Capítulo 6
Al día siguiente, Charlie dejó a Jake durmiendo, para variar. Después de darse una ducha rápida, se puso una de sus nuevas adquisiciones: un pantalón de lino color beige, una camisola de seda y una chaqueta a juego con el pantalón. Mientras se ponía crema hidratante en la cara pidió el desayuno al servicio de habitaciones y, cinco minutos después, llevó la bandeja al dormitorio.
Tumbado en la cama, apenas cubierto por la sábana, Jake era una tentación. Despeinado y con sombra de barba, parecía un pirata. Sólo le faltaba el anillo en la oreja.
-¿Vas a darme ese café o no?
Charlie se sobresaltó, distraída como estaba.
-Estás despierto.
-Eso-parece.
-Pensé que te gustaría desayunar en la cama.
Jake se apoyó en un codo, pasándose una mano por el pelo.
-Me gustaría si tú estuvieras en la cama conmigo.
-De eso nada. Aunque te quiero mucho, prometiste que hoy serías todo mío. Y vamos a hacer lo que yo quiera.
Los ojos de Jake se oscurecieron y Charlie se percató de lo que acababa de decir. Pero se negaba a dar marcha atrás. Era la verdad y podía aceptarla, decir que él también la quería o que no estaba interesado, era su problema. Estaba harta de jugar con sus reglas y no pensaba seguir escondiendo lo que sentía.
-Pues sírveme un café y seré tuyo enseguida.
Evidentemente, pensaba ignorar la declaración de amor, pero al menos no había dicho que él no estaba interesado, y eso era un consuelo.
Dos horas después, estaban en la terraza de un ático situado a la orilla del Támesis, con una vista magnífica de la ciudad. Ella era, en el fondo, una chica de pueblo, pero podría acostumbrarse a aquello.
-¿De verdad vas a comprarlo, Jake?
-En realidad, voy a comprar todo el edifico -contestó él-. Es una buena inversión a largo plazo. Además, este apartamento me vendría bien como base permanente en Londres. ¿Qué te parece?
-Precioso. Me encanta.
-Quiero tu punto de vista como mujer: ¿qué preferirías, alojarte aquí o en un hotel?
-Si fuera con el hombre del que estoy enamorada me daría igual estar aquí, en un hotel o debajo de un puente -contestó ella, con toda sinceridad.
Se miraron en silencio durante unos segundos y Jake fue el primero en romper el contacto.
-Una respuesta muy romántica. Pero debes de saber poco sobre tu propio sexo para decir eso. Te lo aseguro, la mayoría de las mujeres saldrían corriendo si un hombre no les diera todo lo que desean.
-Yo no lo creo.
-Díselo a mi ex prometida. Ella desapareció cuando supo que yo no era tan rico como pensaba.
-Supongo que fue una desilusión terrible.
-No -contestó Jake-. No me dolió que me dejara... ¿Cómo demonios hemos acabado hablando de esto? ¿Por qué siempre acabo contándote cosas que no quiero contar?
-Mi encanto personal -contestó Charlie.
Durante aquellos días, Jake le había contado más cosas sobre su infancia y sobre su vida y empezaba a entenderlo mejor.
-Podrías tener razón -suspiró él-. Vamos, el resto del día es todo para ti.
Lo pasaron en el zoo y, por primera vez, se sintió como si fueran una pareja normal. Rieron con los monos, comieron en un pequeño café y cuando se enamoró de un panda de peluche en la tienda de regalos, Jake se lo compró. Más tarde, cenaron patatas con pescado frito en la calle y tomaron una cerveza en un típico pub cerca del río.
Jake estaba convencido de que ese «pescado» no tenía nada que ver con algo que hubiera salido del mar y seguían discutiendo sobre las diferencias entre la comida italiana y la comida inglesa cuando volvieron al hotel.
Por fin, Charlie levantó las manos en señal de rendición y admitió que la comida italiana era mucho mejor que la inglesa. Jake, por supuesto, aprovechó esa postura para quitarle la camisola...
A veces Charlie tenía que pellizcarse para convencerse de que aquello era real y se lo dijo el viernes por la mañana.
Riendo, Jake le dijo que lo tocase si quería convencerse de que era real. Y ella lo hizo, claro.
Después, agotada y desnuda sobre la cama, Charlie dejó escapar un suspiro de satisfacción.
-Ahora sé por qué te quiero. Y estoy totalmente convencida de que eres real -murmuró, acariciando el vello de su torso. Cuando él soltó una carcajada, Charlie le dio un tirón-. ¿Te estás riendo de mí o qué?
