VII
EL ENANO FRONCÍN
Vê dem selbin getwerge,
Daz er den edelin man vorrit!
EILHART DE OBERG
El rey Marcos había hecho las paces con Tristán y le había dado permiso para regresar al castillo. Ahora, como antes, Tristán dormía en la habitación del rey, entre sus privados y sus leales. Podía entrar y salir a su antojo, el rey no sentía ninguna inquietud. Pero ¿quién puede mantener en secreto sus amores por mucho tiempo? ¡Ay, el amor no puede ocultarse!
El rey Marcos había perdonado a los nobles traidores, y como el senescal Dinas de Lidán se había encontrado un día al enano jorobado, errante y miserable en un bosque lejano, lo llevó a la presencia del rey, quien se apiadó de él y le perdonó su perversidad.
Pero la bondad del rey no hizo sino excitar el odio de los barones. Así, habiendo sorprendido de nuevo a Tristán con la reina, se aliaron mediante este juramento: si el rey no desterraba a su sobrino del país, ellos se retirarían a sus tierras y castillos para hacerle la guerra.
Llamaron al rey para parlamentar:
—Señor —le dijeron—, amadnos u odiadnos, a vuestra elección. Pero queremos que desterréis a Tristán. El ama a la reina, eso cualquiera puede verlo, y nosotros no pensamos seguir tolerándolo.
El rey los escuchó, suspiró, bajó la frente hacia el suelo y se quedó callado.
—No, rey, no seguiremos soportándolo, porque sabemos que esta noticia, que antes os resultaba extraña, ahora ya no os sorprende, y vos consentís el crimen. ¿Qué vais a hacer? Deliberad y tomad consejo. En cuanto a nosotros, si no alejáis a vuestro sobrino para siempre, nos retiraremos a nuestras fortalezas y nos llevaremos de la corte también a nuestros vecinos, pues no podemos tolerar que sigan aquí. Ésta es la elección que os ofrecemos, ahora escoged.
—Señores —dijo el rey—, una vez ya creí las malas palabras que me decíais de Tristán, y luego tuve que arrepentirme. Pero sois mis leales y no puedo perder el servicio de mis hombres. Aconsejadme, pues, os lo pido, tal como es vuestro deber. Bien sabéis que evito todo orgullo y toda desmesura.
—Señor, mandad llamar al enano Froncín. Desconfiáis de él por la aventura del jardín, y, sin embargo, ¿no había leído en las estrellas que la reina iría bajo el pino aquella noche? El sabe muchas cosas, pedidle consejo.
Acudió pues el perverso jorobado y Denoalén lo abrazó. Escuchad ahora la traición que cometió:
—Señor, ordenad a vuestro sobrino que mañana al amanecer galope hacia Carduel para llevar al rey Arturo un mensaje escrito en pergamino y bien sellado con cera. Mi rey, Tristán duerme cerca de vuestra cama. Salid de vuestra habitación a la hora del primer sueño y os juro por Dios y la ley de Roma que, si Tristán ama a Isolda con amor culpable, querrá ir a hablar con ella antes de partir. Pero si viene sin que yo lo sepa ni vos lo veáis, entonces matadme. En todo lo demás, dejad que yo lleve las cosas a mi manera y guardaros de hablar a Tristán de este mensaje antes de que sea la hora de acostarse.
—Bien —dijo el rey—, que así se haga.
Entonces el enano cometió una innoble fechoría. Entró en una tahona y por cuatro denarios se llevó un saco de flor de harina, que escondió debajo de su ropa. ¡Ah!, ¿quién habría podido pensar en semejante villanía? Llegada la noche, cuando el rey hubo cenado y sus hombres estuvieron dormidos en la gran sala contigua a su habitación, Tristán, como de costumbre, fue a ayudar al rey a acostarse.
—Buen sobrino —le dijo—, cumple mi voluntad: cabalgaréis hasta Carduel, a la corte del rey Arturo, y le diréis que despliegue este mensaje. Salúdalo de mi parte y permanece un solo día con él.
—Mañana llevaré el mensaje, mi rey.
—Sí, mañana antes del amanecer.
Tristán estaba muy inquieto. Desde su cama hasta la cama de Marcos había una longitud equivalente a la de una lanza. Le asaltó un deseo furioso de hablar con la reina y se prometió que hacia el amanecer, si Marcos estaba dormido, se acercaría a ella. ¡Dios, qué loco pensamiento!
