Capítulo 3
JAKE D'Amato paseaba por la enorme suite del hotel como un león enjaulado. Estaba demasiado frustrado para dormir y todo por culpa de una rubia de ojos azules. Bueno, no todo. También era por culpa del retrato de Anna.
Había tenido que echar mano de todo su autocontrol para mirar el retrato. Anna era lo más parecido a una hermana que había tenido nunca y le pareció casi incestuoso mirar su desnudo.
En cuanto al título del cuadro La mujer que espera... qué adecuado, pensó, irónico. Anna había esperado durante dos años que Robert Summerville se casara con ella.
Tenía doce años cuando nació Anna y para sus padres adoptivos el nacimiento de la niña había sido un milagro. Jake adoraba a la recién nacida y cuidaba de ella como haría un hermano mayor hasta que se fue de casa, a los dieciocho años.
Debería haberla vigilado más, debería haber estado más atento. Pero después de la universidad se concentró por completo en su trabajo de ingeniero y levantando su propia empresa. No había tenido mucho tiempo para visitar a su familia, sólo en los cumpleaños y las navidades, pero entonces Anna parecía estar muy bien. Y como los Lasio jamás le hablaron de ningún problema, Jake no se preocupó.
Cuando Anna cumplió veintiún años, Jake, ya el presidente de la corporación D'Amato, hizo una fiesta a bordo de su yate. Anna parecía feliz, entusiasmada con su carrera como artista gráfica. Satisfecho, él siguió adelante con su vida, respetando el derecho de su hermanastra de hacer lo que quisiera con la suya.
Pero ya no podía ser.
¿Cómo pudo tener una aventura con un hombre mucho mayor que ella? ¿Cómo pudo posar desnuda para un hombre que podría haber sido su padre? ¿Cómo pudo conducir estando borracha y morir en aquel accidente? ¿Cómo pudo dejar que un hombre le hiciera eso?
No había respuesta para todas aquellas preguntas y desde la muerte de Anna llevaba sobre sus hombres una terrible carga de culpabilidad. Había vivido con ella desde que nació hasta que cumplió los seis años y sabía que debería haber hecho algo más para protegerla.
Sabía de su relación con Summerville porque Anna se lo contó durante un almuerzo en Niza dos años antes. En ese momento, seguía viviendo en un apartamento que él le había regalado y, aunque Jake nunca había oído hablar de Robert Summerville, no cuestionó su elección porque la veía feliz.
Pero ahora, recordando la visita de Anna a su casa de Génova cinco meses antes, lamentaba amargamente no haber investigado al pintor.
En esa ocasión, Anna había llorado amargamente sobre su hombro. Le contó que había dejado su trabajo y llevaba un año viviendo con él, pero que Robert la había enviado a casa tres meses antes de morir por culpa de su hija.
Le había dicho que Charlotte Summerville era una niña mimada y posesiva que se negaba a conocerla. Él no quería darle un disgusto, de modo que Anna tuvo que marcharse, pero le aseguró que serían sólo unas semanas.
En otras palabras, según Anna la hija de Summerville era una niña egoísta, una niña mimada y consentida. Anna ni siquiera supo de la muerte de su amante a tiempo para acudir al funeral.
Su trágica muerte unas semanas después fue un terrible golpe para Jake. Y no lo ayudó nada que el responsable de su muerte también hubiera muerto. En cuanto a los padres de Anna, estaban destrozados.
Jake había estado tres meses con ellos, dejando a un lado su trabajo.
Aquél era su primer viaje desde la muerte de Anna y cuando vio el folleto en el vestíbulo del hotel se puso furioso. Pero al menos ahora sabía que el cuadro iba hacia Italia, donde pensaba destruirlo para que sus padres adoptivos no lo vieran jamás. Era lo mínimo que podía hacer por ellos.
Jake se consideraba un hombre moderno y sofisticado. Disfrutaba de las mujeres y siempre tenía alguna amante. Había tenido muchas aventuras y al menos dos de sus conquistas habían aparecido desnudas en alguna revista. Eso no lo molestaba en absoluto. Sin embargo, no le parecía extraña su reacción ante el desnudo de su hermanastra.
Y lo que vio al conocer a Charlotte era una forma de vengarse de la familia que tanto daño le había hecho a los Lasio... una venganza de la que pensaba disfrutar, además.
Jake entró en el baño para darse una ducha fría. La última, pensó, con una sonrisa en los labios.