Entonces sonó el teléfono. Charlie lo vio descolgar el auricular, lo oyó decir algo en italiano. Parecía tenso. Cuando terminó de hablar, se levantó de un salto.
-Era mi oficina. Tengo que volver a Italia inmediatamente.
Luego saltó de la cama y entró en el cuarto de baño.
Sorprendida, Charlie se quedó mirándolo sin saber qué decir. Amaba a Jake, pero él tenía que marcharse... Tenía que pasar en algún momento, claro, pero no había querido pensar en ello, no había querido enfrentarse con la realidad.
Ahora no tenía elección.
¿Qué había esperado? Jake dirigía una gran empresa y ella tenía que estar en su hotel el domingo. Iban a despedirse un día antes de lo planeado. No pasaba nada. Volverían a verse.
Jake volvió a la habitación y empezó a vestirse.
Charlie lo había visto vestirse muchas veces, pero aquella mañana no podía mirarlo. No quería que viera la tristeza que había en sus ojos. De modo que saltó de la cama y entró en el cuarto de baño.
En la ducha, se dijo a sí misma que debía estar tranquila. Esas dos semanas habían probado que eran una buena pareja. Lo amaba y estaba segura de que Jake sentía algo por ella. Los dos eran adultos, tenían mucho trabajo... era natural que tuvieran que separarse de vez en cuando.
Cuando volvió a entrar en la habitación unos minutos después, ya vestida, seguía diciéndose a sí misma que no debía disgustarse.
Jake estaba al lado de la mesa, sacando unos papeles de su maletín, intensamente concentrado. Ya había hecho las maletas y llevaba un traje oscuro, camisa blanca y corbata gris de seda. Parecía un magnate, lo que era en realidad.
Pero ella conocía a otro Jake, el amante apasionado, el amante tierno... y se le hizo un nudo en la garganta.
-Ya has hecho las maletas -consiguió decir.
-Sí. Siento tener que irme así, pero mi presencia es necesaria en Italia.
-Lo sé, pero... es una pena que perdamos nuestro último día.
Jake puso un dedo sobre sus labios.
-Habrá otros días, Charlotte. Te llamaré esta noche. Quédate aquí y pásalo bien.
-No, no me encontraría cómoda sin ti. Me iré a casa.
-Lo que tú quieras -murmuró él.
Pero le dolía despedirse de ella. Estaba acostumbrado a despedirse de las mujeres sin ningún problema, pero Charlotte era diferente. Sí, la deseaba, pero su intención original había sido menos que honorable y él era un hombre honorable.
No podía decirle adiós. De modo que hizo algo que no hacía nunca, anotó su número de teléfono en una tarjeta.
-Este es mi número en Génova. Si quieres llamarme, hazlo. Pero ahora tengo que irme... el avión está esperando.
Charlie lo vio cerrar el maletín intentando contener las lágrimas.
-¿Ya? ¿Ahora mismo?
-Me temo que sí.
El botones acababa de llegar para tomar sus maletas. Jake le dio un beso en los labios y desapareció.
El doctor Jones había sido el médico de la familia de Charlie durante toda la vida. En realidad, era más un amigo que un médico.
-¿Estás seguro?
-Sí, cariño. Por la fecha que me has dado, estás embarazada de casi siete semanas.
-Pero si usábamos preservativo...
-Evidentemente, se rompió o pasó algo. No es el fin del mundo, Charlie. Tú eres una chica muy fuerte. Seguro que tu hijo será un niño muy sano, así que no tienes por qué preocuparte. Lo que tienes que hacer es contárselo a tu novio.
A su novio. Eso era más fácil decirlo que hacerlo, pensaba tres días después, mirando una pila de facturas.
-No es bueno soñar despierto.
Al oír la voz del gerente, Charlie levantó la cabeza.
-No estoy soñando despierta. Estoy intentando trabajar.
-Si tú lo dices... -sonrió Jeff-. Deberías decírselo al padre del niño. Tiene derecho a saberlo y tú no eres de las que olvidan sus responsabilidades.
Jeff y Charlie se conocían desde los doce años, cuando su abuelo lo contrató como gerente.
-Este niño es mi responsabilidad y lo que me gustaría saber es cómo se ha enterado todo el mundo de que estoy embarazada -suspiró Charlie, pasándose una mano por el pelo.
-A lo mejor porque volviste de tus vacaciones con ojos de mujer enamorada, porque no dejabas de hablar de un tal Jake D'Amato, porque compraste un libro para aprender italiano...
-Ya, ya, déjalo.
-Y cuando empezaste a ir al baño corriendo cada día... en fin, no fue difícil averiguarlo. Además, todo el mundo sabía que tenías cita con el doctor Jones -rió Jeff.
