Capítulo 3
Logan maniobró el barco y, una vez lejos del puerto, le pidió a Mallory que lo ayudase a izar las velas. Podría haberlo hecho él solo porque era lo que solía hacer, pero no resultaba fácil y le restaba algo de placer al pasatiempo.
Placer.
Eso era lo que estaba experimentando con Mallory Stevens mientras el barco se deslizaba sobre las aguas del lago Michigan. Él raramente compartía el Tangled Sheets con nadie. Era su retiro privado, su huida no sólo de las prisas de la ciudad sino de la fama y de los periodistas que ahora lo perseguían. Periodistas mucho menos peligrosos que Mallory Stevens… al menos según su representante.
Nina Lowman lo había hecho prometer que la llamaría más tarde, aparentemente para demostrar que había sobrevivido a su encuentro. Aun así, no lamentaba su decisión de invitar a Mallory a bordo.
Atribuía la invitación al hecho de llevar meses sin la compañía de una mujer. No, llevaba meses sin la compañía de una mujer interesante, tal vez años incluso. El último de sus ligues… y «ligue» era una palabra demasiado generosa para definirlo, había sido una chica de la alta sociedad de Chicago que resultó ser tan superficial y vacía como guapa. Tonya podía ser estimulante en muchos aspectos, pero la conversación no era uno de ellos.
A Logan le gustaban las mujeres inteligentes y divertidas; mujeres que pudiesen jugar al ajedrez y al strip-póquer, por ejemplo. Y estaba seguro de que Mallory sabría jugar a ambas cosas.
De modo que no era una sorpresa que lo estuviese pasando bien aquella tarde. Y lo mejor era que Mallory también parecía encantada. En aquel momento estaba apoyada en la borda, con los ojos cerrados, dejando que el viento moviera su pelo. La fina arruguita entre sus cejas había desaparecido y una sonrisa curvaba sus labios…
Por primera vez desde que la conoció parecía auténticamente relajada y, por lo tanto, más atractiva. Y eso era decir mucho porque Mallory era una mujer muy guapa, auténticamente guapa, sin pretensiones ni artificios. Por supuesto, podía permitirse el lujo de no maquillarse o maquillarse muy discretamente. Tenía unas pestañas increíblemente largas y espesas, rodeando un par de ojos castaños llenos de secretos. No necesitaba ningún otro adorno.
Pero un hombre podría perderse en esos ojos si no tenía cuidado. Afortunadamente, Logan no tenía intención de perderse en ningún sitio, por mucho que disfrutase del reto de estar con ella.
Mallory se volvió entonces para mirarlo, como si no se sintiera incómoda o extraña sabiendo que él había estado observándola. Y Logan tuvo que tragar saliva, un poco nervioso a su pesar.
—Probablemente debería pedirte disculpas por haberme quedado mirando tan descaradamente. Y si fueras otro tipo de mujer, lo haría.
—¿Otro tipo de mujer? —repitió ella.
—Más… apocada.
—Apocada —sonrió Mallory—. No es una palabra que se oiga mucho en nuestros días. Es un poco anticuada, ¿no?
—Exactamente.
—Pero yo no soy anticuada.
No, desde luego. Mallory Stevens era una chica moderna, una mujer de mundo. Pero no era dura. Y cuando le habló del divorcio de sus padres le había parecido casi vulnerable.
—Y tampoco soy apocada.
Por su tono, era imposible saber si se sentía insultada o no, pero Logan decidió que no.
—Y por eso no siento el deseo de fingir contigo. Puedo decir tranquilamente lo que pienso.
—¿Y eso es bueno o malo? —sonrió ella.
—Algo bueno. Definitivamente, algo bueno.
Mallory rió, un sonido femenino, un poco ronco.
—Yo podría preferir cierta… discreción de vez en cuando. Veo tan poca en mi vida profesional. Subterfugios sí, todo el tiempo, pero son gajes del oficio.
—No estamos hablando de trabajo.
Interesante, pensó Logan, cómo volvían a ese tema. Interesante y un poco aterrador.
Mallory sonrió.
—No, es verdad.
—¿Preferirías que fingiese que no te encuentro increíblemente sexy?
Ella parpadeó. La había pillado desprevenida. Lo había hecho un par de veces esa tarde. Y tal vez era su ego masculino, pero le gustaba saber que podía hacerlo.
—¿Y bien?
—Estoy intentando buscar una respuesta discreta.
