CAPITULO IX
Jenny Cramer, que cubría su completa desnudez con la camisa que le regalara el profesor de dibujo anatómico, cruzó la puerta y penetró en la casa, diciendo:
—Faltaste a tu promesa, Stuart.
—¿Qué promesa, Jenny? —repuso Lowell.
—La de no hablar a nadie de mí.
—Cuando te prometí eso pensaba que eras una enferma mental.
—Una promesa es siempre una promesa, Stuart.
—No tienes por qué enfadarte, Jenny. Sólo he hablado de ti a Kay, porque es tu mejor amiga.
—Lo era. Ahora ya no podemos serlo. Ella está viva y yo estoy muerta.
Kay Shepard dio un paso hacia su amiga.
—Jenny...
—¿Tú tampoco lo crees, Kay?
—¿Qué estés muerta?
—Sí.
—¿Cómo voy a creer una cosa así?
—Tienes que creerlo, Kay, porque es la verdad. Llevo un año muerta. Un año flotando en las profundidades del mar. He salido de él para vengarme de los tres canallas que me violaron y luego me arrojaron por el acantilado. Uno de ellos ha pagado ya su fechoría.
Stuart y Kay se estremecieron.
—¿Le has matado, Jenny...? —inquirió el primero.
—Sí. Lo ahogué en la bañera, después de aterrorizarle con mi presencia.
—¡Jenny! —exclamó Kay, horrorizada.
Jenny la miró de un modo extraño.
—¿Por qué ese gesto de horror, Kay? ¿Acaso sientes la muerte de ese cerdo?
—Bueno, yo... —musitó Kay.
—Él y sus compañeros ocasionaron la mía, Kay. Y antes me habían hecho sufrir lo indecible. Se comportaron como tres auténticos salvajes. Terribles apretones, duros pellizcos, dolorosos mordiscos... Tenías que haberme visto, retorciéndome en el suelo desnuda, suplicando entre gritos y sollozos que me dejaran, que no me hicieran sufrir más...
Kay Shepard volvió a estremecerse.
Stuart Lowell dijo:
—¿Por qué no les denunciaste a la policía?
—¿Cómo iba a denunciarles, si luego de cometer la canallada me arrojaron al mar?
—Cuando saliste de él, me refiero.
—¿Hoy, al cabo de un año?
—Jenny, tú no puedes haber estado un año en el mar.
—Veo que sigues sin creer que estoy muerta, Stuart.
—No lo creeré nunca. Y Kay tampoco.
—Bien. Tendré que haceros una demostración que sea convincente, ya que para vosotros no es suficiente que mi corazón no lata y que no tenga pulso —dijo Jenny, y se acercó a la mesa, sobre la cual continuaban los platos, los cubiertos, las tazas de café y todo lo demás.
Atrapó un cuchillo y se volvió hacia Stuart y Kay.
Se abrió la camisa de par en par, mostrando totalmente su cuerpo desnudo.
Lentamente alzó la mano y apoyó la punta del cuchillo debajo de su seno izquierdo.
Como estaba claro que iba a clavárselo en el corazón, Kay Shepard chilló:
—¡No, Jenny!
—¡No cometas esa locura! —gritó también Stuart Lowell, lanzándose hacia ella, con el propósito de impedirlo.
No llegó a tiempo.
Jenny Cramer empujó con fuerza y la hoja del cuchillo se hundió totalmente en su pecho.
Ocurrió lo mismo que cuando Philip Bloom le clavó su navaja en el vientre.
Ni una sola gota de sangre.
Jenny, sonriente, soltó el mango del cuchillo, y éste quedó clavado en su pecho desnudo.
La escena era tan impresionante, que Roy Shepard se tambaleó, a punto de desmayarse.
También Stuart Lowell tenía el estómago encogido.
—No... No puede ser... —habló Kay, con un hilo de voz, al tiempo que se agarraba al profesor de dibujo, para no desplomarse.
Stuart, pálido, no hizo comentario alguno.
Miraba el cuchillo, hundido hasta el mango bajo el seno izquierdo de Jenny.
Por fuerza tenía que haberle atravesado el corazón.
Y Jenny seguía en pie.
Tan fresca.
Sin soltar una gota de sangre...
De pronto, Jenny agarró el cuchillo y se lo desclavó. C Lon lentitud.
Centímetro a centímetro.
Kay Shepard sintió que las piernas le temblaban.
Que se le doblaban.
Que se negaban a sostenerla...
