía alejarse.
Desjani carraspeó suavemente.
—Que nuestros ancestros se apiaden de él —murmuró.
—Sí, tiene que haber vivido un infierno.
—Es agradable ver que también tiene corazón —añadió Desjani—. Vic, quiero decir.
Geary la miró con gesto reprobatorio.
—Sabe cómo reaccionaría si la llamase así.
—Desde luego que lo sé —afirmó la capitana—. Pero no se preocupe, señor. Me lo guardaré para el momento adecuado.
Geary rezó para no encontrarse en medio cuando eso sucediera.
—¿Cuántos de los prisioneros liberados estarán en condiciones de incorporarse a su tripulación?
—Aún no lo sé, señor. Es como cuando rescatamos a los de Sutrah. Será preciso entrevistarlos y evaluarlos para determinar sus habilidades y comprobar hasta qué punto están oxidados. Posteriormente, el sistema de gestión de personal ayudará a las distintas naves a decidir quién debe ir adónde.
—¿Puede…?
—Mantendré al comandante Fensin a bordo del Intrépido, señor. —Desjani lo escrutó con la mirada—. Tal vez así La Política se olvide un poco de nosotros y deje de controlarnos tanto.
—¿Sabe? Tiene carta blanca para portarse bien, incluso con ella.
—¿En serio? —Desjani, con expresión hermética, volvió a mirar hacia los prisioneros—. Debo dar la bienvenida al Intrépido a los demás, señor.
—¿Le importa si al mismo tiempo yo les doy la bienvenida a la flota?
—Por supuesto que no, señor. —La capitana lo miró apenada—. Sé que no le hace gracia el modo en que reaccionarán al verlo.
—No, la verdad, pero saludarlos también es parte de mi trabajo.
Una extraña sensación lo embargó mientras caminaba entre los prisioneros liberados, algunos de los cuales habían envejecido allí tras pasar décadas en el campo de trabajo síndico, al pensar que todos ellos habían nacido después que él. Ya se había enfrentado a la misma situación con la tripulación del Intrépido, y logró olvidar el hecho de que sus vidas comenzaron muchos años después de que la suya, en teoría, terminara. Pero los prisioneros volvieron a despertar en él aquella sensación de que incluso los más ancianos habían entrado en un universo donde Black Jack Geary era un héroe de leyenda.
En ese momento, una tripulante de edad avanzada se dirigió a él.
—Señor, yo conocí a alguien de la Merlón. Entonces yo era una niña.
Geary sintió un inusitado vacío en su interior cuando se detuvo para escucharla.
—¿De la Merlón?
—Sí, señor. Jasmin Holaran. Estaba, eh…
—Destinada en la batería de lanzas infernales Alfa Uno.
—¡Exacto, señor! —exclamó la mujer—. Cuando se retiró, vino a vivir a mi vecindario. Solíamos ir a verla para que nos contara historias. Siempre decía que usted era tal como lo describían las leyendas, señor.
—¿En serio? —Podía recordar perfectamente el rostro de Holaran, y cómo tuvo que inculcarle un poco de disciplina a la joven tripulante después de que montara un escándalo estando de permiso en tierra; también se acordaba de su ceremonia de promoción, en la que fue ascendida de grado, y de cuando felicitó a la unidad de lanzas infernales de la que Holaran formaba parte por conseguir una alta puntuación en las pruebas de preparación de la flota. Fue una tripulante competente y un poco alborotadora, ni más ni menos, una profesional de los llamados «de la media», los que cumplían con su deber y conseguían con su esfuerzo diario que las naves siguieran siempre adelante.
La batería Alfa Uno fue eliminada muy pronto en la lucha contra los síndicos, pero, a lo largo de la batalla, Geary nunca tuvo la oportunidad de comprobar cuáles de sus miembros sobrevivieron a la pérdida de sus armas. Holaran, al parecer, salió con vida y escapó de la Merlón. Continuó sirviendo durante los años que siguieron, sobreviviendo a una guerra que se cobró la vida de otros muchos. Se jubiló y regresó a su mundo natal, donde pasó sus últimos días contando historias sobre él a los niños más curiosos, hasta que murió de forma natural mientras él seguía viajando a la deriva sumido en el sueño de supervivencia.
—Señor. —Desjani permanecía junto a él; no dejaba de mirarlo, a pesar de su semblante sereno, con ojos preocupados—. ¿Todo bien, señor?
Después de preguntarse cuánto tiempo llevaría allí parado sin decir nada, Geary se tomó otro momento para responder, ignorando el vendaval de sensaciones que lo sacudía por dentro.
—Sí. Gracias, capitana Desjani. —Volvió a mirar a la exprisionera—. Muchas gracias por hablarme de Jasmin Holaran. Era una tripulante excelente.
—Nos contó que usted le salvó la vida, señor. A ella y a otros muchos —se apresuró a añadir la anciana—. Gracias a las estrellas del firmamento por enviarnos a Geary, solía decir. De no haber sido por su sacrificio, yo habría muerto en Grendel y me habría perdido muchas cosas. Su marido ya había muerto entonces, claro, y sus hijos se habían alistado en la flota.