-Esto es increíble.
-Descubrimos que estabas embarazada antes de que tú lo supieras.
-Gracias. Muchas gracias. O sea, que todo el mundo sabe que estoy embarazada y, además, creen que soy idiota por no darme cuenta -gruñó Charlie- ¿Qué voy a hacer?
-Ya te lo he dicho. Llámalo por teléfono. Ahora -contestó Jeff.
Charlie dejó escapar un largo y doloroso suspiro.
El problema era que ya lo había llamado tres veces desde que el médico le confirmó el embarazo. Pero quien contestaba al teléfono era una mujer llamada Marta que sólo hablaba italiano.
Habían pasado cinco semanas desde que se despidió de Jake y cada día estaba más convencida de que para él sólo había sido una aventura. La llamó para comprobar si había llegado bien y volvió a llamar una semana después para decir que se iba a Estados Unidos. Desde entonces, no había vuelto a saber nada.
Pero el día anterior, hojeando una revista, había visto un artículo sobre una prestigiosa cena benéfica en Nueva York y allí estaba Jake... con una impresionante morena. Según el pie de foto, su nombre era Melissa y era modelo y «amiga» de Jake D'Amato, más conocida por sus amantes millonarios que por su carrera.
Debía enfrentarse con la verdad: había hecho el tonto.
Ella se había enamorado mientras para Jake sólo había sido un revolcón. Charlie tuvo que parpadear para controlar las lágrimas. No iba a llorar. Ya había llorado más que suficiente.
Debería haber sabido que un hombre como Jake D'Amato era demasiado sofisticado como para sentirse atraído por una ingenua como ella.
Ella era una persona eficiente en todos los aspectos de la vida, pensó, furiosa. Podía dirigir un hotel, escalar una montaña y buscar supervivientes después de un terremoto. Era una persona compasiva por naturaleza y no solía enfadarse, pero en cuanto a las relaciones amorosas, era una novata.
Enamorarse era un infierno, pensaba. El miedo, el deseo de recibir noticias suyas, la duda constante... Pero todo eso iba a cambiar. Había actuado como una cría y no pensaba seguir haciéndolo. De hecho... impulsivamente, tomó el teléfono y marcó un número que se sabía de memoria. Cuando oyó el pronto al otro lado del hilo, se lanzó a hablar, sin importarle que Marta sólo entendiera una palabra de cada diez. Iba a decir lo que tenía que decir.
-Dígale a ese canalla de jefe que tiene que estoy embarazada y que él es el padre. Charlotte incinta, Jake padre, capisco?
Después, colgó el teléfono.
Que la tal Marta hubiera entendido o no le daba igual. Se sentía mucho mejor. Además, ahora podía decirle a Jeff que había llamado a Jake y así la dejaría en paz.
-Jeff, voy a dar un paseo. Llevo días encerrada en el hotel y estoy harta.
-Me parece muy bien. ¿Por qué no te tomas el día libre?
Tenía razón. Se había encerrado en el hotel como una idiota esperando la llamada de Jake. Pero ya estaba bien. Tenía que preocuparse de otro ser humano.
-Tienes razón, como siempre. He sido una boba.
-¿Una boba tú?
Charlie se volvió, sonriendo al hombre de pelo gris que se acercaba a ella. Dave acababa de salir del comedor, con Joe, James y Mary, sus hijos.
-Eso parece.
-Eres una alhaja de mujer y si me ayudas con esta pandilla, hasta pondría eso por escrito.
-¿Necesitas ayuda?
-Vamos a navegar un rato, ¿te vienes?
-Muy bien -sonrió Charlie. El aire fresco y la compañía de los amigos era justo lo que necesitaba-. Voy a cambiarme. Nos veremos en el muelle en veinte minutos.
-¡Vamos, Charlie! -gritaban los niños- ¡El agua está genial!
Con un biquini negro, tumbada sobre la cubierta del barco, Charlie se sentía casi feliz.
-No puedo. He comido demasiado.
Habían echado el ancla en su playa favorita para comer. Y Charlie, que últimamente tenía un apetito feroz, se había puesto las botas.
-Muy sensata -sonrió Dave-. En tu estado, es lo mejor.
-Ay, por favor. ¿Tú también? ¿Quién te lo ha contado?
-Jeff me lo contó anoche, mientras tomábamos unas cervezas. Por supuesto, sabrás que no puedes seguir en el equipo de rescate, pero encontrar un sustituto no es mi mayor problema ahora mismo -suspiró su amigo-. Tú eres el problema, Charlie. Te conozco desde que eras pequeña y te quiero como si fueras de la familia, ya lo sabes.
