CAPITULO XIII
El relato de Stuart Lowell había dejado atónitos al teniente Dexter y su acompañante, el detective Benton.
Ambos policías cambiaron una mirada, como preguntándose el uno al otro si lo que había contado el profesor de dibujo anatómico podía ser cierto.
Evidentemente, los dos se resistían a creerlo.
Era demasiado fantástico.
El teniente Dexter se puso en pie y empezó a pasear por la casa, con una mano sobre la nuca, masajeándosela una y otra vez.
—Dudan de mi historia, ¿verdad, teniente? —adivinó Stuart.
Dexter se detuvo y le miró con fijeza.
—Sé que usted no miente, señor Lowell. Me ha contado lo que vio y lo que le dijo Jenny Cramer. Pero yo no puedo admitir que eso sea posible.
—Le aseguro que lo es, teniente —intervino Kay Shepard.
Dexter desvió la mirada hacia la joven.
—Creen ustedes que es posible, señorita Shepard, pero no lo es. Jenny les engañó a los dos. Está viva, y ha adquirido extraños poderes, gracias a los cuales ha conseguido hacerles creer que está muerta y que ha regresado del Más Allá para vengarse de los tipos que la violaron.
Stuart Lowell movió la cabeza negativamente.
—Jenny está muerta, teniente Dexter. Su corazón no late, no tiene pulso, no corre sangre por sus venas... Ya le he contado lo que hizo con el cuchillo. Se lo clavó hasta el mango en el corazón, y no sólo no brotó una sola gota de sangre, sino que no le produjo corte alguno.
—Eso lo hace mucha gente, señor Lowell. Se clavan cuchillos, tijeras, agujas, clavos... Se traspasan la carne con ellos y no brota la sangre ni queda señal.
—No es lo mismo traspasarse un brazo o el costado, que traspasarse el corazón, teniente.
—No, evidentemente. Debe tratarse de un truco.
—El cuchillo es mío y no está trucado. Puedo mostrárselo, si quiere.
—No, no es necesario.
—Tiene usted que creernos, teniente Dexter. Jenny Cramer está muerta, hace un año que murió.
—Ahogada...
—Sí.
—¿Sabe usted que quedaría de un cuerpo que llevase un año flotando en las profundidades del mar, señor Lowell?
—Muy poco, supongo —murmuró Stuart.
—Sólo el esqueleto, señor Lowell. Todo lo demás se lo habrían comido los peces. Jenny, sin embargo...
—Lo de Jenny, se lo repito una vez más, es cosa de las poderosas fuerzas existentes en el Más Allá. Ellas la han devuelto al mundo de los vivos, y ellas la han dotado de un cuerpo, el mismo que tenía cuando murió, para que pudiera llevar a cabo su venganza. Cuando acabe con los tipos que la violaron y la asesinaron, y regrese al mar, la carne desaparecerá y volverá a ser lo que era antes de salir de él, un esqueleto, que reposará en el fondo del mar para siempre.
El teniente Dexter y el detective Benton no pudieron evitar un estremecimiento al oír aquello.
Kay Shepard también se estremeció.
Dexter pegó un manotazo al aire y gruñó:
—No, maldita sea. No puedo creer en algo tan fantástico. Insisto en que... —se interrumpió de pronto.
Se oía el motor de un coche.
Un motor muy particular.
Stuart Lowell respingó.
—¡Es mi coche! —exclamó, y saltó del sillón en el que se hallaba sentado.
Corrió hacia la puerta y la abrió.
En efecto, era su viejo «Ford».
Acababa de detenerse frente a la casa.
Y Jenny Cramer estaba sentada al volante.
* * *
—¡Es Jenny! —Exclamó Stuart Lowell.
El teniente Dexter, el detective Benton y Kay Shepard corrieron hacia la puerta.
Salieron todos al porche.
Jenny Cramer ya estaba saliendo del coche, cubriendo su desnudez con la camisa que el profesor de dibujo le regalara. Observó con curiosidad a Dexter y Benton.
—¿Quiénes son estos hombres, Stuart? —preguntó.
—Policías, Jenny —respondió Lowell.
—¿Los llamaste tú?
—No. Están investigando la muerte de un tal Philip Bloom.
—No hay nada que investigar. Yo lo maté. Y esta mañana he matado a los otros dos: Rich Holcer y Luke Truslow. El primero, en el mar; el segundo, en su apartamento. Por eso me llevé tu coche, Stuart, cuando tú y Kay aún dormíais. Lo necesitaba para ir a San Diego.
Un profundo silencio siguió a las palabras de Jenny Cramer.
Esta añadió:
—Ya he cumplido mi venganza. Los tres canallas que me violaron y me arrojaron al mar, causándome la muerte, han muerto también. Ahogados, como yo. Puedo volver al mar, al descanso eterno.
Stuart, Kay y los dos policías siguieron callados, impresionados los cuatro por las palabras de Jenny Cramer.
La joven sonrió suavemente y se despidió:
—Adiós, Stuart. Adiós, Kay. Decid a mis padres que pienso mucho en ellos, que les quiero, y que siento no haberles visitado, aunque creo que es mejor para todos.
Jenny dio media vuelta y caminó por la arena, hacia el mar.
El teniente Dexter, reaccionando, empuñó la pistola y ordenó:
—¡Detente, Jenny!
La joven se paró y giró la cabeza.
—¿Qué desea?
—Vas a venir con nosotros, Jenny.
—No diga tonterías —sonrió la muchacha, y siguió caminando.
—¡Detenla. Benton! —gritó Dexter.
El detective, que también había extraído su arma, se lanzó en pos de Jenny Cramer, a la cual intentó sujetar por el brazo.
Jenny le dio un puñetazo en el mentón y Benton se derrumbó sin sentido, como si acabara de cocearle una mula.
La joven volvió a mover las piernas.
—¡Detente, Jenny! ¡Detente o disparo! —amenazó Dexter.
Como Jenny no hizo caso, el policía apretó el gatillo.
La bala atravesó limpiamente el muslo derecho de la joven, pero ni ésta acusó el impacto ni el plomo dejó señal alguna en su pierna.
El teniente Dexter, desencajado, disparó de nuevo.
A la espalda de Jenny.
La bala produjo un agujero en la vistosa camisa masculina, pero la joven siguió caminando con toda normalidad.
Dexter disparó varias veces más, hasta que agotó los cartuchos. No sirvió de nada.
Jenny Cramer alcanzó el mar y desapareció en él.
Para siempre.