Capítulo 6

Logan conducía despacio, intentando que alguno de los dos entrase en razón. No podían hacer aquello.

Bueno, sí podían, evidentemente. Y casi con toda seguridad con resultados satisfactorios. Pero no deberían hacerlo.

Su cuerpo le exigía una razón. Desgraciadamente no se le ocurría ninguna, pero debía haberla. Probablemente varias, además. Su representante podría darle muchas, pero no estaba interesado en llamar a Nina Lowman en aquel momento.

Entonces se dio cuenta de algo. No quería encontrar razones para no hacerlo. No quería recuperar el sentido común. Quería su noche con aquella mujer. Si había consecuencias, apechugaría con ellas. Pero aquella noche, sólo aquella noche, Mallory Stevens sería suya.

De modo que pisó el acelerador y cuando Mallory lo miró de soslayo le pareció verla sonreír.

Había pensado llevarla a su dúplex, con su espacioso dormitorio y su cama de matrimonio. Pero mientras se abría paso entre el tráfico nocturno, saltándose algunos semáforos en ámbar, decidió que sería mejor ir a casa de Mallory.

Para empezar, llevarla a su casa era demasiado pretencioso… aunque ella parecía estar dejando claro que los dos pensaban lo mismo. En segundo lugar, ninguno de los dos podría encontrar una salida airosa si cambiaban de opinión a última hora. Y tercero, así se ahorraría tener que llevarla a casa de madrugada.

Sí, la conclusión de que Mallory iba a estar en su casa hasta la madrugada también era presuntuosa, pero estaba seguro de que un solo encuentro no sería suficiente.

Tuvo suerte de encontrar aparcamiento frente al portal, aunque hubiera dejado el coche frente a una boca de riego si fuera preciso.

—Bueno, aquí estamos —Logan hizo una mueca después de decir la frase. Qué observación tan inteligente. Además de parecer ansioso, parecía tan inseguro como un adolescente. Y lo estaba. Incluso le sudaban las manos.

Y, en la semioscuridad del interior del coche, le pareció que Mallory sonreía.

—Sí, aquí estamos —asintió ella, mientras se quitaba el cinturón—. Vas a subir, ¿no? Tengo una botella de vino y no me gusta beber sola.

—Bueno, en ese caso…

Mallory sentía cierta aprensión, pero el deseo que la empujaba era más fuerte. Y era evidente que Logan sentía lo mismo porque lo había visto pasarse las manos por la pernera del pantalón, como si estuviera nervioso. Ese gesto le pareció enternecedor y tan excitante como cuando la tomó entre sus brazos en la pista de baile.

El apartamento estaba en silencio y casi le pareció que podía oír los latidos de su corazón.

—¿Quieres una copa de vino? —le preguntó mientras encendía la lámpara del pasillo.

—Si tú vas a tomar una…

—No te preocupa tener que conducir después, ¿verdad? —Mallory sonrió, levantando una ceja.

—¿Debería preocuparme?

—No. Aunque he oído que incluso una pequeña cantidad de alcohol entorpece la habilidad al volante… entre otras cosas.

—Entonces no debería arriesgarme. Quiero estar… completamente sereno —Logan puso las manos en sus caderas e inclinó un poco la cabeza.

—Yo también lo prefiero —murmuró Mallory.

Cuando la besó en el cuello sintió una especie de descarga eléctrica.

Zip, zag, zing.

Pero ya no intentaba descifrar por qué. Algunas cosas desafiaban toda explicación.

—¿Te gusta?

Aparentemente, Logan había recuperado la confianza y Mallory no sabía si alegrarse o no. Alegrarse, decidió, cuando empezó a explorar el otro lado de su cuello.

—¿Tienes que preguntar?

—No, la verdad es que no.

Un engreído, definitivamente. Y era hora de equilibrar el juego, de modo que dio un paso atrás.

—Probablemente no debería decirte esto, pero cada vez que estamos juntos tengo una sensación…

—¿Una sensación?

—Sí.

—¿Qué clase de sensación?

—No sé cómo explicarlo.

—Puedes decírmelo —sonrió Logan.

—Ah, claro, tú eres médico —Mallory le devolvió la sonrisa, cargada de doble sentido.

—Exactamente.

—Empieza aquí —Mallory se puso una mano en el pecho.

—¿Ahí? —Logan puso los dedos sobre el hueso de su clavícula.

—Un poco más abajo, en realidad.

—¿Más abajo?

—Sí.

—Ah —la mirada masculina se volvió ardiente mientras deslizaba los dedos hasta el nacimiento de sus pechos—. ¿Aquí?

—Más abajo —la voz de Mallory era apenas un suspiro y decidió mostrárselo en lugar de seguir hablando. De modo que tomó su mano y la puso directamente sobre su pecho—. Aquí.

