Capítulo 5

Nada.

Después de buscar en todas las carpetas, eso era exactamente lo que Mallory había encontrado: nada. Incluso volvió a la biblioteca del periódico el sábado por la noche para buscar los anuncios de las bodas que habían tenido lugar a finales de ese año. Y nada. Pero si Logan y Felicia habían anunciado que se casarían en otoño, no podían haber dejado la boda para el año siguiente…

No había noticias sobre tal evento en el periódico, pero algo le decía que iba por el buen camino y decidió seguir intentándolo.

El lunes por la mañana, después de terminar un artículo sobre una galería de arte alternativo que acababa de abrir, buscó un certificado de matrimonio en el Registro Civil. Nada. Si la pareja se había casado, no lo habían hecho en el Estado de Illinois.

Mallory decidió entonces buscar algo sobre Felicia… ¡y bingo!

Podría haberse ahorrado mucho tiempo de haber hecho eso. Felicia Ann Grant se había casado después de todo. Pero no con Logan sino con Nigel Paul Getty y la boda había sido celebrada por un juez de paz. Eso explicaba que la noticia no hubiera aparecido en el periódico. Cuando una novia cambiaba a su prometido por otro hombre a última hora era de mal gusto anunciarlo en los periódicos. Pobre Logan.

La compasión que sentía por él era mayor que la emoción del descubrimiento. Ella sabía lo que era descubrir que tu pareja te engañaba. Dos años después de Vince, Mallory seguía sintiéndose como una tonta por no haber sumado dos y dos a tiempo. Eso le habría ayudado a salvar la cara delante de sus amigos, muchos de los cuales por lo visto sabían que Vince la estaba engañando.

Su teléfono sonó mientras pensaba qué iba a hacer con esa información.

—¿Sí?

—Hola, Mallory.

El novio engañado en cuestión estaba al otro lado de la línea y Mallory miró la fotografía de su guapísima ex prometida, sintiéndose extrañamente culpable.

—Hola, Logan.

—Necesito que me hagas un favor.

—¿Qué clase de favor?

—Me han invitado a una cena el jueves por la noche en el hotel Cumberland. Es una cena a benéfica y el dinero será para enviar a niños enfermos a un campamento de verano.

—Y esperas que lo publiquemos en el Herald.

—No, en realidad esperaba que fueras conmigo —respondió él—. Aunque es por una buena causa, estas cosas pueden ser muy tediosas.

—Quieres que vaya contigo a la cena —repitió Mallory, sorprendida.

—¿No estás interesada?

—Yo no he dicho eso.

—No, pero tampoco has dicho que sí —señaló él.

—Aún —aunque Mallory había pasado todo el fin de semana recordándose a sí misma los peligros de mezclar el trabajo con el placer, la respuesta escapó de sus labios sin que pudiese evitarlo.

—Estupendo. La cena es a las ocho, de etiqueta, pero el aperitivo empieza a las siete. ¿Te parece bien si voy a buscarte a las seis y media?

Tendría que salir antes del periódico para arreglarse, pero Mallory no vaciló un segundo:

—Me parece bien.

—Estupendo. Estoy deseando verte.

Mallory lo imaginó sonriendo y sintió que le ardían las mejillas. A pesar de las charlas que se daba a sí misma sobre lo de portarse como una profesional, Logan Bartholomew no era el único que estaba deseándolo.

 

 

Entre el lunes y el jueves, Mallory trabajó más de doce horas reuniendo datos sobre el fallido compromiso de Logan. Después de la boda, Felicia se había marchado a Portland, Oregón, donde había tenido un hijo que era o prematuro o concebido antes del matrimonio. Ésa, pensó Mallory, debía ser la razón por la que se había casado con Nigel Getty… del que se había divorciado un año después. Ahora Felicia era una mujer de negocios, aunque tal vez no por mucho tiempo porque, a menos que alguien inyectase dinero a mansalva, su perfumería de lujo pronto tendría que declararse en bancarrota.