—¿Su marido? —Geary estaba seguro de que Holaran no llegó a casarse cuando estuvo en la Merlón.
Gracias a él, ella sobrevivió, tuvo una vida larga, un marido e hijos.
—¿Señor? —dijo Desjani de nuevo, esta vez con más urgencia.
Al parecer, había vuelto a quedarse callado mientras seguía recordando aquellos días.
—Está bien. —Respiró hondo y sintió que se libraba de una carga que, hasta ese momento, no era consciente de llevar—. Sirvió para algo —murmuró de forma que solo Desjani pudiera oírlo.
—Desde luego que sí.
—Ha sido un placer conocerla —le dijo Geary a la mujer—. Me ha gustado mucho hablar con alguien que conoció a un miembro de mi antigua tripulación. —Se sorprendió al darse cuenta de que lo decía en serio. El momento que tanto temía lo había liberado de parte del dolor que le producía su pasado perdido—. Nunca los olvidaré, y usted me ha hecho sentir muy cerca de uno de ellos.
La mujer se llenó de orgullo.
—Es lo menos que puedo hacer, señor.
—Es muchísimo —le aseguró a la anciana— para mí. Muchas gracias. —Geary le hizo un gesto a Desjani—. Está bien —repitió.
—Sí, lo está. —Desjani sonrió—. Parece que liberar a los prisioneros encerrados en un campo reaviva muchos fantasmas del pasado, ¿verdad?
—Sí, y mirarlos directamente a los ojos nos trae una gran sensación de paz a todos. —Después de volver a darle las gracias a la anciana, siguió adelante para hablar con los demás, y no con la sensación de vacío de antes, sino reconfortado por lo que acababa de ocurrir.
Sin embargo, aquel sentimiento tan agradable no tardó en extinguirse. Desjani y él estaban abandonando la dársena del transbordador cuando recibieron una llamada urgente.
—¿Capitán Geary? —dijo la consultora de operaciones, cuya imagen se mostraba en miniatura en la tableta de comunicaciones del capitán—. Tenemos problemas con los antiguos prisioneros de guerra.
Los momentos de tranquilidad nunca duraban mucho.
—¿Qué ocurre?
—Los oficiales de mayor rango del campo exigen que se les traslade al Intrépido y que se les mantenga bajo detención preventiva. —A juzgar por la cara de la teniente, ni siquiera ella daba crédito a lo que decía.
Geary se quedó mirando la tableta de comunicaciones durante unos instantes.
—¿Me están pidiendo que los arreste?
—Sí, señor. ¿Desea hablar con ellos, señor?
En realidad, no. Aun así, pulsó el panel de comunicación completo que tenía más cerca de los ubicados en el mamparo y le hizo un gesto a Desjani.
—Por favor, quiero que oiga esto.
El panel mostró una imagen más grande. Vio a dos mujeres y un hombre. Una de las mujeres y el hombre llevaban sendas insignias de capitán de la flota sobre la andrajosa ropa de civil proporcionada por los síndicos; la otra mujer ostentaba el rango de coronel de marines. Los tres parecían mayores, lo que hizo que Geary se preguntara durante cuánto tiempo habrían estado encerrados.
—Soy el capitán Geary. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
Los oficiales tardaron un momento en responder, tiempo durante el cual se quedaron mirándolo como Geary imaginaba que lo harían, y, como esperaba, no le resultó agradable. Por fin, la capitana habló.
—Capitán Geary, solicitamos que se nos ponga bajo detención preventiva lo antes posible.
—¿Por qué? Acabamos de liberarlos de su cautiverio. ¿Por qué quieren que se les envíe a las celdas de las naves de la flota?
—Tenemos enemigos entre los antiguos prisioneros —explicó el capitán—. Estábamos al cargo por nuestro rango y antigüedad. Y algunos de ellos no estaban de acuerdo con las decisiones que tomamos a lo largo de las últimas décadas.
Geary miró a Desjani, que estaba con la vista clavada en los tres oficiales.
—Soy la capitana Desjani, oficial al mando del Intrépido. ¿Cuáles fueron las decisiones que generaron tal conflicto que ahora desean que se les ponga bajo vigilancia en mi nave?
Los tres se miraron los unos a los otros antes de responder, hasta que, finalmente, la coronel respondió.
—Decisiones relativas al mando. Nos vimos obligados a considerar las consecuencias de todas las decisiones y acciones emprendidas por los prisioneros.
Incluso Geary se dio cuenta de que no deseaban entrar en detalles. Desjani se inclinó hacia él.
—Haga lo que le piden. Arréstelos. Nos conviene tenerlos controlados mientras averiguamos qué está ocurriendo.
Geary asintió de forma que el gesto pareciese dirigido a los oficiales.
—Muy bien. Nos ocuparemos de esto, pero, mientras tanto, atenderé su petición. —Consultó los datos que se mostraban junto a sus imágenes—. ¿Los tres vienen de la Leviatán? Le ordenaré al capitán Tulev que los mantenga arrestados en sus dependencias.