El enano, según su costumbre, dormía en la habitación del rey. Cuando creyó que todos estaban durmiendo, se levantó y esparció la harina entre la cama de Tristán y la de la reina. Así, si uno de los amantes iba a reunirse con el otro, la harina conservaría la huella de sus pasos. Pero mientras el enano la esparcía, Tristán, que permanecía despierto, lo vio. «¿Qué es eso? —pensó—. El enano no suele ser muy amable conmigo, pero esta vez quedará burlado. ¡Muy necio sería quien dejara marcadas las huellas de sus pasos!».
A la medianoche, el rey se levantó y salió, seguido por el enano jorobado. La habitación estaba a oscuras, no había velas encendidas ni lámpara alguna. Tristán se puso de pie en su cama. Dios, ¿por qué se le ocurrió tal cosa? Juntó los pies, calculó la distancia, saltó y cayó en la cama del rey. Pero por mala fortuna, el día antes, en el bosque, el colmillo de un gran jabalí le había herido la pierna y quiso la mala suerte que la herida no estuviera vendada. Con el esfuerzo de aquel salto, la herida se abrió y sangró, pero Tristán no vio la sangre que manaba y manchó las sábanas. Afuera, el enano supo por la luna, gracias a sus artes de magia negra, que los amantes se habían reunido. Tembló de alegría y le dijo al rey:
—Id, y si ahora no los sorprendéis juntos, podéis ahorcarme.
El rey, el enano y los cuatro nobles traidores fueron, pues, hacia la habitación. Pero Tristán los había oído: se levantó, saltó, y llegó hasta su cama. Mas, ¡ay!, al pasar, la sangre brotó nuevamente de su herida y cayó sobre la harina.
Llegaron el rey, los barones y el enano, que traía un candil. Tristán e Isolda fingían dormir. Habían permanecido solos en la habitación con Perinís, que yacía a los pies de Tristán y no se movía. Pero el rey vio sobre la cama las sábanas manchadas de rojo y la harina empapada de sangre fresca.
Entonces los cuatro barones, que odiaban a Tristán por su valor, lo sujetaron en la cama y amenazaron a la reina. Se burlaron de ella, la escarnecieron, y prometieron a ambos severa justicia. Entonces vieron la herida de Tristán, que estaba sangrando.
—Tristán —le dijo el rey—, de nada servirá que lo niegues ahora. Mañana deberás morir.
Tristán exclamó:
—¡Otorgadme vuestra gracia, señor! ¡En nombre de Dios, que sufrió la pasión, señor, tened piedad de nosotros!
—¡Señor, tomad venganza! —respondieron los caballeros traidores.
—Buen tío, no os lo imploro por mí, pues a mí poco me importa morir. Si no fuera por el temor a irritaros, esos cobardes pagarían cara la afrenta que han hecho. Sin vuestra protección, no habrían osado tocar mi cuerpo con sus manos. Pero por respeto y amor hacia vos, me pongo en vuestras manos. Haced de mí lo que os plazca. ¡Aquí me tenéis, señor, pero tened piedad de la reina! —Y Tristán se arrodilló y se humilló a los pies del rey Marcos—. Piedad para la reina —dijo—, pues si hay algún hombre en vuestra casa con valor suficiente para mantener la mentira de que la he amado con amor culpable, me hallará dispuesto a enfrentarme con él en torneo. ¡Buen rey, concededle la gracia en nombre de Dios nuestro señor!
Pero los nobles ya los habían atado con cuerdas a él y a la reina. ¡Ah, si Tristán hubiera sabido que no le sería permitido demostrar su inocencia en combate singular, antes lo habrían descuartizado vivo que permitir que lo ataran vilmente!
Pero Tristán confiaba en Dios y sabía que en el campo de batalla nadie osaría blandir un arma contra él. Y lo cierto es que tenía razón al confiar en Dios. Cuando juraba que jamás había amado a la reina con amor culpable, los nobles traidores se reían de lo que creían una insolente impostura. Pero yo apelo a vosotros, señores, que sabéis la verdad sobre el filtro que bebieron en el mar y comprenderéis lo que digo: ¿acaso mentía Tristán? No es el hecho lo que prueba el crimen, sino el juicio. Los hombres ven el hecho, pero Dios ve los corazones, y Él es el verdadero juez. El instituyó que cualquier hombre acusado podría defender su derecho mediante batalla, y Él combate a favor del inocente. Por eso Tristán reclamaba justicia y batalla, y se guardó de faltar en nada al rey Marcos. Pero si hubiera podido prever lo que sucedería, habría matado a aquellos caballeros traidores. ¡Ah, Dios! ¿Por qué no los mató?