El jueves empezó mal y siguió cuesta abajo durante el resto del día. Mallory olvidó poner el despertador, perdió el tren y luego se tiró un café sobre el pantalón de color crema mientras esperaba al siguiente. Pero no tenía tiempo de volver a casa a cambiarse de ropa, de modo que llegó al Herald con una mancha en el pantalón y un humor de mil demonios.

Mientras se dejaba caer frente a su mesa, Ruth Winslow, la editora de las páginas de sociedad, miró su reloj.

—No sabía que tuvieras una entrevista a primera hora.

—No la tenía. Es que se me olvidó poner el despertador… —Ruth levantó una ceja y Mallory no se molestó en terminar la frase—. Lo siento.

—Espero una lista de ideas para las doce sobre los festivales callejeros de la semana que viene… ah, y tengo un par de artículos que quiero que escribas. Lo necesito todo para el final del día.

—Sí, claro.

Aquél no sería buen momento para preguntar si podía salir un poco antes, pensó Mallory.

Y cuando se derramó la segunda taza de café en el pantalón una hora después, empezó a preguntarse si la ex de Logan le habría hecho vudú.

Tal y como estaba yendo el día, era inevitable que llegara tarde a casa. El pobre Logan estaba apoyado en el portal.

—¿Llevas mucho tiempo esperando? —le preguntó, mientras intentaba hacer malabarismos para encontrar las llaves en el enorme bolso.

—Quince minutos más o menos.

—Lo siento.

—No pasa nada. Imagino que no has tenido un buen día.

—¿Tan evidente es?

—Digamos que tus pantalones cuentan la historia —rió Logan.

—Y sólo es la versión reducida, te lo aseguro.

—Si quieres cancelar la cena, lo comprenderé.

—No, no. Pero si ocurre algún otro desastre no digas que no te he advertido.

—No lo haré —replicó él, riendo.

Mallory abrió la puerta y lo invitó a entrar, agradeciendo que el apartamento tuviera un aspecto más o menos presentable. Arreglar la casa no era una de sus prioridades, especialmente cuando estaba trabajando en una historia interesante.

—Hay una botella de Merlot en la cocina, por si quieres tomar una copa mientras me arreglo.

—¿Tú quieres una?

—Como llevo todo el día tirándome cosas encima, será mejor que no tome nada.

 

 

El apartamento de Mallory era pequeño, pero decía mucho sobre su personalidad. Su colección de música incluía a Duke Ellington, Miles Davis y Fats Waller, de modo que le gustaba el jazz. La pared pintada de color rojo decía que no le tenía miedo al color. Y su ecléctico sentido del estilo: muebles asiáticos mezclados con un moderno sofá y un sillón más tradicional, dejaban claro que no creía en seguir las reglas de nadie.

Y también le gustaba leer. En una estantería hecha a medida había biografías de políticos y hombres de Estado, literatura clásica de E.M. Forster, William Faulkner y Sylvia Plath, además de alguna novela de misterio de Tami Hoag. No había libros de autoayuda… a menos que contase uno sobre reparaciones en el hogar. Y no era ninguna sorpresa. Mallory Stevens era una chica segura de sí misma, autosuficiente.

Una superviviente.

Cuando la inseguridad que había experimentado en el barco volvió de nuevo, Logan decidió aceptar su oferta de tomar una copa.

La cocina era pequeña, pero como Mallory había admitido que no sabía cocinar seguramente no necesitaría algo más grande.

Logan encontró un sacacorchos en uno de los cajones y, mientras tomaba un sorbo de Merlot, miró las fotografías pegadas en la puerta de la nevera. Una en particular llamó su atención; era Mallory con otra chica, las dos con sombrero texano y unas montañas al fondo. ¿Estarían de vacaciones?, se preguntó. Fuera cual fuera la ocasión, parecía tan abierta, tan sincera. Sin preguntas que hacer, sin agenda oculta.