—¿Y no la encuentras?
Mallory se aclaró la garganta.
—Bueno, debes admitir que es una pregunta difícil de contestar.
La clase de pregunta que a ella se le daba bien formular, claro, pero Logan se guardó esa observación para sí mismo.
—Y yo pensando que no eras de las que se mostraban apocadas.
—Si te digo que no, pensarás que estoy jugando. Y si te digo que sí, me acusarás de ser una vanidosa.
—¿Tú crees?
—Me has arrinconado y eso no me gusta.
—Lo siento, no me había dado cuenta.
—Sí te habías dado cuenta.
Logan tuvo que sonreír.
—Sí, bueno, es verdad. Pero, en mi defensa, siento una enorme curiosidad por tu respuesta.
El viento sacudía su pelo y Mallory lo apartó con la mano.
—Dígame, doctor Bartholomew, ¿a qué mujer no le gusta que le digan que es sexy?
Era una pregunta y no una respuesta, pero lo dejó pasar.
—Para tu información, creo que he dicho «increíblemente sexy». Si vas a citarme… —Logan no terminó la frase, en parte porque las palabras no eran necesarias, pero sobre todo porque Mallory se había puesto pálida de repente—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí —contestó ella, apoyándose en la borda—. Parece que aún no estoy acostumbrada al barco.
Logan estaba seguro de que no era eso lo que había provocado su palidez, pero no dijo nada.
—No me has contestado.
—¿Qué debo decir?
—Se me ocurren un par de sugerencias…
—Lamento decepcionarte, pero apocada no es sinónimo de «promiscua».
Logan chascó los dedos, burlón.
—Lástima.
—Si hablaras en serio tendría que tirarte por la borda.
Logan no dudaba que lo intentaría. Incluso podría hacerlo, aunque fuese mucho más pequeña que él.
—¿Y cómo volverías al club?
Mallory se cruzó de brazos.
—Ya me las arreglaría.
Seguro que sí. Mallory Stevens era una superviviente. Él había conocido a muchos supervivientes en su consulta, antes de dedicarse a la radio. Aunque admiraba su habilidad de perseverar y saltar todos los obstáculos, en algunos casos los supervivientes eran personas muy solitarias, personas que no necesitaban a nadie.
—Es hora de volver al puerto.
—Oye, que lo de tirarte por la borda era una broma —rió Mallory.
—Lo sé.
—Pero te has puesto nervioso.
—No, no es eso.
—Ya.
—Quedan pocas horas de luz y no me gusta navegar en la oscuridad. Además, tengo que terminar de preparar el programa de mañana —dijo Logan.
No era mentira del todo. Además de escuchar las llamadas de los oyentes, incluía en su programa un segmento sobre temas de salud mental y al día siguiente pensaba hablar sobre los ataques de pánico.
Mallory insistió en echarle una mano, como si fuera vital para ella saber qué tenía que hacer para volver a puerto. Una superviviente, pensó Logan de nuevo.
—Cuidado con el mástil o serás tú quien caiga por la borda.
—Sí, mi capitán —sonrió Mallory. Cuando estaban llegando al puerto lanzó un silbido al ver la panorámica de Chicago con el sol poniéndose entre los rascacielos—. Ésa sí que es una vista de un millón de dólares.
—Desde luego. ¿Quieres tomar el timón?
—Lo dirás de broma.
—No, no. Nunca bromeo cuando se trata de mi barco.
—Entonces, sí —Mallory se colocó frente al timón, las piernas separadas para mantener el equilibrio, las manos sobre la rueda de madera que Logan había pasado horas lijando y pintando.
Aunque no había necesidad, Logan se colocó tras ella y puso sus manos sobre las suyas.
—¿No confías en mí?
—Sí, claro que sí —murmuró él, inclinando la cabeza para hablarle al oído—. Sólo estoy buscando una buena excusa para tocarte.
¿Había provocado un escalofrío? No era fácil saberlo ya que la voz de Mallory sonaba absolutamente calmada cuando le preguntó:
—¿Necesitas una excusa?
—Aparentemente.
—Qué pena. Tal vez deberías ver a un médico para hablar de tu… timidez con las mujeres competentes.
—¿Tú crees?
—Conozco a un famoso psiquiatra que podría ayudarte.
—¿Ah, sí? —la mejilla de Logan rozaba la suya—. ¿Tú crees que debería pedir cita?
—No, me temo que está muy ocupado. Es famoso.