—Señor, nos sentiríamos más protegidos si permaneciéramos directamente bajo su supervisión.
Geary endureció el semblante.
—El capitán Tulev es un oficial de la flota leal y digno de toda mi confianza. No podría dejarlos en mejores manos.
Los tres oficiales volvieron a intercambiar miradas.
—Capitán Geary, necesitamos la protección de un grupo de guardias.
La situación se volvía cada vez más extraña.
—Se avisará al capitán Tulev para que emplace a un grupo de guardias marines en las puertas de sus dependencias. ¿Hay algo más que quieran decirme?
La capitana vaciló.
—Estamos redactando un informe oficial completo de nuestras acciones.
—Gracias. Estoy deseando leerlo. Geary, corto. —El comandante de la flota interrumpió la conexión y llamó a Tulev—. Capitán, está ocurriendo algo extraño.
Tulev lo escuchó con gesto impasible.
—Emplazaré una unidad de centinelas. Capitán Geary, varios de los prisioneros me han exigido que les diga dónde se encuentran esos tres oficiales de alto rango.
—¿Se lo han exigido?
—Sí. Ya había decidido aislar a los oficiales hasta averiguar la razón de la hostilidad que he observado hacia ellos.
Desjani intervino de nuevo.
—¿Alguno de los que desean saber el paradero de los oficiales veteranos ha aducido los motivos concretos de su petición?
—No, a mí no me han comunicado sus razones. Sin embargo, todos son oficiales. Pero averiguaré qué hay detrás de todo esto. Ahora, si me disculpan, debo emplazar una unidad de guardias marines.
Cuando Tulev cortó la conexión, Geary miró a Desjani.
—¿Tiene alguna teoría sobre qué puede estar ocurriendo?
Desjani torció el gesto.
—Varias. Parecen temer por su vida, lo que implica un problema mucho más grave que un simple desacuerdo sobre lo acertado de sus decisiones.
—En ese caso, ¿por qué los demás prisioneros se niegan a contarnos lo que ocurrió y nos ocultan sus desavenencias con los tres oficiales? Convivían en aquel campo. ¿Por qué el resto de ellos no iba a poder…? —Geary se interrumpió y llamó a la coronel Carabali—. Coronel, ¿llegó a hablar con los tres oficiales veteranos de la Alianza en el campo de prisioneros?
Carabali, extenuada por la batalla y con el uniforme de combate empapado de sudor y arrugado por las partes por donde la armadura lo había presionado, se puso firme para responder.
—¿Dos capitanes y una coronel? Sí. Salieron a recibirnos cuando aterrizamos. Creo que fueron evacuados en el primer transbordador que salió. No recuerdo haberlos visto desde entonces. Algunos de los exprisioneros los estaban buscando. —Carabali hizo una pausa—. Vi sus dependencias. Estaban separadas de las del resto y tenían aspecto de búnker. Había un puesto de guardias síndicos frente a la entrada, aunque fue abandonado cuando entramos en el recinto. Es extraño. Sin embargo, no tuve ocasión de ocuparme de aquello en la superficie, señor.
—Entendido, coronel. Gracias. —Geary inclinó la cabeza para reflexionar—. Tanya, ¿cómo podemos obtener las respuestas que buscamos antes de que ocurra algo?
La capitana, que había permanecido concentrada, sonrió brevemente.
—Puede que debamos mantener una charla privada con el comandante Fensin.
—¿Con Fensin? —Geary recordó el aspecto y el comportamiento del oficial: entusiasta, profesional, e impulsivo a la hora de expresarse—. Podría sernos de ayuda si contamos con la presencia de Rione para tranquilizarlo.
—¿Es preciso? En fin, supongo que tiene razón. La Política podría servirnos como palanca si Fensin decide cerrar el pico.
—Habla como si ya supiera lo que va a ocurrir —observó Geary.
—No, señor. Me temo que sé lo que sucede, de modo que si el comandante Fensin decide no hablar, yo podría presionarlo para que nos lo contara todo. —Pulsó su tableta de comunicaciones—. Puente, localicen a la copresidenta Rione y al comandante Fensin. Deberían estar juntos, probablemente en la enfermería, donde él está siendo sometido a una revisión médica. El capitán Geary y yo necesitamos verlos de inmediato en la sala de reuniones de la flota.
El consultor que respondió habló con cautela.
—¿Debemos ordenarle a la copresidenta Rione que acuda a la sala de reuniones, capitana?
Desjani le lanzó una agria mirada a Geary antes de contestar.
—No. Infórmela de que el capitán Geary solicita que se persone allí con carácter de urgencia junto con el comandante Fensin. Así, guardaremos las formas diplomáticas.
Fensin sonreía mientras tomaba asiento en la sala de reuniones al tiempo que Desjani sellaba la escotilla. Rione se sentó al lado del comandante, impasible pero sin apartar la mirada de la capitana.
Geary no se anduvo por las ramas.