¿Sería alguna vez así con él?

—Es mi compañera de la facultad, Vicki.

Logan se volvió al oír su voz… y tuvo que contener el aliento al verla.

—¿Tu compañera de facultad?

—Sí, también ella vive en Chicago y seguimos siendo amigas desde entonces. Una vez al año me lía para que hagamos alguna excursión. Dice que es bueno para mí.

—Ah, creo que me cae bien.

—El año pasado tocó mover ganado. Esa fotografía fue tomada un día antes de subirnos a la silla.

Mallory señaló la foto, pero la mirada de Logan estaba clavada en el vestido de color dorado pálido que llevaba. Las mangas cóctel mostraban unos brazos torneados y la falda, por encima de las rodillas, dejaba al descubierto unas piernas de escándalo. Las sandalias de tacón, también doradas, reflejaban la luz de la lámpara.

—Estás… preciosa.

Y lo decía absolutamente en serio. En el tiempo que la mayoría de las mujeres habrían tardado en ponerse el maquillaje, Mallory había conseguido maquillarse, vestirse y hacerse algo en el pelo. Antes era guapa, ahora era peligrosamente atractiva y no sabía si debía estar contento o nervioso.

—Gracias.

—Seré la envidia de todos los hombres.

Su estilo, poco convencional, hacía que los hombres volvieran la cabeza incluso cuando no llevaba puesto algo tan sexy.

—Bueno, no exageres.

Logan, que no era un hombre dado a la hipérbole, insistió:

—De verdad, eres preciosa.

—No, no lo soy —Mallory dejó escapar un suspiro no tanto exasperado como avergonzado que a Logan le pareció interesante y enternecedor.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Sé que no soy fea, incluso yo diría que soy atractiva. Pero preciosa… no.

—¿Por qué?

—Tengo espejos en casa.

Logan estaba convencido de que Mallory no tenía problemas de autoestima porqué nunca había conocido a una mujer tan segura de sí misma… en lo que se refería a su profesión. Pero alguien debía haberla hecho sentir poco deseable.

¿Quién? ¿Por qué? Las respuestas tendrían que esperar, se dijo.

—Pues entonces es que no te miras a menudo —sonriendo, Logan la tomó por los hombros para empujarla hacia el espejo de la entrada—. ¿Lo ves?

Mallory estudió su imagen un momento y luego se encogió de hombros.

—Si tú lo dices, tendré que creerte.

—¿De verdad? ¿Confías en mí?

Esta vez fue el reflejo de Logan lo que buscó en el espejo. Logan, que estaba deslizando las manos por sus brazos…

—Será mejor que nos marchemos. Vamos a llegar tarde a la fiesta.

—Elegantemente tarde —le aseguró Logan, aunque en general él era una persona muy puntual—. Unos minutos no le hacen daño a nadie.

Pero Mallory negó con la cabeza.

—Sólo tengo que tomar el bolso y el chal y estaré lista. Ve bajando si quieres, nos vemos en la puerta.

Pero Logan seguía en la entrada cuando volvió del dormitorio y, después de quitarle el chal de las manos para ponérselo sobre los hombros, la tomó del brazo para salir del apartamento.

El salón de baile del hotel estaba lleno de gente: empresarios, políticos, celebridades y miembros de la alta sociedad de Chicago. Algunos habían ido para apoyar una causa benéfica, otros para ser vistos apoyando una causa benéfica.

Mallory reconocía a muchos de ellos, incluyendo a un concejal del que se rumoreaba que aceptaba sobornos de una constructora. En otra ocasión hubiese intentado arrinconarlo para hacerle un par de preguntas, pero aquella noche la única persona por la que sentía curiosidad era Logan… y no tenía nada que ver con el artículo.