Charlie se miró al espejo por última vez. Se había puesto unos pantalones grises, un jersey rosa de cachemir y un cinturón con una gran hebilla. Un bolso gris y mocasines de ante completaban el atuendo. Elegante pero informal, pensó, con una sonrisa.
Aunque no tenía mucho donde elegir porque sólo había llevado el vestido negro; el resto de su equipaje eran vaqueros y camisetas. Se apartó un mechón de pelo de la cara, preguntándose si debía hacerse un moño... «No», pensó, «estás muy guapa con el pelo suelto».
La noche anterior estuvo horas dando vueltas en la cama, pensando en Jake, recordando una y otra vez la conversación, los besos... y había tomado una decisión. Él había dicho que podían ser amigos, pero si quería algo más, estaba dispuesta.
Sólo había estado con él unas horas, pero la atraía como ningún otro hombre. No tenía experiencia en el amor, pero aquel intenso deseo físico por él, eso que sentía tenía que ser amor... o algo parecido.
En su trabajo con el Servicio Internacional de Rescate había presenciado muerte y destrucción a escala increíble. Y si eso le había enseñado algo, era que la vida era preciosa pero que uno podía perderla en un instante. Era una chica de veintiséis años... y virgen. Probablemente porque siempre se había comportado como un chico y los hombres con los que trabajaba la trataban como si fuera uno más.
No era inexperta del todo, había besado a algunos hombres... y le había gustado. Pero todo eso cambió al conocer a Jake.
Aquellas vacaciones, las primeras que tomaba en muchos años, debían ser supuestamente un cambio total en su estilo de vida. Podía hacer lo que le diera la gana y lo que quería hacer era estar con Jake. Sabía en su interior que Jake D'Amato podría ser su alma gemela.
En ese momento sonó el telefonillo. Era el conserje, para decir que el señor D'Amato estaba abajo y si debía hacerlo subir.
-No hace falta. Bajo enseguida.
Le temblaban las piernas mientras tomaba el ascensor. Cuando se abrieron las puertas, respiró profundamente para calmarse, pero se quedó helada al ver al magnifico espécimen masculino que la esperaba en el portal.
Con traje de chaqueta Jake era un hombre muy atractivo, pero aquel día estaba espectacular. Llevaba unos vaqueros negros que se pegaban a sus fuertes muslos, una camisa negra que dejaba al descubierto la fuerte columna de su cuello y una chaqueta de cuero que destacaba la anchura de sus hombros. Un pedazo de hombre, desde luego.
Diciéndole a su bobo corazón que latiera de forma normal, Charlie se preguntó si todos los italianos serían tan elegantes.
-Carlotta, por fin. Estás guapísima -la saludó Jake, tomándola por la cintura.
El suave roce de sus labios hizo que se le doblaran las rodillas.
Charlie creía que los besos en el coche habían sido excitantes. Pero ahora, apretada contra su cuerpo, se sintió aturdida por la fuerza de su evidente excitación y secretamente emocionada de poder hacerle eso.
-He prometido llevarte a comer -dijo Jake, respirando- agitadamente.
-¿Qué? -murmuró ella, sin dejar de besarlo.
-Comer -repitió Jake, dando un paso atrás-. Antes de que el conserje empiece a murmurar.
-Ah, es verdad -asintió Charlie, poniéndose colorada.
-Una mujer que se ruboriza. Eso es nuevo -sonrió él, pasándole un brazo por los hombros.
-¿No has traído el coche?
-Querías ir de visita turística ¿no?
-Sí, pero...
-La mayoría de los turistas van caminando. Además, me apetece compartir contigo una botella de vino durante la comida. De modo que no puedo conducir.
-Ah, entonces no soy yo sino el vino lo que te interesa -bromeó Charlie.
-Si te contara lo que me interesa no me creerías -dijo él, irónico.
Jake mantuvo su palabra. Compartieron una botella de buen vino en el restaurante del Museo Británico y, después de tomar café y una copa de coñac, fueron a ver varias exposiciones.
Eran las siete cuando salieron de allí.
-¿Qué hacemos, Charlotte? ¿Vas a cenar conmigo o quieres volver a tu apartamento?
Charlie supo cuál era la respuesta, pero no dijo nada.
-Podemos despedirnos ahora -dijo él entonces, con un sorprendente ataque de conciencia. Había disfrutado de la compañía de Charlotte. Mucho. Y en otras circunstancias, habría hecho lo posible por llevarla a su cama.