—Comandante Fensin, ¿qué ocurre con los tres oficiales veteranos de la Alianza que se contaban entre los prisioneros?
La sonrisa se desvaneció del rostro del comandante y fue sustituida por una expresión que reflejaba una mezcla de emociones.
—¿Qué podría ocurrir?
—Sabemos que hay un problema. ¿Por qué si no iban a temer la reacción de los demás exprisioneros?
—Me temo que no le entiendo.
Desjani tomó la palabra.
—Es posible que este término le aclare las cosas: «traición».
Fensin se quedó inmóvil. Instantes después, deslizó los ojos hasta Desjani.
—¿Cómo lo ha sabido?
—Soy la oficial al mando de un crucero de batalla —le recordó—. ¿Qué hicieron exactamente?
—Hice un juramento…
—Comandante, el único juramento que importa aquí es el de fidelidad a la Alianza —dijo Desjani—. Como su superior, le exijo que nos proporcione un informe detallado.
Geary observó que la capitana había tomado el control del interrogatorio, pero, puesto que estaba empezando a conseguir las respuestas necesarias, prefirió no intervenir.
En cambio, Rione sí.
—Me gustaría que me explicaran a qué se debe todo esto. El comandante Fensin ni siquiera ha tenido ocasión aún de completar su revisión médica.
Fue Geary quien le contestó.
—Creo que tendrá la explicación que espera una vez que el comandante Fensin responda a las preguntas de la capitana Desjani.
Fensin, que no apartaba la mirada de Desjani, se reclinó en su asiento y se frotó la cara con las dos manos.
—No me gusta nada todo esto. Si alguna vez conseguíamos salir con vida, todos debíamos ser discretos hasta que los cogiéramos; como si fuéramos una panda de asesinos en lugar de miembros del Ejército de la Alianza. Pero a medida que los años iban pasando, uno tras otro, parecía cobrar sentido. Nunca nos rescatarían, jamás volveríamos a ser libres. Teníamos que pasar a la acción si queríamos que se hiciera justicia. Y las reglas no cambiaron cuando nos rescataron. Habíamos acordado hacerlo cuando se presentara la oportunidad.
Rione estiró el brazo y cogió la mano de Fensin.
—¿Qué sucedió?
—Más bien, ¿qué no sucedió? —Fensin llevó los ojos hasta el mamparo del fondo de la sala, con la mirada perdida en el pasado—. Nos traicionaron, Vic. Ellos tres.
—¿Cómo? —exigió saber Geary.
—Teníamos un plan: secuestrar uno de los transbordadores de suministros síndicos. Sin embargo, nadie podía decir nada. Había que llegar al puerto espacial y hacerse con una nave. Solo podrían salir veinte prisioneros, pero harían llegar una valiosa información al espacio de la Alianza: quién había en el campo, lo que sabíamos acerca de la situación tras la frontera del espacio síndico… Ese tipo de cosas. —Fensin movió la cabeza—. Supongo que parece una locura. Solo había una probabilidad entre un millón de que funcionase, pero, dado que la única alternativa que teníamos era pasar la vida como prisioneros de guerra, algunos pensamos que merecía la pena correr el riesgo. Los tres oficiales veteranos nos recomendaron que no lo intentáramos, y les recordamos que era factible llevar a cabo las órdenes relativas a la resistencia al enemigo recogidas en el reglamento de la Alianza. Así que decidieron alertar a los síndicos; era el único modo de desbaratar el plan, y los avisaron. Se lo contaron todo porque las represalias contra los prisioneros que permanecieran en el campo serían demasiado crueles, o porque habían acordado mantenernos controlados y que no molestáramos a los síndicos a cambio de ciertos privilegios para nosotros. ¡Privilegios! Alimento suficiente, la debida atención médica… Esas cosas a las que los síndicos estaban obligados a proporcionarnos de todos modos por simple humanidad.
Fensin cerró los ojos.
—Cuando los síndicos tuvieron conocimiento del plan, nos sometieron a una serie de interrogatorios hasta que identificaron a diez de los prisioneros que iban a secuestrar el transbordador. Entonces, los fusilaron.
—¿Fue un incidente aislado? —preguntó Geary—. ¿O se trataba de algo habitual?
—Era algo habitual, señor. Podría pasarme un día entero contándole historias parecidas. Hacían lo que los síndicos querían y nos decían que era por nuestro bien. Insistían en que, si nos callábamos y nos portábamos bien, todos saldríamos beneficiados. En cambio, si nos resistíamos, los síndicos nos aplastarían.
Desjani parecía morirse de ganas de intervenir.
—Esos tres oficiales se centraron en un punto de su misión: el cuidado del resto de prisioneros. Se olvidaron de sus otras responsabilidades.
Fensin asintió con la cabeza.
—Así es, capitana. A veces, incluso los entendía. Entre los tres llevaban más de un siglo siendo prisioneros de guerra.
—Un siglo no es tiempo suficiente para olvidarse de lo importante —replicó Desjani mirando a Geary.
