Epílogo

NUEVE meses después, Charlie asomó la cabeza en el porche de la villa. Habían llegado a la isla caribeña la noche anterior y se alojaban en casa de un amigo de Jake. Privacidad absoluta. La playa toda para ellos.

Jake estaba en la terraza, sobre una tumbona, con los ojos cerrados, completamente relajado y feliz, moviendo con una mano la cuna de su hija, Samantha. Era la niña de sus ojos, estaba loco por ella.

El hombre que había sido un cínico con las mujeres se había vuelto devoto de aquel querubín de ojos castaños.

-¿Qué te parece? -preguntó Charlie, apareciendo en la terraza con una falda de hojas de palma y una guirnalda de flores en el pecho.

Jake soltó una carcajada.

-No me lo puedo creer. Estás más guapa de lo que nunca me hubiera podido imaginar -dijo, sentándola sobre sus rodillas-. Siempre eres más de lo que me puedo imaginar. Como mi amor por ti y la preciosa hija que me has dado.

-De un día en los jardines Kew a un auténtico paraíso -rió Charlie-. Nunca pensé que lo conseguiríamos, si quieres que te diga la verdad. Pero lo hemos conseguido. Los tres -murmuró, con los ojos brillantes de amor.