20 TALLULAH BANKHEAD

Hubo un tiempo en que todo el mundo conocía a Tallulah Bankhead. Era una actriz de éxito, y su papel en el montaje de 1939 de la obra de Willian Hellman La loba fue calificado como «una de las interpretaciones más sensacionales del teatro estadounidense». También se la consideraba una de las mujeres más bellas de Estados Unidos, una hembra de cuerpo pequeño y atractivo, rostro de alabastro, rasgos aguileños y unas trenzas largas, onduladas y castañas.

Tallulah nació en 1902, y era hija del Sur más profundo. Su abuelo, John Hollis Bankhead, había sido tratante de esclavos y propietario de una lucrativa manufactura de algodón en Jasper, Alabama. Fue elegido para la Cámara de Representantes en 1887 y para el Senado en 1905, cargo de prestigio que conservó hasta su muerte en 1920. Formaba parte de un grupo de poderosos sureños que se habían opuesto con éxito a cualquier intento de prohibir los linchamientos.

La madre de Tallulah murió poco después de dar a luz, y ella y su hermana mayor se criaron con los abuelos paternos, rodeados por el lujo y la opulencia del hogar familiar.

[135] Tallulah contaba que su abuela llevaba cada jueves la ropa sucia al barrio negro de Jasper para que la lavaran y repartía cestas con comida entre los pobres. Los sábados, permitía a algunos negros acceder a sus tierras y les daba gachas para sus familias. 'Tenía una libretita negra en la que apuntaba los nacimientos y las defunciones, y así sabía exactamente cuánto maíz necesitaban y nadie podía engañarla y «llevarse un poco más para las gallinas».

Según un biógrafo

[136] Tallulah heredó esta capacidad para ser «conmovedoramente leal y tierna con ciertos negros pero si éstos si se pasaban de la raya eran altivos, se les subían los humos o se mostraban arrogantes, Tallulah volvía al Sur». Años más tarde apareció en tertulias radiofónicas y, con un deje sureño muy marcado, divertía a los oyentes con historias sobre su mamita negra a la que tanto amaba, y sobre papaíto y la gente de piel oscura.

En esos relatos, nunca se refería a su hermanastro (tal vez hubiera otros) John Quincy Bankhead, quien vivía con su madre en una choza situada en la parte trasera de la mansión familiar y tenía cuatro años más que Tallulah Un día descubrió que era la viva imagen de su abuelo: la misma complexión fuerte y los mismos rasgos; sólo variaba el color de la piel, algo más oscuro. Cuando refirió esta similitud a John Quincy, éste le respondió como quien no quiere la cosa que «los Bankhead varones, negros o blancos, siempre han sido altos». A continuación inquirió a su padre éste sonrió con aire de complicidad, y le confesó que sí, que había un lazo de sangre pues, no en vano, «un hombre siempre será un hombre».

Tallulah tuvo claro desde joven que podía llamar la atención con sus extravagancias. Conforme fue envejeciendo, y sobre todo cuando su belleza se marchitaba y dejaron de ofrecerle papeles principales, la afición al escándalo se imponía a todo sin conocer límites. Le encantaba desnudarse en las fiestas, se levantaba la falda para bajarse las bragas o mostraba los resultados de un reciente implante mamario. Se tumbaba sobre un piano de grao cola y cantaba una canción de borrachos vestida únicamente con un collar de perlas. También estaba desnuda cuando golpeó a un agente de policía que se había presentado en la puerta de su apartamento para quejase de una fiesta especialmente ruidosa que estaban celebrando. Cuando Eleanor Roosevelt fue a su casa a tomar el té, Tallulah se puso a charlar con la esposa del presidente sentada en el retrete, con la puerta del baño abierta.

[137]

Tallulah sentía una pasión especial por todo tipo de drogas y estimulantes. De mayor consumió grandes cantidades de anfetaminas y barbitúricos, y pagó cientos de dólares semanales a los médicos para que le administraran inyecciones de demerol, un derivado del opio, pero en su juventud prefería la marihuana y la cocaína. Formaba parte de la alta sociedad blanca que visitaba los barrios bajos en busca de drogas, música y demás diversiones prohibidas.

[138] Según Pop Foster, era una asidua del célebre club Daisy Chain, y hablaba mucho de un jorobado llamado Money que le proporcionaba toda la cocaína que quería. La gente recordaba haber visto a Tallulah en el Hot Cha, en la calle 52, cuando actuaba el pianista ciego Eddie Steele. A veces cantaba con él y en ocasiones lo llevaba hasta la pista de baile y bailaban tranquilamente abrazados.

Aun así, tanta «confraternización» se veía ya empañada por una nota ominosa. Cuando el padre de Tallulah, el «queridísimo papá», aquel respetable sureño, supo que habían visto a su hija en Harlem, ésta habló inmediatamente con el productor cinematográfico Walter Wanger para que tranquilizara a su preocupado progenitor contándole una sarta de mentiras bien trabadas. «Tallulah me ha enseñado tu carta —escribió el cineasta—, creo que es indignante que se haya malinterpretado de este modo su única excursión a Harlem. La vieron ahí en compañía de su director, el señor Cukor, para estudiar las localizaciones, pues hay una escena de la película en que actualmente trabaja que ocurre en un club nocturno de Harlem. Pero, tras la visita, concluyeron que aquel ambiente era demasiado vulgar.»

Durante los años treinta, Tallulah y Billie coincidieron en muchas ocasiones, pero hasta 1948 no se las puede considerar amigas íntimas, y tal vez también amantes.

