Capítulo 1

PERDONA, Charlotte -sonrió Ted Smith, el propietario de la galería de arte londinense-, Pero acaba de llegar el posible comprador de La mujer que espera. Tengo que hablar con él y conseguir que firme el contrato.

-Sí, claro -Charlotte Summerville, Charlie para sus amigos e hija del artista cuya obra se estaba exponiendo en la galería, observó a Ted alejándose entre la multitud y dejó escapar un suspiro de alivio.

Sola por fin. El anciano calvo que le sonreía debía de ser el posible comprador, pensó, haciendo una mueca. No le apetecía nada estar allí. Mezclarse con la élite artística de Londres no era lo suyo y estaba deseando marcharse.

Y aquél sería buen momento, pensó, abriéndose paso entre la gente.

 

 

 

Jake D'Amato salió del despacho de Ted Smith después de comprar un cuadro que estaba decidido a conseguir desde que descubrió su existencia.

Había llegado a Londres unas horas antes para acudir a una reunión de negocios, pero cuando entró en el hotel y vio unos folletos anunciando una exposición de arte, el nombre de Robert Summerville llamó su atención.

Jake había abierto el folleto en el que se anunciaba la exposición del difunto artista aquella misma noche, una exposición de desnudos femeninos, y al ver el de su hermanastra, Anna, la furia hizo que lo viera todo rojo. Pero cuando llamó a su abogado, éste lo informó que un fideicomiso era el propietario de los derechos del artista y legalmente no podía hacer nada.

Frustrado, descubrió que no podía evitar que expusieran el cuadro, pero hizo una llamada a la galería para reservarlo.

Cuando llegó a la exposición había conseguido controlar su furia. Sabía que Summerville tenía una hija pequeña y seguramente los administradores del fideicomiso pensaban vender sus cuadros en beneficio de la joven. Pero se quedó sorprendido al descubrir que era precisamente ella la que había organizado la exposición. Y lo que más lo sorprendió fue que no era la niña mimada de la que Anna le había hablado, sino una mujer madura. Y una mujer de negocios. Había sido decisión suya vender los cuadros de su padre.

-¿Quién es la hija del artista? -le preguntó a Ted-. Me gustaría conocerla y darle el pésame por la muerte de su padre.

Y también le gustaría preguntarle qué pensaba hacer con la exorbitante cantidad de dinero que iba a heredar, si el precio del cuadro que acababa de comprar era una señal, pensó Jake.

Aunque no tenía que preguntar, el dinero era el motivo de aquella exposición, claramente. ¿Por qué si no iba a exponer los retratos de las amantes de su padre?

Él odiaba a Robert Summerville, aunque nunca tuvo el «placer» de conocerlo. Pero al menos Summerville había tenido la decencia de esconder esos cuadros. Su hija no.

Jake podría haber perdonado que una jovencita se dejara convencer por los administradores del fideicomiso. En su experiencia, la mayoría de los abogados venderían a su propia madre por el precio adecuado. Pero que una chica joven tuviera tan poco respeto por esas mujeres... y por una de ellas en particular, le resultaba repugnante.

No podía evitar que expusieran el retrato en la galería, pero estaba dispuesto a decir lo que pensaba de ella delante de todo el mundo.

Charlotte Summerville merecía quedar como la avariciosa que era.

Pero su rostro no mostraba esos sentimientos mientras Ted señalaba a la joven entre la gente.

-Ésa es Charlotte, la joven rubia del vestido negro... delante del retrato que acaba usted de comprar, por cierto. Venga, se la presentaré. En cuanto acabe la exposición descolgaremos el cuadro y lo enviaremos a su casa.

 

 

Distraída pensando en las peculiaridades del mundo artístico, Charlie no se había percatado del interés que había despertado en un comprador en particular.

En vida, su padre había sido un paisajista de modesto éxito. Sólo tras su muerte apareció la colección de desnudos y, de repente, Robert Summerville se hizo famoso... aunque corrían rumores de que había sido amante de todas esas mujeres.

Y seguramente era verdad. Porque, aunque ella quería mucho a su padre, Robert Summerville había sido un hombre egoísta y caprichoso. Alto, rubio y guapo, con suficiente encanto como para convencer a una monja para que dejara los hábitos, había vivido la vida de un artista bohemio hasta el final. Pero nunca quiso de verdad a ninguna mujer.