-Gracias -murmuró ella, emocionada.
-Me siento responsable por esta situación...
-¿Tú? No tienes por qué sentirte responsable, Dave. Creo que sé con quién me he acostado -lo interrumpió Charlie, con una sonrisa en los labios.
-Hablo en serio, Charlotte. Si no te hubiera ofrecido el estudio quizá nunca habrías conocido a ese hombre y no estarías embarazada. Pero la cuestión es si estás enamorada de él.
No tenía sentido negar la verdad. Dave la conocía demasiado bien.
-Yo estoy enamorada de Jake, pero él de mí no.
-Según Jeff, es un magnate de los negocios o algo así, ¿no?
-Sí.
-¿Has hablado con él? Te quiera o no, tu obligación es contarle la verdad. Además, si fuera un poco inteligente estaría dando saltos de alegría por haberle echado el lazo a una mujer tan maravillosa como tú.
-Sí, ya -murmuró Charlie, irónica.
Era muy tarde, casi las seis, cuando volvieron al muelle.
-¡Venga, una carrera hasta el hotel! -gritaron los chicos.
-Ah, si fuera treinta años más joven... -suspiró Dave.
Charlie salió corriendo con los niños. Pasar el día en el lago la había animado mucho, pero estaba cansada y, por fin, tuvo que parar para tomar aliento.
Entonces miró el hotel, con sus muros grises recortados contra las copas verdes de los árboles, el jardín bien cuidado... nunca le había parecido más hermoso.
Una sonrisa agridulce curvó sus labios. Estaba en casa, pensó, llevándose una mano al abdomen, en un gesto de consuelo.
-Pase lo que pase en mi vida, tú y yo siempre tendremos nuestro hogar aquí -dijo en voz baja.
Salir a navegar había aclarado sus ideas. Estaba esperando un hijo de Jake D'Amato y se sentía feliz. Ella sabía bien que no había garantías en la vida porque había perdido a su familia y porque había visto muchas otras destrozadas, ciudades enteras. Pero estaba embarazada y tenía la oportunidad de formar su propia familia. Y sabía también que podía darle a su hijo una vida feliz.
En cuanto a Jake... estaba enamorada de él y seguramente lo estaría siempre, pero que estuvieran juntos ya no era lo más importante. El niño era lo primero.
-¿La edad también empieza a ser un problema para ti? -bromeó Dave, que acababa de llegar a su lado-. Vamos, te ayudo a subir la colina -rió, tomándola por la cintura.
Charlie soltó una carcajada.
-¿No debería ser al revés, ancianito?
El hotel Lakeview era un edificio precioso, situado en un paisaje hermosísimo, nada parecido a lo que Jake había esperado. Debía de tener más de cien años y había sido construido en piedra, con una elegante terraza en la parte delantera. El interior era de estilo Victoriano, con grandes ventanales y paredes forradas de madera.
Seguramente no había cambiado mucho desde que fue construido y, seguramente también, no daba grandes beneficios. Era lógico que Charlie lo hubiera llamado, pensó, cínicamente.
Durante el tiempo que pasaron juntos, había empezado a creer que no era la egoísta que pensó al principio. Pero ahora se daba cuenta de que era más lista que las demás. Había ido directa a buscar el gran premio: una pensión vitalicia. Impaciente, golpeó el mostrador con los dedos. ¿Dónde demonios estaba el recepcionista?
Un hombre delgado apareció entonces.
-Buenas tardes.
-Quiero ver a la propietaria, Charlotte Summerville.
-¿Su nombre, por favor?
-Jake D'Amato. Ella me conoce -contestó Jake, impaciente.
-Yo soy el gerente del hotel. Si necesita alguna cosa...
-No necesito nada. Quiero ver a Charlotte -lo interrumpió él-. Dígale que estoy aquí.
-Eso va a ser difícil, señor D'Amato. Ha salido a navegar con unos amigos y volverá alrededor de las seis -contestó el gerente, mirando el reloj-. Si quiere esperar, puedo pedirle a la camarera que le sirva un té.
Iba a tener que esperar una hora, pensó Jake, furioso. Pero no serviría de nada discutir, de modo que se sentó en el vestíbulo y pidió un té, que una camarera le sirvió con gesto avinagrado. Por las miradas que lanzaban sobre él los empleados, en aquel hotel odiaban a los clientes. O quizá lo odiaban a él.
Pero ya estaba harto de esperar. Jake se levantó y se dirigió al jardín.
¿Dónde demonios estaba Charlotte?