Geary golpeteó la superficie de la mesa para captar la atención de Fensin, incomodado por el comentario de la capitana a pesar de la verdad contenida en el mismo o, tal vez, precisamente por su franqueza.
—¿A qué viene esta conspiración silenciosa? ¿Por qué no nos dijeron desde el principio lo que habían hecho los tres oficiales?
—Queríamos matarlos nosotros mismos —reveló Fensin sin reserva—. Celebramos una serie de consejos de guerra con carácter excepcional y en secreto por necesidad, tras los cuales se obtuvo un veredicto de traición en los tres casos. La pena por traición en tiempos de guerra es la muerte; queríamos asegurarnos de que las sentencias se ejecutaran antes de que esos tres oficiales encontrasen un abogado que consiguiera que los juzgaran por cargos menores. Y, la verdad, deseábamos vengar a los que murieron. —Miró a los demás—. No se imaginan cómo puede llegar a sentirse uno en esa situación. Me gustaría… ¿Tenemos acceso a imágenes del campo? ¿Antes de que nos liberaran?
—Desde luego. —Desjani introdujo algunos comandos. Sobre la mesa apareció una vista cenital del campo de prisioneros de Heradao en la que se apreciaba el lugar antes de que quedase arrasado en la contienda por liberar a los presos.
El comandante Fensin, con la torpeza de alguien a quien no se le ha permitido tocar un mando durante años, amplió la imagen de un sector del campo. A medida que la vista se acercaba, Geary distinguió un gran descampado que estaba parcialmente cubierto de ordenadas hileras de marcadores.
—Un cementerio.
—Sí —asintió Fensin—. El campo de prisioneros llevaba unos ochenta años funcionando. En él nació y murió una generación de hombres. Nunca llegó a haber muchos ancianos debido a las duras condiciones de vida y la exigua atención médica. —Detuvo la vista en los marcadores de las tumbas—. Estábamos convencidos de que, tarde o temprano, todos terminaríamos en ese descampado. A los prisioneros no se nos informaba de nada, así que ¿por qué íbamos a esperar que la guerra terminara alguna vez? Después de cinco, diez o veinte años, incluso las creencias más firmes terminan doblegándose a la resignación. Nunca volveríamos a ver a nuestra familia, jamás regresaríamos a casa. Lo único que teníamos era la compañía de los demás prisioneros y la poca dignidad que pudiéramos conservar como miembros del Ejército de la Alianza.
Miró a Rione como si ella fuera la única persona a la que quisiera convencer.
—Nos dieron la espalda. Nos traicionaron. Aquello era lo único que nos quedaba y no lo respetaron. Claro que queríamos matarlos.
Todos permanecieron en silencio durante unos instantes, hasta que Desjani señaló la imagen que seguía mostrándose ante ellos.
—¿Los marines recogieron los registros de las tumbas mientras estuvieron en tierra? ¿Los nombres de los que descansan allí?
—Lo dudo. —Fensin se dio unos golpecitos en la cabeza con un dedo—. No era necesario. Todos tuvimos que memorizar nombres. Yo era de los que debían recordar a los muertos cuyos apellidos comenzaran por F. La lista de los fallecidos que honrar la llevamos en nuestros recuerdos. No podíamos llevárnoslos a casa porque ya se habían reunido con nuestros ancestros, pero les llevaremos sus nombres a sus familiares.
Por un momento, Geary imaginó a los prisioneros repasando concienzudamente los nombres de los que ya no estaban, cotejando sus respectivas listas, recogiendo las múltiples identidades por medio de la única forma de registro con la que contaban. Año tras año, a medida que las listas se iban extendiendo, sin saber nunca si aquellos nombres llegarían a oídos de la Alianza, seguían esforzándose de todos modos por recordar. No le costó imaginarse cómo debían de sentirse los prisioneros en aquel campo, y no le extrañaba que creyeran que sería su cárcel hasta el día en que murieran. Era lógico que tuvieran la necesidad de celebrar aquellos rituales y que se sintieran traicionados.
—De acuerdo. —Geary interrogó con los ojos a Rione.
La copresidenta bajó la vista y asintió.
—Lo creo.
—Yo también —añadió Desjani sin vacilar.
Geary pulsó los mandos del sistema de comunicación.
—Capitán Tulev, lleve a los tres oficiales veteranos a un transbordador junto con una unidad de guardias marines. Condúzcalos a… —Sopesó las distintas opciones que tenía. Necesitaba una nave en la que no hubiera más exprisioneros de Heradao, pero estos estaban repartidos entre todos los buques de guerra.
No tenía ninguna nave para ellos.
—A la Titánica. Llévelos a la Titánica con la orden de mantenerlos vigilados hasta nuevo aviso. Todos están bajo arresto.
Tulev asintió como si no se extrañara.
—¿Con qué cargos? Estamos obligados a informar de los mismos a aquellos que sean arrestados.
