10 BILLIE LLEGA A HARLEM

Después de la Emancipación, quienes habían sido esclavos pasaron a ser, teóricamente, iguales a cualquier otro ciudadano. Sin embargo, en la práctica jamás pudieron disfrutar de la libertad de movimiento garantizada por los derechos individuales. Otros hombres o mujeres podían desplazarse de un estado a otro y fundirse entre la turbamulta de la ciudad, dejando atrás su pasado e inventándose a su antojo un nuevo futuro. La situación, no obstante, era distinta en el caso de los estadounidenses de raza negra que se marchaban a millares de los estados del Sur en busca de una vida mejor en el Norte y veían cómo, allá donde fueran, se les negaban sus derechos democráticos.

[36]

En una charla pronunciada en Los Ángeles poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Duke Ellington hizo una interpretación insólita de uno de los efectos de aquella promesa incumplida: «Afirmo que los negros son la voz creativa de Estados Unidos, la fuerza creativa de Estados Unidos, y bendito el día para Estados Unidos en el que el primer esclavo miserable desembarcó en las costas de este país. Nos levantamos a pesar de los grilletes y de nuestra inquietud nació la justicia en el corazón de un puñado de valientes, y devolvimos a Estados Unidos el deseo de una democracia verdadera, de la libertad para todos y de una comunidad formada por hombres, principios sobre los que se fundó este país... [Hemos mantenido] con vida a Estados Unidos y sus olvidados principios durante los años de abundancia y corrupción que han transcurrido desde nuestra concepción divina hasta un presente casi trágico».

[37]

Aunque la mayoría de los estadounidenses negros vivían y trabajaban en el Sur, su relación con Nueva York venía de lejos. En 1771 sumaban una sexta parte de la población total de la ciudad. Pero esta cifra empezó a reducirse en cuanto Nueva York se convirtió en el puerto donde desembarcaban millares de inmigrantes que huían del hambre y las persecuciones que asolaban Europa. Cada nuevo grupo luchaba por asentarse en una zona de la ciudad y por hacerse con una determinada cuota de poder, de ahí que, durante el siglo xix, la población de raza negra se viera expulsada de barrios que antes había ocupado y tuviera que desplazarse más y más al norte, huyendo de la violencia y la intimidación que sufría en el Soho, en Greenwich Village, en la zona de Five Points —que, con el tiempo, se convertiría en Chinatown— y en Little África, que más tarde se conocería como Little Italy.

[38] Todo ello a pesar de que, como explicó Jacob Riis en 1890,
[39]«no existe en Nueva York comunidad más limpia y disciplinada que el nuevo asentamiento de personas de color que crece en el East Side... En este sentido, los negros son muy superiores a las clases más bajas de blancos, italianos y judíos polacos, pese a estar clasificados por debajo de ellos en la escala de arrendatarios».

En 1905 se trasladaron a Harlem las primeras familias negras acomodadas, y ocuparon las elegantes viviendas de ladrillo rojo que habían quedado vacías después de una recesión económica. Podían permitirse pagar unos alquileres más elevados a cambio del espacio y la dignidad que les confería vivir ahí. En un primer momento, el vecindario permaneció «estable y unido», y blancos y negros vivían en armonía. No obstante, la mayoría de las propiedades de Harlem estaban en manos de blancos, que cobraban alquileres que podían ser de media un 58 por ciento más caros que en el resto de la ciudad. De las 12.000 tiendas que había en el barrio en 1930, sólo 391 pertenecían a negros, y 172 se dedicaban a la alimentación.

A raíz de las migraciones del campo a la ciudad y del sur al norte del país, la población de Harlem aumentó en un 600 por ciento entre 1910 y 1935. Las casas señoriales de las grandes avenidas se convirtieron en «edificios descuidados e insalubres» a medida que la población se amontonaba en una zona de la ciudad en la que podía instalarse. A finales de los años veinte, unas 200.000 personas vivían en una superficie de unos cinco kilómetros cuadrados.

[40]

Los edificios atestados eran ahora bloques de vecinos; las autoridades civiles desatendían escuelas, servicios sanitarios y otros servicios básicos, y la tasa de mortalidad duplicaba la del resto de la ciudad. Sólo había un hospital, el Harlem General, conocido en la zona como «la carnicería» o «la morgue». En 1931 contaba con 273 camas para toda la comunidad.

[41]

Sin embargo, los problemas de la zona no se limitaban al ámbito laboral, sanitario o de la vivienda; sus habitantes sufrían humillaciones constantes y discriminación social. En Blumteins o en Koch’s, los dos grandes almacenes de la calle 125, las mujeres negras no tenían derecho a probarse un vestido dentro de la tienda. Los vecinos de Harlem no podían usar los lavabos de tiendas y restaurantes. Si un negro iba al cine Loews Victoria, también en la calle 125, sólo le permitían sentarse en el gallinero, y estaba prohibido servirle en un bar si iba acompañado de un amigo blanco.

La tensión en el barrio llegó a un punto crítico durante la Primera Guerra Mundial, cuando muchos negros estadounidenses se preguntaban «por qué defendemos la democracia en el extranjero cuando no existe democracia en nuestro país». Algo similar ocurrió con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. James Baldwin, en su ensayo The Harlem Ghetto, habla de la «rabia atónita» que fue echando raíces durante esos años, mientras «en todo Harlem chicos y chicas negros llegan a una madurez atrofiada e intentan reivindicarse por todos los medios; lo sorprendente no es que muchos estén aniquilados, sino que otros tantos sobrevivan».

La gente salía adelante con lo que tenía, y durante las primeras décadas del siglo XX Harlem estaba plagado de clubes, salas de baile, bares clandestinos, tugurios, burdeles y fumaderos, paraísos cerrados donde la gente podía dejar de lado los problemas refugiándose en la música y el baile, el sexo, el licor y las drogas al alcance en aquella época.

