5 CHRISTINE SCOTT

«Nunca se metió con nadie.»

El 5 de enero de 1925, Billie Holiday, que tenía nueve años por aquel entonces, compareció ante el tribunal de menores de Baltimore. Su madre asistía al juicio en calidad de testigo junto con el asistente social, que había denunciado a Billie por saltarse las clases. Se refirió a ella como «una menor sin las atenciones ni la custodia adecuada», y la condenaron a pasar un año en el reformatorio local, la Casa del Buen Pastor para Niñas de Color.

El internado era un almacén de seis plantas, un edificio grande y feo situado en la confluencia de las calles Franklin y Calverton Road, al este de Baltimore, y lo regía una docena de monjas de las Hermanitas de los Pobres que recibían unos 3.000 dólares anuales del estado de Maryland, pero esa cantidad no bastaba para alimentar y vestir a las propias hermanas, y menos aún a una población cambiante de un centenar de chicas con edades comprendidas entre los catorce y los dieciocho años.

Quienes recordaban la Casa del Buen Pastor en aquel tiempo la describían como un lugar espantoso, desolado y lúgubre. Cuando Linda Kuehl pidió a algunas hermanas que le narraran sus experiencias, éstas se negaron a hablar. Se limitaron a expresar su alegría por la nueva ubicación de la escuela y por la mejora en las condiciones. Eso opinaban todas menos una monja anciana y algo chocha que no dejaba de calificar aquel lugar como «divino».

Las hermanas completaban los ingresos de la escuela trabajando como lavanderas. Las chicas no sólo se ocupaban de las tareas domésticas del centro sino que, además de coser, hacer ganchillo y tejer, ayudaban a las monjas en la lavandería. Las más jóvenes recibían clases de lectura y de escritura y quien mostrara interés podía aprender a tocar el órgano. Los días estaban regulados por las plegarias en la capilla.

Todas las chicas llevaban el pelo muy corto. En verano lucían capas y vestidos azules, con las mangas plisadas o fruncidas y el cuello y los puños blancos. En invierno vestían las mismas capas pero con faldas negras y blusas blancas. El uniforme de las hermanas era similar.

Linda Kuehl habló con dos mujeres que habían estado en la Casa del Buen Pastor. Una de ellas era Mary «Pony» Kane, una amiga de infancia de Billie que estuvo internada durante algunas semanas en 1929, poco después de que Billie se hubiera marchado a Nueva York. «Pony» pasó posteriormente a la escuela correccional «donde acababan las chicas realmente malas». Después estuvo un tiempo en la cárcel local, lugar donde aprendió a robar y a «hacer otras cosas».

«Pony» Kane afirmaba que la hermana Margaret, la madre superiora, era una mujer malvada que te golpeaba o te ponía a la pata coja en una esquina si no obedecías. Y cada vez que decías una palabrota te atizaba en los dedos con una regla. Sin embargo, lo que le resultaba más odioso era la jerarquía impuesta por las matonas del centro, especialmente porque las monjas parecían saber qué sucedía y hacían la vista gorda:

—Algunas chicas llevaban allí cinco o diez años, y las había realmente duras. Se juntaban y te violaban si se fijaban en ti y les gustabas. Las mayores violaban a las jóvenes si les gustaban. Les daban golosinas y hablaban con ellas... Y si una chica no pasaba por el aro, la pillaban en la cama y nadie chillaba ni decía nada... Algunas lloraban... Unas se lo contaban a sus padres, pero muchas otras no se lo decían a nadie.

«Pony» Kane citó a una interna que «llevaba allí mucho tiempo». Posiblemente se refería a Christine Scott, a quien Linda Kuehl entrevistó el 4 de noviembre de 1971. Christine había nacido a finales del xix e ingresó en la casa cuando era muy joven. Desconozco la razón; tal vez perdió a toda su familia y no tenía adonde ir, pero fuera cual fuese el motivo, seguía en la casa cuando Billie llegó en 1925, y continuó allí durante años hasta que la trasladaron a un asilo de ancianos en las afueras de Baltimore, también regentado por las Hermanitas de los Pobres.

Linda Kuehl se quedó impresionada con Christine, una persona «tremendamente perspicaz y con una memoria prodigiosa». Toda la información verificable que proporcionó resultó exacta. Sin embargo, Christine estaba convencida de que Billie tenía unos catorce años cuando llegó por vez primera a la casa, y olvidó referirse al segundo ingreso de la cantante entre el 24 de diciembre de 1926 y el 2 de febrero de 1927.

[9]

Christine Scott explicó que nunca fue una persona afectuosa. No le gustaba repartir besos y abrazos; de hecho, no le gustaba que la tocaran. «Todas lo sabían —comentó—, porque no dejaba que nadie me cogiera de la mano. Era muy susceptible. Es verdad. Soy extraña. Siempre lo he sido... No me relacionaba con nadie. No quería que nadie me molestara. Cuando estás rodeada de gente acabas metida en problemas.»

