16 RUBY HELENA
Ruby Helena era bailarina y actriz. Conoció a Billie y a Sadie, su madre, cuando compartió con ellas un apartamento de la calle 99, en Harlem. Según John Hammond, era un «piso destartalado, un lugar espantoso al que no dejaba de llegar gente a todas horas del día». Ruby Helena creía recordar que era el año 1939, o tal vez fuera 1940; no podía asegurarlo porque hacía tantos años... Sea como fuere, vivió con ellas durante seis meses, y Billie la consideraba su «hermanastra», mientras que para Sadie era «mi otra hija».
A Ruby Helena le contaron que, cuando llegó por primera vez a Harlem, Billie vivió con su madre en el burdel de Florence Williams, en el 151 oeste de la calle 140. Ni Billie ni Sadie comentaron jamás que, mientras vivieron allí, las hubieran detenido. Sin embargo, Ruby sabía que Billie había pasado casi un año en la cárcel cuando aún era una adolescente. Creía que el motivo había sido su negativa a mantener relaciones sexuales con un tipo llamado Big Blue Ranier, y éste se vengó diciendo a la policía que ella había intentado robarle.
Según Ruby Helena, cuando Billie salió de la cárcel, Sadie le consiguió una habitación en un fumadero próximo a la Séptima Avenida, donde permaneció unas pocas semanas antes de que «sucediera algo» y tuviera que marcharse de aquel lugar a toda prisa. Se trasladó a otro sitio, pero el propietario de la vivienda la echó porque «se lo tenía muy creído» y se negaba a hacer lo que el resto de las chicas. Y así fue como se mudó a la casa de al lado, y Ruby Helena se preguntó, de improviso, si fue allí donde la había violado Big Blue. Le contó a Linda Kuehl que no conoció a Billie o a Sadie en aquella fase de sus vidas; se limitaba a intentar recomponer los fragmentos que éstas le habían contado tiempo Linda pidió a Ruby Helena que le describiera cómo era un fumadero. Ésta le dijo que «unos tipos» la habían llevado a uno en los años veinte, cuando todavía era una chica muy joven. Nadie la molestó, pero era la primera vez que veía lo que sucedía en aquellos lugares. Un fumadero era una habitación llena de sofás y con «luces opacas... rojas, aunque a veces también eran azul celeste o verde. Apenas podías ver quién se sentaba a tu lado». Había mesas bajas y la música salía de un gramófono o de las manos de alguien sentado frente a un viejo piano. Vendían whisky de contrabando por vasos y su precio iba de dos a cinco dólares, en función de lo acomodado que pareciera el cliente.
Siempre había chicas dispuestas a bailar y a entretener al personal. Solían llevar vestidos cortos, pero algunas eran «algo más recatadas» y preferían los largos con una abertura en la parte delantera. Los «blancos ricos» que iban a ver «algo picante» eran «hombres de negocios millonarios, periodistas, famosos... la gente que ganaba dinero de veras». Se sentaban en las mesas, escuchaban música, fumaban, bebían, observaban lo que sucedía a su alrededor... Y, de improviso, un hombre, o tal vez su acompañante femenina, ponía algo de dinero sobre la mesa y una de las chicas tenía que recogerlo con la vagina. «Dejaban un billete de cincuenta dólares sobre la mesa y las chicas se subían el vestido para recogerlo. Recogían incluso dólares de plata. Y también monedas de veinticinco centavos. Y cuanto más dinero recogían, más dinero ganaban. ¡Eran tan hábiles! ¡Tenías que ver cómo cogían la pasta! Algunas chicas se marchaban con una pequeña fortuna. Un tipo llegó a plantar sobre la mesa un billete de cien dólares».
Oyendo la voz de Ruby Helena es fácil imaginar una escena de una vieja película de gángsteres con historia de amor incluida. Ves incluso el whisky servido en unos vasos relucientes y el humo de los porros, mientras las luces opacas iluminan las fantasmagóricas espirales de humo que salen de los cigarrillos; los rostros pálidos de hombres ricos sonrientes y vestidos con trajes hechos a medida; el brillo de las joyas de las mujeres... Y las caras de los vecinos de Harlem, y su sonrisa, su ropa y sus joyas.
Pero entonces resuena una carcajada. Los potentados ríen estentóreamente mientras en la esquina de una mesita ponen un billete cuidadosamente doblado o una pequeña moneda de plata. Y la intensidad de esa carcajada gana enteros mientras observan a la bailarina agachada para recoger el premio como una extraña criatura a la caza de comida. Y si no puede agacharse lo suficiente, la moneda cae o el pedazo de papel certificado por el Tesoro de Estados Unidos y con el rostro orgulloso de algún presidente revolotea lánguidamente hasta alcanzar el suelo. Y vuelta a empezar. La gente ríe contemplando cómo incluso una cantidad insignificante merece semejante esfuerzo.
