Capítulo 2

JAKE la llevó a un exclusivo restaurante francés. Todas las mesas estaban ocupadas, pero el maître los llevó a una que parecía reservada especialmente para Jake, declarando que era un placer volver a verlo y encantado de conocer a su joven acompañante.

Charlie miró alrededor, sorprendida al reconocer a un par de políticos y a varios actores famosos.

-Debes de tener buenos contactos -dijo, con una sonrisa en los labios-. Leí un artículo sobre este restaurante en el suplemento del Times, pero es más bonito de lo que imaginaba. Y, por lo visto, hay que reservar con meses de antelación.

-Evidentemente, no es mi caso -dijo él, arrogante, mientras el camarero les ofrecía la carta.

Desconcertada por la respuesta, Charlie perdió la sonrisa. Se había equivocado. Era uno de esos hombres engreídos y dominantes, ricos y sofisticados a los que nadie se atrevía a decir que no. Y en cuanto a su trato con las mujeres... sólo tenía que recordar lo poco que le había costado convencerla para que fueran a cenar juntos.

Charlie tomó la carta, exasperada consigo misma. En lugar de aceptar sin protestas, debería mostrarle a Jake D'Amato que ella era una mujer de mundo como él.

-¿Qué quieres tomar? Yo voy a pedir salmón ahumado y un filete a la plancha. ¿Y tú, lo mismo?

-No -contestó Charlie, volviéndose hacia el camarero para preguntarle en un francés perfecto qué le recomendaba. El hombre sugirió el lenguado y la trucha especial del chef y, por fin, Charlie pidió una ensalada de temporada y lenguado a las finas hierbas. Para entonces, el camarero la miraba sin disimular admiración. No era fácil encontrar en Inglaterra a alguien que hablase un francés tan perfecto.

-Ah, ya veo que eres una mujer de muchos talentos -sonrió Jake.

-Tonta no soy -replicó ella, riendo.

-Has dejado al camarero babeando. Aunque lo comprendo perfectamente.

-No sé si es un cumplido, pero gracias.

-Un placer, te lo aseguro.

Charlie intentó disimular, pero se puso colorada. En cuanto a la cuestión sexual, con toda seguridad no jugaban en la misma liga. Y quizá no sabía dónde se estaba metiendo.

Jake apretó su mano entonces.

-Charlotte, no te pongas tan seria. Relájate y disfruta de la cena. Intentemos conocernos un poco mejor. Podemos ser amigos, ¿no crees?

 

¿Amigos? Charlie dudaba que pudiera ser amiga de un hombre como él.

-Amigos, sí. Bueno, dime, ¿cómo es que te llamas Jake? Evidentemente, eres italiano.

-Mi madre estuvo prometida con un ingeniero del ejército americano. Me puso su nombre porque murió en un accidente antes de que pudiera darme su apellido.

-Ah, ya veo. Supongo que para tu madre fue un golpe terrible.

Jake levantó una ceja, sorprendido.

-Qué raro. Cuando lo cuento, la mayoría de la gente reacciona cambiando de conversación o haciendo una broma del tipo «siempre supe que eras un bastardo».

-Yo nunca sería tan grosera.

-Evidentemente, tú eres una romántica. Y tienes razón, para mi madre fue un golpe terrible. Nunca volvió a mirar a otro hombre en toda su vida. Excepto a mí, claro. A mí me adoraba.

-No me sorprende -dijo Charlie.

De repente, el ambiente parecía mucho más relajado. Quizá no sería imposible que pudieran forjar una amistad. Aunque no sabía si era una romántica porque siempre se había considerado a sí misma una mujer muy realista. Pero eso fue antes de conocer a Jake D'Amato...

-Ah, un cumplido. Me siento halagado.

-En realidad, me refería a tu madre. Estando prometida con tu padre, supongo que su muerte fue muy dolorosa.

-En el caso de mi madre, sí. Pero he comprobado que la mayoría de las mujeres ven un compromiso como una forma de conseguir seguridad económica.

Esa actitud tan cínica la sorprendió.

-¿En tu experiencia? ¿Has estado prometido?

-Una vez, pero entonces tenía veintitrés años y era un ingenuo. Compré el anillo, le di dinero para los gastos de la boda...

-Y luego la dejaste, claro -lo interrumpió Charlie-. O te casaste con ella.

Jake negó con la cabeza.

-Ah, ya veo, tú me culpas a mí. Pero te equivocas. Mi prometida me dejó y se gastó el dinero en otra cosa. Así que no, no estoy casado ni pienso estarlo. No creo en la institución del matrimonio.

Charlie no podía imaginar qué clase de mujer dejaría a un hombre como Jake, pero ese engaño debió dé dolerle mucho.

-Lo siento.

-Yo no. Pero ya está bien de hablar de mí. Cuéntame cómo aprendiste a hablar francés... ¿hablas algún otro idioma?

