Capítulo 12
CHARLIE abrió los ojos poco a poco y se dio cuenta de que estaba en su cama. Jake estaba a su lado, con expresión preocupada, los ojos brillantes como carbones encendidos.
-Por fin, gracias a Dios. ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo?
-Por favor... estoy bien.
Y era cierto.
La niebla había desaparecido de su cerebro. Subir por aquella roca para salvar a Aldo, haciendo lo que ella sabía hacer, le había devuelto la fuerza, la confianza en sí misma.
No necesitaba la preocupación de Jake, no lo necesitaba a él.
-¿Cómo está Aldo?
-Bien. Pero si fuera por mí estaría castigado en su habitación de por vida. Quien me preocupa eres tú.
-No tienes por qué. Estoy perfectamente.
-No estás...
-¿Qué haces aquí, Jake?
-Supongo que cuidar de ti porque decidiste escalar una pared para rescatar a un mocoso -intentó sonreír él- Qué susto me has dado. Pensé que ibas a caerte al suelo...
-Ya te gustaría.
-No estoy hablando en broma, Charlotte. Eres mi mujer, vas a tener un hijo mío y podríais haber muerto los dos.
En ese momento aparecieron Marta y el doctor Bruno. Charlie agradeció la interrupción. No quería hablar con Jake, no quería seguir discutiendo con él porque sus discusiones no llevaban a ningún sitio. O, más bien, siempre llevaban al mismo sitio.
Después de examinarla y anunciar que estaba perfectamente, el doctor Bruno le contó que había salido en televisión.
-¿Cómo?
-La policía lleva videocámaras en los coches patrulla -rió el ginecólogo-. Eres una heroína.
-Por favor...
-De hecho, dentro de nada la casa estará rodeada de paparazzis. Pero lo importante es que tú estás bien, que Aldo está bien y que tu niño también está bien.
-¿Seguro? -preguntó Jake, ansioso-. ¿No deberíamos llevarla al hospital?
-No, se encuentra perfectamente. Es una mujer muy fuerte.
-Y tengo hambre.
-¿Lo ves? Cuando un paciente tiene hambre, es que no tiene nada grave -rió el doctor Bruno-. Y tú quédate con ella, Jake. Yo no entiendo a los jóvenes de hoy en día. En mi época, un joven marido jamás habría dejado sola a su mujer.
Jake asintió. Tenía razón. No había sabido cuidar de ella. Y pensar que podría haberla perdido...
Era asombroso que Charlotte le siguiera dirigiendo la palabra, pensó entonces. Y en cuanto a amarlo, a aquel amor que ella le había ofrecido tan generosamente... ya no había ninguna oportunidad.
Bañada, peinada, con las magulladuras curadas y en la cama, Charlie había cenado una deliciosa lasaña y un pastel de chocolate. Repleta y agotada, se negó a tomar el queso que Marta le ofrecía.
-No, no puedo más. Por favor. Sólo quiero dormir.
Tardó un rato en convencerla, pero al fin Marta la dejó sola y pudo cerrar los ojos. Estaba quedándose dormida cuando oyó que se abría la puerta.
Era Jake. Y tenía un aspecto horrible. Iba despeinado, como si se hubiera pasado las manos por el pelo un millón de veces.
-¿Qué quieres? Estoy intentando dormir.
-Venía a ver cómo estabas.
-Bien. ¿Tú no deberías estar en Japón?
-Sí, pero mi mujer me colgó el teléfono y, aunque no te lo creas, estaba preocupado -suspiró Jake, apretando su mano. Charlie intentó zafarse, pero él no la dejó-. No, por favor, escúchame.
-No tienes que decirme nada. Lo sé. Nuestro matrimonio ha sido un error. Tú sólo quieres al niño, no a mí. No te molestes en negarlo.
-Yo nunca...
-Déjame terminar. Pensé que podría soportar un matrimonio sin amor, pero he decidido que quiero volver a Inglaterra.
-Charlotte, yo...
-No te preocupes, Jake. No te privaré de tu hijo, yo no soy así. Los dos somos personas adultas y estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo amistoso. Miles de matrimonios fracasados lo hacen.
-¿Un acuerdo amistoso? ¡Yo no quiero un acuerdo amistoso! Yo te quiero a ti...
-No me quieres...
-¡Lo que intento decir es que te amo, Charlotte!
-¿Ah, sí?
-Te quiero, Charlotte. Creo que te quiero desde el día que te conocí, pero... me decía a mí mismo que no creía en el amor, que no existía.
-Ah, qué curioso. Y lo descubres ahora, cuando acabo de decirte que vuelvo a casa.
-No, no es verdad. He intentado convencerme a mí mismo de que tú eras como el resto de las mujeres que conocía, pero en mi corazón sabía que no era así. Y cuando me colgaste el teléfono... tuve que volver, Charlotte. Pero ni entonces estaba dispuesto a admitir que te amaba. Cuando entré en la casa y no te vi pensé que te habías ido, que te habían secuestrado, yo qué sé... Sólo cuando te vi en esa grieta, al borde del acantilado...
-Pues no me habían secuestrado. Piensa en todo el dinero que te has ahorrado, Jake.
Él soltó su mano entonces.