—Traición y negligencia en favor del enemigo. Me dijeron que estaban preparando un informe sobre sus acciones, así que asegúrese de que disponen de los medios necesarios para elaborarlo; quiero leerlo. —Eso no era del todo cierto. Lo último que quería hacer era consultar aquel documento si lo que el comandante Fensin acababa de declarar era cierto. Con todo, estaba obligado a ver lo que los tres oficiales argüían en su defensa.
Una vez que Tulev se hubo despedido, Geary volvió a mirar a Fensin.
—Gracias, comandante. Creo que puedo prometerle que, si los demás exprisioneros nos confirman lo que usted nos acaba de contar, en los consejos de guerra oficiales que se celebren en el territorio de la Alianza se llegará a las mismas conclusiones que nos ha expuesto.
—¿Tendremos que esperar? —preguntó Fensin con sorprendente tranquilidad—. Podría ordenar que los fusilaran ahora mismo.
—Comandante, no es así como acostumbro a resolver los problemas. Si se demuestra lo que nos ha dicho, esos tres oficiales se condenarán a sí mismos con su informe y, entonces, nadie dudará de la necesidad de que se haga justicia.
—Pero la capitana Gazin es muy mayor —replicó Fensin—. Podría morir antes de que lleguemos al espacio de la Alianza, y eso sería como si escapara del castigo que se merece.
Desjani le respondió con su habitual voz de mando.
—Comandante, si la capitana muere, las mismísimas estrellas se encargarán de juzgarla y hacer justicia. Nadie puede escapar de ellas. Usted es un oficial de la flota de la Alianza, comandante Fensin. Se comportó como tal durante el tiempo que estuvo prisionero. No lo olvide ahora que ha regresado.
Rione endureció su expresión, pero Fensin se limitó a mirar a Desjani durante unos instantes hasta que, finalmente, hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, capitana. Le pido disculpas.
—No tiene por qué disculparse —le aseguró Desjani—. Ha vivido un infierno y ha cumplido con su deber al contarnos la verdad. Siga haciendo su trabajo, comandante. Nunca dejó de formar parte de la flota, pero ahora está con nosotros de nuevo.
—Sí, capitana —repitió Fensin al tiempo que se incorporaba.
Rione miró a Geary.
—Si hemos terminado, me gustaría hablar en privado con el comandante Fensin y, después, acompañarlo para que complete su revisión médica.
—Por supuesto. —Geary y Desjani se levantaron al mismo tiempo y los dejaron solos. El comandante de la flota se giró hacia atrás mientras la escotilla se cerraba y vio a Rione, que seguía agarrando la mano de Fensin, en silencio—. Maldita sea —murmuró para Desjani.
—Sí, maldita sea —convino la capitana—. ¿Está seguro de que no deberíamos fusilarlos en este mismo instante?
De modo que Desjani también se sentía tentada; no obstante, había optado por no discutir con él delante de los demás para que no pensaran que cuestionaba su autoridad.
—¿Seguro? No. Pero tenemos que hacerlo bien. No podemos dejar que parezca que nos regimos por el clamor de la muchedumbre. Ha hecho un buen trabajo en el interrogatorio de Fensin. ¿Cómo sabía que hablaría si lo azuzaba con el tema de la traición?
Desjani torció el gesto.
—Mantuve algunas conversaciones con el teniente Riva. En diversas ocasiones mencionó ese tipo de cosas. En realidad, antes no lo entendía, pero recordé cómo se encolerizaba cada vez que hablaba de personas que él creía que eran demasiado complacientes con los síndicos. Esto me hizo acordarme de lo que me dijo. —Desjani miró al otro extremo del pasillo y añadió con voz monótona—: No es que suela pensar mucho en Riva, de todas formas.
—Entiendo. —Inesperadamente, Geary se dio cuenta de que acababa de sentir el mordisco de los celos. Debía cambiar de tema de inmediato—. Me pregunto si yo habría terminado eligiendo el mismo camino que esos tres oficiales si me hubieran capturado.
Desjani le clavó una mirada reprobatoria.
—No, eso no habría sucedido. Usted se preocupa por los hombres que tiene a su mando, pero también conoce los riesgos que deben asumir. Siempre ha sabido equilibrar ambos factores.
—Me preocupo tanto por ellos que los envío al matadero —dijo Geary, que notaba como sus palabras brotaban empañadas de amargura.
—Así es como debe ser. El exceso de insensibilidad provoca que sus vidas sean desperdiciadas. En cambio, si se preocupa demasiado, morirán de todos modos, sin conseguir nada. No es que yo sepa muy bien por qué las cosas son así, pero usted sabe que esa es la realidad.
—Sí. —Geary sintió que la depresión momentánea iba desvaneciéndose y le sonrió—. Gracias por estar ahí, Tanya.
—Tampoco es que pudiera estar en ningún otro sitio. —La capitana le devolvió el gesto antes de borrar toda expresión de su semblante y saludarlo—. Debo encargarme de mi nave, señor.
—Por supuesto. —Geary le devolvió el saludo y se quedó mirándola mientras se alejaba.