Y ella lo deseaba también, estaba seguro. Pero parecía vacilar. Jake sabía que todas las mujeres buscaban una relación duradera y Charlotte Sum-merville no era diferente.
-Lo que tú digas, tú decides. Pienso estar en Londres un par de semanas y después de haberlo pasado tan bien hoy... me encantaría seguir haciendo turismo contigo.
Lo único que le interesaría en realidad era explorar cada curva de su cuerpo hasta que estuviera saciado del todo. Pero no estaba tan loco como para decirlo en voz alta.
Aunque si no la tenía de inmediato podría volverse loco y eso realmente lo preocupaba.
De madrugada, Charlie había decidido que quería mantener una relación con Jake D'Amato. Y supo que era el momento de la verdad.
Le había dicho la noche anterior que no pensaba casarse nunca, de modo que o aceptaba lo que le ofrecía, una aventura de un par de semanas, o se marchaba. Entonces se dio cuenta de que no tenía elección. No podía negar que aquel hombre la excitaba, algo que para ella era una sorpresa, y el instinto le decía que eso sólo iba a pasar con Jake.
-Yo creo que ya hemos caminado más que suficiente por un día, ¿no?
-Yo también -dijo él, tomando su mano para llevarla hacia el hotel.
Charlie no podía creer lo que estaba haciendo mientras subían al ascensor. Pero los sentimientos eran tan intensos que no podía negárselos a sí misma, por mucho que lo intentara.
Jake era tan atractivo, tan increíblemente masculino que solo con mirarlo su corazón enloquecía. Y no era sólo su aspecto físico, no. Había visto hombres con facciones más clásicas, más hermosas. Era algo más, una intensa conexión que no podía creer que fuera real. Pero cada átomo de su cuerpo le decía que lo era.
-Ya hemos llegado -dijo Jake cuando las puertas se abrieron. Sacó la tarjeta y, un segundo después, estaban en la suite. Pero contuvo el deseo de tomarla en sus brazos y llevarla al dormitorio-. ¿Que quieres tomar?
Era preciosa, pensó entonces. Y aquel jersey rosa le estaba causando una agonía.
Charlie miró alrededor. La suite era tan lujosa como había esperado, pero el comportamiento de Jake no. Había pensado que la tomaría entre sus brazos en cuanto entrasen en la habitación para hacerle al amor apasionadamente. Qué ingenua era. Jake era un hombre de mundo. Él no se comportaría de ese modo.
Pero, de nuevo, se había equivocado.
-Pues... -iba a pedir un zumo de naranja, pero no tuvo oportunidad.
-Déjalo -dijo él entonces.
En dos zancadas apareció a su lado y la aplastó contra su pecho. Cuando su experta boca capturó la suya, Charlie dejó escapar un gemido y él aprovechó para meter la lengua, con un efecto devastador.
Charlie no sabía qué estaba pasando. Antes sus besos la habían excitado, pero terminaron abruptamente, dejándola insatisfecha. Aquella vez Jake no mostró contención alguna. Jugaba con su lengua, explorando el interior de su boca, encendiendo su pasión. La apretaba contra su cuerpo diciéndole sin palabras lo que quería. Sin pensar, por instinto, Charlie empezó a jugar con los botones de su camisa.
Jake sonrió.
-Adelante. Quítamela -dijo con voz ronca.
Charlie se puso colorada. Él parecía pensar que tenía experiencia suficiente como para desnudarlo sin ningún problema. ¿Se atrevería? Sí... eso era lo que deseaba.
-No te detengas, cara -murmuró Jake, deslizando las manos por su espalda-. O quizá prefieres que te desnude yo antes -dijo entonces, besándola en el cuello, haciéndola temblar de deseo-. Paciencia, cara. Primero, tengo que quitarme el maldito cintu-rón -rió, tirando la prenda al suelo-. Y ahora dime lo que quieres. Promete hacer todo lo que me pidas.
Lo que ella quería era a Jake... y poder desabrochar la camisa de una vez. Una vez hecho, se detuvo, mirando aquel torso bronceado, los rizos oscuros que acentuaban sus poderosos pectorales. Charlie lo acarició con las manos abiertas...
-Eres bellísimo -murmuró.
-Creo que eso debería decirlo yo -sonrió Jake, pero sus ojos brillaban de satisfacción masculina.
Entonces inclinó la cabeza y la apretó contra sí, besándola con inflamada pasión. Cuando se separaron Charlie estaba sin aliento y apenas podía tenerse en pie.
Pero no le hacía falta.