Logan inclinó la cabeza y susurró su nombre mientras la acariciaba, haciendo que le temblasen las rodillas.

—Ahí es donde empieza, doctor Bartholomew.

—¿Y dónde termina?

Debería estar nerviosa. Lo había estado antes, pero ya no. Se sentía poderosa. Por primera vez en su vida, sabía perfectamente lo que quería y no tenía nada que ver con las noticias ni con el periódico.

—Deja que te lo demuestre —Mallory tomó su mano y se volvió para llevarlo al dormitorio.

—¿Estás segura? —le preguntó Logan—. Quiero que estés completamente segura.

Ella tragó saliva. Era un caballero, incluso en un momento como aquél. Sí, Logan Bartholomew era un hombre especial, diferente.

«Estoy convencida», pensó, pero lo que dijo fue:

—Si quieres descubrir lo segura que estoy, tendrás que venir conmigo.

 

 

Logan se quedó toda la noche. Se marchó al amanecer, con la chaqueta colgada al hombro, la corbata asomando por el bolsillo del pantalón y una sonrisa de satisfacción en los labios.

—Tengo que irme —le dijo, en la puerta.

—Yo también —suspiró Mallory. No podía llegar tarde a trabajar dos días seguidos, con Ruth mirando el reloj y Sandra buscando la manera de ponerle la zancadilla.

—Entonces adiós.

—Adiós.

Pero se quedaron en la puerta del apartamento durante quince minutos, dándose besos de despedida.

—Te llamaré luego —dijo Logan, cuando por fin se apartaron.

Y lo hizo, aunque mucho después.

Mallory estaba lavándose la cara y cepillándose los dientes por la noche. Era la rutina de siempre, como si nada hubiera pasado cuando en realidad ya nada era lo mismo. Su bien ordenado mundo se había puesto patas arriba.

No había podido pensar en nada más que Logan durante todo el día… y en la noche anterior.

Y qué noche había sido. No era sólo lo que había ocurrido en el dormitorio; tampoco podía dejar de recordar las horas previas.

Intentaba precisar el momento en el que todo había cambiado. Había sido su mirada, pensó. La mirada de Logan cuando ella entró en la cocina con su vestido de cóctel. Su reacción había hecho que le temblasen las piernas.

Mallory seguía sin poder creer que la viera preciosa. Guapa, sí. Se lo habían dicho muchas veces. Pero con sus enormes ojos y su barbilla prominente era considerada más mona que otra cosa. Si a eso se añadía su personalidad, sobre todo cuando estaba trabajando, «despiadada» era el adjetivo que solían usar. Ella se lo tomaba como un elogio, aunque evidentemente quien se lo decía no lo pretendía.

¿Pero preciosa?

Mallory se miró al espejo, asombrada e intrigada de que Logan la viera así. Apenas había podido acostumbrarse a tal elogio cuando él prácticamente la sedujo en la pista de baile. Bueno, para ser justos, y Mallory creía firmemente en la justicia, ella había estado encantada de devolver el favor. Y, más tarde, lo había hecho.

Mientras se ponía crema nutritiva en la cara dejó escapar un suspiro. Logan había dicho que la llamaría, pero eran las once y no la había llamado. Ni al trabajo, ni al móvil. Intentaba ser optimista, lo cual no era tarea fácil. Tal vez porque durante su relación de dos años con su último novio había aprendido a ser un poco cínica.

«La próxima vez que mi jefe me invite a cenar, tú vendrás conmigo». «Cuando vuelvan a venir mis padres, te los presentaré». «Tengo un amigo que me va a conseguir las mejores entradas para los partidos de los Sox».

Sí, seguro. Mallory no lo había creído porque sabía que Vince no cumpliría una sola de sus promesas. Como cuando era pequeña y sabía que su padre no iría a verla después del divorcio, aunque se lo había prometido.

Por razones que no podía entender, quería creer a Logan. Y no quería que la decepcionase.

Suspirando, se puso una camiseta y un pantalón corto y apartó el edredón de su cama con dosel, que había comprado a muy buen precio en Lake Forest, porque sabía que no le haría falta esa noche. Hasta la sábana sería una molestia. Habían arreglado por fin el aire acondicionado, pero incluso con él encendido tenía calor.

Estaba abanicándose, y considerando darse una ducha fría, cuando sonó el teléfono. Y antes de mirar la pantalla para ver el número ya sabía quién era. Aun así, su corazón dio un saltito dentro de su pecho y se alegró de que allí no hubiera nadie que la viera sonreír como una tonta.

—Estaba pensando en ti.

—Imagino que eso significa que no te he despertado —rió Logan—. ¿Estás en la cama?

—De hecho, estaba metiéndome en la cama ahora mismo.

—Yo también.

