30 MELBA LISTON
A principios del verano de 1950, Billie se preparaba para iniciar una gira de cuatro semanas que habría de llevarla, en apariciones de una sola noche, por el sur de Estados Unidos hasta acabar el 23 de julio en Nueva Orleans. El trompetista y líder Gerald Wilson había reunido a dieciocho músicos entre los que figuraba una mujer, la trombonista Melba Listón.
John Levy todavía era el manager de Billie, aunque Melba Listón afirmó que obviamente «no se llevaban muy bien». John debía encargarse de «manejar el negocio» y se había comprometido a garantizar los salarios de los músicos. De la promoción de la gira se ocupaba el chófer y ladrón a tiempo parcial Dewey Shewey, un tipo sin la menor experiencia en esos menesteres.
Después de tres semanas de ensayos en Filadelfia, Melba Listón dijo que todo parecía ir «sobre ruedas». Habían escogido el repertorio y los arreglos «estaban escritos». La voz de Billie estaba en forma e iba a cantar sus temas favoritos. Llegaron a ensayar incluso Strange Fruit, aunque no la tocaron porque no parecía tener sentido si no iban a tocar para públicos racialmente mixtos.
El primer concierto se celebró en Baltimore, y el sábado 24 de junio actuaron en el Sparrows Beach, frente a la costa y cerca de los muelles.
Cuando Billie volvía a Baltimore para actuar, las noticias volaban. Su vieja amiga «Pony» Kane trabajaba entonces de asistenta en el burdel de Alice Dean, y recordaba haber oído a Willie Diggs decir a la gente, presumiendo:
—¿Sabes una cosa? ¡Yo la conocí! ¡Vivía aquí! ¡Aquí mismo, con nosotros!
Todos los que la habían conocido y que aún seguían por allí corrían a por entradas para los conciertos.
Algunos recordaban haber visto llegar a Billie en su Cadillac verde, con un chihuahua asustado bajo el brazo, como si fuera un bolso, y a su lado John Levy, su manager, tenso y enfadado. Ambos llevaban gafas oscuras, incluso cuando no lucía el sol, y en las fotografías que se conservan de Levy siempre parece que vaya de camino a un funeral.
La Lady Day Orchestra empezó tocando algunas piezas de baile durante cuarenta y cinco minutos, hasta que llegó el momento en que Billie se dirigió al escenario, atravesando una multitud que se apartó lo justo para mostrarle el camino. Tal vez llevara los mismos zapatos altos de ante y abiertos por detrás que tanto le gustaban a «Pony» Kane, las flores blancas en el pelo como una balsa de luz y un vestido que relucía al caminar.
La gente del público que conocía a Billie de cuando era una jovencita todavía la llamaban Eleanor
—¡Eh, Freddie! ¡Cállate y siéntate!... ¡Dee, Dee, hijaputa! ¿Sigues trabajando en ese puto mercado de pescado? ¿Dónde anda Diggs? ¿O es que ese cabrón no puede separarse de la mesa de billar para venir a verme?
Y allí estaba, de pie en un escenario sobrio, sin el lujo ni la soledad de un punto de luz rosa cuidadosamente preparado para seguirla y conducir la mirada de todos los presentes. La multitud se arremolinaba para presenciar aquel milagro de fama mundial, un milagro que había emergido del nido de pobreza y caos en que ellos vivían.
Hizo un gesto a la orquesta dando a entender que ya estaba preparada. ¿Cuál fue la primera canción de la noche? Tal vez I Cover the Waterfront, porque estaban en una ciudad a la que llegaban los barcos desde lugares remotos, y los marineros se lanzaban a los clubes, a los bares y a los burdeles para gastarse el dinero antes de dormir a pierna suelta, como restos de un naufragio sobre la arena de la playa. Como dijo John Fagan, el primo de Billie, «cuando cantaba On the Waterfront [sic], la letra cobraba sentido para todos aquéllos que vivíamos en el Point. El Point nace al sur de la calle Lafayette y llega hasta el mar. Era un vecindario muy agradable, aunque éramos gente pobre. Y Billie había nacido allí».
La gente que conoció a Billie antes de que se marchara a Nueva York advertía que los años habían pasado, y se daba cuenta de que su voz ya no tenía nada que ver con la de una joven; ahora era más cadenciosa y más oscura. Pero su figura era tan hipnótica como en el pasado. Cantaba la larga introducción de esa canción que hablaba de una mujer abandonada por su amante marinero que aún confía en el regreso de éste.
Away from the city that hurts and knocks,
I am standing alone by the desolate docks,
In the still and the chill ofthe night.
I see the horizon, the great unkown,
My heart has an ache, it’s as heavy as stone,
Will the dawn coming ony make it last.
I cover the waterfront,
I’m watching the sea.
Will the one I love
Be coming back to me.