-No, sólo francés -evidentemente, Jake no quería seguir hablando del tema. Seguramente, le dolía haber perdido a su prometida y eso lo hizo parecer un poco más humano-. Lo aprendí en el colegio. Además, desde los once años pasaba los veranos en Francia, con mi padre.

-Claro, tu padre. Debería haberlo imaginado.

Le pareció que sus ojos se ensombrecían. Quizá seguía pensando en su prometida...

Entonces llegó el camarero con una botella de champán francés y Charlie se olvidó del asunto.

-Por nosotros, por el principio de una buena amistad -brindó Jake.

-Por nosotros.

-Bueno, dime, ¿tienes más familia?

El camarero había llegado con el primer plato y los dos empezaron a comer con apetito.

-Mi madre murió cuando yo tenía once años, mi abuela cuando tenía diecisiete y mi abuelo tres años después. Mi padre era huérfano, de modo que no, no tengo a nadie.

-Con un padre como el tuyo, ¿cómo puedes estar tan segura? -preguntó Jake.

-Pues sí, estoy segura -contestó ella, sorprendida por tan cínica pregunta.

-Ya, claro, debería haber sabido que las conquistas de tu padre eran pura ficción... probablemente circulan para aumentar el valor de sus cuadros.

-No lo sé -murmuró Charlie.

Había algo en su tono que la molestaba. Además, no le gustaba hablar ni de su padre ni de dinero.

-No, ya me imagino.

Durante el resto de la cena, hablaron de cosas diversas, de arte, de cine, de política. Jake intentaba descubrir algo más sobre ella. Aunque no quería admitirlo, Charlotte Summerville empezaba a intrigarlo más que ninguna otra mujer.

Para Charlie, las horas pasaban como en una burbuja de felicidad. Jake era un gran conversador y, sin darse cuenta, le contó dónde vivía, que después de la muerte de su abuela había dejado la universidad para ayudar a su abuelo a llevar el hotel en el lago Windermere...

-Y has heredado el hotel, claro -dijo Jake.

-Sí.

-Qué suerte -sonrió él. Charlie estaba a punto de decirle que no era una suerte perder a sus familiares, pero él siguió hablando-. Bueno, la verdad es que yo también tuve suerte.

Luego procedió a hablarle de su pasado. Tras la muerte de su madre, cuando él tenía ocho años, lo habían llevado a un orfanato, donde empezó a relacionarse con chicos poco recomendables. Pero, milagrosamente, había sido adoptado a los diez años por un hombre al que había intentado robar la cartera. Eso lo había salvado de una vida de delincuencia y fue el incentivo que necesitaba para estudiar y convertirse en ingeniero naval y propietario de su propia empresa, una multinacional. Sus padres adoptivos seguían vivos y los visitaba a menudo.

Charlie sonreía mientras escuchaba todo aquello. Parecía un hombre interesante... un hombre de naturaleza sensual, además. Mientras comían, la rozaba con la mano, brindaba con ella, sonreía de forma íntima.

Charlie estaba bebiendo demasiado champán, pero cualquier resistencia a su encanto italiano había desaparecido por completo.

-Me alegra saber que no eres una de esas mujeres que están siempre pendientes de su línea -sonrió Jake-. Y merece la pena admirar la tuya... es perfecta.

Charlie reconoció el brillo sugerente de sus ojos. No era completamente ingenua; había experimentado el deseo en otras ocasiones, pero nunca tan potente como en aquel momento. Instintivamente, se mojó los labios con la punta de la lengua y vio cómo los ojos oscuros del hombre se oscurecían aún más...

-Vamonos de aquí -dijo Jake con voz ronca, levantándose y tomándola del brazo.

-¿Por qué tanta prisa? -preguntó ella mientras la sacaba del restaurante.

-No te hagas la ingenua, Charlotte -contestó él, tomándola posesivamente por la cintura, algo que la excitó y la asustó al mismo tiempo-. Entra -dijo, cuando llegó el Mercedes.

Mientras se colocaba tras el volante, Jake se preguntó qué. demonios estaba haciendo. No sentía más que desprecio por aquella mujer y, sin embargo, la encontraba increíblemente deseable. Eso no tenía ningún sentido, pero en aquel momento todo su proceso cerebral parecía estar por debajo del cinturón. Y cuanto antes se metiera en la cama con ella, más rápidamente se resolvería el problema.

Sola durante unos segundos, Charlie empezó a preguntarse qué estaba haciendo. Pero unos segundos después, cuando Jake entró en el coche, lo supo.

Sin decir una palabra, él la abrazó, apretándola contra su pecho, buscando sus labios con un ansia que la encendía por dentro.

De repente, deseando algo que nunca había deseado, Charlie enredó los dedos en su pelo. Todo su cuerpo tembló cuando él empezó a acariciar sus pechos por encima del vestido...

-Jake...

Había pasado mucho tiempo desde que una mujer lo excitó de tal forma. Duro como una piedra, la sintió temblar y deseó arrancarle el vestido y tomarla allí mismo. Pero aunque su sangre caliente lo urgía-a hacer eso, el sonido de una sirena de la policía hizo que recuperase el sentido común.