No, eso no era justo. La había querido a ella. Su madre murió cuando ella tenía once años y su padre insistió en que pasara las vacaciones con él, en su casa de Francia, todos los años. Y le había dejado todo lo que poseía.

Charlie conocía uno de los desnudos, pero había descubierto el resto mientras limpiaba el estudio de su padre con Ted. La había sorprendido un poco, pero no del todo porque durante su primera visita a Francia, tras la muerte de su madre, había conocido a Jess, su amante de entonces, una simpática pelirroja. Y descubrió que pintaba a sus amantes porque un día entró en el estudio y los encontró... desnudos. Cuando vio el retrato en el que estaba trabajando, su padre se había puesto hecho una furia.

A partir de entonces, siempre estaba solo cuando iba a pasar las vacaciones con él. Que un hombre tan bohemio como su padre se volviera tan protector resultaba irónico, pero Charlie se lo agradeció.

Cuando Ted vio los retratos, sugirió organizar una exposición y le aconsejó que fuera ella quien la presentara para darle un toque humano... y para aumentar el interés de la obra de un autor muerto repentinamente a los cuarenta y seis años.

Al principio, Charlie se negó. Ella no necesitaba el dinero. Tras la muerte de su abuelo se dedicó a dirigir el hotel familiar, que había sido su hogar toda la vida. Pero sabía de miles de personas que necesitaban ese dinero.

Por fin, habló con Jess y le ofreció el retrato para el que había posado. Jess aprobó la idea de la exposición y, sobre todo, que Charlie hubiera decidido entregar el dinero a obras benéficas. Eso fue lo que la decidió.

Al menos, algo bueno saldría de la muerte de su padre, pensó, con tristeza.

Cuando estaba a punto de salir de la sala, el último retrato llamó su atención. Era una mujer morena de pelo larguísimo, casi hasta la cintura. Pero era su rostro lo que le interesó. El artista, su padre, había capturado el amor, el deseo en los ojos oscuros de esa mujer... y era casi doloroso verlo.

«Pobrecilla», pensó, con una sonrisa cínica. ¿No sabía que Robert Summerville era un mujeriego? De los treinta retratos expuestos en la galería, diez eran desnudos femeninos.

Sacudiendo la cabeza, Charlie se alejó.

 

Jake D'Amato no dejaba de mirar a la mujer que Ted había señalado como la hija de Robert Summerville.

Debía de medir un metro setenta y cinco y llevaba un sencillo vestido negro de punto que destacaba sus pechos altos y su estrecha cintura. Tenía el pelo rubio ceniza, sujeto en un elegante moño.

Los ojos de Jake brillaron de admiración masculina. Apenas llevaba maquillaje y aun así era una mujer muy hermosa. Evidentemente, había heredado el atractivo de su padre. Aunque tenía un aspecto más inocente...

¿Inocente? Su hermanastra había tenido razón. Charlotte Summerville nunca quiso conocer a Anna en vida y, tras su muerte, mostraba un completo desdén por la última amante de su padre. Estaba claro por la sonrisa cínica con la que miraba el retrato. Y en cuanto a la inocencia... una mujer con un cuerpo como el suyo no debía ni recordar el significado de esa palabra.

-Charlotte, cariño -la voz de Ted la detuvo cuando estaba a punto de escapar-. Quiero presentarte a alguien.

Charlie se volvió de mala gana, resignada a saludar a alguno de los compradores. Evidentemente, unos pechos desnudos eran la mejor manera de hacer que los amantes del arte se sacudieran el bolsillo.

-Te presento a Jake D'Amato. Es un gran admirador de la obra de tu padre y acaba de comprar un cuadro.

-Sí, claro -murmuró ella.

Aquel hombre debía de ser ciego. En su opinión, los paisajes eran mucho más interesantes que los desnudos... aparte del último, el de la mujer morena.

Pero cuando iba a estrechar su mano se quedó hipnotizada por los ojos oscuros del hombre. No era el anciano calvo que había visto antes... todo lo contrario.