I cover the waterfront, in search of my love,
And I’m covered by a starlit sky above
Puede que continuara con Fine and Mellow, y al pronunciar las palabras He wears high-draped pants, stripes are really yellow
Luego, volviendo la vista a la pálida tez de John Levy, a su rostro serio y sus cejas pobladas, podría haber cantado My Man para decirle al mundo cuánto le gustaría «soñar con una cabaña junto a un arroyo... donde crecen las flores y tal vez un hijo o dos», y aprovecharía el siguiente verso para explicar cómo se desmorona de nuevo su sueño y vuelve a ser presa de la desesperación cuando su hombre «se enfada y [le] dice que no hable de bobadas». Mientras cantaba tal vez la asaltara el incesante pensamiento del dinero que se esfumaba tan pronto como llegaba a sus bolsillos, y aquella gira, y Dewey Shewey, y si había resuelto ya la promoción...
La noche era cálida, y cantaba mientras el murmullo del mar se entrelaza con la música y las voces de la gente. Cuando acabó el espectáculo, Billie y John Levy debieron de ir al hotel York, él único para negros de la ciudad regentado por un tipo llamado Sammy, a menos que hubieran optado por el hotel de Tom Smith, aunque aquel lugar era, según Pony Kane, «solamente una pensión para negros, nada lujoso».
Tal vez siguieran hablando, bebiendo y peleándose antes de que Billie se acostara. Melba Listón contó que John Levy creía que Billie podría desengancharse de la heroína en el Sur, sencillamente porque allí costaba más conseguir droga. Pero eso implicaba que tendría que beber mucho más para no ponerse nerviosa y poder seguir trabajando.
A la mañana siguiente partieron hacia a Maryland para el concierto en el New Dance Pavilion de Carr’s Beach. Un día después tenían que actuar, en el Pier Ballroom de Ocean City antes de atravesar Virginia, donde debían aparecer en el Mosque Ballroom de Richmond, en el Highway Boxing Arena de Newport News, y en el auditorio municipal de Norfolk, ya en las tierras del Sur que Billie había evitado desde aquella gira con Count Basie y Artie Shaw.
En aquella parte del país la segregación era estricta y actuaban para un público exclusivamente negro. Según Melba Listón, tocaron mucho en un transbordador que «cruzaba un lago» acompañados en cada trayecto por el autobús que llevaba el equipo. También fueron a playas con salas de baile que parecían graneros o a bailes en almacenes con hojas de tabaco colgando de las altas vigas de madera y un olor penetrante en el aire.
Para adecuar algunos de estos lugares a su función nocturna, bastaba en ocasiones con liberar un espacio que pudiera servir como pista de baile. Billie se limitaba entonces a «hacer lo suyo». Si se acercaban blancos para oírla cantar porque habían escuchado sus discos y sentían curiosidad, se los conducía a una zona separada, lejos de donde estaba el resto del público.
Poco después del inicio de la gira, Dewey Shewey fue detenido y la policía se lo llevó. Fue entonces cuando se descubrió que no había organizado nada ni se había ocupado de la publicidad.
Según Gerald Wilson, la orquesta disfrutaba de veras cuando Billie iba en el autobús porque era «un miembro más de la banda» y todos se partían de risa con ella. «Amaban a Billie lo suficiente para seguir adelante, con la esperanza de que llegara el día en que las cosas se arreglaran», aunque lo cierto es que, desde el inicio, todo fueron problemas.
Tal y como explicó Melba Listón, «todos nosotros nos sentíamos extranjeros allá en el Sur, la gente no nos recibía demasiado bien... Tocábamos en sitios para negros, pero para ellos éramos unos extraños. Es algo territorial: los negros del Norte eran otra cosa para los del Sur, al menos para nuestras audiencias. No hablábamos el mismo idioma».
La Lady Day Orchestra «se mantuvo unida, como una familia», debido a su propio aislamiento. La música que escuchaban en la radio era «muy lenta, muy lúgubre, muy triste», y hasta los títulos que sonaban en los tocadiscos de los restaurantes les resultaban extraños. «Íbamos juntos, escuchábamos música juntos e improvisábamos juntos», explicaba Melba. «Intentábamos mantener la alegría, pero la música era lamentable.»
Como era la única mujer que intervenía en la gira junto a Billie, Melba recibió de John Levy el encargo de compartir habitación con ésta para tenerla bajo vigilancia y asegurarse de que no pasaba nada. «John temía que Billie quisiera pillar algo, y no quería darle nada.» Así fue como aquella tímida mujer de veintiún años, que «no sabía qué era la vida» y que no estaba habituada a tratar con «noctámbulos», como los denominaba, se esforzó al máximo para tranquilizar a Billie y procurar que mantuviera la calma.
Melba Listón recordaba que Billie se levantaba por la mañana y «no se encontraba muy bien. Y gritaba... y luego se tomaba un café y se sentaba en la cama, y acompañaba el café con un bourbon y se ponía a charlar». Hablaba de su infancia y del caos de sus años en Baltimore, tal vez porque algunos recuerdos estaban frescos después de la reciente visita a la ciudad. Melba sólo entendía la mitad de lo que le decía, pero daba lo mismo porque «a mí me parecía una persona extraordinaria. La quería. Era fácil querer a Lady, porque era una mujer muy cálida; no podías evitarlo. Y si le caías bien, le gustaba abrirse. En cuanto me veía, corría a abrazarme».