-¡Maldita sea! -exclamó, pasándose una mano por el pelo-. No me había besuqueado en un coche desde que era un crío y ahora... dos veces en un solo día.

-Yo no lo había hecho nunca -dijo Charlie.

Jake la miró, sorprendido por esa revelación. No podía ser verdad. Su padre había sido un famoso seductor... De diferente género, pero era evidente que ella había heredado su talento, como le confirmaba el dolor que sentía entre las piernas.

Con manos temblorosas, agarró el volante y puso el coche en marcha. Estaba furioso consigo mismo, pero más con aquella sirena de ojos azules que lo obligaba a actuar como un adolescente.

-¿Dónde te alojas? -preguntó.

-En casa de un amigo. Me ha prestado su apartamento -contestó Charlie, dándole la dirección.

-Buena zona -murmuró Jake, mientras cambiaba de marcha con cierta torpeza, algo poco usual en él.

De modo que había un hombre en su vida... un hombre rico, sin duda, si tenía un apartamento en esa zona de Londres. No lo sorprendía. Sólo confirmaba lo que ya sospechaba. De tal palo, tal astilla. Una mujer como Charlotte nunca estaría sola.

Esa idea no hizo nada para calmar su rabia.

-Pero quizá preferirías tomar una última copa en mi hotel antes de que te lleve a casa.

Su intención había sido ir más despacio, seducirla como su padre había seducido a Anna. Pero, de repente, su única intención era acostarse con ella lo antes posible y retenerla en su cama hasta que el recuerdo de ese otro hombre desapareciera por completo.

Charlie se puso pálida. Quería decir que sí y la sorprendía. Nunca había conocido a un hombre como Jake.

Ella había crecido en una familia de adultos que la dejaban correr libre por las montañas y bañarse en el lago. Sus aficiones eran la vela y escalar montañas. Era miembro del equipo de rescate local y del Servicio Internacional de Rescate, de modo que viajaba por todo el mundo intentando ayudar después de una catástrofe. Con un buen gerente que llevaba los asuntos diarios del hotel, ella sencillamente podía dejar su trabajo cuando era necesaria en algún otro sitio.

Recientemente había vuelto de un viaje a Turquía, donde formó parte de las operaciones de rescate después de un terremoto.

Las dos semanas que iba a pasar en Londres habían sido sugerencia de Dave, el jefe del equipo. Según él, tras la reciente muerte de su padre, necesitaba unas vacaciones.

Charlie había viajado por todo el mundo, pero ahora tenía la oportunidad de conocer Londres, la capital de su país, algo que no había podido hacer antes.

En cuanto a los hombres, conocía a muchos en el ámbito profesional, pero todos la trataban como si fuera uno más, y eso le gustaba.

Pero cuando miró el perfil de Jake, supo que jamás podría verlo como a uno más. De hecho, estando con él tenía serios problema para pensar con claridad.

Poco después, Jake detuvo el coche y se volvió, con los ojos brillantes.

-Éste es mi hotel. ¿Te apetece tomar una copa?

Charlie sabía que lo que le estaba ofreciendo no era una copa y, de repente, tuvo miedo. Sabía que no podía hacerlo... aún no.

-Creo que he bebido suficiente por hoy -contestó-. Pero gracias de todas formas.

Él arrugó el ceño, como si lo molestara esa respuesta.

-Bueno, es tu decisión -murmuró, inclinándose para besarla en la frente antes de arrancar de nuevo-. Iré a buscarte mañana para comer. Luego ya veremos.

-Sería muy agradable que me lo preguntaras en lugar de dar órdenes -replicó ella, molesta-. Estoy aquí de vacaciones y mañana pensaba ir al Museo Británico.

Jake asintió, pensativo. El miedo que había visto en sus ojos azules lo tenía desconcertado. Charlotte podía ser una egoísta, pero quizá no era una mujer promiscua. También él era selectivo.

Prefería elegir a sus amantes cuidadosamente y sus aventuras eran siempre discretas, dado su perfil en el mundo de los negocios.

La única razón por la que en aquel momento no tenía una amante era precisamente el padre de Charlotte. Su muerte había creado una serie de circunstancias que lo retuvieron en Italia y lo obligaron a dejar a su amante, Melissa, una modelo de Nueva York que, por supuesto, de inmediato encontró otro hombre rico que le hiciera compañía.

No lo había sorprendido en absoluto. Melissa

era ese tipo de mujer, pensó cínicamente mientras detenía el coche frente al edificio de apartamentos.

-Vamos, te acompaño -dijo, abriendo la puerta del coche-. Y antes de que discutas, mañana iremos al museo y luego a comer -añadió, tomando su mano para entrar en el portal.

De nuevo, se percató de que ella lo miraba con algo parecido al miedo. No debía tenerlo... por esa noche. No pensaba hacerle el amor en la cama que compartía con otro hombre.