Desjani tenía una nave de la que ocuparse y él debía llamar a la Titánica para avisar al comandante Lommand de que su nave no tardaría en recibir una mercancía bastante inoportuna. El mando implicaba trabajar con todo tipo de cargas, y todas ellas pesaban demasiado.
A la mañana siguiente se sentía mejor. El tercer planeta de Heradao quedaba agradablemente lejos, la flota había terminado de unirse a las unidades que permanecían en el sector de la batalla espacial, y la fuerza de la Alianza al completo se dirigía al punto de salto hacia Padronis. Incluso la barrita de avituallamiento síndica que había elegido para desayunar no le sabía tan mal como de costumbre.
En ese momento, la unidad de comunicaciones de su camarote empezó a zumbar.
—Señor, el comandante Vigory solicita con urgencia establecer comunicación con usted.
—¿El comandante Vigory? —Geary intentó asociar aquel nombre a una nave o un rostro, pero, finalmente, tuvo que consultar la base de datos de la flota. Otro exprisionero de Heradao. No le extrañó que no hubiera reconocido el nombre. Vigory viajaba a bordo de la Espartana y, según la descripción que constaba en la base de datos, llegó a desarrollar una carrera bastante corriente antes de que los síndicos lo capturaran—. De acuerdo. Páseme con él.
El comandante Vigory, enjuto y de ojos profundos, tenía el mismo aspecto que los demás miembros de la Alianza liberados de Heradao.
—Capitán Geary —comenzó a decir con voz recia—, quería llamarlo para presentarle mis respetos al comandante de la flota.
—Gracias, comandante.
—También me gustaría informarlo de que permanezco a la espera de una asignación de mando.
¿Qué permanece a la espera? Geary consultó la hora. Había transcurrido menos de un día desde que la flota abandonara la órbita del tercer planeta de Heradao. Seguidamente, centró su atención en lo siguiente que dijo Vigory.
—¿Una asignación de mando?
—Sí, señor. —Vigory miraba a Geary con ojos apremiantes—. Tras revisar los registros de la flota, he observado que muchas de las naves, que deberían ser lideradas por un oficial de mi rango y antigüedad, están siendo comandadas por oficiales con menos experiencia que yo.
—¿Pretende que exonere de su cargo a uno de los actuales oficiales al mando para que usted pase a asumir el gobierno de su nave?
La pregunta pareció sorprender al comandante Vigory.
—Por supuesto, señor.
Geary se esforzó por aguantarse las ganas de despachar la conversación con Vigory y procuró dialogar con él de un modo razonable aunque firme.
—¿Cómo se sentiría usted si se le despojara de su mando de esa manera, comandante?
—Eso es lo de menos, señor. Lo que nos ocupa es una cuestión de honor y la lógica deferencia a mi rango y posición. No me cabe la menor duda de que cualquiera de las naves de esta flota se beneficiaría de mi experiencia y dotes de mando.
Mientras lo miraba, Geary pensó que Vigory debía de ser una de esas personas que jamás se veían asaltadas por ninguna duda. Según los registros disponibles, Vigory fue apresado hacía unos cinco años, con lo cual venía de una flota en la que el honor de la persona era lo único que importaba y en la que las naves combatían siguiendo todo tipo de tácticas absurdas. Tal vez, a pesar de todo, fuese un oficial competente, pero, en aquel momento, volver a adiestrar al oficial al mando de una nave implicaría otro problema del que preocuparse y, además, sería muy injusto para el oficial relevado.
—Comandante, intentaré explicárselo de la forma más clara posible. Todos los oficiales al mando de esta flota llevan luchando por mí desde que salimos del sistema estelar nativo síndico, y han demostrado su coraje y honor en numerosos enfrentamientos con el enemigo. —Sin duda, había tenido que generalizar, pero Vigory no parecía ser de los que apreciaban esos detalles—. No sustituiré a ninguno de los actuales oficiales al mando sin un motivo basado en su desempeño. Esta flota avanza de regreso al espacio de la Alianza. Una vez allí, podrá solicitar una asignación de mando en un buque de guerra de nueva construcción o en un buque de guerra a cuyo oficial al mando se le vaya a asignar otro destino.
A Vigory parecía costarle entender aquella decisión.
—Señor, espero recibir con carácter inmediato una asignación de mando en esta flota correspondiente a mi rango y antigüedad.
—En ese caso, lamento informarlo de que sus aspiraciones están fuera de lugar. —Geary intentó mantener la calma, pero notaba que cada vez se le tensaba más la voz—. Servirá a la Alianza del modo en que se estime necesario, al igual que cualquier otro oficial de esta flota.
—Pero… Yo…
—Gracias, comandante Vigory. Aprecio su voluntad de servir y cumplir con su deber para con la Alianza.
Terminada la conversación, Geary se reclinó y se tapó los ojos con una mano. Al instante siguiente sonó la alarma de la escotilla de su camarote. Estupendo, esta va a ser una mañana llena de emociones. Autorizó la entrada y se incorporó mientras Victoria Rione accedía al interior.
—Capitán Geary.
