Capítulo 8

UNA LIMUSINA fue a buscarlos al aeropuerto de Génova. Apoyada sobre el hombro de Jake, Charlie iba mirando la carretera que bordeaba el mar, hasta una villa protegida por una enorme puerta de hierro. Un guardia de seguridad les dio la bienvenida y, poco después, llegaban a la casa.

Charlie se quedó boquiabierta. Era una casa magnífica de moderno diseño, construida en acero y cristal. Estaba a varios kilómetros de Génova, con los Dolomitas al fondo y una espectacular panorámica del Mediterráneo al frente.

-Su nuevo hogar, señora D'Amato. ¿Te gusta?

-Es una maravilla -contestó ella.

Riendo, Jake la tomó en brazos para atravesar la enorme puerta de madera.

-¡Una escalera de cristal! Nunca había visto algo así.

Entonces se dio cuenta de que un comité de recepción compuesto por dos personas esperaba para darles la bienvenida en el vestíbulo.

Jake la dejó en el suelo y le presentó a Marta, el ama de llaves, a la que Charlie ya conocía por teléfono... y al precioso hijo de Marta, Aldo, que hablaba su idioma, o al menos lo que le habían enseñado en el colegio. El marido de Marta, Tomás, se reunió con ellos enseguida. Era el chofer de Jake.

Después de brindar con champán para desearles buena suerte, se alejaron discretamente y Charlie miró alrededor. Los muebles eran preciosos, una mezcla de muebles tradicionales y modernos, pero fueron los cuadros lo que llamó su atención. Reconoció un Matisse y dos Monet.

-Al fin solos -sonrió Jake, tomándola en brazos de nuevo para llevarla al dormitorio. Pero como estaba nervioso, tropezó con las maletas que los empleados habían dejado en el suelo.

-¡Que me tiras! -rió Charlie.

-Nunca -contestó él-. No me atrevería.

Pero cuando sus ojos se encontraron, la risa desapareció.

Lentamente, Jake la dejó en el suelo. Era increíble, pero estaba nerviosa. Se había acostado con él muchas veces, pero aquella vez era diferente.

Sin dejar de mirarla, Jake empezó a desnudarse, despacio, hasta quedar frente a ella sólo con los calzoncillos blancos, que poco podían hacer para esconder su excitación.

-No quiero que estés nerviosa, Charlotte -murmuró-. ¿Te he dicho lo guapa que estás, cara?

En dos segundos, la chaqueta y el vestido de seda cayeron al suelo y Charlie quedó desnuda, excepto por las braguitas de seda blancas.

Jake dio un paso atrás para admirarla a placer. Desnuda, con la gargantilla de perlas y el tanga blanco era una visión maravillosa. Sus pechos se habían hinchado un poco, pero el abdomen seguía siendo plano.

-Parece que he esperado toda una vida para verte así.

Era incomprensible, pero Charlie, que tenía confianza para todo, de repente se vio asaltada por un absurdo temor. Jake era tan perfecto, tan alto, tan moreno. Y ella quería ser perfecta para él...

Entonces vio un cuadro detrás de ellos, un Gauguin, con una mujer morena vestida con un pareo. Eso le recordó otro cuadro, otra mujer morena...

-¿Quién es Anna?

Jake la miró, perplejo.

-¿De dónde ha salido eso?

-Nada... es que he visto ese cuadro y me ha recordado el retrato que compraste. Se llamaba Anna, ¿verdad?

-¿Quién te lo ha dicho?

-Diego.

-Diego es un bocazas -replicó Jake, cortante-. Olvídalo.

Si fuera más amable, Charlie podría haberlo olvidado, pero su extraña actitud no hacía más que aumentar sus dudas.

-¿Quién era? ¿Una antigua novia?

-No, no... -Jake estaba furioso, ridículamente furioso, y no tenía derecho a estarlo.

Desgraciadamente, el tema de Anna despertaba en él todo tipo de emociones: la lealtad que le debía a los Lasio, el sentimiento de culpabilidad que no lo abandonaba, la frustración de que su mujer lo mirase con ese gesto de angustia en su noche de boda...

-Tú sabes quién era -dijo por fin-. Era la amante de tu padre... veinte años menor que él. Y ahora vamos a olvidarnos de eso...

-No quiero olvidarme, Jake.

-¿Quieres saber la verdad? -suspiró él-. Muy bien. ¿Por qué no? Anna era mi hermanastra y yo la quería muchísimo. La vi crecer, convertirse en una joven preciosa y la vi destruida por tu padre. Anna creía estar enamorada de él y durante dos años pensó que iban a casarse.

Charlie se quedó pálida. El alivio que había sentido al saber que no era una antigua amante desapareció al descubrir la verdad. Una ex amante podía olvidarse, una hermana no.