Melba veía en Billie a su alma gemela; eran dos personas tristes que habían coincidido. Billie la llamaba «mi pequeña», e intentaba evitar que «tuviera problemas en la vida». Tiempo después, al recordar aquellos días, se dio cuenta de que, durante un tiempo, fue la hija que Billie siempre había deseado tener.
Aunque Billie estaba muy desanimada, Melba Listón no la encontró «abatida, huraña o irritable». Seguía adelante y procuraba divertirse en todo momento. Después del café, el bourbon y las lágrimas, se vestía y salía a pasear o iba al restaurante. Allí ponía un disco y bailaba y convencía los parroquianos de que se unieran a ella.
Para Melba Listón, aquella gira fue una locura aterradora, y se esforzó por mantenerse en todo momento ajena a los problemas que surgían escondida en un rincón o con un libro entre las manos. Melba era una chica retraída que detestaba la violencia. Intentó alejarse lo más posible de John Levy, y se asustaba cuando él y Billie discutían. Un día se pelearon frente al autobús y ella estaba tan atemorizada que se acurrucó debajo de un asiento esperando a que pasara la tormenta.
Para Billie, la culpa de todo la tenía la desorganización de la gira. Dijo que nunca más volvería a ir al Sur con la orquesta, y que estaba harta y que no quería que se relacionara su nombre con aquel despropósito. Durante uno de los berrinches, arrancó el telón donde habían inscrito el nombre de la Lady Day Orchestra y lo destrozó. «Billie era fuerte... Había que serlo para hacer aquello», admitió Melba Listón.
Un hotel fue el escenario de otra de las peleas entre John Levy y Billie. La cantante le abrió la cabeza con una botella de Coca-Cola y éste le hizo un corte con un cuchillo. Ambos fueron trasladados al hospital, pero Billie pudo cantar aquella noche. «No se le notaba», dijo Melba.
Los días pasaban y el dinero no llegaba. Los miembros de la orquesta no habían cobrado, ni tampoco el conductor del autobús. Y en algún lugar de Carolina, en Greensboro o en Greenville, éste anunció que no aguantaba más y se largó abandonándolos en el vehículo.
Sea como fuere, lo cierto es que Billie desapareció y toda la Lady Day Orchestra, los diecisiete hombres y la mujer que la formaban, se quedaron tirados, sin conductor, sin dinero y sin otra cama que los asientos del autocar. Pero Melba no recordaba únicamente la falta de comodidad. Cada noche, una patrulla de la policía iba hasta el autocar y golpeaba la carrocería con las porras al tiempo que amenazaba a los músicos diciendo que «si pasaba algo en la ciudad, ellos serían los responsables».
Melba Listón estaba tan asustada por todo aquello que «no podía dominarse». Pero tuvo más suerte que el resto porque después de tres días ella y Gerald lograron subir a un tren para Kansas City, desde donde pudo regresar a la Costa Oeste.
Los demás miembros de la orquesta esperaron otros cinco días hasta que volvió el conductor del autobús, quien dijo que iba a poner rumbo a Nueva York. Pero, a pesar de que ése era el destino de la mayoría, se negó a llevarlos, de modo que tuvieron que recoger los instrumentos y buscarse la vida para regresar al Norte. Algunos llamaron a sus familias para que les enviaran dinero; otros no lo tuvieron tan fácil.
Aunque John Levy se había ocupado de organizar aquella empresa ruinosa y se había comprometido a garantizar los pagos, nada había quedado consignado por escrito. Cuando la gira se fue al traste, la responsabilidad del desastre recayó en Billie. No en vano habían sido la voz y la reputación de la cantante lo que había reunido a aquellos músicos y había hecho posible las actuaciones. Varios músicos se vieron obligados a llevarla a los tribunales para recuperar sus honorarios y cobrar daños y perjuicios. «Era la única solución», dijo Gerald Wilson en la entrevista.
Las deudas y las costas legales se sumaron a las deudas y a las costas legales que Billie había ido acumulando desde que saliera de la cárcel. En los últimos dos años, aunque había ganado mucho más dinero que en el pasado, no tenía un dólar en los bolsillos. John Levy y Billie se separaron, pero él se llevó una buena parte del patrimonio de ella, incluida la casa de Long Island. Billie también tenía apalabradas varias semanas de actuaciones que Levy había contratado en su nombre.
A pesar del trauma que le provocó la gira, Melba Listón siguió en contacto con Billie y dijo que hablaban por teléfono una o dos veces al año para ponerse al día. También se vieron alguna que otra vez cuando Melba se trasladó a Nueva York en 1955. Su último encuentro fue en 1958, en el aeropuerto. Melba iba «de camino a algún lugar» con su agente y su quinteto, formado únicamente por mujeres, y Billie acababa de aterrizar.
Incluso entonces, dijo Melba, aunque estaba enferma, «Billie tenía un aspecto maravilloso, y vestía con mucha elegancia». La cantante miró a aquel grupo de intérpretes y se dirigió a continuación al agente con una voz que denotaba una absoluta autoridad maternal:
—¡Cuida de mis niñas! —le dijo.