Estaba guapísimo. Claro que no era una sorpresa. Aquel hombre podía permitirse llevar un traje de Armani porque sus anchos hombros y elevada estatura le hacían justicia. Pero había algo más en Logan Bartholomew que su aspecto de estrella de cine. Nunca había dudado de su inteligencia, pero era mucho más profundo y más complejo de lo que había pensado en un principio.

La fascinaba no como periodista, sino como mujer.

¿Preciosa? ¿De verdad pensaba eso de ella? Y esas buenas maneras tan halagadoramente anticuadas: abrirle la puerta del coche, ponerle el chal… en realidad, la hacía sentir como en un cuento de hadas.

—¿Mallory?

Mallory parpadeó, sorprendida. Logan estaba diciendo algo mientras ella se quedaba mirándolo como una tonta.

—Perdona, estaba distraída.

—Y yo pensando que estabas pendiente de mis palabras —bromeó él—. Estaba diciendo que no han colocado a los invitados por mesas. ¿Tienes alguna preferencia?

Ella miró alrededor. En general, le gustaba conocer gente nueva y se le daba bien hacer que los desconocidos se abriesen y le contasen cosas. Pero, de repente, no le apetecía charlar con nadie. Quería estar a solas con Logan, retomando lo que habían dejado a medias en el vestíbulo.

—¿Te importa que nos sentemos en una de las mesas del fondo?

—¿Para poder marcharnos sin que nadie nos vea?

—Exactamente.

—¿Debo pensar que tienes algo en mente para más tarde?

—Es posible.

¿Dónde estaba metiéndose?, se preguntó. No tenía ni idea y le daba igual, lo cual era muy extraño en ella.

Estaba perdida, se dio cuenta después. Tanto que no había visto a Sandra Hutchins hasta que fue demasiado tarde.

—Hola, Mallory. Me preguntaba quién habría venido a cubrir el evento para el Herald.

Pero su sonrisita de superioridad se convirtió en una mueca de asombro al reconocer a su acompañante.

—Tú eres… eres tú, ¿verdad?

—El mismo —sonrió Logan—. Logan Bartholomew. Y tú eres…

—Una pesada —murmuró Mallory, al tiempo que Sandra decía su nombre.

—Mallory y yo trabajamos juntas.

—¿Y has venido a cubrir el evento? —preguntó Logan sin saber… ¿o sabiendo? que estaba insultando a la redactora.

—No, afortunadamente yo puedo dedicarme a cubrir eventos interesantes —replicó Sandra—. He venido como invitada de Larry Byram. Te acuerdas de él, ¿verdad, Mallory?

Oh, sí, claro que recordaba a Larry. Era uno de los ayudantes del alcalde, el imbécil que le contó la historia falsa que había provocado su caída en desgracia.

—¿Cómo está Larry? —le preguntó, con una sonrisa tan falsa como la de Sandra.

—Bien. Y disfrutando de su ascenso.

Sin duda también estaría disfrutando de su caída.

—Cuánto me alegro por él.

—Lo saludaré de tu parte —dijo Sandra, sin disimular su desdén.

—Sí, por favor.

—¿Nos perdonas un momento, Logan? —Sandra tomó a Mallory del brazo para llevarla aparte—. No sé en qué andas metida, Stevens…

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la tonta conmigo. Estás con Logan Bartholomew.

—¿Y?

—¿Por qué?

—Yo diría que es evidente.

—En tu caso, no. Tú no tienes vida social, así que debe tener algo que ver con el trabajo.

Mallory querría negar tal afirmación, pero no podía hacerlo.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que a menos que sea algo que pudiera escribir incluso un becario, tú no deberías trabajar en ese artículo.

—¿Por qué? ¿Ahora eres mi editora? De ser así, no me había enterado.

—Deja los artículos de verdad para aquéllos que pueden publicar sin costarle dinero al periódico.

Mallory sintió que le ardía la cara. No podía demostrarlo, pero estaba segura de que le habían tendido una trampa. Aun así, era culpa suya. Pero, aunque pudiese volver a cubrir las historias que le interesaban de verdad, ¿podría hacer que el director del periódico olvidase su costoso error?