En la exposición, Jake le había dicho que ese era el único retrato que le interesaba... Entonces recordó su mirada cuando estaba frente al cuadro. Cómo debió de odiar ver ese retrato expuesto en la galería...

Y su primera noche. Su frialdad después de hacer el amor, sus preguntas sobre lo que pensaba de un hombre que mantenía una relación con una mujer más joven. Ingenuamente, había pensado que se refería a ellos, ahora se daba cuenta de que hablaba de su padre.

-Dios mío... tú odias a mi padre. Es eso, ¿verdad?

-Nunca lo conocí pero sí, lo odiaba. Mira, vamos a dejarlo -suspiró Jake-. Tu padre ha muerto, igual que Anna.

-Pero...

-Eres mi mujer, Charlotte -la interrumpió él, quitándole la gargantilla-. Y ya hemos perdido demasiado tiempo.

-No, suéltame. Tenemos que hablar.

-Lo que tenemos que hacer no es hablar, es otra cosa. Y es evidente que a ti también te apetece -dijo Jake entonces, mirando sus pechos.

La arrogancia del comentario fue suficiente para sacarla de quicio. Admitía odiar a su padre y, al mismo tiempo, esperaba que se acostara con él sin darle una explicación. Su engreimiento era monumental, insoportable.

Por mucho que lo amara, por mucho que lo deseara, tenía que obligarlo a confesar por qué se había casado con ella.

-No, Jake, lo que necesito ahora es la verdad -le espetó, muy seria-. ¿Por qué le pediste a Ted que nos presentara? Si tanto odiabas a mi padre, la última persona a la que querrías conocer era a mí.

-Sentía curiosidad por conocer a la hija de un hombre que había mostrado tan poco respeto por las mujeres. Pero ¿qué más da eso ya? Estamos casados y tenemos todo el futuro por delante.

Charlie sabía que no estaba diciendo la verdad. Su noche de boda se estaba convirtiendo en una pesadilla...

-Siento lo de tu hermana, Jake -murmuró, tragando saliva-. Nadie sabe mejor que yo lo mujeriego que era mi padre. Y si Anna estaba enamorada de él debió de sufrir mucho cuando murió. ¿Qué puedo decir?

-Nada. Nada en absoluto -contestó Jake-. Ya está todo dicho. Tu padre le dijo a Anna que se fuera y los dos sabemos por qué... así que no tienes por qué fingir.

-No te entiendo.

-Tú te negaste a conocerla.

Charlie estaba convencida de que había oído mal. ¿De qué estaba hablado? Pero el desprecio que había en sus ojos oscuros y la inmovilidad de sus facciones le dijo que no era así.

-¿Que yo me negué a conocerla?

Cuando visitó a su padre por última vez, él le contó que no tenía ninguna amante en ese momento. Charlie no lo había creído, pero... ésa había sido su respuesta desde aquella vez, cuando lo pilló en el estudio con Jess. Seguramente quería protegerla, pero Jake lo veía de otra forma. El no tenía ni idea.

-Anna me lo contó todo. Tu padre le pidió que se marchara porque su hija, su egoísta y mimada hija, se lo exigió. Aparentemente, iba a pasar las vacaciones allí y se negaba a compartir la casa con otra mujer. Admítelo, Charlie.

-¡No puedo creer lo que estoy oyendo!

El horror de lo que acababa de decir era inexplicable. La relación que hubiera entre Anna y su padre no tenía importancia alguna. Jake, su amante, su marido, pensaba que ella era una egoísta, una niña malcriada.

-Yo quería mucho a mi padre pero nunca... -iba a explicarle que eso no era verdad, que nunca le había exigido nada.

-Da igual. Como dicen, el resto es historia -la interrumpió Jake-. Tu padre murió y si no hubiera muerto, yo mismo lo habría matado...

-¿Qué?

-Y Anna se mató en un accidente de coche poco después. Y tú ganaste mucho dinero a su costa, así que no todo ha salido mal. Olvídalo, Charlotte. Lo que me preocupa no es el pasado, sino el presente.

«El pasado da forma al futuro».

Eso era algo que Charlie había leído en alguna parte. Que Jake dijera que podría haber matado a su padre, que en cierto modo la responsabilizara a ella por la muerte de Anna, que creyera que se había enriquecido con la tragedia de aquella joven... ¿Cómo podía pensar eso de ella? Pero tenía que saber la verdad. Había estado cegada por el amor durante demasiado tiempo.

-De modo que no sólo soy egoísta y mimada, también soy calculadora y materialista. ¿Es eso? Dime por qué le pediste a Ted que nos presentara. Y quiero saber la verdad.

Jake apretó los dientes.