[139]

Tallulah figuraba en el reparto de la obra de Noel Coward Vidas privadas, en cartel en Broadway, y Billie actuaba con la orquesta de Count Basie en un teatro cercano, el Strand, que, a pesar de la ola de calor registrada en julio y agosto, se llenaba como pocas veces se había visto en Nueva York.

[140]

Tallulah iba cada noche al Strand y se sentaba en la primera fila «como si no hubiera otro espectáculo en el planeta». Después del show, ella, Billie y el cómico «Stump Daddy» ponían rumbo al bar White Rose para emborracharse. Y también emborrachaban al boxer de Billie, Mister, y se reían ante la confusión del perro.

Como le habían retirado la «tarjeta de cabaret» a raíz de su paso por la cárcel,

[141] Billie no podía cantar en los clubes neoyorquinos que tuvieran licencia para servir alcohol y había perdido su medio habitual para ganarse la vida. Se vio pues obligada a realizar interminables giras de una ciudad a otra, y durante meses Tallulah iba a verla siempre que le era posible. Se encontraba en Hollywood en diciembre de 1948 cuando arrestaron a Billie después de una pelea en Billy Berg’s, y seguía allí cuando, en enero de 1949, detuvieron de nuevo Billie y la acusaron de posesión de opio.

Las circunstancias de esta segunda detención fueron muy turbias. Sin embargo, dada la gravedad del delito y su condena anterior por un asunto de drogas, Billie estaba en un grave apuro. La cantante estaba aterrada, pero Tallulah fue un gran apoyo y, cuando Billie amenazó con suicidarse, llegó a pagarle un psiquiatra.

Tallulah también se ocupó de ponerse en contacto con J. Edgar Hoover para recabar su ayuda. El director del FBI era amigo de la familia. La carta que Tallulah le envió empezaba así: «Consciente como soy de tu humanidad, me ha parecido normal... dirigirme a quien manda. Como mi mamita negra solía decir: Cuando rezas, le hablas a Dios, ¿no?». Tallulah le explicó la naturaleza de su relación con Billie y lo bien que conocía a la cantante.

Sólo he visto a Billie Holiday dos veces en toda mi vida, pero la admiro profundamente como artista y siento por ella una gran compasión... No es mi intención disculpar sus debilidades... En su fuero interno es, sobre todo, una niña cuyos problemas han hecho que le sea psicológicamente imposible enfrentarse al mundo que la rodea... Por culpable que sea, sean cuales sean las penas que se le impongan por su fragilidad, pobre chica, has hecho todo lo que permite la ley, lo sé, para aliviar su carga. Bendito sea por ello.

[142]

Las dos mujeres no volvieron a coincidir. En 1952, Tallulah recibió la sensacional suma de 30.000 dólares por unas memorias (no escritas por ella) sobre sus años en la farándula

[143] que treinta periódicos de Estados Unidos y el Daily Express publicaron por entregas. El libro estaba dedicado a su «queridísimo papá» y, a pesar de que abundaban las excentricidades, las fanfarronadas y alguna que otra insinuación de un comportamiento perverso, nada se decía de los gustos sexuales de Tallulah en su juventud, de su afición las drogas ilegales o de su estrecha relación con Harlem y con el mundo del jazz. Billie Holiday no aparece ni una sola vez.

Tres años después, cuando tituló su propia autobiografía, escrita también por otro, Lady Sings the Blues, Billie envió una copia del manuscrito a todos los famosos que tal vez no quisieran aparecer en aquellas páginas. Orson Welles, amigo de Billie durante la etapa de ésta en Hollywood en 1942, no objetó nada, pero no todos opinaron lo mismo. Tal y como reconoció el editor de Billie cuando Linda Kuehl habló con él, «todos los nombres desaparecieron» ante las amenazas, reales o imaginadas, de una demanda por difamación.

[144]

En Lady Sings the Blues, Billie hablaba bastante de Tallulah. Era una «buena amiga» que le recomendó un psiquiatra en una etapa conflictiva de su vida y aparecía por casa para comer espaguetis. La respuesta de Tallulah fue una advertencia inmediata al editor del libro: «Querido, si publicas esas patrañas sobre mí en el libro de Billie Holiday pienso denunciarte y exigir hasta el último centavo que Doubleday gane con el libro».

Billie respondió enviándole a Tallulah una carta pausada y emotiva. «Creía que era tu amiga —le decía—. Por eso nada hay en el libro que puedas considerar hostil, malicioso o difamatorio... Reléelo. No hay nada que pueda dañarte. Levántate y espabila, Banky. Nadie intenta despellejarte.»

[145]

Pero la carta de Billie quedó sin respuesta, y el «material ofensivo» fue debidamente purgado del manuscrito.

Años más tarde, Tallulah sufrió «varios episodios psicóticos a raíz de los cuales adoptaba una actitud muy sureña y muy orgullosa». A menudo se quejaba de que los negros no eran «como antaño». Las manifestaciones por la paz, las sentadas o la nueva militancia los había convertido en un colectivo a su entender inaceptable. «Y yo que creía que si alguna vez tenía problemas de verdad podría ir a Harlem en busca de amigos y de un lugar donde cobijarme...—decía—. Hoy me aterra la idea de ir allí sola.»

Tallulah Bankhead murió en Nueva York en 1968. Sus últimas palabras comprensibles fueron «codeína-bourbon». Según Detroit Red, bailarín y amigo de Billie, las hermanas de Tallulah enviaron el cadáver a Virginia para que fuera enterrado allí, «y evitar así que los negros asistieran a su funeral... porque era amiga de Billie y de todos los negros de Harlem, y sus hermanas no querían ver a un solo negro a su alrededor».