—Tengo que irme.

Pero cuando intentaba alejarse, Sandra la sujetó del brazo.

—Estaré vigilándote, Stevens. Una metedura de pata más y estás fuera del periódico.

—Eso te gustaría, ¿verdad?

—Estoy deseando.

—Pues entonces deberías salir más, querida Sandra —replicó Mallory, soltándose de un tirón.

—Una mujer encantadora —comentó Logan cuando se reunió con él.

—Sí, somos amiguísimas.

—Tanto como Bruto y Cesar, ¿no?

—Exactamente. Por eso tengo que andar con ojo.

—¿Qué tal si yo vigilo tu espalda… y otras cosas esta noche? —sugirió Logan, levantando cómicamente las cejas.

Mallory tuvo que sonreír.

—Mira, hay una mesa libre ahí, al lado de la puerta.

—Buena elección.

—Eso digo yo.

Pero cambió de opinión unos segundos después porque había dos parejas en la mesa y las dos mujeres conocían a Logan… o más bien sabían quién era.

—¡Logan Bartholomew! —exclamó una de ellas—. Me encanta tu programa, de verdad. Lo escucho todos los días mientras me arreglo para ir a trabajar.

—Gracias.

—Me llamo Anita. Y él es mi marido, Victor.

—Encantado.

—¿Sabes una cosa? Tengo la impresión de que te conozco desde siempre —sonrió Anita.

Y Mallory tuvo que apretar los dientes, sintiéndose curiosamente posesiva.

Afortunadamente, su amiga la interrumpió en ese momento:

—Yo soy su fan número uno, doctor Bartholomew. No me pierdo ninguno de sus programas.

—Por favor, llámame Logan.

—Muy bien, Logan. Yo soy Julia Richmond. Gracias a ti, Darin y yo —sonrió la joven, señalando al hombre que estaba a su lado— hemos logrado superar nuestras diferencias. Vamos a casarnos en otoño —añadió, mostrando un anillo de diamantes tan grande que debería ir con guardaespaldas.

—¡Menudo pedrusco! —rió Mallory.

—Dímelo a mí —murmuró Darin.

Logan se aclaró la garganta y ofreció un diplomático:

—Enhorabuena a los dos.

—Gracias, pero te lo debemos a ti, ¿verdad, cariño? —Julia tomó a su prometido del brazo. Pero Darin, en lugar de sonreír, levantó su copa en un brindis que no parecía demasiado entusiasmado. Mallory le dio un año a aquel matrimonio, como máximo. Y eso si llegaban al altar.

—Los consejos que das en tu programa —estaba diciendo Julia—, especialmente a las parejas que tienen problemas, son fantásticos. Es como si hubieras escrito un libro sobre relaciones sentimentales.

—Especialmente en lo que se refiere a entender a las mujeres y a lo que necesitamos de los hombres —intervino Anita.

Darin no era el único que parecía irritado en ese momento. Estaba claro que a Victor tampoco le hacía mucha gracia la atención que su mujer le estaba prestando al recién llegado.

—Me alegro de haber podido ayudar en algo —dijo Logan modestamente.

Pero parecía incómodo. Y, dada su historia personal, era lógico, pensó Mallory. Si hubiera escrito un libro sobre relaciones sentimentales, como decía Anita, no se habría dejado engañar por su ex prometida.

Mallory decidió que era el momento de cambiar de tema.

—¿Visteis el partido de los Sox anoche?

—¡Por supuesto! ¿Viste esa jugada en la tercera base? —sonrió Logan.

Ah, un fan de los Sox. ¿Quién lo hubiera dicho? Otra razón para sentirse atraída por él.

Afortunadamente, Victor también era fan de los Sox. O lo era o estaba deseando hablar de algo que no fueran relaciones sentimentales.