-¿La verdad? Anna me había hablado de ti como si fueras una niña y cuando descubrí que no lo eras, que tú misma presentabas la exposición, quise conocerte. Lo que podría haber perdonado en una niña, no podía perdonarlo en una mujer adulta. Admito que quise vengarme... justicia poética, ya sabes. Pero para ser sincero, en cuanto te vi me volví loco por ti, cara. Sigo estando loco por ti.

Venganza. Qué palabra tan fea, qué emoción tan fea y tan mezquina. Charlie no quería creer lo que estaba oyendo, pero poco a poco empezó a sentirse horrorizada. Horrorizada por su despreciable arrogancia, porque creía que iba a aceptarlo todo, soportarlo todo en aras de su amor. Horrorizada porque Jake parecía convencido de que no había pasado nada...

-¿Por qué me pediste que me casara contigo?

-Porque vas a tener un hijo mío, Charlotte.

Los ojos de Charlie se llenaron de lágrimas, pero hizo lo imposible por controlarlas. Por fin había entendido que Jake no la quería, que no la había querido nunca y no la querría jamás.

Deseaba ponerse a gritar, pero no lo hizo. El dolor era tan horrible que parecía anestesiarla.

-Cuando me pediste que me casara contigo te pregunté si me querías y me dijiste que sí...

-Si no recuerdo mal, me preguntaste si iba a casarme contigo porque estabas embarazada o porque te quería y yo contesté que te adoraba -contestó él-. Cómo interpretaras tú mi respuesta es cosa tuya.

-Una cuestión de semántica, claro -dijo ella, irónica.

Aquella revelación la había partido por la mitad, pero no pensaba decirle lo que sentía. Debía ser fuerte, no sólo por ella sino por su hijo.

-Sé sincero, Jake, no me quieres. Sólo me has utilizado para vengarte. Has utilizado mi cuerpo para pasarlo bien...

-Te equivocas. Ya no tengo ningún deseo de venganza y, en cuanto a lo de utilizar tu cuerpo... por el momento no estoy teniendo mucha suerte, pero eso está a punto de cambiar.

Charlie dio un paso atrás.

-¡No me toques, no te atrevas! ¡Y quédate con tu maldito anillo! -gritó, intentando quitárselo.

-No te lo quites, Charlotte -replicó él, intentando sujetar su mano.

Pero Charlie lo miraba como si, de repente, le hubieran salido cuernos. Y era culpa suya. Debería haber tenido la boca cerrada. Pero él no estaría en aquel predicamento si otra persona hubiera mantenido la boca cerrada... «Diego», pensó, furioso. ¿Por qué había tenido que mencionar a Anna el día de su boda precisamente?

Había destruido aquel retrato semanas atrás. Le daba igual la absurda venganza que planeó al principio. Todo le daba igual excepto Charlotte, se dio cuenta entonces. Pero cuando la miró vio desafío en sus ojos azules y sintió que se le encogía el corazón por haber perdido su amor. Y sintió también una furia que apenas podía controlar.

-Se acabó, Jake -dijo Charlie entonces.

-No vas a ningún sitio -replicó él, poniéndose frente a la puerta-. Soy yo el que se marcha. Hablaremos de esto por la mañana. Cuando recuerdes por qué estás aquí.

Después se dio la vuelta y salió dando un portazo.

El sonido pareció reverberar en el corazón de Charlie mientras tomaba el vestido de novia. Aquélla era su noche de bodas. ¿Qué había pasado?

Que por fin había descubierto quién era su marido, pensó. Que por fin le había quitado la capa protectora y no era amor lo que encontró debajo.

Intentando contener las lágrimas, sacó un camisón de la maleta sin pensar lo que hacía y se tumbó en la cama, tapándose la cara con la sábana. Y entonces, sólo entonces se puso a llorar.

Por fin, cuando no le quedaban más lágrimas, se dio cuenta de que debía parar... si no por ella, por el niño.

No sabía lo que iba a hacer. Sólo sabía que la novia feliz había desaparecido por completo y para siempre.

-Maldito seas -musitó-. Maldito, maldito seas...

 

¿Quién demonios creía que era? ¿Qué derecho tenía a insultar a su padre, a juzgar su comportamiento cuando él se portaba mil veces peor?

Pero tenía que ser fuerte. Era una mujer independiente, no necesitaba a Jake D'Amato para nada. No más Jake, no más lágrimas.

Y si él pensaba que iba a quedarse allí, haciendo el papel de esposa y madre, iba a llevarse una sorpresa.

Por fin, después de dar vueltas y vueltas en la cama, se quedó dormida, sin saber que su marido había vuelto a la habitación y la miraba en silencio. Jake vio las lágrimas en su rostro, vio su gesto de pena y se marchó sin hacer ruido.