Al preguntarle por su primer encuentro con Billie, Christine dijo que un lunes por la mañana estaba sentada en la capilla y el capellán le pidió que se acercara. Lo acompañaba una chiquilla tímida que dijo llamarse Madge.

[10]

Christine apenas había reparado en la niña hasta entonces, y nunca habían intercambiado más de dos palabras, pero ahora la tenía enfrente por vez primera. «Era una chiquilla bonita, de tez morena clara, aunque no tanto como la mía. Y tenía un pelo precioso. Era graciosa de cara, tan alta como cualquier chica de catorce años y más bien rellenita.»

El capellán le contó que quería bautizar a Madge porque le «había costado horrores averiguar de dónde venían ella y su familia». Y le preguntó a Christine si quería ser la madrina de la chica.

[11]

Algo cambió en Billie cuando supo que la iban a bautizar; mientras se preparaba para la ceremonia, salió de su silencio y dejó de ser aquella chica apocada para decirles a todos lo emocionada que estaba. Cuando llegó el día, Billie iba vestida como una novia con un vestido y un velo blancos, y corrió a las hermanas para que la admiraran. Christine dijo:

—Estaba contentísima, pobre chica. Lucía una sonrisa de oreja a oreja. Casi se le veían las muelas y parecía tan ligera como una pluma.

Terminado el bautizo y hecha la primera comunión, las hermanas le dieron un rosario y su madrina le entregó un devocionario. Según Christine, durante todo el tiempo que pasó en la casa, Billie «llevaba siempre en la mano el devocionario, así que imagino que lo apreciaba».

Sin embargo, no bien acabó aquel breve momento de protagonismo, la chiquilla volvió a encerrarse en su caparazón. Evidentemente tenía miedo de sus compañeras, aunque parecía sentirse segura al lado de Christine, y la acompañaba a todas partes, como un cachorro perdido que sigue a su amo de habitación en habitación antes de sentarse a sus pies en silencio y vigilante.

—Me apreciaba, y no quería estar con las demás chicas. Nunca me dijo el porqué. Yo nunca le pregunté nada sobre ella o sobre sus padres, y ella nunca me contó nada... Raras veces se relacionaba con otras chicas, y siempre parecía alicaída... En clase se sentaba sola y, cuando salía al patio, también se sentaba sola. Nunca se metió con nadie. Casi nunca hablaba con nadie... Era una persona más bien gris y se pasaba el día cosiendo: petos, camisas...

Billie, convertida ahora en una chica llamada Madge, regresó a las calles de Baltimore el 3 de octubre de 1925, tres meses antes de cumplir la condena, tal vez porque interpretaron que su silencio y la falta de contacto con las demás internas eran muestras de buena conducta.

[12]

Christine Scott desconocía quién había ido a buscar a Billie cuando le llegó el día de marcharse, pero sospechaba que no fue Sadie, su madre.

Aparte del período comprendido entre el 24 de diciembre de 1926 y el 2 de febrero de 1927 sobre el que nada cuenta Christine, Billie volvió a la casa 1950, y lo hizo porque tenía pensado marcharse a Europa y necesitaba una copia de bautismo para pedir el pasaporte.

Llegó con John Levy, su novio y manager en aquel momento, y le mostró emocionada aquel lugar, uno de sus muchos hogares de infancia. Lo condujo a la capilla donde la habían bautizado, al dormitorio donde estuvo su camastro, a la habitación donde había cosido camisas y petos, a la cocina de sus solitarias comidas y al patio donde se sentaba en silencio «casi como un mueble». Una de las hermanas se fijó en la pálida tez de John Levy, y en su pelo negro y liso y le preguntó si era judío. «Mitad negro, mitad judío», respondió éste.

[13]

Billie accedió a cantar una canción para las chicas. No sabemos si una de las hermanas se ofreció a acompañarla al piano, si con ella iba un pianista o si cantó sin acompañamiento. El tema escogido para la ocasión fue My Man. Las muchachas canturreaban encantadas; las monjas, sin embargo, estaban atónitas.

Hes not much on looks

Hes no hero out of books But I love him.

Yes, I love him.

Two or three girls

Has he

That he likes as well as me,

But I love him.

I don t know why I should,

He isnt true

He beats me too.

What can I do?

[14]

Christine Scott se perdió la actuación, pero se la contaron más tarde. Tal vez estaba en el patio dando de comer a las gallinas y nadie se tomó la molestia de decirle que su famosa ahijada había vuelto. Así que nunca pudo ver con sus propios ojos la transformación de aquella niña asustadiza llamada Madge en una poderosa mujer, desbordante de alegría y locuaz, con los labios pintados de rojo sangre y un abrigo de visón sobre los hombros.

Linda Kuehl le preguntó a Christine qué creía que le había sucedido a Billie y por qué todo le fue tan mal. Y ésta fue su respuesta:

—Se descarrió. Ves esto y lo otro y ya sabes qué ocurre, qué siente una chiquilla.