Se agarró con más fuer/a a Stuart Lowell.
—Stuart... —pronunció, con voz estrangulada.
El profesor de dibujo, tan impresionado como ella, la abrazo, como adivinando que Kay iba a desplomarse de un momento a otro.
Jenny acabó de desclavarse el cuchillo, cuya hoja salió tan limpia como había entrado.
Bajo el seno de la joven no se veía herida alguna.
La carne, abierta por el acero, se había cerrado misteriosamente cuando éste salió de ella, no quedando la más leve señal.
Fue demasiado para Kay Shepard, y la atractiva muchacha se desvaneció.
Menos mal que Stuart Lowell la rodeaba con sus brazos, y eso la libró de estrellarse contra el suelo.
—Pobre Kay, siempre tuvo el estómago débil —dijo Jenny, dejando el cuchillo sobre la mesa y cerrándose la camisa.
* * *
Stuart Lowell tomó en brazos a Kay Shepard y la llevó al sofá, sobre el cual la depositó cuidadosamente.
Luego se volvió hacia Jenny Cramer.
Esta dijo:
—Supongo que ya no tendrás ninguna duda, ¿verdad, Stuart?
—No, ya no. El numerito del cuchillo me ha convencido por completo —respondió Lowell.
—Me alegro, porque ya estaba harta de repetir una y otra vez que estoy muerta, sin que me creyeras.
—Te creo ahora, pero sigo sin entenderlo.
—Es natural. Lo normal es que los muertos no salgan de sus tumbas, que se pudran en ellas, fríos y rígidos. Pero se puede salir, Stuart. Basta con que uno lo desee fervientemente, y que tenga un motivo poderoso para salir. Entonces, las fuerzas del Más Allá entran en acción y el deseo del muerto se cumple. Es mi caso, Stuart. Yo tenía enormes deseos de volver al mundo de los vivos, para ajustarles las cuentas a los tipos que me violaron y me asesinaron, y mi deseo se ha visto cumplido. Cuando haya llevado a cabo mi venganza volveré al mar, porque ésa es mi tumba. Por eso te dije que ya no soy hija de los Cramer, sino del mar. Será mi casa por los siglos de los siglos.
—Amén.
Jenny miró con severidad al profesor de dibujo.
—¿Pitorreo, Stuart?
Lowell tosió.
—Se me escapan los chistes, ya lo sabes.
Jenny miró a su desvanecida amiga.
—¿Te gusta Kay, Stuart?
—Sí, es una chica muy simpática.
—Y atractiva...
—Tú también lo eres, Jenny.
—Pero yo estoy muerta.
—Bueno, como no se te nota...
—Es una pena que no pueda sentir nada, Stuart. Si pudiera, te pediría que me hicieras el amor, porque me gustas.
Lowell carraspeó.
—Tus palabras me halagan, Jenny.
—Aunque no sienta nada, me gustaría que me dieras un beso. ¿No te importa besar a una muerta, Stuart?
—Desde luego que no.
Jenny se aproximó a él.
Stuart la besó en los labios, cálidos y suaves.
—Gracias, Stuart —le sonrió ella.
—Ha sido un placer, de verdad.
—Cuida de Kay.
—Lo haré.
Jenny Cramer caminó hacia la puerta.
Stuart Lowell, esta vez, no intentó detenerla.
Sabía que era imposible.
* * *
Pocos minutos después, Kay Shepard volvía en sí. Vio a Stuart Lowell.
Sentado en un sillón.
La mirada perdida.
Kay incorporó el torso y bajó las piernas del sofá.
—Stuart...
El profesor de dibujo volvió a la realidad.
Se levantó del sillón y se sentó en el sofá, junto a la joven, cuyas manos tomó entre las suyas.
—¿Te sientes bien, Kay?
—Me alegro.
—¿Dónde está Jenny?
—Se fue.
—¿Al mar?
—¡Supongo que sí.
—No pudiste impedirlo, ¿verdad?
—¿Cómo iba a impedirlo? Si un cuchillo clavado en su corazón no le hace nada...
Kay Shepard se estremeció imperceptiblemente.
—Era cierto, ¿verdad, Stuart?
—¿Que Jenny está muerta?
—Sí.
Stuart Lowell asintió con la cabeza.
—Totalmente cierto, Kay. Murió tal día como hoy, hace un año.
—¿Y cómo es posible que...?