—Señora copresidenta. —Aquella sala había sido testigo de varios encuentros íntimos entre los dos, pero todo aquello formaba parte del pasado y ninguno quería hacer referencia a su antigua relación.
—Espero no llegar en mal momento —continuó Rione.
—Estaba intentando recordar el motivo por el que decidí rescatar a los prisioneros de la Alianza en Heradao —confesó Geary.
Rione dejó escapar una sonrisa fugaz.
—Porque tiene la mala costumbre de empeñarse en hacer lo correcto, incluso cuando el sentido común recomienda actuar de forma contraria.
—Gracias, supongo. ¿A qué se debe su visita?
—A los prisioneros de la Alianza liberados de Heradao.
Geary no logró reprimir un gemido.
—¿Qué ocurre ahora?
—Esta podría ser una buena noticia o, al menos, útil. —Rione dirigió la mirada hacia otra parte de la nave—. Ayer, después de que nos dejaran a solas, el comandante Fensin me confesó que lo mejor que podrían haberle dicho era lo que su capitana le dejó claro, pues le recordó cuáles eran sus responsabilidades como oficial de la Alianza y le ordenó que debía actuar de acuerdo a las mismas. —Hizo una pausa antes de proseguir—. Por lo que Kai Fensin dijo, él y los demás presos de Heradao llevaban mucho tiempo sin que un líder respetable les hiciera seguir adelante para alcanzar un objetivo. Cree que a todos ellos les vendría bien que les hablaran como su capitana se dirigió a él.
Geary se abstuvo de recordarle que «su capitana» tenía un nombre y que Desjani no era «suya» en ningún sentido.
—Parece bastante lógico. No están acostumbrados a tener oficiales veteranos a los que respeten o cuyas órdenes estén dispuestos a acatar.
—Kai sugirió que tal vez a usted no le importaría informar sobre esto a otros miembros de la flota, para que puedan tratar del modo apropiado a los otros exprisioneros. En ese sentido, no son como los que liberamos de Sutrah.
—Gracias —repitió Geary—. Creo que el comandante Fensin tiene razón.
—Sí, y su capitana también. Me equivoqué al empeñarme en protegerlo.
—No se martirice por eso. Desjani y Fensin están preparados para superar este tipo de problemas. —Rione asintió con la cabeza en silencio—. ¿Cómo se encuentra?
La copresidenta le dirigió una mirada inquisitiva.
—¿Por qué lo pregunta?
—Pareció alegrarse mucho al reencontrarse con el comandante Fensin.
Los ojos de Rione echaban chispas.
—Si se refiere a que…
—¡No! —Geary levantó las palmas de las manos como gesto de disculpa—. No es eso lo que quiero decir. Es solo que parece que verlo le ha venido bien.
Rione se calmó tan rápidamente como se acaloró.
—Sí, me trajo muchos recuerdos… de la vida que llevaba antes.
—Lo suponía. —No quiso decirle que Desjani también se había percatado de ello.
—¿Ah, sí? —Rione inclinó la cabeza por un momento—. A veces me preguntó qué ocurrirá si mi marido sigue vivo y un día nos reencontramos. A lo largo de los años transcurridos desde que se marchó, he cambiado en muchos aspectos: me he vuelto más dura, me he hecho más fuerte y… Ya no soy la mujer que un día dejó atrás.
—Yo he visto a esa mujer. Cuando se encontró con Kai Fensin.
—¿De verdad? —Rione suspiró—. Entonces, quizá todavía haya esperanza para mí. Puede que esa mujer aún no haya muerto, después de todo.
—Desde luego que no, Victoria.
Rione levantó la mirada y lo escrutó con una sonrisa aviesa en los labios.
—Esta es una de las pocas circunstancias en las que está autorizado a llamarme así, John Geary. Gracias. He dicho lo que necesitaba decir. —Se encaminó hasta la escotilla, pero se detuvo antes de salir, de espaldas a su confidente—. Por favor, dele las gracias a su capitana de mi parte por hablar con el comandante Fensin. Le estoy muy agradecida. —Acto seguido, salió y la escotilla se cerró tras ella.
Geary redactó un mensaje para informar a los capitanes de las naves de la flota que debían mostrarse firmes con los exprisioneros de Heradao, y que les asignaran distintas tareas lo antes posible. Después de enviarlo, se reclinó en su asiento y continuó mirando el visualizador estelar.
Apenas quedaban dos días para que la flota llegase al punto de salto hacia Padronis. La situación en ese sistema estelar sería tranquila, pues no se había detectado presencia síndica. En ese sentido, Atalia, el siguiente y último sistema estelar síndico que debían atravesar, también debería ser una zona de tránsito fácil, a pesar de la población humana allí presente. Si los servicios de Inteligencia de la Alianza no estaban equivocados, los síndicos ya habrían agotado todos sus recursos, y no dispondrían de suficientes buques de guerra para impedir el regreso a casa del resto de la flota.
¿Podría relajarse, al fin?
Cinco minutos más tarde, el teniente Íger lo llamó desde la sección de Inteligencia para citarlo con carácter de urgencia.