Reprochaban a Billie que «era una creída» porque se negaba a bailar en el fumadero que frecuentaba. Y Ruby Helena contó que, cuando rechazaba ir a aquellos lugares a cantar, la gente se quejaba de su altivez y su soberbia porque «se creía mejor que nadie, pero no tenía derecho a hacerlo siendo quien era, porque todos sabían dónde vivía. No tenía derecho a darse aquellos aires». Según ella, por eso pusieron a Billie el nombre de Lady Day, y por eso cuajó el mote: porque estaba decidida a «hacerse un nombre» en el mundo del espectáculo y ya se daba aires de gran dama. Sin embargo, Ruby Helena añadió que, pensándolo bien, tal vez hubiera algo más que el mero deseo de darse ínfulas. «Era una persona muy orgullosa... Tal vez en su interior hubiera algo... algo de decencia.»
Ruby Helena recordaba haber conocido a Billie en el restaurante de Ginnie Lee, detrás del teatro Apollo, en la calle 125, una noche alrededor de las dos de la madrugada. Billie había ido con un grupo de amigos. De repente se volvió hacia la desconocida y anunció:
—No quiero que ellos me lleven a casa. Quiero que me lleves tú a casa.
Y así fue y juntas regresaron al apartamento que Billie compartía con su madre.
Llegaron a casa y Billie estaba preparando café cuando se escuchó a Sadie gritar:
—¡Billie! ¿Eres tú?
—Sí, mamá, soy yo. Quiero que conozcas a mi amiga Helen.
Ruby Helena se quedó con ellas el resto de la noche, y al día siguiente llevó a Billie en coche a un estudio de grabación antes de marcharse. No volvieron a verse hasta que se encontraron por casualidad cuando Ruby Helena trabajaba en un club fuera de la ciudad con una compañía de actores y Billie apareció por sorpresa y accedió a ser «la artista invitada de la noche».
Cuando Ruby volvió a Nueva York, descubrió que la habían echado de la habitación que tenía alquilada y que le habían robado la maleta donde guardaba todo su dinero. Se puso en contacto con Billie y le explicó la situación, y Billie dijo:
—¡Fabuloso! Ven a casa y quédate con nosotras.
Aquella familia formada por dos mujeres que se comportaban más como hermanas que como madre e hija adoptó inmediatamente a Ruby Helena. Había previsto pasar una semana con ellas. Se marchó al cabo de seis meses.
Ruby Helena comentó que, en aquella época, Billie había empezado a cambiar de aspecto, aunque lo cierto es que era poco más que una «grandullona sin gracia, como su madre, aunque algo más alta. Una chica corpulenta que se vestía sin el menor gusto».
Sadie no tenía ni idea de qué era el glamour, pero una mujer, Lucille, aconsejaba a Billie sobre ropa y «modales». Ruby Helena, por su parte, le prestaba joyas de vez en cuando.
La actitud de Billie hacia su madre era en aquella época extremadamente protectora: le prometía que jamás la abandonaría y que siempre cuidaría de ella. Aunque salía mucho, nunca mentía acerca de dónde había estado, a qué hora había cenado y qué había hecho a continuación. Parecía como si brindara a su madre la oportunidad de participar vicariamente en sus propias aventuras e historias amorosas.
Mas parece que Sadie no estaba entusiasmada con el desarrollo de las cosas y no tardó en convertir a su «otra hija» en la confidente sobre cuyos hombros descargaba sus preocupaciones. A pesar de que había hecho más bien poco por cuidar de su hija y por protegerla de los peligros del mundo, Sadie tenía la sensación de que Billie la tenía algo olvidada, que no cumplía con sus deberes filiales. Le pidió a Ruby que la vigilara, que la acompañara a los clubes donde cantaba y que se asegurara de que regresaba a casa por la noche.
Billie, por su parte, se llevaba de maravilla con su nueva «hermana» y le hablaba sin tapujos de sus problemas y de lo difícil que era la relación con Sadie. Clarence, su padre, había muerto recientemente y a menudo se refería a él y a cuánto lo había querido. «Aseguraba que no lo superaría jamás porque creía que habían dejado que su padre se muriera.»
Sadie también pensaba mucho en Clarence Holiday. Le dijo a Ruby Helena que no había amado a otro hombre. Habían estado casados unos cuantos años, pero un día se marchó y la abandonó, dejándola a cargo de una criatura. Afirmaba que era como cualquier otro hombre, que sólo le interesaba destrozar el corazón de una mujer. «¡Mira lo que me hizo tu padre!», le repetía a Billie mientras lloraba lastimeramente como si su hija fuera la culpable de que Clarence las hubiera abandonado tanto tiempo atrás.