—Las fuerzas del Más Allá lo han hecho posible, según ella. Y debe ser cierto, Kay. Nosotros, los vivos, conocemos este mundo, pero ignoramos lo que hay en el otro. Los muertos sí lo saben. Jenny lo sabe, porque lleva un año muerta. Ha vuelto del Más Allá para llevar a cabo su venganza. Y nada ni nadie podrán impedir que la cumpla.
—¡Que horror, Stuart! —exclamó Kay, abrazándose al profesor de dibujo.
Stuart la estrechó tiernamente contra su pecho.
—Parece una pesadilla, es cierto. Pero todo es real, Kay. Jenny ha matado ya a uno de los tipos que la violaron y la arrojaron al mar, y matará también a los otros dos. Y eso, aunque horroroso, me parece justo. Los tres merecen la muerte, por lo que hicieron con la pobre Jenny.
—Sí, eso es cierto.
—No sé quiénes son esos miserables, pero aunque lo supiera, no movería un dedo para ayudarles.
—Yo tampoco.
—Será mejor que nos acostemos. Kay.
—Sí.
—Puedo dormir en el sofá, si quieres.
—No digas tonterías.
—¿Iba en serio lo de dormir juntos?
—Claro.
—Una chica liberada, ¿eh?
—Stuart, vamos a dormir juntos, no a hacer el amor. Creo que ese punto ya lo aclaramos, ¿no?
—Sí, quedó perfectamente claro.
—Dame cinco minutos.
—Los que quieras.
Kay se levantó y se introdujo en el dormitorio, cerrando la puerta.
Stuart dejó transcurrir los cinco minutos y luego se levantó del sofá. Dio unos golpes en la puerta del dormitorio.
—¿Puedo pasar, Kay?
—Adelante, Stuart —autorizó la joven.
Stuart entró en la habitación.
Kay estaba acostada, la sábana cubriéndola hasta los senos.
Se había puesto un camisón amarillo, que se adivinaba deliciosamente corto y transparente.
Stuart se quedó mirándola fijamente.
—Eres una chica preciosa, Kay.
—Y tú un hombre muy apuesto, Stuart —repuso ella, sonriéndole.
—¿No has cambiado de idea?
Kay movió la cabeza graciosamente.
—Sólo dormir, Stuart.
—¡Qué lástima!
—Quedan otras muchas noches.
—Pero ésta la vamos a perder.
—Peor fue perder la guerra de Vietnam.
—Muy graciosa.
—Deja de gruñir y acuéstate.
—¿Para qué tanta prisa, si sólo vamos a dormir?
—Tengo sueño, y no puedo dormirme con la luz encendida.
—Está bien, está bien —rezongó Stuart, y se desvistió, quedando en slip.
Así se metió en la cama.
Se disponía a apagar la luz, cuando Kay le cogió la mano.
—Espera, Stuart.
—¿No tenías prisa por dormirte?
—Sí, pero quiero que antes me des un beso.
—¿El del pajarito o el de la marmota?
—¿Cuál prefieres tú?
—Él de la marmota.
—Bueno, pues ése.
Stuart pegó su boca a la de Kay, procurando sacarle el máximo partido al beso.
También ella se entregó de lleno a la caricia.
Stuart no pudo resistir la tentación de deslizar su mano hacia los muslos femeninos, que el breve camisón no cubría.
Kay se estremeció dulcemente cuando la mano del profesor de dibujo recorrió sus miembros inferiores.
Animado porque Kay no protestaba, la mano de Stuart se fue audazmente para arriba, por debajo del ligero camisón, alcanzando los jóvenes y altivos senos femeninos, que acarició sabiamente.
Kay Shepard, tras ahogar un gemido de placer, separó su boca de la de Stuart Lowell y dijo:
—¿De quién es esa mano?
—Mía y de usted —respondió Stuart, con una sonrisa.
—Yo sólo te había pedido un beso, Stuart.
—Te deseo, Kay.
—Eso ya lo sé.
—Hagamos el amor.
—No, si sólo sientes por mí deseo.
—Eso no es cierto, y tú lo sabes.
—¿Qué más sientes por mí, Stuart?
—Es difícil de explicar con palacras.
—Prefieres explicarlo con hechos, ¿eh?
—Estoy seguro de que lo entenderás mucho mejor.
—De acuerdo, explícamelo así —accedió Kay Shepard, alzando sus desnudos brazos y rodeando el cuello de Stuart Lowell, quien se apresuró a unir de nuevo sus labios a los de ella.