Para los neoyorquinos blancos acaudalados, la palabra Harlem era «sinónimo nacional de disipación», y los «amantes del placer barriobajeaban » allí en busca de diversión y emociones fuertes. Algunos lugares, como el Cotton Club, aplicaban estrictamente las leyes segregacionistas,

[42]mientras que en otros, y sobre todo el célebre Savoy Ballroom, que se inauguró en 1926, el público era heterogéneo.

El Savoy ocupaba toda una manzana en la avenida Lenox. Una escalera con columnas de mármol iluminada por arañas de cristal esmerilado, daba acceso a un salón de baile pintado en tonos naranjas y azules, con un escenario giratorio para la orquesta en cada uno de los extremos, de modo que la música nunca dejaba de sonar. Louis Armstrong, Ella Fitzgerald y Cab Calloway actuaban allí a menudo. La noche del miércoles estaba reservada a las hermandades, y la del jueves a criadas y cocineras, que libraban una noche por semana. El local presentaba un aspecto digno y todo estaba en orden. Incluso después de que se derogara la Ley Seca, en el Savoy sólo se servía cerveza de jengibre. Uno de cada cinco visitantes era blanco, y el baile entre personas de razas distintas era algo habitual.

Pero el jolgorio de los años veinte se vino abajo con la Gran Depresión, y en 1934 la mitad de la población activa negra de Estados Unidos estaba desempleada, un porcentaje que contrasta con el de los blancos: menos del 25 por ciento. Prácticamente la mitad de las familias de Harlem cobraba subsidios. La asignación era de ocho centavos para alimentación, aunque esta cantidad desaparecía si había en el hogar un hombre en edad de trabajar. De ahí que no fuera extraño ver a familias enteras rebuscando en los cubos de la basura cualquier cosa que llevarse a la boca.

Cuando por vez primera llegó a Harlem en 1929, Billie se alojó con su madre en un burdel que pertenecía a una mujer llamada Florence Williams, en el 151 oeste de la calle 140, entre las avenidas Lenox y Séptima. Pocas semanas más tarde, el 2 de mayo, el departamento de policía del distrito 19 organizó una redada de prostitutas y Billie, su madre, Florence Williams y otras dos mujeres que se hospedaban en aquella misma casa fueron interrogadas. Billie dijo tener veintiún años y empleó el apellido de su abuelo, Fagan. Su madre declaró tener treinta y cuatro y que se llamaba Julia Harris, tomando su segundo nombre y su apellido de soltera.

Ninguna de las dos desveló el parentesco que las unía.

Sadie y las otras tres mujeres quedaron en libertad, pero Billie fue detenida. Tuvo la desgracia de que la juzgara una magistrada llamada Jean Hortense Norris, famosa por las duras condenas que imponía en su empeño por librar las calles de Nueva York de «menores díscolos». Declaraba culpable de ser «una adulta vagabunda y de costumbres disipadas», Billie lúe a parar a Welfare Island, conocida en la actualidad como Roosevelt Island, en el East River.

[43]

Billie fue puesta en libertad en octubre de 1929, y vivió con Sadie en Brooklyn durante una temporada hasta que en 1930 regresaron a Harlem, a una pequeña habitación en la avenida Lenox. Por aquellas fechas llegó a manos del presidente Hoover un informe sobre las viviendas de los negros donde se afirmaba que «se aprecia una diferencia notable entre la población inmigrante y la población negra. En el primer caso, la mejora de su estatus económico a partir de la segunda generación abre las puertas a la posibilidad de buscar una salida», mientras que en el caso de los afroamericanos las oportunidades para ganarse la vida de un modo decente y ascender socialmente eran prácticamente nulas porque, «cuanto más cambian las cosas, peor es su situación».

[44]

Así era el mundo que Billie veía como su hogar. Es indudable que, nada más llegar, ejerció ocasionalmente la prostitución para ganarse unos dólares, pero también le quedaba el recurso de su voz. Su primer trabajo como cantante en Nueva York se remonta a 1930 o a 1931, con una actuación de la Hat Hunter Band en el cabaret Grey Dawn de la avenida Jamaica. Sólo ganó el dinero que le arrojaron al suelo.

Cuando Billie y su madre se trasladaron a la calle 127 oeste, Sadie encontró trabajo en el restaurante México s, donde Billie era camarera y cantaba por las propinas. A continuación vinieron otros empleos similares en Ed Small’s Paradise, en el Alhambra y finalmente en Pod and Jerrys, donde la acompañaba el pianista Bobby Henderson y cobraba un fijo de dos dólares por noche más las propinas.

Pasaba todo su tiempo libre rodeada de músicos: fumaba marihuana con ellos, bebía con ellos y se divertía con ellos. Todo el mundo decía que era muy tímida «tanto que prácticamente hablaba con susurros». Y a todos les impresionaba su carácter. «Era una chica firme y de una sinceridad brutal... muy atractiva, muy sofisticada, muy pausada... una persona de lo más tranquila a la que le gustaba reír... Llevaba un vestido a cuadros y era alegre, joven y hermosa. ¡Era tan alegre! ¡Era como un rayo de sol!»

[45]

Fue en esa época cuando decidió cambiar de nombre. Adoptó el de Billie en honor a la actriz blanca Billie Dove, considerada la «belleza estadounidense» del cine mudo y que a menudo interpretaba papeles de señorita en apuros siempre a la espera de un galán que acudiera a rescatarla en el último momento.

[46] Y escogió un apellido tan curioso y evocador como el de su joven padre, el intérprete de banjo Clarence Holiday, solamente dieciséis años mayor que ella.