-¿Eso es lo que piensas de mí? Muy bien, entonces no hay nada más que decir.
Charlie lo vio todo rojo. Estaba haciéndolo otra vez, apartándose, alejándose de ella.
-¡Sí hay cosas que decir! -gritó, exasperada-. ¡Tú pensaste cosas horribles de mí! ¿Te acuerdas? Pensabas que era una egoísta, una niña mimada, una materialista sin corazón.
-Yo no he dicho...
-¿Cómo que no? Mira, Jake, me da igual el dinero que tengas o los problemas que hayas tenido en la vida. Todos hemos tenido problemas, todos hemos sufrido, a todos nos han roto el corazón alguna vez. Pero tú no quieres escuchar, no estás dispuesto a hacerlo. Yo nunca conocí a las amantes de mi padre... bueno, sí, a una, Jess, hace muchos años. Por eso mi padre no quiso que conociera a ninguna más. No sé qué te contó Anna, pero yo no tuve nada que ver con que se fuera de su casa. Nada en absoluto. De hecho, ¿sabes una cosa? Tú eres igual mi padre. Obsesionado por proteger a tu hermana como mi padre quiso protegerme a mí... y serías igual con tu hijo, de modo que me voy. No eres nada más que un obseso del trabajo, del dinero, un megalómano que no confía en nadie. Y te odio.
Charlie se dejó caer sobre la almohada, agotada. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no quería llorar delante de él.
Jake se quedó mirándola, estupefacto. No podía negar que la había creído egoísta, que salió con ella por motivos menos que honorables. Charlotte tenía razón, era todo lo que había dicho. Y no la merecía.
-¿Sigues ahí?
-No pienso irme a ningún sitio -contestó él.
-Pues yo sí.
-No, no vas a irte, Charlotte. Soy todo lo que has dicho, pero te quiero. Esto no se me da bien porque... porque no lo he hecho nunca, pero no puedo verte así. No puedo verte sufrir, no puedo verte llorar...
-¡No estoy llorando!
-No puedo perderte, no puedo imaginar la vida sin ti. Te quiero tanto... no puedo dejarte ir. Yo... ninguna mujer me había hecho tanto daño como tú. Ninguna mujer me había hecho tan feliz como tú.
-¿Yo te he hecho daño?
-Te lo aseguro. En nuestra noche de bodas, cuando hablaste de Anna... cuando vi la duda, la falta de confianza en tus ojos, me puse furioso, por eso te traté así.
-Dijiste que te habías casado conmigo sólo por el niño.
-No era verdad. Me casé contigo porque te necesito. Porque te voy necesitar siempre -suspiró
Jake, dejándose caer sobre la cama-. El niño es maravilloso, pero eres tú a quien quiero... más que a nada en el mundo. Y no he sabido cuidar de ti, no he sabido protegerte... Yo, que me creo tan importante, no he sabido cuidar de mi Charlotte.
Ver a su arrogante marido tan humilde dejó a Charlie boquiabierta. Parecía sincero, parecía decirlo de corazón.
-Dame otra oportunidad, amore mío. Te quiero tanto. Por favor, quédate. Dime que me quieres, deja que intente convencerte de que merezco tu amor.
-Jake... Tengo que saber una cosa -dijo Charlie entonces-. La noche de la fiesta, cuando hicimos el amor... después me dejaste sola, no querías ni hablar conmigo. Y fue como una bofetada.
-Ah, Carlotta. Eso es culpa del doctor Bruno. .
-¿Qué?
-El me dijo que los primeros meses eran los más importantes, el momento en el que el feto podía sufrir o incluso malograrse. Por eso tuve miedo. Temía haberle hecho daño al niño, pero no pude contenerme. Te deseaba tanto, llevaba tantas noches soñando con tenerte en mis brazos...
-Jake, por favor, ésa es una idea arcaica. Todo el mundo lo sabe. Las parejas pueden hacer el amor sin ningún problema aunque la mujer esté embarazada de nueve meses.
-Pero yo no lo sabía -protestó él-. Cada noche me sentaba en mi estudio y miraba los vídeos de seguridad...
-¿Qué?
-Los vídeos de la finca. Me pasaba horas viéndote jugar con Aldo. Luego, cuando te quedabas dormida, entraba en la habitación sin hacer ruido y te miraba...
-Jake, ¿lo dices de verdad?
-Te lo juro.
Esa confesión hizo que a Charlie se le pusiera el corazón en la garganta. Y cuando lo miró a los ojos, vio en ellos todo el amor que había soñado ver algún día.
-Jake, abrázame. Tengo que creerte porque te quiero, porque te he querido desde que te vi en la galería.
Él cerró los ojos, suspirando, buscando su boca como un hombre hambriento.
-Por fin... Charlotte, Charlotte. Eres mía, mía para toda la eternidad.
Se besaron durante largo rato, acariciándose, diciéndose palabras tiernas al oído.
Cuando pensó en lo cerca que había estado de dejarlo, de tirarlo todo por la borda...
-Perdóname, Charlotte. Perdona que haya sido tan arrogante, perdona mis palabras, mi actitud estúpida... Te juro que pasaré el resto de mi vida intentando compensarte. Amándote con toda mi alma.