Poco después, vio que tres chicos se acercaban corriendo al hotel... y tras ellos iba Charlotte. Con un pantalón corto y una camiseta blanca, estaba increíblemente guapa. Su pelo largo, brillante, con mechas casi de plata a la luz del atardecer, flotaba alrededor de su cara mientras corría hacia él.
Una sonrisa de masculina satisfacción iluminó su rostro. Seguía adorándolo. Entonces olvidó que estaba furioso. Cinco semanas sin ella... debía de estar loco para haber esperado tanto tiempo. Entonces Charlotte se detuvo.
No corría hacia él, ni siquiera lo había visto. Y no estaba sola. Un hombre de pelo gris acababa de pasarle el brazo por la cintura...
Fuera de sí, Jake se acercó a ellos a grandes zancadas.
-No mires, pero un hombre muy alto y muy fuerte viene hacia nosotros con cara de pocos amigos -dijo Dave.
Charlie levantó la mirada. ¡Jake! Era Jake en carne y hueso.
-Carlotta, por fin -dijo él, aplastándola contra su torso, besándola allí mismo, delante de Dave-. ¿Me has echado de menos?
Charlie asintió con la cabeza, atónita. Jake estaba allí, había ido a buscarla.
-Me alegro. Entonces, quizá querrías presentarme a tu acompañante.
-¿Mi acompañante? -repitió ella, confusa. Su repentina presencia, su actitud furiosa y, a la vez, posesiva, la habían dejado sin palabras.
-Jake D'Amato -se presentó Jake.
-Dave Watts. Soy un amigo de la familia y una especie de padre honorario para Charlie.
-¿Ah, sí? Espero que no sea lo que aquí llaman un «papaíto».
-Desde luego que no -contestó Dave, cortante-. Pero podría serlo porque Charlie es un cielo de niña.
Charlie se quedó helada ante el grosero comentario de Jake. Entonces lo entendió. El abrazo, la actitud posesiva no eran más que una postura de machito defendiendo algo que consideraba suyo. Jake no la quería, pero su ego no le permitía pensar que ella pudiera estar con otro hombre.
Y entonces, de repente, Dave soltó una carcajada.
-Muy bien, de acuerdo, tú ganas -dijo, dándole una palmadita en al espalda-. Pero si le haces daño, tendrás que vértelas conmigo.
-Dave...
-Voy a buscar a mis chicos antes de que quemen el hotel. Nos vemos luego, Charlie.
Dave había sido muy amable, pero ella no estaba dispuesta a serlo.
-Suéltame, idiota -le espetó en cuanto se quedaron a solas.
-Por supuesto. ¿Dónde está la mujer de Dave?
-Lisa murió el año pasado –contestó Charlie-. Y antes de que insinúes que es mi amante, deja que te diga que no todos los hombres son unos sinvergüenzas.
-¿Quieres decir que yo lo soy?
El no era tonto y se había percatado de que el tal Dave no actuaba como un «padre honorario». Si pudiera, intentaría conquistarla. Pero ya no podría hacerlo porque él tenía otros planes. En cuanto a Charlotte... parecía la viva imagen de la inocencia, como siempre, pero no lo era. Y, de repente, Jake volvió a sentir la furia que había sentido cuando Marta le dio el mensaje que lo obligó a tomar un avión desde Génova.
-Si tú lo dices -contestó Charlie.
Los dos se quedaron en silencio, mirándose como dos enemigos.
-¿Qué haces aquí, Jake? Aparte de insultar a un amigo mío.
-No quiero hablar de eso.
-Ya me imagino -murmuró ella-. ¿Lo has pasado bien en Nueva York? He leído que viste a tu amiga Melissa.
-¿Has leído el artículo?
-Sí.
-Era una cena benéfica. Y Melissa es una vieja amiga. Y sí, antes de que preguntes, fuimos amantes, pero lo nuestro había terminado antes de conocerte. Me dejó por un hombre con más dinero que era, además, su cita en la cena benéfica, no yo.
-¿Te dejó? -exclamó Charlie.
-No pasa nada. Nos despedimos como amigos. Pero no quiero hablar de mí. Es de ti de quien quiero hablar y no en público, si es posible.
Charlie se percató entonces de que había algunos clientes paseando por el jardín.
-Aunque seguramente todo el mundo sabe ya que estás embarazada. Después de todo, se lo contaste a mi ama de llaves antes que a mí. Para eso me llamaste, ¿no?
-Pues sí, para eso te llamé. Y me parece buena idea que hablemos en privado -suspiró Charlie, evitando su mirada-. Ven, vamos a mi apartamento.