Darin intervino en la conversación unos minutos después y, durante media hora, se entabló un animado debate sobre el asunto. Anita y Julia no parecían contentas, pero empezaron a charlar entre ellas sobre la boda de Julia.

Por debajo de la mesa, Mallory sintió el roce de las rodillas de Logan y cuando levantó la mirada él le dio las gracias en voz baja.

Quince minutos después, Buck Warren, el organizador del evento, subió al escenario para agradecer la presencia de los invitados. Y también hizo una nada sutil petición de donativos, recordando que se podían deducir de los impuestos.

Después de un corto discurso se sirvió la cena y, aunque afortunadamente en aquella ocasión no era pollo de plástico, Mallory no pudo dejar de pensar que la carne estaba un poco seca y las verduras demasiado crudas.

—Deberían contratarte, Logan.

—Es más fácil cocinar para dos que cocinar para cien.

—Sí, claro —rió ella—. No sé qué servirán de postre, espero que sea algo de chocolate.

—¿Te apetece algo rico y decadente esta noche?

—Podría ser… —Mallory tuvo que disimular un escalofrío.

El postre resultó ser un pastel de manzana con helado de vainilla que llegó a la mesa casi derretido.

—¿Estás muy decepcionada?

—Mucho —suspiró ella—. Pero sería un buen momento para tomar el postre que no tomé el otro día.

—¿Quieres que te haga un pastel casero?

—Algo con una pecadora cantidad de chocolate. ¿Qué dices?

—¿Y marcharnos antes de que empiece el baile?

—¿No me digas que te gusta bailar?

—Sólo las canciones lentas. Aprendí en el instituto, cuando descubrí que era una buena oportunidad de abrazar a las chicas sin recibir una bofetada.

—Ah, qué listo —rió Mallory—. Bueno, entonces tendremos que quedarnos.

—¿Dispuesta a estar entre mis brazos?

Aunque lo estaba, contestó:

—Más dispuesta a descubrir si eres un buen bailarín.

Habían contratado a una orquesta para la ocasión y la cantante llevaba un peinado estilo años cuarenta. Mallory casi esperaba que tocasen un boogie, pero empezaron con una balada moderna y la pista de baile se llenó enseguida. Aun así, Logan se levantó del asiento y le ofreció su mano.

—¿Bailamos? —le preguntó, con un brillo de reto en los ojos.

—Por supuesto.

Mientras se abrían paso entre la gente Logan apretaba su mano y el contacto hacía que las hormonas de Mallory se volvieran locas. Cuando llegaron a su destino y él le pasó un brazo por la cintura tuvo que disimular un suspiro. Y cuando empezaron a bailar y sus cuerpos se rozaron, quería ponerse a gritar de deseo. Y estaba segura de que él lo sabía.

—Qué bien hueles.

—Tú también —Mallory, nerviosa, giró un poco la cabeza cuando sus mejillas chocaron—. La canción casi ha terminado.

Y con ella terminaría aquella dulce tortura.

—Lo sé. Pero aún nos queda el postre.

—Sí —suspiró ella. Se le hacía la boca agua, aunque su apetito no tenía nada que ver con la comida.

—¿Tienes en mente algo en particular?

—¿Puedo pedir lo que quiera?

—Hecho especialmente para ti.

—Entonces tendré que pensármelo. Pero podrías decirme cuáles son tus especialidades.

—Te haré una lista cuando nos vayamos, pero estoy abierto a probar nuevas cosas.

—En la cocina —dijo ella.

—Por supuesto, en la cocina.

La orquesta dejó de tocar en ese momento y la pista de baile empezó a vaciarse.

—¿Te apetece otro baile? —preguntó él.

—No, prefiero que nos vayamos.

—Muy bien —Logan puso una mano en su cintura.

—A casa.

Él se volvió para mirarla. Y su sonrisa conspiradora agitó aún más sus enloquecidas hormonas.