Tenía la tez bronceada, la nariz recta, la mandíbula cuadrada y una boca firme y muy sensual. Alto, más de metro ochenta y cinco, de hombros anchos, poseía un aire de seguridad que eclipsaba a cualquier otro hombre. Con su pelo oscuro y su nariz romana, era claramente de ascendencia mediterránea. Y el hombre más atractivo que había visto nunca.

-Charlotte, encantado de conocerte. Lamento mucho la muerte de tu padre.

El hombre no soltaba su mano y la miraba con tal intensidad que Charlie tuvo que tragar saliva.

-Gracias, señor D'Amato -consiguió decir.

-Por favor, llámame Jake. Yo también he perdido recientemente a un familiar y sé lo que sientes.

Charlie esperaba que no fuera así porque el apretón estaba haciéndole sentir escalofríos.

-Sí, claro.

-Debe de ser un gran consuelo para ti que tu padre dejara una obra tan fenomenal.

-Sí, gracias -sonrió Charlie, intentando soltar su mano. Aunque, si era sincera, habría podido seguir así para siempre, tan fuerte era su respuesta física ante Jake D'Amato.

-De nada -murmuró él, besando suavemente su mano-. Es un honor conocerte. Y ahora, por favor, quiero que me des tu opinión sobre el retrato que acabo de comprar. Precioso, ¿verdad?

Jake estaba decidido a hacerla mirar el retrato de Anna, una mujer a la que había insultado en vida, pero a la que explotaba tras su fallecimiento.

Charlie asintió. Por primera vez en su vida, experimentaba escalofríos ante la presencia de un hombre, una sensación nueva para ella.

Y sabía, por instinto, por un instinto que no creía poseer, que aquel hombre podría ser su destino.

Era extraño. Ella no era dada a fantasear, todo lo contrario, era una mujer con los pies en la tierra.

-Precioso, sí. Si te gustan los retratos de mujeres desnudas.

-Muéstrame a un hombre al que no le gusten. Aunque admito que prefiero a las mujeres de carne y hueso -bromeó él, mirando descaradamente sus pechos.

Era increíble. Jake D'Amato estaba coqueteando con ella. Y Charlie no sabía cómo responder. Se sentía como una adolescente, notando que sus pezones se endurecían bajo el encaje del sujetador.

Jake D'Amato sonrió. La atracción sexual era evidente en el brillo de los ojos azules, como lo era la silueta de los pezones bajo la tela del vestido. Y eso ejerció un efecto sorprendente en él. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo excitaba de esa forma. Que fuera aquella mujer precisamente debería haberlo dejado helado, pero no era así, todo lo contrario.

Y no le gustaba. Tenía intención de avergonzarla en público. De revelar qué clase de egoísta era antes de marcharse. Pero, de repente, no quería hacerlo.

En lugar de eso, imaginó cómo sabrían sus labios, cómo serían sus pechos... y lo único que deseaba era tenerla desnuda en su cama.

Debía de estar volviéndose loco. La familia Summerville era responsable de la muerte de Anna Lasio y del dolor de sus padres adoptivos. Avergonzar a Charlotte no era nada comparado con lo que los Summerville le habían hecho a su familia. Y como Charlotte no era la cría que él había pensado, sino una mujer madura, se le ocurrió algo mucho mejor.

Estaba allí en viaje de negocios pero, por una vez en su vida, combinar los negocios con el placer le pareció buena idea. Sabía que era un buen amante y sería interesante seducir a la preciosa Charlotte hasta que ella misma le rogara que la llevase a la cama, como su padre había hecho con su hermanastra...

-Ah, ya veo que te he avergonzado, Charlotte. ¿Crees que soy un viejo lascivo que se pasa el día mirando desnudos femeninos?

Ella se puso colorada. Y era encantador verla así. Se hacía la inocente a la perfección, aunque estaba seguro de que no lo era.

-Tranquila. Soy un hombre de negocios y cuando encuentro una buena inversión, firmo de inmediato. Este retrato es una inversión. Tú sabrás perfectamente que la obra de un artista muerto vale mucho más que la de un artista vivo.

-Sí -contestó Charlie, sorprendida por su brutalidad-. Claro que lo sé.

-Y te aseguro que éste es el único desnudo que me interesa. Creo que es el mejor y el último que pintó tu padre.

Charlie volvió a mirar el retrato de la mujer morena.