—Ah, ya.
—Pero podrías llamar a su programa de radio. Todo Chicago lo escucha.
—No olvides el resto del área metropolitana.
—¿Cómo iba a olvidarlo? Él es el salvador de los que viven en las afueras. ¿Quién sabe cuántos casos de furia matutina provocada por los atascos ha evitado con sus serenas y sabias palabras? Cientos diría yo.
—Incluso miles —sonrió Logan—. Ahora entiendo que se rumoree lo del programa de televisión.
Mallory se quedó helada.
—¿En serio?
¿Aquella mujer no dejaba nunca de trabajar?, se preguntó Logan.
—Es un rumor. Tristemente, no está confirmado.
Se sintió un poco culpable por tomarle el pelo… hasta que Mallory se dejó caer sobre su pecho. Entonces sólo sintió… a ella. Más exactamente, sintió la vibración de su risa.
—Seguro que ese psiquiatra podría ayudarte.
—¿Por qué estás tan segura?
—Por lo que he leído sobre él en los comunicados de prensa, puede hacer casi todo.
También Logan había leído esos comunicados de prensa, que le había enviado su representante, y sabía a qué se refería. Los comentarios excesivamente elogiosos hacían que se sintiera incómodo porque, aunque una vez había creído tener un don para ayudar a los demás, últimamente tenía la impresión de que se limitaba a entretenerlos durante unas horas a través de la radio.
—¿Y si el renombrado doctor Bartholomew fuese sólo un hombre?
—¿Sólo un hombre?
—Un ser humano como los demás.
—¿Estás diciendo que no es infalible?
—¿Eso sería tan difícil de creer?
Mallory rió de nuevo.
—Después de leer los comunicados de prensa, sí.
—Olvida lo que has leído —dijo Logan entonces, poniéndose serio—. Toma tu propia decisión.
Mallory se volvió para mirarlo, sin soltar el timón. Los últimos rayos de sol destacaban los reflejos cobrizos en su pelo…
—Yo siempre tomo mis propias decisiones, Logan Bartholomew.
Algo brillaba en sus ojos y Logan quería creer que era la misma atracción que sentía él. Pero cuando por fin pudo apartar la mirada fue una sorpresa comprobar que estaban llegando a puerto.
—Tenemos que arriar las velas.
Una vez en el muelle la ayudó a saltar del barco. Aunque Mallory no necesitaba ayuda. En realidad, era la clase de mujer que nunca necesitaría ayuda… o al menos no la pediría. Pero quería tocarla y se alegró cuando ella aceptó su mano.
Resultaba raro decirse adiós en el muelle porque Logan era la clase de hombre que solía acompañar a una mujer hasta la puerta de su casa. Mallory podría no ser anticuada, pero aun así…
—¿Quieres que te acompañe?
—No, por favor. He llegado aquí por mi cuenta.
—¿En el tren? Si esperas un momento, puedo llevarte a casa.
—No, en serio, no te preocupes por mí. Sé llegar sola a mi apartamento —ella sonrió, inclinando a un lado la cabeza—. Pero gracias. La oferta es muy… agradable.
—No es menos de lo que tú mereces.
—Sí, ya… —Mallory se apartó el pelo de la cara. ¿Halagada? ¿Sorprendida?—. Gracias por llevarme a navegar. Ha sido estupendo, una experiencia que no olvidaré nunca.
—Me alegra saberlo.
Mallory señaló los rascacielos que estaban tras ellos.
—Me encanta esta ciudad, creo que me alimento de su energía. Pero esta noche… no esperaba pasarlo tan bien mientras me alejaba de ella.
Logan sabía muy bien a qué se refería.
—Me alegro aún más.
—Buenas noches, Logan.
—Buenas noches —dijo él—. Oye, Mallory… me gustaría volver a verte.
—¿Ah, sí? ¿Para mantener cerca al enemigo?
—No.
—¿Entonces por qué?
La pelota estaba en su tejado y Logan se puso muy serio antes de tomarla entre sus brazos.
—Por esto.
Luego buscó su boca sin que Mallory pudiera protestar. Aunque debería haber sabido que no protestaría. ¿No habían dejado claro que no era apocada? Como esperaba, ella se puso de puntillas y le devolvió el beso con la misma pasión.
Zip. Zap. Zing.
Aquella mujer podría ser su ruina, pero a Logan no le importaba. Porque no se había sentido tan vivo en muchos años.