La temperatura ambiente aumentó varios grados al imaginar a Logan Bartholomew en su cama, llevando lo que había llevado la noche anterior… nada.

—Mmm…

—¿Qué ha sido eso?

—Nada, nada en absoluto.

—Siento llamar tan tarde, pero he tenido un día horrible. Después de hacer el programa me he pasado horas grabando anuncios y luego… bueno, da igual. El caso es que ha sido un día largo y tedioso.

—Lo siento. Podemos hablar mañana, si quieres. Además, no tenías que llamar.

—Te dije que llamaría y yo soy un hombre de palabra.

El corazón de Mallory dio otro saltito. No sabía qué era más desconcertante: el calor que podía provocar con una sola mirada o aquella nueva reacción.

—Me gusta que cumplas tus promesas.

—Todo el mundo debería hacerlo.

—Pero no es así.

—Te han hecho daño, ¿verdad?

—¿No nos ha pasado a todos? —Mallory esperó un segundo, preguntándose si mencionaría lo de su ruptura con Felicia. Y no sólo porque siguiera oliendo una historia sino porque quería saber algo más sobre Logan Bartholomew.

Él emitió un suspiró de asentimiento, pero no dijo nada.

—A nuestra edad, alguien nos ha roto el corazón o, al menos, ha destrozado nuestra confianza. Es la condición humana. Claro que eso no hace que duela menos.

—No, es verdad.

—En fin, es muy tarde. Debería dejarte descansar.

—¿Es una manera amable de decir que necesito ocho horas de sueño para estar presentable? —bromeó Mallory.

—No, tú eres preciosa. ¿Recuerdas?

—Eso dices tú.

—Veo que sigues sin creerme, así que tendré que seguir diciéndolo hasta que lo creas.

Como a Mallory no se le ocurría ninguna réplica interesante, decidió cambiar de tema:

—¿A qué hora tienes que estar en la emisora?

—Normalmente suelo llegar una hora antes de que empiece el programa. ¿Y tú? ¿A qué hora tienes que estar en el periódico?

Una vez, en un tiempo que ahora le parecía remoto, Mallory llegaba antes que los editores, que solían fichar antes que nadie. Y se quedaba la última, además. Trabajar quince horas al día no era raro en ella, incluso cuando no tenía nada que hacer más que leer teletipos. Entonces le parecía una dedicación admirable, ahora le parecía patético.

—Depende de qué artículo esté escribiendo. Pero últimamente no tengo que llegar antes de las ocho. Ya sabes, más o menos a la hora en la que los solitarios y los desempleados empiezan a llamar a tu programa —rió.

—Ellos también necesitan ayuda.

—¿Así esperabas que fuera tu vida cuando estudiabas Medicina?

—No.

Los dos se quedaron en silencio después de tan sincera respuesta. La periodista que había en ella debería haber empezado a hacer preguntas después de tal admisión, pero se limitó a decir:

—No te preocupes, esto quedará entre nosotros.

—Entre nosotros —repitió Logan, que no parecía muy convencido.

—Somos un hombre y una mujer, no un artículo en potencia y una periodista.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Lo que acabo de decir podría ser un artículo, sobre todo ahora que se habla de un posible programa de televisión.

Otra exclusiva de la que Mallory no podía decir nada.

—¿Se lo has contado a alguien más?

—¿A un profesional? —rió Logan—. Eso sí que saldría en la primera página: «famoso psiquiatra de Chicago busca ayuda por crisis profesional».

Mallory sintió compasión por él. Logan Bartholomew, un hombre que ayudaba a miles de personas a diario, pero que no tenía a nadie a quien contarle sus propios problemas.

—Si necesitas hablar con alguien, aquí estoy yo. No sé si podría ayudarte, pero se me da bien escuchar. Aunque el contenido de la conversación no vaya a publicarse nunca.

—Lo dices en serio.

—Sí.

—Gracias —Logan rió entonces, aunque sin mucho humor—. Sigo sin creer que te haya contado eso.

—¿Porque soy periodista?

—No, porque ni siquiera se lo he contado a mis padres. Normalmente es a ellos a quien recurro cuando tengo algún problema.

Qué lujo, pensó Mallory, tener unos padres en los que uno pudiera confiar por completo.

—¿Por qué no les has dicho nada?

—No lo sé. Supongo que no quería preocuparlos. Además, están tan orgullosos de mí.

—Pero tú tienes que estar orgulloso de ti mismo. Tienes que ser feliz haciendo lo que haces.

—Y decías que no se te daba bien dar consejos —rió Logan—. A lo mejor podrías acudir como invitada a mi programa.

—No, no es lo mío —sonrió Mallory. Estaba sola en la cama y, sin embargo, no recordaba haber tenido una conversación tan íntima con un hombre en posición horizontal. Porque la noche anterior no habían pasado mucho tiempo hablando—. ¿Logan?