-Es preciosa, desde luego.

Entonces se percató de que él no la estaba escuchando. No, parecía transfigurado por el retrato...

Era lógico, al fin y al cabo había pagado una fuerte suma por él. Y si le interesaban las morenas exóticas como aquélla...

No se había equivocado sobre Jake D'Amato. Que era un hombre rico era evidente no sólo por lo que había pagado por el retrato sino por su seguridad, por la confianza en sí mismo, por el traje de diseño italiano, por los zapatos hechos a mano... Pero también era el tipo de hombre que se excitaba mirando desnudos femeninos.

No era su tipo, desde luego.

-Bueno, espero que disfrute de su compra, señor D'Amato. Encantada de conocerlo, pero tengo que irme.

Después, se dio la vuelta para perderse entre la gente.

Una vez en el guardarropa, se miró al espejo. Estaba colorada y le brillaban los ojos. No podía creer que un hombre tan parecido a su padre pudiera ejercer tal efecto en ella. Y eso le daba miedo. Había querido mucho a su padre, pero sólo una ingenua querría tener una relación con un mujeriego-como él.

La única razón de su existencia era que Robert Summerville había dejado a su madre embarazada a los diecinueve años y sus padres insistieron en que se casara. Seguramente fue la única vez en su vida que alguien pudo convencerlo de algo. Cuando terminó la carrera de Bellas Artes dos años después, dejó a su esposa y a su hija en casa de los abuelos en el distrito de los lagos y desapareció. Su madre no volvió a verlo en tres años... y entonces sólo para obtener el divorcio.

¿Estaría casado Jake D'Amato?, se preguntó. Seguro que sí. Aunque a ella no le interesaba nada. ¿Por qué iba a interesarle? Lo que necesitaba era volver al apartamento que su amigo Dave le había prestado e irse a dormir, no pensar en aquel hombre.

Pero cuando salió de la galería no encontraba taxi.

-¡Maldita sea!

-¿Ésa es forma de hablar para una jovencita? -oyó una voz tras ella-. Debería darte vergüenza, Charlotte.

Charlie se volvió.

-Señor D'Amato...

-Jake -la corrigió él-. ¿Cuál es el problema, Carlotta?

Que dijera su nombre en italiano hizo que se le pusiera la piel de gallina.

-Me llamo Charlie y estoy esperando un taxi.

-Charlie no es nombre para una mujer tan guapa como tú. En cuanto al taxi, eso no es problema -sonrió él-. Mi coche está aquí. ¿Puedo llevarte a algún sitio?

-No, gracias...

-Me gustaría llevarte a cenar.

Cinco minutos después, Charlie estaba sentada en un Mercedes azul oscuro. Jake D'Amato la había convencido para que cenara con él en uno de los mejores restaurantes de Londres.

-¿Siempre te sales con la tuya?

-No, no siempre -contestó él, tomando su mano-. Pero cuando quiero algo de verdad, suelo tener éxito. Charlie tragó saliva, buscando una réplica más o menos sofisticada, pero no se le ocurrió nada.

Y él no tuvo que envolverla en sus brazos. No hizo falta. Jake D'Amato inclinó la cabeza para buscar sus labios y la convenció para abrirlos con la suave invasión de su lengua. La pasión de aquel beso provocó un incendio en su interior que era enteramente nuevo para ella. De repente, lo deseaba como no había deseado a nadie y, por instinto, levantó los brazos para enredarlos en su cuello.

-Dio mió! -exclamó Jake, apartándose-. Veo que eres toda una mujer.

Por un momento, Charlie creyó un brillo de rabia en sus ojos oscuros. Pero enseguida desapareció.

-He prometido que te llevaría a cenar, el resto debe esperar.

Charlie no dijo una palabra. No podía creer lo que acababa de pasar. Ella no era así... nunca le había ocurrido nada parecido.

¿Dónde estaba su sentido común? Nunca, ni en sueños, se había sentido tan excitada por un hombre. Y menos un hombre al que acababa de conocer.

Y Jake parecía tan cautivado como ella. Lo había sentido en los salvajes latidos de su corazón, en

su reacción al interrumpir el beso...

De repente, la cena que había intentado rechazar le parecía muy emocionante.