Para Ruby Helena, Sadie nunca quiso que Billie se vinculara a un hombre e hizo todo lo que estuvo en su mano por impedir que su hija mantuviera una relación estable con cualquiera de los tipos con los que salía. Billie tenía prohibido invitar a un chico a pasar la noche, aunque Sadie parecía animarla a que llevara mujeres al apartamento. En palabras de Ruby Helena, «no le importaba que pasara la noche con chicas; lo que no quería era que se acostara con hombres». De ahí que Billie a menudo llegara a casa con chicas, blancas por lo general, «mujeres de la alta sociedad» y que por la mañana desayunaran juntas. Algunas de estas chicas eran visitantes habituales.
Aun así, también había hombres en la vida de Billie. Durante una temporada estuvo con Clark Monroe, el dueño de un club llamado The Uptown House. Más tarde se fijó en su hermano Jimmy, aunque afirmaba que le pareció insoportable cuando lo conoció. Ruby Helena dijo de él que era «un tipo frágil, bien plantado y atractivo» que acababa de volver de París donde había vivido unos años, y que estaba imbuido de la sofisticación europea. Era, además, «una persona que no hablaba demasiado. Un tipo callado. Te preguntabas qué le rondaba por la cabeza, o incluso si pensaba. Parecía vivir en otro mundo, como si estuviera en las nubes».
Cuando Billie conoció a Jimmy Monroe, éste estaba casado con una actriz llamada Nina McKinney, pero también «se ocupaba» de dos o tres mujeres más. De él se sabía que era un rufián, pero como dijo Ruby Helena, «no se dedicaba siempre a eso. Sólo cuidaba de algunas chicas. Su madre y su hermano Clarence tenían un fumadero en Harlem y él iba allí y se llevaba a las chicas del club para su propio esparcimiento».
Sadie odiaba a Jimmy Monroe por una sencilla razón:
—Billie siempre se ocupó de su madre, mucho, y de repente la hija empezó a dirigir su afecto hacia Jimmy. Sadie creía que Billie le prestaba demasiada atención, y que lo hacía en detrimento de ella.
Sadie se obsesionó con la idea de que Jimmy se había «ganado a Billie a través de las drogas». Hizo todo lo posible por impedir que se vieran, hasta que finalmente se enfrentó a Jimmy y le dijo:
—No quiero que vengas por aquí. Si Billie sale contigo, tendrá que buscarse otro sitio donde vivir.
Ruby Helena estaba en el apartamento la mañana en que Billie regresó después de haber pasado la noche fuera y de no haber llamado a su madre para decirle dónde estaba o qué hacía. Cuando Sadie empezó a abroncarla, Billie sacó una hoja de papel que dejó sobre la mesa. Era un certificado de matrimonio.
—Nos hemos casado —dijo—. ¿Puede venir ahora?
Poco después de aquella discusión, Billie se marchó con su nuevo marido dejando a su madre abandonada y llorosa. Los recién casados empezaron su vida en común alquilando una habitación en la calle 110 hasta que Billie descubrió que la antigua esposa de Jimmy, Nina, vivía demasiado cerca. «Liaron el petate» y se marcharon a otro lugar. Durante una temporada se instalaron en Maryland y luego alquilaron una habitación encima del prestigioso Symphony Chord Club, que estaba regentado por un amigo de infancia de Jimmy. El club estaba en el sótano, y al lado había una habitación insonorizada con la forma de un piano de cola donde solían ensayar los músicos. Pero aquello no duró mucho. Ruby Helena dijo que algo cambió en el carácter de Billie allá por 1942. Ya no era una persona agradable o amable, no paraba de decir tacos y se comportaba de un modo extraño con sus amigos. Nunca vio que Billie tomara nada, pero estaba segura de que debía de haber empezado a consumir drogas duras. «Incluso cuando no tomaba drogas seguía sin ser como antes. Se la veía nerviosa, tensa.»
Sadie estaba convencida de que su hija hacía «algo malo» y sospechaba que Jimmy Monroe la estaba introduciendo en el mundo de las drogas para poder controlar su dinero. No en vano, Billie ganaba mucho cantando en The Famous Door y en otros clubes de la calle 52 y, aun así, siempre estaba sin blanca. Sadie le escribió una carta a Ruby Helena en la que le decía: «Te escribo esta carta con lágrimas en los ojos. Billie se ha marchado. Siempre está drogada. Sé que esto va a llevarme a la tumba».
No había pasado un año desde la boda cuando Jimmy Monroe se fue a California y, según Ruby Helena, se llevó consigo la mayor parte de la fortuna de Billie. Se instaló allí con un harén de mujeres.
Tras la marcha de Jimmy, Billie se quedó destrozada, no porque lo echara de menos, sino porque de repente se dio cuenta de que había abandonado a su madre y no había sido capaz de cuidar de ella como se merecía.