EPILOGO
Había transcurrido una semana justa desde que Jenny Cramer regresara al mar, para no salir jamás de él.
La historia era tan fantástica, tan inverosímil, que la policía no la había dado a conocer a los periodistas por temor a las burlas de éstos.
Sólo los padres de Jenny sabían la verdad, y aunque los dos lloraron la muerte de su única hija —muerte que ya sospechaban, como se recordará—, se alegraron de que ella personalmente se hubiese encargado de ajustarles las cuentas a los tres miserables que la violaran y arrojaran al mar, porque ahora su alma podría descansar en paz.
Kay Shepard seguía viviendo con Stuart Lowell, de quien cada día que pasaba se sentía más enamorada, y al profesor de dibujo anatómico parecía sucederle lo mismo.
Sin embargo, Stuart no mencionaba para nada la palabra matrimonio, y eso tenía un poco mosca a Kay.
Stuart le había hecho ya varios dibujos, y aquel domingo, tras el desayuno, quiso hacerle otro.
Kay accedió gustosa, como siempre, y posó una vez más, desnuda, para él, recostada en el sofá.
Una hora después, Stuart terminaba su dibujo.
—Ya está, Kay —dijo, satisfecho del trabajo que había realizado. La joven atrapó su bata de baño y se la puso en silencio.
Stuart la observó.
—¿Te ocurre algo, Kay?
—¿A mí?
—Pareces disgustada.
—Pues no lo estoy.
—¿No eres feliz conmigo?
—Claro que lo soy.
—¿Seguro?
—Stuart, si no fuera feliz no viviría contigo. Te quiero, tú lo sabes.
—Y yo te quiero a ti.
—Sí.
—¿Quieres ver el dibujo que te he hecho?
—Será magnífico, como todos.
—Este tiene algo que no tenían los demás.
—Enséñamelo, siento curiosidad por saber qué es. Stuart se levantó del sillón en el que había realizado el dibujo y se acercó al sofá, con el bloc en las manos.
Cuando le mostró el dibujo a Ray, ésta se puso en pie de un brinco.
—¡Stuart! —exclamó, con los ojos muy abiertos.
—¿Te gusta, Kay? —preguntó el profesor de dibujo, conteniendo la risa.
—¡Me has dibujado con un velo de novia!
—¡Y con un ramo de flores en las manos!
—¡Y con una alianza de matrimonio en el dedo!
—Sí.
—¿Significa eso que...?
Stuart la tomó por la cintura.
—No puede estar más claro, Kay.
Ella no pudo contener las lágrimas y se abrazó a él.
—¡Dios mío, Stuart, no sabes qué alegría tan grande me das!
Stuart la estrechó entre sus brazos.
—Era eso lo que te preocupaba, ¿verdad?
—¡Sí, porque creía que no ibas a pedírmelo nunca! —No quise precipitarme, eso es todo. Pero desde el primer día supe que tú eras la mujer que estaba esperando. Desde la primera noche, para ser exacto.
—¿No te parecí una fresca, al acceder a dormir contigo?
—No, porque tú sólo querías eso, dormir. Pero yo empecé a acariciarte, y...
—Acepté tus caricias porque ya te habías metido en mi corazón, y deseaba que me hicieras tuya. Me poseíste con tanta ternura y con tanto amor, que desde aquel momento empecé a pensar que yo también me había metido en el tuyo.
—Y así era, Kay.
—En el corazón de un solterón...
—Que muy pronto dejará de serlo, porque encontré la mujer ideal.
—Me esforzaré por hacerte el hombre más feliz del mundo, te lo prometo.
—Ya puedes empezar —repuso Stuart, tomándola en brazos.
—¿Adónde me llevas? —preguntó ella, rodeándole el cuello.
—A la cama.
—¿No puedes esperar hasta la noche?
—Puedo, pero no quiero. ¿Algo que objetar?
—Nada, mi vida, nada —sonrió amorosamente Kay Shepard, y besó los labios de Stuart Lowell, quien ya había echado a andar hacia el dormitorio.
FIN