—¿Sí?

Se sentía privilegiada porque había confiado en ella y estaba decidida a demostrarle que había puesto su confianza en el sitio adecuado.

—Deja que equilibre la balanza.

—No te entiendo.

—Pregúntame algo que quieras saber sobre mí.

—¿Cualquier cosa?

—Sí, cualquier cosa.

—Muy bien. Cuéntame algo sobre ti que no sepa nadie.

—¿Nadie?

—Un oscuro secreto. Así estaremos en paz.

—Algo que no sepa nadie… —repitió Mallory, pensativa. Y, de repente, en su cabeza apareció un recuerdo tan desagradable que le dieron ganas de vomitar. Por un momento pensó contarle otra cosa, pero la sinceridad exigía sinceridad, de modo que tragó saliva, armándose de valor—. No es un oscuro secreto, pero… te dije que no había visto a mi padre desde que se marchó de casa, pero no es verdad. Me encontré con él hace unos años.

—¿En Chicago?

—Sí, más o menos… estábamos en el aeropuerto. Volvía a Chicago después de hacer una entrevista para el periódico y lo vi recogiendo sus maletas —Mallory cerró los ojos para contener el dolor. Aunque no servía de nada porque el dolor fluía por su cuerpo como el ácido. Habían pasado tres años, pero el recuerdo permanecía fresco en su memoria.

—¿Y qué pasó?

—Estaba tal y como yo lo recordaba —Mallory se aclaró la garganta—. Tenía el pelo más gris que antes y había engordado un poco, pero en general era el mismo. Alto, imponente… y con aspecto de querer estar en cualquier otro sitio.

Recordaba bien esa expresión. La había tenido durante las reuniones familiares, durante sus recitales de ballet o en las raras ocasiones en las que estaba en casa y ella le pedía que le leyese un cuento.

Mallory tuvo que tragar saliva de nuevo antes de continuar:

—Lo vi y, aunque estaba a diez metros de mí, supe enseguida que era él. Pero imagino que yo debía haber cambiado mucho en esos años.

—No te reconoció —aventuró Logan.

—No, fue peor que eso. Pensó que yo trabajaba en el aeropuerto, ya sabes, llevando maletas.

—Oh, Mallory…

—Me acerqué a él, pero antes de que pudiera decirle hola, mi padre me dio un par de dólares y señaló sus maletas. Es completamente ridículo… —lo que había empezado como una risa acabó siendo un sollozo.

—¿Y qué hiciste?

—Debería haberlo mandado al infierno, pero la verdad es que me había quedado helada. Llevaba tres maletas… mi madre siempre decía que no sabía hacer el equipaje. Además de ser un mal padre, ese día demostró que tampoco sabía dar propinas —Mallory intentó reír, pero no le salía la risa—. Debería haberme dado el triple porque estuve a punto de sufrir una hernia.

—¿No le dijiste quién eras?

—No, era demasiado humillante. Especialmente después de haber aceptado los tres dólares —intentó bromear ella.

—¿Y tu madre? ¿Se lo contaste?

—¿Y darle otra razón para que me soltase una de sus charlas? No, gracias —Mallory se llevó una mano a la cara y le sorprendió notar la humedad de las lágrimas. Hacía años que no lloraba por su padre, ni siquiera después del episodio del aeropuerto. Pensaba que ya no tenía lágrimas en lo que a él se refería.

—Decidiste protegerla —dijo Logan.

—Me lo hizo a mí, Logan, no a mi madre.

—Pero ella te hubiese entendido…

—No, mi madre y yo no tenemos ese tipo de relación. Al contrario, me habría echado en cara que no le hubiera dicho cuatro cosas…

—Lo siento —dijo Logan entonces—. Y gracias por contármelo.

—La verdad es que me ha sentado bien hacerlo. A lo mejor esto de la terapia no está tan mal.

—No sé si esta conversación podría clasificarse como una sesión de terapia, pero yo también me alegro de haberte contado lo que te he contado. Y es un buen recordatorio, además, ya que me paso el día diciéndoles a mis oyentes que no escondan sus sentimientos. En realidad, nada se resuelve de ese modo.

—Uno tiene que enfrentarse con las cosas, ¿no?

—Exactamente.

Mallory se tumbó de lado para mirar el despertador.

—¡Pero si es casi la una!

—Lo sé.

—Debería dejarte dormir.

—No estoy cansado. Si cuelgas ahora, me quedaré mirando el techo. Quédate un rato más conmigo.

—Muy bien, no pienso irme a ningún sitio —colocándose el teléfono entre el cuello y la oreja, Mallory se tumbó sobre el colchón. Y, aunque estaba muy lejos, lo sintió a su lado, llenando un espacio vacío que ella ni siquiera sabía que existiera.